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Colores primarios por blendpekoe

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Cuando me di cuenta de lo que estábamos haciendo detecté en la mirada de Santiago preocupación, pude adivinar que se dio cuenta mucho antes que yo de nuestro destino. Miré a mi hermano que se mantenía ocupado con su celular mientras se recostaba como si no se sintiera bien. Volví a mirar al frente, estábamos a unas manzanas.

Casi asustándome, el portón eléctrico se abrió para nosotros. Gabriel, detrás de nosotros, enviaba mensajes a nuestro padre según había informado. Respiré profundamente como respuesta a la mirada de Santiago que buscaba ánimos y esperanza. Luego entramos a la casa donde mi padre nos esperaba, aunque miró extrañado la presencia de un tercero no pareció sospechar de quién podría tratarse. Por modales atinó a querer saludar al inesperado invitado primero.

—Él es Santiago —anuncié.

Quedó pasmado al oír su nombre y no avanzó con los saludos. Ignoró a Gabriel y a mí me dedicó una mirada de sorpresa haciendo más largo e incómodo el momento. En ese instante recobré el sentido y la conciencia, y esa insolencia que me dominaba cuando mis padres se mostraban disconformes.

—Es mi novio —aclaré innecesariamente.

Santiago no se sintió mejor con mi actitud y lo atacó una gran timidez.

—Un gusto —casi murmuró mientras le daba la mano a mi padre.

Entonces Gabriel decidió romper la tensión declarando que había chocado.

—Hola. Yo estoy bien, gracias por preguntar. Solamente choqué pero no me morí —habló con una marcada ironía.

Eso fue suficiente para que a mi padre le dejara de importar la presencia de Santiago.

Luego de varias preguntas que Gabriel no respondió, nuestro padre nos obligó a ir donde estaba nuestra madre para que ella también se enterara que chocó. A veces mi padre pecaba de inocente, como en ese momento donde nos llevó al patio trasero sin tener la delicadeza de avisarnos que había invitados. Encontramos a gran parte de la familia reunida.

Mi hermano hizo un ruido de desagrado porque su plan no era que todo el mundo se enterara del choque, mientras Santiago quedaba asombrado al descubrir que la situación empeoraba para él. Todos nos miraron. Mi madre fue la primera en recibirnos con alegría, ignorando qué le había pasado a Gabriel y quién me acompañaba.

—Pensé que no iban a venir. ¿Por qué no contestaron los mensajes que les envié? —preguntó aún feliz de ver a sus esquivos hijos.

—Será porque Gabriel chocó —respondió mi padre de manera poco sutil.

Con eso el resto de la familia se alteró y mi madre se abalanzó sobre su hijo menor para asegurarse de que estaba entero. Después de que él respondiera más o menos algunas de sus preguntas ella comenzó a reclamarle el no haber llamado a sus padres para socorrerlo.

—¡Te pudo haber pasado cualquier cosa y yo sería la última en llegar al hospital! La última en verte. ¿Y si no llegaba a verte nunca más? —exageró con más enojo que preocupación.

Gabriel se mantenía neutro dejando que se descargara.

—¡Y tú! —me miró enojada—. No nos avisaste tampoco.

—¿Podemos comer? —preguntó Gabriel interrumpiéndola—. Tengo mucha hambre.

La expresión de ella cambió a una más suave.

—Si tienes hambre quiere decir que estás bien —dijo un poco aliviada.

Mi padre hizo un sonido de carraspeo para llamar su atención.

—Tenemos un invitado —le comunicó junto a una mirada poco disimulada.

Finalmente mi madre notó la presencia de Santiago, quien trató de sonreír sin demostrar sus nervios.

—¡Ah! —comenzó Gabriel—. El novio de Dani: Santiago. —Mi madre lo miró sorprendida—. ¿No decían que querían conocerlo? —agregó.

Los presenté tan deprisa como pude antes de que mi hermano agregara algún otro comentario poco oportuno. La presentación terminó siendo una extensión al resto de la familia que observaba extrañada. Ante tal escenario mi madre trató de comportarse como si todo fuera un hecho normal y nos acomodó a los tres en un rincón de la mesa mientras que el resto de la familia se reacomodaba un poco para darnos lugar. Tuvimos suerte y el supuesto choque de Gabriel se volvió el centro de la atención. La excusa perfecta para evitar hacer de la presencia de Santiago algo difícil de manejar. Todos se dirigían a mi hermano preocupados por su salud, luego por su auto y, por último, por las acciones legales que tomaría. Él evadía todas las preguntas aclarando que seguía sorprendido y un poco mareado. De apoco todos volvieron a comer más tranquilos como si nada extraño pasara, hasta que mi abuela decidió dedicarme tiempo.

—Así que un novio... —comentó con complicidad.

No dejaba de sorprenderme que mis abuelos fueran, aparentemente, los más abiertos y tolerantes. Los que estaban alrededor miraron desconcertados, desconfiando de lo que mis abuelos fueran capaces de entender o decir, incluso Santiago, que parecía alarmado por la observación. Mi tío político decidió presentarse ignorando al resto de la exagerada familia.

—Yo soy Rafael, tío de Dani. Espero que sepas disculpar la curiosidad, para la familia es la primera vez que Dani presenta un novio.

Me causó gracia la elección cuidadosa de la palabra curiosidad para describir el desconcierto y la impresión. Santiago asintió intimidado por las miradas, sus manos, escondidas por la mesa, estaban inquietas. Los demás también se fueron presentando obligados por los modales. Mi madre, la anfitriona, observaba todo con cuidado. Mi tío político volvió a llevar la conversación al supuesto accidente de mi hermano y empezó a hacerle preguntas sobre el seguro. Gabriel inventó la historia de haber sido chocado en un semáforo muy temprano y que se dieron a la fuga, no vio la patente y no había testigos posibles. La historia era tan sencilla que parecía real. La atención de mis familiares estaba puesta en él y, cada tanto, algunos ojos se desviaban en dirección a Santiago, quien evitaba el contacto visual para no provocar otro intento de conversación. Mi madre nos servía comida a los tres sonriendo, como podía, ante la presencia del novio de su hijo mayor y la de su hijo menor accidentado.

El almuerzo se organizó como última reunión antes de que nuestros abuelos viajaran a Europa. Me di cuenta que cuando mi madre había dicho algo de una comida especial, se refería a ese evento. Mis primos, que guardaban silencio, miraban cada tanto de reojo a su madre como si supieran muy bien que ella no estaba cómoda con la presencia de Santiago o la mía, como siempre sucedía cuando compartíamos una mesa. La discusión sobre el choque de mi hermano siguió de manera interminable, con mi tío y mi padre diciéndole lo que tenía que hacer mientras él asentía sin poder quejarse para mantener el acto. Mi madre, mi tía y mis abuelos insistían que era más importante su salud y lo cuestionaban sobre el austero examen médico que se había realizado.

Luego, alguien, de algún lado, comenzó a hablarle a Santiago. Mi tío, despreocupado ante la incomodidad familiar, le preguntaba a qué se dedicaba.

—Trabajo en un centro de diagnóstico.

—Dani trabajaba en uno. ¿Allí se conocieron? —preguntó.

—Sí —contestó sorprendido ante el rápido razonamiento.

—Tu mamá dice que ahora trabajas de noche —señaló de repente mi abuelo, mirándome con pena, como si fuera una tragedia.

Asentí resignado al lamento de mi abuelo.

—¿Hace mucho salen? —insistió mi tío, interesado.

—No hace falta que hagas preguntas tan personales —indicó mi tía a su esposo, en un intento por detener la conversación.

—La tía se pone colorada —comentó Gabriel burlándose.

Enseguida mi madre le reprochó el chiste con una mirada.

—Que bueno que ahora tienen una ley que permite que se casen —soltó mi abuela libre de toda intención.

Todos se voltearon a verla con censura por hacer semejante comentario, de fondo se escuchaba la risa ahogada de Gabriel.

—Igual son demasiados jóvenes para tal decisión —aclaró mi tío en un intento de salvar la situación al ver la incapacidad de reaccionar del resto.

—No te preocupes —dijo Gabriel a Santiago—, la abuela está obsesionada con vernos a todos casados antes de morirse.

—¡No hables así de tu abuela! —corrigió mi tía.

Toqué levemente el brazo de Santiago para llamar su atención, para poder corroborar que estaba bien. Seguía tenso y se veía un poco acalorado.

—No pasa nada. No son malos, un poco exagerados nomás —intenté consolarlo en voz baja.

A pesar de todo, sonrió.

Debajo nuestro apareció una pequeña cara, uno de mis primos estaba escondido bajo la mesa mirándonos. En cuanto lo detectamos, su madre también se dio cuenta y le ordenó salir de ahí. Santiago lo ayudó con esa delicadeza que solo él podía tener con los niños mientras que yo lo hubiera agarrado de la ropa y arrastrado fuera de su escondite. Fue el único momento donde pareció relajarse; lo ayudó, acomodó su ropa y le pidió que le hiciera caso a su madre.

El resto del almuerzo se mantuvo más o menos en los mismo términos, con Gabriel como centro de todo, la discusión de lo que debería hacer con su choque, la preocupación de mi madre, la atención de nuestros primos y abuelos que lo veían como un superviviente. Pronto se hartó de que no lo dejaran en paz con respecto al choque y declaró sentirse mal y necesitar acostarse. Aproveché el momento para huir de la reunión familiar con la excusa de querer mostrarle la casa a Santiago, además de acompañar a Gabriel.

Cuando nos apartamos, ambos suspiraron aliviados.

—Me había olvidado de la reunión familiar —declaró Gabriel.

—¿Sabías que estaban todos? —reclamé.

—Dije que me olvidé —respondió sin darle importancia a la pregunta.

Me di vuelta a mirar a Santiago.

—Perdón, yo no sabía.

—Está bien. La paso peor con mi familia, aquí solo fue incómodo —trató de fingir que no fue tan terrible.

—Incómodo va a ser cuando entren en confianza —acotó mi hermano.

Caminamos por la casa siguiendo a Gabriel que se dirigía a su antiguo cuarto. Al llegar a la escalera nos percatamos de que éramos seguidos por los más pequeños que no sabían ocultarse apropiadamente.

—¿Siempre hacen eso? —preguntó Santiago.

Al darse cuenta que fueron descubiertos se acercaron a nosotros divertidos por su atrevimiento. Los gemelos, que a veces mostraban afinidad con Gabriel, se colgaron de él a pesar de sus intentos y quejas para que no lo tocaran. La hermana mayor estaba con ellos, ella no se abalanzó. Según mi madre, estaba en una etapa de no querer ser tratada como niña y mi tía sufría por la frialdad que recibía de su propia hija. Lo que era gracioso para mí porque mi tía era tratada por su hija como ella trataba a los demás.

—¿Qué quieren? —cuestioné mirándola como líder del espionaje.

—Queremos ver cuando se dan besos —declaró seriamente.

Gabriel estalló en risas. Los gemelos obviamente no entendían nada por lo que su "queremos" era figurativo.

Me agaché un poco para estar a su altura.

—Le voy a contar a tu mamá.

Se sorprendió ante la advertencia y decidió hacer una rápida retirada, sus hermanos la siguieron de mala gana.

—Vuelvo a preguntar, ¿siempre son así? —insistió Santiago.

—Sí.

Su expresión era indescriptible, parecía confundido. Entendí lo que le estaba pasando.

Antes de separarnos de Gabriel, se despidió de Santiago dándole las gracias por toda la ayuda.

Cuando quedamos solos tomé su mano.

—Perdón —volví a decir por todo lo sucedido.

—Va a ser muy gracioso... algún día.

Notas finales:

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