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Heredero de Maldiciones por Richie Ness

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Notas del capitulo:

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Heredero de Maldiciones

Capítulo Cuatro

—Tinta Diluida—

 

    Trocitos pequeños caían al suelo, su bello rostro se deformaba en una máscara de porcelana, debajo, agujeros negros asfixiaban la mirada en un sinfín de murmullos aterradores, fue cuando Ciel comprendió la atrevida proposición de Sebastian. El miedo a amar sin ser amado. Sebastian a sabiendas de la situación emergida del diario, determinó que era inevitable el amor entre ambos; pero ¿Qué amaría Ciel? Al bello mayordomo con la sonrisa encantadora que enloquece a las mujeres, o al horripilante demonio en el disfraz de carne que siempre ha sido, siempre procurando que nada le falte a su amado y atenderlo con excelso cuidado de amor. Sin importar el aura tan pesado expulsado de las grietas, Ciel se acercó embelesado, así como el disfraz de Sebastian cedía voluntariamente, sus sentimientos rompían la dura coraza. El cuadro de ellos dos, fácilmente interpretado como el acercamiento de un niño a una temible bestia, podía apreciarse la hermosura del momento en contraste de la horripilante e inmunda oscuridad del demonio.

    El delicado brazo de Ciel se levantó hasta tocar la máscara, acariciándola, siguiendo el sendero de las grietas, con ese simple acto mantuvieron una silenciosa conversación, todas las palabras enmudecidas por la boca fueron expresadas por sus cuerpos. ¿Qué decían? Eso ni yo puedo saberlo, pero, en un acalorado momento, Sebastian tomó fuerte el brazo de Ciel y, cayendo abatido sobre sus rodillas, la máscara se quebró por completo en un estridente ‹‹crash›› de cristal, la oscuridad fluyó desbordando el cuerpo ficticio. Las garras demoniacas de Sebastian serpenteaban por el suelo hasta escalar las paredes y teñirlas de negro. La habitación comenzó a inundarse, entre el fluido acuoso estaba Ciel, sin inmutarse en lo más mínimo, y con una sonrisa gentil, se sumergió junto a Sebastian.

    Si Ciel vio a su amado en forma demoniaca es tanto desconcierto mío como de ustedes, aun después de que la oscuridad regresó al amorfo cuerpo de Sebastian hasta reconstruirlo a la perfección, siguieron abrazados sin dirigirse palabra alguna.

    Las velas nuevamente ardieron en débiles flamas, a penas lo suficientemente para que los cuadros fueran apreciados con la tentativa de escalofríos. En medio de la habitación, durante extensos minutos dos cuerpos se hicieron uno en las sombras, cansados de su silenciosa conversación, Sebastian observó a Ciel con nuevos ojos.

    —‹‹…todas las palabras enmudecidas por la boca fueron expresadas por sus cuerpos…››, debo de admitir que este libro es muy meloso para mi gusto —dijo una voz.

    Sebastian tardó nada en ponerse frente a Ciel en posición de combate, los cuchillos de plata relucían entren los dedos vestidos de blanco. El origen de la voz era una figura encapuchada con finas capas de seda color negro; Ciel no le dio importancia al aspecto del extraño ser, posó su mirada en los símbolos, pasando de uno a otro, todos redondos y con extrañas inscripciones, deseoso de golpearse por ser tan estúpido, entendió que todos eran sellos de contratistas.

    El enigmático encapuchado siguió leyendo el diario, o al menos eso parecía, pues el lugar donde debería ir su rostro era reemplazado por un obscuro hueco de profundidad infinita, ni dos puntos brillantes eran indicios de que en aquel lugar existiera un rostro. La voz salía agria y cortada al recitar algunas partes del diario. Su esquelético dedo, delgado y largo como una rama de madera, se deslizaba sobre el papel al compás de la lectura. En otras circunstancias Ciel se hubiera ruborizado irremediablemente ante las barbaridades leídas del diario, lo que pasaba entre él y Sebastian debía quedarse en secreto, y ahora siendo vociferadas helaban la sangre. La extrañeza de la situación rozaba lo surrealista, ignorando las citaciones, se quedó inmóvil detrás de Sebastian.

    —¿Realmente luzco tan mal? Es cierto que tengo los dedos delgados, pero no son exagerados —luego levantó su dedo índice dándole vueltas como si lo observara por primera vez en la vida. —O puede que sí. En fin, ya estoy al tanto de su situación, mientras ustedes tenían su momento… amoroso, me tomé la confianza de leer el diario desde el comienzo. —Cerró el libro con un sonoro golpe de páginas, dando por concluida su lectura. —Tendrán muchas preguntas, pueden seguirme, por aquí.

    Tanto Ciel como su mayordomo permanecieron en el mismo lugar, la extrañeza del sujeto, acompañada de una inclinación al histrionismo, ofrecían poca confianza en un lugar tan tétrico y desconocido como lo era la biblioteca. El encapuchado dirigió su enorme agujero negro hacia sus visitantes en supuesto gesto de observarlos, luego tamborileó los dedos sobre la gruesa pasta del diario. Los ojos de los demonios en las pinturas siguieron al encapuchado, quedando frente a Sebastian.

    —Hubiera preferido saludar primero al Conde Phantomhive, pero en vista de que se encuentra ausente detrás de su espalda —tendió la mano, Sebastian correspondió, —soy al que buscan, ustedes me conocen como el bibliotecario, un gusto conocerlo, Sebastian; el diario en ningún momento menciona su nombre completo, pero sólo con Sebastian me basta. Oh, me alegro de que haya salido, Conde —exclamó alegre al ver que Ciel se encontraba expuesto.

    —Usted es el bibliotecario, pudo decirlo antes —espetó, aun inquieto.

    —¿Qué puedo decir? Me gusta el drama —hizo una cutre imitación de reverencia, —de hecho, a esta historia le falta drama —agregó hojeando las orillas del diario con el pulgar. —Ahora si gustan seguirme contestaré sus preguntas —y sin esperar respuesta dio media vuelta y encaminó a la salida. Lo largo de la túnica creaba el efecto de que el bibliotecario se deslizaba por el suelo, o tal vez no era una ilusión.

    Ahora acompañado, el extraño ser comenzó a hablar dando un tour por su habitad natural. Los pasajes que cruzaban cambiaban drásticamente, haciendo casi imposible percatarse del momento justo en que pasaban de una jungla de libros, hasta una sala donde lentamente caían cascadas viscosas de lava, se abrían paso en las profundidades del inframundo cayendo a un destino que Ciel sería incapaz de entender. El bibliotecario explicó que, siendo libros de la tierra Krienchof, debían mantenerse a temperaturas de hasta 2,000 °C o perderían la esencia de los antiguos hechiceros que los concibieron. Ciel no se atrevió a dudar de ese dato, pues las ondas de calor distorsionaban la mirada, quedándose así, como únicas preguntas: por qué su cuerpo era capaz de soportar semejante calor y, dónde diablos se ubicaría una tierra tan caliente. El final del andén lo marcaba una enrome boca. Después de engullirlos dieron a un largo pasillo con puertas de acero fuertemente atrancadas, una pequeña ventana dejaba ver el interior de la celda. En un pedestal posaba un libro apresado por gruesas cadenas.

    —Oh, esta es la sección de Grimorios. Es impresionante que una raza como lo es la humana, pueda llegar a tener tanto conocimiento sobre el mundo demoniaco. Ese que ves ahí se llama ‹‹La clave mayor de salomón›› —el bibliotecario le enseñó otra celda, el libro de igual manera posaba encadenado al pedestal. —Este se llama ‹‹Necronomicón››, según una predicción de otro Grimorio, un escritor llamado H.P. Lovecraft logrará estudiarlo y escribir sobre él, afortunadamente los humanos lo tomarán como un Grimorio ficticio —dijo con los brazos cruzados tras la espalda.

    Acabado de dar breves explicaciones de cada celda, salieron a un vasto campo de páginas de papel. Con cada paso las hojas salían revoloteando por los aires hasta perderse de vista entre el color del cielo. El Bibliotecario con su andar no provocaba ni el más ligero movimiento de hoja alguna, lo que llevaba a pensar que realmente se deslizaba.

    —Esta es la sala de las palabras futuras, si toman una hoja y la leen, estarán descubriendo lo que pasará de aquí en cien mil años —dijo el Bibliotecario sin darle importancia. Ciel no entendía esa actitud, una persona que poseyera el conocimiento del futuro sería reconocido como un dios. Levantó del suelo una hoja al azar, y apenas leyó la fecha citada cuando Sebastian lo tomó de la muñeca con un gesto reprobatorio. Ciel soltó la hoja, pero en lugar de caer al suelo, ascendió junto con otras hojas igual a una parvada.

    —Ya casi llegamos —dijo el Bibliotecario cuando lo alcanzaron sus visitantes.

    El encapuchado sacudió la mano frente a un muro de letras; una a una, las hojas se fueron desprendiendo de la pared como costras. Una inmensa puerta de madera quedó a la vista. Con dificultoso esfuerzo el Bibliotecario la empujó, el chirrido pareció alterar a todas las hojas que, alborotadas, pulularon en el aire impulsadas por un tornado invisible, el ruido del batir de las hojas llegó a ser ensordecedor. Ciel no pudo ver nada durante unos instantes, solo sintió la mano de Sebastian guiándolo al otro lado de la puerta.

    Una pequeña biblioteca, es todo lo que Ciel vio. Estantes descuidados albergaban libros descuidados. Al ser un lugar pequeño, la iluminación era mayor y cada detalle podía observarse hasta la minuciosidad, gracias a ello, Ciel completó las piezas, cada libro mostraba un título acompañado de un sello de contratista, tal como su diario. Todas las repisas, y la biblioteca completa, era una sección dedicada a los diarios malditos.

    —Desde los inicios de la humanidad, ángeles y demonios mostraron un bizarro interés por tu especie. Según un libro llamado ‹‹La biblia››, dice que los ángeles al sentir deseo sexual, descendieron a la tierra y copularon con las mujeres terrenales; convirtiéndose en demonios, ángeles caídos. —Con amarga voz agregó: —Corruptos de alas negras.  

    El Bibliotecario dijo todo lo anterior mientras observaba un cuadro colgado en la pared, la pintura mostraba un ángel con alas quebradas cayendo a las llamas, en sus brazos sostenía una mujer desnuda que de sus senos hinchados amamantaba a un bebé.

    —Dios reprobó ese acto tan vil, debía proteger a todos sus hijos. A pesar de que en sus inicios la tierra debió ser poblada siendo hijo de hermanos —contradicciones del libro sagrado—, una vez habitada, lo que posteriormente se llamaría como incesto, estuvo mal visto. Humanos y ángeles caídos eran hermanos, y por lo tanto no debían enamorarse. Quitando el hecho de ser una casta celestial con una terrenal. Dios decidió prevenir ese acto en un futuro, de esa forma, con la ayuda de satanás, creó una potente maldición. Seguro de castigar a quienes se amaban mutuamente y dar una lección a quienes podrían caer en tentación, nació el diario maldito. Lo que ves en esta sala son todas las personas que osaron retar ese mandato divino, todas muertas por si te lo preguntabas.

    —¿Este libro maldito es obra divina? —preguntó Ciel.

    —¿Te parece difícil creerlo? Dios no es más que un ente caprichoso.

    El Bibliotecario tomó un diario del estante y se lo arrojó a Ciel, lo vio con delicadeza. El simple diseño del pentagrama y el título no era nada fuera de lo común, pero la curiosidad de leer un diario maldito que no fuera el suyo lo sedujo. Todos mantuvieron silencio mientras Ciel leía partes sueltas del diario. Hablaba sobre un contratista llamado Alois Trancy, enamorado de su demonio, Claude Faustus, ambos muertos.

    —No es la primera vez que ocurre, todos y cada uno de estos libros narra sobre personas desesperadas en romper la maldición, algunos caen en desesperación y se suicidan, algunos demonios prefieren devorar el alma de su amado y simplemente morir de soledad.

    —Estas tratando decir que es imposible romper la maldición —dijo Ciel regresando el diario al lugar del estante.

    —No imposible, pero sí difícil, lleva su tiempo. He de ser sincero, nadie pudo jamás romper la maldición —El Bibliotecario abrió el diario de Ciel y le enseñó las hojas. —Pero todas las maldiciones tienen un punto de quiebre.

    Las hojas mostraban letras negras.

    —Ya no son rojas —exclamó Ciel sorprendido.

    —Al ser una mezcla de cielo e infierno no es perfecta, el libro no tiene total control para escribir con tu sangre mientras estés en el inframundo. No pretendo que te quedes aquí para siempre, es imposible, pero tómalo como un incentivo de que es posible librarte.

    —¿Qué debo hacer?

    —No lo sé, cada diario tiene condiciones específicas para romperse, debes conversar, eres uno con él, te será sencillo.

    Ciel se sentó en una silla al lado de los tantos escritorios repartidos por la biblioteca. Sebastian hurgaba en los estantes, sacando un libro, hojeándolo, y lo volvía a meter para sacar otro y repetir el proceso.

    —¿Cómo conseguiste todos estos diarios?

    —Cientos de miles de millones de libros repartidos por esta inmensa biblioteca del inframundo, y preguntas de dónde conseguí los libros pertenecientes a los humanos —esa grotesca oscuridad que hacia de rostro seguramente sonreía, —tu especie es tan simple, y a la vez tan complicada. Los libros cuando se quedan sin dueño son enviados aquí por uno de mis tantos mensajeros, se almacenan como todas las demás escrituras. —Observó a su alrededor con aire solemne. —Han existido tantos idiomas y escrituras como estrellas en el eterno universo, y al igual que las estrellas, terminan por extinguirse, esta biblioteca se encarga de mantener viva cada una de ellas. Si abres tu mente, no estás parado en una biblioteca, ni mucho menos en un mundo, entraste al universo infinito de las lenguas y las letras.

    Un súbito golpe hizo centrarse a Ciel, todas las posibilidades que estaban a su alcance, si existe una sección inundada de hojas que predecían el futuro, seguramente también existiría alguna que le ayude a romper la maldición. Al exponerle su propuesta al Bibliotecario, éste rompió en risas agrias y toscas.

    —Me conoces como el Bibliotecario, pero otros me llaman el Cartógrafo, contengo en mi mente un mapa de toda la biblioteca, si te atreves a salir solo, te perderás por siempre. También contengo toda la información de cada hoja resguardada aquí, soy capaz de leer cientos de libros en menos de un milisegundo, a ti leer un libro te llevará más de una semana, y eso si sabes otro idioma que no sea el inglés y dónde buscar adecuadamente. Eres un humano, no puedes completar tal proeza, incluso dudo que tu demonio pueda.  

    Los argumentos del Bibliotecario le cerraron la boca a Ciel, limitándolo a guardar silencio. Sebastian seguía pasando de libro en libro.

    —Tu túnica, posee muchos símbolos de contratistas, ¿siempre llevas la misma? —preguntó Ciel intentando alejar su mente.

    —Soy un ente incorpóreo, cada quién me ve como quiere. Seguramente estás viendo la Batuta de los condenados, contiene todos los sellos de contratistas que actualmente están activos en el diario maldito, puedes buscar el tuyo si te apetece.

    Y así lo hizo, hurgó en la túnica del Bibliotecario, cuando palpaba la seda no sentía un cuerpo bajo la capa, su mano se deslizaba hundiéndose en un vacío cubierto de seda. Los sellos brillaban en distintos colores, verdes, anaranjados, azules, etc. Un sello en especial llamó la atención de Ciel, no era el clásico pentagrama y brillaba más intenso que los otros, el flagrante color rojo se grabó en sus retinas. Siguió buscando hasta encontrar su sello, estaba ubicado bajo la manga de la túnica, el color violeta brillaba tan hermoso.

    —Creo que hemos acabado —dijo Ciel, —gracias por recibirnos, Bibliotecario.

    —Es mi deber, la factura de la visita les llegará después. —El bibliotecario le entregó el diario a su respectivo dueño.

    —¿Factura? —Ciel guardó el libro entre sus ropas.

    —Una biblioteca tan grande no podría mantenerse sólo con amor y rezos.

    Ciel asintió, seguido de una rápida pregunta sobre cómo salir. El bibliotecario abrió la túnica, la manta de seda quedó flotando en el aire como una boca negra lista para devorar. El ente indicó que era un portal, al cruzarlo regresarían al punto de partida. Sebastian fue el primero en zambullirse en la boca del lobo.

    —Ese diario contiene un gran poder, si lo sabes usar las cosas te serían más sencillas —dijo el Bibliotecario antes de que Ciel siguiera a su mayordomo.

    —¿Te refieres a los pactos? —El recuerdo antes del portal lo seguía aterrando.

    —Puedes verlos como deseos costosos, siempre te pedirá cosas diferentes a cambio, pero lo que es imposible para un humano puede realizarse sin miramientos.

    Con eso en mente, Ciel dejó absorberse por la oscuridad hasta perder de vista la biblioteca.

   

—Fin del Capítulo Cuatro—


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