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Heredero de Maldiciones por Richie Ness

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Notas del capitulo:

Veo que le ha gustado el comienzo de la historia, viajero, no pare de leer que se pone mejor, hay una parte donde, ¿Qué, no quiere que le diga? Bueno, aunque puede sorprenderlo.

Heredero de Maldiciones

Capítulo Uno

—Tinta Negra—

 

    El cielo sobre la mansión Phantomhive era cautivo de una espesa manta gris, tan ancha y grande hasta donde la mirada alcanzaba a ver, mismo cuadro que Ciel observaba desde su dormitorio. Con el hallazgo de ese diario, parecía que hasta los cielos lloraban en melancolía mutua, y el semblante de Sebastian no mejoraba en nada la situación, mismo que acababa de entrar en la habitación con una bandeja llena de postres y té.

    —Es mejor que alegre su corazón, joven amo, y eso se comienza desde el estómago —sugirió el mayordomo a la vez que vertía el líquido caliente en una taza de fina porcelana.

    Ciel no comentó nada, pero convenía totalmente, su boca estaba agria de angustia y, convencido de que hasta la miel le sabría a jugo de limón, mordió un pastelillo de choclate embardunado con merengue y cereza. El resultado fue inmediato, pues ni bien terminaba de saborear el primer bocado cuando Sebastian inquirió:

    —Ya se siente mejor, ahora beba el té.

    —Sabes, Sebastian, hay tantas cosas que me gustaría que respondieras —comentó calmo, ahora que recuperaba energía la tranquilidad volvía a gobernar sobre sus pensamientos.

    —Lo haré con gusto, siempre y cuando las respuestas estén a mi alcance. —El mayordomo ahora se encontraba erguido solemnemente, dispuesto a dar cuanto su amo deseara. Ciel dio un último sorbo al té mientras luchaba por mantener orden en sus revoltosas preguntas. Su mente insistía en rememorar el momento cuando encontró el libro.

    —El diario parecía muerto —comentó Ciel, tal vez a Sebastian, tal vez a sí mismo. —Sus hojas podridas, vacías de contenido alguno. Pero de la nada se escribió una palabra con trazos grises de enfermedad. ¿Cómo? Puede ser que…

    En un momento de repentina iluminación Ciel se lanzó contra el escritorio, abrió el diario en una página al azar y después de remojar el plumín en tinta, escribió: ‹‹Ciel Phantomhive››. La tinta se mantuvo en su lugar momentáneamente, pero pronto perdió su forma y resbalándose de la hoja como sudor, desapareció rastro alguno de existencia.

    —¿Qué significa esto? —masculló Ciel sin creerse lo sucedido.

    —En mi opinión, el diario solo puede mancillarse con sangre —inquirió el mayordomo inclinándose para observar el escurrimiento de la tinta.

    Empleando un abrecartas, Ciel hizo una cortada superficial en el dedo índice, dejó caer la sangre sobre el plumín y una vez teniendo suficiente, repitió el proceso de escribir su nombre. La sangre quedó impresa, las letras relucían en un macabro color escarlata. Ciel estaba por abrir la boca en visaje asombro cuando, sobre su nombre se escribió con aterradora letra: ‹‹No te atreves a intervenir en el futuro››. Luego ambas oraciones fueron devoradas por la hoja.

    Sebastian guardó el libro en el cajón del escritorio. Ciel se concentró en la taza de té, observando su contenido como si pudiera descubrir todas las respuestas en las ondas del líquido. Sin dejarse vencer por algo como eso, respiró hondo.

                                                                         

 

    —Creo que lo principal es que me digas todo lo que sabes con extrema minuciosidad, ¿entendido? —dijo con extremo recato, como si con eso aparentara que nada pasó.

    —Yes, My Lord —y acto seguido el mayordomo se postró. Ciel no pudo evitar reprimir una ligera sonrisa de complacencia.

    —Primero, ¿por qué existe un libro como ese? —agregó un dejo de asco en la última palabra.

    —Como se lo comenté anteriormente, son creados por demonios en específica situación. Su única razón de existir es como castigo al romper una condición estipulada en el contrato firmado. Me rectifico, joven amo, más que un castigo es una maldición.

    —¿En qué consiste esa ‹‹fatídica situación››?

    Sebastian siguió mirando el suelo con los labios sellados, los segundos se ralentizaron mientras Ciel esperaba una respuesta.

    —Vamos, Sebastian, mi vida está contada en páginas, no tenemos tiempo para perder —apresuró con notable irritación.

    Por la garganta del demonio se vio tragar saliva, el sudor se escurría entre sus finos cabellos negros y, de su mirada desesperada se proyectaba la sombra de la duda, disputada entre responderle a su amo con la verdad o mentirle cruelmente. La segunda opción no era fiable, pues todo aquello se desató enteramente por su culpa, un descuido imperdonable, más aun habiendo visto lo sucedido cuando Ciel escribió en él; presto a dejar relucir la verdad arrastrada de suciedad e inmundicia, finalmente levantó la mirada. Sus ojos en ardiente color carmesí refulgían en determinación, y antes de acobardarse, cumplió la orden.

    —El libro es creado cuando el demonio se enamora del contratista.

    La incredulidad se hizo dueña de Ciel, decir semejante tontería en un momento como ese no era digno del mayordomo de los Phantomhive; pero de incomprensible modo, una diminuta parte de él escuchó aquella confesión, y haciendo caso, dio beneficio de la duda.

    —Sírveme más té —y antes de terminar la orden Sebastian ya tendía la humeante taza. —Gracias. —Ciel olió el suave olor a canela antes de dar el sorbo que, en combinación con la miel, logró regresarlo a la normalidad. —Quiero que te expliques mejor.

    —Durante miles de años los demonios han vivido al lado de los humanos, ¿cree que unos seres tan inferiores han podido llegar a donde están sin ayuda? No, nada de eso, a pesar de adoptar formas humanoides no poseemos sentimientos —hizo una ligera pausa, —pero algunos pocos demonios logran establecer sentimientos, son raras ocasiones, y todas ellas tienen en particular que siempre era con el contratista. Desconozco la naturaleza de esos eventos, incluso yo, experimentándolo en carne propia, es incomprensible para mí.

    ››No lo quería admitir, no me podía enamorar de mi contratista, seguí intentando enterrar mis sentimientos en las garras del olvido, pero sus restos seguían ahí. Pasó el tiempo, con cada experiencia vivida a su lado como su fiel mayordomo afloraba ese sentimiento. Conocía la maldición, pero obstinadamente me hice creer que era imposible la creación del libro maldito. Un día, después del caso de la bruja verde, emprendía nuevamente mi trabajo como su mayordomo en la mansión, entraba en la habitación justo cuando lo vi, agrietado con llamas del inframundo, el libro supuraba cenizas rojizas que pululaban en el aire dando girones. Agradeciendo que siempre deba levantarlo, me apresuré a limpiar y esconder el libro. Finalmente zanjé el asunto, si nunca despertaba, estaría a salvo.

    Las dudas de Ciel en lugar de esfumarse iban amasándose igual a las nubes grisáceas anteriormente vistas, pesadas en desgracias, Ciel sentía fatiga y anhelaba pronto ir a la cama, olvidar todo como una pesadilla. Miró el diario sobre el escritorio, pasó sus manos por la pasta, palpando cada rugosa textura. Sebastian se colocó detrás, posando sus manos en los hombros del niño.

    —Me siento terriblemente mal, pero ¿sabe?, My Lord, hay una cosa que no le conté —con afilada sonrisa prosiguió— nunca creí posible la existencia del libro porque el sentimiento debe ser mutuo. Usted siente algo por mí.

    La reacción fue inmediata, Ciel se levantó del asiento como un resorte y, con las mejillas arreboladas, encaró a Sebastian; su corazón golpeaba la pared del pecho en descontrolado ritmo, su sangre se movía vertiginosamente por las venas.

    —Nada de eso, Sebastian, te equivocas, todos esos mitos están equivocados. No existe manera alguna de que yo me enamore de ti —la respiración de Ciel era tan acelerada que hablo extremadamente rápido, al finalizar tuvo que detenerse un momento a pensar en lo dicho.

    ¿Y si era cierto? Si veía a Sebastian como algo más que su mayordomo al cual ordenarle servirle el té o asesinar a todo un ejército de soldados. No, debe ser el momento, la situación, el lugar. ¡Debe ser todo! Sacudió la cabeza intentando despejar las nubes tormentosas que nublaban su juicio. Antes de enterarse, su ritmo se normalizó y regresó a la realidad, Sebastian lo miraba con amor y una sonrisa alentadora.

    —Mañana partiremos en busca de respuestas, ¿sabes de alguien que nos pueda ayudar? —preguntó Ciel reponiendo avergonzado la compostura, pues justo hace un momento, actuó como un niño infantil.

    —Para un libro de la muerte se necesita hablar con la muerte misma —respondió Sebastian, —Undertaker puede tener respuestas, no serán gratis, pero con su vida en juego cualquier precio es poco.

    Ciel deseaba terminar con todo eso, además la idea de Sebastian era buena, así pues, con un gesto de afirmación dio por concluido el conciliábulo.

    —Necesito descansar, mañana temprano partimos.

    —Iré a preparar el agua, no tardo en regresar para cambiarle de ropa —Sebastian estaba por salir de la habitación cuando Ciel lo detuvo con la voz.

    —No es necesario, basta con que traigas el agua, me puedo cambiar yo solo.

    —Pero, joven amo, siempre ha sido mi trabajo atenerlo antes de…

    —Es una orden, Sebastian —interrumpió Ciel con ferviente voz.

    La impresión del mayordomo era poca comparada a la amargura con que dijo:

    —Yes, My Lord —y salió de la habitación dejando solo a su amado amo.

    Ciel se recostó en la cama, pensativo. Tanta información, tantos cambios creados en menos de unas cuantas horas. ¿Qué mi mayordomo me ama? Son tonterías, un mayordomo no debería ser capaz de amar… pero el libro era una prueba de lo contrario. ¿Y si era mentira? ¿Y si realmente siento algo por Sebastian? Otros cientos de preguntas se agolparon en su cabeza, estrujándose con las ya anteriormente creadas. Necesitaba encontrar todas y cada una de las respuestas, pero no ahora, no era el momento, aun sabiendo que su vida era arrebatada por cada letra en un diario, de nada servía mortificarse y malgastar su vida.

    La luz del pasillo penetró en la oscura habitación rompiendo la penumbra.

    —Aquí tiene el agua, joven amo, el cambio de ropa se la dejo sobre la cama.

    —Gracias, puedes marcharte. —Las afiladas palabras fueron envenenadas con un firme movimiento de la mano.

    Al salir, Sebastian dejó abatirse en el pasillo, tomándose el cabello entre las manos evitando desmoronarse como un castillo de arena. Nunca debió decirle la verdad. Prometiéndose ser más cuidadoso con sus palabras y acciones, se reincorporó del suelo, sacudió sus ropas y retomando el papel del mayordomo de los Phantomhive se dispuso a preparar todo para el día siguiente.

 

    En la mañana Ciel ya estaba despierto y vestido al momento de entrar Sebastian, motivo por el cual se sintió estúpido al regresar la bandeja de agua y ropas a su lugar. Durante el desayuno, que consistía en pan con mermelada y poco más, el mayordomo le dio el periódico a su amo. Pasando las páginas un artículo llamó su atención, narraba la quinta desaparición en Londres en el lapso de dos meses, todas personas adultas en perfecta salud. Ninguna prueba en las presuntas escenas del crimen, el culpable seguía libre y sin rastro de una próxima captura.

    —Desapariciones en Londres —dijo Ciel.

    —No es algo que le deba preocupar en este momento, joven amo, siempre hay desapariciones en Londres, en una ciudad tan grande pueden pasar cientos de cosas.

    Ciel vio el artículo una última vez, por algún extraño motivo deseaba recordarlo, después de saciar su curiosidad dejó el periódico a un lado, apresuró su desayuno y antes de las ocho de la mañana estaban camino a la tienda de Undertaker. Durante el trayecto Ciel no pudo impedir su curiosidad al leer el diario. Por momentos cambiaba su expresión en fragmentos de tristeza, angustia o vergüenza. Sebastian, mientras tanto, se deleitaba al verlo, cosa que sabía, estaba mal.

    —Sebastian, yo siento lo de ayer —dijo de repente Ciel, sonrojado, —estaba agotado y mi mente no dejaba de dar vueltas, no actué de manera…

    El mayordomo lo silenció colocando el pulgar en los labios de su amo, tan suave que apenas se sentía.

    —No es necesario que se disculpe, es comprensible, ahora debemos enfocarnos en Undertaker.

    Ciel no lo dijo en ese momento, pero en su interior germinaba la semilla que Sebastian plantó el día anterior, letárgicamente sus raíces se expandían en los sentimientos del necio Phantomhive. Sea porque leer sus acciones desde un punto de vista diferente lo ayudaba a entender a la otra persona, o sea porque simplemente el dormir le ayudó a re ordenar sus ideas, el pensar que pudiera sentir algo por Sebastian ya no sonaba tan descabellado.

   

    —Fin del capítulo uno—


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