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Heredero de Maldiciones por Richie Ness

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Notas del capitulo:

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Heredero de Maldiciones

Capítulo Dos

—Tinta Blanca—            

 

    La mansión de los Phantomhive había quedado atrás hace tiempo, ahora el carro se encontraba deslizándose en las entrañas de Londres, cuyas calles rebosaban de vida, gente pululando en las aceras, y  las calles repletas de caballos relinchando ante el constante batir de las correas. Ciel miraba el espectáculo desde la ventanilla, intentando despejar la mente de los confusos sentimientos albergados en un desconocido lugar de su corazón. Por otra parte, Sebastian dejó a un lado todo pensamiento que lo distrajera de su problema actual; Undertaker, dudaba que estuviera dispuesto a ayudar por las buenas, y toda precaución con aquel curtido Shinigami era poca, situaciones que desembocaron en fatídicos resultados le enseñaron al demonio a temerle. Por un segundo se cuestionó la decisión antes de que fuera demasiado tarde. La aberrante sensación del miedo debió escurrirse de entre sus intranquilos pensamientos hasta el rostro, pues Ciel se acercó a él:

    —Sé lo que estás pensando, tampoco es una idea que me agrade, pero se debe hacer, estamos juntos en esto —inquirió con desasosiego.

    Sebastian se tocó el abdomen, justo en el lugar donde la Death Scythe de Undertaker lo perforó, el miedo se escabulló de su mente a todo el cuerpo. Ciel lo tomó de la mano y estrujándola, miró a su mayordomo con determinación.

    —Eres el mayordomo en jefe de los Phantomhive, no debes permitir que alguien como él afecte en tu conducta.

    En ese preciso momento, a los ojos de Sebastian, Ciel era el ser más bello que tuvo la fortuna de apreciar. Rememorando la ocasión que hicieron el contrato, cuando llegaron a la destrozada mansión y no eran más que un par de tontos, el demonio inexperto en labores domésticas y su arrogante amo escuálido que apenas podía bañarse sin ayuda; desde ese momento pasaron incontables cosas juntos, hasta ser arrastrado a un punto sin retorno: el incondicional amor hacia su contratista.

    —My Lord —dijo tomando la barbilla de Ciel, —ese libro lo tengo bien merecido.

    El carruaje se detuvo antes de que el niño pudiera responder palabra alguna, el mayordomo rápido y servicial, bajó para tenderle la mano a su amo, ayudándolo a descender con cuidado del carro. Ambos estaban preparados para entrar a la tienda cuando el estremecer de la multitud resaltó sobre el rugido matinal de la ciudad. Entre las personas podían verse los uniformes azules de la policía que vanamente retenían la curiosidad de los morbosos espectadores. Ciel estaba deseoso de acercarse a husmear, pero Sebastian lo detuvo con gentileza y logró persuadirlo para regresar a su tarea principal y, aceptando de mala gana, entraron a la tienda.

    La muerte aparecía en todas direcciones tornada en féretros, la decoración gótica y elementos sobrecogedores situados en las estanterías daban a aquel lugar una sombría incertidumbre sobre si algo acechaba entre los concurridos espacios lúgubres; motivo por el cual la inquietud de Ciel evolucionó hasta ser una espesa sensación de escalofríos. El efecto en sebastian era diferente, el único miedo que poseía era un ataque de Undertaker, mismo que se vislumbró detrás del mostrador.

    —Espero, demonio —la sombra comenzó a hablar con la inconfundible voz del Shinigami, —sea una visita para ponerle fin al sufrimiento del Conde. —Acabando de decirlo, la temible Death Scythe nació de las sombras.

    —Me temo que esta es una visita pacífica —atajó Sebastian con las manos en alto.

    Ciel no alcanzó a ver el momento en que Undertaker se colocó justo delante de ellos, en específico, cara a cara contra Sebastian. A sabiendas de la sinuosa relación entre aquellos dos seres, era deber suyo evitar toda posible confrontación.

    —El asunto es conmigo, Sebastian me acompaña como mayordomo de la casa Phantomhive, no hará nada si no se lo ordeno yo—se apresuró a decir.

    —¿En qué le puedo ayudar al Conde? —las palabras de Ciel parecieron hacer efecto, la hostilidad del anfitrión desapareció tan rápido como su arma.

    Ciel miró a Sebastian, este asintió con la cabeza y en respuesta al mayordomo, extrajo de entre sus ropas el libro maldito. Los ojos de Undertaker dieron un respingo de asombro que no logró disimular.

    —Cuando pude leer tu expediente nunca pensé que algo así fuera posible —dijo a la par que deslizaba su mano por el abdomen de Sebastian. El demonio se estremecía de odio, soportando la acción más que dolorosa para su orgullo, en la sonrisa de Undertaker traslucían una confortable sensación, dichas en llanas palabras: ‹‹Como acariciar a Cerberos sin temor a que ninguna de sus tres cabezas te devore››. Dejó de azuzar al mayordomo, tomándose un momento para limpiar su mano con un pañuelo y prosiguió. —Pero veo que a nuestro Conde le gustan las cosas difíciles. ¿Vinieron con la intensión de narrarme su vida amorosa? Debo declinar lo oferta.

    —Tengo entendido que puede ayudarme, cuenta con información sobre este libro capaz de salvar mi vida.

    —No debe mal interpretar mis acciones, no soy cortés con usted por estima, me da igual si muere o no. —Y dando por terminada la conversación, se dispuso a marcharse.

    —¿Qué es lo que quiere? —escupió Ciel desde el otro lado de la tienda. Undertaker se detuvo con complacencia, que aun siendo visto de espalda, era claramente lo que deseaba escuchar. Alegremente dio  media vuelta, regresando así con sus visitantes.

    —Ha dicho las palabras mágicas, Conde, recibirá mi ayuda a cambio de eso—dijo señalando al tétrico libro que Ciel sostenía.

    —¿Desea el diario? ¿Por qué? —balbuceó confundido.

    —Como se acaba de demostrar, el conocimiento es poder, y ese artefacto es digno de estudio, quiero poseer uno.

    —Lo quiere sólo para… ¿estudiarlo? —Ciel no lograba darle crédito a sus oídos.

    Undertaker se inclinó hacia adelante quedando a centímetros de Ciel, a su vez miraba por el rabillo del ojo al mayordomo, el cual dejaba relucir su enojo e irritación a través de sus relampagueantes ojos carmesí.

    —¿Quiere mi ayuda o no? —preguntó con extrema satisfacción.

    Sebastian, que podía jactarse de servir fielmente a su amo al punto de soportar reiteradas heridas a su orgullo y, hasta ese momento permanecer sin articular palabra, rompió el silencio con seguridad.

    —De acuerdo.

    —¿Pero por qué? —Ciel miró atónito a Sebastian.

    —En estos momentos no podemos permitirnos dejar escapar ninguna pesquisa que nos lleve a su salvación, aun si eso involucra hacer tratos con un Shinigami —respondió con recato sin atreverse a enseñar cualquier otro semblante que no fuera la tranquilidad.

    —Si tan sólo combatieras como razonas —se burló Undertaker con esa molesta risa suya, —Conde, recomiendo hacerle caso al demonio, no me permito hacer una oferta mejor, de otra manera si desea algo de mí, tendrá que extraérmelo al borde de la muerte.

    Ciel observó el codiciado libro, sopesando sus opciones.

    —Está bien, pero el diario será entregado cuando todo acabe, por el momento es de fundamental importancia que yo lo posea.

    —No esperaba menos de usted, Conde, es un trato de palabra, entonces —Undertaker le tendió la delgada pero firme y fuerte mano, Ciel dudó un momento, finalmente respondió con un apretón, de esa manera, comenzando a hundirse cada vez más en los confines del inframundo. —Síganme a la parte trasera. —Y dicho eso, los tres se dirigieron al almacén.

    El reducido espacio de aquel lugar no prometía únicamente la claustrofobia, los objetos escondidos en las vísceras de las sombras daban una inquietud peor que en la parte delantera, y debido a la poca iluminación era un escenario perfecto para el nacimiento de criaturas tan horribles como sólo la mente era capaz de crear.

    —¿Es necesario conversar en este lugar? —preguntó Ciel con la voz trémula.

    —No se asuste, Conde, todo lo que ve aquí está muerto, —se detuvo en el andar y después de un rápido pensamiento, agregó: —aunque en su experiencia debe saber que eso no asegura nada, de cualquier forma le doy mi palabra de que estará bien. Ahora, por favor tomen asiento.   

    Ignorando la invitación de su anfitrión los dos permanecieron de pie mientras Undertaker buscaba en las estanterías lo que, suponían debido a la naturaleza de la indagación, era un libro; al cabo de un momento el Shinigami exclamó: ‹‹Aquí está››. Acomodándose en su silla adornada con osamentas y, tomando un trozo de papel y pluma, comenzó a dibujar guiado por el libro hasta lograr un símbolo facsímil que se mostraba en un recuadro de la página que había buscado con anterioridad.  

    —¿Qué es eso? —inquirió Ciel sin entender la situación.

    —Su respuesta, yo sé un carajo sobre esos libros malditos…

    Lo que ocurrió a continuación fue víctima de la incertidumbre, tanto del joven heredero como de su servidor, sin explicación ante la secuencia acompañada de papeles desparramados y objetos quebrados a diestra y siniestra, tanto demonio como Shinigami terminaron cuerpo contra cuerpo, el primero con el filo de la Death Scythe saboreando su cuello, un fino hilo rojo se escurría por la hoja; el segundo, siendo sujetado por férreas manos, y a pesar de estar incrustado contra la pared, poseía la estremecedora sonrisa afilada que lo caracterizaba.

    —No estoy de humor para bromas, explícate o prometo que aun si es acosta de mi vida, te desollaré lentamente —la amenaza de Sebastian logró traspasar la indiferencia de Undertaker, pues la sonrisa se borró de su rostro.

    —Palabras atrevidas para alguien que tiene el filo de un Death Scythe en el cuello, —al no recibir más respuesta que una mirada asesina, se dirigió a Ciel: —Como iba diciendo, sé un carajo de esos libros malditos, pero conozco una persona —o cosa— que te podrá ayudar de mejor manera, le dicen el bibliotecario. El pentagrama que está dibujado en el papel sirve para abrir el portal, debe encontrarse en alguna parte de esos documentos, —señaló a un tumulto de hojas causadas por la precoz batalla.

    Ciel no demoró en hallar el trozo de papel.

    —Tienes que dibujarlo en el suelo con tiza, colocar en el centro un trozo de hoja del diario maldito que tenga escrito: ‹‹Llevadme con el bibliotecario››, y lo demás me es incierto, nunca hice un ritual como ese.

    —¿Eso es todo? —Preguntó Ciel, —¿nada de sangre de vírgenes o sacrificar bebés?

    —Vas a crear un portan al inframundo, no a practicar necromancia.

    —Es más sencillo de lo que pensaba. Sebastian, nos vamos.

    El demonio soltó al Shinigami no sin antes enterrarlo más en la pared, dejándolo preso de las agrietadas garras del agujero, luego alcanzó a su mano en la salida del almacén.

    —Recuerda tu palabra, Conde, ese diario me pertenece —exclamó mirando a Ciel, quien se fue sin dar respuesta. —La próxima vez que no veamos, demonio, será la última —se dijo a sí mismo hirviendo de rabia.

 

    —¿Realmente planeas darle el diario? —Preguntó Ciel una vez fuera de la tienda, se tranquilizó al sentir los tibios rayos del sol y sin ningún objeto malicioso a la vista.

    —Prefiero morir antes que verlo en posesión de semejante libro, y me aseguraré de llevármelo conmigo —sus ojos seguían ardiendo en ferviente furia. Antes de salir de la tienda se frotó el cuello, Ciel se cuestionó si era con la intención de limpiar la sangre o hacer pasar la molestia del filo. —Claramente mentí desde el comienzo, en última instancia deseaba un enfrentamiento contra Undertaker, pero al ver que era la única manera…

    —Entiendo, me alegro de tener un punto de partida —dijo Ciel mirando el pentagrama.

    El mayordomo llamó al carro, pero su joven amo posó la mirada en los policías uniformados, ahora la escena estaba despejada, apenas unos cuantos curiosos transeúntes se detenían a mirar para pronto reanudaban su marcha. Ciel convenció a Sebastian para ir a observar, ahora que cumplieron su cometido, el portal podría esperar un poco. A Sebastian le pareció una mala idea, apresurarse a cancelar la maldición era esencial antes de cualquier otra cosa, y si Ciel no olvidaba el efecto del diario, corría el peligro de morir desangrado.

    —Será rápido, vamos hasta allá, miramos un poco el alboroto y estaremos en la mansión para después de la comida. —Con eso dicho, al demonio no le quedó más opción que ir en pos de su joven amo.

 

—Fin del Capítulo Dos—


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