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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaa :3

No estaba muerta y no andaba de parranda! Estaba trabajando duro aunque uds no lo crean :3 

La verdad es que había estado trabajando en un proyecto... varios de ustedes ya me han pedido una versión descargable de "La Ciudad de los muertos" y fue justamente eso lo que, junto a mi paciente Beta (que amo con todo mi corazón) comenzamos a hacer. 

He dividido la primera temporada en tres volúmenes, porque juntarlo todo en uno solo iba a ser eterno (como 600 páginas xD) 

Pueden encontrar el link del primer volumen en la página de facebook 

https://www.facebook.com/infernalxaikyo/



CAPÍTULO INTENSO :D No lo he revisado muy bien, así que por favor tengan ojo con los errores -Y HORRORES-  ortográficos (sí, horrores puede haber muchos. Terminé el capítulo como a las 2 de la mañana y estaba media dormida xd) 

Saludos :) 

 Capítulo 38 

 

 

  —Cristina… —Una voz entra en mis oídos y me obliga a despertar, pero mi cuerpo tarda en hacerlo. Estoy cansada, estoy hambrienta y tengo frío—. Cristina, ¿estás despierta? —susurra apenas esa voz, muy bajo. Entonces mi cuerpo reacciona.

  —¿Estás bien? —pregunto hacia la oscuridad que me ha mantenido ciega todos estos días. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Cobra descubrió mis planes y me dejó aquí encerrada, pero la voz de Steve me ha hecho sentir viva cada vez que habla.

  —Creo que ya no morí —se ríe; su risa se escucha líquida, cansada y casi agónica, pero me hace sonreír.

Como lo he hecho cada vez que despierto, forcejeo con las esposas que me tienen atada a la camilla sólo para comprobar que siguen ahí, alrededor de mi muñeca. Entonces vuelvo a la realidad. No es una pesadilla. Es real, tan real como estos malditos grilletes. Suspiro.

  —¿Tus heridas se han abierto? —pregunto, sólo para mantenerlo despierto. Él ha tenido menos momentos lúcidos que yo debido a todas las lesiones que Cobra le causó la última vez. Debo mantenerlo consciente todo el tiempo que pueda. Tengo miedo de que muera.

  —Están bien… —dice. Su voz apenas se escucha en esa fría habitación sin ventanas—. ¿Cómo está tu muñeca?

  —¿Y eso qué importa? —Esta vez la que se ríe soy yo. Yo sólo estoy inmovilizada. A mí no fue a la que le estrellaron la cabeza contra el piso, a mí no fue a la que violaron hasta causarle desgarros. ¿Cómo era capaz de preguntarme cómo estaba? ¿¡Acaso buscaba burlarse de mí!?—. Son sólo unas esposas —digo finalmente, negando todos esos pensamientos que sé son producidos sólo por el estrés del encierro y el hambre. Él no quiere reírse de mí, sólo busca ser amable.

  —Pero no te lo mereces —dice y su boca emite un quejido cuando intenta moverse. Escucho cómo se sacuden las cadenas que lo tienen sujeto.

  —Tú tampoco mereces lo que te está pasando —respondo, mientras forcejeo otra vez con las esposas. Sostengo un grito y lo atasco en mi garganta. No quiero que él me escuche gritar de frustración.

  —¿Quién sabe?

  —¿Quién sabe? —repito, y me siento irritada de pronto. Intento controlarlo. Es debido al estrés—. No me digas que crees que alguien merece esto —sé que bajo mi enojo se oculta toda la preocupación. ¿Él se sentía culpable por algo? ¿Él se sentía culpable por esta situación? Eso era una ridiculez de la cual no podía hacerme cargo. Nunca presté la suficiente atención al área de salud mental, porque jamás creí que al involucrarme en el proyecto cero terminaría ante casos tan brutales como éste. La gente de estos días está rota, trastornada y destrozada. La estabilidad mental de nuestra sociedad pende de un hilo muy fino. Debí haberme especializado cuando tuve la oportunidad, lo sé ahora—. Sabes que no es tu culpa —me gustaría haberme especializado, para poder ayudarle ahora. Pero no puedo hacer nada más que curar sus heridas. Y ni siquiera soy capaz de eso en estos momentos.

  —Soy su hermano… —dice y un escalofrío corre por mi columna vertebral, tan rápido que me estremezco. Sí, sé que son hermanos y el sólo hecho de pensar en eso me da asco. Cobra es un asqueroso—. Pude haberlo evitado.

  —¿Evitar qué? —soy escéptica. No imagino a Cobra de otra forma—. Eres su hermano y mira lo que ha hecho contigo. Es una bestia.

  —Lo es —Él no lo niega y seguramente lo sabe mejor que yo. Es él el que ha visto su lado más malvado, yo sólo he probado una pizca—. Siempre fue así… —comienza y entonces me siento alegre de escucharle hablar tanto. No sé cuántos días hemos pasado aquí encerrados, no sé cuántos días él ha estado con esas heridas sin tratar, pero hoy ha hablado más que los anteriores y eso es bueno. Estará bien. Va a ponerse bien. Todas mis esperanzas se concentran en ello—. Debí saberlo, él siempre se sintió atraído por E.L.L.O.S

  —Creí que Cobra había trabajado siempre para E.L.L.O.S.

  —No —Él rió, o hizo el intento de hacerlo—. Nuestra familia siempre trabajó para E.N.C.E

  —¿El grupo Endurance? —Mis dedos tiemblan en un escalofrío de pura sorpresa—. Creí que eran un mito.

  —¿Y quién crees que mantuvo a E.L.L.O.S en la sombra por tanto tiempo? —suelta una risa que sí logro oír claramente, una risa orgullosa. Había escuchado sobre el grupo Endurance, pero creía que eran sólo rumores para atemorizar a los trabajadores de E.L.L.O.S. Se decía que E.N.C.E era una organización violenta y antiprogresista, que le había declarado la guerra a E.L.L.O.S desde su formación y que ambas organizaciones siempre estuvieron en una constante lucha de poder. Pero esa fue la historia que mis superiores me contaron, personas sin escrúpulos que no dudaron en crear un virus que tenía hoy en día a la humanidad pendiendo de un hilo.

La definición de «progreso de «progreso» de E.L.L.O.S siempre fue un poco retorcida.

  —Pero perdieron la guerra —digo y noto que mi voz se escucha raspada. Me duele la garganta. Creo que voy a enfermar—. Mira dónde nos tiene E.L.L.O.S

  —No —Mi vista es casi nula en la oscuridad, pero veo su silueta moverse y me invade la incómoda sensación de que él me está mirando fijamente—. La guerra no está perdida todavía.

Me impresiona oírle hablar así. Me impresiona que una persona como él, con todas las torturas que ha sufrido, con todo el daño que ha recibido sea capaz de pensar de esa forma. Detrás de su voz cansada y enferma percibo esperanza. Y eso me da escalofríos.

Entonces recuerdo a mi pequeño fantasma, Dania. Ella es esperanza.

  —¿Qué pasó con Endurance? —pregunto. Él se ríe.

  —Sus restos en este país son La Resistencia… —dice y el rastro de orgullo sigue manchándole la voz.

  —Creí que La Resistencia también era un mito.

  —Oh, ellos son más reales que nunca… —quiere decir algo más pero se detiene. Su voz se apaga de pronto y eso me asusta por algunos segundos porque creo que se ha desmayado de repente. No sería raro—. O bueno… —continúa y yo suelto aire en un suspiro—. Lo eran hasta hace cinco años.

Entonces recuerdo que él no tiene idea de lo que ha pasado desde el desastre en la base de E.L.L.O.S, donde lo capturaron. Recuerdo que él no sabe que las calles están más vacías que antes, no sabe que los sobrevivientes han comenzado a agruparse en varias comunidades bajo tierra, no sabe de las avenidas repletas de infectados, ni de la existencia de La Hermandad, ni tampoco sabe sobre la guerra que está a punto de venir.

Y por primera vez, Steve me parece afortunado.

Un ruido hace que me paralice, que mis músculos se tensen como una cuerda que dispara mi respiración y me acelera el pulso. Escucho la cerradura de la puerta otra vez y sonrío, una sonrisa nerviosa y agitada. Sonrió porque conozco ese sonido, porque lo he oído antes, porque sé quién es la que estaba moviendo esa cerradura. Es mi esperanza.

Ambos guardamos silencio, sé que él también escuchó y sé que también está conteniendo el aire, rogando en su interior porque esa cerradura ceda esta vez y así podamos salir de aquí. Dania ha estado viniendo. No sé cuántas veces lo ha hecho en este tiempo pero la he sentido al menos una vez por cada vez que me despierto. Lo ha estado intentando y por cada intento parece estar más cerca. Cierro los ojos, me concentro en el sonido de la cerradura, escuchó algo que en ella y falla, una y otra vez. No quiero respirar, siento que si lo hago todo volverá a fracasar. Abro los ojos y miro por el espacio que existe entre la puerta y el suelo. No hay luces; definitivamente es ella que no quiere ser descubierta.

  —Vamos, niña —murmura Steve, con la voz contenida en la garganta, casi como un susurro. Sus palabras son sólo aire que apenas sale de sus pulmones—. Vamos, pequeño fantasmita —dice, más fuerte. Su voz despierta todos mis sentidos, me eriza la piel, me pone en alerta. Esa voz también es esperanza.

  —Vamos, Dania… —musito yo también y la cerradura hace un sonido seco, pero no cede. No es suficiente—. ¡Vamos! —grito. Steve no tiene la fuerza para hacerlo, pero yo sí. Yo seré esa fuerza—. ¡Vamos, Dania! —le animo más alto.

Entonces un sonido corto y preciso me inunda los oídos. Es la cerradura que acaba de ser accionada.

Respiro. Puedo hacerlo ahora.

La puerta se abre, una luz se enciende y me golpea tan fuerte en los ojos que inclino la cabeza y la pego contra la fría camilla a la que estoy atada para no ver. Escucho unos pasos, pequeños, rápidos y ligeros, que entran en una carrera y vuelven a cerrar la puerta. Entonces me obligo a forzar la vista.

Ahí está; Dania jadea en el centro de la habitación, con las manos sobre su boca y al borde de las lágrimas. Pero ésta niña es fuerte, es dura y no llorará. Aprieta los ojos y lo contiene.

Entonces reacciona. Corre hacia mí y sostiene mi mano encadenada entre las suyas para acariciarla. Me estremezco y se me revuelven las entrañas de pura emoción. Piensa. Sujeta un alambre entre sus pequeños dedos, lo toma, lo dobla un poco y lo extiende sobre su rostro para observarlo. Sonríe. Ésta niña es un genio.

Mete el alambre en el agujero de la llave, lo gira hacia la izquierda, luego a la derecha. Contengo otra vez la respiración.

Las esposas ceden.

  —¡Dania! —grito cuando me veo libre y la abrazo como nunca la había abrazado antes. Muero de ganas por besarle la frente, pero me contengo—. Gracias, gracias.

  —Cobra está afuera… —dice mientras me jala del brazo para levantarme. Soy yo la que reacciona ahora y corro hacia Steve, Dania me sigue.

  —Steve… —Las manos me tiemblan antes de tocarlo. Ahora puedo verlo, está mucho peor de lo que imaginé, pero por alguna razón está consciente aún en ese estado—. Bien… —dudo, pero sé que tengo que sacar el miedo de mi cabeza. Me agacho y tomo sus muñecas—. ¿Puedes hacer lo mismo que hiciste con las esposas, Dania? —Ella emite un sonido de afirmación y se arrodilla para quitarle las cadenas que lo atan. Tarda algunos minutos y durante ese tiempo no habla, no pregunta, no emite ningún comentario. Estoy segura de que ella jamás había visto a Steve y estoy segura de que su estado la asusta, como debería asustarle a cualquier niña de su edad, pero mi pequeño fantasma se mantiene estoico, con los ojos clavados sobre las cadenas. Mete el pequeño alambre y lo intenta girar, falla y lo quita para doblarlo un poco más; parece que sabe perfectamente qué forma debe tomar antes de accionar el mecanismo que dejará libre a Steve. Vuelve a intentarlo, las cadenas de su muñeca se sueltan. Veo las marcas que han dejado en su piel hundida y dañada por el acero. No van a borrarse nunca.

Segundos después él es completamente libre.

Me cuesta respirar y mi pecho arde como si estuviera expuesto a fuego vivo. Es la emoción. Por algún motivo estoy a punto de llorar.

  —Gracias… —musita Steve, y eleva las manos torpemente y las deja frente a su rostro. Se muerde los labios y traga saliva. Sé que él también intenta controlar sus emociones.

—Vamos… —paso mi brazo por debajo de su hombro para levantarlo, él no puede caminar por su cuenta, está herido y sus piernas están acalambradas. No ha caminado en mucho, mucho tiempo. Tropieza cuando intenta dar el primer paso, pero mi cuerpo y las manos de Dania lo sostienen. Él emite un ruido de frustración, pero no es momento para dejarse llevar por esos sentimientos—. Está bien —le digo—. Está bien, Steve.

Dania corre y apaga las luces y el miedo me oprime el pecho cuando me veo a oscuras a otra vez, indefensa. Pero su pequeña mano no tarda en alcanzar la mía y entonces me siento segura otra vez. Sí, una pequeña niña de diez años me hace sentir segura. Es una ridiculez, pero es así en ese momento. Su mano nos guía a Steve y a mí hasta las afueras de la habitación y más allá. Mis zapatos tocan el primer escalón de las escaleras del subterráneo. Sujeto a Steve con más fuerza y le ayudo a subir. Cojea, él está usando todas sus fuerzas para mantenerse en pie, los músculos atrofiados de sus piernas están sobreexigidos, pero no es momento para detenernos a pensar en ello. Sólo espero que resista.

Veo la luz casi muerta de un par de antorchas que están ancladas a las murallas de granito y la felicidad me llena por completo. Tengo ganas de gritar, tengo ganas de saltar y de bailar como una loca. No hago nada de eso. Doblamos y llegamos a un pasillo completamente desierto. Aprieto la mano de Dania y estoy a punto de detenerme, pero ella tira de mí.

  —¿Dónde están todos? —le pregunto.

  —Hace dos días, parte del grupo de Edward volvió y dijo que fueron emboscados por Scorpion cuando iban camino a La Hermandad… —Ella habla rápido, de seguro está repitiendo algo que escuchó en los pasillos. Confío completamente en sus palabras—. Después de eso grandes grupos de cazadores han estado saliendo, no sé a qué. El señor Cobra salió ayer.

Steve se ríe a mi lado.

  —No tiene idea en lo que se está metiendo… —balbucea, con la voz cortada. Está cansado. La mano de Dania me tira más fuerte. Estamos cerca de nuestra habitación.

La puerta es de vidrio reforzado que yo misma pinté para evitar la mirada de los curiosos. Cuando llegué, mi habitación solía ser una pequeña tienda perteneciente a la marca «Lee». Casi había olvidado que nuestra guarida antes era un bulevar, un pequeño centro comercial subterráneo. Pero ahora ni si quiera se asemejaba a uno. Todo había cambiado demasiado.

Dania abre la puerta y entramos. Con una de mis manos tomo todo lo que hay sobre mi cama y lo tiro al suelo. Steve cae como peso muerto sobre las sábanas, boca abajo. Sujeta la almohada entre sus manos e inspira hondo.

Intento ponerme en sus zapatos, imaginarme lo que debe estar sintiendo ahora mismo y lo que pasa por su cabeza. Hace más de cinco años que no toca una cama limpia, hace más de cinco años que sus dedos no sienten una tela que no esté manchada con su propia sangre.

  —Tiene tu olor —dice. Sus palabras sacuden mis pensamientos y me dejan aturdida.

  —¿D-Disculpa?

  —Esta almohada huele a ti —afirma, no es una pregunta, él está seguro. Por alguna razón, me siento avergonzada.

  —Es mi cama… —Es todo lo que atino a decir, mientras intento disimular la palpitación en mi cuello, siento que tengo el corazón en la garganta a pesar de que sé que eso es científicamente improbable. Abro un cajón y busco desinfectante para heridas, algodón y algunas vendas para limpiar un poco toda la sangre pegada que tiene en el cuerpo. Mientras busco, me muerdo los labios para contener una repentina oleada de nerviosismo. Me tiemblan las manos, me tiemblan las rodillas y me pregunto si hay alguna parte de mi cuerpo que no se esté sacudiendo. Estoy ansiosa. Lo logramos. Steve es libre.

¿Dónde estará Uriel ahora? Necesito que él lo vea. Él lo deseaba tanto como yo.

Dania está con el rostro pegado a la puerta cerrada. Quiere oír los ruidos del pasillo, quiere alertarnos por si escucha algo extraño. Y también sé que busca concentrarse en otra cosa. La conozco, la situación la tiene asustada, no entiende del todo qué es lo que está pasando así que sólo busca ayudar de alguna forma. Sabe que no puede hacer nada más que mantener ese oído adherido a la puerta; no puede hacer nada por esas heridas ni con lo que ocurre dentro de su cabeza. Pero yo sí, lo intento. Trato.

Steve emite un gemido cuando paso el algodón humedecido entre sus piernas, aprieta los labios y murmura una grosería. Esa es la otra razón por la que Dania no nos ha mirado si quiera, este hombre está desnudo y alguna parte de su inocencia de niña le dice que ella no debe mirar a alguien que está en esas condiciones. Me impresiona lo correcta que es Dania, a pesar de ver cómo todos los días se rompen las reglas en este lugar, a pesar de escuchar obscenidades que ninguna niña debería oír, a pesar de presenciar escenas que perturbarían a cualquiera, ella se mantiene ajena. Pura.

  —Ya casi… —susurro, evitando que mis ojos se queden anclados en lugares donde no deberían mirar por más de un par de segundos, en un intento por imitar de alguna forma el comportamiento de Dania. Quiero ser correcta, pero entonces noto que cuando hundo el algodón ahí, sobre su virilidad, ésta reacciona y se levanta. El calor sube a mi cara y corro la mirada hacia un lugar seguro, lejos de esa temible erección. Mis ojos se encuentran con los de Steve, punzantes y filosos, que tiene bien clavados sobre mí. Si hablo ahora, mi voz va a temblar. 

  —L-Lo siento… —dice él. Tiene el rostro rojo y no es sólo por la sangre pegada a su cara—. Ha sido el roce… —intenta explicar y eso sólo hace ponerme más nerviosa.

  —El roce, por supuesto… —termino de limpiar casi sin mirar y me inclino un poco para que mi mano alcance algo que estoy segura dejé bajo la cama. Es un pantalón deportivo—. T-Toma… —se lo entrego, él lo mira extrañado—. E-Es de Uriel —digo. No sé por qué estoy dando explicaciones. Le suelto para que él pueda vestirse y me doy la vuelta para no mirarle—. Cuando tengo que salir a las excursiones, le pido que se quede junto a Dania. No confío en los otros cazadores.

  —Y no deberías —dice él. Escucho el paso de la ropa que se desliza por sus piernas—. Si todos son como Cobra, esa niña…

  —Lo sé —interrumpo. La sola idea me pone la piel de gallina. No confío en los otros cazadores porque sé que la mayoría son exactamente iguales a Cobra. Desvergonzados, depravados, vulgares. Tengo miedo de que le hagan algo a Dania. No me perdonaría si ellos llegaran a tocarla alguna vez—. Pero con Uriel siempre está segura.

  —Estoy convencido de eso… —toca mi mano en un roce para advertirme que está listo. Un escalofrío interno recorre mi espina dorsal. Volteo otra vez y veo que ya está vestido—. Es inevitable sentirse seguro cuando él está —dice y sonríe. Nunca antes le había visto sonreír y por algún motivo esa sonrisa me recuerda a cupcakes de fresas, cómo los que preparaba mi madre; me recuerda al suave frosting rosa y la rojiza fruta encima. De niña, solía amar esos dulces.

Me pregunto si ella estará orgullosa de mí ahora.

Me acerco a él para limpiar las heridas en su rostro. Tiene un corte en la frente, algunos menores en las mejillas y otro en el labio inferior. Unto el algodón hasta dejarlo empapado y comienzo el recorrido por su cara que está sucia y ensangrentada. Cierra los ojos y gruñe en voz baja. El contacto con el desinfectante debe arder como un infierno, pero al parecer él no piensa demostrarlo.

Intento vislumbrar al Steve de antes. Lo imagino como un tipo rudo, mandón y con un orgullo tan alto como el Empire State.

Rio en voz baja.

  —¿De qué te ríes? —pregunta y abre un ojo para mirarme.

  —Nada —inflo las mejillas un poco para contener una carcajada más ruidosa.

Dania voltea hacia nosotros, con la espalda contra la puerta, el rostro pálido y los ojos bien abiertos. Entonces la carcajada que había estado conteniendo desaparece, se esfuma en el aire que me obligo a tragar. Mi mano se detiene.

  —¿Qué ocurre? —susurro apenas, muy bajo. Ni siquiera sé si mi voz llegue hasta donde está ella, pero sé que lee mis labios.

  —Es Cobra… —musita ella, sin hablar, moviendo sólo su boca.

¿¡Cobra!? ¡Pero si las excursiones suelen durar al menos dos días!

Steve me mira, sus ojos se abren y sus pupilas se dilatan por el miedo. Dania corre hacia nosotros.

  —Va hacia los calabozos —asegura. Le creo, confío en ella y en su oído que nunca falla—. Cuando se dé cuenta que no están ahí… —tomo a Dania por los hombros, mientras intento contener un repentino temblor en mis dedos.

  —Dania… —le interrumpo para llamar su atención. Mi voz también tiembla porque no estoy segura de lo que estoy a punto de decir. Me siento atrapada, las salidas comienzan a cerrarse y no soy capaz de analizar las probabilidades correctamente. Digo lo primero que pienso—. Tienes que irte —No puedo pensar en otra cosa más que en la pequeña ventana del baño de nuestra habitación. Ni Steve ni yo entraremos por ahí. Él va a atraparnos y quizás la única que podrá salvarse será ella. Dania es astuta, es rápida, es sigilosa y tiene una enorme ventaja; si es que la llegan a morder, va a sobrevivir. Estoy segura de ello—. Ve al baño, sal por la ventana y…

  —Cristina, no —dice. Su voz se oye segura, casi como una orden—. No puedo…

  —Cristina...~ —escucho un tarareo que se filtra por el pasillo y revolotea en las paredes como eco. Está lejos, pero no lo suficiente—. ¿Dónde lo escondiste, pequeña zorra? 

  —¡Dania! —Steve le grita, pero no lo suficientemente alto como para delatar nuestra posición. Tengo los ojos llorosos y no sé muy bien si es por el miedo, la desesperación o ambas cosas—. Hazle caso a Cristina —le ordena, sus palabras son duras, contienen toda la autoridad del líder que seguramente fue antes y me hacen sentir respaldada—. Uriel está afuera, ¿no? —me mira y yo asiento con la cabeza—. Eres rápida, sabes esconderte. Puedes encontrarlo.

  —Él iba junto al equipo de Edward… —balbuceo y no sé qué pensar sobre mis propias palabras. ¿Estará vivo aún? ¿Estará como rehén de Scorpion? Sí. Él está bien, en algún lugar. Vive, estoy segura. Debo pensar así, debo creer. Dania y él son mis últimas esperanzas.

  —¡Voy a encontrarlos! —El grito de Cobra me causa un pánico helado que se atora en mi garganta y me impide respirar bien. Está más cerca ahora. No pasará mucho tiempo para que nos encuentre. Tomo el rostro de Dania entre mis manos y la miro a los ojos, mi pequeño fantasma está a punto de llorar.

  —Te prometemos sobrevivir hasta que encuentres a Uriel, a Scorpion o a cualquiera que tenga algo contra Cobra —Sí, sé que lo que digo es una locura irracional. No conozco a Scorpion y lo que he escuchado de él y de su ejército son rumores aterradores. Estoy enviando a Dania a la nada, a la ciudad donde no estará segura. Es una niña, lo sé. Pero cualquier destino es mejor que el que le espera con Cobra—. Vete —ruego y estrujo sus hombros con fuerza, ya no puedo ordenarle nada—. ¡Vete! —la empujo un poco para hacerla reaccionar, la pequeña corre hacia el baño, cierra la puerta y desaparece. Escucho el pestillo de la pequeña ventana ser accionado y corro hacia la puerta de la habitación para mantenerla cerrada. Steve me sigue y apoya sus brazos contra el vidrio. Está débil, apenas puede mantenerse en pie.

  —Estamos juntos en esto —me dice.

La puerta se sacude.

  —¡Oh! —me estremezco al oír la voz de Cobra encima de mí. Está del otro lado de la puerta—. ¡Los encontré! —se ríe, su risa me pone los pelos de punta—. Abre, Cristina. Prometo no hacerte daño… —La puerta se sacude otra vez y Steve yo presionamos más fuerte. No, no creo en sus palabras en absoluto. Cobra es una víbora repulsiva y traicionera. Lo conozco. Está furioso. No va a perdonarme y tampoco quiero su perdón—. Cristina… —repite mi nombre y entonces siento un miedo profundo y tan real que casi puedo tocarlo. Va a matarnos. Quiere hacerlo ahora mismo—. ¡Cristina!

Se detiene.

Respiro.

El vidrio tiembla, se triza y sólo entonces viene el ruido de algo que queda atrapado en el cristal. Vuelve a sonar, el cristal se rasga un poco más. Le está disparando a la puerta. Quiero retroceder, pero siento que si la suelto él va a entrar de todas formas. Dispara otra vez, otra vez y otra. Escucho el vidrio moliéndose sobre mi oído.

  —Cristina… —Steve me toca el hombro e intenta jalarme hacia atrás. Si suelto esa puerta él va a entrar. Otro disparo queda atrapado y se hunde en el vidrio—. ¡Cristina! —tira de mí y ambos caemos al suelo. La puerta de vidrio explota, se parte en mil pedazos que caen sobre nosotros, uno de ellos se clava cerca de mi tobillo, en la parte más blanda de mi piel y el dolor punzante y helado me indica que quizás tocó algún nervio. Pero no puedo preocuparme del dolor ahora.

De pie, y delante de nosotros, Cobra se abre paso entre los trozos de vidrio que están repartidos por el suelo. Su cabello largo está desordenado y sudado. Su rostro está manchado con sangre. Quiero moverme, pero mi cuerpo no reacciona. Estoy paralizada. Veo en sus ojos que está realmente furioso.

Cierro los ojos y pienso en Uriel y en Dania. Quiero pensar que estarán bien, quiero creer que ellos podrán volver para acabar con este desgraciado. Todas mis esperanzas están en ellos ahora.

Abro los ojos otra vez, Cobra apunta el arma hacia nosotros.

 

Sonríe. 

 

Notas finales:

Cristina y Steve muertos por jugarle al verga xDDD 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review :) 

Gracias por la espera. 

Un abrazo


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