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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueno, bueno. No lo voy a negar. Parece que cada vez que digo "intentaré no tardarme tanto en actualizar" me demoró más. Así que no diré nada ahora xDDD

Vengo de pasada. Ahora mismo debería estar haciendo un trabajo para la uni. 

Espero disfruten el capítulo y sepan perdonarme por las faltas ortográficas. 

Abrazos

—¡Dios! ¿¡Qué pasó!? —Todas las miradas, horrorizadas, se posaron sobre Regen cuando lo ingresamos al camión con el que La Resistencia había irrumpido y que ahora nos servía como enfermería improvisada—. ¿Estará bien?

Ayudé a recostar a Regen y miré a mi alrededor. Todo parecía más oscuro y terrible de lo que imaginé para este día.

Jack y Terence, que cargaban a Eden y Ethan respectivamente, entraron tras nosotros. Y entonces tuve la incómoda sensación de que ya no habría espacio para nadie más. Había demasiados heridos.

¿Ellos habían huido, ¿no? ¡Ellos se habían retirado! Habían escapado como un montón de ratas. ¿Entonces por qué parecíamos ser nosotros los más perjudicados?

—¡No, no! ¡Quédate conmigo, Eobard! —desvié la mirada al oír los gritos de Caleb y me sentí helado cuando vi lo que pasaba. Allí, a tan sólo algunos pasos de mí, Eobard se desangraba. Un temblor subió por mi estómago y espalda en forma de escalofrío—. ¡Vamos, hombre! ¡Reacciona!

Aiden me miró a mí y luego a Regen

—¿Vas a estar bien? —le preguntó directamente.

Regen no dijo una palabra. En vez de eso, elevó su brazo que no sangraba y levantó el pulgar.

—Ponle algo mojado y presiona con todas tus fuerzas sobre la herida —me ordenó el castaño—. Tengo que ver a Eobard —Se levantó rápidamente y corrió para auxiliar al cazador. Mientras tanto, yo busqué una botella con agua entre todo ese caos de caídos, gente herida y cansada; hombres de La Resistencia y cazadores de Scorpion y Cuervo que curaban sus propias heridas. También otros heridos más graves que eran atendidos por sus compañeros y amigos; entre ellos Ethan, inconsciente y baleado, y Eden, que gracias a Dios estaba despierto.

Habíamos arriesgado demasiado.

Me quité la camiseta que tenía bajo el chaleco antibalas, que era lo más limpio que tenía a mano, la empapé con el agua, la doblé un par de veces y la presioné sobre la herida en el pecho de Regen, que era la más grave... humanamente hablando. Luego me preocuparía por la mordida en su hombro.

—Espero que esto no llegue a matarte —solté.

Regen rió.

—Sabes bien que no lo hará.

«Sí» —pensé—. «Lo vi»

Todavía no me lo creía.

Presioné con más fuerza sobre el pecho del enmascarado. Él ni siquiera se quejó.

—¿Cómo…? —comencé y busqué las palabras correctas para realizar esa pregunta. «¿Cómo te contagiaste? ¿Cómo sobreviviste al virus? ¿Por qué existen personas como Ethan, tú y el hombre que nos atacó antes de que La Resistencia nos encontrara? ¿Qué factor influye para que una persona se adapte al virus? ¿Por qué mi madre, mi hermana y todas las personas a las que había visto convertirse no lo tenían?» Pensé en todas esas interrogantes, pero al final sólo dije—: Cómo fue que…ya sabes… ¿cómo estás vivo?

—¿Qué cómo estoy vivo? —Regen se removió bajo mis manos y se acomodó. No levanté la camiseta de su pecho, porque la herida y había parado de sangrar y tuve miedo a que volviera a hacerlo una vez la quitara—. Conoces a Ethan, soy como él. Resisto algunos disparos mientras no me den en la cabeza.

—No me refiero a eso…

—Ah, tú hablas de… —se quedó callado, cerró los ojos y dejó de moverse. En ese momento, Dalian entró en el camión.

—¡Regen! —se abrió paso rápidamente entre los heridos e improvisados enfermeros para llegar hasta donde estábamos nosotros. Le lancé a Regen una mirada escandalizada, pero no tardé en comprender por qué fingía estar inconsciente. Ninguna persona normal estaría despierta con semejantes heridas, salvo un infectado. Regen no quería que Dalian se enterara de su secreto. Y yo no era quién para juzgarlo—. Reed, ¿cómo está él? —miré a mi amigo directamente, estaba tan preocupado que ni siquiera reparó en la presencia de Eden y Ethan, camaradas suyos también, heridos más allá—. ¿¡E-Eso es una mordida!? —exclamó, espantado. Vi claramente cómo de sus ojos estaban a punto de saltar lágrimas.

—¡Tranquilo, Dalian! —Aiden gritó desde la otra punta del camión—. Ethan le mordió, pero, para su suerte, los ceros no son contagiosos.

Regen se rió, lo sentí cuando su estómago se contrajo y se distendió en un movimiento que él intentó contener. Le di un disimulado golpe en el costado.

Dalian me miró, todavía más angustiado.

—Todo ocurrió demasiado rápido… —intenté explicarle—. Cobra atacó a Eden y a Terence. Ethan les ayudó… y le dispararon muchas veces —le indiqué con la cabeza la dirección en donde Morgan, que hace poco había entrado, atendía a un dormido Ethan—. Perdió el control. Creí que se había vuelto loco y que iba a atacarnos. Regen se interpuso e intentó detenerlo —Por razones obvias, omití intencionalmente la parte en la que Regen recibía un disparo a quemarropa en el pecho y seguía como si nada y sin sufrir ningún rasguño aparente. Debía mentir un poco, o, mejor dicho, ocultar ciertos hechos y exagerar otros tantos—. Antes de eso, Cobra le disparó también. No sé cómo logró controlar a Ethan en ese estado. Estaba muy, muy mal.

Dalian no comentó nada y, en lugar de eso, comenzó a hurguetear en su mochila.

—Tengo vendas —declaró—. Déjame ayudar.

Me hice a un lado y le entregué la botella con agua. Él pasó a ocupar mi lugar y, con un pañuelo que también tenía entre sus cosas, comenzó a limpiarle la herida del hombro con una parsimonia admirable para la horrible situación en la que estábamos. Vi con claridad el músculo desgarrado, la carne abierta y la sangre en la herida de Regen. Sabía que los «Ceros», como había oído muchas veces a los chicos llamarle a los infectados capaces de controlar el virus, tenían capacidades regenerativas extraordinarias. Lo había visto con Ethan, pero no sabía si Regen sería capaz de recuperarse de esa mordida. Ahí no sólo había piel y músculos destrozados. Había tendones, terminales nerviosos y estructuras que en una persona normal eran muy difíciles de sanar.

—Creo que ahora está en buenas manos… —comenté y me alejé un poco más de ellos. Estaba desesperado por hablar con Terence.

Dalian sonrió y asintió con la cabeza, sin despegar los ojos de su tarea.

Cuando di la vuelta me encontré directamente con un rostro cansado y herido, con un par de ojos vermazules inyectados en sangre por culpa del estrés, y con su cabello rojizo despeinado que se le pegaba a los bordes de su cara que, a pesar de tener un enorme hematoma en la mejilla izquierda, me pareció perfecta.

Apoyó sus manos en mis hombros y yo solté el aire en un suspiro. Él también.

—¿Todo bien? —me preguntó. Tomé su mano y la besé; lentamente hundí mis labios en su dorso y probé el sabor salado del sudor impregnado en su piel. Cerré los ojos e intenté traspasarle algo de todo lo que sentía. Quería abalanzarme sobre él y besarlo como si no hubiera un mañana. Por cada segundo que pasábamos en este lugar, la sensación de incertidumbre crecía y me hacía sentir indefenso. Indefensos, porque no sabía qué pasaría con nosotros desde ahora. Por un segundo estuve a punto de perderlo. Y fue tan rápido que apenas me di cuenta.

—Todo bien —contesté.

Sonrió. Sonreí de vuelta, como un estúpido.

Sí, estaba estúpidamente enamorado de Terence, de Cross y de todas las facetas que estaba seguro me faltaba aún por descubrir. No había remedio para esto. Desde el primer momento, desde la primera vez que sentí sus dedos pesados en mi piel. Lo amaba como jamás creí volvería amar a alguien.

Quise decírselo, pero me contuve.

Scorpion y Cuervo entraron al camión y echaron una mirada rápida por el lugar para inspeccionarlo y barrerlo, para evaluar a los heridos, sacar conclusiones apresuradas y así trazar un improvisado plan de acción en sus cabezas. Sí, ambos eran un par de desgraciados, asesinos e infelices, pero eran buenos líderes; sabían manejar a un montón de hombres rudos y convencerlos de hacer lo que ellos quisieran. Y quizás eso serviría en este tipo de situaciones. En momentos de crisis como estos, se necesitaban chicos malos al mando que hicieran el trabajo sucio.

—¿Él está bien? —le preguntó Scorpion, con aparente desinterés en la voz, a Morgan, que hundía sistemáticamente sus dedos enguantados dentro de la piel de Ethan para quitar las balas que seguían incrustadas en su cuerpo. Digo «aparente desinterés» porque eso es lo que buscaba; fingir, aparentar. Pero yo percibí la preocupación tras esas palabras frías y apáticas.

Morgan le miró a él y luego a Ethan, extrañado.

—¿El muchacho? —sonrió el médico y revolvió los cabellos en la melena negra de Ethan—. Sí, está bien. Un par de disparos no va a matarlo.

Scorpion no movió un dedo, no alzó una ceja ni sonrió un poco. Ni siquiera suspiró. Pero imaginé que, en el fondo, bien en lo profundo del podrido corazón de ese cabrón desalmado, una parte de él se sintió aliviada de oír esa noticia. Quise creerlo así. Anniston lo habría hecho y, pensé que, en su memoria, debía darle uno o dos créditos a Scorpion.

El rubio pasó su peso de una pierna a la otra y se cruzó de brazos.

—Seh… —dijo, y las comisuras de sus labios se elevaron un poco, aunque no lo suficiente como para formar una sonrisa—. Este cabrón es duro de matar —Sus ojos, de un increíble azul que en ese momento me recordó a las aguas congeladas del Ártico, se mantuvieron fijos sobre la figura de Ethan por uno o dos segundos. Luego miró a Morgan de nuevo—. Una vez, en la universidad, tuvo una discusión con el capitán de la selección de rugby, Ted Dahmer; un matón de casi dos metros que tenía más músculo que sangre en el cuerpo y que creyó que Ethan le intentaba quitar a su chica. ¡Ja, ja! —En ese momento, Scorpion sí sonrió y soltó una leve carcajada. Al parecer, le causó mucha gracia imaginar a Ethan como ladrón de novias—. Ese día, Ted le estrelló, literalmente, una silla en la cabeza. ¿Y qué cree, doc.? El muy desgraciado ni siquiera se quejó. Se dio la vuelta como si nada, cogió una bandeja con comida y se la lanzó en la cara.

—¿Por qué no me extraña? —Morgan sonrió, entretenido con el relato—. ¿Y qué había para comer ese día?

—Adivine, doc. —Morgan negó con la cabeza, entonces Scorpion continuó—: Puré, con una crema asquerosa hecha a base de estómago de vaca —Scorpion hizo un gesto de asco y sacó la lengua. Una sola vez en mi vida había comido interiores de vacuno; carne demasiado blanda para hacerse llamar así y demasiado viscosa para ser llamada comida.

El médico rió en voz alta cuando escuchó el menú, como si fuera la mejor broma del mundo y metió una vez más sus dedos en la carne de Ethan para extraer la última bala. En ese momento, me fijé en que Aiden, desde la otra punta del camión miraba fijamente hacia donde estaban él y Scorpion. Entonces recordé que Ethan y el líder de los cazadores se conocían de antes; no estaba al tanto de la historia, pero por lo que había oído, ellos debían conocerse desde hace mucho, mucho tiempo. Probablemente eran muy buenos amigos en el pasado.

Intenté ponerme en el lugar de Aiden y en lo que sentía. Debía ser difícil para él saber que el hombre del que estaba enamorado en algún momento compartió historias con aquel que le había hecho tanto daño.

Vi a Cuervo, que miraba directamente Aiden sin que éste se diera cuenta de que lo observaban. Me pregunté si el cazador estaría haciendo la misma reflexión que yo en ese momento.

Scorpion se fijó en Aiden y avanzó hacia él. En ese instante, Jack dejó a Eden, que ya parecía bastante bien, a un lado y se levantó para seguirle, como un perro bravo que camina y le gruñe a un posible atacante y amenaza para su dueño. Aiden se levantó para salir de ahí, pero Cuervo se adelantó y le detuvo con un gesto. Ellos venían en paz. Aparentemente.

—¿Eobard? —Scorpion no caminó hasta ahí para molestar a Aiden. No, lo hizo por uno de sus soldados que se desangraba en los brazos de su amante. Se acuclilló a un lado de sus hombres y observó la triste situación; Eobard se moría—. ¿Ya intentaste frenar el sangrado? —preguntó, al aire. Pero todos sabíamos que le hablaba a Aiden. Por su voz, noté que el buen humor con el que le había visto entrar hace tan sólo minutos atrás se había esfumado.

—Estábamos en eso, pero el impacto fue más grave de lo que imaginé. La bala atravesó la… —calló. Scorpion le lanzó una mirada que le hizo guardar silencio.

Sus ojos volvieron a recorrer el lugar.

—¿Dónde están esos niños de La Resistencia? —preguntó.

Morgan carraspeó la garganta.

—Me tienes a mí aquí, si quieres hablar con alguie…

—¿Por qué demonios no se los han llevado? —le interrumpió Scorpion. Por su tono de voz, noté un montón de rabia que intentaba ser desesperadamente contenida, pero parecía que la ira se le salía del cuerpo y escapaba por el sudor que bañaba su frente, por cada sílaba en sus palabras y hasta por los poros de su piel—. Eres médico, maldita sea —gruñó—. Y tienes a los heridos y a los muertos en el mismo puto lugar. ¿¡Qué demonios esperas para sacarlos a todos de aquí!? —gritó. Su voz, estridente, pareció hacer eco en las paredes y cada repetición se oyó más colérica que la anterior. Odié admitirlo, pero Scorpion tenía razón. Nadie quería dejar a sus seres queridos abandonados en este lugar, así que los muertos, incluido a Anniston, y heridos compartían espacio aquí en el contenedor del camión. Pero no podíamos seguir así. Si continuábamos de esta forma... cuando el vehículo volviera a la base de La Resistencia, sólo traería fallecidos a bordo—. ¿¡Qué esperas!? —bramó, otra vez—. ¡Llévatelos!

Todo se detuvo y Scorpion, que se había levantado para gritarle a Morgan volvió a su posición anterior cuando Teo entró en el camión, con la camisa desgarrada, la cara ensangrentada y un hombre en sus brazos. Reconocí inmediatamente a Mike, el chico que nos había salvado con su espectacular entrada al estrellar el camión contra la puerta de la guarida. Lo supe por la expresión dolida en el rostro de Teo: Mike estaba muerto.

Yü entró tras ellos. No lo conocía en absoluto, pero algo en el dolor que sus ojos, al borde de las lágrimas, me mostraron al mirarle me hizo pensar que ese chico, tan frágil y quebradizo como se veía, había sufrido y soportado mucho más que todos nosotros. Quizás cuánta gente, cuántos amigos y cuánta familia le había quitado este desastre. Mike sólo se había sumado a la lista hoy.

—Haremos eso —anunció Teo y, en medio de sollozos, dejó el cuerpo inerte de Mike recostado en un espacio que dos de sus hombres le hicieron a su camarada caído—. Yü, ve a la cabina, toma el volante y sácalos de aquí.

—¿Qué harás tú? —le preguntó Morgan.

—Iré tras Cobra.

Yü se detuvo, a punto de saltar del camión.

—No —refutó—. Tú no irás tras Cobra. Yo iré tras ese desgraciado.

—¿Estás loco?

—No, en absoluto —volteó hacia él—. Pero tú sí. ¿Qué intentas al pretender cazar a Cobra? ¿Quieres que te mate? ¿Es eso?

Teo se cruzó de brazos y se mordió los labios. Estaba enojado y no quería demostrarlo.

—Podría matarte a ti también —dijo.

—¡Él ya mató a todos mis amigos! —Yü alzó la voz y la agresividad en ella pasó de cero a cien en un sólo segundo—. ¿¡Crees que voy a dejar que acabe contigo también!?

—Pero… —Teo se le acercó y le agarró por los hombros.

—¡Pero nada! —Yü quitó sus manos de encima, pero no se alejó de él—. ¡Y no te atrevas a decir que iremos juntos por él! ¡No voy a permitirlo! —le interrumpió cuando Teo abrió la boca para alegar—. Iré por ese imbécil y tú sacarás a toda esta gente y los llevarás a casa —Yü se abalanzó sobre Teo y le robó un beso. Por la reacción de todos los presentes y por el propio rostro sonrojado y aturdido de Teo, supe que eso no había pasado antes, y que lo había tomado por sorpresa. Segundos después, Yü saltó del camión—. Más le vale matarme si pretende seguir con vida. Porque ahora no descansaré hasta verle con una bala incrustada en el cráneo —dijo antes de alejarse.

Cuando su figura desapareció, Teo todavía parecía no poder creer que acababan de besarlo.

Cuervo salió tras Yü y, segundos después, Scorpion les siguió.

—Nosotros también tenemos asuntos pendientes con ese cabrón.

Miré a mi alrededor. No había muchos de los nuestros que estuvieran en posición de ayudar ahora.

—Yo también iré —me adelanté y me dirigí hacia la puerta.

—Y yo —Terence me siguió. Después de eso, Dominique y tres hombres más de La Resistencia se sumaron. Jack y Aiden salieron tras nosotros, pero Terence les detuvo—. Estamos bien —les dijo—. Y Jesse y Chris todavía están afuera, ellos nos ayudarán.

—No dejes que le disparen —le dijo Aiden al pelirrojo, como si yo no estuviera allí. Él asintió con la cabeza.

Torcí el gesto.

—Estoy aquí. Y no van a dispararme —me quejé.

Minutos después, nuestro pequeño y reducido grupo de nueve personas observó cómo el camión se alejaba y se llevaba a nuestros muertos y heridos de vuelta a casa.

—¿Por qué se quedaron? —preguntó Yü cuando se reunió con nosotros. Cuervo soltó una risita.

—No te creas demasiado importante porque él mató a tus amigos —le dijo—. Él ha matado a mucha gente y créeme, todos tenemos alguna razón para querer romperle la cara a ese hijo de puta. Esta venganza no es sólo tuya, chico —Cuervo habló con voz dura, casi paternalista, como un adulto que regañaba a un niño por haber hecho alguna travesura.

Después de eso, Yü no volvió a abrir la boca.

Nos reunimos con el resto de nuestra gente que había quedado dispersa por el lugar; Uriel, un par de cazadores y algunos hombres de La Resistencia ascendieron nuestro grupo a un número de diecinueve personas; lo suficiente para escabullirnos y buscar a Cobra hasta en el último rincón del lugar. Y eso que todavía faltaban Jesse y Chris, que debían estar por ahí seguramente tras el mismo objetivo. Sabíamos que aún quedaban muchos cazadores de Cobra vivos, pero también sabíamos que estaban heridos, dispersos y que su refugio estaba hecho un caos. Eso nos daba algo de ventaja.

Pero lo más importante es que sabíamos que ésta era la única oportunidad que tendríamos de acabar con él. No habría otra. Si lo dejábamos escapar ahora curaría sus heridas, se reagruparía con su gente y planearía un contrataque aún más fuerte. Y quizás no tendríamos posibilidad de responder.

Nos dividimos en tres grupos y nos separamos. Junto a mí estaban Scorpion, Cuervo, Terence, Uriel, Dominique y uno de los cazadores de Cuervo; el mismo que le había servido de almohada improvisada cuando nos dirigíamos hacia acá y al que me presentaron como «Siete.» Rápidamente me explicaron que ese apodo se debía a que en una ocasión ese chico, que no aparentaba más de veinticinco años, se salvó siete veces de la muerte en un mismo día.

Siete era un tipo alto, de cabello oscuro y rapado a un costado de su cabeza. Vestía una camiseta de «Motionless In White», unos lentes de aviador antiguos, como esos que usaron los pilotos durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, y tenía varios tatuajes en el cuerpo, incluyendo un trébol junto a un número siete sobre su cuello.

Él y su apodo me parecieron geniales.

—Iremos por el norte —informó Cuervo al presionar el botón del radio que traía en sus manos. Cada equipo llevaba uno, para mantenernos comunicados—. Cambio.

—Mi grupo irá por la izquierda, y el grupo de Alan por la derecha —contestó la voz de Yü, que se oía más centrado y calmado que hace cinco minutos atrás—. Buena cacería. Cambió y fuera.

Nos escabullimos con armas en mano de pilar en pilar. No sabíamos si había más hombres de Cobra por ahí, o si improvisaban una nueva emboscada. Apenas los había visto dos veces, pero ya me había quedado claro lo astutos y escurridizos que eran él y sus hombres. No debíamos confiarnos.

Íbamos por buen camino. Reconocí el pasillo por el que le había visto escapar hace un rato atrás.

—Es por allá —dijimos Terence y yo al unísono. Él me miró y sonrió. Sonreí de vuelta.

—Hombre, me queda claro —se burló Cuervo, mientras nos guiaba por el desvío que nos llevaría hacia el pasillo. Miré el suelo y busqué rastros.

—Definitivamente es por aquí —aclaré—. Ahí. Esa sangre es suya.

—Está todo lleno de sangre —dudó Siete—. ¿Cómo sabes que es suya?

—Confía en mí.

Él alzó una ceja.

—Confianza. Está bien —se encogió de hombros y dio un pequeño golpe en el brazo de Cuervo para llamar su atención—. Me agrada este chico, ¿de dónde fue que lo sacaste, una vez más?

Cuervo se rió.

—Salto como un idiota hacia nuestro territorio —contestó Scorpion.

—Literalmente —completé yo—. Estábamos perdidos y escapábamos de La Hermandad, cuando atravesamos la verja que separaba su territorio con el de ustedes. Ahora que lo pienso, creo que habría sido mejor idea quedarnos con La Hermandad... sin ofender.

Terence y Siete se rieron de mi comentario, que estaba lejos de ser una mentira. Pero Cuervo no lo hizo, él me lanzó una mirada punzante y amenazadora, con el ojo bien abierto, como si quisiera atravesarme y arrancarme los pulmones para que dejara de hablar. Un escalofrío me recorrió la espalda, pero me obligué a devolverle la mirada. Tragué saliva cuando le vi directamente.

Yo sabía su secreto, conocía su pecado. Y él podía odiarme o no por ello, pero así eran los hechos. Supe en ese momento que él todavía no lo había olvidado y que, muy probablemente, para él yo era una especie de recordatorio que le echaba en cara todos los días que él había asesinado a un hombre que no merecía morir de una forma tan terrible por tan sólo un capricho. Porque para mí Scorpion era eso, un capricho, una droga tóxica y mortal que mantenía a Cuervo atrapado en algún lugar oscuro y profundo del que nadie podía salvarlo a excepción de él mismo.

Noté que Scorpion nos miraba y sus ojos azules fluctuaron entre Cuervo y yo una o dos veces, como si buscara entender qué ocurría ahí. Abrió los labios para, seguramente, preguntar qué es lo que había entre nosotros y entonces aparté la vista y carraspeé la garganta.

—Debemos estar cerca —comenté, para desviar su atención. Tampoco quería tener problemas, o causárselos a Cuervo por un malentendido. No quería ni pensar en la paliza que me daría ese desgraciado si llegaba a malinterpretar algo—. ¿Cuál sería el mejor lugar para ocultarse en un centro comercial?

—Un subterráneo —contestó Dominique rápidamente y sin titubear—. Solía ser guardia de seguridad de un centro comercial más grande que este antes de la infección —explicó, cuando notó todas las miradas sobre él—. El lugar más seguro y silencioso es siempre el subterráneo. Y él querrá silencio, para oírnos primero.

Absolutamente nadie refutó la idea. De todas formas no teníamos rumbo, así que un destino a seguir le vino perfecto a todos.

Terence tiró disimuladamente de mí hacia atrás y me alejó del grupo.

—¿Me perdí de algo? —preguntó en un susurro sobre mi oído, mientras pasaba su brazo por sobre mi hombro en un abrazo algo forzoso.

¿Se dio cuenta?

—¿De qué hablas? —pregunté.

—Tú y Cuervo —acusó. Yo sonreí.

—¿Estás celoso? —intenté burlarme.

—¿Debería estarlo?

Le di un codazo en el costado para que se calmara. Él se quejó y exhaló aire involuntariamente. Me reí bajito y rodeé su cintura con mi brazo.

—¿En serio vamos a tener esta conversación? —Nos detuvimos. Tiré del cuello de su chaqueta para atraerlo hacia mí y lo besé en los labios. Odiaba la idea de tener que mentirle a Terence y ocultarle lo que sabía y las consecuencias que, estaba seguro, tendría el asesinato de Steiss. Pero no podía comentárselo, era un secreto que no me pertenecía. Y Cuervo parecía querer guardarlo hasta que quedara empolvado en el olvido. Yo respetaba eso.

Quizás fue el peso de esa mentira lo que me llevó a abrir los labios, encantarme con el sabor de su boca, una mezcla entre sangre y jugo de naranja, e intensificar el beso. Me atrapó entre sus brazos, me hizo retroceder sobre mis pasos y me guio hacia alguna parte. Mi espalda topó contra una muralla. Entonces nos separamos.

Le tenía encima; su rostro frente al mío, muy peligrosamente cerca. Su aliento chocó contra mi boca y yo lo respiré como si fuera mi aire. Metió una de sus piernas entre las mías y su rodilla presionó contra mi inevitable erección. Gemí y él me cubrió la boca.

—¿Qué tal si tomamos un desvío? —jadeó contra mi cuello. Quise gritar un sí en ese momento, preso de una necesidad irracional y casi animal de ocultarnos en un sitio muy oscuro y hacerle el amor hasta que no me quedaran fuerzas en el cuerpo. Pero me contuve. Eso era una locura de la que me sorprendí, porque jamás le había necesitado tanto como ahora.

Negué con la cabeza e intenté disimular las ganas de devorarlo.

—No podemos —me escurrí entre sus manos para poner alguna distancia entre nosotros. Aunque no la hubiera realmente, aunque él haya sobrepasado todos los límites ya—. Tenemos que acabar con un psicópata, ¿recuerdas?

—¡Eh, chicos! —Siete nos llamó, en una especie de grito-susurro que captó inmediatamente nuestra atención. Volví a la realidad y me pregunté cuánto había visto el resto del grupo que estaba detenido a unos veinte metros de nosotros—. ¿Vienen o ya se han acobardado?

Terence suspiró y avanzó hacia ellos. Le seguí.

—Cuando todo esto acabe… —dijo en voz baja, antes de reunirnos con el resto—. Voy a cogerte tan duro que no andarás por una semana —Lo dijo así sin más, sin escrúpulos ni cuidados. No fue una petición, fue una advertencia, una especie de amenaza explícita que hizo que mi entrepierna vibrara y que el calor me llenara el rostro y el cuerpo entero. Me pregunté si Terence siempre fue así de directo, o si esto era parte de su otra cara que todavía no terminaba de conocer. Cualquiera fuera la respuesta, su actitud me hizo sentir la incómoda, pero no del todo desagradable sensación, de que estaba flirteaba con una persona completamente diferente a la que conocí en la isla Paraíso hace algún tiempo atrás.

Carraspeé a garganta.

—Jamás me acobardaría —le contesté a Siete y miré a Terence. La respuesta también era para él.

Oímos disparos lejos de nosotros, pero al interior del lugar aún. Nos detuvimos y esperamos en silencio; calculamos distancias, evaluamos el posible peligro y aguardamos por alguna reacción o algún ataque sorpresa de un montón de cazadores energúmenos. Pero nada de eso ocurrió.

Conté los disparos mentalmente.

Doce.

Un minuto después, nuestro radio emitió un sonido de estática, seguido de una voz conocida.

—¿Alguien me escucha? —Era la voz de Jesse, la reconocí enseguida. Me abalancé sobre Cuervo y le quité el radio de las manos.

—Jesse —intenté oírme calmado, pero casi grité de la emoción. No habíamos sabido nada de él ni de Chris desde que Ethan perdió el control y todo se fue al infierno—. ¿Están bien?

—Sí, sí. Estamos bien —contestó. Su voz se oía agitada y cansada—. Acabamos de abatir a nueve cazadores. Uno de ellos habló y dijo que Cobra se oculta en el subsuelo.

Miré a Dominique y asentí con la cabeza. Scorpion corrió hacia las escaleras.

—¡Le sacaré los intestinos y luego se los meteré por el culo! —anunció.

Vaya grito de guerra

Uriel se coló, para oír lo que Jesse decía a través del radio, y llegó a mi lado.

—Pregúntale cómo se llama el cazador que habló —me susurró. Le observé de reojo, sin entender bien la razón de su petición, pero algo en la mirada que me lanzaron sus ojos de diferente color me estremeció lo suficiente como para obedecer sin chistar.

—¿Cómo se llama el tipo que confesó? —pregunté.

—¿Qué?

—¡Que cómo se llama el cazador soplón!

—Sí, dame un segundo —oí ruidos; el roce de la ropa, más voces alrededor y un grito—. Tú, imbécil integral. ¿Cómo te llamas?

—¿Q-Qué? —La patada que Jesse debió darle en las costillas se oyó fuerte y clara, tanto que me hizo apretar los dientes—. ¡Ay!

—Tú nombre.

—¡Edward! —gimió con dolor la voz—. ¡Mi nombre es Edward!

Uriel suspiró.

—Bien. Edward es la clase de idiota que soltaría toda la verdad en un intento por salvarse —me miró y sonrió—. Es una rata.

O sea que la fuente era confiable. Podíamos avanzar.

—Estamos cerca —le hablé al radio—. El resto debe haber escuchado, así que ya saben a dónde dirigirse.

—Entendido —dijo la voz de Yü.

—Vamos para allá —anunció el otro líder de equipo.

—Nosotros debemos resolver un pequeño problema antes de reunirnos con ustedes. Le arrancaron la prótesis a Chris, pero está todo bien.

—Entiendo.

—Nos veremos allá. Cambio y fuera.

Corté la comunicación y corrí escaleras abajo junto al resto de mi equipo. Sentía que el corazón me golpeaba arrítmicamente en el pecho y mi respiración agitada. Las manos empezaron a sudarme y las presioné con más fuerza contra el rifle. Hoy íbamos a ponerle fin a esto. Y no me importaba plantarle una bala en la cabeza a ese desgraciado para acabar con todo. Era él o nosotros. Era nuestra seguridad o la suya. Nuestra vida o la de él. No había una mejor opción. No teníamos elección.

Cuando llegamos al primer subsuelo, una horda de muertos se nos abalanzó. ¿Cómo habían entrado? Eso no era importante ahora, probablemente Cobra los usó como medida de emergencia. La Hermandad solía utilizar muertos a su favor, así que no me sorprendió que estos cazadores hiciesen lo mismo. Esa horda nos indicó que íbamos por el camino correcto. Tomé mi cuchillo y cargué contra ellos. No había tiempo que perder.

Terminé en el suelo, con la boca de una de esas bestias a milímetros de mi rostro y a punto de hincarme los dientes. Se retorció cuando la punta de un cuchillo brilló sobre mí, a milímetros de mi ojo. Alguien le había atravesado el cráneo. Dejé de respirar.

—¿Te mordió? —preguntó Terence y me lo quitó de encima. Negué con la cabeza.

—¿Cuántos subterráneos tiene este lugar? —pregunté.

—Cinco, por lo menos.

Me levanté, me sacudí el polvo de los pantalones y analicé la situación. Nadie había sido mordido, por suerte. Esperaba que siguiera así.

—Y este es tan sólo el primer nivel.

Había una puerta a un costado de las ruinas de unos ascensores que, obviamente, no funcionaban. Ésta tenía un cartel sospechoso que anunciaba: «escaleras de emergencia». Parecía que el anterior nombre de esa puerta había sido borrado, quizás por el paso de los años, y habían puesto ése en su lugar. Me acerqué a ella y tomé la manilla.

—Si hay zombies al interior de esas escaleras no podremos escapar. Deben ser muy estrechas —me advirtió Siete. Solté la manilla. Tenía razón.

Continuamos bajando.

En el segundo subsuelo nos esperaba otra horda, y en el tercero y el cuarto. El tiempo continuaba su curso, sin detenerse, y las posibilidades de encontrar a Cobra se desvanecían por cada segundo que pasaba. Estábamos tardando demasiado y comenzamos a cansarnos, a andar más lento y a bajar nuestra guardia.

En alguna parte de mi inconsciente, mi instinto me gritaba que algo iba mal, que nos habíamos desviado del camino y que esto era una trampa. Esa sensación se intensificó cuando llegamos al quinto subterráneo. Estábamos listos para enfrentarnos a otra horda; apenas nos quedaban algunas balas y nuestras ropas estaban empapadas con la sangre oscura y podrida de los muertos con los que habíamos acabado en los cuatro pisos anteriores. Descendimos la última escalera y esperamos gruñidos animales y jadeos hambrientos. Pero no oímos nada.

No había un solo muerto en el quinto subsuelo.

—¿Hemos…? —Dominique dejó su arma en el piso al ver todo completamente vacío y flexionó el torso, apoyó las manos en sus rodillas e intentó retomar el aire—. ¿Hemos llegado?

Le miré y barrí con la vista el resto del lugar. El último piso estaba demasiado silencioso. Debía calmarme, quizás la tranquilidad era una buena señal. Quizás sí habíamos encontrado el escondite de Cobra.

Me agaché para mirar a Dominique a la cara y le entregué una botella con agua.

—Creo que sí, hombre. Llegamos —me reí.

—Menos mal —suspiró—. Juro por mi hija que, si me veía obligado a bajar un piso más, iba a acabar… —Un silbido pasó cerca de mi oído, rápido como un relámpago e invisible a mis ojos. Dominique parpadeó de manera extraña. Sólo entonces oí el disparo—… d-desmayarme —balbuceó las últimas tres sílabas pesada y torpemente, como si tuviera anestesiada la boca. Y le vi, ahí, frente a mis ojos, caer al suelo con un agujero entre los ojos.

Solté un grito de horror y salté hacia atrás.

—¡Emboscada! —anuncié y me cubrí la boca en un intento desesperado por recuperarme de la escena que acababa de ver. Le habían atravesado con una bala en menos de un pestañeo. Empuñé el rifle y busqué protección en las escaleras que nos habían traído hasta allí—. ¡Era una trampa! —intenté usar la mira del rifle y sentí las lágrimas picar en las esquinas de mis ojos y nublarme la vista. Me pasé el antebrazo por el rostro para quitarlas de ahí.

Más disparos se dejaron oír. Intenté localizar a los culpables.

Estaba oscuro y ellos aprovecharon eso para su beneficio. Me esforcé por adaptar mis ojos a la oscuridad y los encogí un poco para focalizar la vista. Distinguí diez siluetas que se movían de un lado a otro. Disparé. Uno de ellos cayó al suelo.

—¡Quedan nueve! —grité, hacia quien sea que me oyera en ese momento—. ¡Están al frente! —Mi equipo respondió el fuego con más fuego y disparó en la dirección que les indiqué. Gastaríamos toda nuestra munición de esa forma, pero eso es lo que menos importaba en ese momento. Oí los gritos por todas partes, instrucciones que brotaban de una boca a otra entre los cazadores de Cobra, palabras que nos confundieron, que nos hicieron cambiar de dirección y que intentaron engañarnos. Fue un combate a ciegas.

Vi luces que se movían en alguna parte y saltaban de un rincón a otro desenfrenadamente. Una me apuntó en la cara y me encegueció por unos momentos. Me cubrí los ojos para defenderme del molesto resplandor.

Entonces la oí, otra lluvia de disparos. Cuatro, ocho. doce, quince.

Luego de eso, otro absoluto silencio lo cubrió todo y tan sólo escuché el ruido que hacían nuestras propias respiraciones.

Más luces iluminaron el lugar.

—¿Están todos bien? —La voz de Jesse llegó junto a la imagen de su rostro, apenas visible por la luz de una de las linternas que apuntó hacia nosotros. Chris, Yü y su equipo iban con él. Ellos habían abatido al grupo que había intentado acorralarnos.

El cazador que había hablado estaba con ellos, maniatado. Parecía que Jesse y Chris le habían dado una buena paliza antes de traerlo.

Yü se adelantó y corrió hacia nosotros.

—¿D-Dominique? —murmuró y sus piernas se movieron más rápido—. No, no. Dios. ¡Dominique! —llegó al cuerpo del hombre e intentó buscar sus signos vitales. Yo sabía bien que eso era inútil. Sus signos habían desaparecido junto a la bala que le atravesó la frente.

Había sido una trampa. Siempre fue una trampa. Frustrado, di un golpe contra la muralla y miré con impotencia el subterráneo vacío. Él no estaba aquí.

Entonces me di cuenta de algo.

En este piso no había una puerta que indicara las escaleras de emergencia. Tampoco la había en el cuarto, ni en el tercero. Tampoco había una en el segundo subsuelo.

¿De qué servían unas escaleras que no llevaban hacia ninguna parte?

Lo vi todo claro.

—¡Sé dónde está! —grité y comencé a subir nuevamente.

 

—¡Reed, espera! —Terence corrió detrás de mí. Oí su voz y sus pasos, y no tan sólo los de él; Cuervo, Scorpion y Uriel también se apresuraron en alcanzarme. No di explicaciones ni volví a mirar atrás, todo mi oxígeno y fuerzas estaban concentrados en correr peldaños arriba. Sentí que se me acalambraron las piernas y seguí. Pasé de un piso a otro en un esfuerzo por llegar al primer subsuelo, de donde nunca nos debimos haber movido.

Uriel me alcanzó en la escalera, y corrió a mi lado.

—Ya sé a dónde te diriges. Demonios, no sé cómo no lo pensé antes.

Asentí y llegué al primer subterráneo. Ahí estaba la puerta; con el extraño y sospechoso cartel que colgaba de ella, demasiado dudoso para no haber sido puesto allí a propósito. El anuncio seguía rezando con letras azules y una caligrafía desastrosa: «escaleras de emergencia», las únicas escaleras de emergencia que había a lo largo de cinco subterráneos.

Corrí hacia la manilla y abrí la puerta. Sabía que Cobra se encontraría al otro lado.

 

Comenzaba la verdadera cacería.

Notas finales:

¿Oíste eso, Cobra? Ya valiste VERGA. 

 

(Sí, la respuesta siempre estuvo detrás de esa puerta) 

PD: Por si lo dudan, la anécdota de la silla en la cabeza sí pasó realmente. 
PD2: Están todos autorizados para amar a Siete, lo verán bien seguido desde ahora.
PD3: El Tereed se intensifica 7w7 
PD4: Scorpion SÍ se puso celoso. 


¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review. 

Nos leemos pronto.


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