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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueenaaas, gente! 

Voy de pasada, atrasada para variar. 

Sólo diré que disfruté mucho escribiendo este capítulo, y espero que uds también lo disfruten. 

Si encuentran algún error, háganmelo saber. 


Uptooown girl she's been living in her white bread world ~

Capítulo 56



Me quedé paralizado bajo el umbral de la puerta y me relamí los labios por un amargo sabor a decepción y ansiedad que me secó la boca. Frente a mí no había nada. Sólo un estéril, vacío y silencioso pasillo blanco. No había nadie salvo yo.

   —¿Q-Qué? —mascullé, confundido.

Uriel chocó contra mi espalda y me empujó hacia el interior.  

   —El elevador… —jadeó, exhausto. Había corrido escaleras arriba con todas sus energías y ahora parecía estar a punto de sufrir un ataque de asma—. Hay un elevador… —dijo y apuntó hacia el frente. Tardé en hacerlo, pero lo encontré al final del pasillo. Estaba camuflado con pintura blanca que le hacía parecer una pared y apenas lo dejaba visible. Corrí hacia él y todos me siguieron—. Dirige al sexto subterráneo —explicó.

   —¿Hay un sexto subsuelo? —pregunté, mientras daba pequeños golpes rápidos por toda la falsa muralla, en búsqueda del botón que también debía estar camuflado por ahí. Una lucecita roja se encendió cuando lo encontré y lo presioné. El mecanismo de las cuerdas de acero que sostenía el ascensor se activó e hizo un ruido grave e inestable, como si esa cosa fuera a caer antes de llegar a nuestro piso.

   —Sí, se supone que está sólo para casos de emergencia.

   —Nosotros somos la emergencia —rió Terence.

El elevador llegó, abrió sus puertas y nos recibió con dos campanas alegres, rítmicas y armoniosas que me causaron escalofríos y me recordaron mi niñez. Llevaba años sin oír una melodía de ascensor. Entramos amontonados en él, a pesar de que había espacio suficiente para todos.

   —¿Seguro no se va a caer? —me sujeté del pasamanos que estaba bajo un espejo sucio; de esos típicos espejos de elevador que dejan a la vista todas las imperfecciones del rostro con el aumento que tienen. Me miré en él y, por un momento, no me reconocí. Me había manchado la cara con sangre, tenía el labio roto y algunos magullones en la mejilla. Pero no fue eso lo que desconocí de mí mismo. El reflejo que tenía frente a mí me pareció completamente distinto al de la última vez que me miré en un espejo.

¿Qué había cambiado en tan poco tiempo?

Oímos gritos desde alguna parte; gritos angustiados que parecían venir de lo más profundo del suelo o del mismísimo infierno, que parecía estar muy bajo nuestros pies. Me mordí los labios e intenté contener una clase de desesperación que me invadió al escucharlos. Nadie dijo nada, nadie se inmutó, pero estoy seguro de que todos los oímos y todos nos hicimos una idea sobre lo que estábamos a punto de encontrar.

Los gritos se detuvieron tan rápido como empezaron y, antes de que las  puertas se abrieran otra vez, mis piernas ya estaban listas para correr y lanzarse contra lo que sea que fuéramos a toparnos al otro lado.

Y entonces los vi. Frente a mí había dos personas y ninguno de ellos era Cobra. Uno de ellos estaba desnudo y la otra apenas llevaba una camiseta y la ropa interior puesta. Corrí hacia ambos y los vi realmente mal; estaban heridos y al borde de un colapso que sus cuerpos temblorosos anunciaban a metros de distancia. Había sangre salpicada por todo el suelo de la habitación. Les habían dado una paliza recientemente.

   —¿Estás bien? —le pregunté a la chica, pero ella pareció no escucharme. Reconocí inmediatamente que estaba en estado de shock—. Hey…oye… —me acerqué y le toqué el hombro, para hacerla reaccionar—. Vas a estar bien —Ella me miró, con los ojos perdidos inyectados en sangre y lágrimas, y yo observé de reojo al hombre que estaba con ella; tendido en el suelo y con el rostro colmado de golpes. Supe inmediatamente que era Steve. No sé cómo, pero lo supe. Quizás lo reconocí por su cara; Steve tenía el rostro de un sobreviviente: la mirada de alguien que lo había sufrido y perdido todo, pero que seguía en pie por alguna razón. Él lucía como alguien que estaba roto, como alguien a quien habían partido en pedazos muchas veces. Y me sentí maravillado de verle respirar y despierto, sobre todo después de saber lo que Cobra le había hecho durante tanto tiempo. Así era el rostro de un hombre que había recogido las piezas de sí mismo todos los días para volver a armarse. Y eso era admirable. Este hombre era un milagro.

La chica que tenía frente a mí soltó un grito que me espantó. Intentó zafarse de mí y yo la sujeté más fuerte. Miré hacia atrás, justo en la dirección en que ella miraba.

   — ¡Tranquila! —le dije. Terence estaba tras de mí y, aunque él y Cobra compartían nada más que el color y largo del cabello, imaginé que ella se había asustado al verlo—. No es él, tranquila.

Uriel corrió hasta nosotros y gritó el nombre de la chica, Cristina. Me sorprendí un poco al oírlo. ¿La misma Cristina de la que Dania me había hablado? ¿La mujer que había cuidado de ella todo este tiempo? ¿La que le permitió escapar de la guarida de Cobra?

Me hice a un lado y dejé que Uriel hablara con ella. Un escalofrío me enterneció cuando le vi abrazarla y acariciar a Steve al mismo tiempo.

Por un momento y, a pesar de la terrible y angustiosa situación en la que esas dos personas debían estar, se vivió un pequeño momento de paz; veinte o treinta segundos en los que todos respiramos tranquilos, porque habíamos alcanzado la meta, porque habíamos encontrado lo que habíamos venido a buscar. Steve estaba vivo.

   —¿Q-Qué…? —oí que Uriel titubeaba, la garganta le tembló al hablar y algo que se oyó como rabia ensució su voz, que siempre era clara—. ¿Quién te hizo esto, Cristina? —seguí su mirada, fija y enfocada en los muslos desnudos de la chica y supe lo que ocurría. Tenía sangre entre las piernas y, en cuanto Uriel le hizo esa pregunta, ella comenzó a llorar y a temblar—. ¿¡Quién fue!? —gritó—. ¿¡Fue Cobra!? ¡Dímelo, Cristina! ¿¡Ese hijo de puta te…!?

   —Fue Edward —interrumpió Steve, con voz cansada y grave, como si no la hubiese usado en mucho tiempo—. Edward la violó.

   —Voy a matarlo —Uriel dejó a Cristina y a Steve, se levantó de golpe y se dirigió al elevador—. Juro por Dios que mataré a ese cabrón.

Las campanitas del ascensor volvieron a sonar y Siete atravesó la puerta.

   —Los vi correr, gente. ¿Todo…? —se topó con Uriel de frente, le miró a los ojos y luego vio el panorama completo e inspeccionó cada uno de nuestros rostros, seguramente para adivinar algunos detalles sobre lo que ocurrió. Luego fijó su mirada en Cristina y Steve y se llevó la mano al pecho, en un gesto instintivo de desasosiego del que seguramente apenas se dio cuenta—. ¿Bien?

   —Llévate a Cristina. Sácala de aquí —le ordenó Uriel, mientras le ponía una mano alrededor de su brazo y lo estrujaba con rabia—. Y mantenla a salvo —le soltó y se apartó para entrar al ascensor y bajar.

   —B-Bueno… —Siete pareció confundido por unos segundos, pero luego se encogió de hombros, se quitó la chaqueta y caminó hacia Cristina, que continuaba sentada a un lado de Steve. La chica lloraba, trepidaba y castañeaba los dientes de manera ruidosa. Parecía estar en medio de un ataque de nervios y no era para menos—. Supongo que tú eres Cristina —puso la chaqueta en su espalda y le acarició el hombro—. Yo soy Siete, mucho gusto. Me llaman así porque una vez zafé siete veces de la muerte —le habló con tono agradable y apaciguador, muy lejos de su real tono de voz.

   —Q-Qué…qué suertudo —murmuró ella, y no opuso resistencia cuando Siete la tomó en sus brazos y la llevó hacia el ascensor—. Creo que yo sólo me he librado de esta.  

Siete rió.

Scorpion reaccionó y desató la sudadera que llevaba amarrada a su cintura. Era una sudadera con capucha negra que tenía inscrita en el pecho una leyenda que rezaba: «I 90 y que le quedaba por lo menos dos tallas más grandes. Scorpion debía amar mucho los noventa como para usar algo como eso. Se acuclilló frente a Steve y tiró de él para sentarlo frente a sí.

   —¿Dónde está Cobra? —preguntó y empujó la sudadera contra el pecho de Steve para que éste se vistiera—. Estoy ansioso por meterle una bala en el culo.

   —Déjame ir contigo —pidió Steve, mientras intentaba levantar los brazos para pasar la prenda por su cabeza y ponérsela. Me acerqué a ayudarle cuando vi que no podía hacerlo—… Gracias.

   —No voy a quitarte ese gusto —Scorpion sonrió y me hizo una seña para que levantara al pelirrojo. Cuervo corrió en mi ayuda y ambos lo pusimos de pie y lo sostuvimos por los hombros mientras se estabilizaba.

   —¿Puedes caminar? —le preguntó Cuervo.

   —Estoy mejor que nunca —contestó Steve. Pero no lo estaba. Le sangraba la boca y un oído, tenía varios golpes en el rostro, en las piernas y estaba bañado en su propia sangre—. Se fue por esa puerta, hace uno o dos minutos —Su dedo tembloroso apuntó en una sola dirección que todos seguimos. Corrí hacia la puerta e intenté abrirla, pero estaba cerrada. La empujé con el hombro varias veces hasta que cedió. Cuando la tiré abajo me sentí el hombre más fuerte del mundo y no me importó el horrible dolor que me cruzó toda la espalda.

Les di el paso a Cuervo y a Steve, pero éste último se apartó torpemente:

   —Puedo caminar solo, en serio —le dijo—. Nunca me había sentido tan feliz de usar las piernas.

   —¿Cuánto tiempo te tuvo encerrado ese bastardo? —le preguntó Scorpion.

   —Cinco malditos años… —contestó y parecía querer decir algo más, pero sus labios hinchados se cerraron cuando oímos un ruido y todos nos detuvimos. Se oyeron unas llaves, una cadena y un candado—. ¡Es él! —gritó e intentó correr, pero sus piernas lo traicionaron y le hicieron tambalear. Estuvo a punto de caer dos veces.

   —¡Está escapando! —gritó Scorpion—. Esa rata asquerosa… —tomé el rifle y apunté hacia el lugar donde había escuchado el ruido. Lo primero que vi fue su cabellera roja, desordenada y sudada que se le pegaba a los hombros desnudos. Luego vi que forcejeaba con una verja. No, no iba a escaparse esta vez—. ¡Dale un tiro, Reed! —ordenó el líder de los cazadores, pero para ese momento yo ya había disparado.

Le di en la otra pierna, a propósito. Cobra se sujetó de la reja y, con tan sólo la fuerza de sus brazos, arrastró el resto de su cuerpo hacia el otro lado. Craso error.

Steve llegó a la reja, se aferró a ella y le cerró el candado. Cobra, al verse acorralado, y en su afán por escapar de alguna manera, no lo había llevado consigo.

   —¿¡Q-Qué hiciste!? —masculló Cobra y golpeó la reja con la mano un par de veces, pero luego pareció arrepentirse y miró hacia atrás, con cierta desesperación en los ojos que no comprendí hasta que oí el primer gruñido—. No, no, Steve. Abre esa puerta. Es en serio —Cobra tomó la llave, que sí traía consigo, pero se le resbaló de las manos y cayó al piso.

En ese momento, Steve metió sus manos por la verja y tomó las de Cobra. No las volvió a soltar.

   —Vaya mierda… —Terence presionó mi hombro con sus dedos y me detuvo cuando quise caminar más allá—. Déjalos —dijo. Y, por alguna razón, decidí obedecerle y ambos nos quedamos ahí, quietos como simples observadores que miraban a una distancia prudente la dramática escena. Cerré los ojos cuando oí más gruñidos, gemidos y jadeos, pero no tardé en volver a abrirlos. No podía evitarlo. Una parte muy cruel y oscura de mí quería ver esto con lujo de detalles.  

Cobra había caído en la trampa que él mismo había montado.

Quiso zafarse e intentó apartar las manos, pero estaba cansado, se desangraba y eso lo debilitaba. Además, Steve ponía toda la resistencia que tenía para no soltarlo.

Vimos las primeras siluetas de los muertos aparecer. Uno a uno comenzaron a emerger de la oscuridad del túnel que estaba tras la verja. El miedo pareció apoderarse del cazador cuando éstos comenzaron a acercarse. Sin quererlo, había cavado su propia tumba.

   —¡Déjame ir! —rogó Cobra, y el cuerpo de Steve se estremeció cuando le escuchó gritar. Incluso después de todo lo que ese desgraciado le había hecho, él dudaba y barajaba la idea de soltarlo y perdonarle la vida—. ¡Lo lamento, de verdad!

Scorpion emitió un suspiro y avanzó hacia ellos con pasos pesados, rápidos y decididos. Se posicionó tras Steve y le rodeó con sus brazos en una especie de “abrazo.”

   —No, no lo lamenta—dijo, en una especie de susurro, aunque todos pudimos oír su voz que retumbó con eco en las murallas del subterráneo—. No le creas una puta palabra. Siempre mienten cuando están a punto de morir —tomó las manos de Steve para asegurarse de que éste no soltara a su hermano—. Agárralo bien, que el cabrón es escurridizo —Uno de los muertos mordió a Cobra en el hombro y luego un montón de ellos se abalanzó sobre su espalda. El hombre soltó un grito; desgarrador, doloroso y lleno de pánico, que me heló la piel. Steve también gritó—. ¡No dejes de mirarlo! —bramó Scorpion—. ¡Míralo, míralo Steve! ¡Si estás vivo ahora no es gracias a este hijo de puta! ¡No le debes nada! —Scorpion gritaba órdenes, con la voz iracunda camuflada en una especie de risita. Y Steve las obedeció. Levantó la cabeza y observó el rostro de Cobra, que sufría.

   —¡S-Suéltame! .... ¡Suéltenme! —balbuceó Cobra, en una especie de gemido o lloriqueo que me estremeció hasta el punto de desear, por un segundo, detener la situación. Pero entonces recordé que ese hombre había matado a mucha gente y que todo este tiempo había torturado a su propio hermano de maneras inimaginables que estaban lejos de cualquier límite. Él no merecía compasión alguna. Ni la mía, ni la de Scorpion, ni mucho menos la de Steve—. P-Por favor, herma...

   —¡No me llames así! —Steve sollozó. Sus manos temblaban bajo las de Scorpion y sus rodillas se sacudían arrítmicamente. Estaba al borde de un colapso nervioso, pero aun así se mantuvo ahí, paralizado y a la observa de cómo el hombre que le hizo tanto daño moría de una manera terrible. Recordé lo que sentí cuando vi caer a Shark por la borda del Desire, recordé el dolor punzante en mi pecho y la liberación. La libertad hería; le dolía al cuerpo. Recordé cómo dejé de respirar y, sobre todo, las ganas de llorar. Fue una sensación maravillosa. Y ahora él la vivía.

Steve se acercó al rostro de Cobra para gritarle en la cara:

   —¡Nunca me consideraste tu hermano, desgraciado! —El pobre lloraba, pero yo bien sabía que ese llanto se debía justamente a aquella sensación—. ¡Debí haberte matado cuando tuve oportunidad! —bramó, con la voz desgarrada por el odio y sin atender a los chillidos de Cobra, que rogaba por su vida entre lloriqueos y balbuceos de frases incoherentes, palabras inentendibles y gemidos de dolor entrecortados—. ¡Muérete ya, Isaac! ¡Desaparece!

   —¡Eso es, maldita sea! —Scorpion celebró cuando la explosión de alguna de las arterias de Cobra, al ser despedazada de un mordisco, le salpicó sangre sobre la cara. Una de las bestias alcanzó su cuello y Cobra soltó un último grito. Fue el peor grito de todos; el más penetrante, el que hizo temblar las paredes internas de mis oídos y me dio escalofríos en todo el cuerpo. Un grito animal, de puro dolor, un grito que no tardó en transformarse en una especie de sonido gutural, como una gárgara que se mezcló con su propia sangre y lo ahogó. En ese momento, Scorpion soltó a Steve y se apartó de la escena.

Y lo que dejó a la vista fue horroroso y vomitivo.

Cobra había muerto, lo hizo en ese lapso de tiempo en que la espalda de Scorpion dejó al descubierto el crudo panorama, pero las bestias siguieron devorando su cuerpo un rato más. Le arrancaron la carne y desgarraron su piel y músculos a punta de uñas y dientes. Y Steve no le soltó y se quedó ahí, entre temblores y lágrimas, hasta asegurarse de que aquel infeliz realmente había dejado de respirar. Se quedó hasta que los muertos destrozaron a Cobra, le abrieron la espalda y le arrancaron los pulmones. Entonces le dejó libre, retrocedió dos pasos y cayó al suelo, desmayado.

Hubo un momento de silencio en el que sólo oí los jadeos de los muertos y el sonido pegajoso de la carne pasar por su garganta mientras ellos comían. Me cubrí la boca y tragué de vuelta lo que estuvo a punto de salir.

Cuervo, quién se había mantenido todo el tiempo a mi lado, y observaba el violento espectáculo con cierta fascinación en los ojos que no logré entender, pareció despertar de su estado y corrió hacia el túnel para recoger a Steve y cargarlo en sus brazos.

Terence se adelantó también y se aseguró de que el candado que mantenía a los muertos al otro lado de la reja, y por tanto lejos de nosotros, estuviera bien cerrado. Yo no pude moverme. Por alguna razón me temblaban las piernas y tenía ganas de vomitar. Respiré e intenté calmarme.

Cuervo pasó de vuelta con Steve a cuestas. El hombre dormía como seguramente no había dormido en media década. Scorpion les siguió de cerca y yo, por inercia, me obligué a reaccionar para alcanzarles e imitarle; ambos rodeamos a Cuervo, como si de alguna forma lo protegiéramos de algo. Aunque nada iba a pasar ahora y, probablemente, ese comportamiento nuestro venía de algo más profundo, más instintivo e inconsciente. Había un hombre herido y dañado, en toda la expresión de la palabra, entre nosotros. Terence nos alcanzó y completó la formación al ubicarse detrás de nosotros. Él, Scorpion y yo éramos personas muy, muy diferentes. Y aun así, sin intercambiar una sola palabra y probablemente sin darnos cuenta, escoltamos a Steve, ese hombre roto y apenas vivo, de vuelta hasta el primer subterráneo.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron nuevamente, toda La Resistencia que quedaba en el lugar estaba ahí.

Yü alzó la vista cuando oyó el ruido del elevador y, por un momento, nos miró con los ojos muy abiertos y la mandíbula desencajada. No creyó lo que vio. Nadie pareció creerlo.

Todo estuvo en silencio hasta que él habló.

   —Oh, por Dios —gimió, se levantó y corrió hacia nosotros—. Por Dios, Steve... —sollozó, y las lágrimas no tardaron en escapar de sus ojos. Llegó hasta Cuervo y sus manos, abiertas alrededor del rostro de Steve, titubearon sobre si tocarlo o no—. Mira...mira lo que te hizo —balbuceó, mientras se quitaba las lágrimas con el antebrazo. Miró a Cuervo y luego a nosotros, antes de extender sus brazos para recibir a su amigo inconsciente—. Díganme... díganme que lo mataron —Yü, que no parecía precisamente fuerte y era más bajo que Steve, pudo cargar el peso de su compañero y al parecer esto sólo reflejó el deplorable estado en el que éste se encontraba. El chico lo tomó con cuidado, como si Steve pudiera quebrarse en cualquier momento y desaparecer.

   —Él mismo se encargó de eso —contestó Scorpion, mientras se adelantaba y se dirigía a hacia la puerta de salida—. Te lo perdiste. Te habría matado de risa oír cómo chillaba Cobra. Fue todo un chiste.

Yü hundió sus labios en el cabello de Steve y lloró un poco más. Pensé en lo que había dicho antes de llegar aquí, que Cobra había acabado con todos sus amigos, e intenté imaginar el alivio que debía sentir ahora.

   —Gracias.

Cuervo levantó ambas manos y negó con la cabeza.

   —No me des las gracias a mí. Fue este chico el que tuvo la idea de volver aquí —me dio un codazo y, después, también salió del pasillo.

Yü nos miró a Terence y a mí con los ojos brillantes por las lágrimas y una sonrisa en los labios.

   —Les debo una, muchachos.

Sonreí y agité la mano en el aire para restarle importancia.

   —No te preocupes por eso ahora... —miré a Steve en brazos de su amigo y se me contrajo el estómago—. No soy médico, pero estoy seguro de que él necesita ayuda urgente. Yü asintió con la cabeza y se hizo a un lado para dejarnos pasar y seguirnos hacia el exterior.

 Antes de llegar a la puerta, Siete soltó un gruñido cuando Cristina, la chica a la que cuidaba, se levantó de golpe. La detuve antes de que siguiera y la agarré por el hombro, lo más suavemente posible. Quizás ella no se había dado cuenta, producto de la adrenalina que producía atravesar una situación como la que ella y Steve habían pasado, pero estaba muy, muy herida.

   —Tranquila —le dije, quería calmarla—. Él está bien. Está vivo. Sólo está dormido... —acaricié su hombro, porque me nació hacerlo, porque había algo en ella que se me hacía familiar, quizás porque Dania me había hablado más de una vez de la mujer que la había cuidado durante todo este tiempo—. Tú eres Cristina, ¿verdad?

Ella era justo como me la había descrito Dania: cabello en una media melena corta, castaña y desordenada. De tez rosácea, ojos oscuros y labios finos, aunque estos me parecieron más bien pálidos en vez de delgados. Era muy flaca y parecía débil. Pero ninguna persona débil estaría viva en su situación.

Alzó una ceja.

  —Sí…soy…. —quiso decir.

   —Dania me ha hablado mucho de ti —le interrumpí, y en ese momento, sus ojos deslumbraron por alguna extraña emoción que sólo me comprobó que era exactamente quién yo pensaba—. Sí, ella está bien. Yo soy su hermano. La perdí hace mucho tiempo y tú la encontraste... no tienes idea de lo agradecido que estoy.

      —¿D-Dania está bien? —repitió y suspiró. Asentí con la cabeza y ella volvió a inspirar violentamente, como si controlara las ganas de llorar. Estaba hiperventilando.

   —¿Estás bien? —le pregunté.

   —No —contestó—. Siento que voy a desmayarme.

   —No, no. Nada de eso —Siete se levantó y pasó uno de los brazos de Cristina por su hombro y cuello para ayudarle a caminar. Le imité e hice lo mismo con su otro brazo. Ambos la elevamos un poco del suelo y caminamos hasta la salida, en busca de aire—. Tienes que mantenerte despierta hasta que el camión vuelva por nosotros. Además... —se rió un poco—. Tenemos que ver cómo quedó el otro.

Cristina no contestó, pero siguió despierta. Busqué la mirada de Siete hasta que éste me prestó atención y gesticulé con los labios: “¿Qué otro?

Abrimos la puerta y no necesité insistir en mi pregunta, porque la respuesta estaba frente a mí. En el primer subterráneo había dos hombres y uno de ellos estaba muerto. Reconocí al cazador que había delatado a Cobra y recordé que su nombre era Edward. Steve dijo que el hombre que atacó a Cristina se llamaba así.

«Voy a matarlo», había dicho. Y lo había cumplido al pie de la letra.

A un lado del cuerpo de Edward, Uriel estaba sentado y tarareaba una canción ochentera que conocía, pero de la cual me fue imposible recordar el nombre. Mientras entonaba el pegajoso ritmo, a un lado de las visiones más asquerosas que he visto, él jugueteaba distraídamente con un cuchillo ensangrentado que pasaba de una mano a otra mecánicamente. Le había cortado la garganta, le había abierto el estómago y le había sacado las tripas que estaban esparcidas por todo el piso.

Siete soltó una risita.

   —¿Ese cabrón está cantando “Uptown Girl”? —me preguntó.

Uriel guardó silencio cuando nos vio y caminó hacia nosotros. Volteé el rostro hacia otro lado para dejar de ver el horroroso festín de tripas y me enfoqué en la cara de Siete. Entonces me di cuenta de que éste tenía los ojos de un color parecido a la miel y un arete en la boca. Levantó una ceja y apretó los labios. Todavía esperaba mi respuesta.

   —Creo que sí —contesté, casi completamente seguro de ello—. Creo que era “Uptown Girl” —Las náuseas me invadieron otra vez. Nunca iba a acostumbrarme a esto.

   —¿Ella…? —Uriel llegó a nuestro lado y apenas se limpió las manos llenas de sangre y carne antes de tocar el rostro de Cristina y asegurarse de que todavía estuviera tibio—. ¿Ella está bien? —La miré. Había perdido el conocimiento.

   —Va a estarlo —me hice a un lado para que él me reemplazara y, sobre la marcha, Siete también lo hizo. Ambos le entregamos el cuidado de la chica a Uriel, que no tardó en levantarla en sus brazos—. Y Steve también lo está, puedes estar tranquilo. —El hombre me miró con los ojos disímiles bien abiertos, como si yo hubiera adivinado algo que él estuvo a punto de preguntar. De seguro lo pensó, pero no, yo no había adivinado nada, sólo había comentado en base a lo que había visto. Cuando Uriel llegó, corrió desesperadamente hacia donde estaban Steve y Cristina.

A él le preocupaban ambos por igual.

Cómo respuesta él sólo sonrió. Uriel tenía una sonrisa grande, dulce y encantadora que, por un momento, me hizo olvidar que hace cinco minutos él había matado a un hombre, le había abierto el estómago y había desparramado sus tripas por el suelo, todo mientras tarareaba canción que nunca más, y gracias a él, volvería a oír de la misma forma.  

Inclinó su cabeza para besar el cabello de la chica e inspiró profundo.

   —Te lo agradezco, Reed.

Media hora más tarde estábamos de vuelta a bordo del camión. El panorama era el siguiente: varios hombres de Cobra habían logrado escapar, pero nosotros nos encargamos de matar a todos los que encontramos camino de vuelta a casa. Pero eso no era lo importante, lo verdaderamente trascendental ya estaba hecho; habíamos arrancado la cabeza, les habíamos quitado su base. El líder ya estaba muerto y devorado. Cobra no volvería a molestar a nadie, nunca más.

   —Eh… —Terence me susurró en el oído, muy bajito, mientras me rodeaba con los brazos. Estábamos sentados en el suelo del camión y yo estaba acomodado entre sus piernas, de espalas a él. Levanté la cabeza para indicarle que le estaba escuchaba—. Sé que no debería confiar tanto en mi memoria, pero creo que jamás había visto a Uriel tan cariñoso con nadie… ¿qué crees que tengan esos tres?

   —¿Qué tan cariñosa es la versión de Uriel que recuerdas? —le pregunté.

   —La versión que te da un golpe para decirte que te quiere —contestó.

Me reí. Frente a nosotros Steve y Cristina dormían. Hace poco, Uriel había vuelto con un par de frazadas y los había cubierto para protegerles del frío que comenzaba a intensificarse por la caída de la noche. Después de eso, se había sentado lejos para no molestarles, pero no despegaba sus ojos de ellos. Su actitud me recordó a la de un guardián que patrullaba el lugar donde había enterrado un tesoro, o algo parecido.

No conocía la relación que los tres tenían, pero una inevitable sensación de conformidad propia me invadió cuando me di cuenta de que había sido partícipe de un rescate muy difícil que había acabado justo en esto, en esta visión; la visión de un asesino vengativo, capaz de cantar mientras destripa a alguien, pero que ahora cuidaba y velaba a otros como si la vida se le fuese a ir en ello.

Nuestro mundo estaba lleno de eso ahora; de personas temibles y aterradoras que se comportaban de manera noble, de asesinos que amaban y psicópatas que eran capaces de desestabilizarse por la muerte de un ser querido. La vida había cambiado mucho en los últimos años; el blanco y el negro parecían unirse en una línea cada vez más fina. Y yo estaba en medio, intentando comprender lo que era vivir en un universo de tonalidades grises.

Acaricié el dorso de la mano de Terence y la besé.

Quizás el mundo estaba mejor ahora.  

 

Notas finales:

TOMA ESA, COBRA! 

JA JA JAA. Nunca me había sentido tan feliz de matar a un personaje :) 

Scorpion fue muy importante en este capítulo. Si lo estuvieron pensando, sí, en alguna parte le tocó el corazón el caso de Steve, por eso decidió ayudarle. Quizás se sintió identificado, no sé. ¿Qué opinan uds? 

Jódete, Cobra :) 

Jódete Edward. 

El mundo está mejor ahora sin uds. 

La sudadera de "I love 90's" es la mejor prenda de la historia xD


¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

La persona que adivinó la muerte de Cobra en el cap anterior, puede pasar a revisar la respuesta de su rw y reclamar su recompensa. Que seguramente tardará en llegar, pero llegará xD

Que tengan una hermosa sema :D 

Abrazos! 

PD: Esta es la canción que estaba tarareando Uriel. ¿No es una canción genial para destripar a alguien? 

 


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