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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueeenas, gente! 

Sí, sé que dije que no habría actu en mucho tiempo, pero tuve algunos ratos libres y alcancé a terminar el capítulo a tiempo. 

Qué decir? Espero que lo disfruten. 

IMPORTANTE: Como es de costumbre, en este capítulo se nombran (y cantan) algunas canciones. Dejaré el link abajo por si quisieran oírlas (no es estrictamente necesario como la vez anterior, aunque de seguro les hace más agradable la lectura)

The Scientist - Coldplay

I Started a Joke - (Versión de Faith no More) Esta quizás es la más importante, ya que le da el título al capítulo. 

*La broma era sobre mí/la broma era para mí es una expresión que se usa para decir que lo que hiciste no resultó como esperabas y terminó volviéndose en tu contra. Es una forma de decir "me salió el tiro por la culata"

*El dialogo entre Aiden y Cuervo que está marcado con un * más adelante, es una frase que Cuervo le dice a Aiden en la primera temporada. 

Espero que les guste ;) 

Nos leemos! 

  

  —¡Cuervo...! —Una voz lejana me sacó del sueño en el que estaba, sueño que olvidé apenas volví a ese estado que tanto odiaba; entre dormido y alerta—. Cuervo, escúchame. ¿Qué haces? —luché por despertar un poco más.

—Shhh... baja la voz, niño.

—¿Dónde vas? Oye, oye. Estás muy borracho.

—¡Déjame! —me moví cuando oí las voces más cerca. Algo pasaba con Cuervo, eso era evidente. Tal vez debía ir y ayudar. Quité con cuidado el brazo de Terence, que rodeaba mi pecho, e intenté escabullirme. Lo desperté, a medias.

—Hmm... —gimió él, con esa voz ronca y algo tierna que siempre tenía al despertar—. ¿Para dónde vas, labios de algodón? —lanzó su brazo otra vez sobre mí, para retenerme, y me envolvió con más fuerza.

Le acaricié el cabello para que no despertara por completo.

—Sólo iré al baño, grandulón —reí y quité su mano otra vez. Estaba pesada—. No aguanto más.

—Mmm... —Él sonrió, con los ojos cerrados. Esta era la clase de gestos suyos que me hacían sentir feliz en estos días—. No tardes demasiado. Me dará frío.

Besé su frente y me levanté de la cama.

—Lo prometo.

Me vestí y tuve cuidado de desequilibrarme. Los músculos de mis piernas estaban acalambrados y todavía sentía las rodillas temblar. Quizá Terence no mintió en su advertencia cuando estábamos en la guarida de Cobra. Meterme dentro de los pantalones nunca había dolido tanto como hoy. No encontré mi camiseta por ninguna parte, así que tomé una sudadera de Terence antes de salir. Era escandalosamente roja, justo como él.

Cuervo pasó rápidamente frente a mí cuando abrí la puerta. Aiden le siguió de cerca.

—¡Cuervo!

—Déjame en paz.

—¿Qué ocurre? —me uní a Aiden y caminé a su lado, mientras ambos intentábamos alcanzar al cazador—. ¿A dónde van?

—No lo sé, hombre... —susurró Aiden— Lo vi pasar borracho y nervioso...creo que estaba llorando —dudó—. Y ahora no sé a dónde va. No sé qué hacer para que se detenga —Cuervo dobló por una esquina y lo perdimos de vista por algunos segundos—. ¡Eh, eh! —Aiden corrió tras él y me hizo un gesto—. ¡Espera un maldito momento! —lo atrapó y le agarró del brazo—. ¿¡Para dónde crees que vas!? ¿¡Estás loco!?

Cuervo se lo quitó de encima y le dio un puñetazo que hizo a Aiden tambalear y caer al suelo. Luego siguió su camino.

—¡Aiden! —corrí para ayudarle y me olvidé de Cuervo—. ¿Estás bien? —El golpe había sido fuerte. El cazador no se midió en absoluto, a pesar de estar borracho—. Ay, Dios. Estás sangrando. El castaño se sobó el mentón y arrastró con sus dedos la sangre desde sus labios hasta la mejilla.

—Ese desgraciado... —gruñó—. Oh, no, no. Va a salir —se levantó de golpe—. ¿Está loco? ¡Van a matarlo afuera! —Ambos corrimos hacia la puerta abierta al final del pasillo. ¿Cómo es posible que nadie vigilara este lugar?—. J-Joder.

Cuando llegamos al umbral, Cuervo ya no estaba. Ambos nos miramos.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté.

—Toma un arma —dijo y ni siquiera se lo pensó—. Vamos a buscarlo.

—¿¡Qué!?

—¡Vamos! —Aiden corrió hacia una de las cajas que estaban repartidas por todo el pasillo, donde se guardaban municiones, armas y mochilas preparadas para casos de emergencia. Cogió de todo un poco—. No podré perdonarme si ese idiota aparece convertido en zombie mañana. ¿Viste lo ebrio que estaba? No durará ni treinta minutos fuera.

—¿Y si avisamos? —dudé.

—¡Están en medio de una celebración y demasiado borrachos! ¡No van a escucharnos! Vamos, hombre. Toma algo y salgamos de aquí. Tal vez lo encontremos antes de que decida soltarse en la tirolesa.

Cogí una mochila, municiones, un cuchillo y el primer rifle francotirador que encontré y los cargué todos a mi espalda. Luego nos lanzamos escaleras arriba. Ahogué un grito cuando levanté la pierna para subir el primer peldaño. Dolía. Dios, cómo dolía. Dolía cada parte de mi cuerpo.

—Vamos, Reed. ¿No puedes ir más rápido? —preguntó Aiden, que jadeaba por el esfuerzo, a unos ocho o nueve peldaños sobre mí.

—¡Lo intento! —le grité.

—¿Tan duro da ese chico? —se burló y sentí mis mejillas arder por la vergüenza de haber sido completamente expuesto. Gracias a Dios nadie más estaba ahí para escucharnos—. Vamos, una vez que tus piernas entren en calor, dejará de dolerte.

—¿Habla la voz de la experiencia, ¿no? —me reí. No iba a quedarme callado en esta ocasión—. De seguro Ethan te deja hecho polvo noche por medio. Tienes cara —El bufó.

—Respeta a tus mayores.

—Apenas me llevas tres años.

—Tres años más de experiencia —rio.

Comencé a subir más rápido cuando noté que, efectivamente, mis piernas habían dejado de doler al entrar en calor. Debíamos alcanzar a Cuervo antes de que él se lanzara hacia la ciudad, y centro de todo este caos, durante plena madrugada. Era bien sabido que los muertos eran más activos durante la noche e, incluso así, ese cazador idiota...

—¡Espera un momento! —Aiden gritó cuando llegamos a la azotea. Cuando miré las tirolesas, Cuervo ya se había deslizado por una de ellas—. ¡Demonios! ¿¡Qué tiene en la cabeza!? —gruñó y corrió hacia una, ajustó los cinturones del artefacto y se dispuso a lanzarse.

—Creo que deberíamos... —quise decir.

—¿No sabes reconocer a alguien cuando está en problemas, Reed? —me interrumpió él y me lanzó una mirada fija y dura, como si buscara regañarme por algo. Aiden entendía cosas que yo jamás iba a comprender. Entre ellas, ciertos comportamientos como los que Cuervo tenía justo ahora, derivados quizá de situaciones que yo jamás había experimentado y por eso no podía concebir—. Está bien. Ve tú y avisa a los demás, si quieres. En el mejor de los casos sus cazadores saldrán a buscarlo mañana, porque ahora están demasiado ebrios como para darse cuenta de que su líder suicida al parecer quiere morirse de verdad y que se ha lanzado al centro de este basurero. Pero yo no puedo... —dijo y suspiró—. Escucha, hemos tenido esta conversación antes. Sé que Cuervo es uno de los malos... Joder, sí que lo es. Pero en el fondo es un buen tipo. Y si él muere por irse borracho hacia una zona llena de zombies, ¿te imaginas lo que va a pasar con todas las personas que tiene a cargo? —preguntó. Eso era algo en lo que no había pensado—. ¿Te imaginas... lo que pasará con él?

Él era Scorpion, claro. Y si algo le pasaba a Cuervo, ese hombre iba a montar una guerra contra quien sea tuviera al frente. Eso nos incluía a nosotros.

—Además... —Aiden ajustó los últimos detalles antes de lanzarse. Supe que no podría detenerlo, aunque quisiera—. Siento una gran deuda con él.

—¿Qué hizo Cuervo por ti en el pasado? —pregunté. En realidad, no esperaba que él me respondiera.

—Me hizo un favor. Algo a lo que yo jamás me habría atrevido... —declaró—. Mató a mi padre.

—¿Estás agradecido porque mató a tu padre? —dudé, sin acabar de entender.

—Ese bastardo convirtió a mi hermano en una de esas cosas —dijo—. Y yo tuve que... ya sabes....

«Aiden se vio obligado a matar a su propio hermano.»

—¿T-Tu padre transformó a tu hermano en...? —balbuceé. No pude terminar mi pregunta, porque él se lanzó al vacío en la tirolesa y su figura se perdió rápidamente entre los edificios—. ¡Diablos! —No lo pensé dos veces. Él tenía razón. Aunque diera el aviso ahora de que Cuervo había desaparecido, ellos tardarían hasta mañana para buscarlo. Eso era demasiado tiempo. Sujeté un montón de cinturones a mi cuerpo, me senté y me lancé directo hacia la nada.

El cielo estaba cubierto y la luna a ratos salía de entre las nubes para mostrarse pálida y formidable. Estaba llena y, a pesar del mal tiempo, el paisaje me pareció admirable y hermoso por unos momentos. Hasta que comencé a oír los gruñidos.

Después del virus la vida se había vuelto silenciosa. Esta ciudad lo era. La mayoría del tiempo en el que he estado aquí, el único ruido que se oye es el nuestro; nuestros disparos, nuestros gritos y nuestros pasos que golpean el asfalto. Pero ahora, en mitad de una noche cerrada y fría, el silencio desaparecía y era reemplazado por algo más temible. Desde arriba, antes de lanzarme por la tirolesa, esta ciudad parecía vacía. Pero ahora, a mitad del descenso, comencé a ver en el suelo manadas de muertos, demasiadas de ellas, que caminaban sin rumbo. Andaban y se balanceaban de un lado para el otro sin sentido alguno. Gruñían e incluso parecía que se estuvieran comunicando. De seguro el sonido del cable metálico los alertó, porque algunos levantaron la cabeza y gritaron al aire, como si me advirtieran que me habían visto y que irían a por mí. A pesar de estar a muchos metros de altura, encogí las piernas y me arrimé a la cuerda.

¿En qué diablos pensó Cuervo cuando decidió lanzarse a este desastre?

—Brrr. Qué frío hace aquí —Aiden me esperaba en la azotea del edificio de aterrizaje, mientras se abrazaba a sí mismo. Apenas llevaba una camiseta de manga corta. Definitivamente no estaba dentro de sus planes seguir a un lunático suicida hasta aquí esta noche, así como no estaban en los míos ayudarlo a encontrarlo. Pero aquí estábamos, a punto de bajar a una calle repleta de muertos hambrientos—. Sabía que vendrías.

—¿Por qué?

—Verás... —se encogió de hombros—. Pareces el tipo de chico que escoge la clase de médico en un videojuego online —se rio—. Imaginé que no podrías dejarme ir solo, desamparado y sin una cura portátil.

Sonreí. Todavía era una cura andante para este tipo.

—¿Y qué clase de personajes eliges tú para un videojuego? —pregunté, mientras me quitaba el sinfín de cinturones que me mantuvieron seguro durante mi viaje.

—Me gustan los tanques.

—Por qué no me extraña.

Él sonrió.

—Bien... —dijo. No había rastro de Cuervo. Lo único que sabíamos es que él había aterrizado aquí, pero no teníamos idea de a dónde había ido—. Si tu fueras un hombre que adora el peligro, y estuvieras tan borracho que apenas te puedes mantener consciente. ¿Para dónde te dirigirías? —me preguntó. Lo pensé seriamente durante algunos segundos. Si estuviera ebrio ahora mismo...

—¿Dijiste que estaba llorando? —pregunté. Él hizo un ruidito de afirmación—. ¿Qué crees que pasó?

—¿Recuerdas cómo lo sacó Scorpion del karaoke? —Esta vez, yo hice el ruidito. Sí, claro que lo recordaba. Había sido un escándalo—. Creo que tiene que ver con eso.

—¿Ellos...están juntos, ¿no? —pregunté. Por desgracia, los había visto follar una vez. Pero no iba a decírselo a Aiden, claramente. Aunque hoy en día ver a dos seres humanos coger, sobre una cama o un escritorio, no decía absolutamente nada sobre la naturaleza de su relación. Cualquiera podía hacer eso—. Es decir, me refiero a...

—No lo sé —contestó. Todavía no nos movíamos ni planeábamos nada, quizá porque estábamos paralizados ante los ruidos de esta ciudad de noche; los gruñidos y jadeos se oían por todas partes y parecían estar por sobre nuestras cabezas, a pesar de que no había ningún muerto cerca—. Hace años, antes de que escapáramos de este lugar, Cuervo fue contagiado. Scorpion hizo lo imposible por conseguir la cura. Podría decirse que, en algún momento, ese desgraciado quiso salvarle. Así que supongo que ellos tuvieron algo. O lo tienen, no lo sé... —titubeó—. No imagino a nadie lo suficientemente loco como para estar con Scorpion. Ni siquiera Cuervo.

—¿Una cura? —me detuve ahí. Estaba de acuerdo con que Cuervo debía estar completamente chiflado como para estar con alguien como Scorpion, pero esa supuesta primera cura me pareció más importante.

—Sí, la hubo una vez. Aunque ahora tenemos otra... —me miró de reojo—. Y lleva una sudadera desvergonzadamente roja —rio y buscó algo que colgaba de su cinturón, una pequeña petaca que balanceó entre sus manos antes de abrirla y darle un largo sorbo. Lo que sea que contuviera eso, pareció sacudirle las tripas— ¡Ah, joder! Qué fuerte está esto.

—Creo que Dania estuvo secuestrada en la base de La Resistencia antes —aproveché de comentar—. Al principio se sentía muy incómoda allí.

—No me extraña... —Aiden dio un segundo trago y sacudió la cabeza. Si eso que bebía no le hacía entrar en calor, nada en este mundo lo lograría—. Esos bastardos experimentaban con niños... —hizo una pausa para meter la mano en su mochila y buscar algo. Sacó una linterna, un encendedor y una bengala—. Hubo un chico que trató de matarnos. Se llamaba Allen... —comenzó a decir—. Ethan me contó que Allen y sus dos hermanos habían sido víctimas de E.L.L.O.S desde pequeños, que esos desgraciados los usaban para experimentar con el virus. ¿Te lo imaginas, Reed? Tres niños a los que les inyectaban día a día sustancias extrañas, que les conectaban tubos en los brazos y cables en las cabezas, como si fueran ratas de laboratorio. Ethan me dijo que los experimentos terminaron por matar al menor de los tres. Allen le confesó que quería acabar con él por lo que le hicieron a su hermano, porque se suponía que Ethan debió haber ocupado su lugar... —suspiró de repente, como si recordara algo más, que no iba a decirme—. Era un chico perdido, ¿sabes? Este sistema de mierda.... E.L.L.O.S hizo que perdiera la cabeza. Nunca pude culparlo, la verdad... —confesó—. Esto es lo que esa organización asquerosa les hace a los niños.

Un escalofrío me recorrió toda la espina dorsal, vértebra a vértebra y nervio a nervio. La idea de imaginar a mi pequeña hermana con un montón de cables atados a su cuerpo, mientras le drenaban la sangre, me causó náuseas. ¿Cuánto había sufrido? ¿De cuánto no fui capaz de protegerla?

—¿Q-Qué...? —comencé, sin saber si quería o no conocer la respuesta de lo que estaba a punto de preguntar—. ¿Qué pasó con ese chico?

—Tuve que quemarlo vivo —contestó.

No sé cómo, pero Cristina y Uriel habían salvado a Dania de un futuro terrible. Jamás terminaría de pagar mi deuda con ellos.

—¿Nos vamos? —me preguntó, antes de que yo indagara más en el tema. Le seguí.

—Creo que debemos comenzar a buscar por los lugares más obvios... —dije, e intenté sacudirme la emoción y quitarme el nudo que se formó en mi garganta cuando imaginé el peor de los finales posibles para Dania. Me apresuré en bajar las escaleras. Si mi cuerpo se enfriaba ahora, comenzaría a doler—. Si tenemos suerte, le encontraremos dentro de alguno de los edificios abandonados, dormido o todo vomitado, no lo sé. ¿Qué tan mal estaba?

—Lo suficiente para tambalearse de un lado a otro. Y aun así el bastardo se escapó de nosotros.

Nos escabullimos en silencio por la puerta del edificio para salir. No podía creer que hiciéramos esto; movernos agachados y casi sin respirar para no ser descubiertos por las pequeñas hordas que caminaban cerca de nosotros. Estaba preparado para correr en caso de que ellos se dieran cuenta.

Dios, iba a matar a Cuervo cuando le encontrara.

Aiden me hizo una seña para que me moviera al edificio que estaba en frente. Obedecí e intenté forzar la puerta. Cerrad, Cuervo no estaba ahí. Intenté con el siguiente y Aiden hizo lo suyo desde el otro lado de la acera.

Pero algo me dijo que no tendríamos suerte. Cuervo no estaría dentro de ninguno de esos edificios y apartamentos. Cuervo estaría en medio del desastre. Así era él.

Sólo teníamos que esperar la señal.

En ese momento cuatro disparos se dejaron oír en el aire.

Aiden y yo cruzamos una mirada que lo decía todo; no podía haber otro loco que disparara en medio de la noche cerrada que no fuera nuestro hombre. Las balas venían desde un callejón que intersecaba con la calle principal y nos dirigimos hacia allá, seguidos por un montón de muertos que empezaron a correr en la misma dirección. El ruido los había alertado. Los jadeos aumentaron y los gruñidos hambrientos despertaron un miedo que se apoderó de mí. Los teníamos a nuestras espaldas y ya no sólo corríamos por llegar hasta Cuervo, ahora lo hacíamos por nuestras vidas.

—¿¡Qué haremos cuando lleguemos a él!? —grité, medio hiperventilado. Sentía mi respiración agitada a punto de cortarse y el corazón me latía a mil. No quería mirar atrás, porque sabía que me encontraría con al menos una docena de muertos—. ¡Dios! —esquivé a uno que salió del costado y Aiden le disparó a otro que se le intentó lanzar encima.

—¡Vengan acá, cabrones! —Los disparos comenzaron a oírse cada vez más cerca—. ¡Traje suficientes balas para todos ustedes! —A unos veinte o veinticinco metros, pude ver a Cuervo en el centro del caos. Doce o quince muertos le rodeaban y formaban un círculo alrededor de él que definitivamente nos impediría el paso. Y más venían en camino. Teníamos que actuar rápido.

—¡Entraré yo! —le grité a Aiden y me adelanté. Si a mí me mordían, no importaba. No iba a pasarme nada. Había ciertas ventajas y atribuciones que podía tomarme por ser una cura andante y debía aprovecharlas—. ¡Busca un lugar donde refugiarnos! ¡Saldré de esa multitud con Cuervo! —Aiden me lanzó una mirada terrible; una mezcla de enfado, miedo y angustia, pero confió en mí, asintió con la cabeza y rodeó al grupo de muertos que se abalanzaban sobre Cuervo para pasar de ellos. Me preparé para el impacto, porque Dios, iba a haberlo, y tensé mis músculos y puse mi hombro por delante, para tirar abajo cualquier cuerpo que se me cruzara y, en el peor de los casos, concentrar las mordidas allí. Antes de meterme en el centro, empuñé mi cuchillo y me preparé para el ataque.

—¡Cuervo! —grité, para llamar su atención y la de los muertos que le rodeaban—. ¡Maldito desgraciado! —clavé el cuchillo en la frente de uno de los muertos, mientras empujaba a otro con la carga de mi hombro y me esforzaba por zafarme del agarre de dos que intentaron cogerme la ropa—. ¿¡Cómo te atreves!?

—¿R-Reed? ¿Qué haces tú...? —No le dejé terminar la pregunta, le agarré del brazo y lo saqué a la fuerza de esa masa asquerosa y putrefacta a punta de golpes, patadas y sus disparos.

—¡Corre, idiota! —le dije, sin soltarlo todavía—. ¡Tenemos más de dos docenas detrás de nosotros! —quería matarlo, quería matarlo de verdad. ¿¡Cómo podía estar tan loco!? ¿Cómo podía ocurrírsele huir a la ciudad en mitad de la noche?—. ¿En qué diablos pensabas?

—N-No... sé —balbuceó él.

—¡Por acá, chicos! —Aiden nos esperaba hacia el final de la calle. Había logrado forzar la entrada de un complejo de oficinas y negocios. En el primer piso todavía lograba leerse un cartel que rezaba: «Notaría»—. ¡Apresúrense! —disparó, para quitarnos a los que teníamos más cerca y yo cogí a Cuervo de la mano para obligarlo a correr más rápido. Estaba muy frío y eso me asustó. No traía una chaqueta. Si no lo mataban los infectados hoy, terminaría muerto por hipotermia o algo parecido. Llegamos al edificio, nos metimos y Aiden cerró la puerta. Los golpes contra la madera reforzada me hicieron creer que esas cosas iban a tirarla abajo.

Oí el murmullo de una reja. Debía haber una para resguardar la puerta. Esta clase de edificios en los que solía manejarse mucho dinero tendían a ser bastantes seguros.

Por diez o veinte segundos lo único que pude oír fue la agitada arritmia de nuestras respiraciones que intentaban calmarse. Me faltaba el aire y podía sentir el pecho saltar por un miedo y una adrenalina que no experimentaba desde hace bastante tiempo. Por un momento creí que íbamos a morir los tres ahí fuera. Me concentré en tranquilizarme, en convencerme de que todo estaba bien ahora y que esto sólo sería una mala experiencia de la que podríamos reírnos después.

Encendí una linterna y, entonces, Aiden se levantó del sitio en el que había caído sentado y caminó con pasos apresurados hasta Cuervo. Lo agarró de los hombros y le obligó a ponerse de pie:

—¿¡En qué demonios pensabas, maldito lunático!? —le gritó y golpeó su espalda contra la muralla cuando lo empujó—. ¿¡Te querías morir, es eso!? —Cuervo no respondió. Se veía mal, se veía peor que cuando mató a Steiss. Su cara estaba más sombría, más dura, como si ninguna emoción realmente pasara por ese rostro deshecho y herido que traía. Y, si mi experiencia no me engañaba, eso significaba que él estaba todavía más cerca del colapso—. ¡Respóndeme!

—Aiden... —intenté tranquilizarlo—. Está bien. Baja la voz.

—¡No! —Aiden acercó su rostro a la cara de Cuervo para gritarle más de cerca—. ¡Este bastardo no se da cuenta que estuvo a punto de desatar un desastre! —gruñó—. ¿Qué crees que iba a pasar si esos zombies te atrapaban? Iban a comerte vivo, maldita sea. No habríamos podido salvarte.

—No buscaba que me salvaran—contestó él.

—¡Buscabas suicidarte!

Silencio. Aiden dejó de gritar, pero su voz se oyó aún más enfadada todavía:

—Estás a cargo de un montón de gente, Cuervo —le dijo—. Eres como un maldito padre para ellos. ¿Qué crees que habría pasado con todos esos hombres cuando se enteraran de que te habían devorado aquí afuera? Joder. ¿Qué fue lo que te dijo Anniston aquella vez? Antes de morir.

—Cállate.

—Dijo que eras un buen guía. Y que ellos estarían bien contigo.

—¡Cállate! —Cuervo gritó. Esto se transformaría en una pelea en cualquier momento.

—¡Comienza a actuar como lo que se supone que eres, maldición!

—¡Dije que cerraras la boca! —Cuervo empujó a Aiden y quiso golpearlo. Me levanté lo más rápido que pude y sostuve su brazo antes de que lo hiciera. Tuve que poner como resistencia todo el peso de mi cuerpo para detenerlo, porque, Dios, qué fuerza tenía.

—¡Basta, los dos! —les grité—. ¡Estamos en una situación crítica! ¡No es momento para discutir! ¿¡Qué les pasa!? —Hubo otra especie de silencio entonces, en el que los oí luchar por tranquilizarse y rechinar los dientes para contener el enojo generado por el altercado. Por fin creí que se habían sosegado las cosas. Y esperaba que se quedaran así—. Ya estamos a salvo, eso es lo importante. Estamos vivos los tres y probablemente no lo contaremos de nuevo.

—¡Bien, bien! Ya déjame —Cuervo se zafó de mi agarre y tambaleó hacia atrás. Aiden y yo le ayudamos a sostenerse. Ese hombre estaba muy borracho. Y quizás Aiden también lo estaba un poco, pero él definitivamente se encontraba en mejores condiciones que el líder de los cazadores. Solté un gruñido y caminé hasta mi mochila para buscar algo, lo que sea que le ayudara a salir de ese estado. Aiden se arrastró por la muralla junto a Cuervo para que él se sentara en el piso otra vez.

—Vamos, Cuervo —le dijo en tono burlesco—. No seas maricón, tienes que estar consciente. *

Cuervo soltó una risita.

—¿Todavía recuerdas eso?

—Lo recuerdo muy bien —Aiden se sentó frente a él cuando le vio seguro y estable—. Nunca olvidaría cómo mataste a ese bastardo...

—Y-Yo... —Cuervo pareció titubear—. Yo tampoco olvidaría algo así.

Encontré un par de botellas con agua y le lancé una a cada uno. Me senté sobre un escritorio y abrí una propia para beberme más de la mitad en un sólo sorbo. Estaba exhausto.

—Gracias, Cuervo.

—No fue nada, hombre. Pasó hace mucho tiempo.

Hubo otro silencio incómodo, en el que sólo se escuchó el ruido que hacían los muertos apostados fuera del complejo de edificios. Suspiré y me estiré a lo largo del escritorio sobre el que estaba, para buscar algo de comodidad. Al parecer, y cómo estaban las cosas afuera, los tres pasaríamos la noche encerrados en esa pequeña oficina. No había mucho que hacer.

Pasaron unos quince o veinte minutos antes de que uno de nosotros abriera la boca otra vez:

—Que sepan que nunca fue mi intención hacer que se lanzaran en mi búsqueda como unos cabrones desesperados —susurró Cuervo. Contuve una sonrisa

—¿Esa es tu forma de pedirnos perdón por tener que venir a rescatarte? —pregunté.

—No obtendrán nada más de mí.

—Acepto —asintió Aiden—. Pero nos las tendrás que pagar después.

—Olvídalo.

Me levanté, tomé la linterna y comencé a hurguetear entre los estantes y cajones que estaban repartidos por todo el lugar.

—Buscaré algo que nos sirva —anuncié.

—Hmm... —me contestaron ambos, al unísono. Al parecer ninguno de ellos estaba dispuesto a ayudarme. Entre las cosas que había dentro de mi mochila se encontraba lo básico; agua, un encendedor y un tarro metálico que serviría para cocinar o improvisar un fuego. No era demasiado, pero era suficiente para sacarme de cualquier apuro. Aun así, la oficina en la que fuimos a parar se veía prometedora y algo me dijo que durante estos cinco años nadie había entrado en ella. Intenté imaginar la situación y en mi mente vi a los trabajadores evacuar el edificio y al encargado cerrar con llave el lugar, con la esperanza de no volver a trabajar hasta el próximo mes. Me pregunté qué había pasado con todos ellos. ¿Quedaría alguno vivo?

Encontré un lápiz, una pequeña libreta, un libro de bolsillo, cinta de embalaje, una tijera y un pequeño parlante a baterías que todavía tenía conectado un anticuado reproductor de música. Lo encendí y me sorprendí al ver la pequeña pantalla iluminándose con un fondo azul claro y letras negras que me daban la bienvenida con el clásico mensaje de «welcome» en ella.

—Eh, chicos... —dije e ingresé a la lista de reproducción del aparato para poner una canción al azar. Había muchas ahí. Al parecer, la gente de esta oficina le gustaba divertirse y pasar buenos ratos libres al son de la buena música. Escogí "The scientist", la única canción de Coldplay que conocía y le di a reproducir. El piano comenzó a oírse a un volumen más que tolerable. El pequeño aparato no sonaba lo suficientemente fuerte como para montar una fiesta, pero sí para sentarse y escuchar algo que no fuera los jadeos y gruñidos de las tres decenas de muertos que debían encontrarse afuera—. Miren lo que encontré.

—Genial. Esto es jodidamente deprimente —comentó Cuervo.

—Como DJ morirías de hambre, Reed.

—Lo sé. Es una canción triste —volví a mi improvisada cama montada sobre el viejo y duro escritorio, guardé en mi mochila lo que había encontrado y me recosté otra vez sobre la madera para intentar dormir un poco. Antes, hace más tiempo del que puedo recordar, solía dormirme de esta forma mientras mi madre trabajaba en el salón. Ella era una mujer nocturna. Recuerdo que acostumbraba escuchar música mientras preparaba informes para el día siguiente en su computadora. Recuerdo el olor de su café salir desde la cocina a las diez de la noche, mientras bandas como esta se oían de fondo. Acaricié aquella sensación reconfortante por algunos momentos y casi sentí lo mismo, casi sentí que estaba otra vez arropado en mi cama limpia y con mi viejo pijama puesto. Ese, con la figura de Iron Man de los ochenta en el centro de la camiseta que ella tanto detestaba.

En el video de esta canción, un chico rebobinaba al pasado para mostrarnos un final alternativo en el que él y su novia no sufrían un terrible accidente y la chica no moría. Me critiqué a mí mismo y me dije que era muy inmaduro de mi parte pensar de esa manera, pero deseé que las cosas fueran así de fáciles. Deseé volver en el tiempo y evitar tantas cosas que me habría gustado detener antes de observar su terrible desenlace. Deseé estar otra vez un jueves por la noche acostado en mi cama y oír a mi madre tararear canciones demasiado viejas para mí.

Cuando me dormí, lo hice pensando en que esa noche soñaría con ella y con los días en los que la vida era simple y sencilla.

 Yo comencé una broma, lo que hizo a todo el mundo llorar...

Desperté, no por la canción que se oía desde el pequeño parlante al que todavía parecía quedarle batería, si no por la voz baja y apenas susurrante que la cantaba—. Oh, pero no vi... que la broma me la hacía yo... Entreabrí un ojo, con temor a ser descubierto. Dentro de la habitación seguía oscuro, pero la negrura dura y pesada se había transformado sólo en una penumbra en la que apenas podía distinguir siluetas y algunos rasgos, pero eso era suficiente. Supe que estábamos cerca del amanecer—. Y comencé a llorar, lo que hizo a todo el mundo reír ♪—Aiden dormía en una esquina, con la cabeza apoyada sobre sus rodillas recogidas. Y Cuervo estaba despierto, con su ojo muy abierto puesto sobre una historieta de un título empolvado que no fui capaz de reconocer. Ya no estaba borracho y se veía un poco mejor. Sin mencionar, claro, la horrible herida que tenía a un costado de su frente y que parecía peor que hace algunas horas. Aunque él se había limpiado la sangre, la piel magullada allí parecía pintarse de todos los colores. Cantaba mientras leía, muy bajo, pero a un volumen suficiente como para que su voz sí alcanzara a oírse por sobre la música de fondo. Quise observarlo por algunos minutos. Lo había escuchado cantar junto a Siete la pasada noche, pero las palabras arrastradas y los ritmos perdidos que le oí balbucear aquella vez no se comparaban con la clara y tranquila voz que tarareaba una canción tan antigua que no podía recordar a quién pertenecía.

Por el rabillo del ojo, noté un movimiento; Aiden se llevó silenciosamente un dedo a los labios para callarme mientras intentaba ocultar una sonrisa. Él también estaba despierto, y también fingía estar dormido para así poder escucharlo.

Hasta que al fin morí... lo que hizo que todo el... ♪—Cuervo calló de pronto, no porque nos haya descubierto, si no por el estruendo que se oyó fuera. Primero fueron cuatro disparos. Y después, golpes en la puerta.

♫ Y miré al cielo, deslizando mis manos por sobre mis ojos... ♫

Fueron golpes secos y decididos. Los muertos no hacían eso.

♫ Y me caí de la cama, maldiciendo a mi cabeza por todas las cosas que dije...

—¡Salgan de ahí, desgraciados! —gritaron. Salté de mi lugar y me puse rápidamente en alerta. Cogí mi mochila y tomé el rifle que había tomado prestado la noche anterior. Los chicos hicieron lo mismo y los tres nos agrupamos frente a la puerta.

—¿Quiénes creen que sean? —preguntó Aiden, mientras cargaba su arma con las manos temblorosas. Cuervo y yo cruzamos una mirada que dijo todo entre nosotros. Ambos pensamos exactamente en lo mismo: La Hermandad. Ellos se habían enterado. Habían hecho sus investigaciones y habían descubierto que uno de nosotros había matado a Steiss. Y ahora debían estar furiosos.

♫ Hasta que finalmente morí, lo que hizo que todo el mundo comenzara a vivir...

—No lo sé... —mentí. Y Cuervo también lo haría. No era momento para explicarle a Aiden lo que había pasado en ese criadero de muertos—. Pero no se oyen amigables.

—¡Vamos, cabrones! ¡Contaré hasta tres!

 Si sólo hubiera visto... que la broma era para mí 

—¡Uno...!

—Tendremos que salir... —Cuervo movió la reja que resguardaba la puerta—. Preparen sus armas. Les dispararemos a todo lo que encontremos por delante y luego saldremos de aquí cagando leches.

—¡Dos...! —Cargué mi arma. No, definitivamente yo no era bueno para disparar a distancias cortas, pero siempre había una primera vez para todo y supuse que esta sería la ocasión para aprender a hacerlo.

Apoyé el rifle en mi hombro y apunté directo hacia la puerta. Esperé a que esos hombres la derribaran.

—¡Tres! —Ellos cumplieron su palabra y la tiraron abajo. En ese momento, Aiden, Cuervo y yo disparamos al mismo tiempo y empujamos los cuerpos, de los cuatro hombres que intentaron entrar, antes de que tocaran el suelo. Hicimos justo lo que el líder de los cazadores ordenó y los tres nos lanzamos en una vertiginosa carrera calle abajo.

—¡Tras ellos! ¡Vamos, vamos! —Oí muchas voces tras de mí. Oí sus pisadas rápidas que nos perseguían y sentí pánico, porque sin mirar atrás supe que ellos eran demasiados, y que estaban como unos energúmenos. Agaché la cabeza cuando comenzaron a dispararnos—. ¡El del parche y el de la sudadera roja! ¡A ellos los quiero vivos!

—¿¡Qué!? —gritó Aiden y nos guio por una esquina. No sabía si él recordaba realmente el camino de vuelta a casa, o si conocía algún atajo para llegar a La Resistencia, pero era él quien iba delante y, por consecuencia, nosotros le seguíamos sin dudar—. ¿¡Por qué los quieren a ustedes!?

—¡No tengo idea! —grité, desesperado. No eran muertos, no eran cadáveres en lento proceso de descomposición los que nos cazaban, era gente viva y sana. Seres conscientes de sí mismos y de por qué nos perseguían. Y yo también lo sabía. Sí, claro que lo sabía, pero incluso en ese momento decidí mentirle a Aiden. Si los de La Hermandad buscaban atraparnos a Cuervo y a mí era porque éramos las últimas personas que ellos vieron salir del despacho de Steiss. Ellos lo sabían, debían saberlo. Y yo estaba metido en todo eso sin quererlo.

—Debe ser porque saben lo de tu sangre —dedujo Aiden rápidamente—. Y a Cuervo, bueno. Todos notamos cómo te miraba su líder, amigo —bromeó.

—No es momento para esto —jadeó Cuervo y volteó la cabeza para levantar su arma, apuntar y derribar a uno de nuestros captores. Oí el estruendo de un cuerpo en movimiento caer abruptamente al piso, pero ése era tan sólo uno menos de quizás cuántos—. Mierda. Son demasiados —dijo, con una mirada de espanto en el rostro que me causó escalofríos incluso a mí, porque en alguna parte de mi mente sabía que si este hombre, que era un completo maniático amante del peligro, ponía esa expresión significaba que estábamos en auténticos problemas—. Veinte, quizás más. Y están armados hasta los dientes. No todos son de La Hermandad.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Aiden, que jadeaba y apenas respiraba. Yo también. Pronto nos cansaríamos de correr.

—¡A-Ah! —grité, cuando sentí el impacto de una bala en mi brazo—. ¡Demonios, ellos...!

—Lo sé, porque ellos no disparan tan bien —contestó Cuervo—. Reed, aguanta un poco más —miró mi brazo y lo inspeccionó mientras corríamos a la par—. No es grave, tranquilo.

No contesté y me concentré en no detenerme ni bajar la velocidad. Pero, por dentro, el dolor era insoportable. Incluso sentí lágrimas picar en mis ojos, lágrimas que no pude contener.

—Vas a estar bien.

—¡Por aquí! ¡Más rápido! —Aiden aceleró, dobló por una esquina y pudimos perderlos por algunos segundos—. Quítate la sudadera, Reed.

—¿¡Qué!? —jadeé.

—¡Quítatela! —alzó la voz. Obedecí de pura inercia, todavía sin entender verdaderamente sus motivos para ordenarme eso—. Dámela —estiró la mano. Doblamos por otra esquina. Íbamos a perderlos definitivamente, o eso creí yo. El frío de la mañana me hizo cosquillas sobre la piel desnuda cuando me quité la sudadera de Terence y se la di a Aiden—. Ponte mi camiseta —Él me dio su ropa. Entonces entendí.

—No, Aiden —pedí.

—¡No me rebatas ahora! —me gritó, dio un tropezón y estuvo a punto de caer de lleno al suelo. Estaba cansado. Se nos acababan las energías—. Ellos te quieren a ti y yo no voy a dejar que te tengan. Eres la maldita salvación para este desastre, y, si ellos acaban contigo...

—Hazle caso, Reed —intervino Cuervo. Los disparos de La Hermandad comenzaron a oírse cerca nuevamente. Ellos se movían rápido e iban a alcanzarnos—. No seas idiota.

Maldición, ellos tenían razón.

—Estúpido Cuervo —sollocé. No quería irme, no quería abandonarlos, no quería correr como una maldita rata que huía a su guarida apenas veía problemas, pero eso era justo lo que estaba a punto de hacer—. Mira lo que hiciste.

—Vamos a estar bien... —Aiden se detuvo, ya traía mi sudadera puesta y se había cubierto la cabeza con la capucha para pasar más desapercibido aún, para que ellos tardaran en darse cuenta que se habían equivocado de hombre—. Tú sólo preocúpate de volver a salvo —Tiró su arma al suelo y levantó las manos en son de paz.

No, no iban a estar bien. No después de lo que Cuervo le hizo a Steiss. No, probablemente lo matarían por venganza cuando lo atraparan y él lo sabía... debía saberlo. Y también acabarían con Aiden en cuánto se dieran cuenta que los habíamos engañado.

Cuervo dejó de correr y entonces cruzamos una mirada. El secreto ya había sido descubierto y estas eran las consecuencias de sus actos. Y no sólo eso, estas consecuencias arrastraban a otra persona con ellas. Aiden no tenía nada que ver en todo este desastre.

—Cuervo... —sollocé, con un nudo en la garganta que no dejaba de asfixiarme. Buscaba que él lo solucionara de alguna forma, que él evitara lo que estaba a punto de pasar. Que él lograra rebobinar el pasado, para no asesinar a Steiss aquella vez y así mantener la paz con La Hermandad, para que nada de esto ocurriera en verdad. Buscaba desesperadamente que él tuviera un as bajo la manga que pudiera arreglarlo todo. Pero no había tal solución, no existía. Lo sabía. Y él también.

—Lo siento, muchacho... —Cuervo sonrió, tiró su arma al suelo y levantó las manos para ponerlas detrás de su cabeza. Él tenía una linda sonrisa—. ¡Ve! —me gritó, cuando un disparo casi le roza—. ¡Corre ahora! ¡No dejes que te atrapen vivo!

Me vestí rápidamente con la camiseta de Aiden, di la vuelta y me eché a correr. Seguí corriendo incluso cuando oí más disparos cerca de mí. Ellos creían que yo era Aiden y buscaban matarme. Corrí con todas las fuerzas de mis piernas y contuve las lágrimas y la desesperación. Estaba desesperado porque no pude hacer nada, porque no quería huir y menos dejarlos atrás. Eso no estaba en mi naturaleza. Aiden tenía razón; yo era el tipo de chico que escogía la clase de «médico» en los videojuegos, era la clase de persona que odiaba abandonar a alguien. Y eso fue justo lo que hice. Los dejé atrás y a su suerte.

Oí cuando los detuvieron, cuando los tiraron al suelo y los golpearon hasta dejarlos inconscientes. Zigzagueé por las esquinas, sin rumbo fijo y sólo busqué escapar y encontrar un camino, cualquiera que me llevara de vuelta a casa.

Todo acto tenía su consecuencia. Toda acción tenía su reacción. Y esto no era tan sólo culpa de Cuervo, todos habíamos colaborado en la seguidilla de errores que nos habían traído hasta aquí.

Hoy, la broma había caído sobre nosotros.

Miré al cielo para buscar los cables y me sequé las lágrimas. Tenía que volver. Tenía que avisar lo que había pasado.

Tenía que salvarlos.  

 

 

Notas finales:

¿Críticas? ¿Comentarios? Bueno, los que pensaron en que La Hermandad volvería por ellos no estaban tan equivocados, aunque les espera una GRAN sorpresa. 

Que tengan una linda semana


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