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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueeeenas, gente! 

Aprovecho de actualizar hoy, porque el lunes tengo mi último examen y probablemente el domingo esté estudiando todo el día :V 

Me dolió escribir este capítulo. Muchísimo. Muchísimo. 

Perdóname, bebé

Desperté sobresaltado, agitado y con el corazón en la garganta. Fingí estar dormido y no abrí los ojos hasta que me sentí completamente solo en el vehículo en el que estaba, atado de manos y pies. Sentía las ruedas bajo mi espalda saltar y sacudirse por el asfalto agrietado.

  —¿Cuervo? —susurré al vacío y esperé no estar, efectivamente, solo.

   —¿Estás bien, Aiden? —preguntó. Entonces abrí los ojos. Ambos estábamos en la parte posterior de un camión y sin nadie más ahí. Nos habían atrapado.

Me concentré e intenté evaluar los daños. Me palpitaban los ojos y sentía calientes las mejillas. Me pasé la lengua por los labios y me topé con un metálico rastro de sangre.

Ellos nos habían dado una verdadera paliza.

   —Estoy vivo —dije.

   —Apenas —rio él. Le miré en la oscuridad e intenté evaluar los daños en él también, pero apenas sí distinguía su silueta en medio de la penumbra.

   —¿Sangras? —pregunté.

   —Un poco.

Suspiré. Estábamos jodidos, más jodidos de lo que, estaba casi seguro, ninguno había estado antes. La última vez que me sentí así, la última vez que experimenté esta desesperanza y sensación de que hiciera lo que hiciera no iba a salir ileso, fue cuando hice volar un puente para ayudar a mis amigos y acabé atrapado por los cazadores de Scorpion. Aquella vez no pude salvarme.

Y probablemente tampoco lo haría ahora.

Pero esta vez estaba preparado… para lo que sea que viniera. O eso creía.

   —Yo… —Cuervo carraspeó la garganta, lo que me alejó de mis pensamientos y de los terribles finales que comencé a imaginar para ambos en mi cabeza—. Lo lamento.

   —¿Qué cosa?

   —Fue mi culpa —dijo—. Ya sabes, que nos hayan atrapado.

   —¿Por qué saliste borracho? —pregunté. Íbamos a morir probablemente. Era mi momento de preguntar todo sobre él. La carpa que cubría la carga del camión se separó un poco de su sitio por culpa del viento y dejó entrar algunos rayos de sol. Miré a Cuervo a contraluz; sangraba mucho más que “un poco”; le habían roto el labio inferior y un hilo rojo corría por el costado de su frente. No quise decírselo—. ¿Qué ocurrió?

Se encogió de hombros.

   —No sé muy bien qué pasó —confesó. Se oyó como una mentira—. Estaba muy ebrio.

   —¿Scorpion, ¿no? —intenté adivinar. Él volvió a levantar los hombros, como si no le importara hablar del tema. Apuesto a que era todo lo contrario—. ¿Qué…? ¿Qué fue lo que…?

   —Discutimos y ya —me interrumpió—. Todo el mundo tiene discusiones con todo el mundo.

   —Y te golpeó lo suficientemente duro como para hacerte sangrar. Te vi. Te sangraba la cabeza cuando pasaste por mi lado anoche.

   —Eso de la comunicación verbal no es lo nuestro —se excusó.   

   —¿Nuestro? —alcé una ceja—. Dime, Cuervo. Ustedes dos…

Una carcajada suya me hizo callar antes de que terminara mi pregunta.

   —¿Crees que voy a soltar la lengua porque seguramente nos matarán en un rato, no es así? —preguntó y yo asentí con la cabeza porque era exactamente lo que había pensado—. Quizás tengas razón —me miró, el único ojo que tenía a la vista estaba enrojecido, probablemente por un derrame causado por alguno de los golpes—. Estoy enamorado de Scorpion —confesó, a secas—. O bueno, lo estaba. No sé si se le puede llamar amor a eso.

   —Definitivamente no —respondí enseguida. Demonios, esta era la situación más retorcida y podrida que me había tocado ver. Lo sospechábamos, todo el mundo lo hacía. Era una especie de secreto a voces, pero nunca me imaginé que existieran sentimientos de por medio. Eso lo hacía aún peor. Me daba escalofríos.

   —Supongo que… —arrastró las palabras al hablar. Se oía cansado y deprimido—. Siempre supe que me quemaría por él al final. Siempre supe que esto me destruiría.

Me pareció injusto. El hombre que tenía maniatado frente a mí era bueno, en el fondo y bajo paradigmas para nada convencionales, pero lo era. En cambio, Scorpion… ese bastardo.

Ese bastardo no merecía el cariño de nadie. Ni siquiera el de Cuervo.

   —¿Y qué tan grave fueron los daños? —pregunté. Él sabía a qué me refería.

   —Lo suficiente como para salir pitando de ahí con ganas de convertirme en comida de infectados.

Eso era demasiado, sobre todo si venía de un tipo como él; el hombre que le disparó a mi padre y luego prendió en llamas un edificio entero, el mismo que saltó desde el techo de un gimnasio enorme para dispararle a la líder de un montón de mujeres homicidas sin que un sólo músculo se le moviera en el rostro.

Cuervo inspiró profundo y continuó. Se desahogaba:

   —¿Sabes que es lo peor? —siguió—. Que nunca tuve miedo a quemarme, que no temía por lo que podría pasar. Hasta ahora —se rio, una risa bajita para nada contagiosa y que me provocó más lástima que cualquier otra cosa—. Pero ya estoy demasiado hundido en la mierda.

«Sentirse hundido en la mierda» era una perfecta definición para lo que ese cabrón causaba.

   —Scorpion… —dije, y fruncí el ceño. Intenté encontrarle sentido a algo de lo que él me había dicho—. En serio. ¿Cómo demonios, Cuervo? ¿Cómo te enamoraste de alguien como él?

   —Es porque sé cosas… —contestó—. Cosas de las que el resto no tiene ni idea —sonrió y sus labios ensangrentados y rotos se curvaron de forma simpática—. ¿Sabías que padece de parálisis del sueño? Muchas veces me desperté y le vi ahí, inmovilizado en la cama y con una expresión aterrada en el rostro —Cuervo no me miró en ningún momento mientras hablaba, su ojo estaba clavado en algún punto en el espacio que se formaba entre sus pies desnudos y atados—. Si le preguntas a tu noviecito, seguramente te dirá que él jamás tuvo problemas para conciliar el sueño, pero ahora es muy difícil verle dormir. Creo que lo cogió después de salir de la guarida…

Ethan me había hablado sobre él. No sé con qué motivo, no sé si buscaba justificar a Scorpion o esperaba que yo entendiera en algo su actuar, aunque nunca logró ninguna de las dos. Para mí, ese desgraciado era imperdonable e incomprensible. Ethan me había contado que antes él no era así, que era un chico común, que salían a beber juntos y se amanecían hasta el otro día viendo películas de superhéroes en algún servidor ilegal de internet. Me contó que «Noah» acostumbraba cederles el asiento a las ancianas en el metro y que tenía un perro al que adoraba con su vida.

«Me lo cambiaron» me dijo una vez, mientras sollozaba con la cabeza apoyada en mis muslos y me pedía perdón por algo que nunca fue su culpa. Como si una persona pudiera ser suplantada por otra, así como así.

Pero a mí no me importaba nada de eso. No me importaba lo que Scorpion fue antes.

Ese cabrón nunca, pero nunca merecería ser amado por alguien.

   —Todo el mundo lo ve como un monstruo y joder, claro que lo es. Pero no es un monstruo inmortal. A veces es débil y a veces sufre —terminó él.

Me reí en voz alta.

   —No me jodas —escupí.

   —Déjalo ya, Aiden —dijo.

   —¿Dejar qué?

   —Lo que sea que sientes por él —esta vez sí me miró directamente a los ojos para hablar—. No estoy diciendo que te olvides de lo que te hizo, ni mucho menos que lo perdones. No, no. Lo que ese hijo de puta hizo contigo no tiene perdón en ningún maldito estado de este jodido país. Perdonarlo sería como aceptar la mierda que te hizo, y eso jamás tienes que aceptarlo… —me sonrió—. Tampoco te cuento esto para que te pongas en su lugar e intentes creer que él es una víctima más de la situación, porque ese bastardo es todo menos una víctima en todo esto. Él… —se interrumpió, y pareció pensar muy bien lo que estaba a punto de decir—: Él es sólo un sobreviviente y esa forma que conociste es la única forma de supervivencia que encontró. Él sólo se adaptó. Y tú también deberías hacerlo.

Chasqueé la lengua y una punzada me atravesó el centro del pecho; dolía y ardía a la vez. Sentí mis ojos aguados y quise levantarme y darle una patada en las pelotas para que se callara. ¿Qué sabía él?

   —Lo que digo es que lo superes de una puta vez. Que avances. Que no te quedes estancado por lo que él te hizo —sentenció—. Si continúas con esto, si lo sigues odiando de esa forma sólo acabarás como St… —se detuvo, y algo le pasó a su rostro que cambió y esbozó una mueca triste—. Acabarás convertido en algo igual que él.

   —Tú no… —intenté decir.

  —No lo perdones —insistió—. No lo olvides ni lo justifiques nunca. Sólo supéralo.

   —¿Acaso tú ya lo superaste? —inquirí.

   —Touché… —Cuervo se rio en voz baja y yo también, por alguna razón—. Pero yo nunca he sido un ejemplo a seguir.

El camión se detuvo de pronto y supe que habíamos llegado, a dónde sea que estos cabrones nos trajeron. Oí el motor apagarse y pasos acelerados a mi alrededor. Algunos gritos, un par de órdenes y el mar. Sí, el inconfundible sonido del mar.

   —Fue un gusto conocerte, Aiden Rossvet —bromeó Cuervo.

¿Iban a ahogarnos?

   —Vamos, cúbranle los ojos y sáquenlos de ahí.

   —¿Es él? —preguntó una voz.

   —Sí, debe ser él… —varios hombres entraron al camión. Me levantaron a la fuerza, me dieron un golpe en el estómago y me vendaron los ojos—. El cazador. Greco lo quiere vivo, pero no necesariamente consciente —oí que alguien cayó al suelo, debió ser Cuervo. Los hombres se rieron y comenzaron a golpearle. Los oí, cada uno de los golpes, cada patada, cada puñetazo—. Cabrón hijo de puta, sabemos lo que hicieron.

   —¡Déjenlo! —intenté zafarme del tipo que me quería llevar. Sólo recibí un puñetazo de vuelta—. ¡C-Cuervo! —Entre dos me sacaron a la fuerza del camión y me apuntaron con un arma en la cabeza. Para cuando sentí la arena de la playa bajo mis pies, todavía oía los ruidos de la golpiza; sus risas y sus insultos, sus acusaciones y sus golpes. Todos sobre Cuervo.

«Sabían lo que hicimos» dijeron. ¿Qué fue lo que hicimos? ¿Hablaban de la sangre de Reed?

   —¿Qué hacemos con este? —preguntó uno—. No es al que buscábamos.

   —Llévenlo con Greco. Él sabrá qué hacer con él.

Entonces me empujaron, y me hicieron meter los pies en el agua.

   —Súbete —me ordenaron—. Ahí, imbécil. Delante de ti —tanteé con mis manos en el aire y busqué lo que sea que debía estar delante mío. No tardé en toparme con la superficie de un bote.

Entonces lo pensé mejor. Ellos no iban a ahogarnos. Ellos habían encontrado el barco que abandonamos cuando llegamos aquí y lo habían tomado como suyo.

En ese momento, alguien me golpeó con la culata de un arma y me desmayé.

(* * *)

Cuando desperté todo había cambiado. Ya no estaba sobre un bote ni un camión. Estaba otra vez sobre suelo fijo y firme, pero oía el ruido del mar y las gaviotas que volaban sobre mi cabeza. Las sentía muy cerca, como si estuviera en medio del océano. De hecho, creo que lo estaba. Oí algunos pasos y el característico sonido de un barco que flota estático y se menea lentamente, sin avanzar.

Me dolía la cabeza e intenté acariciar mi nuca. Pero entonces noté que seguía atado. Y ciego.

   —¿Cuervo…? —volví a susurrar. Nadie contestó. ¿Lo habían matado?—. ¿C-Cuervo? —la voz me tembló.

   —Mmm… —dijo él. O gimió, apenas.

 Suspiré.  

Me moví hasta que mi hombro topó con el suyo. Estaba a mi lado.

   —Estoy vivo —contestó. Debí haber sonreído, porque hace un rato yo había respondido con la misma frase ante la misma pregunta, pero sólo pude sentir angustia. Se oía terrible.

«Apenas» pensé.

   —¿Estamos en un barco? —preguntó—. ¿En serio? ¿De dónde…?

   —Es el barco en el que llegamos —le expliqué—. Y lo dejamos aquí. No pensé que ellos se atreverían a nadar hasta él para tomarlo.

   —Joder. Qué suerte.

   —Miren a quién tenemos aquí —oí algunas voces a mi alrededor; risas y pisadas de botas empapadas. Les sentí acercarse e intenté encogerme; llevé las rodillas contra el pecho para protegerme y puse mis manos atadas por delante, en un inútil mecanismo de defensa—. El cazador y… —el que hablaba hizo una pausa y una mano me tomó un mechón de cabello—. El sujeto que se parece a Steiss.

   —¿Dónde está Steiss? —pregunté e intenté levantarme. No me dejaron—. Déjenos hablar con él.

Recibí un puñetazo en la cara y caí hacia un lado.

   —¿Te crees muy gracioso, cabrón hijo de puta? —gruñó otra voz y me dieron una patada en la boca del estómago. Dejé de respirar por algunos segundos—. ¿Crees que es un puto chiste, ¿verdad?

   —¿De qué hablas? —me quejé. Intenté recuperar el aire y tragué la saliva que sin quererlo se había acumulado dentro de mi boca por culpa de una arcada. Me agarraron del pelo para levantarme otra vez.

   —Saben perfectamente de lo que hablo —dijo la voz. Tiraron de mi cabello hacia atrás para golpearme contra lo que debía ser el mástil del barco, si mi ubicación espacial y el recuerdo mental que tenía del Desire no fallaban—. Van a pagarlo. Claro que sí —azotó mi cabeza otra vez contra la madera, lo suficientemente suave como para no dejarme inconsciente, pero lo suficientemente fuerte para dejar un ardor en la parte posterior de mi cráneo—. ¿Se arrepienten de algo, chicos? —me soltó, entre risas, y se alejó de mí. Varios pasos más se alejaron con él—. ¡Hablen ahora o callen para siempre, porque probablemente mañana no podrán hablar! —gritó, ya lejos. Ninguno de nosotros respondió.

Lamí un poco de sangre que había comenzado a salir otra vez de mis labios y busqué la mejor posición para apoyar la cabeza, que sentía se me iba a partir en mil pedazos.

   —Me arrepiento de haber bebido tanto ayer —susurré en voz baja—. Estoy con una resaca horrible. Y los golpes no ayudan —Cuervo se rio—. ¿Y tú? —inquirí—. ¿Tu resaca es lo suficientemente fuerte para arrepentirse?

El ruido que había a nuestro alrededor cesó de pronto y todas las risas callaron. Oí unos pasos, pesados y bruscos, que se aproximaban con lentitud.

   —Me arrepiento de haber dicho cosas que no eran ciertas —contestó Cuervo, con voz agria y seca—. Nunca lamenté haberlo ayudado a salir de ese infierno.

   —¿A qué te refieres? —pregunté, pero mi pregunta quedó en el aire cuando los pasos se detuvieron frente a nosotros y alguien me quitó la venda. La luz del sol me impidió dilucidar algo por algunos segundos, hasta que le vi. Era él. Estaba seguro. No había olvidado su rostro—. ¿¡Q-Qué demonios!? —exclamé, y él sonrió; una sonrisa retorcida y asquerosa—. Tú estabas…

   —Muerto —me interrumpió él—. O eso creyeron, ¿no? —Mi cuerpo entero se paralizó y un escalofrío me recorrió la espalda. Estaba muerto, estaba seguro. Lo vi saltar desde la tabla y caer al mar.

   —Imposible —musité.

  —Increíble, diría yo.

   —Te lanzamos al mar. ¿Cómo...?

   —¿Quién es el grandote? —me preguntó Cuervo.

   —Greco… —se presentó él mismo—. Aunque tus amigos me conocen como Shark —estiró su mano, como si Cuervo pudiera estrecharla realmente. Entonces se rio—. Ah, claro. No puedes.

   —¿Cazador? —Cuervo inquirió y sonrió. De seguro pensó que se las podría arreglar ahora que sabía que ambos venían del mismo origen y que hablaban el mismo idioma. Pero Shark y Cuervo eran cazadores muy distintos. Incluso a simple vista se notaba—. Yo soy…

   —Cuervo —le interrumpió Shark—. Sí, sí. He oído de ti. Eres muy famoso entre la gente de este lugar… como una leyenda —les hizo un gesto a los hombres de La Hermandad y a sus propios cazadores, los pocos que se habían salvado también de morir ahogados, para que levantaran a Cuervo, lo desataran y lo sujetaran. Él terminó arrodillado en el suelo, con los brazos extendidos y sujetos y un arma que le apuntaba en la sien—. Dicen que volviste de la muerte y que caes desde los techos sin ningún rasguño. Dicen que estuviste en el motín contra la sede de E.L.L.O.S que había en esta ciudad. Dicen que no le temes a nada… —hizo un gesto con la mano y un hombre le acercó un cuchillo—. Dicen que fuiste tú quien asesinó a Steiss…

   —¿¡Qué!? —grité y miré a Cuervo directamente. Él me vio con una mueca que no pude descifrar—. ¡Cuervo, tú…!

   —Lo encontraron en su habitación, con los ojos fuera de sus órbitas y marcas de dedos en el cuello —informó Shark y se acercó peligrosamente a Cuervo, con el cuchillo en la mano—. Y dicen que fuiste tú, porque a los últimos que vieron salir de esa habitación fueron el chico y cierto cazador que Steiss consideraba amigo… —acercó lo suficiente el cuchillo a uno de los piercings que Cuervo tenía en una de sus cejas, metió la punta en la argolla, lo usó como una palanca y quitó el arete que cayó al piso, ensangrentado. Cuervo ni se quejó—. Seamos sinceros, tú y yo sabemos que Reed es incapaz de hacer algo como eso.

   —Dicen muchas cosas sobre mí —contestó Cuervo. Shark asintió con la cabeza, sonrió y tomó con las yemas de los dedos las dos últimas argollas de la misma ceja. Inspiré profundo y cerré los ojos cuando vi que las tiró y arrancó con un sólo movimiento. Incluso desprendió algo de piel. Cuervo empezó a sangrar enseguida, pero tampoco se quejó. Eso pareció enfurecer a Shark.

   —Joder, hombre… —frunció los labios, en una mueca molesta—. ¡Arránqueles el resto! —ordenó e inmediatamente un hombre sostuvo la cabeza de Cuervo para que no la moviera.

   —No, no tenemos que llegar a esto, Shark —intenté intervenir. ¿Que Cuervo había matado a Steiss? Eso me daba vueltas en la cabeza. Debía ser un malentendido y Cuervo estaba a punto de pagar consecuencias que no debía. Él dijo que sólo lo distrajo cuando se enteró sobre la sangre de Reed.

Shark no contestó y observó, con cierto toque perverso en la mirada, cómo sus hombres le arrancaban el resto de piercings y aretes que Cuervo tenía en las orejas. Conté seis en total, tres en cada una. Incluso, sin piedad, le despedazaron el cartílago cuando le arrancaron la barra metálica que atravesaba toda su oreja y conectaba dos extremos de ésta. Siempre me llamó la atención esa perforación, y ahora estaba en el suelo, cubierta de sangre y pequeños trozos de piel.

Y Cuervo apenas apretó los labios cuando se la arrancaron.

Shark aplaudió, dos veces.

   —Increíble —celebró—. El último hombre al que le arranqué los piercings lloró como una niña y tú… —se acercó a Cuervo nuevamente, para darle algunas palmadas en el hombro. Cuervo ni siquiera lo miró y se quedó con la cabeza agachada y los brazos extendidos sobre la alineación natural de sus hombros, justo como los tipos de Shark lo tenían—. Los rumores deben ser ciertos, porque… ¿sabes qué más dicen de ti?  

   —¿Qué? —Cuervo levantó la cabeza y sonrió. Estaba tentando a la muerte.

   —Dicen… —intenté zafarme cuando vi que el filo del cuchillo que Shark sostenía se acercaba al ojo izquierdo de Cuervo para cortar el parche que lo mantenía cubierto, lo que dejó a la vista su ojo cerrado y zurcido. Una cicatriz lo atravesaba verticalmente hasta el inicio de la mejilla.

Dos hombres me sujetaron para que no me levantara.

   —¡No! —grité.

   —Dicen que te gusta el dolor —Shark sonrió, con una sonrisa malvada y movió el cuchillo para realizarle un corte, cerca del lagrimal. El cuerpo de Cuervo reaccionó e intentó moverse, pero entonces los hombres que lo tenían sujeto le aprisionaron con más fuerza, para que se quedara quieto. Entonces Shark cortó los hilos que mantenían ese ojo cerrado. Cuervo no lo abrió enseguida y el hombre tuvo que cogerle el párpado con los dedos de una mano para obligarle a hacerlo. Le vi clavar el puñal dentro de su ojo, para luego incrustarlo en la parte inferior, como si quisiera sacarlo de su cuenca. Iba a hacerlo—. Vamos a comprobar si es verdad.

Un frío terrible me atravesó la espalda cuando vi que mantuvo la punta estática y clavada en su globo ocular. Cuervo no dijo nada y se quedó quieto, con el rostro de piedra. Shark se rio en voz alta, como si lo que tuviera delante fuese lo más gracioso del mundo, lo clavó un poco más y comenzó a moverlo, como si buscara el ángulo. Lo usaba como una maldita cuchara y empezó a empujar hacia arriba. Entonces Cuervo empezó a sangrar.

   —Detente —rogué, mientras una punzada de dolor, asco y desesperación, genuina desesperación, me llenaba todo el cuerpo. Iba a sacárselo. Joder. ¿No le había bastado con la paliza y los piercings?—. ¡Detente! ¡Vas a sacárselo!

   —¿Para qué lo necesita si no puede usarlo? —contestó Shark. Retiró el cuchillo y volvió a clavarlo más violentamente. Ahogué una arcada y vi cómo su mano comenzó a moverse y el filo dentro del ojo de Cuervo hizo pequeños círculos, como si fuera una asta de una jodida batidora. Shark gruñó, como lo hace alguien que hace un gran esfuerzo y metió sus dedos en el párpado de Cuervo para abrirlo todavía más—. Maldito bastardo. No sale…

Cuervo logró zafarse de los tipos que lo mantenían sujeto y sus manos se aferraron al brazo de Shark.

   —Para —pidió e intentó quitar la mano que sostenía el cuchillo mientras los hombres de La Hermandad volvían a agarrarlo. Shark hizo una mueca molesta, dejó el cuchillo ahí clavado dentro de su ojo y se soltó para darle un puñetazo en la mejilla que lo tiró directo al suelo. Se sentó sobre él y les ordenó a dos de sus hombres que le sujetaran la cabeza.  

   —¡Para ya, Shark! —intenté moverme. Alguien me apuntó con su pistola.

  —Quédate tranquilo o te volaré los sesos.

Sentí un nudo anidarse en mi garganta y el ardor de las lágrimas a punto de salir. Entonces vi que Shark había encontrado el ángulo, el lugar perfecto donde presionar y, como si le hubiesen activado el botón de encendido, Cuervo reaccionó y sus brazos intentaron inútilmente quitarse a Shark de encima. Soltó un grito; un alarido ensordecedor de puro dolor que me causó escalofríos y me llevó al llanto. Sí, porque sentí el dolor yo mismo y la desesperación en mi propia piel, como si fuera a mí al que le arrancaran un ojo de su cuenca.  

   —¡Detente! —gritó Cuervo, más alto. Sus manos temblorosas alcanzaron el rostro de Shark y le clavaron las uñas en las mejillas, para que éste le soltara, sin éxito—. ¡Para! ¡Para! ¡Para!

   —¡Cállate! —Shark presionó un poco más y el cuchillo hizo un ruido al interior del ojo. Se oyó justo como si alguien metiera sus dedos en un montón de carne. Cuervo gritó, gimió y se mordió los labios mientras ahogaba otro grito que se desgarró en la profundidad de su garganta cerrada por el dolor.

Y entonces vi a Shark sonreír cuando le quitó el ojo ensangrentado. Lo inspeccionó, como a un trofeo, delante de su rostro.

   —Que se lo coma —dijo. Mis piernas se paralizaron. No pude moverme y Cuervo no contestó, se mordía la boca, que temblaba. Trepidaba por completo; sus manos, su cara y sus hombros que se sacudían de arriba abajo. Los hombres de La Hermandad no atinaron al oír la orden y entonces Shark gritó—: ¡Vamos, ábranle la boca!

   —¡No, no, no! —grité, con la voz rota. Estaba desesperado. Quería ayudar, quería moverme, pero mis músculos no respondían ni podían ejercer más fuerza que la de los hombres que me sujetaban—. ¡Ya es suficiente! —chillé—. ¡Esto es inhumano!

Pero él no me escuchó ni sus hombres tampoco. Le abrieron la boca a Cuervo a la fuerza —él incluso mordió a uno de ellos para intentar evitarlo— y le obligaron a tragarse su propio ojo. Le soltaron, porque sabían que no podría moverse y él sólo atinó a rodar hacia un lado y vomitarlo todo. Su rostro quedó empapado con su propia sangre y vómito.

Y se quedó ahí, tirado e inmóvil contra la cubierta mojada y fría del barco.

   —Esto es por Steiss… —le dijo Shark—. Esta es mi gente ahora y ellos están molestos por lo que hiciste —le dio una patada, pero el cuerpo de Cuervo no se movió un centímetro. Había caído inconsciente—. Y créeme —sonrió. Su sonrisa era terrible, la más temible que había visto en la vida—. Vendrán cosas peores en su nombre… —me miró y me apuntó con la punta de su cuchillo ensangrentado—. En cuanto a ti, voy a conservarte. Serás la carnada perfecta para él.

Reed era él. Y la habíamos cagado en grande.  

Reed volvería con La Resistencia y haría todo lo posible por venir a rescatarnos.

Lo habíamos conducido directamente a una trampa.  

 

 

Lo habíamos conducido directamente a una trampa.  

Notas finales:

Shark no estaba muerto, andaba de parranda. 

Se vienen cosas muy feas para Aiden y para Cuervo, pero sobre todo para Cuervo... 

Hemos hablado muchas veces en cuál sería la mejor forma para hacer cambiar a Scorpion. Cuervo será el motor de ese cambio. 

R.I.P sus piercings 
R.I.P su ojo izquierdo (ciego, pero lo tenía todavíaa :( ) 
R.I.P el viejo Noah. Les dije que el capítulo especial Scorvo decía algunas cosas sobre la actualidad de Scorpion. Las "siluetas" que no quería ver en el especial son alucinaciones. El insomnio lo tiene porque odia dormir, por culpa de las parálisis. 

Y Cuervo tenía toda la razón. Lo cogió después de salir de la guarida. 

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Que tengan un buen resto de semana


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