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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! 

Estoy actualizando un jueves a las 12 y media de la noche xD

Este capítulo originalmente era parte del capítulo anterior, pero salió muy largo y decidí dividirlo en dos. 

Como ya es costumbre, en este cap se menciona una canción :v, dejaré el hipervínculo en el capítulo para que le den click en su momento

La canción es Iris de Goo Goo Dolls 

Otra canción que utilicé para escribir este capítulo (y que recomiendo enormemente comenzar a escuchar luego de Iris) es Saturn de Sleeping at Last 

Espero estén teniendo una buena semana. 

Saludos. 

Capítulo 65

 

  Scorpion seguía con la mirada fija sobre el fuego cuando dijo:

   —Está bien. Todos vuelvan al camión.

   —¿Qué?

   —¡Al camión! —gritó—. Luego enviaremos a un grupo para que salve lo que sobrevivió, si es que sobrevivió algo. Pero los idiotas que hicieron esto deben estar cerca y les haré hablar. ¡Ya! ¡Al camión! —ordenó. Sus cazadores comenzaron a movilizarse.

   —Yo manejo —Ethan, que parecía preocupado, se acercó a Scorpion—. Dame las llaves, estás muy nervioso.

   —¿Nervioso? —contestó él en tono de burla—. No estoy nervioso.

   —Las manos te tiemblan, No… —se detuvo y carraspeó la garganta—. Asier —lo llamó por su segundo nombre y encarnó una ceja. A Scorpion no le gustaba que lo llamaran por su nombre de pila y a Ethan no le gustaba llamarlo Scorpion, pero al parecer había cedido esta vez.

    —Tú no tienes remedio… —dijo Scorpion y sonrió. Levantó una mano delante del rostro de ambos y la observó. Efectivamente, y justo como dijo Ethan, los huesos parecían sacudirse ligeramente bajo la piel pálida, que tenía algunas cicatrices en la zona del dorso y muñecas—. Es la emoción, Eth —continuó—: Tiemblan por dispararle a alguien. Por atravesarle el cráneo a todos esos cabrones… —Los dos intercambiaron una mirada tensa. Si alguno hubiese querido golpear al otro nadie habría podido detenerlo, porque estaban muy cerca. Scorpion tenía esa costumbre, bastante perturbadora, de mirar siempre a los ojos como si quisiera sacarte el alma. En la naturaleza la mirada fija siempre ha sido señal de ataque y este caso no estaba muy lejos de eso.

Cada vez que él me veía a los ojos, sentía la intrínseca necesidad de correr. No sé cómo Ethan era capaz de soportar la presión.

   —Bien. Sigues tú —se rindió el moreno—. Sólo no nos mates.

   —Hecho —Scorpion volteó y caminó hacia el camión—. Pero quiero a Reed conmigo.

   —¿¡Q-Qué!? —chillé.

   —Olvídalo, Scorpion —Terence, de manera casi instintiva, se posicionó delante de mí. Scorpion detuvo su paso y giró hacia nosotros.

   —Vamos, no seas marica. No voy a hacerte nada —hizo un gesto con su mano, como si espantara una mosca, para restarle importancia—. Sólo quiero a alguien que sepa disparar un arma mientras estamos en movimiento y no falle el tiro.

Dudé. Él lo noto.

   —No te haré daño —insistió, puso una mano sobre su pecho y levantó la otra para hacer un juramento—. No hoy, al menos —sonrió—. Eres el mejor tirador que he visto en mi jodida vida. Me sirves ahora mismo. Ve por tu arma.

   —Está bien, Terence… —susurré.

   —P-Pero… —Él volteó el rostro hacia mí para hablar en voz baja—. Le acaban de quemar la puta casa. Está cabreado. Él podría… —calló un segundo cuando me siguió hasta la parte trasera del camión que yo abrí con, quizás, exagerada repulsión, para sacar mi rifle y una pistola. Estaba todo salpicado con sangre putrefacta y fétida y de la manilla colgaban interiores que supuse eran vísceras. Las aparté con la manga de mi camiseta y contuve una arcada. Todo el camión olía a muerte—. Ew… —Terence también sintió asco y se cubrió con el cuello de su chaqueta para seguir hablando—: Podría matarte —finalizó.

   —No lo hará —le acaricié un hombro y le besé en los labios—. Scorpion es inteligente, así que no me matará.

Terence topó su frente con la mía.

   —Grita si es que intenta hacerte algo —me besó otra vez, en medio de la penumbra que había dentro del camión y que nos ocultaba del resto—. Romperé ese maldito vidrio y estaré ahí en un segundo.

   —Le dispararé en una pierna y luego gritaré, ¿está bien?

Terence acarició mis mejillas.  

   —Bien.

Cogí mis armas y le sonreí antes de bajar. Todos los demás subían.

Oliver me detuvo en la puerta.

   —¿Vas a estar bien? —me preguntó.

Yo me reí.

   —¿Por qué todo el mundo teme por mi vida? No va a pasarme nada.

   —Eso es relativo, sobre todo si se trata de cazadores… —sonrió y le vi jugar con el anillo que colgaba de su cuello y que no se había sacado desde el día en que se lo entregué—. Pero, cuando te sientes al lado de ese demonio, cuídate, ¿sí? —dijo y algo en la mueca de su rostro me hizo recordar a su hermano y a la forma en la que se había sacrificado para salvarnos a Daniel y a mí. Recordé sus palabras antes de morir:

«No puedes salvarlos a todos.»

Esperaba que Aiden y Cuervo no estuvieran en ese grupo al que no podía salvar.

Sonreí.

   —Has crecido mucho —le dije. Y no hablaba sólo del estirón que había dado en el último tiempo, ni en la incipiente y adolescente barba, que apenas era una sombra en su mentón, que se había empezado a dejar crecer. Tampoco hablaba de la rapidez con la que se había adaptado a este sistema, mucho mejor que yo, o la facilidad con la que había entendido la situación en la que estábamos, ni la forma en la que había abandonado su yo anterior. El chico impulsivo y resentido que había intentado matarme al enterarse de la muerte de su hermano había desaparecido por completo. Me pregunté cuántas veces lo lloró después del funeral, si acaso lo recordaba con nostalgia o, en cambio, sólo recordaba los buenos instantes con él.

Él mismo me lo había dicho durante el funeral de Dominique:

«La vida no es más que pequeños momentos que debo atesorar.»

Recordé que me prometí a mí mismo atesorar más momentos.

Le agarré por el hombro para acercarlo a mí y lo besé en la frente. Él se apartó bruscamente.

   —¿¡Q-Qué fue eso!? —balbuceó, nervioso y rojo hasta las orejas. Yo solté una risita.

   —Te pareces cada día más a tu hermano, ¿sabías? —me burlé.

   —¿¡Y-Y me he ganado un beso de felicitación por eso!? ¡No me jodas! —me agarró del cuello y atrapó mi cabeza entre su antebrazo y su cuerpo—. ¡No soy un perro para que me felicites, Reed! —frotó su puño cerrado sobre mi cabello y el tacto ardió al instante. Intenté zafarme mientras Oliver se partía a carcajadas.

   —¡Basta ya! —me reí—. ¡Te veías tierno preocupado por mi bienestar! ¡Lo lamento!

   —¿Hasta qué hora jugarán los niños? —interrumpió Scorpion desde el asiento del conductor. Oliver se detuvo y me soltó.

   —Haznos un favor y dispárale allí dentro —me susurró, con una media sonrisa en el rostro mientras, sin mucho éxito, intentaba peinar mi cabello que había quedado terrible. Sentí la estática, producto de la fricción, levantarme los pelos como si me hubiese electrocutado.

   —No puedo hacer eso, sería contraproducente —Yo mismo me pasé la mano por el pelo para bajarlo, pero no hubo caso­. Sujeté la capucha de mi chaqueta y la puse sobre mi cabeza—. Problema solucionado.

   —Quédate con eso todo el día, ¿sí? —se burló Oliver antes de subir al camión—. Quedaste horrible.

   —¡Gracias! —reí. Y entonces corrí hasta la puerta del copiloto y me subí.

Cuando me senté, Scorpion ya había echado a andar el motor.

   —Podrías haber tardado más —dijo, irónico—. El tiempo nos sobra, ¿no?

   —El tiempo es relativo —contesté.

   —Relativo, injusto, incontrolable y un completo hijo de puta —comentó. Entonces pisó el acelerador a fondo y el Movilizador partió a toda velocidad.

 

 

 

Abrí la ventana y apoyé el rifle sobre ella para estar listo para disparar. Mientras las hordas de muertos comenzaban a quedar atrás y Scorpion tarareaba a ratos “Iris”, una canción que todo el mundo conocía y que estaba en el disco puesto en la radio y que llevaba el título de “Mix de los 80’s y 90’s” sobre su dorso, yo pensé en lo último que él dijo:

El tiempo era relativo, incontrolable, injusto y un hijo de puta.  

   —Eres lo más cercano al cielo que jamás estaré…♫

Intenté recordar la última vez que llevé un reloj en la muñeca y pensé en lo arrogante que era la necesidad del ser humano de querer manejar el tiempo. ¿Quién habrá sido el idiota que creyó era buena idea encasillar algo intangible en segundos, minutos y horas? Me pregunté si Scorpion había querido decir algo parecido cuando dijo que el tiempo era incontrolable y sí, definitivamente estaba de acuerdo con que éste era un hijo de puta que hacía pasar las cosas importantes demasiado rápido y las terribles muy, muy lento. Me pregunté qué habría sido de nosotros como civilización si sólo hubiésemos dejado correr el tiempo a su ritmo y no al nuestro. Después de todo, éramos nosotros los que siempre debimos haberle seguido y, es más, algo me dijo en ese momento que los grandes desastres causados por la humanidad se debían a la estúpida creencia desincronizada de pensar que «nos quedábamos sin tiempo»

Tiempo… justo hace un rato había rezado por un poco más. Ahora veía lo tonto que era rogar por más minutos o más días si probablemente eso, sea lo que sea que estaba más allá de mí, era atemporal. Pero…  

   —¿Por qué injusto? —pregunté de pronto, sin dejar de ver por la mira de mi rifle. Esperaba a que algo sospechoso pasara por delante de ella.

   —¿Eh? —Scorpion, que ahora imitaba el sonido de la batería con sus dedos, mientras manejaba con una sola mano, pareció recordar que estaba ahí cuando me oyó hablar.

   —El tiempo… —dije—. ¿Por qué dices que es injusto?

«Sí, sangras para saber que estás vivo…» Por algunos segundos, lo único que oí fue el motor del camión que rugía delante de mí y la voz del sujeto que cantaba: «Cuando todo está hecho para romperse, yo sólo quiero que sepas quien soy…»

Scorpion cogió el volante con ambas manos y se reacomodó en su asiento.

   —Porque siempre mata a quien no debería morir y deja a los bastardos vivos por… —soltó una risa bajita—. Por demasiado tiempo.

Un nudo me asfixió la garganta.

   —¿Crees…? —comencé y me pasé los dedos por la nuez para, imaginariamente, deshacer la presión que allí se había formado—. ¿Crees que estén vivos cuando lleguemos?

Scorpion presionó el volante con fuerza, tanto que oí el cuero crujir. Debía seguir enfadado por lo que les habían hecho a sus cazadores y a él y, como dijo Mesha antes de salir del territorio de La Resistencia, debía estar asustado. Pero al parecer no pensaba demostrarlo. No delante de mí, al menos.  

   —No me gusta creer —soltó. Su respuesta no me dijo nada, así que aparté los ojos del rifle para mirarlo a él y esperé a que siguiera—: Pero pienso que ambos están en la categoría de «bastardos»

   —Espero lo mis… —callé al oír un estruendo que pitó fuerte en mis oídos. Un claxon—. ¡Cuidado! —Algo salió de una esquina y se nos vino encima de pronto; una camioneta, un camión, no lo sé, sólo vi una silueta enorme alzarse sobre mí. Scorpion giró el volante para intentar retomar el control del Movilizador que pareció volverse loco por el impacto. Intentaban chocarnos—. ¡Maldición! —apunté mientras nuestro vehículo se ladeaba y se balanceaba tan sólo sobre dos de sus ruedas, a punto de voltearse. Busqué una ventana y disparé hacia la primera que vi. No supe si le di a alguien o no—. ¡Cuidado!

Scorpion perdió completamente el control del camión y volteamos. Intenté agarrarme de algo, pero la gravedad y el impacto tiraron de mí hacia abajo y acabé sobre él. Me golpeé la cabeza con algo, quizás su mandíbula.

   —¿¡Qué pasó!? —gritaron desde la parte posterior—. ¿¡Estás bien, Reed!?

   —¡Nos atacan! —gritó Scorpion, mientras se removía bajo mi cuerpo—. ¡Se nos vinieron encima! Muévete, Reed. ¡Maldición! —me sujetó por la cintura y yo me agarré a la primera cosa firme que encontré para impulsarme hacia arriba y evitar que sus manos volvieran a tocarme. Su tacto había repartido un escalofrío por todo mi cuerpo—. ¿¡Para dónde mirabas, joder!? —gritó—. ¡Debiste haberlos visto!

   —¡Si pudieras mantener una conversación normal y ser claro en lo que dices no habría tenido que mirarte para que terminaras de hablar! —chillé, medio por el pánico, medio por el dolor. Tenía la palanca de cambio incrustada en las costillas—. A-Ayúdame —Él puso sus manos sobre mi cinturón, a punto de tocar mi trasero—. ¡P-Pero no así! ¡No! Me pones nervioso, ¿¡está bien!?

   —¿¡Cuál es tu maldito problema!? —gruñó y se dobló sobre sí mismo para poner sus botas sobre mi espalda baja y empujarme con la fuerza de sus piernas—. Debería empalarte en esa puta palanca —empujó un poco más—. ¡Joder! ¡Vamos! —alcancé el marco de la ventana abierta y me aferré a ella para subir y salir del vehículo lo más rápido que pude.

Salté, y apenas mis pies tocaron el suelo, me escondí tras el Movilizador y apunté mi arma hacia el vehículo que estaba enfrente; un camión de valores que también había volteado por el impacto. Oí que la puerta trasera del Movilizador se abría y los chicos bajaron y se dispersaron por el lugar. Scorpion también bajó y se refugió junto a mí. Ambos esperamos.

   —Vamos a dispararles apenas salgan —susurró, sin despegar la mirada del camión que seguía ahí, sin movimiento alguno, pero todavía con el claxon sonando. Probablemente el conductor estaba muerto, pero el resto de los atacantes debían seguir adentro y también debían saber que los teníamos rodeados—. Eso me excita.

Di un respingo y le miré de reojo. Esta vez no iba a distraerme.

   —¿Puedo decirte algo sin que me cortes la cabeza? —pregunté.

   —Lo intentaré.

   —Estás enfermo.

   —El mundo entero lo está —contestó y salió de la cobertura para dirigirse al camión, sin bajar el arma—. ¡Salgan de ahí, hijos de puta! ¡Los atrapamos! —le seguí, Siete y sus cuatro hombres también lo hicieron y, en menos de cinco segundo, los doce rodeábamos el camión, listos para atacar. Mesha golpeó la lata con su lanza e hizo una mueca.

   —¡No hay nadie aquí dentro! —gritó por sobre el ruido del claxon.  

   —¡Claro, claro! ¡Lo que tú digas, Matt Murdock! —Scorpion no le creyó.

   —¿Matt Murdock?

Ethan, en un intento por contener la risa, soltó una especie de bufido. Si el contexto hubiese sido otro, quizás yo también habría sonreído ante la broma que, al parecer, sólo ambos entendimos.

   —¿¡Deberíamos revisar!? —preguntó Terence y se cubrió los oídos. La bocina aún se oía y ya era insoportable. Scorpion, uno de sus hombres y Siete se subieron al camión para abrir la puerta del conductor.

   —Uno… —El rubio, con la mano sobre la manilla, inició la cuenta mientras los dos cazadores apuntaban—. Dos… —sujeté mi rifle con fuerza y apunté hacia el camión también. Ellos podrían salir por cualquiera de las puertas, o incluso por la parte trasera—. Tres —abrió y él y los cazadores parecieron desconcertarse por alguna razón—. ¡M-Mierda! ¡Atrás! —Scorpion intentó retroceder, se cubrió el rostro con las manos y entonces una luz escapó por la puerta y un estallido pitó en mis oídos. Di algunos pasos hacia atrás, para alejarme de lo que sea que haya pasado, y vi humo escapar de la cabina del conductor—. ¡Mierda! —gritó Scorpion y se quitó la chaqueta, que había empezado a incendiarse, y sacudió las manos en el aire—. ¡Joder! ¡No veo nada! —Algo había estallado dentro del camión justo mientras ellos abrían la puerta y la explosión les había dado encima. Supe lo que era: una granada cegadora.

Las manos de Scorpion temblaron frente a su cara mientras él se refregaba los ojos. Se las había quemado, y probablemente ni siquiera se dio cuenta.

   —¿Estás bien? —le preguntó Ethan.

   —Tenían a un jodido zombie atado al volante. Esto fue una trampa —avisó Scorpion—. ¡Vamos, señoritas! ¡Al suelo todos! ¡Carajo! ¿Dónde…? —Justo en ese momento algo rozó muy cerca de mí y cayó a mis pies. Era un dispositivo pequeño, casero. Le vi humeando por un par de segundos antes de caer en cuenta de lo que era. Pero ya era demasiado tarde.

   —¡Otra granada! —grité, me lancé de espaldas al suelo e intenté cubrir mi rostro con el antebrazo. Entonces explotó y la luz que destelló de ella me encegueció, a medias, por varios segundos. Cargué mi rifle y lo puse frente a mi cara. Apenas mi vista volviera, iba a dispararle al primer desgraciado que se me cruzara por el frente.  

Oí el sonido de un vehículo que se acercaba por la derecha

   —¡Están a la izquierda! —gritó Mesha y, a pesar de que había escuchado un ruido en dirección contraria, obedecí y me senté en el suelo para mover la mira hacia allá. Mi vista se aclaró y alcancé a ver a tres sujetos frente a mí. Quise accionar el gatillo, pero entonces alguien me saltó encima y una bala resopló cerca y pareció cortar el aire.

   —¡Esto es por Edward, hijos de puta! —le oí gritar a uno.

   —¡Idiota! ¡Te dijeron que al chico no había que dispararle!

Oliver cayó sobre mí, cargando todo su peso encima. Supe que algo iba mal.

   —N-No, no, no, no… —balbuceé, solté el rifle y lo tomé de los hombros para acomodarlo en el suelo—. ¡Oliver! ¿¡Qué hiciste!? —le inspeccioné rápidamente y busqué heridas. Le habían disparado. No. Me habían disparado y él se había cruzado delante. Mis dedos tocaron la sangre húmeda en su pecho.

   —Lo siento —dijo, apenas. No podía respirar. Se ahogaba—. Lo siento, lo siento, lo siento.

De reojo, vi la silueta de Scorpion correr tras los tres hombres que habían disparado.

    —Shhh. No hables —puse mis manos sobre la herida e intenté contener la hemorragia desesperadamente—. Vas a estar bien, ¿sí? Tan sólo déjame…

Puso sus manos sobre las mías. Me estremecí.

   —Ahora entiendo en qué pensó el estúpido de Axel cuando murió por protegerte… —me dijo. Se estaba desangrando. Y mis manos no eran suficientes para contener tanta sangre—. Eh, Reed. Quédate con el anillo, ¿vale? No lo pierdas.

   —¿¡Qué dices!? ¡No seas idiota! —le grité y sentí las primeras lágrimas picar al interior de mis ojos, mientras una horrible e inevitable sensación me sacudía los huesos. Era como un mal presentimiento. Sabía lo que venía—. Aguanta, por favor. Aguanta. ¡Ayuda! —chillé—. ¡Le dieron a Oliver! ¡Ayuda!

   —¡Vuelvan aquí, cabrones! —Scorpion disparó, pero no les dio. Me solté de Oliver un segundo y, con las manos temblorosas por un resentimiento que nunca antes había sentido tan intensamente; una especie de rabia incontrolable que me quemaba desde el estómago hasta la garganta, cogí el rifle y apunté hacia el grupo que se daba a la fuga y le disparé al hombre que nos había disparado. Mi bala le atravesó la cabeza.

Solté el rifle de nuevo y volví con él.

   —¿Oliver…? —Cuando lo miré otra vez, él ya había muerto—. ¡Oliver! —Lo sabía, lo vi en sus ojos todavía abiertos; vacíos, oscuro y sin vida. Ya no quedaba nada dentro de ellos y aun así yo me aferré a la mínima posibilidad de que algo siguiera allí—. ¡Despierta! ¡Maldición! ¡Oliver! —le zamarreé y esa posibilidad se extinguió por cada sacudida. Su cuerpo no respondió y, no sé cómo, pero parecía que sus músculos habían perdido la tensión—. ¡Oliver! —grité, y aquella rabia se intensificó, me ahogó y me cortó la respiración—. ¡Por favor! —rogué y un llanto descontrolado me cortó la voz también—. ¿Por qué…? —pregunté. Pero él mismo me había dado la respuesta. Ese disparo iba para mí. Y en ese momento deseé con todas mis fuerzas que me hubiera dado—. ¡Oliver…! —lloriqueé.

Alguien me abrazó por la espalda.

   —Déjalo, Reed… —Las manos de Terence, cruzadas en mi pecho, fueron lo único que me mantuvieron medianamente cuerdo en ese momento. Quería correr tras los otros dos hombres restantes y sacarles las tripas con mis propias manos. Quería apuñalarlos hasta la muerte y cortarles la garganta. Quería arrancarles los dedos de las manos. Quería hacerlos sufrir—. Él ya está… —no terminó la frase.

Pero no hice nada de eso. Porque era un cobarde que jamás se atrevería a pasar esa línea. Porque era un ser humano terrible que no podía mantener a salvo a las personas que quería y que no era capaz de defenderse solo. Porque era un imán de desgracias, porque a pesar del tiempo que había pasado, ellos seguían escapándose y desvaneciéndose delante de mí como arena entre mis dedos.

Porque no podía proteger a nadie.

   —D-Demonios…. —apreté los puños. Me temblaban los brazos, las rodillas y, en mi interior, mi corazón también temblaba. Comenzaba a quebrarme.

   —¡Y-Yo no le disparé! ¡Lo juro! —oí gritos más adelante. Al parecer, Scorpion había logrado atrapar a uno de ellos. Pero eso era lo que menos me importó en ese momento.

   —¡Sabemos que no fuiste tú quien disparó, idiota! —gritó Scorpion y le dio un puñetazo en el rostro que lo dejó inconsciente—. Si fuese así, ya estarías muerto.

Estiré mi mano hacia el rostro de Oliver. El tacto de su piel nunca me había parecido tan frío.

   —Maldición… —sollocé y deslicé mis dedos temblorosos por sus párpados hasta bajarlos por completo, como un telón—. Hace un rato habíamos estado bromeando… —quise sonreír. Con los ojos cerrados, él casi parecía dormido.

Me mordí los labios e intenté contener el llanto que no podía controlarse y moví la mano hasta su cuello para arrancar la cadena y el collar que colgaba de ella.

Jesse llegó junto a nosotros y yo no fui capaz de verle a los ojos, porque me sentía avergonzado de mí mismo, porque era mi culpa.

   —Voy a… —dijo, con la voz quebrada. Se agachó para tomar a mi inerte amigo y cargarlo—. Hay que voltear el camión… y volver a casa.  

Pero había una sola casa para Oliver. Y esa era Paraíso. 

Si sólo él nunca hubiese salido de allí.

Si sólo lo hubiese obligado a bajar de ese bote cuando quiso embarcarse con nosotros…

Si sólo no hubiese dejado a su hermano morir…

Todos los actos tenían una consecuencia. Y yo no sabía hasta qué punto llegarían las consecuencias de las decisiones que había tomado. Me vi a mí mismo, em aquel día lluvioso en Paraíso corriendo en dirección contraria a la que debía mientras dejaba a Axel solo. Ahora me preguntaba qué habría ocurrido si sólo hubiese dado la vuelta para luchar junto a él. No, yo lo sabía. Sí que lo sabía. Si sólo le hubiese ayudado. Si sólo no hubiese actuado como un cobarde. Si sólo me hubiese quedado a su lado a pelear, como debí haber hecho, nada de esto habría pasado. Oliver no estaría aquí, en una ciudad desconocida, muerto, a pesar de ser todavía un adolescente, sobre los brazos de Jesse. Si tan sólo ese maldito día yo hubiese tomado la decisión correcta absolutamente nada de esto habría pasado.

   —¡Demonios! —grité y di un puñetazo al piso.

   —¡Eh, eh! ¡Para ahí!

   —¡Demonios, demonios, demonios! —golpeé otra vez y Terence intentó sujetarme para detenerme. No lo dejé y forcejeé para volver a golpear el piso—. ¡Maldición! —Quería romperme. No iba a detenerme hasta hacerlo—. ¡Maldición! —golpeé otra vez.

   —¡Ya basta! —fue Ethan quien me detuvo. Apartó a Terence y me agarró de la ropa para levantarme del suelo—. ¡Detente, imbécil! ¿¡Qué crees que haces!?

   —Es mi culpa… —sollocé, y no sé qué fue lo que él vio en mi rostro, pero algo pareció conmoverlo. Sus ojos negros brillaron por unas lágrimas que él tampoco pudo contener. Entonces me abrazó.

   —No lo es… —dijo—. No digas estupideces, ¿sí?

Quise pensar así, quise pensar que esas palabras eran ciertas. Que no era mi culpa sino más bien una seguidilla de hechos desafortunados que desembocaron en esto. Pero, en el fondo, sabía que no era así. Cada acción que realizamos, cada paso que damos, cada camino que tomamos… todo tiene una consecuencia.

Estas eran las mías.

Me aferré a su espalda y me eché a llorar en sus brazos.  

 

Notas finales:

Lo siento :( 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 



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