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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Quebrantar: Romper de forma violenta una cosa dura, especialmente sin que lleguen a separarse del todo sus partes.


Capítulo 66. 

 


Tenía sus ojos sobre mí, en una mirada que intentaba ser discreta, mientras una mueca efusiva cruzaba su rostro. Llevó una mano a su cabello rubio y sonrió mientras colocaba un mechón tras su oreja.

Hoy ella estaba radiante y apuesto que ni siquiera se había dado cuenta de cuánto brillaba.

   —Así que… —comenzó e intentó mantener esa sonrisa en su rostro. Yo sabía que no estaba de acuerdo con esta idea, pero trataba ocultarlo para que no me diera cuenta de ello. Ella siempre buscaba ocultarlo todo. Sostuvo la taza de té entre sus manos y sus ojos se clavaron en el líquido humeante por algunos segundos—. ¿Tu vuelo parte mañana temprano?

Adiviné lo que iba a decir después de eso y me adelanté:

   —Voy a estar bien, mamá. 

   —Pero él también va…

   —¿Quién? —corté un trozo de la porción de la tarta que comía, de esas que sólo ella sabía preparar, y me lo llevé a los labios—. ¿Qué importa quién va? —dije, con la boca llena—. Es sólo un viaje de trabajo.

   —Pero… —intentó decir.

   —Iré a ese campamento, haré la jodida capacitación de mierda y…

   —¡Branwen! —Ella alzó la voz ligeramente y me miró con el ceño fruncido, mientras me apuntaba con un dedo—. Cuida esa boca —ordenó.

Me reí. Amaba verla enfadada.  

    —Lo lamento —estiré una mano por encima de la mesa para alcanzar su antebrazo y lo acaricié—. Todo va a estar bien. Él… él es bastante considerado en el trabajo, de veras. Apenas me habla —“Él” era Alger, mi padre. Y la preocupación de mi madre se debía a que la semana pasada me había dado la paliza de mi vida cuando intenté defenderla de él. Lo que Amanda no sabía es que eso ya se había repetido y que volvería a hacerlo. No importaba lo que ocurriera mientras no la tocara a ella. Para mí, recibir esos golpes estaba bien.

Y ahora, por temas de trabajo, ambos debíamos asistir a un entrenamiento especial y ella estaba asustada por lo que pudiera pasarme.

Soltó la taza para acariciar mi mejilla.

   —Sé que yo te pedí que entraras a trabajar con tu padre… —comenzó y deslizó sus dedos por el borde de mi mentón y labios, donde todavía había una costra rojiza y húmeda que apenas había empezado a cicatrizar—. Pero si sientes que es demasiado, si es demasiado duro para ti, no dudes en…

   —Estoy bien.

   —Siempre dices lo mismo.

   —Es porque es cierto.

   —Tienes quince años, cariño —dijo—. Y lo lamento, lamento haberte metido en esto. No sabía…

   —Está bien, mamá. Tú no me metiste en nada. Me gusta este trabajo, en serio.

Su mirada bajó otra vez a la tacita de té a la que no le había dado un solo sorbo. Ella pareció dudar y entonces me miró fijamente, con esos ojos preciosos que tenía, se inclinó sobre la mesa y me besó en la frente.

   —Sólo no vayas a romperte, ¿sí?

 

 

Desperté abruptamente. Apenas podía respirar y sentía el corazón saltarme en la garganta, pero tenía su rostro muy claro en mi cabeza. Jadeé, me obligué a volver a la realidad e inmediatamente una especie de adormecimiento me cruzó todo el cuerpo. Sentí la pesadez en cada músculo y hueso e intenté moverme para hacerlos despertar. Entonces recordé que estaba atado de manos y pies al jodido mástil de un barco.

   —Bien, ya estás despierto —suspiró una voz, cansada y temblorosa, a mi lado. Aiden estaba ahí y bajo las mismas condiciones. Me alegró un poco verle completo y no con una mano menos o una pierna amputada—. Te ves terrible —me informó—. Bueno, ya te limpiaron el vómito de la cara, pero tienes unas heridas horribles en el rostro y las orejas… Veo… ¿eso son coágulos de sangre en tus cejas? Joder, y tu labio todavía sangra. Hay carne expuesta ahí…

   —Basta —ordené. Acababa de despertar, no me interesaban las malas noticias todavía.

Intentó enderezarse y se dobló sobre sí mismo para adoptar una posición que no doliera. Pero imaginé que en ese momento al pobre debía dolerle todo.

   —Pensé que te habían matado —me reí.

Sonrió.

   —Supongo que soy más duro de lo que pensaba.

   —Siempre me pareciste un poco más duro de lo que aparentas —comenté y me tomé unos segundos para mirar en dónde estábamos. La cubierta estaba vacía y aún oscura. La única luz en ese maldito barco fantasma era la de las estrellas y la luna que estaba justo sobre mi cabeza y que estaba a punto de ser cubierta por una nube gris. ¿Qué hora era? ¿Cuatro, cinco de la mañana, tal vez? Hacía frío.

Él me miró fijamente.

   —Te improvisaron un mal vendaje para ese ojo—me dijo—. Está suelto y probablemente no te proteja de nada, pero es mejor a que tengas la herida expuesta… —Él hablaba rápido y parecía nervioso—. ¿Cómo está? —preguntó.

   —¿El ojo?

   —Sí, sí. ¿Estás bien? —me interrogó—. ¿Te arde demasiado? ¿Te duele? ¿Está muy inflamado? —lanzó todas sus preguntas a la vez, tan rápido que me marearon—. ¿Pudiste tocar la herida antes de que te…?

   —Detente. Detente, doc —le interrumpí—. Haces demasiadas preguntas. ¿Por qué no lo ves por ti mismo? —me acerqué a él un poco y, a pesar de que estaba completamente atado y esposado con las manos tras mi espalda, me las arreglé para acercarme todavía más para que me mirara de cerca—. Dame un diagnóstico —le pedí. Él giró el rostro hacia el otro lado y yo froté mi mentón contra su mejilla para que me prestara atención—. Vamos, hablo en serio —dije—. No duele y eso me preocupa un poco.

   —¿No duele? —volteó hacia mí otra vez y se me acercó. Quise burlarme de él al verlo nervioso por estar tan arrimado. Posó los sus labios sobre la venda que esos bastardos me pusieron, la sujetó con los dientes y la levantó para descubrir la herida.

   —En una escala del uno al diez… —quise saber—. ¿Qué tan feo está?

Le oí tragar saliva.

   —Quince —contestó—. Si no te duele es porque probablemente perdiste sensibilidad en la zona. Está…. —dijo y vaciló—. Está horrible.

   —¿Qué ves?

    —B-Bueno… —titubeó—. El lugar donde debería estar tu ojo es ahora un agujero oscuro rodeado de carne y sangre que apenas comienza a formar costra… —volvió a poner con los dientes la venda en su lugar y forcejeó con las esposas que tenía atadas a las muñecas para intentar soltarse—. Necesito verla más de cerca. Si llega a infectarse, el resultado podría ser fatal.

   —Eso no va a ocurrir —le dije.

   —Qué optimista eres.  

    —No, hablo de liberarte —sacudí las manos yo también, en un inútil intento por soltarme. Estábamos bien esposados—. No va a ocurrir, así que guarda energías.

Aiden, aparentemente resignado, acomodó la espalda contra el mástil, suspiró y cerró los ojos. Lo imité y dormité un poco más.

   —Hay que estar tranquilos… —dijo, luego de varios minutos de silencio en los que tuve tres sueños de poca importancia y coherencia. Parecía que se lo decía más a sí mismo que a mí. Su voz se oyó como si tratara de convencerse de que debía guardar la calma y de que esto podría terminar bien—. Ethan y los demás vendrán a rescatarnos —aseguró y yo solté una risa—. ¿Qué? —me miró.

   —Tu novio nunca ha salvado a nadie —escupí. Él soltó una risa baja que apenas salió de sus labios, respiró hondo y miró hacia el cielo oscurecido. Levantó una ceja.

   —¿Lo dices por Scorpion, ¿no? —me preguntó.

   —Mmm… —eché la cabeza hacia atrás y la apoyé contra el acero—. Supongo —miré el mismo punto al que él veía. Las nubes, ahora visiblemente cargadas de agua, cubrían a Polaris, una estrella brillante y enorme que usualmente era usada por los exploradores para ubicarse. Reí en voz baja. En todos mis años jamás usé una puta estrella cuando estuve perdido.

   —¿Él…? —titubeó Aiden—. ¿Scorpion en algún momento lo…?

   —Siempre lo esperó —me adelanté a lo que seguramente iba a preguntar—. Bueno, las primeras dos semanas, al menos. Luego, supongo que… entendió que nadie vendría a rescatarlo —lo miré directamente, sin importar si él me veía o no—. Tu novio no es un héroe, Aiden. Tu novio es un maldito bastardo que dejó que nos lleváramos a Noah —Él me lanzó una mirada punzante y frunció el ceño. Abrió la boca para protestar, pero no lo dejé y seguí—: Bueno, supongo que es lo mejor que pudo haber hecho por él. Si Noah no hubiese estado nunca en esa guarida, probablemente estaría muerto. Ya sabes, habría sobrevivido por algún tiempo. Probablemente tú y él se habrían conocido bajo otras circunstancias y, quizás, hasta se habrían hecho buenos amigos… —hice una pausa para aclarar mi garganta que dolía como mil infiernos—. Pero finalmente él habría acabado muerto. Quizás le habrían mordido en alguna persecución, o le habrían puesto un disparo en la frente. O no… —dudé—. Probablemente, habría muerto al intentar hacerse el héroe por alguno de sus amigos, o para proteger a ese cabrón al que llamas amorcito.

   —Imposible —soltó él y negó con la cabeza energéticamente—. Me hablas de él como si fuera una persona distinta, como si no fuera un maldito…

   —La gente cambia, Aiden —dije—. Tú no eres el mismo que hace unos años, ¿no?

   —Pero no a ese nivel —debatió—. Ethan y tú me hablan de un hombre bueno y el Scorpion que conozco me robó la vida. Ese cabrón no…

   —El Scorpion que conoces no tiene una pizca de bondad —adiviné y él asintió con la cabeza—. Puede que tengas razón —La tenía, definitivamente. Lo había visto un millón de veces en el tiempo que estuve junto a él. Hasta el último segundo. Pero Scorpion no siempre fue un completo hijo de puta. A veces, hacía cosas buenas.

Y a veces, hacía otras muy terribles.

Me mordí los labios para contener una extraña emoción que no supe identificar.

   —¿Qué…? —su voz, que otra vez se oyó nerviosa, me distrajo de los recuerdos que había empezado a visualizar—. ¿Qué pasó en esa guarida?

   —¿Por qué quieres saberlo?

   —Dijiste que querías que lo superara y que siguiera adelante —dijo—. Bueno, supongo que no puedo seguir avanzando si no intento al menos comprenderlo. Aunque sea por una vez.

Sonreí. Y, quizás por culpa de ese fastidioso presentimiento que llevaba dentro desde que desperté, esa molesta sensación de que uno de los dos iba a morir pronto y que probablemente sería yo y, quizás para simplemente hablar de algo y soltar los nervios que eso me causaba, decidí contarle. No, no era miedo a la muerte. Nunca le temí a la muerte. No iba a hacerlo ahora. Pero saber que en cualquier momento podría borrarme de este mundo era bastante incómodo. Prefería que simplemente pasara de una maldita vez por todas.

Las cosas como son. Nunca me gustó esperar demasiado.

Me acomodé lo mejor que pude y le conté toda la historia, con lujo de detalles; desde el momento en que capturamos a Noah hasta el día en que mató al antiguo Cuervo. Le hablé sobre cómo gritó y pataleó mientras lo traíamos a la guarida y aquella vez en que le dibujé un escorpión en el cuello. Fui crudo, justo como habían sido los hechos. Le hablé sobre la maldad de Alger y lo que les hacía a los prisioneros. Le relaté algunos acontecimientos, ciertas cosas que recordaba con más claridad de la que me gustaría. La primera vez que oí a Alger violándolo y también todas las veces que estuvo a punto de matarlo.

 

 

 

   —Al final… —Ya estaba cansado de hablar, me dolía la garganta y sentía los labios secos. Los estragos del alcohol en mi sistema comenzaban a notarse y la deshidratación me golpeaba fuerte—. Él mató a mi padre —solté.

Aiden pareció desconcertarse y estuvo a punto de ladear la cabeza, justo como lo hace un cachorro que no entiende nada de lo que le dices.

   —¿Tú… padre? —balbuceó—. ¿También lo mató?

   —Ajá.

   —No deberías… —apretó los ojos, como si tratara de asimilar—. ¿No deberías odiarlo por eso?

   —Cuervo era mi padre —afirmé.

   —¿!Q-Qué…!?

   —Y era un cabrón, eso ya lo sabes. Él mató a mi madre el día en que liberaron el virus. Yo… —tragué saliva—. No llegué a tiempo.

Aiden guardó al menos diez segundos de silencio.

   —Creo que sé lo que se siente eso —dijo por fin. Me miró y sonrió—. Y también sé lo que es… ya sabes, que otro haga el trabajo por ti. Tú lo hiciste por mí y siempre agradeceré eso —soltó una risita—. Supongo que en ese momento fuiste como mi héroe, ¿entiendes? —suspiró y me pregunté si le habría logrado convencer de algo o no—. Creo que…todos necesitamos uno.

   —Noah fue el mío —dije. Antes, mucho antes de que el hombre que tenía al lado llegara junto a su novio y un chico que decía ser la cura para este desastre. Antes de eso, Scorpion era él mismo. Ahora no sabía bien quién era.

   —Ahora comprendo muchas cosas —dijo y preguntó—: ¿Él sabe todo esto?  

   —No tiene idea.

   —Deberías contarle.

   —¿Por qué?

   —No lo sé… —Ni el mismo parecía claro en sus ideas—. Supongo que la vida puede llegar a cambiarte si te enteras de que al menos hiciste algo bien y que salvaste a alguien… —tosió y fingió que se aclaraba la garganta, pero noté que realmente intentaba controlar el temblor en su voz—. No digo que ese desgraciado vaya a cambiar en algo realmente. Dudo que lo haga. Creo que le harán falta años para hacerlo, pero… no sé. No deberías guardarte todo eso.

   —Tú lo salvaste a él, que no se te olvide —me reí e intenté desviar un poco la conversación.

   —Hasta el día de hoy me arrepiento de eso —respondió.

   —Quizás algún día le cuente —dije. Probablemente nunca tendré la oportunidad.

Aiden se encogió de hombros.

   —Y quizás algún día yo logre seguir avanzando —contestó—. Sigo pensando lo mismo de él ahora que me contaste todo esto. Para mí, ese hombre al que tú llamaste héroe no es más que un maldito cabrón que merece los castigos de un millón de infiernos. Pero… si él no fuera lo que es, quizás tu tampoco estarías aquí.

Busqué su hombro para darle un pequeño golpe con la cabeza. Si hubiera estado desatado, ese gesto habría sido un suave puñetazo en el brazo.

   —Dijiste que él te había robado la vida… —le dije y mi voz escapó ronca por culpa de mi garganta seca—. Bueno. Ahora tú eres dueño de parte de la suya y podrías hacer lo que quieras con ella. ¿Están a mano, no crees?

   —Sólo un poco —contestó y suspiró—. No voy a negar que me tranquiliza saber que en algún momento él sufrió.

No respondí a su comentario porque oí el ruido de la puerta abrirse. Ambos nos reacomodamos y, a los pocos segundos, vimos a las primeras personas asomarse por la cubierta. Sabía reconocer a un soldado, sabía cómo lucía el rostro de alguien que mataba y no todas las personas que estaban ahí lo eran. Un grupo de mujeres junto a algunos niños nos miraron desde el borde de la escalera; medio horrorizados y piadosos y medio temerosos de nosotros, como si fuéramos un par de pobres diablos infectados por una jodida plaga a los cuales debían mirar desde lejos. ¿Pero por qué demonios tenían familias aquí? ¿La Hermandad estaba dividida? ¿Habían venido todos? ¿Por qué habían abandonado su refugio anterior?

¿Habrá sido por los zombies que solté?

Si eso era así y alguien más lo sabía definitivamente mi cuerpo serviría como comida para peces más pronto de lo que podía imaginar.

  —¿Por qué hay familias aquí? —preguntó Aiden en un susurro—. ¿Planean quedarse con el barco?

   —Probablemente —contesté.

   —Pero este barco era nuestro… —titubeó—. Bueno, lo fue de Shark antes, pero…

Chasqueé la lengua.

   —Ladrón que roba a ladrón… —me burlé.

   —¡Miren! ¡Allí está el cazador! —Las mujeres tomaron a sus niños, les cubrieron los ojos y se apresuraron a bajar nuevamente cuando un grupo de cinco hombres subió. Los reconocí a todos; cazadores de Cobra o asesinos de La Hermandad, no importaba, eran sujetos duros, con ese no sé qué en los ojos que diferenciaba a un superviviente desalmado de otro que todavía no acababa de adaptarse. Me miraron directamente cuando llegaron a la cubierta y supe que habría problemas—. ¿Es él, ¿no? El de cabello negro.

   —El mismo… —Uno de ellos afirmó con la cabeza mientras hacía girar unas llaves alrededor de su dedo—. Vamos, sáquenlo —le lanzó la llave a uno de sus compañeros y le atravesó una tranca de madera para mantenerla cerrada por fuera y bloquear el acceso a la cubierta—. Hoy vas a arrepentirte por matar a Steiss, hijo de perra —me dijo, mientras dos sujetos me quitaban las esposas y me desataban los pies y los brazos. Intenté aprovechar el momento y, cuando me vi libre, rodé por el piso y le di una patada a uno de ellos.

Pero un disparo seguido de un grito me paralizó.

   —¡Un movimiento más y lo mato! —amenazó uno y apuntó con su arma directamente a Aiden. Ya había disparado antes y la bala estuvo a punto de rozarle. El grito que oí fue el de él cuando creyó que iba a morir. Respiré agitadamente, con las manos todavía sobre los hombros de uno de los sujetos para quitármelo de encima—. Hablo en serio, cabrón. Voy a matarlo y no me importará hacerlo. Pero a ti sí, porque será tu culpa. ¿Quieres que le dispare? —insistió y movió el arma para enfatizar cada palabra que decía—. ¿No te importa si lo mato, ¿verdad? ¿Es eso? ¿Lo mato? ¿Lo hago? —creí que apretaría el gatillo cuando oí una especie de chasquido salir de ese revólver—. ¿¡Lo hago!?

   —¡No! —grité. Entonces solté al hombre y dejé que me agarraran.

   —Estás muerto —susurró uno de ellos cuando me obligó a arrodillarme en el centro de la cubierta. Tres armas me apuntaron directo a la cabeza.

   —C-Cuervo… —balbuceó Aiden a mis espaldas, con la voz increíblemente temblorosa por un miedo que hasta ahora no había visto ni oído en él.

   —Vas a estar bien, chico —le dije, sin voltear la cabeza para mirarlo. Si me movía, ellos me dispararían. Y no sabía si quería convertirme en cena para peces tan pronto—. Confía en mí.

   —¿Confiar en ti? —se burló el mismo que había trancado la puerta y que parecía el líder del grupo—. ¿Quién confiaría en ti, víbora traidora? Cabrón hijo de puta… —se acuclilló a mi lado y sacó un cuchillo de su cinturón. Sentí la punta deslizarse por mi cuello lentamente. El filo apenas rozó mi piel—. Sí, confía en él, muchacho —ironizó—. De seguro te asfixiará hasta la muerte a ti también.

Aiden no contestó. Yo tampoco.

   —¿Por qué lo hiciste? —me increpó, cuando el cuchillo se detuvo en mi garganta. No respondí—. ¿¡Por qué lo hiciste!? —gritó.

   —Contéstale, Cuervo… —intentó decir Aiden.

   —¡Cállate! —El sujeto que estuvo a punto de dispararle corrió hacia él y le dio un golpe. Oí al pobre chico sacudirse contra la cubierta—. ¡Ustedes me dan asco! —gritó y le escupió.

   —Dame una razón sensata para haber matado a mi líder —masculló el hombre del cuchillo. Tomó todo mi cabello dentro de su puño y lo jaló hacia atrás. No contesté—. ¡Vamos, dale otro puñetazo! —ordenó. Oí al tipo de atrás golpear a Aiden otra vez. Y otra, y otra—. ¿¡Por qué lo mataste!? —insistió.

No había razón que justificara lo que hice.  

Yo ya me arrepentía de ello.

«Lo maté porque tuve miedo de que tocara a Scorpion.»Eso estaba lejos de sonar sensato.

Oí los quejidos de Aiden mientras le daban una paliza. Cerré los párpados y los apreté con fuerza.

   —¿En serio importa la razón? —mascullé. Respuesta equivocada. El sujeto lo golpeó todavía más duro y oí a Aiden vomitar.

La punta del cuchillo se alejó de mi cuello y entonces la sentí en mi cabello. El hombre cortó todo el pelo que tenía agarrado en su puño. Abrí los ojos para ver las hebras oscuras caer a mi alrededor.

Aiden tosió un poco más. No iba a soportarlo más tiempo.

   —La cura —mentí. Una mentira que antes había funcionado. Me temblaban los brazos y mis dedos, llenos de cabello desparramado, se sacudían uno por una sensación que no recordaba haber tenido nunca. El sujeto lanzó otro montón de pelo al suelo—. Steiss se enteró que Reed era la cura. Tuve que hacerlo para proteger al chico —apreté los puños y, por primera vez en mucho tiempo, me odié un poco a mí mismo por ser tan cobarde. No me atreví a confesar la verdadera razón porque, a pesar de todo, todavía quería proteger a ese bastardo. Porque, si les decía que Steiss quería asesinar a Scorpion, probablemente estos cabrones irían tras su cabeza a cumplir la última voluntad de su líder y eso me asustaba. Porque Scorpion era duro de matar, pero no era intocable, ni mucho menos era imposible acabar con él. Y, a pesar de todo, y quizás eso era lo que más me molestaba, la sola idea de verlo muerto me causaba escalofríos. Tan sólo imaginarlo con un disparo en la cabeza, o con la garganta cercenada, hacía que me temblaran las muñecas.  

Parecía que, sin importar lo que pasara entre nosotros, yo siempre buscaría protegerlo.

Siempre fue así, después de todo.

   —Espero que estés vivo cuando traigamos a ese chico aquí, para que veas cómo tu esfuerzo no ha valido la pena —El cuchillo se sintió más pesado cuando él lo hundió en mi cabello otra vez. Sin poder ver lo que me había hecho, supe que había cortado bastante. Tres armas me apuntaron de nuevo—. Estoy impaciente por saber qué le hará Shark… —metió su mano debajo de mi camiseta desgarrada—. ¿Lo trozará en pedacitos y guardará su sangre bajo siete llaves? ¿Lo venderá al mejor postor? —se rió. Y el resto de sus compañeros compartieron sus risas. Quitó las manos de mi pecho sólo para volver a colocarme las esposas. Entonces me empujó y me dejó caer al suelo.

Intenté rodar hacia un costado, pero ellos me rodearon.

Dos de ellos se quitaron los cinturones. Luego el resto le siguió.

   —¡C-Cuervo!¡No! —Aiden gritó. Había pánico en su voz. Quizás él entendió mucho antes que yo lo que estaba a punto de pasar—. ¡No lo hagan!

   —¡Cállate y observa! —le gritó el hombre que lo amenazaba y le dio un golpe con el mango de su pistola. Sostuvo su cabeza con una mano y la estrelló contra el piso—. Si no cierras la boca vas a ser el próximo.

El tipo del cuchillo me cayó encima. Me apresó, más de lo que ya estaba, y sujetó mis brazos esposados sobre mi cabeza. Levanté la vista para mirar a Aiden, mientras sentía la intromisión de una mano extraña forcejear con mis pantalones, y me centré en él. Me preocupé cuando vi que sangraba y que dejó de moverse.

   —Aiden… —lo llamé, mientras alguien me quitaba el resto de la ropa. Oí sus risas y todas esas manos sobre mí y cerré los ojos un momento, para quitarme la imagen mental de lo que estaban a punto de hacerme—. ¡Aiden! —grité. Se movió—. ¡No te mueras ahora!

   —El único que va a morir aquí eres tú —se burló el que estaba encima de mí. Entonces apreté los dientes y arqueé la espalda cuando le sentí entrar de un sólo golpe. Un calambre, lacerante e insondable como mil infiernos, cruzó los músculos más profundos de mis piernas y muslos, para disparar un dolor extraño que no pude controlar, porque jamás, nunca antes, lo había experimentado; ni en los entrenamientos, ni en las palizas que me daba mi padre durante mi adolescencia, ni en ninguna de las veces que me metí en una pelea. Ni siquiera en mi último y desafortunado encuentro con Scorpion. No, esto era muchísimo peor y no sabía por qué. Me mordí los labios para contenerlo mientras el resto de ellos me sujetaban de los brazos, del cabello y de donde sea que pudieran agarrarme para que dejara de moverme y sacudirme. Las uñas de ese hombre se hundieron en la piel de mis caderas cuando entró otra vez, y otra, y otra… a un ritmo enfermizo y frenético que mi cuerpo, jodido como estaba, simplemente no podía seguir.

Intenté liberarme para aferrarme a algo, a un brazo, a un hombro, a las grietas del piso o lo que fuera. Pero unas malditas esposas de segunda mano nunca me fueron tan imposibles de abrir como en ese momento. Cada movimiento que hacía por soltarme resultaba peor que el anterior.

  —¡Ah! ¡Ah, chicos! —gimió mi violador. Sentí que reabría antiguas heridas que apenas empezaban a sanar—. ¡Esto está delicioso, se los juro! —rió en una especie de bufido y comenzó a cogerme con más fuerza, descontroladamente, como si estuviera a punto de acabar.

   —Déjame a mí… —Uno de ellos me soltó para reemplazar al hombre quien, a regañadientes, fue sacado de mi interior. Forcejeé para soltarme durante el cambio, pero incluso si sólo eran dos los que me sujetaban, no podía moverme libremente. Sentía el cuerpo pesado y dormido. Mi cabeza daba vueltas y estaba mareado. Lo mejor que podía hacer ahora mismo era desmayarme y perder la conciencia por algunas horas—. ¡Muévete! ¡No quiero follarme un cadáver!

Me revolví, forcejeé con ellos y me voltearon. Pude ver con claridad cada uno de sus rostros y guardar en mi memoria cada uno de sus despreciables rasgos; cada lunar, cada imperfección, cada cicatriz. No iba a olvidar a estos bastardos. Yo nunca olvidaba una cara.

   —¿Cómo es? —le preguntó uno al sujeto que acababa de cogerme cuando llegó a mi lado, me sujetó del hombro y comenzó a masturbarse para no alejarse del clímax—. Nunca me he tirado a un hombre —El interrogado soltó una carcajada como respuesta.

   —Este cabrón es delicioso —contestó—. Ahora entiendo por qué Steiss quería…

   —No hablen de mí como si no estuviera aquí, malditos hijos de… —intenté decir, pero en ese momento me di cuenta de que mi voz apenas salía y que mis palabras eran inentendibles. Con suerte podía balbucear.

Un golpe sacudió mi mundo.

   —Eh, ¿qué has dicho? —El que intentaba abrir mis piernas ahora me había dado un puñetazo. Ya estaba con los pantalones abajo y aprovechó lo aturdido que me dejó su golpe para separarme las rodillas y entrar de una sola vez. Quise resistirme, pero el dolor de varias paredes rotas en mi interior me atravesó como una estaca. Cerré los ojos con fuerza para calmar la sensación, que era como una punzada que se abría paso entre mi carne y la cortaba fibra a fibra, lentamente—. Eh, mírame —dijo y me abofeteó la mejilla—. Me gusta que las putas me vean cuando me las follo, ¿sabes? —sonrió. Asqueroso. Iba a romperle los malditos dientes apenas tuviera oportunidad—. Me llamo Micah —me cogió más fuerte y eso extendió el lacerante dolor que me partía a la mitad. Acercó su rostro a mí—. Y quiero que grites ese nombre mientras te follo, ¿de acuerdo?

Junté toda la saliva que pude dentro de mi boca y le escupí en la cara.

   —¡Eres asqueroso! —Micah me dio otro puñetazo y entonces me folló sin piedad. Tres más me sujetaban. El hombre del cuchillo se masturbaba a escasos centímetros de mi boca y el que había hablado con él comenzó a gritarme, a insultarme y a advertirme lo «bien que se la pasaría conmigo.» Intenté soportar la imagen que tenía delante, intenté no sentirme intimidado y mantenerme estable. Pero mi orgullo tenía un límite y ya lo había superado. Me sentí reducido. Yo no era nada más que una cosa sin valor que esos bastardos simplemente podían usar. Contra mi voluntad, sentí cómo ellos me lo quitaban todo.  

Tenía el grito en la garganta; lo sentía picar al interior de mi cuello y rasgarme la piel por salir. Dolía, joder cómo dolía y dolía de una forma que no se me hacía agradable en absoluto. Este era, quizás, la clase de dolor para la que nunca fui entrenado. Estos hijos de puta me humillaban de la peor manera posible, de la única que podían hacerlo sin salir heridos: con mis manos atadas y completamente inmovilizado.

¿Se refería a esto Aiden cuando mencionó que Scorpion «le había robado la vida»? ¿Así es como se sentía?

No. No iba a dejarles.

   —Juro que… —balbuceé e intenté controlar el temblor en mi voz y contener los escalofríos y convulsiones de mi cuerpo que venían con cada embestida que me daban—… cuando me suelte, iré tras sus cabezas, hijos de puta. Y tú serás al primero al que le cortaré la garganta, Micah… —le dije al asqueroso que tenía encima y que rechinaba los dientes por un placer que era muy ajeno a lo que yo atravesaba. Me estaba trizando. Iba a romperme.

   —Como… —masculló él, en medio de gemidos que limitaban con los gritos. Él estaba a punto de tocar el borde y yo intenté sacudirme para quitármelo antes de que lo alcanzara. Me sujetó del cabello y estrelló mi cabeza contra el suelo. Hundió la palma de su mano entre mi cuello y mi mentón y presionó con fuerza, para obligarme a cerrar la boca. Me mordí la lengua sin querer—. Como si fueras a soltarte, hijo de puta.

La vista se me hizo borrosa por el golpe e intenté centrarla y fijarla en lo primero que tuve delante, en lo primero que adoptó forma. Por la posición en la que yo estaba veía su imagen invertida; le habían obligado a arrodillarse en el suelo y el hombre que le tenía le agarraba del pelo con una mano para forzarlo a ver la escena, mientras con la otra lo amenazaba con el arma. Aiden apenas controlaba las lágrimas, a pesar de que al que follaban como a un animal era a mí. Se mordía los labios para callar los sollozos, temblaba y se había orinado un poco en los pantalones. Me pregunté en qué pensaba. ¿Temía ser el siguiente? ¿Nunca había visto cómo mataban a alguien delante de él?  Joder, pobre chico. Pobres de nosotros.  

   —¡Ah, joder! —sentí la mierda de Micah llenar cada maldito espacio en mi interior y supe que el cabrón se había corrido. El asco y la frustración se apoderaron de mí y ese grito que había estado conteniendo salió. Grité, con los labios cerrados por la presión de su mano, y sentí que se me desgarró la garganta por dentro, de pura rabia, repulsión y dolor.  

El que se masturbaba cerca de mi boca me sujetó, sonrió, con una sonrisa de mierda, y disparó todo sobre mi cara.

   —Feliz cumpleaños, hijo de perra —se burló—. A-Ah… vamos, ven y trágalo todo —me soltó para acercar su pene todavía más y lo metió a la fuerza dentro de mi boca. Aproveché el momento y lo mordí, quizás con las últimas energías que me quedaban, y le arranqué un trozo que no tardé en escupir—. ¡Ah! ¡Dios! —chilló y se apartó bruscamente—. ¡Este bastardo me mordió! ¡Ah! —corrió hacia un rincón, mientras sujetaba su miserable y horrible polla ensangrentada entre sus manos. Si los músculos de mi cara hubiesen podido, les habría ordenado que sonrieran. Levantó su arma y me apuntó—. ¡Sal de ahí, Micah! ¡Voy a matarlo!

Oí un ruido sordo y brusco. No sé si fue un disparo o no.

No, no lo fue. Fue la puerta. Alguien la había tirado abajo.

   —¿¡Qué pasa aquí, muchachos!? ¡Fuera todos! —Esta vez sí oí un disparo al aire. Todo el mundo me soltó y alguien se acercó, con pasos rápidos y pesados, hacia nosotros. Era Shark—. Vaya, vaya… —rió, cuando me vio ahí tirado—. ¿Se lo pasaron bien, ¿eh? —Tenía un bate en las manos, de esos que no veía hace años, un arma que bien podría ser una reliquia del apocalipsis; cubierto de alambre de púas y algunos clavos. Vi muchos al comienzo de este desastre que ahora me tenía arruinado sobre la cubierta de un barco. Un arma de películas, pero que no resultó muy efectiva a la hora de partir cabezas de infectados. Las púas solían quedarse atascadas en la carne de los zombies y, en medio de una horda, ese error le podía costar la vida al portador. Shark sacudió el bate en el aire—. ¿Qué pasó? —preguntó, de manera retórica. Él, con tan solo ver la escena, debía saber muy bien lo que había ocurrido aquí.

   —¡M-Me mordió! —se quejó el hombre del cuchillo, que lloraba por el dolor—. ¡E-Ese hijo de puta!

   —Calma, calma. No vas a morirte —A pesar de que le habló a su hombre, Shark me apuntó a mí con el bate—. Ve a la enfermería a que te curen eso, a ver si es que puede salvarse algo —El sujeto, desnudo todavía, tambaleó hacia la puerta y se fue escaleras abajo. Shark no volvió a hablar hasta asegurarse de que ya no estaba y entonces me miró fijamente, sonrió y encarnó una ceja—. Y en cuanto a ti… —me dijo—. Te cargaste a uno de mis hombres. Bueno, no lo mataste. Pero, entre tú y yo, sabemos que ese pobre desgraciado no podrá volver a follar y es como lo mismo, ¿no? —levantó el bate en el aire—. ¿Qué crees que haré contigo por eso? —preguntó. Otra pregunta a la que no esperaba respuesta.

No alcancé a respirar antes de que me golpeara el pecho con el bate. Solté un grito y, justo como pasaba con los zombies, las púas parecieron quedarse ancladas en mi piel por algunos segundos. Giré sobre mí mismo cuando lo levantó otra vez, pero me vi sacudido por otra punzada de dolor cuando me golpeó en la espalda. No iba a dejarme en paz.

   —¿¡Crees que vas a librarte de un castigo aquí, eh!? —me dio otro golpe—. Oh, espera. ¿Te gusta el dolor, ¿no? —y otro más—. ¿Esto te gusta, eh, Cuervo? —rió.

   —N-No —contesté y quise rodar hacia un lado para alejarme de él. Estaba casi libre, mis pies estaban desatados, pero mis músculos no respondían. Cada movimiento que hacía dolía de una forma terrible, profunda e incontrolable—. No me gusta —gemí, o rogué. Le estaba rogando que parara—. No me gusta —repetí.

Mi cuerpo tenía un límite. Y ya lo había sobrepasado.

Me tomó de los tobillos.  

   —¡Oh, vamos! —rió—. ¡Claro que te gusta! —comenzó a arrastrarme por los pies. No sé a dónde iba a llevarme y eso me angustió.

   —¡Espera un segundo! —intenté resistirme, moverme o levantarme. Pero nada funcionaba, mis brazos no eran capaces de levantar mi propio peso, mis piernas no eran capaces de zafarse de él y la desesperación, esa oscura sensación de no poder responder a mis propias órdenes, de no tener control sobre mí mismo y no poder guiar mis acciones, me consumió el cerebro y la razón. Tuve miedo de que se repitiera lo de hace minutos atrás—. ¡Espera!

   —Tú, este bate y yo vamos a divertirnos, Cuervo —se burló Shark. Hundí mis uñas en las grietas que se formaban en el suelo para intentar sujetarme y las rompí una a una, hasta que empezaron a sangrar.

En ese momento pensé en Scorpion. No, en Noah. La primera vez que lo oí luchar por su vida, hace muchos años en la guarida Cuervo, lo vi en las mismas condiciones en las que yo estaba ahora; arrastrado hacia algún lugar terrible y con las uñas clavadas al piso en un inútil intento por agarrarse de algo. No era un buen último recuerdo de él, pero me gustaba. Noah fue la segunda persona a la que vi aferrarse a la vida con tanta fuerza. La primera fue mi madre.

Y hoy había soñado con ella.

«No vayas a romperte», me había dicho.

«No voy a romperme…» repetí en mi mente. Me intenté convencer a mí mismo mientras Shark, entre risas, me arrastraba escaleras abajo. Aquella vez se lo prometí. Y hasta ahora lo había cumplido. 

«No voy a romperme» repetí y sentí cada golpe de cada escalón como una sacudida en mi cabeza. Estaba mareado, aturdido y débil.

«No voy a romperme»

«No voy a…»

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Buenas gente! Como nunca, estoy saludando aquí abajo. Quería ponerle más drama a la cosa escribiendo esa descripción arriba. 

Lamento mucho no haber actualizado la semana pasada. Como mencioné en la página de facebook antes, me está costando bastante sacar estos capítulos. Todo lo que está pasando ahora lo tenía planeado de meses, desde el comienzo de esta temporada... pero la verdad ha sido un desafío escribirlo, sobre todo porque adoro a Cuervo con mi vida y él será el más perjudicado en todo esto. 

No me odien, por favor. Esto tiene que pasar. 

(Lo estoy diciendo más para mí misma que para ustedes, la verdad) 


Cuervo es duro. No está roto todavía. Él va a superarlo (o va a morir en el intento) Vendrán cosas terribles, para él y para Aiden. Pero ambos son capaces de soportarlo. Crean un poco en sus chicos


¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas o amenazadas de muerte? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

Abrazos y pañuelos para todos


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