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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! 

Esta vez sí llegué a tiempo. ¿Ya están recuperados del capítulo pasado? Les daré un "descanso" (entre comillas, porque no es un capítulo lindo para nada) 


Capítulo 67

 

 

   —¿Estás seguro de esto, Reed? —me preguntó Dalian, poniendo una mano sobre mi hombro, justo como lo haría un buen amigo intentando reconfortar a otro. Pero no sabía si había algo que pudiera reconfortarme ahora. Morgan me miró y pareció aseverar la duda de Dalian con los ojos. Apuesto que había estado a punto de preguntar lo mismo.

Miré las llamas del fogón; altas y voraces, parecían adquirir forma propia y transmitir mensajes implícitos mientras se meneaban lentamente, mostrándome representaciones de la vida entera danzando delante de mí, como si ellas mismas estuviesen vivas, como si no personificaran la muerte ahora mismo. Hubo un chasquido y una de ellas sobresalió, alzándose sobre las demás.

Toqué el anillo que ahora colgaba de mi cuello, jugueteé con él entre mis dedos y cerré los ojos, intentando controlar las repentinas ganas de llorar. Asentí con la cabeza y subí mi pañuelo hasta la nariz, para protegerme del humo.

   —Así lo habría querido él —dije—. Oliver tiene que estar al lado de su hermano.

Dalian soltó un sollozo y se frotó los ojos contra el antebrazo para evitar cualquier lágrima que quisiese escapar de ahí.

   —Hombre. Tienes razón.

   —¿Vamos allá? —preguntó Jesse, acuclillándose para tomar los pies de Oliver. Se había tomado el cabello y se había vestido de negro en un, para mí, hermoso gesto que representaba más o menos la situación anímica actual que rondaba por el lugar. Le miré ahí, con los ojos color caramelo fríos, fijos y tristes sobre el cuerpo de mi amigo y me pregunté cuánta muerte habían visto esos ojos pasar por delante suyo. Entonces me di cuenta que Jesse nunca hablaba sobre su pasado, quizás porque la dama de la guadaña, esa que se había llevado a Oliver mucho antes de lo esperable, le había estado siguiendo a él también por demasiado tiempo. Y quizás era capaz de entenderlo. Yo también había mirado a la muerte a los ojos varias veces y no me gustaba hablar ni recordar ninguna de ellas.

Me arrodillé para sostenerle la cabeza y Dalian hizo lo mismo, sujetándolo por los hombros y la espalda. Les di una señal para que los tres nos moviéramos al mismo tiempo.

   —Vamos.

Entonces levantamos el cuerpo de Oliver envuelto en una sábana blanca y lo arrojamos al fuego, el fuego que lo purgaba todo, que se llevaba todo; lo bueno y lo malo, el amor y los rencores, los pecados más miserables y las buenas acciones más desinteresadas. Las llamas tenían ese poder de limpiar, de purificar, de simplemente reducir a cenizas todo lo que fuimos.

Pero muy en el fondo de mí, sabía con dolorosa convicción que Oliver no alcanzó a ser, que el tiempo fue muy ingrato con él, que estaba a mitad de camino, que le faltó mucho por vivir. En el fondo sabía que se pudo haber evitado.

Y quizás eso era lo que más dolía.

   —Demonios… —mascullé, mordiéndome los labios para contener todo eso que pedía salir a gritos y estaba a punto de estallar dentro de mí—. Demonios. Apenas era un chico… él… —sollocé, sintiendo cómo las lágrimas que habían estado picando al interior de mis ojos salían, sin que pudiera pararlas—. ¡Él ni siquiera debió haber venido aquí! —grité, desgarrándome la garganta. ¿Esto era vivir el momento? Sufrir, romperse. Quebrarme en pedazos hasta que entendiera por fin que así era la vida ahora. Demonios, no importaba cuántas personas murieran a mi alrededor, no importaba cuántos amigos, hermanas, padres y madres viera desaparecer. Cada vez seguiría doliendo peor que la anterior. Y yo tendría que aceptarlo cada una de esas veces.

¿De esto se trataba vivir, no?

Vi a Amy romper en llanto y ser abrazada por Ethan.

Terence se me acercó para contenerme en un abrazo al que se le unió Dalian también. Yo seguía llorando y no entendía bien el por qué, lo que sentía no podía compararse al llanto quebrado de esa chica, o a las lágrimas apenas contenidas de Chris, o a la mueca de frustración que cruzaba el rostro del hijo del señor Marshall, Matthew, quien tampoco debió haber venido aquí y por quien ahora empezaba a preocuparme. ¿Cómo reaccionará la gente en Paraíso cuando volviéramos con Oliver muerto? ¿Cómo reaccionaría si le pasara algo a Matt también? ¿O a Amy? Ellos nos quemarían vivos. Y con justa razón.

Nunca debimos traer a sus niños aquí.

A ninguno.

El recuerdo de Ada asaltó fugazmente mi cabeza. Me pregunté si podría resistir si le pasaba algo a ella.

   —Todo va a estar bien, Reed —susurró Terence en mi oído, con voz suave y conciliadora, casi angelical. Pero no. Nada iba a estar bien.

Me eché a llorar más fuerte.

   —S-Se supone que venimos aquí a encontrar a Morgan para que comenzase a trabajar en una maldita cura… —hipé, sollozando, intentando guardar la compostura y contener mis emociones que últimamente estaban más desbordadas que nunca—. Pero míranos, Terence. Míranos, Dalian. Shark sigue vivo y estamos a punto de enfrentarnos a él de nuevo…

    —No es tu culpa —dijo Dalian. Nos envolvía a Terence y a mí en un abrazo, como un hermano mayor que intentaba protegernos—. Nada de lo que ha pasado…. —intentó decir.

   —¡Si hubiese matado a Shark cuando tuve oportunidad ellos no habrían secuestrado a Aiden! —grité—. ¡Ni a Cuervo! —No podía controlarme, todo el mundo tenía límites y yo hace mucho tiempo que había alcanzado el mío. Pensé en la noche en la que provocamos el motín en el Desire y pensé en el Reed de ese momento y en cuánto había cambiado, para mal. El Reed de antes nunca habría roto en llanto frente a más personas, el Reed de antes siempre estaba tranquilo, siempre intentaba controlarse y guardar la calma.

Pero desde hace mucho, mucho tiempo que no me sentía calmado.

   —¡Basta ya, Reed! —Dalian nos soltó a ambos cuando oyó a Terence gritándome. El pelirrojo me tomó de los hombros y me zamarreó levemente, quizás para hacerme despertar del estado en el que estaba—. ¡Iremos a por Shark apenas Scorpion le saque algo al tipo que capturamos! ¡No hay tiempo para esto! —Él decía que no había tiempo para llorar, pero aún así sus ojos estaban vidriosos por unas lágrimas que estaban a punto de saltar de ellos—. ¡Tienes que ser fuerte ahora!, ¿¡está bien!?

«Ser fuerte» era una petición que no oía desde hace bastante tiempo.

Miré dentro de sus ojos, en esa mirada vermazul y encontré algo firme, algo a lo que poder sujetarme para no caer al precipicio en el que había estado tambaleando. Respiré profundamente y me concentré en los latidos de mi corazón que parecía querer salir disparado por mi garganta. Tenía que calmarlos, serenarme. Tenía que ser fuerte.

Inspiré de nuevo.

   —T-Tienes razón —balbuceé, con los ojos muy abiertos y sin pestañar, dejando que las lágrimas se secasen ahí dentro—. Tengo que ser fuerte.

Él pellizcó mis mejillas. Eso también llevaba tiempo sin hacerlo.

   —Buen chico —sonrió y me abrazó, pasando su mano alrededor de mi cuello hasta posar una mano en mi hombro. Le imité, cogí a Dalian de un brazo e hice lo mismo y en menos de dos minutos, todos los presentes estábamos de la misma forma, abrazándonos los unos a los otros, rodeando el fogón que seguía consumiendo el cuerpo de Oliver hasta volverlo cenizas, cenizas que luego pondríamos en un contenedor y que llevaríamos hasta Paraíso para enterrarlo al lado de su hermano. Justo donde debería estar ahora mismo.

Para bien o para mal yo creía en el verdadero paraíso, en ese cielo del que solía oír hablar durante las misas de domingo antes de que el Desastre se desatara. Y creía —o más bien deseaba con todas mis fuerzas— que Oliver y Axel se reunieran allí. Quizás la idea de que había una vida después de la muerte, que había un lugar en el que todos iríamos a parar, una paz, aunque fuese momentánea antes de transformarnos en otra cosa o volvernos parte de la mismísima nada, un mínimo momento, un pequeño paso por el edén… me ayudaría a ver las cosas con más optimismo.

A eso le llamaba yo esperanza. Y siempre es bueno tenerla, creer en algo, aferrarse a una idea, un lugar, un recuerdo, una fantasía o un fantasma. Lo que fuese.

Y ahora más que nunca necesitábamos esa esperanza.

Nadie más rompió en llanto después de eso, salvo por algunos sollozos bajos, casi subterráneos, como si estuviesen mezclados con el viento caliente que corría y que también meneaba las hojas de los árboles y pronosticaba una lluvia que parecía cada vez más cerca. Nos mantuvimos todos en solemne silencio, observando las llamas enrojecidas durante el resto del atardecer, dejándolas consumirse solas incluso mucho después de que el cuerpo de Oliver desapareciera hasta convertirse en polvo. Las vimos hasta que la última se apagó.

Sólo entonces Chris y Ethan dieron un paso al frente para recoger todas las cenizas y guardarlas bajo siete llaves. Hasta que volviésemos. Hasta que retornáramos a casa. Su casa, no la mía.

Ahora mismo yo no sabía muy bien dónde estaba mi lugar.

Entonces me di cuenta que nunca tuve uno.

Cuando todo terminó ya era de noche. Y mi estómago rugía con fuerza, no había comido nada desde el desayuno.

   —¿Les parece si vamos al comedor? —preguntó Jesse cuando volvió a nuestro lado, leyéndome la mente—. Necesitamos comer —sonrió y posó una mano sobre mi hombro—. Hambrientos y deprimidos es una pésima combinación, ¿no creen? —asentí con la cabeza e intenté soltar una risita, sin mucho éxito. 

   —Yo iré luego —Dalian se excusó—. Buscaré a Regen, no le he visto en todo el día.

   —¿Preocupado por el chico enmascarado, Dalian? —inquirió Jesse, encarnando una ceja.

   —Sólo necesito hablar con él.

   —¿Qué necesitas hablar tan a solas, galán? —Terence le dio un codazo.

   —No jodas, Terence —Dalian le devolvió el golpe—. Nada demasiado serio. De verdad. Estaré ahí en un momento.

   —Bien, bien —El pelirrojo me agarró del brazo y me tironeó suavemente para hacerme andar—. Pero no vayas a quedarte sin comida.

   —Confío en que al menos me guardarás una fruta.

   —Intentaré hacer lo que pueda.

Entre sonrisas y chistes que intentaban animar el ambiente, Jesse, Terence y yo nos dirigimos al comedor que por la hora debía estar lleno. Me había dado cuenta que la gente moría aquí y el tiempo sólo se detenía para nosotros, La Resistencia y los cazadores seguirían moviéndose, sobre todo estos últimos; oí murmurando a algunos de ellos en los pasillos mientras caminábamos. Estaban nerviosos, no sabían qué ocurriría con ellos ni tampoco qué hacer para remediar la situación; uno de sus líderes estaba desaparecido y el otro se encontraba desde la tarde anterior encerrado en una habitación con el sujeto de La Hermandad al que habíamos capturado, intentando sacarle información.

Se sentía la tensión, casi podía tocarse. Todo iba a estallar en cualquier momento.  

   —¿Qué pasa, chica? —A mitad de un pasillo vimos a Chris de cuclillas acariciando el lomo de Sandy, la hembra de la pareja de perros que habíamos traído con nosotros desde la isla. Abercrombie daba vueltas alrededor de él, incómodo. Chris giró hacia nosotros cuando nos oyó llegar—. Sólo está ahí, tirada —nos informó, preocupado—. ¿Estará enferma?

   —Ha estado aquí desde que llegamos —intenté tranquilizarlo—. Si no se enfermó allí afuera, ¿cómo iba a hacerlo aquí?

   —No sé… —dudó—. ¿Y si tuvo contacto con alguno de esos perros mutantes que nos topamos cuando llegamos? —titubeó, parecía realmente nervioso—. ¿Y si la contagiaron? ¿Y si se está muriendo? ¿Y si…?

   —Cálmate —Jesse dio un paso al frente y se arrodilló junto a Chris para comprobar el estado de Sandy—. Déjame verla… —pasó su mano sobre el lomo de la perrita y esbozó una sonrisa divertida—. Mira el tamaño de sus tetas, hombre. ¿Cómo no te has dado cuenta? —se rió. Me asomé por el hombro de Terence para mirar al animal. No sabía cómo se suponía que tenían que lucir las mamas de una perra, pero por las palabras de Jesse, adiviné más o menos de qué se trataba.

   —¿Qué tienen? —preguntó Chris que todavía no acababa de captarlo.

   —Están más grandes, más rosáceas… —enumeró los cambios rápidamente—. Los pezones también crecieron —Jesse acarició la cabeza de Sandy y preguntó—: ¿Son tuyos ambos?

   —Sí —contestó Chris—. Bueno, Sandy es del viejo Marshall, pero últimamente esta pilla se la pasaba metida en mi casa.

Jesse soltó otra carcajada baja; su risa era suave, controlada. Bien podría ser la melodía más dulce del mundo y el último sonido que escuches antes de morir.

   —Felicidades, cuore mío —dijo, como burlándose, pero sin sonar demasiado pesado—. Vas a ser abuelo —El moreno se quedó en silencio por dos o tres segundos. Aún no entendía qué estaba ocurriendo y entonces Jesse agregó—: Parece que te lo has estado pasando de lo lindo, ¿eh, Abercrombie?

   —¿Voy a…? —Chris estuvo a punto de gritar, repentinamente animado—. ¿¡Qué hiciste, Abercrombie!? —gritó, agarrando al perro del collar para atraerlo hacia él y acariciándole la cabeza energéticamente. Imaginé lo confuso que debió ser para el pobre animal que le “regañaran” mientras le daban mimos, pero así eran las emociones humanas—. ¿Me harás abuelo, eh, cabrón? ¡Ven acá! —le abrazó y Abercrombie soltó un bufido, casi como si entendiera algo de todo lo que estaba pasando con su dueño y le pidiese que le soltara, que no hiciese tanto escándalo.

Solté una risa, nerviosa y emocionada, por alguna razón. Cualquiera diría que no había motivo para alegrarse por algo como la procreación de una especie que no era la nuestra, pero sí lo había. Imaginé a cuatro o cinco cachorros corriendo por toda la isla, haciendo destrozos y persiguiendo gaviotas. La sola imagen me hizo sentir súbitamente feliz.

Terence también rió a mi lado.

   —Por fin tenemos una buena noticia. 

   —¡Eh, Amy! ¡Matt! —Chris se levantó para gritar. La silueta de ambos chicos asomaba al fondo del pasillo, estaban a punto de doblar hacia el comedor—. ¡Vengan aquí! ¡Es urgente!

Matt y Amy no tardaron en correr hacia nosotros, la chica empuñaba una pistola cuando se detuvo frente a todo el alboroto, quizás pensando lo mismo que había pensado Chris en un comienzo, que uno de los dos animales había sido contagiado repentinamente y que sólo ahora mostraba síntomas. No era de extrañarse pensar lo peor en estos momentos.

   —¿Q-Qué pasó? —preguntó con voz temblorosa, bajando el arma cuando vio a Sandy en el suelo, siendo acariciada por varias manos a la vez que la felicitaban—. ¿Está todo bien?

   —Sandy tendrá cachorros —informó Jesse. Amy se llevó las manos a la boca.

   —¿Bebés? —preguntó y Chris afirmó con la cabeza—. ¡Ay, Dios! ¡Mira eso, Matt! —La chica abrazó al chico de pronto, víctima de la euforia.

   —¿M-Mi Sandy? —Matt rió mientras fingía un tono ofendido en su voz—. ¿Tu perro ha osado desflorar a mi pequeña, Amy?

Amy le dio un puñetazo en el brazo.

   —¡Exacto! ¿No es genial?

   —Sí lo es… —contestó. Vi que Ethan caminaba hacia nosotros, con las manos en los bolsillos mientras fumaba un cigarrillo que traía atrapado entre sus labios—. ¡Eh, Ethan! ¡Tienes que ver esto!

El pelinegro apenas ralentizó el paso cuando nos vio a todos ahí.

   —¿Qué ocurre?

   —¡Abercrombie y Sandy tendrán cachorros, papá! —gritó la chica, feliz. Casi parecía una niña, casi parecía una chica normal, entusiasmada sólo por la idea de tener a más animalitos pequeños dando vueltas por el jardín de su casa. Imaginé que, la Amy de hace años, la que no conocía este desastre, se alegraría de la misma forma—. ¿No es genial?

Ethan nos miró y luego posó sus ojos oscuros sobre los dos animales. Abercrombie se había recostado al lado de Sandy y ambos mostraban una tierna imagen de futuros padres caninos primerizos.

   —Felicidades, campeón —fue todo lo que dijo, sin demasiado ánimo; con voz seca y raspada. Luego retomó el ritmo de su paso, apagó su cigarro contra la pared y dobló hacia el pasillo que llevaba al comedor.

Hubo algunos segundos de tenso silencio después de eso.

   —Él está muy triste por lo de papá…  —dijo Amy, suspirando—. ¿C-Creen que él…? —intentó preguntar.

   —¿Te imaginas lo contento que se pondrá Aiden cuando la vea? —la interrumpió Jesse, rápido y asertivo, dando justo en el blanco. Esa pregunta traía implícita dos cuestiones más; una: no había nada de malo en alegrarse con una noticia como esta y dos: Aiden estaba bien.

   —Oh, él va a volverse loco —le siguió Chris—. Querrá escoger los nombres desde ya y construirles pequeñas casitas.

   —Apuesto a que les pondrá lazos a las hembras —agregué. Era bueno tener esperanzas, no iba a dejar que esta chica las perdiera.

   —Y pañuelos a los machos, justo como el padre —dijo Terence.

Todos reímos un poco.

   —El que va a volverse loco será mi papá —bromeó Matthew—. En serio, va a gritarte, Chris. Te echará la culpa —encarnó una ceja en una mueca que intentaba mostrarse severa, pero enseguida sonrió—: Y luego se encariñará con todos los cachorros y él y Aiden se pelearán por su cuidado.

Todo el mundo rió un poco más.

 

 

 

 

 

                                                                   (*  *  *)

 

Veinte minutos más tarde estábamos en el comedor. Cogimos unas bandejas y caminamos con ellas hasta nuestra mesa. En el tiempo que llevábamos aquí nos las habíamos ingeniado para hacernos un espacio que nadie más tocaba; eran dos mesas juntas en la que solía sentarse todo el grupo y que, de alguna forma, habíamos logrado convertir en nuestro lugar. Pero ahora se veía más desértico, más triste, más vacío. Sólo Ethan, Teo, Yü y Jack estaban sentados allí, sin hablar, comiendo en silencio y concentrados en sus platos.

Nos sentamos junto a ellos en el mismo silencio y empezamos a comer.

   —Una docena de nosotros irá con ustedes, no puedo darles más que eso —dijo Teo apenas nos sentamos. Parecía que había estado esperando a que llegáramos para contarnos la noticia—. Todo el mundo está muy asustado por lo que pasó en la guarida de Cobra —informó y suspiró—: Esta batalla dejó a familias sin sus padres, chicos. Entiendo que la gente crea que…

   —Lo sabemos —le interrumpió Ethan.

   —Pero nosotros sí iremos con ustedes —interrumpió Yü—. Y nuestro arsenal estará a su disposición también. Intentaremos ayudar en esto… —El chico posó por un momento su fina mano sobre la de Ethan, en señal de apoyo—. Vamos a rescatar a Aiden, ya lo verás.

   —Saldremos juntos de esta, como siempre —agregó Teo—. Como cuando lo sacamos de la guarida de Scorpion, ¿recuerdas?

Jack carraspeó la garganta.

   —Para nuestra suerte, la gente de La Hermandad no es tan salvaje como ese bastardo y sus hombres… —dijo dándole algunas palmadas en el hombro a Ethan y luego se levantó—. Él está bien, Ethan.

   —Lo sé.

   —Hablando de Scorpion y sus hombres… —le di un último mordisco al pedazo de pan que me habían dado junto al plato de verduras con algo que asemejaba ser puré, un huevo duro y carne enlatada que no toqué, porque el estómago no me dio para hacerlo. En el Desire me había acostumbrado a comer poco, por lo que un plato tan grande como los que servían aquí siempre me dejaba lleno como pavo navideño—. ¿Alguien ha sabido algo de él?

Jack se marchó mientras realizaba la pregunta y Ethan rodó los ojos, como si en serio le incomodara hablar del tema. Era complicado, desde que capturamos a ese hombre de La Hermandad que Scorpion se había encerrado con él en alguna habitación subterránea de las instalaciones de La Resistencia. Todos sabíamos lo que estaba ocurriendo allí abajo y todos lo permitíamos. Scorpion aseguró que no saldría de allí hasta “sacarle información” y… ya había pasado más de un día y él aún no aparecía.

¿Tanto trabajo le estaba costando?

¿Qué le estaría haciendo a ese hombre?

   —Ni siquiera ha comido —solté, dándome cuenta de lo que eso significaba—. Creo que alguno de nosotros… —intenté decir y mis palabras callaron a medio camino. No es que realmente me preocupara el estado de salud de Scorpion, ni si comía algo o no. Pero las cosas con él ahora debían intentar mantenerse estables. El grupo lo necesitaba tranquilo para que pudiésemos trabajar juntos. Creí que, por una cosa de camaradería sería correcto llevarle un plato de comida, pero nadie estaba realmente dispuesto a hacerlo; había notado cómo Teo y Yü evitaban toda clase de contacto con Scorpion y enviar a Ethan en estos momentos sería peligroso. Él estaba a punto de estallar. Scorpion también.

Descubrí entonces que yo solo me había condenado con mis propias palabras.

   —Iré a dejarle algo de comer —finalicé.

Terence se levantó junto a mí.

   —Te acompaño.

   —No te preocupes —intenté restarle importancia mientras me dirigía otra vez hacia el mesón, para pedir un plato. Él me siguió—. Tardaré algunos minutos, nada más —sonreí—. Tampoco es como si tuviera que ir a otra ciudad.

Él se rió y se sacudió el cabello de la nuca.

   —¿Te veo luego entonces?    

   —Claro, caperucita —bromeé.

Me jaló del brazo y me robó un beso rápido. Aún no me acostumbraba a esta clase de manifestaciones en público y no tardé en sentir el calor llenándome el rostro y el cuerpo entero. Miré a un lado y luego al otro, nervioso, buscando dedos que nos apuntaran, miradas acusatorias o risas burlescas, pero todo el mundo estaba tan metido en lo suyo que absolutamente nadie pareció percatarse de nosotros, salvo el hombre que estaba tras el mostrador y que revolvía insistentemente, con una sonrisa amable en el rostro, una olla muy grande, intentando fingir que no había visto nada.

Me aclaré la garganta para dirigirme a él.

   —D-Disculpa… —balbuceé y él ensanchó su sonrisa cuando me miró. Vi en su rostro las ganas de soltarme una carcajada en la cara, no de burla si no más bien de complicidad, la clase de risa que ríe una persona que sabe un secreto muy jugoso tuyo y que cree es ridículo ocultar, sólo que lo que había entre Terence y yo no era tan secreto y tampoco buscaba esconderlo, no conscientemente al menos. Nunca se me han dado bien las exhibiciones. Y cómo no si la única relación amorosa que tuve anteriormente tuve que llevarla a oscuras, bajo las escaleras y en el silencio dentro de los calabozos, lejos de la vista de cualquiera que pudiese delatarnos con Shark. Estaba en mi instinto intentar ocultarlo, aunque no me diera cuenta—. ¿Podrías darme otro plato de comida? Es para llevárselo a Scorpion, ha estado interrogando a un hombre y…

   —Sólo me quedan verduras —dijo, sin dejar de sonreír. Recordé que hace poco un hombre de La Resistencia nos había insultado a Terence y a mí cuando nos vio coqueteando. Este sujeto había reaccionado de manera muy distinta.

Supongo que esa aquella la gracia de las comunidades, lo que significaba pasar de ser un simple grupo de supervivientes a una colectividad civilizada. La esencia misma de la convivencia radicaba en vivir junto a otro que era diferente, que pensaba y hablaba distinto. Y no acabar muerto ni matar a nadie en el intento. 

Él llenó una bandeja completa con verduras cocidas y las acompañó con un vaso de agua. Yo eché encima la carne que no había podido comerme.

   —Eres muy amable —le agradecí.

   —No es nada. Nos vemos.

Me despedí rápidamente del hombre y el pelirrojo y emprendí a caminar solo por los pasillos de La Resistencia. Sabía que no tardaría demasiado, más tarde Terence me acompañaría a visitar a Morgan que quería comenzar ya a trabajar en una cura. Había juntado a un grupo de personas; Cristina, otros médicos y ayudantes que habían encendido nuevamente las luces de los laboratorios de este lugar y todos planeábamos ponernos manos a la obra pronto. Aunque claro, yo no haría nada más salvo dejar que me drenaran y me succionaran por dentro. No iba a dejar que tocaran a Dania. No, señor. Siempre le tuvo miedo a las agujas.

Sabía que debía concentrarme en los planes de Morgan, pero ahora mismo no podía imaginar solución para este desastre. Ahora mismo sólo podía pensar en Aiden y Cuervo. Sobre todo en Aiden.

Él me había traído hasta aquí.

De él había sido la idea.

Si el mundo podía salvarse… si lo que quedaba de humanidad podía salvarse, era gracias a él.

Si él y Amy no nos hubiesen encontrado en esa playa, quizás la idea de una cura nunca se habría concebido.

Doblé por el último pasillo y comencé a bajar las escaleras. Según tenía entendido, estas instalaciones tenían tres pisos subterráneos. Scorpion y el hombre de La Hermandad debían estar en el último. Mientras descendía, pensé en lo peligroso que era ahora que ellos tenían a Shark de su parte. Shark era un estratega de pies a cabeza y tenía una capacidad de liderazgo casi ridícula. Sabía que sabría aprovecharse de La Hermandad, sabía que con sus palabras sería capaz de poner al hombre más pacífico en contra nuestra, sabía que usaría la muerte de Steiss para manipular a toda su gente y atacarnos o defenderse, lo primero que pasara. Y sabía que tenía planes para ambas situaciones.

Pero lo peor de todo es que sabía que, cualquiera fuera el escenario, yo estaba yendo directamente hacia una trampa.

Él me lo advirtió, mientras abandonábamos el Desire:

 “No descansaré hasta verte muerto.”

Sabía que Shark era un hombre de palabra. Y que esto acabaría con el fallecimiento de uno de los dos. Esperaba que fuera él y no yo.

Ya era momento de ponerle fin a esa némesis que me había estado siguiendo por tanto tiempo.

   —¡Por favor! —oí gritos al final del pasillo desierto en el que caminaba y en el cual había sólo una habitación cerrada, destinada quizás a un único y malicioso propósito que estaba a punto de presenciar—. ¡D-Déjame! —corrí hasta ella y me quedé de pie y en silencio frente a la puerta, empuñé la manilla con todas mis fuerzas antes de atreverme a entrar y respiré profundamente, porque algo me dijo que lo que iba a encontrarme tras ella no iba a gustarme ni iba a estar cerca de nada de lo que pude haber imaginado—. P-Por favor… —sollozó la voz de un hombre. Inspiré otra vez y solté todo el aire en mis pulmones. Entonces entré. 

Al otro lado, una habitación prácticamente vacía; tan sólo había allí dos sillas, una pequeña mesa y una lámpara balanceándose tétricamente en el techo, sucumbiendo a cada rincón en las sombras y sacándolo a la luz nuevamente en su vaivén aterrador. La escena tan típica de películas de mafias o de terror me estremeció aún más al ver todo lo que había sobre la mesa: un bidón con lo que quise creer era agua, un martillo, una navaja, unas tijeras, uno o dos metros de cable enrollado, una toalla y un alicate. Bajé la vista y la anclé a mis converse al percibir el silencio que formé al entrar sin tocar. Ambos debían estar mirándome.

   —¿Quieres algo o sólo vienes a quedarte ahí parado como un idiota? —La voz de Scorpion, fría e inclemente, me dio escalofríos cuando habló; él no dudaba, no le dolía, ni siquiera le pesaba un poco la conciencia estar haciendo eso. Entendía los motivos, era capaz de comprender que los demás lo hubiesen permitido por Aiden y Cuervo, pero él parecía disfrutarlo. En serio parecía hacerlo—. ¿O vienes a mirar? ¿Te gusta esta clase de espectáculos, Reed? —dio un paso hacia mí, vi sus botas ensangrentadas acercándose y yo retrocedí otro paso, demasiado tarde. Scorpion me agarró por la piel de la nuca y me obligó a levantar la mirada—. ¿Eso es para mí? —preguntó, sarcástico—. ¡Qué tiernos! —sonrió, arrebatándome la bandeja de las manos que delataron mi estado cuando se vieron despojadas de su carga y comenzaron a temblar. Él lo notó—. Hazme un favor y quédate hasta que acabe. No me gustaría que alguien volviera a interrumpir para retirar los restos —se refería a la comida, pero el énfasis que hizo en la palabra “restos” me hizo imaginar que hablaba de los restos de un cuerpo, no de un plato de verduras y carne enlatada.

Scorpion se hizo a un lado para dejar la bandeja sobre la mesa y pellizcó una patata y se la llevó a la boca antes de continuar. En ese momento, el prisionero y yo cruzamos una mirada. Él estaba desnudo y amarrado a la silla plegable, tenía la cara hinchada y un ojo casi no se le veía por la cantidad de golpes y hematomas que lo cubrían, le sangraba la boca a chorros y, cuando miré el suelo nuevamente al intentar cortar el contacto visual, me percaté que dos de sus dientes estaban tirados. Su cuello mostraba recientes marcas de asfixia, su abdomen desnudo estaba lleno de cortes y… Dios mío.

   —¿¡Qué fue lo que le hiciste a su…!? —chillé y me cubrí la boca, sin alcanzar a pronunciar la palabra “pene”. Scorpion mordisqueó una zanahoria del plato, de manera bastante seductora y casi burlesca para la situación en la que estábamos y se encogió de hombros.

   —Dale donde más le duele a un hombre y entonces hablará —dijo, con la boca llena—. Aunque con este cabrón no ha funcionado.

La entrepierna de ese hombre, que sollozaba silenciosamente mientras nosotros hablábamos, estaba destrozada. No supe qué fue lo que le hizo exactamente Scorpion, porque su miembro estaba tan ensangrentado que no permitía ver nada más allá del manto rojo y líquido que cubría su desnudez, pero imaginé que debió haber sido algo muy, muy doloroso. Sabía de lo que Scorpion podía hacer, lo había visto antes cuando le vi arrancándole el sexo a uno de sus hombres para obligarle a comérselo. Este hombre no tenía límites ni peros, él era capaz de todo. Y eso me aterró.

   —Vamos a ver… —Mi pulso aceleró cuando vi que Scorpion dejaba el vaso con agua sobre la mesa y movía su cuello tenso hasta hacerlo tronar varias veces. Se acercó a la silla donde estaba el hombre—. ¿Hablarás ahora? Prometo liberarte cuando lo hagas—pasó sus manos por el torso desnudo del hombre y le metió dos dedos en el abdomen, justo dentro de una de las tantas heridas que el pobre tenía abiertas allí. Él gritó y yo cerré los ojos, para no seguir viendo.

¿Esto era necesario?

   —¡No diré una sola palabra! —lloriqueó él. 

   —¡Joder! ¡qué obstinado!

   —¡No, no, no! ¡Mhphmm!

Abrí los ojos nuevamente. Scorpion le jalaba del cabello hacia atrás y le obligaba a abrir la boca, metiéndole el alicate que había visto sobre la mesa hace un rato, a punto de arrancarle otro diente. No lo soporté. Esto no era necesario. Debía haber otra forma.

   —Detente… —dije, con la voz temblándome. Scorpion obedeció y se me quedó mirando, con los ojos azules en una mirada perdida, vacía y casi fantasmal que me horrorizó, porque en ese momento creí que él estaba completamente fuera de sí y que sería capaz de hacer cualquier, cualquier cosa. Incluso matarme por interrumpir—. Déjame hablar con él —pedí, apenas respirando. El corazón me palpitaba en la garganta—. Quizás logre hacerle entrar en razón.

Scorpion levantó las manos en son de paz y dejó caer la herramienta que cayó al suelo, golpeándolo con un sonido metálico que hizo eco en las paredes de la habitación y dentro de mis propios oídos. Pero él estaba lejos de detenerse.

   —Créeme —sujetó al hombre y le golpeó en la mejilla con tanta brutalidad que se me crispó la piel en un escalofrío—. Ya lo he intentado… —lo golpeó otra vez. Y otra. Y entonces, al cuarto puñetazo acabó por volarle otro diente. Me mordí los labios para contener el nudo que se formó en mi garganta—. Hablar con él —le golpeó una última vez antes de que el pobre se desmayara—. Mierda… —Scorpion se apartó, limpió sus manos ensangrentadas en sus pantalones y en su abdomen desnudo y fue por el martillo y el bidón para lanzarle agua sobre el rostro. El hombre volvió a despertar, apenas—. ¡No te duermas ahora! —le gritó. Dejó el recipiente en el suelo, jugo con el martillo y lo pasó de una mano a otra—. ¿Qué dedo debería romperte primero? —le preguntó—. ¿De las manos o los pies? ¿Una pierna completa, quizá?

   —Y-Yo no…

   —¡Si vas a abrir la boca que sea para soltar lo que quiero oír! —gritó Scorpion y le dio con el martillo en la rodilla. El pobre hombre soltó un grito; rasgado y contenido, mientras las lágrimas escaparon de sus ojos sin aparente control. Le rompió la pierna con ese golpe, lo supe por cómo crujió la rótula al ser impactada—. ¡Hijo de puta! —levantó la herramienta otra vez, listo para darle otro martillazo—. ¿¡Dónde lo tienen!?

   —¡Basta! —chillé, al borde de la desesperación justo cuando él estaba a punto de golpearle otra vez. Se detuvo, con el martillo a milímetros de la cabeza del hombre. Si lo hubiese golpeado, lo habría matado entonces—. ¡Demonios, Scorpion! ¡Puedo hacerle hablar! —rogué, con la voz temblándome en la garganta por culpa de un dolor que no sentía, pero que sí veía y era demasiado gráfico, demasiado crudo como para soportarlo—. Prometo que lo haré hablar.

Él me hizo un gesto, para que me acercara. Obedecí y caminé hasta él, sintiendo mis rodillas como gelatina.

  —Está bien —estiró su mano hacia mí, ofreciéndome el martillo—. Pero si no resulta, tú serás quien le romperá todos los huesos. O te los romperé a ti. Tú escoges.

Tragué saliva y vi a los ojos al hombre, suplicándole con la mirada para que respondiera a mis preguntas. Él apenas estaba consciente.

   —Bi…B-Bien… —tartamudeé. Scorpion me entregó el martillo y caminó hasta la mesa para continuar con su almuerzo. ¿Cómo podía comer con el olor a sangre y a orina cubriendo todo el lugar?

Arrastré una silla vacía que estaba cerca, me senté frente a él y dejé el arma en el suelo. Me sudaban las manos, estaba nervioso y temblando de pies a cabeza. Nunca había interrogado a nadie, no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo ayudar a ese hombre que, sin olvidar que era uno del otro lado ahora que La Hermandad estaba en nuestra contra, seguía despertando lástima en mí. Nadie merecía esto que le estaban haciendo. ¿Por qué no hablaba ya? ¿A qué le tenía tanta lealtad para callar incluso en esta situación?

   —¿Cómo te llamas? —le pregunté.

No contestó.

   —Escúchame… —entrelacé los dedos de mis manos que apoyé sobre mis rodillas cuando me incliné un poco hacia él para que Scorpion, que seguía comiendo tranquilamente metros más allá, no nos oyera—.  No sé si te percataste de ello, pero si no me das algo dentro de los próximos minutos el hombre de ahí dijo que me partiría los huesos… —dije. Él apenas me miró, elevando sus ojos azul claro, que estaban llenos de derrames, hacia mí. Casi parecían los ojos de un muerto—. Estamos ambos atrapados en esto. Quiero ayudarte, en serio… —miré hacia atrás, para asegurarme que Scorpion no nos veía—. No comparto en absoluto lo que te están haciendo aquí —le aseguré, sonriendo. Una sonrisa siempre ayuda a crear confianza en un alma desesperada—. Me llamo Reed. ¿Cómo te llamas?

   —G-Gael… —masculló.

   —Es un lindo nombre, Gael… —comenté y me acerqué todavía más a él. Solté mis manos sobre mis rodillas, para que él viera que también estaban temblando. Tal vez si me veía como un igual, como alguien que también estaba en aprietos se sinceraría más rápido conmigo—. Ahora dime… —alcé una ceja—. ¿Qué estás protegiendo?

Scorpion era un hombre que se las arreglaba para destruirte de raíz, para dejarte a la deriva, sin defensas o justo como él mismo me había dicho: “cargándose a lo que sea estuvieses protegiendo”. Gael había leído muy bien a Scorpion al adivinar que éste le amenazaría con lo que sea que tuviese a la mano, cualquier cosa, algo que fuera lo suficientemente importante para él. Y no quería que ese algo fuera descubierto, así que debía estar escondiéndolo.

Este hombre no le era leal a Shark, ni mucho menos a La Hermandad. Esos motivos eran muy simples, nadie soportaría tanto dolor por causas tan mundanas como una comunidad o un hombre que acaba de llegar a ella.

Él tenía que estar protegiendo a algo.

O alguien.

¿Una familia, tal vez?

Gael no contestó, así que yo insistí:

   —Dime… —comencé a hablar lento, intentando que todas mis palabras se escucharan amables y suaves, usando el tono más amigable que pude emitir en ese momento—. ¿Tienes familia? ¿Una esposa? —inquirí—. ¿Un niño o…? —hice una pausa al ver un cambio en su lenguaje corporal, algo que me indicó que estaba a punto de dar en el blanco—. ¿Tienes un hijo, no? Lo estás protegiendo.

Él bajó la vista y suspiró. Bingo.

   —Tengo una fotografía de ellas que guardo en mi chaqueta… —fue lo único que contestó. Y yo creí que me la estaba pidiendo, así que me levanté para traérsela. La chaqueta en cuestión estaba amontonada junto al resto de su ropa en el suelo, cerca de la mesa en la que Scorpion seguía comiendo. Me acerqué para tomarla y registrar sus bolsillos.

   —¿Qué haces? —me preguntó Scorpion, chupeteándose los dedos. Acababa de tragarse la carne enlatada—. ¿Ya averiguaste algo? Tic tac, tic tac, tic tac, Reed… —sonrió—. El tiempo sigue corriendo, y recuerda, es un hijo de puta.

   Dentro del bolsillo había tres cosas; una billetera vieja, un cigarrillo arrugado y un encendedor. Saqué todo.

   —El hombre dijo que quería fumar un poco… —intenté no sonar nervioso por estar mintiendo—. Está a punto de hablar.

   —Muy bien. Creo que te has salvado de nuevo, ¿no?

Sonreí. Una sonrisa nerviosa y quebradiza. Sentí mis labios temblando mientras lo hacía.

No dije una palabra y volví junto a Gael. Me senté en la misma silla que había ocupado antes, dejándome caer sobre ella.

Acerqué el cigarrillo a su boca, que él apenas pudo abrir para recibirlo y encendí la llama del encendedor.

   —Creí que querrías fumar.

   —Gracias.

Lo encendí y él inhaló profundamente. Tuve que sujetarle el cigarrillo cuando éste estuvo a punto de caer desde su boca. Parecía que le dolía mantenerla cerrada.

Registré la billetera y encontré una sola cosa: una fotografía:

Era una fotografía actual, lo noté porque en el fondo se mostraba uno de los grandes invernaderos que estaban en el terreno de La Hermandad. En ella aparecían tres personas, sonriendo y felices; una mujer de cabello negro sostenía en sus brazos a una niña pequeña muy parecida a ella, de tres o cuatro años y Gael, muy distinto a cómo le veía ahora. Noté que él y la pequeña tenían los mismos ojos. Definitivamente esa niña era la hija de esa mujer y él. Y era a quien estaba tan esmerado en proteger.

Observé la fotografía por unos instantes antes de apoyarla contra su muslo, para que él pudiera observarla.

   —Parece una niña adorable —comenté. Él se quedó mirando la foto, absorto, con los ojos anclados sobre ella como si fuera lo único a lo que pudiese mirar. El cigarrillo se le cayó de los labios y ni siquiera se dio cuenta. Sonrió y una lágrima cayó encima de la imagen.

   —No quiero hablar porque tengo miedo de que ese loco la mate cuando llegue a acabar con todo… —confesó, por fin—. Mi hija es lo único que me queda. Es mi vida… —tosió un poco de sangre que cayó sobre sus piernas desnudas ya ensangrentadas y la fotografía—. Moriré aquí con tal de que no la encuentren nunca.

   —Scorpion dijo que te liberaría una vez hablaras… —dije y posé una mano sobre la fotografía para rozar con el dedo el rostro de la niña y limpiar la sangre que le había caído encima—. Te prometo sacarla del desastre antes de que éste comience para que ella y tú puedan huir a un lugar seguro antes de que se desate la guerra —juré—. Si me dices dónde se esconde Greco, te daré mi palabra y los sacaré a ambos sanos y salvos.

Él me miró a los ojos y dudó.

   —Sólo queremos salvar a nuestros hombres, Gael —insistí—. No queremos a tu gente, ni mucho menos a tu hija. Yo… —titubeé—. Mi hermanita tenía su edad cuando todo esto comenzó. Sé lo que sufren los niños con el mundo en el que estamos ahora. Y sé porqué tenemos que salvarlos. Créeme. Me las arreglaré para protegerla.

   —Júramelo —pidió.

   —Te lo juro. La buscaré y la sacaré de allí.

Entonces suspiró:

   —Estamos en un barco… —declaró—. Hubo una catástrofe en nuestro antiguo hogar, un montón de nuestros muertos se soltaron y tuvimos que desalojar. Greco llevó a los mejores hombres y a las familias a un buque que estaba parado no demasiado lejos de la orilla mientras el resto se quedaba trabajando en arreglar el desastre… —¿Un buque? ¿Hablaba del Desire? ¡No! ¡Él se había apoderado del barco otra vez! —me acomodé en mi asiento, intentando ocultar la impresión que la noticia me causó. ¿¡Cómo pudimos ser tan despistados!?—. Ahí hay familias enteras, por favor…

Yo asentí con la cabeza mientras un escalofrío me recorría la espalda. Había sentido a Scorpion pasando tras de mí.

   —Te lo juro. La sacaré antes —susurré—. Gracias por decirme.

   —Gracias a ti… —masculló Gael, apenas.

   —Sí, sí, muchas gracias por tu cooperación y todo eso… —Scorpion se acercó a Gael por la espalda, sujetando un cuchillo en sus manos y se inclinó para cortar las cuerdas que lo ataban a la silla y sólo entonces pude suspirar, vaciando mis pulmones, sintiendo por primera vez desde que entré aquí algo de tranquilidad. Pero todo eso se rompió cuando Scorpion pareció cambiar de opinión, le agarró del cabello y subió la mano que sostenía el cuchillo y lo degolló, sin piedad, allí, justo frente a mis ojos.

Vi cómo la hoja le abría la piel y la carne tan rápido que ni siquiera conseguí reaccionar e intentar evitarlo y Gael no alcanzó si quiera a emitir un jadeo, un quejido o un grito sordo. Un montón de sangre me saltó encima, sobre la ropa, sobre mis manos y sobre el rostro.

Solté un grito y brinqué hacia atrás, cayéndome de la silla.

   —¿¡Q-Qué!? —chillé, llevándome las manos a la cabeza, con desesperación—. ¿¡Q-Qué has hecho, Scorpion!?  —quise levantarme rápidamente, pero para cuando lo hice, Scorpion ya le había soltado y el cuello de Gael, completamente desgarrado, colgaba hacia un lado, separado de su cuerpo. La muerte fue rápida y violenta, inesperada y por la espalda. A traición—. ¡Dijiste que ibas a liberarlo! —le grité.

   —¿No es la muerte una especie de liberación? —contestó.  

   —¿¡Qué estás diciendo!? —titubeé, con las manos alrededor del cuello de ese hombre del que ahora conocía parte de su vida, sin llegar a tocarlo realmente. Apreté los puños y los labios para no soltar las palabras que mantenía en mi garganta y que quería gritarle en la cara; que ese hombre al que había matado hace segundos tenía una hija pequeña y que acababa de dejar a esa niña sin un padre. Que era un desgraciado y un traidor, un maldito monstruo—. ¡Mentiroso! —me enfrenté a él—. ¡Tú dijiste…!

   —Él estaba en el grupo que mató a tu amigo… —dijo él.

   —¡Él no disparó!

   —Iba a delatarnos si le dejaba ir.

   —¿¡Y cómo sabías tú eso!? —debatí entre gritos—. ¡Podíamos simplemente llevarlo con nosotros para asegurarnos que no lo hiciera! —Le dije que él y su hija iban a salvarse. Se lo prometí—. ¿¡Cómo pudiste!? —Scorpion caminó hacia la mesa nuevamente, sin siquiera mirar el cuerpo que había dejado atrás. Yo le seguí—. ¡Rata! ¡Farsante! —le grité, dejándome llevar por la repentina ira—. ¡Eres un asquero…! —volteó hacia mí y me agarró bruscamente del brazo.

   —¡La gente como tú me enferma! —gritó él, empujándome contra una muralla y apoyando ambas manos a mis costados, acorralándome—. Se la pasan quejándose de las personas como nosotros, pero somos los primeros a los que llaman para hacer el trabajo sucio. ¿¡Quién más haría esto!? ¿¡Eh, Reed!? —acercó su rostro al mío y cerré los ojos. Él me apretó las mejillas con una mano y me obligó a mirarle de nuevo. Me temblaron las rodillas y sentí que iba a caerme—. ¡Todos ustedes no son más que un montón de hipócritas! ¡Malditos hijos de puta! —estaba cabreado, iba a golpearme o peor aún, iba a matarme justo como lo había hecho con Gael hace momentos atrás. Intenté encogerme en mi lugar para evitar sus golpes—. ¿¡Quién, eh!? —vociferó a toda voz sobre mi cara—. ¿¡Lo habrías hecho tú, maldito cobarde!?

   —¡L-Lo siento! —intenté disculparme, dándome cuenta tarde que era demasiado peligroso gritarle a este hombre—. L-Lo lamento.

   —¿¡Quién es el asqueroso ahora!? —me zamarreó por los hombros, azotando mi espalda contra la pared—. ¿¡Yo o ustedes por permitirme hacer todo esto!? —me golpeó otra vez y entonces me soltó—. Hijos de puta —repitió—. Cabrones hijos de puta. Todos ustedes… —tomó su camiseta de la mesa y tiró la bandeja que estaba sobre ella antes de irse, cerrando la puerta con un portazo que siguió resonando en mis oídos varios minutos después de marcharse.

Me quedé ahí, respirando apenas, sintiendo el corazón a punto de estallar dentro de mi pecho, contando sus pasos que silbaron afuera hasta haberme asegurado que se había largado de verdad. Entonces dejé arrastrar mi espalda por la muralla hasta caer sentado al suelo, me abracé a mis rodillas y me quedé quieto, en silencio y penumbra dentro de una habitación que apestaba a sangre, lágrimas, sudor y orina y junto a un cuerpo decapitado, todavía amarrado a una silla plegable.

No fui capaz de pensar en nada, no podía moverme. Sólo pude quedarme ahí por quizás demasiado tiempo.

Hasta que Terence abrió la puerta.

   —Con permiso, están tardando dema… —anunció, pero calló de golpe al entrar y verme ahí—. ¿¡Reed!? —corrió hacia mí e intentó romper la posición en la que yo aún seguía; con los brazos rodeando mis rodillas sin querer separarme de ellas—. ¿¡Reed, qué pasó!? ¿¡Qué es todo esto!? —sujetó mis hombros y me obligó a levantar el rostro—. ¿¡Estás bien!? —chilló, horrorizado y sus manos me tocaron la cara y se deslizaron por mis mejillas buscando heridas y quitando toda la sangre que tenía ahí y que no era mía—. ¿¡Estás herido!? ¿¡Qué pasó!? ¿¡Dónde está Scorp…!? —lo buscó con la mirada y se detuvo cuando se percató del cuerpo de Gael—. Ay, no me jodas… —lo entendió enseguida. Lo entendió todo—. Está bien, Reed —acarició mis mejillas y acercó su frente a la mía.

   —Intenté evitarlo… —sollocé, comenzando a sentir las primeras lágrimas en la comisura de mis ojos—. Intenté evitarlo, pero… —lloriqueé. «Pero no lo suficiente» Scorpion tenía razón. Nosotros éramos tan culpables como él en esto. ¿De esto se trataba la vida ahora? ¿De sacrificar a unos para salvar a otros?—. Él tenía una hija, Terence… —confesé—. Su fotografía sigue ahí, encima de su cadáver—. Hemos dejado a una niña sin su única familia… —lloré más fuerte y él me abrazó.

   —No fuiste tú —dijo, intentando tranquilizarme—. Cálmate. Tú no tuviste nada que ver…

Sí que lo tuve. Yo le había animado a hablar, yo le había hecho promesas que ahora no podría cumplir. Yo había ayudado a destrozarle la vida a una niña que ahora estaría sola en este mundo colapsado, en medio de una guerra y un enfrentamiento que no eran su culpa en absoluto.

¿De esto se trataba vivir? ¿De destruir a otros por querer salvar a alguien?

¿Cuántas vidas más tendríamos que destrozar antes de que todo esto terminara?

La tierra que mis pies pisaban era un mundo muy, muy cruel.

Notas finales:

Jack, te ves adorable diciendo que los de La Hermandad no son tan salvajes como los cazadores. Iluso. 

Scorpion se pasó de verga, ¿si o no raza? 

Reed tardará un poco en recuperarse de esto. 

Y, no se olviden de lo siguiente: Habrá consecuencias para Scorpion por haber matado a Gael. 

¿Críticas, comentarios, preguntas, desahaogos o fangirleos? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review. 

Un abrazo! 

 


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