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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! No es día, ni hora para actuaizar pero alv
El domingo planeo traer otro cap. Creo que ya volví (?) :D

PD: Canción mencionada "Take me to church" de Hozier


Capítulo 76 


La moneda viajaba entre sus dedos, una y otra vez. La tomaba entre el corazón y el índice y la hacía rodar por su mano hasta llegar al meñique. Entonces repetía el proceso de vuelta.

No podía dejar de mirar cómo lo hacía.

La puerta del Movilizador se cerró y entonces Scorpion, sin dejar de jugar con la moneda de diez peniques que estaba sosteniendo, preguntó:

   —¿Ya están todos?

Alguien le contestó que sí.

Y el hombre siguió en lo suyo. ¿De dónde había sacado dinero británico en este lugar? No tenía idea, pero había algo hipnótico en ver al león dorado que bailaba sin cesar de un lado a otro por su mano, que todavía tenía algunas cicatrices de las quemaduras que le causó la granada que los de La Hermandad habían dejado en su trampa.

Y ver esos peniques girar de aquí para allá era mejor que pensar en lo que se nos venía encima.

Todo el mundo estaba en silencio; desde los más ansiosos hasta los más asustadizos. Estábamos nerviosos, cada uno de nosotros. Y cómo no.

Esta era, quizás, la batalla más dura que habíamos tenido que pelear.

El conductor encendió el equipo de música y la única canción de Hozier que alcanzó a popularizarse hasta niveles estratosféricos, antes de que el Desastre se lo llevara todo, comenzó a sonar. Hablaba sobre amor, humanidad y religión: una crítica figurativa y brutal hacia la iglesia católica, simbolizada en la imagen de una amante venenosa.

“Nacimos enfermos, les oíste decir”

Me pregunté qué había sido del cantante. ¿Le habrían matado? ¿Estaría convertido en un muerto ahora mismo? ¿Seguiría cantando todavía, en algún rincón de este mundo en ruinas? ¿Resistiendo, en alguna parte?

“Nací enfermo, pero me encanta

Ordéname sanar

Amén.”

Tarareé la canción en mi cabeza para distraerme un poco. Hasta que le oí preguntar a un chico de La Resistencia que nos acompañaba, uno de los pocos que había venido con nosotros:

   —¿Creen que podamos ganar?

   —Claro que sí —contestó Bell de inmediato, casi sin pensárselo—. ¿Qué estupideces piensas, Marc? ¡Claro que vamos a ganar! —Y, como si quisiera reafirmar lo dicho, sujetó su rifle francotirador con más fuerza entre sus manos, presionándolo contra su pecho mientras sonreía, confiada. Pero le temblaban los labios por los nervios.

   —Por supuesto que ganaremos, campanita —gruñó Scorpion, guardando la moneda en su bolsillo para encoger sus rodillas y apoyar ambos brazos sobre ellas—. Si no, ¿para qué carajos viniste aquí? —Su rostro se perdió cuando apoyó la cabeza contra sus antebrazos. Bell no supo qué responder y el líder de los cazadores no volvió a abrir la boca y se quedó en aquella posición. Cualquiera diría que parecía deprimido, pero yo imaginé que era el cansancio. Todos estábamos muy cansados últimamente y él tenía unas oscuras y grandes ojeras alrededor de los ojos que le hacían parecerse a un muerto.

Una parte de mí deseó que fuera eso. Deseé que fuera el peso en su conciencia lo que no le dejara dormir por las noches.

   —Tengan más ánimo, gente —dijo Steve, medio burlándose. Estaba sentado junto a Uriel en una esquina del camión y también tenía ojeras cubriéndole los ojos, pero el definitivamente parecía más despierto que Scorpion—. Hemos pasado por esto antes, ¿no? Podemos hacerlo.

   —Veo que todavía tienes la voz de un líder, Steve —murmuró Ethan, sin una pizca de ironía en sus palabras—. Él tiene razón —continuó, apoyándolo—. Todos hemos pasado por esto antes.

Se escucharon algunos murmullos de ánimo en el camión.

   —Ya no soy un líder —masculló Steve, bajito. Apenas pude oírle, y supuse que Ethan también pudo hacerlo, pero no contestó nada. Fue Teo quien lo hizo:

   —Claro que lo es, capitán.

Steve rió en voz baja.

Nadie más habló de nuevo, no había ánimos para hacerlo y la situación era complicada. Si cometíamos un error, ellos ganarían y la derrota esta vez no significaba perder un territorio o una batalla, no significaba una baja en nuestros frágiles egos ni un golpe a nuestros orgullos.

Esta vez, la derrota significaba la muerte. De Aiden y de Cuervo. Y Shark podía terminar la guerra incluso antes de comenzarla si así se le antojaba.

Dios… ni siquiera sabíamos si ellos seguían con vida.

Cerré los ojos y recordé la única conversación tranquila que había tenido con Scorpion alguna vez, antes de que La Hermandad intentara matarnos y se llevara una vida en el intento, pensé en el tiempo; maldito y caprichoso tiempo que pasaba demasiado rápido cuando más necesitabas extender el plazo. Injusto, porque siempre se lleva consigo a las personas que no deberían morir.

Llevé la mano a mi cuello y rocé con ella el pañuelo que Amber me había obsequiado hace más años de los que podía recordar y luego jugué con el collar de Oliver que llevaba junto a mí, enredándolo entre mis dedos. Dos objetos de dos personas a las que el tiempo no había perdonado. Dos objetos de dos personas que merecían un poco más; más minutos, más horas, más días.

No iba a dejar que ocurriera lo mismo con Aiden y Cuervo.

Sentí una mano sobre mi hombro; la presión fantasma de unos dedos que se hundían en mi carne a pesar de apenas estar rozándome. Alcé el rostro para ver a Terence.

Me sonrió.

   —Todo va a salir bien, labios de algodón —dijo.

   —Eso espero…. —musité.

 

                                                       

     

 

 

Tragué duro, intentando pasar saliva, cuando la puerta corrediza del Movilizador se abrió, dejando entrar unos miserables y lánguidos rayos de un sol que estaba a punto de extinguirse. Yü, que había estado en el asiento del copiloto durante todo el viaje, me dedicó una mirada decidida que intentó transmitirme algo de confianza. Agradecí el gesto con una sonrisa y cogí un botiquín que alguien había dejado en el suelo del camión.

   —Vamos allá —dije.

   —Así se habla.

Mis pies tocaron tierra, habíamos aparcado en un callejón, lejos de la vista. El aire olía a sal, a moluscos y a algas que se veían entre las olas, arrastradas por la marea alta. La calle estaba limpia de infectados y algunos pájaros marinos cazaban pulgas de mar en la orilla. Ni tan lejos, ni tan cerca, el Desire se alzaba casi estático, meneándose apenas por el roce del agua bajo el. Respiré profundo y me escabullí junto a los demás hasta llegar a la orilla.

Ellos estaban ahí, a unos quinientos o seiscientos metros nadando, tal vez menos. Teníamos que ser rápidos, teníamos que ser discretos.

Teníamos que hacerlo bien, porque teníamos tan sólo una oportunidad.

Debíamos atraparlos por sorpresa.

   —El atardecer está terminando… —susurró Ethan. No había nadie allí más que nosotros, pero él cuchicheaba, como si tuviera miedo que algún explorador que no hayamos visto o cualquier cosa viva oyera sus planes—. Lo haremos como la primera vez. Subiremos esa cosa y asaltaremos el lugar.

   —Las redes podrían estar por ambos lados del barco… —dije y me sentí ligeramente nervioso cuando todas las miradas se posaron sobre mí para oírme hablar—. Shark solía dejarlas siempre abajo.

   —Confía demasiado en sí mismo como para subirlas —agregó Jesse, casi robándome las palabras de la boca.

   —Exactamente —concluí. Ese desgraciado era demasiado orgulloso y esperaba que su autoconfianza acabara con él hoy—. Podríamos rodear el barco y abordarlo por ambos lados.

   —Nosotras iremos por la derecha —informó Viuda.

   —Y nosotros por la izquierda —dijo Ethan.

   —La Resistencia acompañará al grupo de Viuda —dijo Steve—. Supongo que ustedes y los cazadores sabrán llevarlo bien.

   —Bien… —Scorpion se acercó a mí y me arrebató el botiquín de las manos para guardarlo en la mochila que había estado llevando consigo—. Maten a cualquiera que se les cruce en el camino, pero intenten aflojarle la lengua antes. Tenemos que conocer sus ubicaciones lo más rápido posible —Él no los nombró, pero todos sabíamos que se refería a Aiden y a Cuervo.

Miré hacia el horizonte y vi el sol ocultándose tras él, más allá de las olas y el océano; apenas una franja naranja perdiéndose a lo lejos. Pronto caería la noche.

   —Ya es hora… —Ethan guardó sus pistolas en sus respectivas fundas, asegurándose de que éstas quedasen bien cerradas—. Sean silenciosos, tendremos el factor sorpresa y la oscuridad de nuestro lado. Ellos no nos verán llegar —dijo, sacando el cuchillo de su bolsillo y sosteniéndolo con la boca. Él iba en serio, se lanzaría sobre la primera persona que viera. Se metió al agua y Scorpion le siguió, sin pensárselo, adentrándose en el mar también.

Terence y yo intercambiamos una mirada cómplice. Apreté los labios y afirmé con la cabeza. Él imitó mi gesto, dándome la razón.

No había otra forma de hacerlo.

Este era el único camino.

El barco no estaba tan lejos, después de todo. Podíamos lograrlo.

Íbamos a lograrlo.

Ajusté bien las correas de mi rifle y me metí al agua, rogando porque la sal no lo dañara tanto. Oí como, lentamente y de uno en uno, varios comenzaron a seguirnos, sumergiéndose para sortear el choque de las olas e intentando no hacer demasiado ruido cada vez que salían a respirar. En un par de minutos, el mar nos había silenciado por completo; el ruido del viento y la marea se sobreponía a cualquiera que nosotros pudiésemos causar.

Era un atardecer frío, casi congelado, como muerto, pero mi cuerpo estaba caliente, en llamas; ardía de pura adrenalina y miedo. Sí, tenía miedo, porque no sabía qué íbamos a encontrarnos en el Desire, no sabía si ellos nos estarían esperando, o si sus fuerzas superarían a las nuestras. No sabía si encontraríamos a Aiden y a Cuervo inmediatamente, o si tendríamos que registrar cada rincón del barco y matar a cada hombre de Shark y La Hermandad para rescatarlos. No sabía absolutamente nada y eso me aterraba.

Pero, tal vez, sólo esta vez, el miedo era necesario. Y esperaba que, una vez arriba, éste no me paralizara, sino todo lo contrario. Quería ir más rápido, quería estar atento, atacar antes, anteponerme a cualquier arremetida de ellos.

Cuando tomé las redes entre mis manos ya había anochecido por completo y Ethan y Scorpion estaban a punto de llegar a la cubierta.

Sujeté las cuerdas entrelazadas con fuerza. Había hecho esto antes, pero definitivamente esta no se sintió como la primera vez. No, esta vez estaba aún más alerta, más despierto.

   —No te atasques o harás un embotellamiento, Reed —gruñó la voz de Amy a mis espaldas. Matthew, el hijo del señor Marshall estaba junto a ella. Dos chicos que apenas debían pasar los quince años. Me pregunté si habíamos hecho bien en llevarlos con nosotros.

No quería que lo de Oliver se repitiera.

   —Lo lamento —reaccioné y comencé a subir. No veía la cubierta aún, pero todo parecía silencioso. Sobre nuestras cabezas sólo se alzaba un cielo oscuro y las últimas gaviotas que se negaban a abandonar los alrededores del barco, quizás con la intención de robar algo de comida. Si no hacíamos ruido, definitivamente los tomaríamos por sorpresa.

Terence se me adelantó; rápido y veloz. Subía por las redes como si nada, con una agilidad impresionante. Justo como lo haría un gato.  

O como el maldito Spiderman.

Una mano se tendió delante de mí justo cuando estaba a punto de alcanzar la cima.

   —Vamos, Reed —Ethan tomó mi mano para ayudarme a subir. Terminé de escalar y mis pies por fin tocaron la silenciosa y oscura cubierta del barco—. Ahora tú, pequeña —sacó medio cuerpo fuera de la baranda para ayudar a Amy.

  —Gracias, pá… —Un disparo repentino cubrió las palabras de la chica, Ethan perdió el equilibrio y cayó por la cubierta. Scorpion y yo corrimos hacia la baranda y alcancé a agarrar a Amy del brazo justo a tiempo—. ¡Ethan! —La chica gritó, pero en vez de mirar hacia abajo para asegurarse del estado de su padre, sacó su arma apenas tocó el suelo y disparó en la dirección en la que habíamos oído el tiro. En cambio, yo me asomé para mirar hacia abajo; había visto a Scorpion lanzándose al mar.

Pude verlos a ambos, Scorpion tenía los pies enredados en la red y sujetaba con ambas manos el brazo de Ethan, que estaba a punto de caer al agua.

   —Te atrapé, Eth.

   —No te atrevas a soltarme por nada del mundo.

   —¿Crees que sería capaz? —rió Scorpion—. ¿Cuándo lo hice, de todas formas? —volteó su cabeza para mirar hacia arriba y me encontró—. Eh, Reed. Échame una mano. Tengo las mías ocupadas.

Me incliné sobre la barandilla del barco para sostener las piernas de Scorpion, lo más firme que podía. Maldición, cómo pesaban ambos.

Terence me sujetó para que no me precipitara al océano también.

   —Te ayudo —dijo.

   —Voy a patearte el trasero si nos dejas caer, Reed —gruñó Scorpion.

   —Deja al chico tranquilo…  —Ethan flexionó su abdomen para agarrarse a Scorpion y luego volver a la red—. Fue mi culpa.

   —¡Por supuesto que lo fue!  

Otro disparo surcó el aire.

   —¡Dense prisa! —gritó Terence, dejándome para desenfundar su arma y comenzar a disparar. Perdí el equilibrio y tuve que emplear todas mis fuerzas en no soltar las piernas del cazador.

   —¡Apúrense! —insistí yo. Ethan logró subir la barandilla y puso sus manos sobre las mías, que temblaban por el repentino esfuerzo.

   —Suelta —ordenó.

   —P-Pero… —titubeé. Si lo soltaba, Scorpion caería al agua.

   —Confía en mí —dijo, clavando sus ojos oscuros en los míos.

   —Bien… —le solté, Ethan tomó mi lugar y, de un sólo tirón, jaló a Scorpion hacia arriba, haciéndolo volar por los aires. Literalmente.

Scorpion aterrizó en seco, de manera estruendosa y dura, contra el piso de la cubierta.

   —¡Carajo! —gritó, rodando por el suelo un par de veces para contener el dolor—. ¡Mi espalda, cabrón hijo de puta! —levantó una de las pistolas que traía y disparó. Un cuerpo cayó tras nuestro. Era un cazador de Shark—. ¿¡Quieres dejarme parapléjico!?

   —Claro que no, no seas exagerado —Ethan le tendió una mano—. Levántate.

Scorpion la tomó.

   —¡Maten a cualquier hijo de puta que se les cruce! —vociferó, al aire, olvidándose seguramente del dolor que una caída de al menos dos metros le pudo haber causado y olvidándose también de nuestro fallido plan de una entrada sigilosa. Su voz se escuchó perfectamente en toda la cubierta—. ¡Hasta encontrarlos!

   —¡Ya oyeron al hombre! —gritó Ethan.

   —¡Cuidado, Reed! —Terence me agarró del brazo, arrastrándome lejos de los disparos. Estábamos en medio del fuego cruzado, mientras más hombres comenzaban a llegar, como si ellos hubiesen estado alertas a nuestro posible ataque, como si ya hubiesen planeado una contraofensiva—. Mierda, esa no ha sido la mejor entrada —dijo, medio riéndose, mientras nos cubríamos tras unos barriles.

Desenfundé mi rifle y empecé a disparar.

   —Definitivamente es la peor entrada que pudimos tener.

   —¿Nos estaban esperando? —El pelirrojo salió de la cubierta y disparó. Traía una ametralladora pequeña consigo. Su ráfaga mató a varios hombres—. Eso significa que…

   —Querían tendernos una trampa.

Recordé las palabras que Shark me gritó cuando abandonábamos su barco tras el motín.

   —Shark dijo que no descansaría hasta verme muerto —murmuré. Comenzaba a tomarme sus palabras en serio.

   —Sí, háblame más de ese cabrón —Scorpion llegó a refugiarse junto a nosotros. No habían pasado ni cinco minutos de fuego y ya estaba salpicado en sangre—. ¿Es fuerte?

Le miré, comparándolos. «Quizás más fuerte que tú», pensé, pero no lo dije.

No había visto la fuerza de Shark al máximo nunca.

Ni la de Scorpion.

   —Bastante —contesté.

El cazador sonrió.

   —Dame eso, pelirrojo.

   —¿Qué?

   —Tú arma. Dámela.

   —Por ningún… —Terence intentó impedirlo, pero Scorpion se la arrebató de las manos y le entregó un revólver a cambio.

   —Esta bebé no sirve si estás escondido mientras la usas —se levantó y disparó a la masa de gente que se alzaba delante de nosotros, arrasando con un grupo de hombres, que recordaba haber visto en La Hermandad antes, y que estuvo a punto de lanzársenos encima.

   —¿Qué está haciendo? —preguntó Terence.

   —Llamando la atención.

  — ¡Tráiganme a Shark! —rugió Scorpion, metiéndose en medio de la batalla y el caos —. ¡Quiero enseñarle algo divertido!

Pero yo bien sabía que Shark no se mostraría tan fácilmente. Lo conocía, él era un estratega, sabía a lo que se estaba arriesgando. Conocía los peligros de aparecer, así como así, en medio de un tiroteo. No, Shark no haría eso. Él esperaría que la carne de cañón hiciera su trabajo primero, él esperaría que nos debilitáramos para entonces atacar.

Probablemente estaba oculto ahora mismo, rodeado de sus mejores hombres.

Y esta vez yo iría por él, no Scorpion.

Vi una grieta. Al fondo de la cubierta, atravesando el tiroteo y el fuego que se estaba dando entre los hombres de La Hermandad, algunos de los cazadores de Shark, las chicas de Viuda y nuestra gente. Una puerta abierta, una puerta que llevaba al interior del barco, donde él seguramente estaba. Era ahora o nunca.  

   —Cúbreme, Terence —pedí.

   —¿A dónde vas?

   —Confío en ti.

   —Espera… —masculló. Me levanté, sin atender a sus palabras—. ¡Espera, Reed! ¿¡Qué demonios…!? —le di un golpe con la culata del rifle a un hombre que me vio e intentó atacarme. Otro más cayó delante de mí, Terence le había disparado—. ¡Vuelve aquí! —me gritó.

Pero ya no podía volver.

Seguí avanzando.

Me pregunté si alguien pensó lo mismo que yo cuando observé con atención la escena que se estaba montando delante de mí.

Aquella parecía una batalla digna de aparecer en alguna película de Pirates of the Caribbean. Sólo que aquí no había espadas, ni sables, ni duelos uno versus uno a muerte, ni mucho menos “parley”.

Ajusté el rifle a mi espalda y desenfundé una pistola. El francotirador no iba a servirme ahora. Así como tampoco me habría servido algún estúpido código pirata. Mi audición con Shark sería por la fuerza.

Rodeé el mástil para evitar un disparo, levanté la mano, jalé del gatillo tres veces y un hombre cayó al suelo. Entonces me di cuenta de algo. Ya no dudaba.

Ni un sólo segundo.

¿Qué había pasado conmigo?

   —¿Para dónde vas, colega? —Bell me interceptó, ayudándome a deshacerme de un grupo que me había visto y había adivinado mis intenciones de avanzar. La chica era buena con las armas, no solamente con el francotirador, como yo. Disparó cinco veces y abatió a cinco hombres. No necesitó más balas.

   —A buscar a Shark —informé—. Debe estar escondido en alguna parte bajo la cubierta.

   —¿Estás armado? —preguntó—. ¿Bien armado?

   —Tengo esta pistola y un cuchillo. Si puedo verle de lejos, le dispararé con el rifle.

   —No lo dudes.

   —No lo haré.

   —¡Ve! —me gritó. Reaccioné y seguí avanzando. Oí los disparos a mi alrededor, silbando en mis oídos, pasando cerca de mi cabeza, pero ninguno me dio. Varios hombres cayeron abatidos a medida que corría, pero ninguno de ellos logró herirme antes de morir. Era bueno contar con esta clase de apoyo.

Llegué a la puerta que conectaba la cubierta con el interior del barco y la cerré tras de mí. Como me esperaba, adentro estaba desierto. Gran parte de la fuerza militar estaba concentrada fuera, luchando contra nosotros. El resto debía estar esperando un contraataque o escondido en sus habitaciones.

Me cubrí con la capucha de mi sudadera e intenté pasar desapercibido.

Caminé por los pasillos estrechos, con una mano en el mango de la pistola y otra muy cerca de mi cuchillo. Podía encontrármelo en cualquier momento, o ser descubierto antes de eso. Cualquiera de las dos opciones me ponía en riesgo y, a medida que avanzaba por pasajes de alfombra verde y murallas metálicas, me iba dando cuenta del error que venir solo a este lugar significaba. ¿En qué había estado pensando? Yo no era así. Esta forma de actuar no era propia de mí. ¿A qué se debía?

Rabia, miedo, sentimiento de culpa, frustración.

Pésima combinación para un momento como ese.  

Doblé por uno de los pasillos. Izquierda, derecha, sube por las escaleras. Conocía las salas que Shark solía frecuentar, me había tocado limpiarlas, me había tocado oír de ellas.

¿Cuál era el lugar más seguro en todo el barco?

El centro de todo.

Había una sala donde a estos desgraciados les gustaba emborracharse y montar fiestas hasta el otro día. Originalmente era el salón principal; un lugar que en un comienzo debió haber sido ordenado y pulcro y que acabó convirtiéndose en una especie de taberna de mala muerte. Por lo que había oído, era el lugar favorito de Shark.

Me sorprendió no ver a nadie dentro cuando entré.

   —¿Qué…? —cerré la puerta con cuidado y caminé por el lugar; buscando indicios de vida, pero no quedaba nada. Las mesas y sillas dispuestas por todo el sitio parecían haber comenzado a acumular polvo y me pregunté desde hace cuánto tiempo no eran usadas. ¿Tan ocupado había estado Shark y su ejército para no prestarle atención al salón principal? ¿Fue por haber estado planeando un ataque? ¿Cuánto tiempo fue? ¿Se lo esperaban, ¿no? ¿Fue una trampa? Y si lo fue, ¿por qué no había resultado como ellos querían?

Quizás no nos esperaban tan pronto.

Me acerqué a la barra. Incluso las botellas de alcohol en la vitrina tenían una capa de polvo sobre ellas. Tomé una en la que podía leerse “Bacardi” en la etiqueta y la examiné.

Shark era un maldito borracho, si me lo pensaba bien.

Abrí la botella y la incliné hacia el suelo, para vaciarla por completo. Haría lo mismo con el resto. Si la situación no hubiese sido tan crítica, si este hubiese sido otro contexto, tal vez me habría escondido para verle entrar y esperar su reacción

Observé cómo el líquido, de un extraño color caramelo rojizo y de un aroma fuerte que me obligó a arrugar la nariz, se derramaba bajo mis pies.

   —No es así como se supone deba servirse un trago —murmuró una voz.

Giré sobre mis talones y lancé la botella en dirección al dueño de esas palabras y ésta reventó contra el pecho de Shark, salpicándole con el contenido restante que le quedaba. Levanté mi arma y le apunté directamente.

   —Shark —gruñí.

   —Hola, Reed —sonrió.

Disparé. Él esquivó. Salté hacia atrás y me cubrí tras la barra. Cogí un par de botellas más, para usarlas como proyectiles también. Las luces se apagaron y todo se oscureció.

Achiqué los ojos para agudizar la vista. Si hay algo que este barco me enseñó bien fue acostumbrarme a la oscuridad.

   —¡Te vi! —grité, al reconocer una silueta moviéndose en la negrura, y lancé una botella. Volví a cubrirme cuando un disparo pasó rozando muy cerca de mí.

   —Y yo a ti.

   —Están rodeados, Shark. Deberías rendirte —dije, mientras recargaba el arma. Las manos me temblaban por la adrenalina y en ese momento mis oídos podían oírlo todo; su respiración y la mía, los gritos por todo el barco y los disparos en la cubierta, el mar y las gaviotas.

   —¿Eso crees? —El hombre rió—. Pues deberías preocuparte más de ti ahora mismo.

«No hay nada de qué preocuparse», dije para mí mismo—. «Siempre tranquilo, Reed»

   —¡Haré que pagues todo lo que…! —salí de mi cubierta, a punto de apretar el gatillo, pero entonces supe que él estaba más cerca de lo que esperaba. Mientras me ponía de pie, él salto la barra e intentó atacarme por la espalda. Cogí una botella mientras me volteaba hacia él y la estrellé contra su cabeza; explotó, esparciendo todo el licor que tenía dentro, pero no ocurrió nada más. Él ni siquiera tambaleó un poco. ¿Por qué este infeliz no moría?

Recibí un puñetazo en el estómago que me causó náuseas y me hizo vomitar al instante.

   —¡Ah, joder! ¡Eres asqueroso! —Mi cuerpo fue empujado contra la barra y puse las manos sobre mi rostro antes de que éste se estrellara con la madera, para amortiguar el golpe. Él me agarró del cabello y me empujó una segunda vez, solté mis manos, sujeté mi arma y disparé hacia atrás.

La bala le dio, en alguna parte. Y mi cabeza fue golpeada contra la barra. El mareo y aturdimiento me parecieron un precio justo a pagar por haberle herido. Valieron la pena, definitivamente.

   —¡Maldito bastardo! —sentí que me elevaba en el aire, él me había levantado. Fui arrojado lejos, precipitándome contra unas mesas. Todo mi cuerpo dolió al mismo tiempo y creo que quebré un par de sillas y me fracturé una o dos costillas durante la caída—. Te mataría aquí mismo si no quisiera torturarte después, justo como lo he estado haciendo con tus amiguitos durante todos estos días… —masculló, con una mano sobre su hombro—. Carajo… —le oí metiendo los dedos en la carne para quitar la bala y tirarla al suelo. Saltó la barra y se dirigió hacia mí. Palpé el piso con mis manos, buscando mi pistola que había caído, o mi rifle, que también había salido disparado lejos. Cualquier arma podía ser útil ahora—. Hijo de puta, voy a divertirme contigo, créeme —cogí la pata de una silla y se la lancé, él la golpeó en el aire y ésta cayó algunos metros más allá. Se rió en voz alta—. Vamos a divertirnos, Reed.

   —No lo creo —gruñó una voz. La reconocí de inmediato. Shark frenó en seco y dejó de mirarme para centrar su atención en otra persona.

   —¿Quién eres? —preguntó, moviendo su mano lentamente en la oscuridad hacia su pantalón, seguramente para alcanzar un cuchillo o un revólver. Oí el sonido de sus dedos hurgueteando en la ropa.

   —Oh, no, no —rió él otro—. Yo que tú no haría eso —En ese momento, un pequeño rayo de luna entró por la ventana del salón y pude verle perfectamente: Scorpion estaba amenazando a Shark, con un cuchillo contra su cuello y una pistola en su cadera, a punto de dispararle a la mano que quería desenfundar un arma—. Soy lo imprevisible —sonrió—. Eso que vino a cagarte los planes.

Notas finales:

PÁRTELE LA MADRE, SCORPION >_> 

Ok no .-. 

¿Lo notaron? A pesar de todo lo que ha pasado, Scorpion no puede resistirse a ayudar a Ethan
El domingo actualizaré again. Y prepáranse para ese capítulo, que tendrá mucha, mucha acción. 

Abrazos


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