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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Bueeenas :D

Yei >) no tardé tanto como la vez anterior. 
Tengo que aprovechar el tiempo, ahora que estoy sin pruebas ni trabajos. 

Capítulo cortito, pero necesario. No podemos terminar este arco sin saber qué pasa con Cristina y Steve. 

Algunas palabras claves usadas en este capítulo: 

Luxación:
Es una dislocación, cuando un hueso se sale de su articulación. 
Reducción de articulación:
Volver el hueso a su posición normal (Ethan lo hace con Aiden en la primera temporada) Duele un chingo y es peligrosísimo, porque no siempre sale bien y muchas veces se puede pasar a llevar tendones y nervios que podrían tener consecuencias para toda la vida, dejando la articulación imovil, por ejemplo (Obviamente esto no pasará xd) 
Shock hemorrágico:
Básicamente, desangrarse (demasiado complicado de explicar xd) 
Arteria Femoral:
Arteria que recorre toda la pierna y conecta con el resto de las arterias del cuerpo. Como saben, las arterias transportan sangre oxigenada. Al romper una arteria, es muy probable desangrarse, ya que la presión con la que llevan la sangre es muy alta.

 

Eso, espero que les guste :D intentaré traer el otro lo antes posible. 

Abrazos

Capítulo 55

 

Despierto por el frío y por el molesto ruido que hace mi estómago al recordarme, junto a un calambre, que no he comido nada en días. Me tiemblan las manos, las rodillas y lo primero que veo al abrir los ojos son los dedos de mis pies desnudos que se agarrotan como papel arrugado. Exhalo aire, quizás para convencerme de que sigo viva.

Cuando levanto la cabeza, noto que Steve está despierto y que me mira fijo. Tiene la cara masacrada (o esa es la mejor definición que encuentro en mi diccionario para manifestar su estado), una luxación en su hombro y está esposado y atado a la única silla del lugar. Me sonríe, no sé cómo.

   —¿Estás bien? —pregunta. Yo me muerdo los labios para no romper en llanto y afirmo con la cabeza. Me duelen los músculos, desde sus fibras más profundas, y, por alguna razón, me siento sucia, asquerosa e indigna de poder verlo a los ojos.

   —¿Y tú? —respondo, con voz ronca y seca, cuando logro juntar la suficiente saliva en la boca para hablar—. ¿Tú estás bien?

Intenta encogerse de hombros, pero siente el azote de la dislocación y lo deja. Es una lesión común; la articulación del hombro es una de las más inestables y tiende a separarse por algún golpe o caída demasiado fuertes. He atendido a muchas personas con luxaciones, y todas ellas coinciden en que el dolor es terrible. Dicen que se siente como un látigo. Lo veo en la cara de Steve en ese momento.

   —Todo bien —contesta. Miente. Lo veo en sus ojos.

Miro a mi alrededor para contenerme, porque estoy al borde de las lágrimas. Esta situación me supera. Me fijo en las paredes de concreto sucias que me encierran, en el polvo en el que estoy sentada y en el piso frío, de concreto también. Busco una ventana o rejilla que nos sirva de salida, pero no hay nada. Lo único que veo es una puerta metálica por donde entra la brisa helada que me tiene encogida e intentando abrazarme a mis rodillas para sentir algo de calor, sin conseguirlo del todo. Observo a Steve una vez más y me fuerzo a dejar de estremecerme. Yo al menos tengo una camiseta puesta. Él está completamente desnudo. Debe estar congelado.

Él, que no ha dejado de mirarme, abre los labios para gesticular una frase que está a punto de desatar todo lo que intento contener:

   —Puedes hablarlo —dice. Y entonces comienzo a llorar.

   —Lo siento… —balbuceo, en medio del llanto histérico que estoy lejos de controlar. Lloro como una niña pequeña y mis emociones me dominan—. Mira hasta dónde nos llevé —digo, con la voz desgarrada. En ese momento, por primera vez, pienso que quizás habría sido mejor idea no desafiar a Cobra, no intentar sacar de aquí a Steve y haberme quedado a su lado para curarle cada vez que podía. Ahora ni siquiera tengo un botiquín para desinfectar sus heridas. En ese momento me doy cuenta de lo estúpida que fui al creer que podía ganarle y reírme en su cara. Cobra nunca perdía y yo había apostado por ello. Y perdí demasiado.

Logro abrazarme a mis rodillas y escondo mi cara entre ellas. Siento vergüenza de estar aquí, semidesnuda, frente a un hombre que creí podría proteger. Noto sangre pegada entre mis piernas y entonces el recuerdo de lo que Edward me hizo me golpea con fuerza. Intento inhalar aire, pero parece que nada puede entrar a mi boca. Me ahogo en un sollozo.

   —Lo siento… —gimo—. L-Lo siento, Ste…

   —¿De qué hablas? —me interrumpe. Su voz se oye firme y demandante, como la de un sargento que da órdenes a sus soldados—. Nada de todo lo que ha pasado es tu culpa. Eres sólo un humano, Cristina.

No sé qué tienen sus palabras, pero logran tranquilizarme un poco. Tiene razón. Sólo soy un ser humano. No una heroína. Hice lo que pude por ayudar. Lo intenté, de verdad.

   —Además… —Steve continúa—. Tú me sacaste de ese calabozo. Tú me diste la esperanza de libertad… —espera a que yo alce la cabeza para mirarlo otra vez y dice—: ustedes…Uriel y tú, han sido mi… —Un ruido se superpone a su voz y él guarda silencio para escuchar.

Dejo de respirar. Afuera, en algún lugar, se oyen disparos. Uno tras otro y desde diferentes sitios. Ambos guardamos silencio y los escuchamos. Me tiembla la boca y me cuesta pensar. El corazón me palpita en la garganta.

No sé si asustarme o sentirme esperanzada.

   —¿Qué estará pasando? —dice él, luego de un rato.

Yo, mientras intento recuperar el aire, entrelazo mis manos atadas para darles calor.

   —No lo sé —contesto, sin saber qué pensar, y busco otra vez con la mirada algo con que escapar o con qué defenderme. Estamos en un cuarto de aseo oscuro y pequeño, con tan sólo la luz de una linterna colgada del techo. Mentiría si dijera que sé cómo llegamos aquí, pero no es un lugar que reconozca.

¿Los subterráneos, tal vez?

   —Pero espero que esos disparos nos beneficien.

Él sonríe.

Doy un respingo y me espanto cuando oigo el sonido de pasos acelerados que bajan las escaleras. Alguien viene y sus botas se oyen pesadas y tambaleantes. Me hago a un lado justo a tiempo antes de que la puerta se abra por fuera y de par en par.

Es Cobra. Nos mira apenas entra y nos recorre a ambos de arriba abajo con sus ojos enrojecidos y furiosos. Trago saliva, porque le veo distinto; le veo asustado, con la mandíbula apretada y su rostro ruborizado por la rabia. Está herido, le han disparado en una pierna. Pasa de mí y se acerca a Steve, coge su hombro y lo vuelve a su lugar, él grita y yo me cubro la boca como puedo para no hacer lo mismo. Le ruego al cielo porque no haya roto ningún nervio al reducir la articulación. Luego, Cobra lo desata agresivamente. Steve apenas puede moverse, no recuerdo cuántas heridas y laceraciones conté la última vez que Cobra le violó. Lo carga sobre su hombro y entonces me apunta con un arma:

   —Muévete, perra —ordena. Yo no reacciono, porque estoy paralizada y aterrada. Veo el descontrol en sus ojos y eso me asusta. Pienso que va a dispararme. Entonces, apunta a Steve y le encañona la sien—. ¡Muévete! —grita.

Me levanto apenas, porque tiemblo como una hoja al viento, y él me hace un gesto para que le siga.

Atraviesa la puerta y yo le imito. Afuera, hay un botiquín en el suelo y él me dice que debo recogerlo. Lo hago, con la esperanza de que haya recapacitado y me deje usarlo con Steve, pero sus planes son otros. Me apunta con el arma nuevamente y me grita; su voz está ronca, desgastada y él jadea cada vez que la usa. Me dirige por un único pasillo hasta un ascensor, el único que aún funciona en todo el edificio. Reconozco entonces el lugar en el que estoy; es el pasadizo del primer subterráneo, la única forma de llegar al sexto subsuelo.

Pienso en los disparos de afuera, y que, lo que sea que ocurrió hace un rato, fue algo grave. Sonrío.

   —Estás huyendo —le digo y estoy a punto de reírme. Él me da un golpe en el cuello con el mango del arma.

   —Cállate.

Tomamos el ascensor, que lleva a un sólo piso, y Cobra acciona el botón para que comience a descender. Gracias a la luz puedo verlo mejor; la herida de su pierna no se ve bien y noto que se ha comenzado a desangrar. Seguramente le dieron en la arteria femoral y, si no se atiende ahora, probablemente le costará caro. El tirador que le hizo esa herida debió ser muy bueno.

En ese momento entiendo para qué me quiere aquí. Él busca un lugar seguro y pretende que yo lo cure. Analizo toda la situación y me planteo seriamente negarme, aunque me mate por eso. No me importa sacrificar mi vida con tal de saber que él estará muerto en una o dos horas más, que es lo que tardaría ese shock hemorrágico en matarlo.

Steve me mira fijamente y parece que lee mis pensamientos, porque frunce el ceño y niega disimuladamente con la cabeza mientras sus labios, mudos, se abren para gesticular un: «ni se te ocurra.»

Las puertas del ascensor se abren nuevamente y yo ya me he decidido. Voy a curarle, sí, pero lo haré de la peor forma posible. Cobra es un idiota, después de todo. Un soldado más, una máquina de matar al igual que todo el ejército alguna vez entrenado por E.L.L.O.S. Él no se enterará lo mal que he sanado su herida, ni que el vendaje que pondré sobre ella caerá al primer movimiento brusco que haga. 

Lo único que me asusta un poco es que me lance al Túnel al darse cuenta de que lo he curado mal a propósito.

En lo más profundo de este edificio, en el sexto subterráneo, hay un pasadizo oscuro que llamamos “El Túnel”. Sabemos que dirige hacia alguna parte, pero nadie que haya entrado en él alguna vez ha logrado salir vivo. ¿La razón? Todas las reservas de infectados que posee Cobra están acumuladas ahí. Pensar que Cobra ha descendido al último subsuelo me hace creer que escapa de algo grande y fuera de su control. Si las cosas se ponen demasiado difíciles, él liberará a los infectados y ellos arrasarán con todo.

Cobra tira a Steve y lo empuja para hacerlo caer al suelo. Él se golpea la mandíbula al no tener suficiente fuerza en los brazos para poner sus manos delante y yo contengo el deseo de correr y ayudarlo a levantarse. En vez de eso, miro a Cobra directamente y, con mi voz más clara y calmada, le digo:

   —Supongo que quieres que cure eso.  

Cobra sonríe, su sonrisa me parece aún más desagradable por el desastre que hay en su rostro; tiene la cara sucia y ensangrentada. Los largos mechones rojos se les pegan a las mejillas por culpa del sudor. Se ve fatal, y, en el fondo, eso me alegra.

   —Comenzamos bien —dice.

Se acerca a mí y yo, arrodillada frente a él, comienzo a buscar cosas en el botiquín. Escojo una botella de alcohol, el desinfectante más doloroso de entre todos los que hay allí, y un algodón. Unto una cantidad considerable y la refriego contra la herida. Cobra se estremece, pero no dice nada. Refriego un poco más fuerte, pero lo dejo, porque la herida no parará de sangrar de todas formas. No es muy grande, pero es letal. La bala le atravesó la pierna de un extremo a otro y arrasó con todo lo que había dentro.

   —Dame un pañuelo, o tu camiseta —le digo—. Tengo que presionar sobre la herida. Le siento moverse y miro hacia arriba. Se ha quitado la capucha y la camiseta para entregármela. También me entrega un pañuelo.

Antes de doblar su ropa para improvisar un vendaje, cojo la camiseta y la tiro accidentalmente al suelo. Mientras más bacterias estén en contacto con esa herida, mejor.

Él se da cuenta y me tira del cabello hacia atrás. Suelto un grito

   —¡Hazlo bien, maldita sea! —enloquece, y con su pierna sana, me da una patada en el estómago que me deja sin aire. Pero el desequilibrio del golpe lo tira a él también, y Cobra cae al suelo segundos después.

Recupero el aire y, como si me hubiesen inyectado adrenalina directamente al torrente sanguíneo, me las arreglo para arrastrarme y lanzarme sobre él. Es ahora o nunca.

Con todo lo que dan mis fuerzas, le jalo del cabello y le doy un rodillazo sobre la herida, que sangra aún más. Grito como una loca mientras estoy sobre él y trato de matarlo de todas las formas posibles, mientras un odio ensordecedor que me cierra la mente comienza a brotar desde lo más profundo de mí. Detesto a este hombre; por hacer tanto daño, por arrastrarme hasta aquí, por forzarme a hacer cosas que no quería y a ser una persona que no quería. Quiero hacerle pagar por cada golpe, por cada violación que tuve que ver y por cada herida sobre la piel de Steve. Steve… escucho su voz lejos de mí. Grita, pero yo estoy demasiado ensimismada como para tomarle atención. Su voz está a kilómetros de mí mientras golpeo con renovada fuerza el rostro de Cobra, a mano abierta, y le clavo las uñas. No sé si eso es correcto, porque jamás en la vida había tenido que pelear antes y esta es la primera vez que apaleo a alguien.

Hasta que su voz se vuelve fuerte y clara, pero entonces es demasiado tarde.

   —¡Cuidado, Cristina! —grita, y, cuando me doy cuenta, Cobra me sostiene por las muñecas para frenarme. Le he dejado el rostro lleno de arañazos y algunos de ellos sangran, pero incluso así, cubierto de heridas y con un disparo, él parece ser más fuerte que yo. Me empuja, me lanza de espaldas al suelo y cae sobre mí—. ¡No! —Mi columna ruge por el impacto y mis caderas rebotan contra el pavimento. Entonces, Cobra me azota la cabeza contra el suelo para aturdirme y, segundos después, siento sus manos que se cierran alrededor de mi garganta. El aire se me escapa y comienzo a ahogarme.

Oigo los gritos de Steve y sostengo las manos de Cobra para intentar quitármelas de encima, pero toda la adrenalina, y todas mis fuerzas parecieron irse junto a mi última bocanada de oxígeno. Me retuerzo bajo el gran cuerpo de Cobra e intento patearle, pero mis propias piernas están atrapadas y contenidas entre las suyas a tal punto que no puedo moverlas siquiera un milímetro.

Pienso en Uriel y en Dania. Y ruego porque alguno de los dos aparezca y se las arregle para salvar a Steve. Si muero, no habrá nadie más para ayudarle.

Cobra se aparta y la presión de sus dedos continúa en mi cuello antes de que pueda volver a respirar y toser. Me hago a un lado para vomitar un poco de saliva con sangre y observo qué pasa: Steve le ha empujado y se ha lanzado sobre él... o algo parecido. Los veo a ambos en el piso. Cobra se alza sobre él y le lanza un golpe, Steve se cubre con los brazos y éstos resisten al impulso de su hermano. Mientras intento moverme para levantarme, me impresiona la fuerza que Steve tiene, incluso en el estado en el que está. Pero entonces él cede, y el puño de Cobra llega a su rostro.

   —¡No! —grito cuando veo el segundo golpe venir. Lloro de impotencia, porque todavía no puedo recuperarme y ponerme de pie. Steve intenta volver a protegerse, pero Cobra le aparta los brazos con facilidad y continúa la paliza; le da puñetazos en la cara, en la mandíbula, y en la boca del estómago. Va a matarlo a golpes—. ¡Déjalo, Cobra! —Mi voz se desgarra—. ¡Ya basta! —A medias, logro levantarme e intento avanzar hacia ellos. Cobra levanta un arma y dispara en mi dirección. La bala me roza, pero no me toca. Y yo me quedo paralizada por unos momentos.

   —¡Voy a matarte! —grita, pero no me habla a mí. Se lo dice a Steve—. Debí haberte matado hace mucho tiempo, hermano —le golpea otra vez, y Steve escupe un poco de sangre—. Pero-siempre-fuiste-tan-inalcanzable —Los golpes que le da siguen el ritmo de sus palabras, que se oyen neuróticas y llenas de rabia—. Siempre fuiste el mejor —le grita, sobre el rostro—. El hijo pródigo, el más correcto, el más fuerte… —Sus puños sacuden la piel de Steve una y otra vez, y yo no sé si él continúa consciente o no, o si Cobra ya le ha matado. La sola idea me estremece y me desespera.

   —¡Basta ya! —grito con todo lo que tengo e intento correr hacia ellos, aunque sólo me medio-arrastre—. ¡Tú nunca estuviste a su altura! —escupo. Quiero que me mire y que deje de golpearlo, quiero que centre su atención en mí—. ¡Mírate! ¡Sólo le tienes envidia a tu hermano! ¿¡Acaso esa es razón para…!? —me detengo, porque él se detuvo y ahora empuña el cañón con las dos manos para apuntarme.

Los dedos le tiemblan, pero yo sé que cuando despegue sus ojos de mí, él ya me habrá disparado. Mientras tanto, ambos sostenemos una mirada por algunos segundos. Siempre fui hija única, jamás tuve un hermano, así que no sé nada sobre rivalidades fraternales. Pero eso no importa, no existe razón suficiente para justificar tanta maldad. Cobra es malvado, siempre lo ha sido. Y eso no habría cambiado nunca, incluso si Steve jamás hubiese nacido.

Cierro los ojos y me preparo para el disparo. He llegado lejos, he intentado hacerlo. Como Steve dijo: soy sólo un humano. Hice todo lo posible por salvarlo. Hice lo correcto.

Mis padres estarían orgullosos de mí ahora.

Pero nada ocurre y Cobra no dispara. Escucho un ruido y abro los ojos, él también los tiene bien abiertos. Respira agitadamente y parece asustado. Se levanta, así sin más, y camina; arrastra la pierna herida como peso muerto hasta la puerta que conecta con el resto del subsuelo y le veo desaparecer cuando la cierra con llave. Se dirige hacia El Túnel, estoy segura.

   —Steve —lloriqueo y gateo hasta él. Tomo su rostro y, por un momento, lo siento frío, aunque probablemente sea tan sólo la sensación de mis propias manos que tiemblan por un miedo profundo y lacerante. No quiero perderlo, no ahora. Me muero sin él—. Steve, dime que estás...

   —Bien… —dice él, y mi corazón vuelve a latir. Vuelvo a estar viva. Él abre los ojos; tiene los párpados inflamados, la boca desecha y la nariz probablemente rota, pero está bien. Va a recuperarse, lo sé. Recorro con mis dedos su cuerpo desnudo, para asegurarme que todas sus partes están en su lugar, para afirmar que Cobra no le ha hecho nada grave ni nada que lo mate en los próximos minutos. Siento su pecho, su cuello y sus brazos. Toma mi mano—. Ya se fue —intenta tranquilizarme y algo parecido a una sonrisa asoma de sus labios, pero la sangre no me permite apreciarla bien. Aun así, sé que es una sonrisa preciosa.

Ninguno de los dos se mueve cuando oímos las cuerdas del ascensor accionarse nuevamente. Sea quien sea quien baja hasta acá, no es Cobra. La puerta se abre y escucho un grito generalizado. Alguien corre hacia nosotros y me habla, pero yo no logro entender ni la mitad de sus palabras. Una mano me toca el hombro y me aparta. Me mira de arriba abajo y busca heridas graves. Es un chico; el rostro de nuestro salvador es rosáceo, aniñado y con unos ojos verdes hermosos y familiares.

   —Vas a estar bien —me dice. Y detrás de él, un hombre parecido a Cobra se acerca. Suelto un grito, pero el otro chico me sostiene firme—. ¡Tranquila! —dice, casi en un grito—. No es él. Tranquila —Veo más gente a nuestro alrededor, gente que jamás he visto, pero que están preocupados por nosotros.

   —¡Cristina! —Las manos del chico me dejan y él se aparta cuando Uriel me llama. Sé que es él, le reconozco por la voz que jamás olvidaría como suena; justo como música en mis oídos. Cuando le veo a la cara y siento sus manos en mi rostro, me echo a llorar desconsoladamente. Estoy arrodillada en el suelo, sin soltar la mano de Steve y siendo abrazada por uno de los fuertes brazos de Uriel mientras la otra mano le acaricia los rojos mechones de su cabello—. Estarán bien—susurra—. Están a salvo. Lo prometo. 

Sus palabras son una promesa, pero yo me aferro a ellas como si se trataran de todas las verdades de la vida. Miro a Steve y lo veo más vivo que nunca. Él también me mira, pero no dice nada y sonríe cuando siente los dedos de Uriel recorrer su cabeza. Al fin, abre los labios para decir algo, pero yo me adelanto y gesticulo una frase inaudible.

«Eres libre ahora», le digo.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Cobra está acorralado, ya valió madres. 

Hagan sus apuestas. Quizás le de algo a quién acierte en cómo va a morir (KRIS, SI ESTÁS LEYENDO ESTO TÚ NO PARTICIPAS)

¿Críticas, comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 


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