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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! 

Alcancé a actualizar. 

Ya terminaron mis minis vacaciones y mañana vuelvo a clases, así que estén atentos a la página porque ahí encontrarán noticias sobre las actus (dudo que pueda seguir respetando la regla de actualizar los domingos. Bueno, pensándolo bien, desde hace mucho que no la respeto) 

IMPORTANTE: Para mejorar la experiencia de lectura, escuchen el capítulo con la canción que lo inspiró

 

LINK AQUÍ

Capítulo 88 

 

 

Desperté, con los miembros fríos, la lengua seca y el cuello tieso. Abrí los ojos, sintiéndome desorientado y mareado. No sabía dónde estaba, no sabía qué día era, ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado. Miré hacia arriba, encontrándome con el techo de tela de una tienda de campaña. Entonces lo recordé todo y giré el rostro, para mirar a Scorpion. Pero no estaba.

Oí el chasquido de una fogata, levanté la cabeza en dirección al ruido y noté que la tienda estaba abierta. Ahí fue donde le vi, de pie a un lado del fuego. Se veía bien, se veía sano, ya no estaba pálido y parecía haber recuperado algo de fuerza, algo del vigor que lo caracterizaba tanto. Él estaba perfectamente, salvo por el trozo de tela sin rellenar que colgaba del lado derecho de su sudadera.  

Volví a apoyar la cabeza contra la almohada cuando vi a Ethan caminando hacia él y cerré los ojos, para fingir que seguía dormido. Entonces sólo pude escuchar:

   —¿Qué haremos con… esto? —le preguntó Ethan a Scorpion.

   —¿Esto?                                                                  

   —Ya sabes, la situación.

   —¿Hablas de cómo tu novio y el mío follaron de una manera muy desagradable?

   —Sí, hablo de eso.

Scorpion suspiró. Oí el sonido de un encendedor y supuse que habían prendido un cigarrillo. Dio una calada profunda y exhaló el humo sonoramente. El olor a yerba me llegó hasta las fosas nasales e inundó rápidamente todo el interior de la tienda.

   —¿Cómo estás con eso? —le preguntó a Ethan.

   —Hombre… —escuché algo, un ruido, como una piedra siendo lanzada contra la tierra y a Ethan se le quebró un poco la voz—. ¿Cómo crees que me siento?

   —Impotente —contestó Scorpion.

   —Como un inútil —agregó Ethan—. Quizás cuántas cosas más le hicieron en ese barco y él no ha querido decírmelas.

   —Y todas esas cosas las pudiste haber evitado.

   —¿De qué sirve ser fuerte, si no pude ayudarlo?

   —No pudiste protegerlo —agregó Scorpion—. Ni un poco.

   —Exactamente.

   —Pero eres débil cuando tienes algo que proteger.

    —No —debatió Ethan—. Somos débiles cuando no podemos proteger a quiénes amamos.

    —Entonces… —Scorpion titubeó.

    —Ambos somos débiles ahora —terminó el otro, y soltó una pequeña risa—.  Así que tú también estás frustrado con ello, ¿eh? Quién lo diría.

   —No estoy frustrado… —contestó Scorpion, pero hizo una pausa y se contradijo—: Bueno, joder. Tal vez un poco. Yo sólo…

   —Quieres destruirlo todo —adivinó Ethan.

   —Y quiero tener a ese imbécil de nuevo frente a mí, para hacerle tragar sus propias bolas —agregó Scorpion.

   —Eso es estar frustrado.

   —Entonces sí —admitió—. Estoy jodidamente frustrado.

   —No creo que ellos quieran recordarlo —continuó Ethan.  

   —Estoy de acuerdo.

   —Creo que no deberíamos mencionarlo con nadie. Ni siquiera a ellos. Tenemos que apoyarlos ahora, ambos están muy mal con todo esto…

   —Estoy de acuerdo.

   —Nunca antes habías estado de acuerdo conmigo.

   —También estoy de acuerdo con eso.

Hubo un silencio que duró casi un minuto. Pero Ethan lo rompió, riéndose.

   —Al menos ya lo llamas novio —se burló.

   —Ya, es sólo un tecnicismo.

    —Está bien… —hubo otro ruido. Otro cigarrillo siendo encendido—. Está bien que le des un nombre a la relación.

   —¿Quién le está dando un nombre? —cuestionó el rubio, medio riéndose.  

   —Está bien, hombre —insistió Ethan, soltando otra carcajada mientras decía eso—. Él ha estado contigo todos estos años, ¿no? Él estuvo ahí cuando yo no estuve, él te mantuvo vivo cuando yo estuve encerrado y aterrado, escondiéndome de los cazadores. Él…

   —No sigas —le interrumpió Scorpion—. Sé lo que él hizo. Y lo que tú no hiciste.

Ethan suspiró:

   —Perdóname, Noah. Por todo.

Scorpion se rió.

   —Asier —le corrigió, dio otra calada y tosió un poco. La droga parecía estar surtiendo efecto en ambos rápidamente—. Te permitiré referirte a mí por mi segundo nombre si dejas de llamarme como el cabrón que inventó un arca y montó a un montón de animales en ella, sólo porque una voz en su cabeza se lo dijo—declaró y luego agregó—: Y olvídalo ya, Ethan.  Ya no queda nada que perdonar.

   —N-No sabes cuánto tiempo… —intentó decir Ethan.

   —Está bien —le interrumpió—. Corta tus cursilerías ahí.

   —¿Puedo…? —escuché. Abrí los ojos y moví mi adormecido cuello para mirar, justo en el mismo instante en que Ethan extendía los brazos. Scorpion negó con la cabeza y se alejó, retrocediendo uno o dos pasos, pero el moreno los mantuvo abiertos, invitándolo a cambiar de opinión.

   —Nunca te olvides de lo que yo hice —le advirtió Scorpion, erguido y erizado, como un gato a punto de atacar en caso de que se le acercaran demasiado. 

   —No lo hago. Jamás lo haría —Ethan se aproximó a él un paso. Scorpion no volvió a retroceder—. Y no malinterpretes las cosas, todavía siento ganas de arrancarte las tripas, pero… —La voz se le quebró de pronto—. Al menos yo necesito uno de estos y tú me recuerdas a alguien que conocí antes, así que…—le abrazó de todas formas, envolviendo su espalda entre sus brazos y, aunque Scorpion puso su mano contra el pecho de Ethan para intentar establecer algo de distancia, no se separó por completo de él durante varios segundos y en vez de eso, le advirtió:

   —Suéltame o seré yo quién te saque las tripas, Eth.

Se separaron, Ethan estaba riendo. Scorpion le dio un puñetazo en el hombro y el moreno se lo devolvió. Quise sonreír, reírme ante lo graciosa y casi tierna que era aquella situación, pero contuve las ganas para no moverme y verme descubierto espiándoles.

Ethan carraspeó la garganta.

   —Los nombres y los abrazos están bien… —siguió, dándole una profunda calada a su cigarrillo, a pesar de que acababa de toser—. No conmigo, claro está. Pero creo que el pequeño Noah Asier Rousseau que conocí alguna vez tiene derecho a ser feliz, ¿no crees? —le preguntó, sin mirarle—. Ese tú que es un maldito hijo de puta, cruel y sin sentimientos te queda bien, es un buen personaje. Pero tal vez ya no lo necesites tanto.

   —Este yo es lo único que hay… —contestó Scorpion.

   —No mientas —Ethan le cortó—. Sé que hay algo más —sonrió. Ese cabrón no sabía cuánta razón tenía. Scorpion no era sólo Scorpion. Él a veces era humano. Uno de los mejores que había conocido—. Estás siendo el villano de tu propia historia y lo sabes.

Scorpion se rió otra vez.

   —No seas dramático.

   —No lo soy y creo que entiendes perfectamente de qué estoy hablando… —Ethan se acuclilló y puso sus manos cerca del fuego para calentarse—. ¿No crees que ya es momento de liberar a esos demonios, Asier? —pronunció su nombre con lentitud, arrastrando las palabras en cada sílaba—. Bah. Asier me gusta más que llamarte como a un bicho.

Scorpion se agachó para imitarle y sus ojos azules, un poco achinados producto de lo que estaba fumando, relucieron como nunca ante las llamas rojizas que se reflejaron en ellos, mostrándome todo el caos y destrucción que un incendio podía causar. En ese momento, con las flamas bailando delante de sus ojos, él me pareció el hombre más atractivo del mundo.

   —¿Y? —Ethan le animó a seguir la conversación.

   —Te equivocas —contestó Scorpion y sonrió, con el cigarrillo en la boca todavía—. Mis demonios me hicieron libre.

   —¿Cómo? —Ethan no entendió. No tenía cómo hacerlo, de todas formas. No lo comprendes hasta que te toca vivirlo.

   —Me convertí en ellos —declaró, sin despegar la mirada de las llamas. Ethan se le quedó viendo, como hipnotizado, por algunos segundos. Luego volvió la vista al fuego y contestó:

   —Supongo que hay mucho de lo que me he perdido.

   —No tienes idea.

En ese momento ambos voltearon. Aiden se había despertado y estaba llamando a Ethan.  

   —Tengo que… —comenzó a decir él, levantándose.

   —Ve, tigre.

Ethan se rió y se alejó corriendo.

   —¡No me decías así desde que teníamos dieciséis años!

Scorpion no contestó y se quedó con la mano, la única que le quedaba, en el fuego, frotándola de vez en cuando para intentar tomar algo de calor. Hacía mucho frío esa mañana y yo estaba temblando silenciosamente envuelto en una frazada, mientras le espiaba.

   —¿Puedes levantarte? —preguntó al aire, con los ojos todavía clavados en la fogata. Aun así, un escalofrío me recorrió la espalda al sentirme aludido—. Sé que estás despierto desde hace un rato. Ven o vas a congelarte.

Me moví y le miré. Me había descubierto.

   —¿Lo oíste todo? —me preguntó.

   —Lo suficiente —sonreí e intenté contener una risa—. ¿Así que he subido de nivel y ahora soy tu novio? ¿Puedo guardar la partida en este punto, para asegurarme que no cambies de opinión? —Scorpion cogió un montón de tierra y lo lanzó en mi dirección.

   —Idiota —se rió. Intenté levantarme y, cuando puse mis manos en el suelo para darme impulso, mis codos tambalearon y me hicieron caer de nuevo.

   —¡Mierda! —mascullé, frustrado. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes. Lo intenté de nuevo. No pude—. ¡Joder!

   —Está bien, está bien —Scorpion se levantó y caminó hasta mí. Me agarró de un brazo para levantarme, me puso su cigarrillo en la boca y cargó la mitad de mi peso en su hombro, llevándome, medio caminando, medio arrastras, hacia la fogata—. No te esfuerces demasiado. Apenas estás despertando y no has comido.

Di una calada profunda, lo más honda que pude. Todo el jodido cuerpo me dolía y tal vez la droga ayudaría a contrarrestar eso. Fumé una vez más y no tardé en comenzar a sentir que me elevaba, poco a poco. Le miré y sonreí.

   —Recuerdo que yo solía llevarte así cuando estabas en la guarida Cuervo… —dije, riéndome; de lo irónica que era la situación y también de mí mismo, porque no era capaz de hacer nada por mi cuenta y eso me hacía débil y me volvía un estorbo. Y eso que yo tenía mis dos brazos intactos todavía.

Me pregunté si alguna vez Noah se sintió así. Imposibilitado, incapaz, bloqueado, defectuoso. Inservible.  

   —Yo al menos podía caminar —se burló él.

   —No mientas —contesté—. Una vez tuve que llevarte en brazos.

   —No la recuerdo —rió. Me dejó sentado frente a la fogata y me lanzó una frazada en la espalda para cubrirme.

   —No te conviene recordarla.

   —Ajá… —Él se burló y se sentó a mi lado. Le di otra calada al cigarrillo y se lo entregué, mientras comenzaba a toser—. Esa mierda está fuerte, ¿no? —observó.

   —¿De dónde la has sacado? —pregunté. Scorpion se encogió de hombros.

   —Nunca intentes adivinar de dónde saca Ethan las drogas.

Me reí como respuesta, mientras la relajante sensación de sentir todos mis músculos livianos comenzaba a invadirme lentamente. No estaba mal, no para la terrible pesadez con la que había despertado. Pero lo mejor de ese cigarrillo no estaba en lo ligero que sentía el cuerpo, estaba en la liviandad de mi mente, en lo fácil y sencillo que empezó a parecerme la vida de pronto y en lo fácil que imaginé que sería olvidarme de todo lo que había ocurrido en los últimos días:  

De ese barco, de Shark y de estas heridas. Del ataque del loco encapuchado y de que habíamos estado a punto de morir, de nuevo.    

Vi a Scorpion fumando, calando profundo hasta llenarse los pulmones y me pregunté si acaso a él le pasaba lo mismo, si acaso él también buscaba olvidarse de algo, si acaso él también disfrutaba llegar alto, sin necesidad de despegar su cuerpo del suelo.

Él, que siempre ha mantenido los pies bien puestos en la tierra, ¿qué estaba sintiendo ahora?

   —¿Cuánto tiempo ha pasado? —pregunté, dejándome caer sobre un montón de hojas secas y fijándome en las puntas de los árboles que nos rodeaban y se desvanecían, mezclándose con el cielo.

   —Cuatro días —contestó y en ese momento entendí por qué él se veía tan bien y yo me sentía tan fatal—. Has dormido bastante.

   —¿Y tú? —pregunté.

   —Desperté ayer por la tarde —dijo—. No he vuelto a dormir desde entonces.

Lo miré, él me miró.

   —Y…te he estado observando mientras duermes —confesó.

   —¿Q-Qué? —me reí en voz alta—. ¿Por qué harías algo así?

   —Me hace gracia —contestó en una carcajada y, en ese momento, me di cuenta de cuánto amaba verlo reír. Era una lástima que no lo hiciera a menudo, no con los cinco sentidos despiertos, al menos—. Siempre terminas con el pelo sobre la cara, y siempre tu respiración es tan profunda que logra levantar un mechón —comentó—. Es gracioso.

¿Había dicho “siempre”? ¿Acaso él ya…?

   —Te has puesto rojo otra vez —estiró su mano hasta mi rostro y me apretó la mejilla—. ¿Te avergüenza lo que digo, Branwen?

   —N-No —contesté. Él presionó mi piel con sus dedos una vez más.

   —¿Estás seguro? —sonrió.

   —Claro que sí.

   —¿Quién diría que el gran Cuervo se sonrojaría por algo como esto? —preguntó, burlándose y dándome una pequeña caricia—. Eres patético.

   —Y tú jodidamente guapo —contesté. Él me soltó de golpe y pareció quedarse frío—. ¿Quién es el avergonzado ahora, eh, chico lindo? —me reí.  

   —Silencio.

   —No te lo dicen muy seguido, ¿no? Seguro es por ese carácter de mierda que tienes.

   —Cierra el pico, pajarraco.

   —En serio, creo que deberías mejorarlo. Eres casi soportable cuando no estás gruñendo por algo… —me erguí, para sentarme de nuevo y poder hablarle más de cerca—. ¿Qué dices, Scorpion? ¿Quieres que el gran Cuervo te dé unas clases de simpatía?

   —¿Simpático tú? —ironizó.

   —Sí. Y no tan atractivo como tú —dije, aproximándome más, hasta quedar muy cerca de su cara.

 Él se me quedó viendo y sus ojos, fríos y azules, oscilaron por todo mi rostro, examinándome, analizándome, como siempre lo hacía, registrando cada centímetro y cada poro de mi piel, cada cicatriz, como si buscara algo.

   —Sí lo eres —afirmó, bajando la mirada hasta mis labios. Encarné una ceja.

   —¿Acaso estás ciego?

   —Podría preguntar exactamente lo mismo —debatió, sujetando mi rostro con su mano y clavándome los dedos en la piel—. ¿Qué es lo que viste, Cuervo? —preguntó y creo que, de no haber estado drogado y bajo los efectos de la yerba, no habría podido comprender tan fácilmente su pregunta como la entendí en ese momento. A cada palabra, a cada sílaba le di el significado que él estaba insinuando y las interpreté a la perfección. 

«¿Qué viste en mí?», quiso decir.  

   —Te vi a ti —contesté, sujetando su mano con la mía, para que no la moviera de mi rostro, y posando la otra sobre su pecho. Su corazón latía fuerte y rápido. Él estaba más vivo que nunca.

«Te vi por completo», debí haberle dicho. Pero él pareció entenderme de todas formas.

   —Creo que yo te estoy viendo ahora… —dijo, antes de acercarse y robarme un beso. El contacto me estremeció, porque no estaba preparado, porque generalmente era yo quien lo iniciaba, porque Scorpion no solía ser afectuoso en ningún sentido y porque, joder, porque ese beso, ese roce suave de sus labios sobre mi boca, se sintió justo como se suponía debía sentirse una muestra de cariño. Me besó sin prisas. Y yo me derretí cada segundo que sus labios me tocaron. Se separó de mí unos centímetros, se relamió la boca y me miró directamente, clavándome sus afilados ojos—. Pero no sé si sea lo correcto —dudó.

   —Define “correcto” —pedí, mientras estiraba el brazo para recoger el cigarrillo, que había quedado extinguiéndose sobre un tronco a mi costado, y le daba la última calada antes de metérselo a él entre los labios. Él inhaló profundo, llevándose todo adentro y soltó el humo sobre mi rostro, pausadamente.

   —No sé si me conviene —contestó.

   —¿Estás asustado? —inquirí.

   —No —Scorpion negó inmediatamente—. No estoy asustado, sólo… no lo sé. Inseguro —reparó. Sus ojos estaban tan rojos y achinados por la droga que, si él no hubiese tenido una mueca tan seria en el rostro en esos momentos, yo habría creído que estaba a punto de estallar en una carcajada—. No quiero caer. Ya olvidé cómo se sentía —declaró, mientras se quitaba el cigarrillo de la boca y lo lanzaba a la fogata. Yo me incliné hacia él, para apoyar mi cabeza en su hombro y pude oírle inspirando profundamente cuando le toqué—. Pero… —Él continuó hablando—: Supongo que el vértigo es parte de esto.

Entonces recordé lo que me dijo antes de que le mordieran. Recordé lo que me pidió:

«Enséñame a volar»

   —Prometo atraparte antes de que caigas —susurré, contra la piel de su cuello.

   —Trato hecho —concluyó, apoyando su cabeza en la mía—. Yo tampoco voy a soltarte.

  «No lo hagas», pensé para mis adentros. «No te atrevas a hacerlo, nunca»

Un ruido hizo que nos apartáramos. Me enderecé, con la mirada fija en la fogata y las manos sobre mis rodillas.

Oí que Ethan carraspeaba la garganta.

   —Iré a cazar algo —avisó—. Se nos acabaron las provisiones y el agua también se está terminando.

   —Voy contigo —Scorpion se levantó, lanzándome una mirada de despedida, escaneándome con sus ojos y recorriéndome de pies a cabeza. Curvó los labios hacia arriba, sólo un poco—. Quiero saber cómo se me da esto de que me falte un brazo.

   —Vamos entonces.

   —Cuidado con los infectados —solté, sin voltear a mirarlo cuando se perdió de mi rango de visión. Sabía que me había oído.

   —Y tu cuidado con el fuego —dijo, medio burlándose—. No vayas a quemarte.

Me reí en voz baja y levanté la mano, para mostrarle que también le había escuchado. Los vi a ambos marchándose del campamento y me quedé ahí, a un lado de la fogata, inclinándome hacia las llamas para intentar recuperar algo del calor que me faltaba. Hacía frío esa mañana, era eso o era mi cuerpo el que parecía muerto en vida. Cualquiera de las dos opciones, el fuego iba a solucionarlo.

El fuego siempre lo solucionaba todo.

Llevé las manos al frente y las miré un segundo antes de arrastrarlas por todo mi rostro, hasta volver a posarlas sobre mis rodillas y continuar observando la fogata. La miré fijamente, sin parpadear y entonces me pareció ver siluetas, formas y figuras en ella; aves que se extinguían en chasquidos ruidosos y la cabeza de un león, una sombra humana bailando y el contorno de unas montañas que se extinguían en las flamas. Me pregunté cuántas personas habían hecho esto antes, sentarse a mirar las llamas, creyendo que encontrarían algo en ellas; la respuesta a una pregunta o el consuelo de alguna tragedia.

¿Qué buscaba yo?

Intenté pensar y reflexioné un poco en lo que había pasado hasta ahora y en lo extraño que se hacía todo esto. Había despertado en un mundo distinto al que conocía y ahora era incapaz de ver las cosas como las veía antes. ¿Por qué? ¿Tenía que ver con lo que había pasado en ese jodido barco? No, no. No podía ser. Se supone que yo había sido entrenado para esto.

Me habían enseñado a pelear.

Me habían enseñado a soportar el dolor.

Me habían enseñado a amarlo.

¿Y porque todo parecía atravesarme ahora?

Los fríos y claros ojos de Scorpion aparecieron en mi cabeza sin siquiera haberlos pensado. Volví a frotarme la cara con las manos, intentando sacarlos de ahí. Joder, las cosas con él también habían ido de manera extraña. Pero, ¿no era eso lo que siempre estuve buscando de él?

Le había prometido atraparlo antes de caer.

Pero apenas era capaz de mantenerme a mí mismo.

Ambos estábamos destinados a estrellarnos.

   —Joder… —mascullé, hundiendo los dedos en mi cabello y cerrando los puños, para jalar un poco de el—. Maldición…

Todo me parecía tan confuso.

   —¿Café? —di un respingo al oír la voz de Aiden. Levanté la cabeza y me encontré con él, inclinado en mi dirección, mientras me tendía una taza que olía jodidamente bien—. Está un poco amargo, pero te ayudará.

«¿Quién te dijo que necesitaba ayuda?», pensé en decirle, pero no lo hice. La estaba pidiendo a gritos, no podía engañar a nadie.

   —Gracias… —tomé la taza. Él se sentó a mi lado, con una igual en las manos y bebió un sorbo.

   —¿Cómo te sientes? —quiso saber, pero no me dejó contestar, porque tosió un poco y sacudió la mano en el aire—. Apesta a marihuana, ¿estuvieron fumando?

Asentí con la cabeza.

   —Ayuda con los calambres —me justifiqué—. Cuando desperté, apenas podía mover el cuello.

   —Entonces asumo que estás mejor ahora… —inquirió, con voz temblorosa, como si no estuviera muy seguro de las palabras que decía.  

Lo miré directamente y él también me vio a los ojos. Llevaba un parche en la frente que le cubría varias heridas, tenía una cicatriz en su labio inferior y las mejillas aún moradas por los golpes de una paliza que había recibido hace varios días, pero que parecía seguir presente, con las marcas imborrables en su rostro. Se veía fatal.

Llevé la mano al parche de vendas que me cubría el ojo izquierdo y con el que había despertado y no recordaba haberme puesto. No me había mirado al espejo durante todos estos días, pero imaginé que yo también debía verme destrozado.

Sobrevivimos de pura suerte.

   —¿Cómo…? —corrió la vista, moviéndola hasta el fuego y a las llamas, donde la dejó clavada—. ¿Cómo lo llevas? —preguntó. Y yo estuve a punto de sonreír. Había oído una conversación muy similar cuando desperté.

   —Intento no pensar en ello —respondí—. No creo que sea momento para hacerlo.

«Pero justamente, antes de que llegaras, lo había estado haciendo»

   —Yo también… —dijo él—. Lo intento, pero no siempre resulta —suspiró—. A ratos me encuentro reviviendo todo eso. Sé que es una estupidez y que no debería preocuparme por ello, pero… —volvió a mirarme—. ¿Cómo se supone que lo olvide, Cuervo?

«Lo mismo me pregunto»

Le di un gran sorbo a mi café, bebiendo casi hasta la mitad. Estaba caliente y amargo como el maldito culo de Satanás, pero me hizo sentir despierto de inmediato, aminorando los efectos de la droga que había estado fumando hasta hace un rato atrás.

   —Desde que desperté en esa playa… —comencé, con ambas manos sosteniendo la taza. La sensación caliente de la cerámica era agradable para mis dedos—. Me he sentido confundido —confesé y de reojo vi que él hacía un gesto, asintiendo con la cabeza y animándome a seguir hablando—. Me siento en los huesos, ¿sabes? Y no hablo del frío. Siento que estoy desnudo todo el tiempo, sin nada que me cubra.

   —Te sientes inseguro… —Él apoyó una mano sobre mi hombro y lo acarició lentamente y con suavidad, apenas rozándome con las yemas de sus dedos—. Te hicieron daño. Supongo que no estás acostumbrado a eso.

   —¿Daño? —resoplé—. Estoy acostumbrado a recibirlo —le debatí, sin entender bien de qué me estaba hablando—. No sé qué…

   —No hablo de lo físico —me interrumpió él, negando energéticamente con la cabeza—. No hablo de los golpes ni de las torturas, no.

   —¿De qué demonios hablas, entonces?

   —Hablo de lo que ellos hicieron aquí… —dijo, volteando hacia mí y tocándome el pecho. Sentí mi corazón latiendo en la palma de su mano—. No hay paliza ni tortura que se compare al dolor de un alma rota, Cuervo —sentenció, con voz ronca y sin mirarme. Tenía la cabeza agacha y el cabello cayéndole sobre la cara me impedía mirarlo a los ojos—. La inseguridad es vivir con los fantasmas y temer que eso vuelva a ocurrir, es sentir que cualquier cosa puede herirte ahora. Es darte cuenta que, justamente, no hay nada que pueda protegerte… —Sus hombros se sacudieron de arriba abajo y él empezó a llorar—. Y lo lamento… —sollozó y, por algún motivo, yo también sentí lágrimas en los ojos que me nublaron la vista—. Lamento haber sido parte de eso. Yo no quería, lo juro —lloriqueó—. Perdóname, por favor.  

Sentí que el pecho se me cerraba y que no podía respirar bien.

Aiden apoyó la otra mano en mi hombro e intentó contener su llanto. Yo dejé la taza a un lado y me quedé ahí, con las lágrimas a punto de estallar y mis manos a punto de tomar su rostro, para levantarlo y mirarle.

   —No es tu culpa —dije, sin tocarlo todavía, mordiéndome los labios para controlar aquella emoción, tan molesta y tan intensa, a la que no estaba acostumbrado y que era incapaz de manejar—. Deja de hacer eso. Nada de esto es tu culpa.

Él levantó el rostro y me miró; con los ojos humedecidos, todavía llorando y con los labios y el cuerpo temblando. Me acarició el rostro, quitando algunas lágrimas de las que no me había percatado y que no había podido contener.

   —Lo siento… —gimió, todavía luchando por controlarse—. Se supone que vine a preguntarte cómo estabas y acabé peor… —me soltó para secarse la cara con el antebrazo e intentó retomar la compostura. Recogió su taza del suelo y aprovechó de tomar la mía, para entregármela. Yo la recibí, sintiendo que no iba a poder volver a beber por un buen rato. Sentía el pecho hecho pedazos.

Todo me atravesaba ahora.

   —Cuervo… —siguió Aiden, sin volver a mirarme y con la vista clavada en el contenido de su taza—. Quiero que sepas que, si algún día quieres hablar de esto, podemos… —bebió un sorbo, uno solo y se tragó todo lo que quedaba—. Puedes decirme, ¿bien? Nadie tiene que pasar por esto solo.

Pero yo no estaba solo.

   —Gracias, Aiden… —apoyé una mano en su hombro, dándole un par de golpecitos. Este chico era demasiado bueno para ser real—. Y no te preocupes. Voy a superarlo —aseguré y noté que me temblaba la boca al hablar, así que llevé la vista hacia arriba, hacia las copas de los árboles, para que él no notara que me estaba estremeciendo—. Puedo hacerlo.

Es sólo que había olvidado cómo se sentía estar hundido en la mierda y cómo se sentía balancearse en el borde del abismo, a punto de caer.

Pero una caída nunca me había matado.

Y ahora había alguien allí para sujetarme. Además…

El vértigo era parte de esto, ¿no? 

Notas finales:

Scorpion y Cuervo están experimentando este "vértigo" de diferentes maneras. Brann lo está viviendo al intentar superar lo que pasó en el Desire y Scorpion... bueno, se notó, ¿no? Parece que al pequeño Scorpy le asusta enamorarse, cuidar y preocuparse por alguien xD 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review 

Que tengan una linda semana! :3 

 


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