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It's not crazy por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

Hola


¿Cómo están? Espero que bien…


Como pueden ver, estoy viva, aunque no lo estaré por mucho si sigo haciéndolos esperar horrores como ahora.


No sé qué decirles, la verdad, no es que yo quiera hacerlos esperar tanto, es solo que en serio esto me ha costado mucho. Y en serio no me sorprendería si se sienten decepcionados de mí. Yo misma lo estoy. Tampoco me sorprendería si algunos ya dejaron de leerme. De hecho, lo hace que haya quizá algunos que aún esperen mis actualizaciones. NO LOS PINCHES MEREZCO. Aún así, estoy agradecida con quiénes están leyendo esto.


Solo quiero decirles que lo siento y que cambiaré los títulos de los últimos tres capítulos porque esto ya esta muy extenso cómo para ser uno solo. Justo ahora y desde hace mucho que me arrepiento de haberles dicho que el siguiente cap sería el final. Nunca he sido buena para calcular pero esta vez sí me pase de berejena. Así que sera cómo si fueran independientes. No cuatro partes de un capítulo sino cuatro capítulos. El siguiente si ya es definitivo, será el final. Y me llevé el susto de mi vida porque borré este cap, por suerte se lo había a una amiga para que lo leyera y ella aún lo tenía guardado. El alivio fue supremo.


Y perdón, en serio, yo no quería tardar tanto, es solo que sí se me hizo muy difícil poder escribir esto. El bloqueo y las emociones pudieron mucho conmigo.


A quiénes leyeron la actualización anterior, y quienes me dejaron su hermoso comentario:  , Camiluz17, sasu-naru, Misaluna, Neji_hyuga, y Lucy Dragneel,en serio los adoro no saben cuanto. Mucho, mucho. Que sigan conmigo de verdad es difícil de creer pero hermoso.


Sin más que decir excepto que,  espero por el ángel el cap sea de su agrado, los dejó leer.

 

LA MELODÍA DE DOS CORAZONES ROTOS

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A Sasuke el corazón se le contrajo. Todo color y cosas parecieron desaparecer a su alrededor. Tan solo podía ver hacia el frente y la figura que yacía ante sus ojos.

Ahí estaba ella, sentada frente al volante de su auto, tan hermosa y tan bella como la recordaba.

Su madre.

Ella veía en su dirección, con una mirada dulce y una sonrisa cariñosa. Su corazón comenzó a latirle muy rápido, demasiado rápido mientras su pecho se hinchaba con violencia. Sintió sus latidos en su garganta y retumbando en sus oídos. Tuvo muchas ganas de llorar, las lágrimas ardían detrás de sus ojos. Sonrió sin poder evitarlo, sus negros irises brillando por la emoción y el llanto contenido.

Oh, rayos. Estaba ahí, tan cerca. Tan viva. Sasuke se sintió como un niño pequeño y desesperado. Anhelaba a su madre y el consuelo de esta. Sus abrazos, sus mimos, todo su amor e incluso sus reprimendas.

Solo quería volver a estar con ella.

Intentó llamarla.

—Mam… 

Sin embargo, otra voz se antepuso a la suya. 

—No le digas a padre, por favor.

—No le digas a padre, por favor.

La voz era conocida para Sasuke. Esta lo trajo de vuelta y una vez más todo volvió a ser visible.

Reconoció de inmediato el lugar en el que se encontraba. La misma callé, el mismo jardín, el mismo camino de entrada; el viento soplando, y el cielo degradado en tonos azules y naranjas puesto que el ocaso estaba próximo. Era la casa de Iruka, quien fue tutor de Naruto hasta que este se independizó.

Sasuke no distinguió de dónde provenía dicha voz, hasta que una versión infantil de sí mismo atravesó su cuerpo y caminó hacia su madre. El azabache adulto dio un brinquito por la sorpresa, pero pronto comprendió que lo que veía era el pasado. Los recuerdos tanto de Kurama como suyos.

Viró el rostro hacía el chico de cabello alborotado y muy rojizo. Sus orejas estaban un tanto gachas y tenía una dulce sonrisa en los labios mientras observaba también a Mikoto. Sasuke sintió su corazón removerse al notar una figura junto al muchacho. Era una pequeña criatura, apenas más grande que un gato adulto, de pelaje rojizo y esponjoso. Se veía que estaba completamente impactado, mientras desviaba la vista hacia Sasuke niño y Mikoto, intercaladamente. Una chispa de comprensión destello en sus ojitos. Sus ojitos rojos de pupilas alargadas, brillaron hermosos y llenos de emoción. Se reflejó un anhelo tan grande en ellos, que Sasuke casi podía tocarlo con las manos; juraría que una lágrima escapó de sus rojizos ojos, y luego otra y otra y otra.

—Lo lamento, Sasuke, tu padre te ordenó no ver más a Naruto —un escalofrío le bajó por la espalda a Sasuke al escuchar la hermosa y suave voz de su madre una vez más. Toda su atención estuvo de vuelta con ella y su versión infantil—. Confió en ti y te dejó salir de casa, pero tú desobedeciste. No puedo ocultárselo.

Sasuke observó a su pequeño yo caminar con los hombros caídos y pasos desganados hacia el auto, completamente resignado. Y en el momento en el que abrió la puerta de los asientos traseros, también vio a Kurama zorrito correr y colarse en el auto.

No supo que en momento, pero cuando se llegó dar cuenta, él y Kurama humano también estaban en el auto mientras atravesaba las tranquilas calles de Konoha. Ellos dos iban posicionados a cada lado de Sasuke niño, mientras que Kurama zorruno estaba en el asiento de copiloto.

Sasuke tenía una sonrisa imborrable, e idiota, en su rostro. Sus ojos negros brillaban en dirección de su madre. Ella era tan hermosa y tan dulce. Podía notar como a cada tanto veía a su versión niño por el espejo retrovisor. Ella sonría al ver a su pequeño tan decaído y quizá un poco asustado. Pero Sasuke sabía que sonreía porque en ningún momento pensó en delatarlo. Aunque, claro, ahora sabía que su padre estaba al tanto de que había mentido.

Se permitió pensar en ello un momento. Quizá esa noche ambos hubieran fingido que no sabían nada delante del otro. O tal vez su padre le hubiera reprendido, pero al final de la noche, le hubiera permitido continuar siendo amigo de Naruto.

Pero nada de eso había ocurrido.

Desvío la vista hacia la versión zorruna de Kurama. Era tan pequeño y bonito, con un pelaje suave y esponjoso. Sus ojitos rojizos brillaban con gran intensidad mientras observaba a su madre. Sasuke podía notar que el pequeño sonreía deslumbrado sin apartar la visita de Mikoto. Giró la mirada entonces en dirección del Kurama adulto. Él veía también a Mikoto, aunque intercalaba la vista entre ella y su yo pequeño.

Sasuke no pudo evitar sonreír. Había tanto amor en la mirada de ambas versiones. Y estaba seguro que, cuándo él veía a su madre, también se reflejaba en su mirada el anhelo por ella. Clavó una vez más su vista en la azabache, justo cuándo giró el auto en cierto lugar para tomar un atajo.

Pudo apreciar el momento exacto en el que ella sonrió con ternura viendo a su yo pequeño por el espejo retrovisor. Su pecho se calentó por tanto amor.

—Si prometes no volver a desobedecer —dijo ella con su tierna voz—, yo no le diré a tu padre.

Sasuke contempló a su versión infantil mientras este se perdía un instante en sus pensamientos, meditando acerca de la propuesta hecha por su madre. Fue en ese momento que la voz del Kurama humano le hizo sobresaltarse, cuándo este habló por primera vez desde que abriera Sasuke los ojos.

—Perdón —susurró con voz rota. En primera instancia, Sasuke creyó que le había hablado a él, pero en realidad veía a su madre, a Mikoto. El azabache notó el brillo en los ojos rojos de Kurama, pero no un brillo de ilusión o anhelo, sino uno por contener las lágrimas.

Tenía el entrecejo fruncido y los labios apretados formando una fina línea, en una mueca de dolor. Profundo dolor.

—Pude haberlo evitado —dijo Kurama una vez más, sus ojos se desviaron de Mikoto y fueron hacia el otro lado del cristal de la ventaba. El azabache pudo verlo entonces…

Un auto se aproximaba a gran velocidad. Y parecía no fuera a detenerse, estaba muy cerca. Y, aún así, parecía tan lejano y que se acercaba con lentitud. Se dio cuenta que la imagen se había ralentizado para que él pudiera notar toda la escena. Sin duda eso lo había hecho el zorro.

—Estaba embelesado —retomó el zorro la palabra—, encantado con Mikoto. No podía dejar de verla. Quería llorar y abrazarla. Agradecerle por todo lo que hizo por mi… no presté atención al panorama.

»Tenía la perspectiva perfecta para haberlo notado. Pero no lo hice. No hasta que fue demasiado tarde para poder hacer algo. Yo pude haberlo evitado. Pude haberlo hecho…

—Lo prometo —se escuchó de nuevo la voz de Sasuke niño, aceptando el trato propuesto por su madre, a lo que ella le sonrió con amor infinito.

Y en cuestión de segundos el caos se apoderó de todo.

Las luces de la camioneta atrajeron la atención de Mikoto, por lo que ella volteó rápido la mirada, le tomó tan solo un instante comprender lo inevitable. El horror en su mirada desfiguró su rostro. Ella, desesperada, trató de alejarse de la ventana; se quitó el cinturón de seguridad y se giró para intentar alcanzar a Sasuke y protegerlo de alguna forma. Pero todo ocurrió demasiado rápido.

Sasuke adulto inhaló con fuerza al ver la luces terminar de acercarse y la mueca desesperada en el bonito rostro de su madre cuándo ella se giró a ver a su versión niño. Sintió el auto impactar con el vehículo de su madre. Y, de repente, estaba de pie fuera del auto, observando cómo este giraba y giraba y giraba por el impacto directo al asiento del piloto.

El crujir del metal contra el asfalto y el chirrido de los cristales rompiéndose, le provocaron escalofríos a Sasuke que bajaron por su espalda y se dirigieron a cada parte de su cuerpo. El aliento había escapado de sus pulmones y no podía hacer que volviera. El automóvil finalmente se detuvo. Tan solo era una masa metálica deforme y destruida. Los cristales se habían roto y toda la fachada estaba abollada. Y Sasuke, por más deseos que tuvo de correr y socorrer a su madre, no pudo moverse de su lugar. En parte por el shock y en parte porque sabía que no había nada que pudiera hacer.

La camioneta que había golpeado el auto escapó de prisa, el colmo fue que esta apenas y tenía una abolladura en el capó. Y luego todo quedó en completo silencio, tan solo se escuchaba los acelerados latidos de su corazón y el corazón dee Kurama, quién yacía a su costado igual de impactado que él.

Pero entonces otros sonidos llegaron a sus canales auditivos, era un chirrido de metal contra metal, unos golpeteos y también pequeños jadeos.

Sasuke giró rápido hacia el auto. Y fue en ese momento que la puerta deforme del asiento trasero se abrió de golpe. Del pedazo de metal emergió un chico, aunque no del todo humano. No era muy alto, aunque tampoco era bajo; tenía el cabello rojizo y revuelto, con dos orejas no humanas a sus costados y unas colas que se ondeaban desde su espalda baja. Sasuke lo contempló dolido. Dolido porque el muchacho estaba desnudo y pudo notar que tenía cortes repartidos en todo el cuerpo y estos sangraban. Era Kurama, desde luego, pero en su versión humana; Sasuke podía decir que estaba entre los catorce o quince años.

Lo vio gatear sobre el asfalto con mucho esfuerzo, luego se giró y de nuevo introdujo medio cuerpo en el destrozado vehículo. Cuándo volvió a salir, arrastraba consigo un pequeño y flácido cuerpo lleno de cortes sangrantes. Kurama tomó con sumo cuidado a Sasuke en su versión infantil, y cargo con él en brazos hacia la orilla de la calle; él cojeaba y parecía estarse esforzando mucho. Una vez lejos del volcado vehículo, Kurama dejó a un inconsciente Sasuke sobre el concreto. Lo trató con tanto cuidado al bajarlo y acomodarlo, que dolía el corazón de tan solo verlo.

Kurama estaba muy delgado y tenía una carita de niño, además de que trataba de no llorar mordiéndose el labio inferior, aunque su esfuerzo fue inútil, sin quererlo, las lágrima comenzaron a brotar. Tenía muchos cortes en su cuerpo y un pequeño hilo de sangre carmesí le bajaba por la sien.

—No te preocupes, Sasuke, estarás bien… —le escuchó susurrar.

Luego volvió al auto lo más rápido que sus heridas le permitieron. Fue hacia el asiento del piloto y estuvo batallando unos segundo para abrir la puerta. Finalmente pudo y entonces no perdió tiempo en sacar a Mikoto.

Sasuke soltó un jadeo al ver el estado en el que se encontraba su madre. No recordaba que hubiera estado tan mal. Ella estaba semi-inconsciente, así que volteaba a ver a todos lados desorientaba. Tenía un golpe terrible en la sien, el cual no paraba de sangrar; y un pedazo del vidrio de la ventana le desgarraba el costado derecho. Ella boqueaba cual pez fuera del agua en busca de oxígeno, y sus brazos, colgando a sus lados, carecían de toda fuerza. Una de sus piernas se encontraba en un estado terrible, la sangre manaba sin contenerse.

Kurama adolescente la sostuvo en sus brazos con mucho esfuerzo y demasiado cuidado de no lastimarla más, a la vez que tenía una gran puchero en sus labios y las lágrimas bajaban sin parar de sus rubíes ojos. Cojeando, fue con ella hasta la orilla de la carretera, unos metros lejos de Sasuke, y la dejo con sumo cuidado sobre el concreto de la acera.

Fue en ese momento en el que Kurama posó una mano sobre la espalda de Sasuke, incitándolo a que se acercara más a la escena. Ambos chicos derramaban lágrimas en silencio con un fuerte nudo en la garganta. El azabache se mordió por completo el labio inferior al tener una visión más clara de su madre. La sangre no paraba de brotar de su pierna, su costado y su cabeza, además de que también sangraba de la nariz y la boca.

—Sa...suke —susurró apenas y Kurama adolescente, de rodillas junto a ella, se cubrió los labios con ambas manos y cerró los ojos con fuerza; sus lágrimas no se detenían—. Sa-Sasuke…

El chico se limpió las lágrimas y luego tragó con fuerza. Inhaló y exhaló hondamente para luego clavar sus ojos rojos en Mikoto.

—Mam… Mikoto —se corrigió—, Sasuke estará bien, lo prometo —dijo, incluso si sabía que la azabache no podía verlo por el encantamiento que el Guardián había puesto en él—. Lo prometo… lo prometo.

Pero, ante sus palabras, la azabache fijo su mirada desorientada en él. Kurama se sobresalto al no haberse esperado ello de ninguna forma. Ella miró su rostro confundido durante varios segundos, al principio no lo reconoció. Pero entonces en sus ojos negros pareció brillar una luz de comprensión. Ella alzó una mano con mucha dificultad, tan solo llegando a medio camino de acariciar el rostro, lloroso y deformado por el dolor, de Kurama. Pero él, dejando de lado completamente el hecho de que podía verlo, entendió lo que ella quería, así que con ternura y cuidado tomó su mano y la acercó a su mejilla. La caricia fue suave y le provocó un estremecimiento al de cabellos rojizos.

—Re… Reconocería esos ojos… dónde fuera —confesó muy bajito, y el chico no pudo más.

Lloró sin contenerse.

Se aferró con fuerza y suavidad a la mano de Mikoto sobre su mejilla, y se restregó en ella en busca de consuelo durante segundos largamente eternos. Las lágrimas corrían como un río sobre su piel, sin detenerse, tan solo continuando con su camino y humedeciendo el dorso de la mano de la azabache. Ella sonrió con dulzura y gran esfuerzo al ver el estado del muchacho.

—Perdón por nunca haberte dicho nada. Perdón por irme sin despedirme… P-Perdón por no haber hecho nada para evitarte esto. Perdón, perdón, perdón, perdón…

—Shhh… n-no llores… cachorro… —ella trató de sonreírle—. Ni tienes que di-disculparte por nada.

—P-Pero yo…

—Shhh —susurró muy bajo mientras acariciaba con lentitud pero mucha ternura su mejilla. Kurama la contempló con los labios entreabiertos queriendo disculparse aún, pero su dulce rostro, a pesar de los golpes y la sangre, le reconfortó el alma—. Solo q-quiero saber una c-cosa.

Kurama asintió muchas veces, aceptando responder con sinceridad lo que ella fuera a cuestionarle.

—¿Has s-sido… feliz?

El muchacho apretó los ojos con fuerza y los dientes le tiritaron. Soltó un sollozo y un gemidito y asintió de nuevo.

—S-Sí —dijo y abrió los ojos—. He sido m-muy feliz…

Ella le sonrió, y fue una sonrisa hermosa que iluminó su rostro. Una solitaria lágrima resbalo por su mejilla y acaricio con suavidad su piel manchada de sangre.

—Y fue gracias a ti —continuó él—. Porque tú me salvaste y me diste una nueva oportunidad. Me diste esperanza cuándo lo h-había perdido todo… Mikoto te quiero, ¡te quiero tanto!

Se abalanzó hacia ella y la abrazó con desesperación tratando, lo más que sus sentimientos le permitían tener tacto, de no lastimarla más de lo que ella ya lo estaba. Apretó los ojos al escuchar su corazón latir contra su oreja, y se estremeció cuándo la sintió acariciar suavemente sus cabellos. Y recordó esos días en los que ella lo recostaba en sus piernas y acariciaba su pelaje mientras le hablaba de su vida y de su familia. La familia de la cual le prometió que formaría parte.

Sasuke contempló a su madre sonreír enternecida con los ojos cerrados, mientras Kurama se aferraba a ella cual niño pequeño buscando el consuelo de su madre.

Las lágrimas surcaban las mejillas de Sasuke al ser testigo de dicha escena. Un fuerte nudo en la garganta le impedía formara alguna palabra. Kurama, a su lado, continuaba también llorando en silencio. Sus rojizos ojos estaban fijos en su versión adolescente y Mikoto. Sasuke distinguió cierto brillo en su mirada, no era por las lágrimas. Era un fuerte y desgarrador anhelo que hacia doler el alma. Él conocía muy buen ese sentimiento. Era lo mismo que veía en sus ojos cuando se reflejaba en el espejo.

Regreso la vista hacia su madre y Kurama adolescente. La escena era dolorosa y le estrujaba el corazón, pero así mismo también era tierna.

Sasuke pensó entonces en que, de alguna forma, quizá su madre siempre lo supo. Que Kurama era más que diferente. En ese momento quiso saber qué pensó cuándo escuchó el relato de Naruto siendo este un niño. ¿Le había creído? ¿Había relacionado los hechos? Quizá, solo quizá, su madre pudo ver a Kurama en ese momento porque ella siempre creyó que era especial, más que especial.

No lo sabía, e incluso dudaba que Kurama lo supiera.

—Tranquilo, cachorro, t-tranquilo —Mikoto lo consolaba. Ella estaba respirando con dificultad. Su rostro tenía una expresión tensa, aunque de alguna forma continuaba teniendo ese aura lleno de dulzura.

Ella tosió y más sangre manó de su garganta. Tanto Sasuke como Kurama y su versión adolescente se sobresaltaron. El muchacho, que estaba aferrado suavemente contra la azabache, escuchó el sonido escalofriante que hicieron sus pulmones y sus costillas. Alzó la vista, asustado.

Mikoto continuó tosiendo. Kurama adolescente apretó los ojos y los dientes con fuerza. Su audición era mejor que la de los humanos y, por ello, podía escuchar sus huesos crujir y la sangre manar. El gorgoteo del líquido carmesí subiendo por su garganta y bajándole por la barbilla, le daba escalofríos. La tos entonces cesó, y Mikoto se permitió descansar un momento, sus párpados se cerraron con lentitud y su entrecejo se frunció levemente en un mueca de dolor.

Él la contempló un instante, con dolor en el corazón, antes de sorber la nariz y limpiarse las lágrimas en un gesto un tanto furioso. Se alejó completamente de la azabache y se incorporó con un poco de dificultad; Mikoto continuó con los ojos cerrados y respirando con dificultad. El muchacho dio dos pasos hacia atrás antes de girarse completamente, luego fue tan rápido como pudo, mientras cojeaba, hacia el volcado y destruido auto. Al estar allí, se inclinó y buscó un pedazo considerable del cristal roto que estaba por todos lados. Una vez en sus manos, notó entonces el aroma a gasolina derramada que inundaba el ambiente, algo de lo que definitivamente no se había percatado, pues el aroma a sangre que desprendía Mikoto acaparaba su olfato.

Tuvo apenas unos segundos de tiempo para alejarse lo más de prisa que pudo, antes de que las chispas dieran en el líquido y este provocara una fuerte explosión que hizo que la silenciosa noche retumbara.
Kurama fue lanzado por la ráfaga expansiva, su rostro se estrelló con fuerza contra el concreto y, por unos segundos, la conciencia se esfumó de él.

Sasuke contempló el cuerpo inerte del muchacho durante segundos, después observó a su madre. Ella yacía igual que antes de que el auto explotara. Parecía tan inmersa en su dolor y sus heridas, que no había notado lo que había sucedido segundos antes. Su madre, su querida madre, estaba muy mal. Le dolía demasiado verla así, no recordaba que se hubiera encontrado tan grave. Aunque, por supuesto, sus heridas desde luego debieron haberlo sido si ni siquiera Kurama pudo salvarla.

Al parecer su mente había bloqueado demasiados detalles.

La conciencia regreso al adolescente, él soltó un gemido cuando sus huesos crujieron al intentar levantarse. Los oídos le zumbaban, no escuchaba nada más que un interminable pitido. Logró ponerse de rodillas con mucho esfuerzo, y cerró y abrió los ojos una y otra vez. Se llevó una mano a la siento y notó que sangraba, aunque no le dio mucha importancia, tan solo sacudió la cabeza y terminó de ponerse en pie.

Caminó de regresó hacia Mikoto, con más esfuerzo que minutos antes. En su mano derecha yacía el pedazo de cristal roto que antes había ido a buscar. No lo había soltado al momento de caer, por ello su mano sangraba y el líquido goteaba en el asfalto. Pero al chico tampoco parecía importarle.

O quizá ni siquiera se podía percatar del dolor, pensó Sasuke viéndolo.

—Sí —dijo Kurama adulto a su lado, el azabache se sobresaltó un poco—. Luego de la explosión, mi cuerpo estaba muy entumecido como para notar esas heridas. O quizá no terminaba de procesar que estaba mal. Solo me importaba Mikoto.

Sasuke clavó su mirada en el de ojos rojos durante un instante, pero pronto volteó la vista. No podía soportar la expresión en su rostro.

Kurama adolescente se colocó de rodillas junto a Mikoto. Ella abrió los ojos al sentirlo cerca. Sus negros irises primero se enfocaron en el cielo nocturno, la luna no había deleitado a nadie con su presencia esa noche, sin embargo, las estrellas tapizaban y embellecían el firmamento por su propia cuenta. Pronto, e inesperadamente, el crepitar de las llamas en la lejanía captó su atención, y ella desvió lentamente la mirada hacia donde el destrozado auto yacía. Tan solo era un amasijo de hierros retorcidos que ardían.

Sasuke gimió muy bajito al ver el rostro sangrante y pálido de su madre siendo iluminado por las cálidas llamas.

Mikoto volvió la vista hacía Kurama adolescente, justo en el momento en el que él se colocó el pedazo de cristal sobre su muñeca y ejerció presión. La sangre no llegó a manar solo porque la azabache colocó una mano sobre el dorso de la del chico que sostenía el objeto.

—¿Q-Qué ha…ces?

Kurama la miró con sus enormes, inquietantes, pero también hermosos ojos rojos. Parecían brillar y, a pesar de la oscuridad, sobresalían más que la luna, si esta hubiera hecho acto de presencia. Mikoto estaba segura.

—Y-Yo no puedo sanarte con mi magia —respondió el chico—. No es tipo curativa —él negó con la cabeza mientras soltaba un sollozo—. Perdón, perdón, perdón —susurró—. Pero hay formas. Tengo otros métodos de ayuda. Mi sangre, al ser mezclada con la tuya en tus heridas, puede acelerar el proceso de sanación. En cuestión de Minutos ya no estarás tan mal , te lo prometo… confía en mí.

—Confío en ti, c-cachorro —le sonrió con dulzura y confianza—. Pero, ¿Sasuke?

El adolescente desvió rápidamente la mirada hacia el cuerpo inerte del niño, permanecía tal y como lo había dejado minutos atrás.

—Él estará bien —dijo, volviendo sus ojos a la azabache—. Ahora, tengo que sanarte.

Intentó volver a herirse, pero Mikoto volvió a impedirlo. Kurama se puso muy nervioso por ello; tenía que ayudarla rápido o podía ser malo, muy malo.

—Mikoto, por favor —suplicó—. Por favor, déjame ayudarte… por favor.

—¿C-Cuánta san…gre?

—Solo necesito un poco —respondió de inmediato. Pero para la mujer fue obvio que mintió.

—Yo no soy como Liliah —Kurama adulto dijo a Sasuke, dolido—. La cantidad de sangre que debemos utilizar es muy diferente —cerró los ojos, lamentándose profundamente.

—¿Cuán…ta? —Mikoto susurró al adolescente.

Él no pudo sostenerle la mirada por más de un segundo. Apretó los ojos con fuerza antes de responder.
—La suficiente para sentir que pierdo la conciencia… ¡Pero, no importa! ¡Voy salvarte! No tienes que preocuparte por mi, Mikoto, yo estaré bien.

—Pero... c-cachorro… ya has pedido demasiada sangre —alzó una mano con lentitud, y acarició la sien del chico. Cuándo retiró la mano, esta estaba manchada del líquido carmesí. Kurama vio su propia sangre unos instantes, luego negó con la cabeza.

—No voy a dejarte morir —sollozó—. Si no curo tus heridas ahora, tú… tú… —soltó otro sollozo, pero este fue más doloroso.

—Yo esta…ré bien —le sonrió, cómo dando a entender que en verdad lo estaría—. No te hieras a ti mismo. No por mí.

—Pero… morirás.

Mikoto acarició su mejilla una vez más. El chico tenía un puchero en los labios y las lágrimas resbalaban por sus pómulos sin detenerse.

—No moriré, c-cachorro.

—Incluso en esa situación, aún se preocupaba por mí —Kurama dijo a Sasuke. El azabache prestó atención a su voz, pero no dejó de contemplar la escena. Su corazón se estrujaba un poco con cada segundo que transcurría—. Ambos sabíamos que estaba mal, pero yo no estaba dispuesto a dejarla morir.

—Ni yo tampoco —Kurama adolescente respondió con extraña determinación. Se limpió las lágrimas furioso y entonces fue él quien tomó a Mikoto de las mejillas, con suavidad, cuidado y mucho cariño. Ella lo observó directo a sus determinados y rojizos ojos—. Puedes confiar en que estaré bien —dijo con seguridad y una sonrisa en los labios—. Hay más cómo yo —confesó—. Y no importa qué, ellos pueden sanarme luego, pero… si no curo tus heridas ahora, nadie podrá salvarte a ti. 

»Así que, por favor, por favor, por favor… déjame sanar tus heridas. Por favor, Mikoto, déjame ayudarte. Por favor.

Kurama tenía más que claro que Mikoto no quería que saliera lastimado, al menos más de lo que ya lo estaba. Él sabía que ella sabía que estaba muy mal, pero tanto era su amor que estaba dispuesta a ser la única perjudicada. Pero el amor de Kurama era igual de grande, de ninguna forma permitiría que Mikoto muriera si él podía salvarla.

Mikoto se sintió completamente enternecida ante la tenacidad que mostraba el pequeño cachorro. Decidió confiar en que él estaría bien, en que esos amigos que decía tener podían ayudarlo. Ella tenía miedo de morir, no había forma de negar eso, pero tenía más miedo a sobrevivir y que ni Sasuke ni Kurama lo hicieran. Pero creía en Kurama y sus palabras.

Ella sonrió con ternura, cerró los ojos y asintió, cediendo a la petición del muchacho.

Algo se removió por completo en el pecho de Sasuke. Fue su corazón estrujándose de forma dolorosa. Si su madre había aceptado que Kurama la ayudara, entonces ¿por qué ella no había sobrevivido? ¿Era acaso qué, después de todo, ella en verdad no podía ser salvada?

—No es eso —le dijo Kurama, el azabache despegó la mirada un instante de la escena de su madre y un sonriente Kurama adolescente, para enfocar su vista en el chico a su lado—. Ella desde luego podía ser salvada.

—¿Entonces…?

—Observa —susurró, su mirada entristecida y llena de dolor.

Sasuke regreso la mirada, justo en el momento en el que la sonrisa de Kurama adolescente fue borrándose de poco a poco.

El muchacho continuó viendo a Mikoto, pero parecía inmerso en sus pensamientos. Mikoto, débil y confundida, lo veía sin tener idea de que le ocurría. Fue entonces cuándo Kurama al fin la vio de nuevo, solo para luego desviar la mirada de ella y observar hacia un costado, en dirección de dónde el pequeño Sasuke se encontraba tendido en la acera. Sin decirle absolutamente nada a Mikoto, él se puso de pie y, cojeando, llegó tan rápido como sus heridas se lo permitieron. Sasuke adulto, al ver esto, también corrió en la misma dirección.

Lo observó entrar en pánico y no saber que hacer, sus rojizos ojos se humedecieron y él soltó un sollozo. 

—Kurama, ¿Qué ocurre?

El susodicho no respondió, pues la respuesta de Sasuke llego de inmediato.

Kurama adolescente trato de serenarse, entrar en pánico no ayudaría al pequeño Sasuke a mejorar. Lo que ocurrió fue que, mientras estaba con Mikoto, era capaz de escuchar los latidos del corazón del niño, fuertes y regulares, pero entonces el latido disminuyo drásticamente y de golpe. Y Kurama no pudo escucharlos a pesar de tener un sentido del oído más agudizado. Él limpio su rostro de las pequeñas lagrimas que caían, para luego inclinarse sobre el pequeño cuerpo y posar su oreja sobre el pecho del azabache.

Cerró sus ojos y se concentró. En parte sabía, o tenía la esperanza, que no podía escucharlos por la euforia de poder ayudar libremente a Mikoto, y por el susto de que los latidos del niño disminuyeran tan rápido. Los dientes le castañeaban en la espera por el sonido, el sonido que le sacara un peso de encima.

Y entonces lo escuchó, fue débil y estaba seguro de que no lo hubiera escuchado de ser un humano, pero ahí estaba. El delicado indicio de que ese niño aún estaba vivo, y escuchó también un leve soplido, salido de sus labios. Sí, estaba vivo, pero su vida dependía de un hilo.

—Cacho…rro —susurró Mikoto apenas, con la mirada cristalizada y observando con dificultad en dirección del nombrado—. Cachorro… ¿qué ocurre? ¿S-Sasuke est…á bien? —en el fondo, en su corazón, ella sabía que no. Aún así, rogaba estuviera equivocada.

El muchacho no tuvo el corazón para verla. En cambio, inspeccionó detalladamente el pequeño cuerpo frente a él. No le tomó nada de tiempo, pues el aroma a sangre le inundó la nariz. Kurama se insultó internamente de mil formas por no haberse percatado de la herida que el niño tenía.

Con sumo cuidado, tomó la pequeña cabecita del azabache y la alzó un poco. Notó de inmediato el porqué de tanta sangre. El adolescente soltó un jadeo que se sumó a la incesante voz de Mikoto, quién continuaba cuestionando en la lejanía por el estado de su pequeño hijo.

—No puede ser —susurraron tanto Kurama adolescente como Sasuke adulto, quien instintivamente llevó una mano hacia el lugar donde ahora yacía la cicatriz. Siempre se preguntó cómo es que llegó allí, si antes no lo estaba.

Ahora tenía su respuesta.

Había un pedazo considerable del cristal de la ventana del auto, incrustado en un costado del cuello del niño, justo detrás del lóbulo de la oreja derecha. Un rio de sangre manaba de la herida y se desparramaba en la acera. Sasuke soltó un jadeo y se llevó las manos hacia los labios, sus ojos se cerraron con fuerza y las lágrimas ardieron con intensidad detrás de sus negros ojos. Ahora todo tenía sentido. Ahora todo estaba claro.

Después de todo, él si le había arrebatado la vida a su madre.

—No seas estúpido —Kurama soltó con ira, dándole un golpe en el costado que le sacó un quejido al azabache.

Escucharon al muchacho sollozar débilmente mientras se aferraba a las ropas sucias y rotas del niño. Más allá, Mikoto continuaba insistiéndole a Kurama por el estado de su hijo. Fueron eternos segundos en los que el llanto del adolescente y el llamado desesperado de Mikoto inundaron la silenciosa noche. El frio calaba hasta los huesos y el aullido del viento volvía todo más aterrador.

Kurama se levantó con más dificultad y corrió tan rápido como pudo hacia Mikoto. Las lágrimas no se detenían y el sangrado de su sien tampoco. Él sujeto el pedazo de cristal que antes había dejado tirado a un costado de la azabache, y lo dirigió hacia su muñeca, dispuesto a desgarrar la piel y darle vía libre al liquido carmesí.

—Te voy a salvar, te voy a salvar, te voy a salvar —susurró una y otra vez—. Te voy a salvar, te voy a salvar…

Y Mikoto volvió a detenerlo.

Kurama sollozó alto y sin consuelo.

—Cachorro…

—¡No! —él soltó de golpe—. No te atrevas a decir lo que piensas. No lo haré… los salvare a ambos. ¡Los salvare a ambos! ¡Te juro que los salvare a los dos, Mikoto! ¡Te lo juro! —sus ojos cerrados con fuerza y dolor. Sabía que ella también lloraba, pero no tenía el valor para verla a los ojos y que ella lo convenciera.
—Kurama… —ella dijo, con dulzura y amor. Su nombre dicho por sus labios fue como la más suave de las caricias.

Él alzo la mirada, confundido.

—¿Cómo es que…?

Pero la sonrisa dulce que Mikoto le mostró al verla a los ojos, le dio su respuesta y le estrujó aún más el corazón. Claro que sabía su nombre, Sasuke era su hijo y Sasuke, después de todo, era amigo de Naruto. 

—Kurama, escucha…me —el susodicho desvió la mirada y negó con la cabeza una y otra vez, pero entonces la azabache alzó débilmente su mano y le acaricio la mejilla, haciendo que él girara el rostro y la observara. Ambos derramaban lágrimas sin reparo. Tanto dolor y tristeza—. No podría… —continuó ella, y de alguna forma ya no le era tan difícil el hablar—. No puedo solo seguir con mi vida sabiendo que, en el proceso, arrebate la tuya. 

—¡Pero yo no moriré!

—Mírame directo a los ojos y dime la verdad. ¿Dar tu sangre a Sasuke y a mí, estando tan herido como lo estas y ya habiendo perdido demasiada, no te matara?

Él no pudo verla.

—Por favor, Kurama… sé que duele, sé que es difícil, pero, por favor, sálvalo a él.

—P-pero yo pue…

—Por favor.

Los segundos que transcurrieron fueron llenos de llanto y sollozos por parte de Kurama, que se aferró al pecho de Mikoto y susurró disculpas una y otra vez, ella se limito a acariciar su cabello y espalda. Sus caricias derritieron el corazón del chico, de ternura y dolor.

Entonces, finalmente se alejo de ella. Ella sonrió una vez más, con cansancio y agradecimiento, luego él se incorporó y fue en dirección del niño.

Sasuke lo vio, débil y resignado, dolido, acercarse a su cuerpo. Notó que no había llevado, de nuevo, el pedazo de cristal, pero eso no fue un impedimento para el adolescente Kurama. Se acomodó a un costado de él en su versión infantil y, con sumo cuidado, lo recostó en sus piernas y dejó expuesto su cuello. Luego acercó su mano hacia sus labios, su mandíbula se abrió y entonces sus colmillos se incrustaron sin piedad en la piel de su propia muñeca derecha. Sus labios se mancharon con su sangre y un poco resbaló por su barbilla. Observó el inerte e inconsciente cuerpo del niño un instante, antes de quitar el pedazo de cristal de golpe y, finalmente, acercar su muñeca sangrante hacia la herida. Sasuke no pudo despegar la mirada de dicha escena.

En el momento en el que la sangre del chico se fusionó con la sangre de su yo pequeño, el sangrado cesó, de alguna extraña pero fascinante manera, la sangre que brotaba de la herida de Kurama pareció adquirir vida, por lo que se hizo camino entre la carne rasgada de Sasuke, ingresando por completo en su cuerpo.

Era una inquietante trasfusión de sangre, y no supo exactamente cuanta ingresó, hasta que la herida poco a poco fue cerrándose.

Kurama estaba sudando, y el color en su rostro se había esfumado; se veía pálido, mal. Se había comenzado a sentir mareado y todo comenzó a verse más y más borroso. Estaba muy cansado, los parpados le pesaban, la garganta la sentía reseca.

La sangre dejo de ingresar, y la carne se unió por completo. Ahora tan solo se veía una línea abultada como única prueba de que Sasuke, por un momento, estuvo entre la vida y la muerte.

La respiración del pequeño se reguló, sus latidos comenzaron a sonar con fuerza y ritmo normal. Su pecho subía y bajaba apacible. El color había vuelto a sus mejillas. Su expresión tan solo era ahora la de un niño tranquilo y durmiente, no la de alguien desangrándose y al borde la muerte. Mikoto sonrió y suspiró con alivio al ver a su niño en mejor estado. Kurama no tenía idea de cuanto le estaba agradecida por lo que había hecho. Desde lejos, ella lo vio temblar e irse de lado por un instante antes de enderezarse.

Mikoto volvió la vista hacia el cielo libre de luna, pero tapizado de hermosas y relucientes estrellas infinitas. Por alguna extraña razón, esa noche parecían brillar con más intensidad. Sonrió, cerró los ojos un momento sabiendo que Sasuke no corría peligro alguno. Abrió los ojos de nuevo y entonces el sentimiento le atacó. Tenía mucho miedo. Su cuerpo cada vez se sentía más frio, sus parpados comenzaron a pesar horrores. No pudo evitar no soltar un pequeño sollozo, por lo cuál se mordió el labio inferior para tratar de acallarlo. El cuerpo le dolía, apenas y podía mover los brazos y el cuello. Las formas a su alrededor habían perdido nitidez, todo cada vez se veía más borroso.

Estaba muriendo.

Una fuerte tos le azotó, removiendo todo su cuerpo y alarmando tanto a Kurama adolescente cómo a Sasuke adulto.

El azabache, entre lágrimas, corrió hacia su madre y se puso de rodillas junto a ella. El chico por otro lado, no pudo siquiera sostenerse en pie, por lo cual cayó irremediablemente al frío y duro concreto de la acera. Las lágrimas en sus ojos brotaron de nuevo mientras, aún en el suelo, volteaba la mirada hacia Mikoto y la veía continuar tosiendo y escupiendo sangre.

—Perdón, perdón, perdón —susurro sintiéndose impotente.

Soltó un fuerte grito lleno de dolor y desesperación, el grito desgarrador de la resignación. Gritó de nuevo y golpeó el suelo en repetidas ocasiones, incluso, por un segundo, perdió nuevamente la consciencia.

Sasuke no supo que le dolió más, ver a su madre sufriendo u observar cómo Kurama trataba de ponerse en pie, sin éxito alguno, tan solo volviendo a caer una y otra vez. El chico lo intentó en repetidas ocasiones, pero estaba demasiado débil y las extremidades no le respondían cómo él quería. Soltó un nuevo grito de desesperación, y luego se quedó inmóvil durante algunos segundos sollozando, mientras la tos pareció empeorar aún más. Pero, entonces, el cuerpo de Kurama emitió un suave resplandor que se propagó a cada rincón de este.

La luz cubría su cuerpo pero su silueta era visible. Pronto, esta comenzó a cambiar, a hacerse más pequeña. Sus brazos y piernas fueron haciéndose más y más pequeños, así como también su cuerpo. La forma de su columna cambió, lo hizo también su cabeza y su rostro. Pronto, antes siquiera de asimilarlo, Karama volvió a su forma de zorro. Tan solo un pequeño zorrito no más grande que un gato adulto, con su pelaje sucio manchado de sangre y tierra.

No se veía tan diferente de como esa vez.

Otra vez estaba sucediendo.

Otra vez estaba perdiendo a alguien que amaba.

El pequeño fue lentamente y con esfuerzo hacia la azabache, ella continuaba tosiendo. Él llegó hacia ella y se recostó contra su cuello, echo bolita. Se escucharon sus sollozos junto con el borboteo de la sangre manando de los labios de Mikoto. El tiempo que tardo en tranquilizarse un poco, se sintió eterno no solo para el pequeño zorrito, sino también para Sasuke y Kurama adulto, que había observado la escena con dolor. Las lágrimas del azache no se detenían. Lágrimas por su madre y lágrimas por Kurama.

—Kurama…

La dulce pero entrecortada voz de Mikoto se hizo escuchar una vez más. El pequeño zorrito se estremeció contra su cuello, pero no alzo la mirada. Sabía lo que seguía a continuación y… no podía. No podía enfrentar esa parte. Ella continuó insistiendo y Kurama continuó hecho bolita contra su cuello, sollozando.

Era una escena demasiado dolorosa, y tanto Kurama adulto como Sasuke la contemplaron sin poder hacer nada. Tan solo continuaron llorando lágrimas acidas que provocaban dolor inmenso, no en su piel, sino en el alma. El peli-rojo porque estaba viviendo la tragedia una vez más, de las mil y una que ya había reproducido en su mente, y Sasuke porque por primera vez sabía la verdad, por primera vez era testigo de los últimos momentos de su querida madre.

—Por fa…vor…

Kurama por fin cedió.

Alzó su carita y sus ojos rojizos de pupilas alargadas observaron su rostro. Las pequeñas gotas de lágrimas se resbalaban por su pelaje y caían sobre el pecho de ella. Él no pudo decir absolutamente nada cuándo ella habló, tan solo guardó silencio y la escuchó.

—Por f-favor… cuídalo —comenzó—. Cuídalo por mí.

Y entonces muchas lágrimas escaparon de sus ojos.

Ella no había querido quebrarse, quería ser fuerte por Kurama, pero ya no pudo evitarlo más. Tenía miedo y estaba muy triste. No quería dejarlos, pero si ella continuaba sin uno de los dos, no podría vivir con ello.

—Él cree mucho en ti —prosiguió—, y desea mucho verte… por favor d-déjalo. Por favor deja que te vea.
Tanto a las dos versiones de Kurama como a Sasuke el corazón les dolió aún mas dentro del pecho. La escena era desgarradora.

Uchiha Mikoto era una mujer fuerte, amable y dulce. Ella siempre tenía una sonrisa en los labios y las palabras correctas cuando debía. Verla llorar era doloroso, les rompía el alma; suplicarle al zorrito de la forma en la que lo hacía era demasiado.

—Él estará dolido, se sentirá muy solo y creerá que todo empeorará a p-partir de ese momen…to.

»Va a culparse, lo sé, lo conozco —soltó un sollozo y su rostro se deformó en un pequeño puchero, las lágrimas continuaban acariciando su magullada y ensangrentada piel—. Creerá que es un castigo por desobedecer a su padre. Va a sufrir mu-mucho… así que, por f-favor, quédate a su lado. No lo dejes solo.
Kurama sollozó.

—Por favor, Kurama… p-prometeme que te quedaras con él. Promete…me que le dirás que que lo amo y que no deseo que se culpe, porque él no tiene la culpa de na…da —cerró los ojos y nego apenas con la cabeza—. Quiero que viva bien y-y feliz… por favor…

Como naufrago en medio del mar que se aferra con desesperación a un pedazo de madera, Mikoto se aferraba a la esperanza que representaba Kurama en ese momento. Esperanza de que no solo consolaría a Sasuke, sino que también Sasuke consolaría a Kurama. Ella esperaba de todo corazón y con el alma, que ambos pudieran contar con el otro y que supieran salir adelante. Que no se hundieran por lo sucedido y que fueran muy felices.

Él se inclinó hacia Mikoto, con sus ojitos rojos brillozos por las lágrimas, y unió su frente a la de ella. Lágrimas como gotas de cristal, que brillaban en rojo por las llamas ardientes que rodeaban el destartalado auto, rodaban por sus peludas mejillas y caían sobre el rostro de Mikoto. El zorrito sabía que ella deseaba irse en paz. Era lo menos que merecía; y Kurama no era nadie para impedirlo.

«Lo prometo, Mikoto». Susurró suavemente en su mente, con amor e infinita ternura. Tal cual su madre susurró en su mente antes de fallecer, hacía ya tantos años atrás.

—¿T-Te quedarás c-con él?

«Lo prometo». Repitió.

—¿Le dirás que lo amo c-con toda el a-alma? —apenas dijo.

«Se lo diré».

—¿Le harás entender q-que no es su culpa?

«Lo haré».

—¿Sabes… que tampoco es tu culpa?

«Lo s-sé…».

—Los amo… a los dos. No lo olvides, no d-dejes que lo olvide... Por favor.

«Jamás lo p-permitiré…».

Las palabras de Kurama, susurros en su mente, se repitieron durante algunos instantes en su cabeza. Finalmente, Mikoto sonrió. Ella, con sus ojos rojizos y cristalizados por el llanto, lo observó sin perder la sonrisa. Era una expresión hermosa que iluminaba su rostro a pesar de los golpes y la sangre. Había esperanza en su mirada y una infinita paz que a Kurama le caló hasta los huesos.

Y permanecio así, con la sonrisa dibujada en sus labios y su expresión, incluso después de que el brillo de sus ojos menguara poco a poco y la vida escapara de su cuerpo en una última exhalación.

La noche de pronto se volvió ademasiado fría. Congelante. Y un silencio sepulcral reino lo que pareció una tortuosa eternidad. Entonces Sasuke adulto soltó un jadeo de dolor y las lágrimas se intensificaron. Gimoteo y sollozó como hacía mucho no lo hacía. Kurama se acerco a él, se puso de rodillas a su lado y lo abrazó con fuerza. El muchacho azabache correspondió de inmediato aferrándose con desesperación a sus ropas. El llanto no cesó, más bien aumentó. El peli-rojo también lloró, sintiendo como le arrancaban el corazón una vez más.

Kurama zorruno alzó su patita afelpada, y temblorosa, y cerró los ojos de Mikoto con suma lentitud y cuidado. La sonrisa permaneció en su rostro aún luego de ello. Finalmente el zorrito se echó a llorar. Gimoteo y sollozó contra la piel fría del cuello de Mikoto, y sintió su corazón desgarrarse ante el silencio. Ya no había más sangre corriendo, y ya no había más latidos resonando en su caja torácica… Mikoto estaba muerta.

El llanto por parte de los chicos y el crepitar de las llamas que redeaban el auto era lo único que se escuchaba en medio de la congelante y desolada noche. Y así fue durante lo que pareció eones. Pero, entonces, las orejitas de Kurama captaron otro sonido, estas se movieron en diferentes direcciones hasta lograr identificar el sitio exacto. Y, sin haber alzado la mirada aún, supo qué encontraría.

Él se alejó del cuello de Mikoto, y giró la mirada hacía un magullado, sangrante y desorientado Sasuke niño, quien trataba de entender qué era lo que estaba sucediendo.

Sasuke adulto continuaba aferrado a Kurama, quien contemplaba como él niño observa en dirección de su madre y su versión infantil. No tenía el corazón para decirle al azabache que viera lo que sucedería, porque, después de todo, no hacía falta que dijera nada. Pronto él mismo lo escucharía.

—Kurama… —susurró el niño, incrédulo, viendo al peludo zorrito, quién estaba cubierto de tierra y sangre. Cuándo volteo a verlo, sus ojos rojos hicieron que se estremeciera de pies a cabeza.

Sasuke despegó su rostro del pecho de Kurama y miró en dirección de su yo pequeño. Habia tanta tristeza y dolor en su expresión.

Primero, el niños sonrió. Esbozó una sonrisa tan pura y radiante, que Kurama se sintió cegado por unos segundos. Él intentó correr, pero cayó de rodillas raspandose un poco. No le importó. Se levantó y fue hacia el zorro, a paso lento pero seguro. La sonrisa continuaba en su carita lastimada. Pero, entonces, conforme avanzaba y se acercaba, la alegría se esfumó de su rostro.

Su expresión se desfiguró en una mueca de horror. Sus ojitos se movían histéricos del cuerpo de su madre hacía el pequeño Zorrito.

—¿Mamá? —dijo, y su voz fue tan baja que pareció en realidad como si no hubiera dicho nada.

Las dos versiones de Kurama y Sasuke lo vieron inhalar con fuerza, luego comenzó a boquear cómo si el oxígeno a su alrededor se hubiera extinto. Las lágrimas no tardaron en hacer acto de aparición, mojando sus mejillas y dejando un rastro dónde las gotas saladas limpiaban la suciedad de su piel.

—¿Mami? —jadeo, seguido de un sollozo. Esperó por una respuesta que nunca llegó—. Mami —La llamó con más fuerza pero tampoco hubo respuesta.

Él la llamó una y otra y otra y otra vez, y continuó llamándola mientras se acercaba más y más. Y las lágrimas continuaron escapando de sus ojitos mientras su pequeño corazoncito se agrietaba con cada paso que daba. Finalmente llegó, dejándose caer de rodillas junto ella. Miró su rostro pálido y manchando de sangre y tierra y rastros de lágrimas, y acaricio la fría piel de su mejilla. Él volvió a llamarla, pero ella tan solo continuaban sonriendo con sus ojos y labios cerrados, en una expresión de inmensa paz. Él lo sabía sin que nadie se lo dijera, aún así no lo terminaba de procesar.

—Mami, a-abre los o-ojos —pidió con voz entrecortada—. Mami, por favor abre los ojos —suplicó; pero ni todas las súplicas del mundo juntas harían que ella abriera los y lo mirara y le sonriera con esa sonrisa tan hermosa y dulce que poseía—. ¡Mami, abre los ojos!

Y suplicó y suplicó, y no obtuvo ningún resultado más que el dolor en su pecho y las lágrimas derramadas.

Sasuke veía a su yo pequeño con tristeza. Las lágrimas se habían detenido, como si de tanto llorar se hubiera secado el recipiente que las contenía. Se sentía pesado pero ligero. Veía a su yo niño con atención, pues la escena no era algo que él recordara haber hecho; su sueño, recuerdo, de ese momento, se terminaba en el instante en el que Kurama lo veía a los ojos, luego de ello ya no sabía que había ocurrido. Durante mucho tiempo creyó que se había desmayado por el shock, pero al parecer su mente había bloqueado ese recuerdo.

El niño continuaba llamando a su madre, ahora aferrado a ella recostado sobre su pecho, la sangre de sus ropas mancharon las del pequeño, mezclando sangre que él había derramado, con la de su madre.

—Kurama… —llamó entonces al zorro. El pequeño alzó la mirada y clavó sus negros ojos en él, quien yacía a aún costado. El niño sonrió esperanzado—. ¿Vas a curarla, verdad? —para el zorrito fue como si le hubieran arrancado el estómago con las manos desnudas, de repente tuvo muchas ganas de vomitar, podía sentir la bilis detrás de su lengua—. ¿Verdad que lo harás? —sus ojitos cristalizados y rojos por las lágrimas lo vieron con tanta súplica, que Kurama se encogió sobre sí y soltó un jadeo lleno de dolor—. Kurama, ¿lo harás? —insistió una vez más—. ¿Lo harás…?

Su respuesta fueron más sollozos y gemiditos lastimeros.

«Lo siento». Susurró en su mente.

Y no hubo necesidad de que explicara porque se lamentaba, ya que todo era muy claro y el niño entendía perfectamente., pero el dolor estaba ganando en su corazón.

—¡Kurama, salvala! —Exigió a gritos—. ¡Salvala! —El dolor desbordando de su pequeño cuerpo en forma de lágrimas interminables, pucheros y gritos desesperados—. ¡Salvala!

El zorrito cerró sus ojos con fuerza y se alejó del niño. El pecho le dolía demasiado, tanto que costaba respirar.

«No puedo… salvarla…».

—¿¡Por qué!? —se puso de pie e intentó ir hacia Kurama, este retrocedió—. ¿¡Por qué no puedes salvarla!? ¿¡En serio no puedes!? ¿¡O es que no quieres!?

Kurama no dijo nada. El dolor en su pecho estaba comenzando a propagarse por todo su cuerpo, respirar era cada vez más difícil. Quería llorar otra vez y gritar hasta lastimarse la garganta. Retrocedió de nuevo cuando el niño quiso acercarse más a él.

—Kurama… por favor. Por favor, por favor, por favor…

Pero no importaba cuánto suplicara, tampoco importaba que Kurama deseara con gran intensidad el ayudarlo. No importaba. Mikoto había muerto. No había vuelta atrás. No existía la opción de «Continuar partida donde se quedó», luego del «Game over».

«Lo s-siento —sollozó—. No puedo hacer ya nada. Ella murió… e-ella murió».

El corazón del niño terminó por romperse. Su mirada poco a poco cambió. En lugar de esperanza, tan solo había una profunda decepción, ira y…

—¡Te odio, Kurama! —Gritó con todas sus fuerzas—. ¡Te odio!

Kurama soltó un gruñido de asombro y terror ante las palabras del niño, su corazón se contrajo de dolor. Su expresión se deformó cómo si le hubieran un puñetazo en la boca del estómago. La visión de sus ojos tristes y furiosos rasgaron su alma.

Intento, ahora él, acercarse al niño, pero en esa ocasión fue Sasuke quien retrocedió.

—¡No te acerques a mí!

El cuerpo de Kurama se congelo por ante los gritos del niño y por el llanto de este. Apenas duro un instante quieto, y luego intento de nuevo acercarse. Pero el niño volvió a retroceder y volvió a gritarle, y huyó de su tacto como si de algo aberrante se tratara. Fue al comprender eso que Kurama soltó otro jadeo de asombro y dolor. Su corazón se contrajo y dolió de una forma diferente de la que dolía la muerte de Mikoto… pero al mismo tiempo era muy similar.

Observó el rostro del niño, desfigurado en una mueca de inmenso odio y gran dolor. Su pequeño y herido cuerpo se contraía con espasmo e hipidos y las lágrimas tenían vía libra sobre sus sucias mejillas.

Quería tanto poder acercarse y consolarlo, decirle las palabras que Mikoto quería que le dijera. Pero él estaba rechazándolo con tanta fuera, y Kurama se sentía tan mal, que no estaba seguro de poder hacer algo. Su pecho continuaba soliendo ahorro res haciendo que respirar fuera una tarea demasiado difícil. Sus peludas patitas habían comenzado a temblar no supo exactamente cuándo. Pero, aun así, debía hacerlo, tenía que decirle que Mikoto lo ambas, que tan grande era su amor que se sacrificó por él.

Contemplo al niño mientras este caía de nuevo de rodillas junto a su madre y se aferraba a ella con fuerza. Intento ir una vez más a su lado.

—¡Te dije que no te acercaras! ¡No te acerques, no te acerques! —El gritó con fuerza. Sus negros ojitos inyectados en rojo por la furia y dolor— ¡Te odio! ¡No quiero verte nunca más! ¡Desaparece! ¡aléjate de mí! ¡aléjate de nosotros!

El zorrito sinti cómo, con cada palabra que salía con total desprecio de la boca del niño, cientos de cuchillos se clavaban en su corazón. El dolor era como un agujero negro que comenzaba a absolverlo lentamente, torturándolo con desesperación. Kurama tenía miedo de ser absorbido e intentaba con todas sus fuerzas aferrarse a algo, lo que fuera, para dejar se sentir que estaba siendo completamente consumido por el dolor.

«Perdón —susurro en su mente—. Yo quería ayudarla, en serio quería hacer —habló un tanto rápido, desesperado—. Le insistí en que podía ayudarla a ella y ayudarte a ti —explicó, necestina que él entendiera—, pero ella…».

—Es tu culpa —dijo entonces el niño, alzando la mirada del cuerpo sin vida de su madre.

Las lágrimas continuaban humedeciendo la piel de sus mejillas, pero ya no gritaba. En cambio, lo observaba con una seriedad aterradora para tratarse de un niño de diez años. De alguna forma, el brillo en sus negros ojos que le daban el toque infantil y tierno, ya no estaba, se veía triste y molesto, resignado y dolido. Todo a la vez.

—Es tu culpa —repitió el niño. Se puso completamente de pie, viendo al zorrito de nuevo—. Podrías salvarla y no lo hiciste. La dejaste morir… ¡Es tu culpa! ¡Por tu culpa mi mama ya no esta! ¡Tú me la quitaste!

Kurama gimoteo, chilló, cómo si lo hubiesen herido de muerte. Se encogió sobre sí mismo soltando chillidos. Las palabras de Sasuke se clavaron con mucho dolor y fuerza en lo más profundo de su alma.

—¡Te odio, Kurama¡ —Repitió Sasuke, pronunciando alto y claro sus palabras—. ¡Te odio! ¡No quiero verte nunca más! ¡Tú me quiste a mi mamá! ¡Jamás voy a perdonarte! —Se acercó un par de pasos al zorrito, quién temblaba ante los gritos y el dolor en su corazón—. ¡Nunca voy a perdonarte! ¡Vete! ¡Vete y novuelvas¡! ¡N-No vuel…vas! —Gimoteo.

Pronto, él estuvo nuevamente llorando con profundo dolor, con su expresión una vez mmásas deformada por las lagrimas y su cuerpo dando espasmos. Se abrazó a sí mismo mientras caía de rodillas sin dejar de llorar y temblar.

Kurama lo vio ahí, tan frágil y tan débil, tan desolado y dolido, y no pudo acercarse. No pudo moverse un centímetro y no trató de hacerlo, no pudo porque las palabras del niño continuaban repitiéndose en su mente una y otra y otra y otra vez. Y se odio a sí mismo porque, a pesar de que Mikoto le había dicho que no tenía culpa alguna, él continuaba culpándose.

Se quedo ahí, un instante demasiado largo, viéndolo, queriendo acercarse, pero deteniéndose antes incluso de hacer un mínimo movimiento. Le había hecho una promesa a Mikoto, tenía que cumplirla. Pero él también estaba dolido y se sentía terrible. No creía ser capaz de poder hacer algo por Sasuke cuándo no sabía ni que hacer consigo mismo. Además de que el niño gritaba que no lo quería cerca, con tanto odio en sus ojos.

Y entonces, a lo lejos, las sirenas de las ambulancias se comenzaron a escuchar, acercándose y acercándose.

El zorrito comenzó a respirar con dificultad, cómo si de repente todo el dolor y cansancio cayeran de golpe sobre sus hombros, con un peso que no era capaz de soportar con su pequeño cuerpo. Se tambaleo hacia un lado mientras sus patitas perdían fuerza y él caía en el duro y frío asfalto.

Todo se volvió negro a su alrededor.

Cuando la claridad volvió, lo primero que observó fue el apacible y hermoso rostro del Guardian, con sus dorados ojos y su cabello azul. Había cierto brillo en sus irises: pena, tristeza, culpa. El Guardian lo tenía acunado entre sus brazos con mucho cuidado. Kurama se sentía muy ligero y asueñado. El peli-azul le sostuvo la mirada por lo que se sintió una eternidad. Eurus le sonreía con dulzura y tristeza, había muchas emociones en su dorada mirada.

Y nuevamente la melodía de las sirenas de las ambulancias ingresaron por sus canales auditivos. Él viró la mirada hacia un costado y ahí lo vio.

Un inconsciente Sasuke estaba siendo alzado del suelo y colado con sumo cuidado sobre una camilla. Su cuerpo flácido y sin fuerza alguna fue asegurado por los paramédicos. A unos metros de distancia, yacía el cadáver de Mikoto, cubierto por una manta blanca.

El zorrito luchaba por continuar consciente, pero se encontraba en un estado en el nada excepto el cuerpo de Mikoto y el pequeño Sasuke captaba su atención.

Las personas comenzaban a congregarse alrededor, las sirenas continuaban sonando y los oficiales ponían la cinta para restringir la escena y trataban de alejar a los curiosos. Al pequeño no le importaba si el Guardián y él se encontraban justo en medio de toda la escena, no le importaba si todos lo veían… tan solo quería acercarse una vez más a Mikoto, verla una última vez. Y Eurus cumplió su deseo. Caminó hacía el cuerpo cubierto de la azabache con él en brazos. Nadie parecía prestarles atención, era como no estuvieran, o como si nadie fuera capaz de verlos. Los sonidos eran difuminados y el entorno distorcionado, o al menos así lo sentía Kurama.

Eurus se puso de rodillas y bajó con cuidado al zorrito. Este no hizo ni siquiera el intento de ponerse en pie, de todos modos sentía su cuerpo tan entumecido que, incluso si lo hubiera intentado, no hubiera podido hacerlo. Se quedó ahí, recostado sobre el frío concreto mientras el guardián descubría el rostro de Mikoto para él pudiera observarla.

Kurama no dijo nada cuándo la contempló una vez más. Tan solo lloró en silencio y se lamentó de nuevo. Ella era joven y hermosa, y pudo haber tenido una gran y larga vida por delante junto a su familia, pero ya nonhabía posibilidades de ello. Ella se había ido.

Se arrastró hacia la azabache y unió su frente con la de ella:

«Te quiero, Mikoto». Susurró, aunque ella ya no podía escucharlo, pero la sonrisa imborrable en su expresión le calentó el pecho un momento. Quizá, por muy extraño que parecía, ella sí lo había escuchado. Dejó que ese pensamiento le reconfortará el alma.

El Guardián lo sostuvo de nuevo en sus brazos luego de volver a cubrir otra vez el rostro de la azabache. Se puso en pie con él aún acunado.

Todo a su alrededor continuo deformándose y haciendo más y más borroso, los sonidos ya eran nulos y el frío estaba apoderándose de su cuerpo. Lo último que observo antes de quedar inconsciente una vez más, fue el cuerpo de Sasuke sobre una camilla siendo subido a la ambulancia y esta marchándose, alejándose sin detenerse.

Finalmente, la oscuridad lo consumió.

 

Notas finales:

YYYYYYYYYYYY

Eso fue todo por ahora.

¿Qué tal?

¿Qué les pareció?

¿Les gustó?

Yo espero y sí. Lloré mucho con esto y me costo mucho avanzar, así que creo que me sentiría no sé, triste, si no les gustó. Pero espero y sí.

Nuevamente, lo siento mucho por la espera, y no puedo decir cuándo será la siguiente actualización, porque no tengo idea y serían cuentos de mi parte. Así que solo les pido un poquito más de paciencia. Pero hay una cosa que si les puedo prometer, la espera valdrá la pena, o al menos eso quiero creer. No trato de ser egocéntrica, es solo que creo que sí les gustará.

Bueno, esto es todo por ahora, no tengo idea de qué más decir, si lea soy sincera. 
Sí el capítulo lea gustó, ya saben que pueden hacérmelo saber por medio de un hermoso comentario. Y si no, igual pueden hacérmelo saber. Sobre todo, pueden dejarme sus amenazas de muerte bien lindas, es más que claro que me lo merezco.

Que el ángel me los cuide siempre. Besos y abrazos.

¡Hasta la próxima


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