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Calderilla por Marbius

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2.- Poco más de 4€.

 

El siguiente en tener oportunidad de conocer a ese Tom con el que Georg había tenido un encontronazo tiempo atrás no fue otro más que Gustav.

Para entonces ya habían pasado un par de años, y sus vidas eran radicalmente diferentes a como lo habían sido antes. En lugar de una banda de garaje con un nombre ridículo, sueños de grandeza tan inflados como un globo aerostático, y ropa de oferta comprada en los grandes almacenes, eran Tokio Hotel,  con una buena pila de premios por sus discos de platino en casi toda Europa y algunos países en el resto del mundo, y por descontado, prendas de marca entre las cuales se destacaban algunas que los habían elegido a ellos como su imagen pública para mejorar ventas.

Como prueba de ello, la colección de tenis Reebok que la compañía le había dado como regalo a Tom por participar en un comercial y ser el rostro oficial para la temporada. La misma colección que el mayor de los gemelos no paraba de presumir, pues tenía un par de tenis para cada día de la semana, y en distintos y variados colores como para que su obsesión por combinar de pies a cabeza quedara satisfecha.

Si era o no una manía insana de la cual el resto de los miembros de la banda se aprovechaban para burlarse de él, a Tom no le importaba, y en cambio le agregaban plumas a su figurada cola de pavo real, pues iba de aquí a allá rechinando los zapatos sobre cualquier piso y presumiendo de lo bien que le sentaban.

—Ugh, no te sorprendas si alguien decide de pronto hacerles un dibujo en marcador permanente —le previno Bill, y después agregando por lo bajo—: Y en especial que ese alguien sea yo…

Haciendo caso omiso de sus palabras, Tom continuó limpiando su par de tenis favorito con un cepillo de dientes y agua jabonosa, poniendo especial énfasis en los costados y la suela, puesto que en su poder tenía piezas de colección limitada, y no estaba dispuesto a desmerecerlos por algo tan bobo como una mancha de lodo cerca del talón.

—Déjalo estar, que a nadie molesta más que a ti —intervino Gustav, que de los cuatro era quien menos se interesaba por meterse en los asuntos de sus compañeros de banda, y a cambio exigía la misma cortesía—. Tú eres igual cuando se trata de maquillaje, y nadie te dice nada.

—¡¿Estás seguro de eso, Gustav?! —Le retó el menor de los gemelos a desdecirse, pero éste le sostuvo la mirada y salió vencedor cuando al cabo de un minuto fue Bill el primero en parpadear y perder aquel duelo.

—Bah —gruñó el menor de los gemelos antes de retirarse a una esquina.

Aunque en sí aquel enfrentamiento no tuvo repercusiones entre Bill y Gustav puesto que más tarde se les podía observar a los dos bromear como si aquel roce no hubiera ocurrido jamás, no fue el caso de Tom, quien aprovechando que esa noche cada uno tenía reservado para sí una habitación privada de hotel, se pasó por la recámara del baterista a eso de las diez, llevando consigo una botella de vodka y su mejor sonrisa.

Al verlo parado ante su puerta y con una botella que era de su predilección en cuanto a marcas y grados de alcohol, Gustav le franqueó la pasada e hizo una fluorita con la mano para dejar bien en claro que encontraba extraña aquella repentina atención que Tom le prodigaba, pero que no la rechazaba en lo absoluto.

—¿Qué, ahora resulta que no puedo mostrarme amable con nuestro baterista? —Ironizó Tom al avanzar directo al área de servicio, donde pasó del minibar y mejor se concentró en los dos vasos que servirían para beber.

—No cuando traes alcohol como pago y esperas que te acompañe a beber —replicó Gustav con mordacidad.

—¿Y quién dijo que yo iba a beber? Sabes bien que nadie te puede seguir el paso —dijo Tom, que ignorando el humor cáustico del baterista se había sacado de uno de los bolsillos una bolsa con gummy bears coloridos, y tras romper el sello había metido una pieza verde dentro de uno de los vasos antes de servirlo hasta el borde.

Tendiéndole a Gustav aquel que no tenía el dulce, propuso hacer al menos un brindis.

—Por mi valeroso guardián, que me ha protegido de mi espantoso, cruel, y rufián hermano gemelo.

—¿Y el gummy bear es para…? —Inquirió Gustav, que con todo había cogido el vaso y después lo entrechocó con el de Tom.

—Ya te lo dije, el vodka no es para mí. Demasiado… ugh, demasiado como vodka, no es para nada mi estilo, así que leí por ahí que los gummy bears eran una buena opción para endulzarlo y hacerlo potable.

—En ese caso… —Gustav le extendió su vaso, al que ya le faltaba un sorbo—. Echa uno. Y procura que sea rojo.

—¿Rojo? —Repitió Tom.

—¿Acaso tartamudeé, Kaulitz? Rojo he dicho —y en el acto cayó hasta el fondo de su vaso un gummy bear tan rojo como la sangre—. Así me gusta.

Aunque el regusto dulzón no era del agrado de Gustav (a su consideración arruinaba el sabor característico del vodka), éste no hizo ningún aspaviento al pasar el resto de su vaso con todo y gummy bear, haciendo por último una demostración exagerada al masticarlo ruidosamente igual que si se tratara de un chicle.

—Ya está. Tu ofrenda de gracias ha terminado. ¿Algo más?

—Bueno… —Se hizo Tom el remolón, pasando el dedo índice por el borde de su vasito todavía lleno a medias—. Pensaba que igual podría quedarme un rato y… conversar.

—¿Conmigo? —Clarificó Gustav, quien de la banda se consideraba el menos apropiado para aquella labor. Si Tom quería una conversación, que buscara a Bill, puesto que el menor de los gemelos podía hablar por codos y rodillas como el que más. No él. Jamás él. Nunca Gustav Schäfer.

Tom bufó. —Sí, contigo. Bill me ha hecho cabrear antes, y Georg ya estaba dormido, por lo que sólo quedas tú.

—¿Así que soy una especie de premio de consolación? —Presionó Gustav por una respuesta, y los ojos abiertos en demasía de Tom revelaron congoja.

—¡No, claro que no! Qué cosas dices, caray… —Y después volvió a la normalidad con su actitud desenfadada y sonrisa ladina—. Que no salí al expendio de la esquina a comprar vodka para nadie más que para ti, ¿comprendes? Y también los gummy bears.

—Mmm…

Indeciso entre tomar como válido su razonamiento o no, Gustav bajó la guardia el tiempo suficiente para que Tom le sirviera un poco más de vodka en el vaso y con ello le hiciera una oferta imposible de rechazar.

—Anda… —Insistió con ojitos de cachorro que le iban mejor a Bill con sus pestañas maquilladas, pero que de cualquier modo a él también le salían en una versión bastante decente—. Prometo hacer que valga la pena…

Y aunque después daría fe de ello, en el momento en que dijo ‘sí’, Gustav no se imaginaba ni por asomo hasta qué grado Tom se encargaría de cumplirle esa promesa…

 

Bebiendo sin ton ni son y aderezando cada trago con un gummy bear de color distinto al anterior, Tom no tardó en achisparse más rápido de lo que acostumbraba y a dar tumbos por la habitación.

Gustav no recordaba haber visto así jamás al mayor de los gemelos, puesto que por regla general éste era un tanto cuidadoso con su consumo de alcohol. Por supuesto, eso no quería decir que nunca bebiera, ni que seguido no se emborrachara, pero por lo general tenía bien marcada la línea divisoria que separaba los tragos de diversión de aquellos otros que a la mañana siguiente le propiciarían una resaca de campeonato y recuerdos nebulosos de su comportamiento de la noche anterior.

Pero al parecer, con poca experiencia dentro del campo de los licores fuertes, Tom le había hecho confianzas a la botella de vodka, que sin decoraciones superfluas daba la impresión de ser agua y nada más, y tal cual, como si se tratara de agua había bebido Tom varios tragos seguidos, sin saber que el golpe del alcohol le llegaría todo junto cuando menos se lo esperara.

—Uhhh… —Se tambaleó Tom de pronto, y aunque se encontraba sentado con la espalda recargada en la cabecera de la cama, tuvo que sujetarse con fuerza al edredón para no caer rodando fuera del colchón.

—Te lo advertí —dijo Gustav, que por su parte había sido más moderado con sus tragos y apenas estaba sintiendo el calor característico de la bebida en la yema de los dedos—. Deberías parar ahora que estás a tiempo.

—Nuh, estoy bien. Maravillosa… mente… bien…

Aunque se empeñó en demostrarlo, lo cierto es que a partir de ese punto la conversación entre los dos tuvo un serie declive, pues pasaron de hablar de la nueva novia de David Jost con su impresionante par de melones al frente, para desviarse a la última chica que Georg había conquistado cuando pasaron por París, y finalizar con una historia por demás escandalosa y secreta de la que hasta entonces Gustav no tenía conocimiento.

—Hablando de Georg… Una vez hice un baile especial para él —masculló Tom, arrastrando las palabras y sirviéndose un poco más en su vaso todavía no vacío. El toque final fueron tres gummy bear que se echó a la boca y que pasó con líquido como si se tratara de píldoras—. Muy, muy especial…

—¿Ah sí?

No muy interesado en aquel asunto, Gustav consideró despachar de una vez por todas a Tom a su habitación, pero descartó esa opción cuando se hizo patente que el mayor de los gemelos seguro no podría ponerse en pie por su cuenta, y la idea de mandarlo sin más compañía que la propia en el largo pasillo que separa sus suites traía consigo el riesgo inherente de que a la mañana siguiente su manager lo encontrara a medio camino, desplomado y ahogado en su propio vómito.

Pese a la frialdad con la que solucionaba problemas que no consideraba propios, Gustav sí estimó como su responsabilidad a Tom, por no haberle puesto un freno a su consumo de vodka y permitirle llegar a ese estado, por lo que se resignó a compartirle la mitad de su cama y cuidar de él en lo que quedaba de noche.

En esas estaba Gustav cuando Tom pareció tomarle la iniciativa para prepararse a dormir al apartar su vaso y amagar el sacarse la camiseta que vestía, pero lo que no encuadraba con esa imagen era el tarareo con el cual lo hacía.

—¿Tom? —Gustav le chasqueó los dedos—. Hey, Tom… ¿Qué diablos crees que haces?

—Bailar, duh —respondió éste, aunque sus movimientos más bien asemejaban a un gusano que quisiera salir de su crisálida antes de tiempo, porque la falta de coordinación hacía de ello todo menos un baile.

Continuando con sus intentos, Tom se arrodilló en la cama, y moviendo las caderas al ritmo de una canción que sólo él escuchaba, por fin logró sacarse la camiseta y no perdió tiempo en ondearla un par de veces en el aire y cerrar lanzándosela a Gustav en la cara.

El baterista la recibió con un gesto de incredulidad, dejando que resbalara por su rostro hasta caer en su regazo sin más ceremonia.

—Tom… —Volvió a intentar hacerlo entrar en razón, pero Tom ya había cruzado la línea del raciocinio, e intensificando los círculos que hacía con sus caderas, se estaba ocupando de su cremallera.

El mayor de los gemelos disminuyó el ritmo de su pretendidos strip tease y esbozó un puchero. —¿Qué, no te gusta? Porque Georg no tuvo quejas… aunque con él sí hubo música…

—¿A esto te referías con ‘un baile especial’? —Enfatizó Gustav con las cejas enarcadas y dispuesto a moler a palos al bajista por no habérselo contado antes, aunque fuera para prevenirlo de nunca en la vida permitirle a Tom beber más allá de su resistencia.

—Duh…

Dejando ir sus pantalones, Tom se enfocó en pasarse las manos por el torso y el vientre, y ondulando las caderas en el proceso, y Gustav habría de jurar que en otras circunstancias aquello le asemejaría a una babosa retorciéndose por un baño de sal, pero en esos instantes… Tom era casi sexy, y en ello estaba la clave de su perdición.

Damn… Sexy bitch… —Tarareó Tom al tiempo en que se pellizcaba un pezón entre el pulgar y el dedo índice, y como si se tratara de una señal, Gustav requirió de apretar los muslos para confirmar lo que ya se temía: Una erección de caballo semental entre las piernas y con la que se podría romper concreto igual que si se tratara de un martillo.

A punto de odiarse y despreciarse por lo que le restaba de vida, Gustav preguntó:

—¿Qué canción es esa, Tom?

—Oh, ya sabes… La del tipo ese… el francés que… —Murmuró el mayor de los gemelos, delineando su contorno en caricias incitantes, subiendo por las costillas y luego bajando por las esmirriadas caderas que tenía. El toque final lo consiguió mordiéndose el labio inferior—. La que no dejan de poner en los clubs…

—Me hago una idea de cual —dijo el baterista con voz ronca y sobrecogida por un deseo que apenas unos minutos atrás era existente.

De nuevo, sus niveles de autodesprecio se elevaron hasta la estratósfera cuando su boca y su cerebro se desconectaron, y en su lugar, su pene tomó el mando.

—¿Quieres que busque la canción para ti? Digo… Si tantas ganas tienes de bailar…

Habiendo rotado un poco el cuerpo para sacar el trasero y moverlo al ritmo de una música que sólo pertenecía a sus oídos, Tom le miró por encima de un hombro y asintió con párpados pesados y sensuales.

—Ajá… Pero te va a costar.

Su carrera. Su orgullo. El dominio de sí mismo. Su dignidad… Gustav enumeró una tras otra las pérdidas que se habían acumulado esa noche, y con un chasquido de lengua determinó que no le importaba. Su padre, al enviarlo fuera de casa a su primer tour le había advertido que “cuando cabeza chica piensa, cabeza grande no lo hace” pero había desestimado aquella frase trillada como un consejo inválido para él, rey del autocontrol y firme como un peñón, pero igual que como marcaba otro refrán, había caído más rápido por hablador que por cojo… Aunque hablando de cojos y de coger…

—La última vez que hice mi baile especial el muy tacaño del Hobbit sólo me dio dos euros, ¡menos que dos euros!, ¿puedes creerlo?

«Por como bailas… no», pensó Gustav, que de su bolsillo había sacado el móvil y se estaba conectando al internet del hotel para de ahí acceder a YouTube, porque por descontado era que entre sus archivos no se encontraba la canción que Tom pedía para continuar con su show.

—Mi baile es por lo menos de… diez euros, tal vez veinte… —Farfulló Tom a la espera de la música, con los pantalones colgando peligrosamente bajos por las caderas y enseñando con ello el nacimiento de su vello púbico a la vista de Gustav, que alternaba miradas a la pantalla de su móvil con otras a las de esa zona.

Mientras esperaba, Tom se llevó a la boca la botella de vodka, y sin molestarse con finuras bebió un largo trago que después le hizo toser. El cierre fue un puñado de gummy bears que lavaron la rudeza del alcohol con un exceso de dulce contra el paladar, justo a tiempo para las primeras notas de la canción que tanto se había empecinado en bailar.

Con David Guetta y su Sexy Bitch como música de fondo, Tom no perdió oportunidad en demostrar su talento innato para el baile, poniéndose de pie en la cama y haciendo todo un espectáculo del desnudarse del todo y plantarse así frente a Gustav, que por todo, sólo atinó a mantener la boca desencajada y los ojos casi fuera de sus cuencas.

—¿Dónde aprendiste eso? —Preguntó apenas pudo volver a articular palabra, pero para entonces Tom ya había pasado a sentarse sobre sus muslos, pasando una pierna a cada lado de su cadera y obviando el hecho de que él estaba desnudo y el baterista no.

—Talento natural. Ahora… ¿Y mi dinero? Porque si no me veré tentado a pedirte que pongas Bitch Better Have My Money y eso no te va a gustar…

Con la cabeza ladeada y el cabello en delgadas trenzas cayéndole sobre un hombro, Gustav consideró en el ahí y el ahora que Tom tenía la capacidad para convertirse en su perdición, por lo que aturullado maniobró para sujetarle por la cadera con una mano, y con la otra se sacó la billetera del bolsillo trasero.

—Toma lo que quieras —le ofreció.

A cambio Tom cogió la cartera con una mano, y guió con la que tenía libre a la de Gustav para que cubriera por completo su pequeño pero firme glúteo y apretara.

—Ok, toma lo que quieras —le remedó con humor, y con ello cerró la transacción.

Una ganga, o una estafa, según la perspectiva de quien se viera a la mañana siguiente cuando la sobriedad volvió a sus cuerpos y el saldo de aquella velada salió a la luz.

 

Ni en un millón de años y de vidas se imaginó Gustav alguna vez despertar con Tom acurrucado contra su pecho y hablando dormido de nadie más y nadie menos que de Bill.

La reacción que habría querido Gustav para semejante escena habría sido la de fría indiferencia y madurez. Simplemente justificar las acciones de horas pasadas como juego de borrachos, hormonas, culpar al que hacía meses que no se acostaba con nadie, y después fingir desconocimiento de ese momento y pactar jamás de los jamases volver a mencionarlo, pero en su lugar…

—Mierda… Mierda… ¡MIERDA! —Gimoteó con verdadero dolor emocional y físico, que rebosante, se le desbordaba a borbotones directo desde el alma y le ahogaba.

Con un picor en los ojos que le advirtió del llanto en camino, Gustav se vio tentado de levantarse de golpe y salir corriendo, olvidando su desnudez y la de su compañero de cama, y tan sólo huir… a Noruega… a vivir como montañés… a criar ovejas… y pasar los duros inviernos a solas… llamándose Olaf… Olaf Olafsson.

Los pasos para esa vida ascética en el desconocimiento del público, escondido de reflectores, y dejando atrás su pasado como Gustav Schäfer, el que se había aprovechado de la borrachera de uno de sus mejores amigos para comprarse una noche con él y obtener un baile de regazo con final feliz por los míseros contenidos de su billetera.

Sólo pensar en ello le hacía gimotear más, y los temblores que lo sacudieron fueron los que despertaron a Tom, quien sin siquiera abrir los ojos se abrazó con más fuerza a él y lo consoló a su manera.

—Shhh… Es muy temprano para una crisis…

—¡Pero…!

—Y el que debería llorar soy yo. ¿Sabes cuánto había en tu billetera? Lo conté antes de dormir… Apenas poco más de cuatro euros. Así que si fuera una groupie no me habría alcanzado ni para el taxi de regreso.

—Tom…

—Ni hablar si me dedicara a hacer shows como esos… ¿Es que tan mal bailo?

A pesar de lo mal que se sentía, Gustav le reafirmó lo contrario. —No, tienes talento.

—Menos mal que tengo un plan de repuesto por si esto de la banda falla —intentó bromear Tom, pero su chiste no fue bien recibido por Gustav, que todavía sentía estragos por la culpa de lo que habían hecho, y le abrazó con fuerza mientras murmuraba repetidas veces “lo siento, Tom, lo siento tanto”.

Con buen corazón le propuso Tom dormir más, y horas después cuando por fin despertaron una segunda vez, el mayor de los gemelos no hizo ni la más mínima mención de sus ojos irritados, ni de las marcas de mordiscos que ambos llevaban esparcidas por el cuerpo; en su lugar fingió normalidad, e instó a Gustav a hacer lo mismo por el bien de su amistad.

Sólo después de usar su baño, beber agua de su grifo, y vestirse para de una vez por todas regresar a su propia suite, Tom hizo la única mención del asunto.

—Pero los cuatro euros me los llevo yo, eh —y le guiñó el ojo—. Es mi botín, que lo suyo me costó.

Y sin palabras para despedirlo, Gustav lo dejó ir casi igual que como éste había llegado: A su marcha, y a su ritmo, pero también con su efectivo...

 

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