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Premisas (de más de un tipo) por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escrito sin afanes de lucro y por amor al GxG~

Premisas (de más de un tipo)

 

Por supuesto que el don, si es que se le podía llamar con ese nombre tan burdo, no era ninguna clase de poder sobrenatural como quiso interpretar Nana Schäfer cuando se vio confrontada a la extraordinaria habilidad de Gustav para predecir el futuro, sino un simple y llano poder de deducción que superaba al de la media, sí, pero que tenía sus bases en la lógica y no en la brujería.

El mismo Gustav era consciente de ello, pues eran sus cinco sentidos, ayudados por una fuerte intuición, los que le permitían realizar sus predicciones al pie de la letra, pero al parecer la cordura saltaba por la ventana apenas intentaba explicar su línea de pensamiento a un tercero, y la consecuencia más habitual era que entre su familia primero, y después entre sus amigos, se le tratara con un reverencial respeto por su ‘magia’.

—¿Cómo hiciste eso? —Era la pregunta más socorrida cuando de la nada Gustav hacía una sugerencia, una observación, una simple predicción, y los acontecimientos se cumplían como si fueran por la mano del mismísimo destino.

El asombro era universal, al igual que la incredulidad cuando desmenuzaba la explicación basándose en sus sentidos físicos; y después también lo fue el fastidio cuando uno tras otro sus razonamientos se toparon con pared e incredulidad, pues era más divertido creer que él poseía un don de premonición que simplemente admitir que su habilidad para conectar puntos era excepcional.

Pero claro, a las pruebas tendría que remitirse…

 

—No abras esa alacena —dijo Gustav una mañana en la que él fue el primero en levantarse en la casa que el estudio rentaba para ellos en Hamburg para la grabación de su primer disco como Tokio Hotel. La frase iba dirigida a Tom, quien estaba por sacar un plato hondo del mismo estante que su gemelo porque moría de ganas de comer cereal igual que éste. Sin inmutarse, Gustav explicó mejor su orden en vista de que Tom se había quedado con la mano en el aire y sin atreverse a tocar siquiera la manija—. Se te van a venir encima algunas tazas y romperás más de una.

Aquello no era tan complicado de predecir. Las alacenas del departamento eran pequeñas, y al ser cuatro ellos, contaban con un exceso de vajilla que la noche anterior había sido mal acomodada en los estantes. Al abrir aquella alacena en la mañana, Gustav había retirado un plato y puesto un poco de orden en su interior, pero Bill no había hecho lo mismo, y antes de cerrar la puerta, el baterista había sido testigo de la colección de tazas mal apiladas que se habían bamboleado y hecho peso en una dirección que las precipitaría irremediablemente al vacío.

Vamos, que no hacía ser ninguna clase de genio para darse cuenta de ello, pero al parecer nadie salvo él había presenciado esa suma de circunstancias, por lo que Tom se vio tentado a probar su suerte y abrió de golpe la puerta de la alacena…

Y una tras otra se desestabilizaron tres tazas, de las cuales sólo pudo salvar una y las dos restantes se hicieron añicos contra el suelo.

—Te lo dije —murmuró Gustav llevándose el tenedor a la boca y prosiguiendo con su desayuno.

Su labor ahí había terminado.

 

—Esta noche tenemos que salir —declaró Gustav ante Georg, con quien compartía habitación en su casa-estudio y había desarrollado una buena amistad a pesar de la ligera diferencia de edad.

—Uhhh… —Tendido de costado sobre su cama, en pijama, y leyendo una revista de música, Georg se tomó unos segundos antes de cuestionar su declaración—. Vale. ¿Por qué? ¿El universo ha vuelto a susurrarte al oído en ese lenguaje que sólo tú entiendes y dice que de no hacerlo el techo se vendrá sobre nuestras cabezas?

—No, peor. Esta noche pelearán Bill y Tom.

—Mierda…

Y es que dicha fuera la verdad, cuando ese par reñía era mejor mantenerse fuera de su alcance y cubrir distancia, no fuera a ser que en el proceso algún sartén volador les impactara por mala suerte y acabaran con varios puntos en el proceso.

—Pero… —Georg se humedeció los labios, y con reverencial cuidado preguntó—. ¿Cómo lo has sabido? Hace rato los vi, y estaban como siempre.

‘Como siempre’ entendido como felices con su mutua compañía, unidos en un frente invencible, bromeando entre sí, listos para enfrentarse a quien desafiara su vínculo de gemelos y de paso demostrar por qué juntos no había quién los venciera.

—Ah, pues…

Gustav torció la esquina de la boca, pues si se atenía a los hechos duros y fríos, Georg lo tacharía de vil loco y se negaría a creerle, así las pruebas fueran tan contundentes como para casi ser tangibles.

Y es que de hecho lo eran, pues Gustav no tenía una o dos, sino media docena que le auguraba que una fiabilidad de su pronóstico casi libre de fallo. La primera había sido Tom usando de su loción especial, la que se ponía después de su baño matutino cuando entre sus intenciones para más tarde estaba el visitar a cierta chica autodeclarada como su Groupie #1. Lo que le remitía a la segunda prueba: La extraña forma circular que se marcaba contra la tela de los jeans de Tom, y que a cada paso crujía con un inconfundible sonido metálico que era tan evidente para él como imperceptible para el resto. Gustav no se iba a jugar las manos al fuego por ello, pero sí un par de euros que lo apostaban todo a que ese era un condón. Y que para las preferencias de Tom en materia de preservativos, valía la pena doblar la cantidad afirmando que era un ultrasensible de su marca favorita. Esto llevaba a la prueba tres: La mentira con la que Tom afirmaba que esa tarde iría al parque con ‘unos amigos’, y que por descontado era una falsedad grande como una casa porque sólo ciertas chicas de moral relajada y dispuestas a prestarse a ello eran amigas de Tom pero no de Bill, ya que juntos compartían un círculo de amistades bastante cerrado, salvo las excepciones antes mencionadas. Un cuarto punto era el silbido de cierta cancioncilla que Tom sólo ejecutaba cuando estaba de un humor particularmente satisfecho, reservado para cuando David elogiaba sus habilidades en la guitarra o cuando estaba por acostarse con alguien, y no era difícil deducir cuál de los dos sería. La quinta señal de su lista fue la sensualidad inherente de Tom al juguetear toda la mañana con el piercing de su labio, mostrándose particularmente agresivo cuando su mirada se perdía en el aire y sus pupilas se dilataban; y más clara ni el agua, pues esa era excitación en estado puro, y el que luego el mayor de los gemelos cambiara de postura y reacomodara su camiseta tres tallas más grande sobre su entrepierna era sólo la confirmación de lo que Gustav ya sabía. En un sexto puesto estaba además su nerviosismo, y la manera en la que se conducía alrededor de Bill, siendo particularmente amable con él como si quisiera disfrutar de esos últimos momentos de comunión antes de que su desliz con Groupie #1 acarreara consigo desgracias sobre ambos igual que si de granizo del tamaño de pelotas de golf se tratara…

Porque Gustav podía seguir enumerando más y más vaticinios de que a) Tom tenía una cita para sexo esa noche; b) a Bill eso no le parecía; c) iban a tener por lo tanto una de sus épicas peleas; y d) era mejor ponerse a resguardo mientras podían, en su mente quedó clara una resolución: Huir, y de ser posible, llevarse a Georg consigo para que no se viera involucrado como causalidad de una pelea que no era la suya.

Todo aquel tren de pensamiento cruzó su mente en apenas una fracción de segundo, pero cuando Gustav abrió la boca para explicárselo a Georg, comprendió que de nada serviría exponérselo así al bajista porque éste lo tacharía de charlatán, no por su profecía de un par de gemelos disgustados el uno con el otro y peleando con palabrotas y a puñetazos más tarde, eso lo creía a pies juntillas, sino por la explicación que daba de por qué suponía en primer lugar que los hechos se darían justo de esa manera.

Para Georg esos razonamientos detallados no eran más que pautas aisladas, y sin la capacidad de suma que Gustav ostentaba, para él daba lo mismo que la lista se alargara hasta el infinito, porque no veía la relación entre una cosa y otra, y en su lugar prefería ser fiel devoto de los súperpoderes que su amigo ostentaba, más como un misterio que como un hecho contundente.

Y ya que el propio Gustav había acabado por resignarse a ello de experiencias pasadas, en lugar de exponer su tren de pensamiento y demostrarle a Georg con diagramas por qué la suma de ‘Tom en una cita con una chica que su gemelo no aprobaría ni en mil años’ + ‘Bill enterándose de sus andadas porque podía leer a su gemelo como un libro abierto era’ = a ‘una pelea de campeonato en donde cuando los gigantes peleaban eran las hormigas quienes perecían’, mejor se encogió de hombros y sugirió:

—¿Y si vamos al cine a una función doble? Seguro que para cuando regresemos ya habrá pasado el huracán y ese par habrá hecho las paces hasta la próxima vez que se pisen los dedos de los pies.

Inocente de su propia ignorancia, Georg sonrió y asintió. —Me gusta ese plan.

Así Gustav se salvó de vuelta de ser llamado charlatán, no por sus poderes de predicción que contadísimas veces fallaban, sino por su lógica.

 

Con los años, la habilidad innata que tenía Gustav para apreciar con sus sentidos y discernir la verdad que no siempre estaba a simple vista fue mejorando hasta el punto de casi convertirse en un poder que hasta a él mismo sorprendía.

Observaciones como “Lleva paraguas, hoy lloverá” así el cielo estuviera despejado y con un sol radiante en el firmamento eran pronóstico seguro de lluvia, y ay del que no le hiciera caso porque regresaba hecho sopa y con un resfriado en puerta; comentarios tales como “Se te ve mejor la camiseta blanca que la negra” acarreaban para el segundo involucrado un buen o mal día según si tomaba el consejo o no; y ni hablar de los consejos directos tipo “Veronika que no te conviene, créeme en eso” que de caer en saco roto acarreaban consecuencias masivas seguidos de arrepentimiento hasta la médula.

Gustav se había superado a sí mismo, y a ratos hasta quería creer que en realidad gozaba de poderes sobrenaturales que funcionaban a su favor, pero la magia del momento desaparecía al chasquido de un dedo, pues él no era del tipo de engañarse a sí mismo, y para todo tenía una explicación plausible.

“Es que se siente húmedo, y en el aire hay estática, señal de una tormenta.”

“El blanco resalta mejor tus facciones, el negro te hace parecer enfermo; así conseguirás mejores resultados.”

“Veronika coquetea con cualquiera que tenga dos piernas (y un pene entre ellas), en realidad no te ama y no lo oculta.”

Así sin proponérselo fue que Gustav se hizo de un séquito fiel que consultaba su opinión cuando de temas peliagudos se trataba, pero también de esos otros que no tenían gran valor a la vuelta de unos segundos y que a ratos preferiría poder ignorar pero sin conseguirlo ni una sola vez.

El único que mostró una leve resistencia a estar bajo su control fue Tom, quien por un largo periodo de tiempo se rehusó a creer que en verdad Gustav tuviera consigo los vaticinios correctos en un 100% de las ocasiones, pero su hesitación se evaporó una tarde de ensayo en la que Gustav le dirigió una mirada de desinterés, y sin más declaró:

—Yo que tú tendría cuidado con esa guitarra…

—Bah.

—Ya cumplí con mi cometido…

Y antes de los cinco minutos Tom vio su destino cumplido cuando una de las cuerdas de su instrumento reventó de golpe y le cortó los nudillos en una fina pero profunda línea que comenzó a sangrar sin parar y que puso un alto a su ensayo por lo que restaba de día.

Cuando Georg se dirigió hacia Gustav para preguntarle cómo demonios se había dado cuenta que algo así pasaría, porque además él había estado con Tom la semana anterior cuando éste cambiara las cuerdas de su guitarra, y era una locura suponer que estuvieran desgastadas, o que se hubieran colocado mal. El incidente era a todas luces un misterio para él, y quería escuchar la explicación que el baterista tenía para ofrecerle, incluso si le resultaba imposible de comprender.

—No lo sé —dijo Gustav, por primera vez nervioso mientras hacía memoria y no encontraba ningún indicio de que eso estuviera por pasar salvo por su intuición—. Puede que viera un deterioro en las cuerdas, o que algún crujido indicara lo que estaba por ocurrir… pero no lo recuerdo.

—Así que por una vez tu fama de profeta es verdadera —murmuró Georg con reverencial asombro, pero al baterista no tardó en darle un golpe en el brazo.

—No. Sólo… pasó. Y da la casualidad que atiné, pero eso no significa nada.

Pero ahí donde para el baterista el suceso no tuvo nada de memorable, para Tom (y con él Bill tuvo una reafirmación) fue una prueba contundente de que tenía que estar del lado de Gustav y jamás contra él.

Jamás.

 

La vida continuó, Gustav siguió mejorando en sus habilidades deductivas, y en el ínterin… Georg se enamoró por primera vez en su existencia.

Gustav lo supo casi al mismo tiempo que el propio Georg, pues éste no era nada sutil cuando de sus sentimientos se trataba. El bajista era uno de esos casos raros que Gustav podía leer como un libro abierto, en donde no había dobles caras ni dobles intenciones; lo que tenías al frente era lo que era sin partes ocultas o excesivamente adornadas, y el baterista apreciaba de manera especial a su amigo por encima de muchas otras personas sólo por ello.

Así que Georg se enamoró y Gustav se tomó como tarea personal averiguar de quién se trataba y así ayudarle.

Los primeros indicios marcaron cercanía.

Georg tendía a sonrojarse abundante y seguido con el típico tono de las colegialas; grandes manchones le marcaban las mejillas, y dependiendo de las circunstancias, podía subir hasta sus orejas o bajar por su cuello de manera tan obvia y visible que a Gustav le costaba no preguntarle a un tercero si él era el único que podía apreciar aquellos cambios tan obvios en su amigo.

Además estaba el cambio de voz, pues normalmente la de Georg era grave y modulada, pero en tiempos recientes pasó a volverse insegura a ratos, seductora en otros, y por regla general un tanto cargada de una dulzura que antes no se encontraba ahí y que se permeaba en cada una de sus acciones.

—Ten —le dijo a Gustav una tarde que volvió del supermercado y le entregó una bolsa de patatas fritas con aderezo de cebolla y crema agria, sus favoritas—. Las vi y pensé en ti.

—Gracias —contestó el baterista, tomando nota de cómo Georg se jugueteaba un mechón de cabello en su dedo índice y actuaba con una delicadeza que no era propia de él.

«Debe de haberse encontrado con la persona misteriosa que lo tiene encandilado», pensó Gustav, y dentro de su razonamiento estaba el decir ‘persona’ para no tener que especificar el sexo.

Desde mucho, mucho, bastante tiempo atrás, Gustav había llegado a la conclusión de que todas las personas en el mundo eran básicamente bisexuales hasta cierto punto. Unos más que otros, y sólo unos cuantos de todo ese montón que caían en las orillas absolutas de los espectros, los verdaderos homosexuales y heterosexuales de la humanidad, pero en general era una mayoría abrumadora la que, si bien se declaraba como sólo atraída al sexo opuesto, en realidad se le podría catalogar como ambivalente llegadas las condiciones apropiadas.

Bajo ese precepto, Gustav creí sin lugar a dudas que Georg era bisexual, y no del tipo que vive engañado a lo largo de su vida y muere sin ceder a su impulso más básico de sexualidad y amor, sino de ese otro tipo al que llegada la persona y el momento correcto, cede a su instinto y se enfrenta a su verdadera naturaleza con apenas conflicto interno después de tan importante revelación.

Sin poder jurar que ese punto de quiebre era el que Georg estaba experimentando en esa etapa de su existencia, Gustav se jugaba con un gran margen de ventaja a que las posibilidad de que así fuera no eran bajas, y tendían a subir día a día…

Más pruebas se sumaron a su teoría a lo largo de las siguientes semanas, conforme el enamoramiento de Georg comenzó a consolidarse y a tomar forma, manifestándose primero en una felicidad absoluta y teniendo como contraparte una melancolía densa que se permeaba dentro del autobús de la gira en un radio de por lo menos veinte metros.

—Ugh… ¿Es la, qué, millonésima vez que Georg pone esa canción en lo que va de esta semana? —Preguntó Bill a nadie en particular, sentado entre Tom y Gustav a la hora del desayuno mientras esperaban que su bajista estrella saliera de su litera, de donde lo único que se escuchaba era la melodía de You and Me de The Cranberries.

Sin ser una canción del todo deprimente o que como temática llevara el desamor, tampoco era lo opuesto, y el punto medio sobre el que flotaba tenía implicaciones de una esperanza que Georg no parecía sentir cuando tarareaba el coro y su voz reverberaba plagada de añoranza.

—No sé si le estoy cogiendo gusto o manía después de todas las veces que la he escuchado, pero pagaría porque la cambiara por otra —gruñó Tom, que a esas horas de la mañana tenía poca paciencia para el ruido, y Georg cantando el coro de esa canción en particular le ponía los pelos de punta.

—Hablaré con él —se ofreció Gustav, y dejando su desayuno a medio consumir se acercó al área de las literas, donde Georg le daba la espalda y continuaba cantando con ese tono doliente que no era del todo triste pero tampoco denotaba ninguna clase de felicidad.

Eternally it will always be you and me —chapurreó Georg en inglés mientras se ponía un calcetín y luego el otro.

—Vaya, no sabía que podías cantar así —le asustó Gustav al aparecer de la nada, y Georg calló de golpe—. No, me gusta, continúa. Seguro que Bill accede a tener un cantante de repuesto en ti.

—Lo dudo, pero… Gracias. Supongo.

—De hecho… —Se sentó Gustav en la litera que estaba al lado de la de Georg y que era de Tom—. Vine porque los gemelos están… molestos, pero también preocupados por ti.

Georg le dirigió una mirada de no comprender.

—Ya sabes, por… ¿Tu nueva obesión por The Cranberries? No son precisamente lo que se dice música alegre y para bailar. Hasta me atrevería a decir que son bastante deprimentes.

—Ya, pero me gustan. Y tengo ánimos de escucharlos. Si nadie te dice nada a ti por tus maratones de Metallica ni a los gemelos por los suyos de Nena y Samy Deluxe, no veo por qué un poco de The Cranberries en las mañanas pueda disgustarles a ustedes.

—No es que nos disgusten tal cual sino más bien-…

—Vale. Lo entiendo. Mensaje recibido —le acortó Georg, y sin molestarse en ponerse los zapatos ahí, los cogió con dos dedos y se retiró, dejando a Gustav con la vaga sensación de haber errado en su aproximación pero sin tener del todo claro en qué.

A The Cranberries en las mañanas vino a sustituirles Dido con el que sería su primer disco, lo cual no era ninguna clase de mejora en relación a música o letras, pues sus canciones eran también cargadas hacia el lado de la nostalgia que se permeaba de Georg y se esparcía en el resto de sus compañeros de banda como un gas paralizante que hacía al resto experimentar una versión reducida de los sentimientos por los cuales estaba pasando el bajista en esa etapa de su vida.

En consideración a sus amigos, Georg pasó a escuchar su música con audífonos, pero el resultado fue incluso peor, pues ahora que no tenía quejas por el ruido se le podía encontrar gastando cada minuto de su tiempo libre escuchando música con el rostro entristecido y moviendo los labios al ritmo de una voz que nadie más que él escuchaba.

Alguna vez captó Gustav fragmentos, y sólo sirvieron para confirmar sus sospechas.

I know you think that I shouldn't still love you, or tell you that. But if I didn't say it, well I'd still have felt it. Where's the sense in that?... I'm in love and always will be…

Y aunque buscarle significado a aquellas canciones era una tarea casi indigna de sus habilidades de predicción, Gustav igual lo hizo con una devoción un tanto enfermiza que lo hizo descargar la música directamente a su computadora personal y escucharlas sin parar (con audífonos, por supuesto, y en la privacidad de su litera ya tarde en la noche), leyendo las letras y analizando sin parar la relevancia oculta que pudieran tener para su amigo.

Excepto que no tenían ninguno que él no hubiera deducido ya de antemano, y que confirmaban su teoría de antes: Georg estaba enamorado, ajá, y al parecer era mucho más fuerte que un simple crush.

 

Si bien la solución más sencilla para saciar su curiosidad habría sido acercarse a Georg y directamente preguntarle a quién pertenecía su corazón, Gustav no lo hizo por simple orgullo de sus facultades, que hasta entonces se jactaba de que nada pasaba bajo su nariz sin que él lo supiera primero, y el que la identidad del ganador de los afectos del bajista siguiera siendo un misterio para él era el único freno que necesitaba para controlarse y continuar indagando.

A la búsqueda de más indicios, Gustav encontró que Georg ahora ocupaba su tiempo libre ejercitándose con infinidad de lagartijas, abdominales y sentadillas, además de cuidarse la piel (al parecer, con asesoría de Bill) y empezar a aplicarse loción (de la mano de Tom, pues la esencia era similar a la suya), y en general procurando mejorar su apariencia física para el o la quienquiera por el cual se corazón latiera desbocado.

Lo cual en opinión de Gustav era una soberana tontería, porque Georg estaba bien como era, y quien fuera merecedor de sus afectos lo aceptaría tal cual era, y no por una versión mejorada de sí mismo… Que también a criterio del baterista, no estaba nada mal…

No con esos ojos verdes suyos que tenían una carga emotiva de pasar por alto; no con sus labios sensuales y de perfecta carnosidad para un beso; no con su largo cabello, que planchado o en su ondulado estado natural, despertaba en Gustav la necesidad de acariciarlo para comprobar por su cuenta si era tan sedoso como aparentaba o… Y hasta ahí llegaban los pensamientos del baterista, que ofuscado por el rumbo que estos habían tomado, se levantó para echarse agua helada en el rostro y recuperar el control de sus sentidos.

Con todo, Georg prosiguió en su labor de construir una versión mejorada y superior de sí mismo, al punto en que sin ningún apuro comenzó a pasearse por el autobús de la gira sin camiseta y presumiendo a cualquiera que estuviera a su alcance de pasarle una mano por el estómago para que se cerciorara de la dureza de sus músculos y la definición de su cintura.

—Vale, ahora tienes estómago de cuadrícula… Genial… Bien por ti… —Lo ignoró Bill, pasando la página de una de sus revistas Vogue y más concentrado en las nuevas tendencias para la temporada otoño-invierno que en la recién conformada figura de Georg que le hacía pasar de Hobbit (el apodo que Tom le había puesto) a un Legolas cualquiera.

Tom no fue tan rápido para descartar los avances de Georg, aunque se abstuvo de propinarle un golpe sobre el ombligo tal como el bajista le pidió, y en su lugar le pellizcó un costado, topándose ahí con cero grasa y músculo duro.

—Bah, yo podría tener lo mismo si quisiera —desdeñó con envidia sus avances, y sólo Gustav fue testigo de ello, observando la escena por encima de sus lentes de montura gruesa y listo para lo que sería un tercer turno donde Georg se le acercara y le pidiera abrillantar su ego con un par de frases acordes a su nuevo cuerpo.

Pero… no ocurrió.

En su lugar, Georg le dirigió una leve mirada de reojo y le dio la espalda. Ahí terminó el show, pues al instante se volvió a colocar su camiseta y se retiró en silencio al otro extremo del autobús.

Por sí sola, la acción habló; y por una vez, Gustav no supo qué escuchar.

 

En el ínterin de su investigación para descubrir por quién paseaba Georg en la calle del amor no correspondido, Gustav tuvo tiempo de descubrir que los gemelos estaban por agregar una faceta más a su lista interminable de vínculos.

Y que resumido en una vasta palabra era: Amantes.

Sin proponérselo de antemano, Gustav se vio enfrentado a pistas aquí y allá, todas las cuales conducían al mismo camino y señalaban lo inevitable: Que tarde o temprano ese par acabaría juntos, y quizá no de la manera en que la sociedad definiera como adecuado, pero era lo que había y tocaba joderse.

El reconocimiento de esa información orilló a Gustav a una breve pero profunda indagación en su alma, donde quedaba sobre la palma de su mano decidir cuál sería su camino a seguir. Pero bastaron tres (largos) segundos para que éste determinara que ni Tom ni Bill cambiaban ante sus ojos por el simple hecho de romper un tabú con el que para empezar él ni estaba convencido por considerarlo fallido bajo un precepto: Si a nadie dañaban, ¿por qué tenía que ser de relevancia a terceros mientras lo guardaran para sí? Y convencido de que ese par estaría bien si su intervención, Gustav los dejó ser.

A cambio de ello, documentó el lento proceso que duró poco más de un mes, donde el detonante fue uno de tantos repetidos ataques de celos de Bill cuando su gemelo salía del departamento que compartían los cuatro para reunirse con algunas chicas que sólo conocía para un fin concreto, y la nitroglicerina y la mecha la pusieron ellos dos al estar a solas en la misma habitación.

«Estaba destinado a pasar, y mi intervención no habría hecho nada más que daño», concluyó Gustav cuando ocurrió, decidido a retirarse para darle a ese par la privacidad que necesitaban, y a la salida del piso fue que se encontró con Georg subiendo las escaleras luego de una intensa sesión en el gimnasio.

—Mejor no subas —le aconsejó Gustav—, o podrías ser testigo de algo que te traumatizaría de por vida.

—¿Qué no están sólo los gemelos en el departamento?

—Ajá. ¿Y tu punto es…?

—Vale —se encogió Georg de hombros—, sería un idiota de no hacerte caso cuando al parecer eres el contenedor de toda la sabiduría del universo, ¿correcto?

Dispuesto a replicar que no toda como Georg afirmaba, sino una minúscula fracción, Gustav se dispuso a abrir la boca, pero la cerró en el acto cuando en el rostro del bajista apreció ese tono sonrosado al que se había acostumbrado, pero no por completo.

—Uhm…

—Te estaba tomando el pelo. Como sea —cambió Georg el rumbo de su conversación—, ¿a dónde quieres ir? Ya que nos está vedada la entrada, mejor sería buscar un sitio agradable para pasar el rato que quedarnos esperando en las escaleras, ¿no te parece?

Dando por sentado que cada uno tomaría rumbos diferentes durante las próximas horas, Gustav se encogió de hombros y le otorgó el poder de decisión a Georg.

Fue así como sin planearlo ni mucho menos esperarlo tuvieron una agradable tarde de cine, cena, y un paseo por el parque aledaño al bloque de departamentos antes de volver a su piso luego de un tiempo prudente.

—Henos de vuelta aquí, donde todo empezó —bromeó Georg cuando volvieron horas después y se quedaron alargando el momento frente a la puerta de entrada—. Lo usual sería que luego de una cita te besara, o tú a mí. Depende de quién de los dos sea el...

—¿Hombre y la mujer?

—Iba a decir el más atrevido, para no caer en estereotipos ridículos, pero seh —se rascó Georg la punta de la nariz—. Si así lo quieres definir.

—Pero no fue una cita —acotó Gustav de vuelta, volviendo a los pormenores—. Más bien una salida entre amigos que se vieron exiliados de su departamento por razones mayores.

—¿Cómo dos Kaulitz peleando?

—O algo mejor, o peor…

—Mmm, peor que eso… —Sopesó Georg sus opciones, aunque Gustav estaba seguro que nunca de los jamases sería capaz de siquiera acercarse a la realidad.

—Es mejor si no lo sabes —dijo Gustav, rebuscando entre sus llaves por la correcta y dispuesto a introducirla en la cerradura cuando de pronto la mano de Georg se cerró sobre su muñeca y lo detuvo.

—Gus…

—¿Qué?

Aunque de algún modo la indirecta de Georg acerca de considerar su salida como una cita lo había puesto sobre aviso, Gustav no atinó ni a cerrar los ojos cuando de pronto el rostro de su amigo estuvo a escasos centímetros del suyo y la distancia se redujo en cámara lenta hasta que sus bocas se unieron en el más tímido, corto y seco de los besos que hubiera recibido en la vida. Que no eran muchos en realidad, pero se destacaban por esos y más adjetivos de corte similar.

Al separarse, Georg parecía turbado y un tanto ido, pero logró recomponerse a tiempo para mascullar:

—Gracias por lo de hoy —y aprovechando que Gustav había alcanzado a meter la llave en la cerradura, se limitó a girarla, entrar, y después cerrarle la puerta en la cara al baterista, que se tomó un par de minutos para procesar aquello y no pudo llegar a una conclusión satisfactoria.

¿Qué diablos acababa de ocurrir ahí?

 

Por cortesía de Gustav fue que los gemelos empezaron una relación ilícita y oculta del mundo, a excepción de él, quien con sus sentidos súperdesarrollados era el único que escuchaba su cama crujir en la madrugada, el inequívoco aroma a sexo que emanaba de ambos, el flirteo disimulado con el que se trataban ahora, los roces secretos que se prodigaban cuando creían no ser observados, y hasta las palabras de amor susurradas que sólo se atrevían a expresar cuando creían no tener testigos, cuando en realidad lo tenían a él, a quien no se le escapaba nada.

Satisfecho en su papel de guardián autodesignado, ni por un instante le paso a Gustav por la cabeza que alguien más pudiera atestiguar lo que él, pero se equivocó, y de la peor manera.

Después de todo, eran cuatro hombres en la flor de la vida conviviendo codo con codo en un departamento que no podía catalogarse de pequeño con las comodidades con las que contaba, pero que tampoco era grande, y que obligaba a una convivencia forzada gracias a un único baño y a la ausencia de espacios extras en donde recluirse cuando querían estar a solas. Y aunque en cierta medida habían logrado cada uno hacerse de su rincón especial al tener dos recámaras y repartir sus interiores en dos partes equitativas, también era verdad que las líneas se desdibujaban, y era más común que no el que dentro de esas cuatro paredes existieran roces, que a su vez derivaran en más…

—¿Has…? —Inició Georg el diálogo una mañana de sábado en la que los gemelos habían vuelto a Loitsche para pasar el cumpleaños de su abuela y estaban programados para volver a la mañana siguiente, dejándolos así atrás a él y a Gustav por algo así como treinta horas de las que ya habían desperdiciado tres holgazaneando en su recámara antes de que el hambre los obligara a levantarse para preparar algo de comer.

Parado frente al fogón y revolviendo el contenido de un sartén, Gustav se giró y preguntó: —¿Qué?

Todavía buscando dar forma a sus pensamientos, Georg se tomó unos segundos antes de volver a hacer un segundo intento de comunicación.

—Ya sabes… Se trata de ti, por supuesto… Algo debes de haber intuido a estas alturas…

—Pero no es intuir el verbo que yo utilizaría, y lo sabes —gruñó Gustav, que detestaba la descripción de sus habilidades lógicas bajo ese velo de misticismo que las hacían parecer cosa de magia cuando nada más alejado de la realidad podía ser—. Pero continúa.

—Vale, vale… Mi punto es… —Georg tamborileó los dedos sobre la mesa y Gustav alcanzó a contar hasta diez antes de que el bajista volviera a hablar—. ¿Has notado algo diferente en los gemelos?

—¿Diferente como…?

—No me hagas decirlo. Basta que digas sí o no para que ambos sepamos de qué hablamos.

—Mmm… —Bajando el nivel de la flama, Gustav cubrió el sartén con la tapa que le iba a juego y se giró hacia Georg, cruzado de brazos y con la espátula todavía sujeta entre los dedos—. Digamos que digo que ‘sí’. ¿Y después qué? ¿Cuál sería tu reacción?

—Sabía que no podía ser el único que notara algo fuera de lugar —musitó Georg, todavía anonadado, para sí mismo—. Es que… Resulta increíble, pero a la vez era tan obvio.

—Se veía venir.

—Bueno, no… Pero una vez que lo descubrí me costó no creer que estaba… destinado a ocurrir.

—Ya, exactamente lo que yo pensé.

—Wow… Simplemente… Wow…

Gustav inhaló a profundidad y su pecho se expandió. —Pero… ¿Estás bien con eso?

—¿Por qué no habría de estarlo? Es… Una prueba de que el amor verdadero supera cualquier tipo de barrera y… Puede triunfar —finalizó con un tono de voz diferente, que pasó de esperanzado a descorazonado—. Si ellos pueden, cualquier puede, excepto cuando… no.

—Oye, Georg…

Consciente de que tenía el hilo que desenredaría el misterio de su amor secreto entre los dedos, Gustav se dispuso a darle un tirón, a indagar en el misterio y conseguir una respuesta, pero antes de que pudiera hacerlo, el bajista tragó saliva y se forzó a formar una sonrisa en su repentinamente pálido rostro.

—La comida se está quemando —dijo Georg de pronto, y bastó que Gustav se diera media vuelta para retirar el sartén del fuego para que éste se marchara de la habitación y desde la puerta principal se escuchara un portazo.

Atónito, Gustav volvió a quedarse con la vaga sensación de que sus habilidades de predicción se diluían sin remedio.


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