Por ti
Despertó agitado, respirando maratónicamente. Su corazón latía desbocado y con fuerza, mientras gotas de frío sudor resbalaban por su frente. Un nudo intenso le apremiaba la garganta, al tiempo que un agudo dolor le apuñalaba el pecho desde dentro. Se sentía fatal emocionalmente hablando, lo cual se reflejaba claramente en la mueca afligida plasmada en sus gráciles facciones.
Notó el temblor de su cuerpo en cuanto recobró el sentido de la realidad, causándole aun mayor desconcierto del que ya, de por sí, sentía. Cogió el móvil que yacía sobre la mesita de noche, percatándose por el reloj en la pantalla táctil que pasaban de las seis en aquella fría madrugada.
Inhaló hondo y soltó despacio el aire, tratando de apaciguar el errático palpitar de su corazón. La habitación estaba en completa penumbra, algo que no ayudaba en lo absoluto a tranquilizarlo. Las imágenes del reciente sueño que había tenido seguían reproduciéndose incesantemente en su cabeza, aumentando el sentimiento de desolación, mientras una sensación brutal de desesperación lo atacaba. Había sido tan real, tan vívido, tan doloroso; ¿sería acaso una especie de aviso? Él para nada creía en esas ridiculeces, sin embargo en ese momento estaba tan aturdido por lo que había soñado, que su cordura perdía el sentido y lo hacía creer en cualquier tontería.
Recordó entonces qué día era aquel y se sintió aun peor, la tristeza tomando el control total de sus emociones. En pocas horas su prometido hasta hace un par de días y actual ex novio, abordaría un avión con destino a Los Ángeles para estudiar música allá, por lo que de seguro no lo vería más.
De pronto escenas de su reciente sueño se manifestaron, causándole un terrible dolor de cabeza.
El recuerdo de su ruptura, la partida de Kakarotto a Estados Unidos y el cambio en su carácter.
El veloz pasar del tiempo, en el cual ambos se volvían versiones muy distintas de sí mismos.
Ambos alcanzaban sus metas, ganando fama y fortuna; uno en la música, el otro en las finanzas.
Kakarotto se hacía adicto a las drogas, él se convertía en un conquistador profesional.
Comenzaban relaciones conflictivas, desencadenando sucesos futuros que serían irreversibles.
Volvían a verse después de años, pero su amor no era capaz de resistir las pruebas del destino.
Él tenía un hijo con ¿Kyabe?, mientras Kakarotto revivía de sus propias cenizas tras tocar fondo.
Era así como sus caminos volvían a separarse, abriendo una nueva brecha en sus corazones.
Entonces él vivía una vida que sentía tan ajena y Kakarotto se rehabilitaba para rehacer la suya.
Hasta que el destino los volvía a juntar, haciendo que sus sentimientos renacieran con fuerza.
Traición, venganza, mucho llanto, demasiado dolor. ¡Su Kakarotto sufría y él no podía evitarlo!
Todo un caos de acontecimientos, ocasionados únicamente por sus pésimas decisiones pasadas.
¿Quién era Zamas? ¿Por qué lastimaba tanto a su gran amor?
Un accidente… ¡Él moría! Y Kakarotto… su Kakarotto seguía adelante pese a su inmenso dolor.
¿Era acaso aquello una extraña visión de su futuro?
¿Todo eso pasaría en verdad si seguía necio en su afán de darle la espalda a quien más amaba?
–Es mi sueño, Vegeta… es lo que siempre he querido.
–Tu sueño… ya veo. Vete entonces, Son. Pero olvídate de mí.
–No… ¡No, Vegeta! Yo te amo… Te amo demasiado. Sólo serán dos años… voy a volver, te lo juro.
–Dos años, Kakarotto. Dos malditos años sin ti. ¿Cómo puedes pedirme que te espere así sin más?
–Por favor, Vegeta… por favor…
Sacudió la cabeza, lágrimas de impotencia y rabia agolpándose en sus ojos. Apartó las mantas y se levantó, llendo al baño para darse una ducha fría que le ayudara a despejar la maraña en que se habían convertido sus pensamientos. Ya en el baño abrió la llave y se metió bajo el chorro de agua sin siquiera titubear, cerrando sus párpados con fuerza al sentir como la frustración lo dominaba.
Permaneció estático por varios minutos, la lluvia de heladas gotas cayendo sobre él hasta empaparlo por completo. Una lucha a muerte entre corazón y mente se batía muy en el fondo de su ser, provocándole una confusión interna sumamente desagradable. Su orgullo le decía que no cediera, que se mantuviera firme, que ese sueño no había sido más que eso… un sueño, demasiado irreal e inverosímil. Pero sus sentimientos, su corazón, suplicaban a gritos que recapacitara, que pensara las cosas y no se dejara llevar por su caos de emociones negativas.
“Kakarotto me juró que volvería… me juró que daría todo de él para hacer funcionar nuestra relación, aún a pesar de las millas de distancia. ¿Por qué no darle el veneficio de la duda? Tal vez resulte, tal vez sí podamos hacerlo funcionar. Él tiene derecho a cumplir su sueño, no soy quién para impedírselo. ¿Y si fuera al revés? ¿Si yo le pidiera esperarme? ¡Sé que aceptaría hacerlo sin siquiera dudar! ¿Por qué actuar con tanto egoísmo? Quizás esto no sea más que otra prueba para nosotros, la cual con el suficiente esfuerzo sé que superaremos como lo hemos hecho siempre.”
–Dos años…– se repitió, perdiendo sus ojos negros en un punto incierto del gris muro de azulejos.
–¿Vegeta?
La voz de Tarble, justo tras la puerta, lo sacó bruscamente de su nube, dándole un susto magistral.
–¿Qué quieres?– gritó enojado, tomando el pote de jabón líquido para empezar a asear su cuerpo.
–Necesito usar tu baño, en el mío no hay agua caliente– explicó el pequeño, notándose fastidiado.
–Ya salgo, enano– se limitó a responder el peliflama, el caos en su mente despejándose de a poco.
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En el aeropuerto, una familia de tres se despedía entre abrazos y lágrimas. El menor de ellos emprendía una nueva etapa en su vida, mucho más lejos del nido de lo que su padre habría deseado. En una de las salas de espera, Bardock abrazaba a su hijo con fuerza, dándole consejos de última hora, mientras el mayor de los hermanos los veía con la nostalgia vívida en las pupilas.
–Cuídate mucho, no te dejes influenciar por malas juntas y por sobre todo, da lo mejor de ti– decía el padre de familia, dedicándole una mirada intensa a su hijo menor. –Llámanos en cuanto llegues.
–Lo haré, papá– le aseguró él, sonriendo al borde de las lágrimas. –No te preocupes, estaré bien.
Fue el turno de Raditz para estrecharlo en un abrazo, el cual se extendió por un par de minutos. Al separarse se miraron con afecto, Goku conteniéndose para no llorar en frente de su hermano mayor. Éste le palmeó la espalda y tras un leve empujón, lo instó a encaminarse hasta el avión.
–Mucha suerte, hermanito– le deseó sonriendo, intentando mantener intacta su ruda postura.
Goku asintió y luego de darles una última mirada, emprendió camino hacia la sala de abordaje. Faltaban quince minutos para que su vuelo despegara, pero aun debía hacer el chequeo de rutina. Apresuró el paso y cuando estaba a metros de llegar, una voz gritando su nombre lo sobresaltó.
–¡Kakarotto!
Su corazón se desbocó, un calor sin precedentes se esparció en sus venas, la respiración se le agitó y un rubor inevitable coloreó dulcemente sus pálidas mejillas. Temblando se giró hacia donde lo habían llamado, sus ojos abriéndose en sorpresa al ver corriendo hacia él al dueño de su corazón.
–Vegeta…– musitó casi en shock, mientras el mencionado llegaba hasta él y lo estrechaba en un abrazo, el cual él fue incapaz de rechazar. –P-Pero… Vegeta qué… ¿Qué haces aquí? Pensé que tú…
–Te amo– lo interrumpió Saiyan, mirándolo con un cúmulo de lágrimas agolpado en sus oscuros ojos. –No quiero que te vayas, Kakarotto, pero tampoco quiero forzarte a que te quedes. Sólo quiero que seas feliz, ¿entiendes? Quiero que cumplas tus metas, que te realices y seas todo lo que quieras ser. Pero todo eso, todos tus sueños, todas tus metas… quiero que las cumplas estando conmigo– lo tomó de las manos, perdiéndose en el transparente y expresivo mirar de su gran amor, quien ahora lo veía con la ilusión brillando en sus pupilas. –¿Me dejas, bebé? ¿Me dejas seguir amándote? ¿Me dejas apoyarte en esto? ¿Me dejas seguir siendo el que te haga feliz?
A lo lejos, Bardock y Raditz observaban sorprendidos la escena, pues según sabían el hijo mayor de los Saiyan había sido horriblemente tajante en su decisión de cancelar su compromiso con Goku. No obstante ahora que eran testigos privilegiados del tremendo amor que irradiaban esos dos, no les quedaba más que mantenerse al margen esperando que lograran tomar la mejor decisión.
Durante eternos segundos el joven de cabellos alborotados se mantuvo en silencio, sólo mirando a su ex novio con asombro y un levísimo asomo de incredulidad. ¿De verdad estaba ocurriendo aquello? ¿No sería acaso una cruel ilusión de su mente? Desde el día de su ruptura, el menor de los Son no había conseguido dormir y cuando lo hacía, sólo lo asechaban horribles pesadillas que terminaban hundiéndolo aun más en su dolor. Pero ahora que tenía a Vegeta frente a él, dedicándole esas hermosas palabras y viéndolo con la determinación plasmada en su mirada, no podía más que gritar de ilusión por dentro, mientras la parte de él que había muerto, revivía.
–S-Sí… ¡Sí!– exclamó finalmente, sus emociones brotando en forma de lágrimas de felicidad. –¡Claro que sí, Vegeta!– sin esperar más unió sus labios a los de su novio, sonriendo pletórico aun en medio de aquel intenso beso.
El peliflama le pasó los brazos por la cintura y así, compartiendo uno de los contactos más apasionados y profundos, sellaron una silenciosa promesa de amor: seguirían juntos, pese a todo.
–Lo haremos funcionar, Vege – susurró Son, una vez que se hubieron separado. –Te lo prometo.
–Lo sé– respondió Saiyan, acariciando con dulzura el rostro de su gran amor. –Sé que lo haremos.
Sabían que sería complejo, pues la separación intentaría hacer que sus sentimientos flaquearan. Sin embargo lo mucho que se amaban era tal, que estaban seguros de que lograrían salir adelante. Kakarotto daría todo de sí mismo para demostrarle a Vegeta el inmenso amor que le tenía, mientras que éste por su parte se esforzaría al cien porciento para mantener en pie su relación.
Ambos comenzarían nuevas etapas, Goku en el conservatorio de música, Vegeta en la universidad. Ambos buscarían cumplir sus metas individuales, realizándose cada uno en el área que les apasionaba. Ambos forjarían un futuro mejor, buscando siempre construir la vida que anhelaban.
Y sabían que, a pesar de las dificultades que pudieran surgir, el destino se encargaría de ayudarlos.
Porque ellos estaban destinados a amarse, porque sus caminos debían fundirse siempre en uno solo.
–Porque te amo, juro que te esperaré– susurró Vegeta, viendo como el avión donde iba su novio, alzaba el vuelo en un despegue magnífico. –Venceré mi orgullo, mis temores, mis inseguridades…
Por ti.