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La Ciudad de Polvo por Dedalus

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CDRY, 2007

Chirridos agudos alzándose hasta el techo, punzantes enredaderas invisibles trepando por las cortinas, el ambiente caliente y húmedo se condensaba cada vez más hasta que sentía su cuerpo cubierto por el sudor frío, del tipo que brota de la piel en una noche febril de invierno. Él solo giraba de izquierda a derecha enredando sus extremidades con las mantas, sintiéndolas cada vez más pesadas y pegajosas. Así, Franco se rendía una vez más a conciliar el sueño y se levantó tirando las sábanas a un costado, sintiendo el frío contacto del piso de cemento y el aire de la madrugada erizándole los vellos de la piernas y el pecho desnudos, caminó unos paso y se sentó en un la  silla negra sobre la cual se hallaban una camiseta y unos bóxer usados, se llevó las manos a la cabeza y apoyo los codos sobre las rodillas.

No entendía, no sabía lo que le pasaba, y le aterraba, le asustaba en lo más hondo descubrir hacia donde lo llevaba todo la amalgama de sensaciones que lo sacudían, sin embargo, a aquella hora todo parecía aclararse poco a poco, su desencanto de Diana, su falta de sueño, el rostro aturdido de James despidiéndose y subiendo al colectivo, él mirando hacia los árboles, él hablando con Fred o riendo con Diana sobre alguna nimiedad…pero era preferible volver a buscar sueño, debía madrugar al día siguiente o sino le sellarían la agenda como tardanza y el cachaco ya se lo había dicho: Una más y lo consideraré como inasistencia, tendré que llamar a tu madre. Y vaya que era lo último que necesitaba, así que se sentó en la cama haciéndola rechinar desde los resortes hasta las patas oxidadas y luego de respirar profundamente se metió entre las mantas.

***

La mañana ya acababa y el sol, inexplicablemente, se podía ver entre las nubes (sabía que no por mucho), igual, Oliver agradecía aquél ligero animo que le daba la luz cálida para variar de aquella gris iluminación con la que el día los seguía casi siempre. Y aquí  estaba, sin ganas de ir al salón de clases, porque aún faltaban un par de horas para que termine la semana y ya no daba para más, quería ir su casa, almorzar y dejar todo listo para la noche, para la hora en que todos llegaran.

Hacía mucho no organizaba una fiesta en su casa, ¡y era el último año!, los meses habían pasado tan rápido que no se percató que la semana siguiente tendrían exámenes, luego la semana de vacaciones y de ahí solo quedarían unos meses más antes de dejar aquella escuela para siempre. Esto sonaba tan dramático; "para siempre", daba hasta cosas decirlo en voz alta.

En fin, ya todos estaban enterados, incluso chicos de cuarto año y algunos de tercero. Llegaría a casa, almorzaría y movería los muebles y guardaría los ornamentos más delicados de su madre. Sabía que a la larga se terminarían enterando por cortesía de algún vecino, pero el enojo  no les duraría mucho si no encontraban ningún perjuicio al regreso de su viaje a casa de sus abuelos en la sierra.

 Así que estaban los portarretratos de la sala, los figurines de porcelana en el comedor, y el espejo junto al televisor, eso sería lo primordial.

Ahora, sólo debían tontear algún rato más en el patio y procurar que ningún profesor lo viera, o si no sería enviado a la dirección sin lugar a contemplación, y eso vaya que sí arruinaría todo. Lo pájaros gritaban, y la mañana ya llegaba a su fin en el punto más álgido donde hasta los árboles parecen querer caminar, allí vio a aquel muchacho de cuarto, el alto de cejas gruesas y expresión seria; el novio de Diana (la linda Diana), que cruzaba el patio rozando con su pantalón los arbustos y sacando de estos ráfagas de hojas caídas, jalando un par de ramas a su paso, furioso, como si trajera consigo la ira de una vida contenida en un instante.

Así, saltó de dos en dos los escalones y llego al largo lavabo que se encontraba afuera del baño de varones ubicado a un extremo, ensombrecido por un árbol torcido que se enredaba hasta la segunda planta de aquel pabellón. Abrió el grifo y metió la cabeza sin dudarlo, dejando que el agua corriera hasta mojarse incluso el cuello de la camisa y tal vez hasta los hombros y el pecho, alzó la cabeza se sacudió el pelo y se quedó mirando de frente, como sopesando algo, como evaluando la situación. Oliver por un momento pensó que miraba a alguien más.

***

Fred estaba envuelto del murmullo de sus compañeros de clase que conversaban despreocupadamente mientras el profesor de aritmética escribía ensimismado en su pizarra. Todo era tan confuso, los números no tenían sentido ¡nada lo tenía! Y eso era extraño, jamás había tenido problemas con las matemáticas (Al menos hasta que él llegó)

El sonido del repique de su lápiz contra su carpeta atravesaba el murmullo de las voces. Como el tiempo puede llegar a ser tan cambiante—pensó mirando el reloj —, algunas veces pasando desapercibido, como si caminara en puntillas, como bailando; mientras otras veces, se arrastraba agonizante por el espacio…asesinando lentamente a los pacientes y estirando la percepción de cada minuto, cada segundo, un chasquido y otro vistazo al reloj, dos minutos y faltaban veinte más, diez más, y así, una espera de nunca acabar, un día más. En estos momentos fue que Fred se percató de una diminuta mancha en la esquina izquierda de su carpeta, y que más abajo, escrito con corrector decía “El alcólico del director chupa pija” y que a alcohólico le faltaba una “o” y una “h”.

Debería haberse acostumbrado, era la misma rutina de todos los viernes, todos los viernes desde hace un año y medio. Esperar con el corazón en la boca a la última asignatura de la semana, su favorita, porque martes solo lo veía una hora, y tan solo redactaban algún trabajo, pero los viernes él hablaba, y todo el salón parecía animarse, todos parecían hacer una pausa en su usual mal humor, en el habitual desinterés general por todo.

Se encontraba tan concentrado en sus cavilaciones que no se percató el momento en que James salió del salón, y menos cuando Diana ocupó su lugar.

La corpulenta muchacha lo quedo observando, como esperando que este dijera algo mientras ella se acomodaba los risos que le caían húmedos en la frente, adoptó una pose intimidante, acercándose más a él, al punto de percatarse de los detalles más ínfimos de su rostro (Fred seguía mirando a otro lado) Diana optó por hablar primero.

– ¿En qué piensas?–preguntó mientras abría mucho los ojos, como suplicando por atención.

Fred se tardó unos segundos en contestar, parpadeo un par de veces, evaluando lo que iba a decir y simplemente soltó dos palabras.

–En nada. – para luego volver a perderse la pared de ladrillos, como si fuera el punto focal más interesante del mundo.

Diana podía llegar a ser algo irritante a veces, en aquellos momentos recordaba cuando solo eran  él y James, desde la escuela primaria, año tras año, tapándose las travesuras; James tapándole las metidas de pata (Soltó una ligera sonrisa) y entonces entraron a la escuela secundaria, allí fue donde ella apareció.

Desde un comienzo le pareció la persona más engreída que había conocido, pero como era de costumbre su inseparable amigo lo arrastro hacia ella. Ambos congeniaron desde el comienzo. A pesar de que no eran tan cercanos como James y él, con el pasar de los meses terminó imponiéndose entre ambos y tardó aún un par de años para que los tres hallaran un estado de equilibrio, sabía que, de los tres, James era el más consciente en cuanto a este tema.

Cinco años habían pasado desde el fatídico primer encuentro y aun no comprendía como hacía para soportar aquella chica cuyos únicos temas de conversación eran los aburridísimos sucesos de su vida y los banales chismes del colegio. Realmente una de las más grandes cualidades de James era el tolerar toda clase de gente, por más ególatras o aburridos que sean. Y esto no por falta de carácter o baja autoestima como alguna vez en medio de una discusión le increpó. Sabía que era mentira, porque decir que los toleraba era bastante injusto, él simplemente parecía ser inmune al tedio, parecía sentirse fascinado por descubrir algo más, él porqué tal  persona hablaba de tal manera o qué quería decir haciendo mención de algo en particular, bromeando con un determinado asunto, o simplemente quedando en silencio. Tenía un ojo clínico para esas cosas, algo casi sobrenatural. Se preguntaba qué pensaría de Diana en lo profundo de su cabeza, detrás de aquella sonrisa condescendiente y su disposición a charlar sin la menor prisa.

Se mantenía concentrado en el mismo punto focal, pero los ojos de ella seguían fijos en su rostro, era desesperante. Ejercía sobre él una presión, como hablándole telepáticamente, demandando atención. ¡No cedería! ¿Por qué hacerlo? La caballerosidad nunca había sido una de sus virtudes y no pensaba comenzar ahora.

Viró los ojos del muro y busco desesperadamente otro lugar para enfocar su atención, Diana aprovechando el pequeño momento de confusión abrió la boca y tomo aire para empezar a hablarle. (El timbre sonó interrumpiéndola)

—Sé que escondes algo —le dijo antes de levantarse —y me vas a decir qué es.

El profesor soltó la tiza sobre el escritorio, se sacudió las manos en el pantalón y salió raudo del aula. Un suspiro de alivio generalizado voló de esquina a esquina y mientras guardaban los libros de cálculo y sacaban los cuadernos de literatura  James entró fugazmente. Lucia muy agitado, a duras penas lograba conseguir aire, además se encontraba encendido de un rosado en las mejillas, como si hubiera estado corriendo por horas.

– ¡¿Y tú?! ¡¿Que te paso?!– exclamo Diana mientras le cedía el asiento y lo miraba con cara de exagerada preocupación. Fred se limitó a esperar la respuesta.

–No es…nada, solo fui al baño…decidí dar un paseo en el camino y… (Tomó aire)… se me termino haciendo tarde para el cambio de hora.

Con el paso de los años Fred había aprendido a  leer los gestos de James, todas sus expresiones, su forma de hablar. Sabía perfectamente en que momento mentía, a pesar de que este sepa disimularlo muy bien. Esta era una de esas ocasiones, la mentira se lucia en todo su rostro y se escapaba por él como el aire que no conseguía llegar a sus pulmones. A pesar de su pésima condición física, era imposible que se agitara tanto con un pequeño paseo por el patio, incluso si hubiera corrido hacia el salón de clases, además, no era el tipo de chico al que no le importa saltarse una clase, de echo ¡Jamás lo había hecho!, bueno solo una vez y fue porque estuvo a punto de desvanecerse en medio de una exposición, tuvieron que llevarlo de emergencia al hospital.

– ¡Hola muchachos! ¿Cómo están?—dijo Manú ingresando al aula e, inmediatamente, toda hipótesis sobre el paseo de James emprendió vuelo y desapareció de su mente  junto con  la percepción de los minutos, las horas y los días, todo era inubicable desde su pupitre.

¿Cómo era posible? Con su mera presencia alteraba su atención y se adueñaba de esta, nada más que él, su único interés (sus ojos) no había otra cosa en el aula, no había otra persona, solo el caminando de aquí a allá con sus ojos inquietos, aquellos que semana a semana lo obsesionaban más que hacía unos días lo habían visto tan de cerca, de una forma que no lo habían hecho con nadie más (al menos eso pensaba). Cada vez que saludaba con su  voz inconfundible y entraba como una estela de luz, como un espectro iluminando todo el salón, no era el único que lo percibía, pero era el que mejor comprendía la maravilla de su presencia y de los efectos que esta causaba.

Porque él espantaba al reloj, el tiempo se escapaba horrorizado de su paso, saltaba por alguna ventana cuando el atravesaba la puerta y así los conceptos de ahora y después desaparecía. A pesar de que la clase solo durara dos horas, hasta la una en punto, nadie lo percibía y a nadie le importaba.

El profesor Manuel dejo su pequeño maletín sobre el escritorio y giró sobre sus pies, a Fred se le detuvo el corazón por un instante, sabía lo que venía, era así todas las clases. Manuel contemplo con una divertida mueca de confusión los símbolos que el profesor de aritmética había dejado en la pizarra, cogió la mota del escritorio y empezó a borra de derecha a izquierda, hasta la mitad, donde se detuvo y se quedó observando la parte superior del pizarrón. Soltó un suspiro y maldijo mentalmente su baja estatura, termino de borrar lo que alcanzaba y se giró nuevamente ligeramente sonrojado.

Fred ya se preparaba para salir a ayudarlo, y es que con la altura promedio del salón, un metro sesenta y ocho, su metro setenta y siete resaltaba mucho, por lo que siempre era el llamado para ayudar en tal trabajo, a lo que el sumamente complacido salía caminando muy erguido y borraba las partes altas bajo la mirada del Prof. Manu. No le importaba que siempre se terminaba manchando la chompa guinda y los pantalones grises del uniforme con los restos de la tiza blanca, la sonrisa de su profesor y su  “gracias” era recompensa suficiente como para que el borrara todas las pizarras del colegio y se manchara con tizas de todos los colores.

–Anthony, ¿Podrías ayudarme a…? (Hizo un gesto con la mota como si borrara en el aire)

– ¡Claro profesor Manu!– El mencionado se paró de su sitio sonriente y empezó a restregar la pizarra con la vieja mota.

Una sensación  de vértigo lo arremetió ¿A caso no lo había visto? (El repique de su lápiz contra la carpeta comenzó de nuevo) Los ojos le ardían al ver la cara de su compañero de clases frente a la de su profesor y lo peor, es que estaba perfectamente consciente de que todo aquello era una perfecta estupidez. Su profesor jamás vería a Anthony más que como lo que era, su alumno, una figura asexuada, alguien totalmente alejado de algún contexto romántico. Lo más doloroso era que en el fondo él también sabía que  tenía la misma visión de todos sus alumnos, él incluido. Nunca iba a tener una esperanza, ni siquiera una oportunidad de acercarse a más que como un simple alumno.

Manuel se sacudió ligeramente el cabello y empezó a escribir frases sueltas y nombres de autores en el pizarrón.

Y es que qué podía hacer, nada más que resignarse a esperar la última hora de todos los viernes y perderse en sus ojos mientras él hablaba sobre “La Odisea” o “Los Miserables”.

– ¡Bien muchachos! Vamos a comenzar la clase del día, hoy toca literatura vanguardista.

Todos se acomodaron en sus pupitres escuchando lo que el docente hablaba, era totalmente rarísima la atmosfera que se vivía allí, durante toda la semana aquel salón era una amalgama de gritos, peleas, insultos de alto calibre y bromas obscenas, pero algo pasaba aquella hora, algo tenía la presencia del profesor Manu que neutralizaba la actitud de todos en aquel salón, todos andaban de buen humor, las preocupaciones se desintegraban y las bromas obscenas se convertían en inocentes chistes. En cierto modo era como volver años atrás, como regresar a la primaria por dos horas, sin rivalidades tontas, sin grupos, ni segundas intenciones. A veces Fred se preguntaba si era solo su personalidad lo que provocaba esto, tal vez su apariencia, con aquel rostro bonachón que irradiaba la misma inocencia que un niño de cinco años, sus cabellos pelirrojos que caían ondulados sobres su frente, su contextura delgada y pequeña. También estaba la forma en la que vestía, totalmente distinta a la de los otros profesores que daban clases, en cierta manera, sus jeans ceñidos y las camisas crema o celeste con las mangas dobladas hasta los codos lo hacían más cercano, a diferencia del traje de sastre que vestían los docentes mayores. Aún recordaba la primera vez que lo vio saliendo de la sala de profesores y Diana  soltó un silbido: " con ese profe si apruebo" (Daba la impresión que fue ayer y no hacía más de un año).

Pero sobre todo aquello había algo más, algo más profundo, una razón más medular del efecto que causaba su presencia. Sus ojos. Y como les comentaba, uno de los más importantes autores de este movimiento fue Franz Kafka...– Manu seguía narrando la clase con su particular histrionismo, el tiempo avanzo fugazmente entre comentarios chistosos y datos curiosos sobre los escritores vanguardistas. –… la Metamorfosis, que fue su obra más importante fue una novela que cuenta la historia de Gregorio Samsa un comerciante de telas que…

Fred alzo la vista y los quedo observando como si fuera la primera vez, había algo en su mirada, en aquellos orbes verdes que por momentos parecían reflejar el espectro de luz entero encerrado en los destellos de entusiasmos guardados para cuando alguien levantaba la mano para comentar su clase, simplemente para un alumno, no lo había visto dirigir aquella misma mirada a ninguna profesora, ni profesor  y esperaba que aquello nunca cambie, porque al menos la perspectiva de que lo único que siga iluminando su mirada sea la literatura, al menos eso no destruía del todo expectativas cada vez que él mismo levantaba la mano y hablaba sobre lo que había podido investigar la tarde anterior sobre el tema de la clase, aquella expresión de felicidad, de satisfacción que ponía Manú al ver su gran interés por la materia no podía ser comparada con nada, nada más que su propio rostro al percibir ambos faros sobre él, solo sobre él.  

No, no cabía duda, estaba perdidamente enamorado de él, desde la primera clase, desde la primera vez que lo vio atravesar como una aparición por el pasillo. ¡Y nunca se contuvo! No es que lo vaya gritando a los cuatro vientos, pero, desde que comenzó todo, asimiló ese sentimiento con una naturalidad que por momentos no terminaba de creerlo, lo motivaba a seguir levantándose temprano, ponerse el uniforme arrugado (excepto los días que veía a Manuel; planchaba la camisa y el pantalón una noche antes) y venir a clase a sentarse en aquel polvoroso salón de clases, incluso había empezado a leer todas las noches los libros que recomendaba en su clase ¡vaya si el Fred de hacia un par de años antes lo viera! Él, cogiendo un libro sin que hubiese una obligación de por medio, era como un mal chiste, uno terriblemente incómodo.

Sabía que James se había percatado de todo el asunto, no podría decírselo directamente —por obvias razones —pero el hecho de que alguien más estuviese consciente de lo que pasaba por su cabeza cada vez que el profesor Manú lo llamaba para que lo ayude a borrar la pizarra, o charlaba con él cuando se lo cruzaba a la hora del almuerzo, que alguien más al menos sepa lo que él sentía ya era de por sí liberador. Estaba feliz, sin duda, toda la miseria que había arrastrado por años había quedado escondida, como oculta bajo los muebles. Más aún, luego de que Manuel le contase el proyecto en el que trabajaba, lo que le quitaba el sueño por las noches y lo que le estaba trayendo algunos problemas en la escuela, se sintió más cercano, menos alumno, más persona.

Y él, mirándolo desde el otro lado del escritorio, con una tenue sonrisa que con la luz podía fácilmente desdibujarse, solo asintiendo y diciendo un ajeno: " Gracias por escucharme, sabía que te llamaría la atención " y luego rompió aquella débil conexión generada por la confidencialidad con la que habían hablado hasta aquel momento, y ya no era él quien se reflejaba en su mirada, o los ventanales o sus folios y copias anilladas sobre el escritorio, ahora era su maleta al abrirse y sacar una carpeta, la abrió notablemente emocionado y sacó tres copias, no pudo evitar zapatear un par de veces, como un niño emocionado, diciéndole, "te dije que pude a acceder a algunos poemas que Miguel había publicado en un par de revistas universitarias, ¿cierto? Pues estos son los poemas, léelos, tal vez así entiendas mejor el porqué de mi capricho por estudiar su producción literaria." Manuel le alcanzó las hojas engrampadas en una esquina, se puso de pie y  le dio un par de palmadas en el hombro, "nos vemos  en clase, Federico" le dijo.

– ¡Fred! ¡Ey, Federico! ¡Despierta!– Dijo James samaqueando a su ausente amigo.

Fred volvió brutalmente a la realidad, la luz proveniente de los ventanales le cegó los ojos por unos segundos, a su lado vio a James mirarlo asustado.

– ¿Estas bien?—Fred tartamudeo algo ininteligible— ¿qué hablas? —Las palabras no salían de su boca, solo tenía un cúmulo de oraciones inconclusas en su cabeza. Soltó una sonrisa y asintió.

–Que tienes una cabezota, —rio—tranquilo. Es solo que estoy cansado.

James analizo su expresión. Tenía los ojos desorbitados y el rostro pálido, definitivamente algo le sucedía y en el fondo creía saber lo que era.

Él solo se limitó a girar el rostro y volver a atender la clase mientras hacía sonar su lápiz contra la carpeta, algo típico de cuando estaba nervioso por algo.

–¡Pss! ¡Jamie! ¡Pss!—Diana lo llamaba hacia su otro costado, esta señalo a su amigo e hizo un gesto de “¿Qué tiene?”. Solo se encogió de hombros y susurro un “no sé”.

Y es que  el hecho de recordar la forma en que Manu lo miró aquella tarde, lo llenaba de vigor, y repentinamente se sentía animado, pero luego lo veía ahí, en aquel mismo momento dictando clase, explayándose tan apasionadamente que embelesaba a todo el salón, lo veía y se sentía mal, contaminado ¿Qué pensaría él si supiera la verdad? Si viera todo lo que ha hecho con su imagen fija en su imaginación, todos los suspiros ahogados en su cuarto o el baño, todas aquellas noches despierto pretendiendo que sueña con él. No tendría por qué saberlo y no lo haría en realidad.

Sin embargo cada vez aquella ansiedad crecía, la impotencia le desbordaba el cuerpo mientras veía las semanas pasar y acercarse  así cada vez más al fin de curso. Saber que jamás lo tendría, era inevitable. De repente regresaría un par de veces después de la graduación con las escusa de visitar a sus antiguos profesores, tal vez se lo cruce algún día por la calle, entraría a la universidad, conseguiría un trabajo mediocre, la historia de siempre, el inexorable destino de la mayor parte de su generación, se jubilaría y así terminaría la historia de lo que pudo haber sido. Si tan solo una vez, solo una, hubiera podido tener entre sus brazos su cuerpo, acariciar su piel, besar sus labios (James miraba extrañado a su amigo que miraba idiotizado al vacío) y tantas otras cosas que nunca escaparían de su imaginación.

¡No! Se negaba a aceptarlo, no importaba si lo expulsaban del colegio a tan solo unos meses de graduarse, si el profesor Manu nunca le volvía a hablar (esto era lo más probable), o si todo mundo pensaba se terminaba por enterar. Debía intentarlo ¡A la mierda todo! En todo caso, solo faltan unos meses… y no volvería nunca allí.

El timbre sonó y Fred no se explicaba como dos horas pudieron irse tan rápido, cerró su cuaderno y empezó a hacer sonar su lápiz contra la carpeta nuevamente, la ansiedad le recorría todo el cuerpo como una descarga eléctrica, tenía que hacer algo o explotaría

— ¡Es hoy o nunca!— pensó.

James empezó a guardar sus cuadernos velozmente. ¡Al fin era viernes! Y lo mejor de todo era que no era solo un viernes, no se echaría como todas las semanas con un enorme bol lleno de palomitas a ver la telenovela de las nueve junto con su abuela ¡no! Esa noche, iba a salir. No era muy adepto a las fiestas, tampoco era muy bueno bailando, pero hacia muchísimo que no salía a divertirse con sus amigos. Y esa era la ocasión perfecta.

El presidente del consejo estudiantil del último año había estado organizando una enorme fiesta. Sería algo que recordarían los grados inferiores por años, o eso al menos le dijo Oliver (el presidente) cuando los invitó a Él, Diana y Fred hacia unos días. Todos andaban ansiosos por olvidarse de  los exámenes de mitad de curso y simplemente diluirse en el trago barato y el roce de algún cuerpo mientras el repetitivo ritmo de la música acallaba el desesperante andar del reloj haciendo cuenta regresiva para la graduación.

Sin embargo, necesitaba probarse a sí mismo que lograría soportar encontrarse en un lugar tan abarrotado de gente y no sentirse incómodo, que su perpetua necesidad de pasar desapercibido y simplemente fluir entre Fred y Diana hasta llegar a la seguridad de su casa, no lo detendría de disfrutar uno de los pocos eventos que tal vez lograría recordar hasta mucho después de haber hecho promoción de la secundaria 0041.

Todos decían que era tan tímido, y lo cierto es que no era  mentira, en parte él se consideraba alguien reservado. Era del tipo de personas que tendía a analizar sus palabras una o dos veces antes de hablar, que prefería mantenerse en silencio a decir algo hiriente y evitaba meterse en situaciones que lo comprometiesen de más. Pero había ocasiones en las que quería actuar de manera distinta, como si su cuerpo estuviera poseso por otra persona, se volvía impulsivo y extrovertido. Avanzaba sin contemplar las consecuencias de sus acciones y hablaba sin medir el peso de sus palabras, simplemente tomando lo que la ocasión ofrecía, viviendo sin que el después lo saboteara en el momento en que creía rozar la completa despreocupación. Pero aquel no el, y lo tenía sumamente claro, era solamente la rabia, la cólera actuando contra todas esas otras voces tratando de catalogarlo, de encerrarlo en la imagen de muchacho callado y tranquilo.

Ese no era él, era otro James. Un James desesperado por emoción, por pasión, su gran obsesión últimamente. No era muy adepto a las fiestas, era cierto, pero no solo esa era la razón por la que hacía mucho que no salía. No podía recordar muy bien la última vez, en parte por el tiempo, pero también porque no estaba del todo consciente de lo que había hecho. De eso hacía ya un año y lo poco que  aún guardaba en su memoria era el haber despertado tirado junto con Fred en una playa cerca al muelle, cubiertos de arena y con los bolsillos vacíos. Sí, a su abuela no le gustó para nada verlo llegar al día siguiente en ese estado, más aún luego de haberle dicho la noche anterior que volvería antes de la una. Pero en fin, ya hacía casi un año de eso, dudaba que siguiera enojada.

 No podía esperar para que anochezca, y aun así, algo no dejaba de preocuparle. Intentaba hacer entrar a la fuerza uno de sus libros de texto y a su mente vino uno de los versos de los poemas que Fred le había prestado la noche anterior. Y luego venia él, petrificado, tenso. Era fascinante realmente como alguien que haya escrito aquellas líneas hubiera podido trabajar en un lugar así, recordaba su fotografía en el recorte amarillento que Fred les mostró el lunes y no lo veía, simplemente no podía imaginarse a esa figura deambulando por los jardines, cruzando los pasillos o dirigiendo la formación del lunes cuando se izaba la bandera en el patio principal. Lo imaginaba escribiendo sobre la vida, sobre el amor, sobre el tiempo, y no daba ninguna respuesta, no mencionaba ninguna salida; ni por asomo, pero cada palabra, cada verso, era como si dijera "lo sé, yo también, lo sé".

Así que leyó y releyó los tres poemas incluidos en la fotocopia que Fred le había hecho jurar no mencionar a nadie más, y no pudo dormir bien. ¿Qué hacer con todo ese sentir? —Pensaba —¿a dónde meter todas las sensaciones que le venían al pecho cuando veía a Diana con Franco? Porque era inútil que siguiera fingiendo, que siguiera pretendiendo no ver lo que se erigía frente a él, y lo que podría entenderse si es que alguien más se percataba.

Era inevitable que mientras se dejaba llevar por aquellas imágenes que desfilaban  con el pasar de las páginas no se presentará como un intruso el rostro de él entre una aturdida multitud la primera semana de clase (el nuevo del Mariscal Castilla, escuchó decir a alguien), y el recuerdo, a pesar de corto se sentía tan real que aún percibía el viento contra las mejillas y el sol contra los ojos alzándose para ver como la luz se vertía hacia los árboles más verdes y frondosos. Ahí, por tan solo unos instantes alguien lo observaba, aturdido entre la formación del primer día de clases, inmutable entre todos aquellos muchachos, él resaltaba frunciendo las cejas ligeramente por el sol, el cabello brillante y la opaca camisa blanca. En aquel momento supo que algo había pasado,  solo giró y se perdió en las escaleras dirigiéndose a su salón. Al día siguiente le devolvió a Fred las copias a primera hora y luego de comentarle lo mucho que le había gustado todo, cada palabra, cada verso, este pareció de pronto muy entusiasmado.

Lo  sé, Jamie, te dije que Manú no se equivocaba en estas cosas, ya ves. James asentía mientras empezaba a caminar hacia el salón. "Mira—continuó Fred — ayer volví a hablar con Manú.

"Últimamente paran muy juntos " replicó James, Fred Rio nervioso. Escucha, escucha, dijo, ayer me dijo que antes que la hermana María se pusiera mal, ya sabes que todo fue muy repentino, ambos hablaron sobre Miguel, al parecer ella lo había conocido en la época que trabajaba acá. James alzó las cejas algo sorprendido. Tenía sentido, la hermana María era una de las profesoras más antiguas, era de las pocas que habían quedado de la época en la que las únicas que enseñaban en el colegio eran las religiosas de la orden de las Dominicas allá por la década del sesenta. En fin, ahora ella tampoco estaba y con ella se había ido todo rezago de esos tiempos.

Manú me dijo que ella siempre se mostró reacia a hablar de aquellos años (como todos en la escuela) pero poco antes de que se pusiese mal lo llamo a la capilla y le hizo preguntas sobre su investigación, Manú por supuesto le contó todo, su admiración por la producción literaria de Miguel Ortega y su motivación porque su obra logre difundirse después de tantos años de olvido. Ella pareció más convencida, y a pesar de que no le dio ni una atisbo de cómo fue él en vida, sí le sugirió que fuese a la biblioteca de la escuela, al almacén donde guardaban la mayoría de los textos más antiguos y buscase entre las copias de los libros de catequesis, porque sabía Dios que cosas uno podía encontrar en esos rincones y qué mejor lugar para ocultar un libro vetado que entre una pila de libros de oraciones y biblias de bolsillo. Ella le guiñó el ojo y ese fue el fin de la plática. "¿Y me dices que Manú aún no ha ido?"

No, le contestó Fred,  un par de días después la hermana tuvo aquella aneurisma y al poco tiempo falleció, entre los arreglos del funeral y todo no tuvo tiempo de entrar al almacén de la biblioteca, y tampoco es que tuviese libre acceso a esta, mucho menos ahora, luego de la pelea con Ronald el día del funeral y  de que el director lo amenazara con despedirlo si continuaba...

Espera, ¿dices que el director lo ha amenazado? A James se le hacía difícil ver a aquel hombre enclenque amenazando a una persona con el carácter de Manú. Si, Jamie, el tío le dijo que si no dejaba de remover cosas del pasado se vería obligado no renovar su contrato, parece que alguien le fue con el chisme que Manú andaba haciendo averiguaciones.

A James no dejaba de parecerle cada vez más extraña aquella historia, había visto casi todos los días a estas personas desde que ingresó a la escuela secundaria y hallarlos ahora adoptando esas actitudes se le hacía  inverosímil, Fred seguía hablando y el alzó la vista a través del jardín, hacia el pabellón al otro extremo del patio principal, la biblioteca se encontraba abierta, el portón de madera estaba plegado y afuera, junto a la puerta habían dejado una cubeta y una escoba apoyada al muro.

Así que, horas después, aprovechó la tediosa clase de aritmética   para pedir permiso al  profesor Renato, un hombre bastante amable, aunque algo lento para sus clases. Salió al pasadizo que se sentía frío, a pesar de que extrañamente el sol brillaba sin impedimentos en cielo. Camino rápido, intentando que sus zapatos no hicieran ruido en el encerado, bajó las escaleras casi como volando y de un salto ya se encontraba en la primera planta donde siguió por un corredor, llegó a los jardines bañados con el cantar de decenas de pájaros que engañados por el brillo parecían encontrarse en plena primavera. Así  avanzó, cuidando que nadie lo viera, que ni por asomo algún profesor percibirá su presencia deambulando en horario de clases, pero sentía que lo veían, sentía que alguien lo observaba, y no dejaba de reprocharse por ser siempre tan paranoico (era la primera vez que se saltaba una clase), por no poder hacer este tipo de cosas con la naturalidad con  la que Fred las hacía; ¡con la que todos lo hacían! Entonces por qué no él, además, raramente aquella puerta de madera vieja estaba abierta y más aún, muy raramente se quedaba sin supervisión.

Cruzó el sendero de piedra hasta el pabellón siguiente, la sensación de estar expuesto ya había disminuido, tal vez en parte a los altos arbustos repletos de ramilletes de semillas que irguiéndose a un costado, aun así, ahora caminaba con mayor soltura. El viento sopló fuerte y el patio nunca había lúcido más solitario, tres hojas cayeron haciendo piruetas, el polvo del suelo se levantó y una voz terriblemente conocida rompió el silencio y lo atravesó secamente el patio congelando cada músculo en su cuerpo y cayendo sobre él con una violenta arcada de pánico.

                                                                   ***

 Oliver se escondió en cuclillas  bajo los rosales y arbustos de hojas rojizas, ahí, al otro extremo del patio estaba el cachaco, el auxiliar Ronald avanzaba raudo luego de haber llamado a James con ese vozarrón que parecía salido de alguna película miliciana. Algunos decían que había pertenecido al ejército durante la primera parte de la década de los ochenta, y que había llegado al colegio luego de haber estado en la sierra durante la época del terrorismo, por lo que habían surgido los rumores de que en realidad el cachaco había matado terrucos por montones en aquellos años, que le decían "El salvaje" y que tenía una colección de dientes humanos que guardaba como trofeos. Ahora ambos conversaban de algo, parecía increparle a James, fijo era el hecho de que anduviera por el patio en horario de clases, vaya que había que tenía que tener suerte para que justamente él lo sorprendiera a uno, debía irse, o sino incluso su posición como presidente del consejo podría ser cuestionada, sin embargo, ya era muy tarde para ingresar de nuevo a clase; no, permanecería ahí, era lo más seguro. Un escarabajo salió de los sardineles arrastrándose con pegotes de tierra sobre su caparazón, era negro brillante, lustroso, más aún que sus zapatos, y siguió de frente hacia el pasillo, sería cuestión de tiempo para que alguien lo pisara, pensó.

Estaba tan condenado como James en aquél momento, quien, frente a la figura de Ronald, se veía más pálido que nunca a pesar de la amarillenta luz de mediodía iluminando todo hasta desdibujar los bordes de sus camisas, y las copas de los árboles; ya solo lucían como manchas verdes superpuestas al inusual cielo celeste con apenas una solitaria nube cruzándolo. Pero en aquel instante vio otra figura junto a ellos, lucia medio encorvada, pero a pesar de esto era notablemente más alta que James y casi de la misma altura de Ronald, pareció adelantarse unos pasos. Volteó la vista hacia los lavaderos en la otra esquina del patio, el novio de Diana ya no se encontraba ahí, era él, quien ahora parecía seguir conversando con Ronald, y James solo los miraba, tenso como pocas veces lo había visto.

Finalmente el auxiliar asintió con la cabeza y avanzó hacia la oficina de la dirección, ambos se quedaron de pie y Oliver solo sonrió. En fin, era mejor dejarlos e ir a otro lado a esperar que la campana sonara y pueda escabullirse al salón  sin llamar la atención, avanzó por el corredor y se perdió por las escaleras.

Notas finales:

Se agradece cualquier comentario :3


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