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La suerte de los tontos por Ilusion-Gris

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Narra Neji

La cara que puso al verme era como para tomarle una foto y guardarla para la posteridad.

—¿Y bien? ¿Tengo algo raro? —Me crucé de brazos divertido.

—No... —desvió la mirada—, te ves muy bien.

—Tú también.

Era realmente entretenido observar sus reacciones, su sonrojo le hacía lucir lindo y cuando se ponía nervioso se volvía muy torpe.

Pensar en la extraña situación en la que me encontraba me resultaba absurdo.

Comencé a tener la sospecha de que Kiba sentía atracción hacia mí, pero no podía meter las manos al fuego cuando no estaba muy seguro; hasta que me propuso tener una cita nunca pasó por mi cabeza tener algo que ver con este chico.

Me había puesto tan nervioso durante la partida de ajedrez; por mi mente rondaban un montón de ideas, pensamientos inoportunos que me ponían tenso, no tenía tiempo ni humor para una cita, además Kiba se podría ilusionar. Pero algo en ese chico me hacía querer seguirle.

—Neji. —Llamó mi atención—. Hay alguien que quiero que conozcas.

Le miré perplejo, me estaba tratando de decir ¿que la cita sería ir a conocer a una persona?, acaso ¿no era él el que quería estar conmigo a solas fuera del club?

—Es alguien realmente importante para mí. —Observó mi reacción—. Y nos acompañará esta tarde.

—Bien, después de todo perdí la apuesta y tú planeaste todo, pero si algo me pone incómodo ten por seguro que me iré.

—No esperaba menos. —Me sonrió confiado.

«No tientes tu suerte», pensé mientras nos dirigíamos a su auto estacionado enfrente de mi departamento.

Se giró tomándome por sorpresa.

—Quédate aquí un segundo —me pidió un poco nervioso.

Observé cómo abrió la puerta de su auto y un perro enorme saltaba encima de él efusivamente, lo tomó por las orejas y giró la cabeza del perro en mi dirección.

Lo siguiente fue tan rápido que en un instante sentí sus patas delanteras apoyadas en mis hombros mientras el animal me olfateaba ansioso.

Un blanco brillante y hermoso era el color de su pelaje, tan grande que tuve que controlar mi equilibrio para no caer, después de olfatearme vi un poco asustado como abría el hocico y estaba a punto de pasarme su lengua por toda la cara cuando Kiba me lo quitó de encima.

—¡Le encantaste! —Me miró emocionado.

Acarició la cabeza del perro mientras lo abrazaba para que no me saltara encima de nuevo.

—Es lindo. —Me incliné para mirarlo de cerca.

—Su nombre es Akamaru, ¿quieres tocarlo?

Acerqué mi mano con inseguridad y él la tomó firmemente para transmitirme que no tenía nada que temer, acomodó mi palma en su hocico y fue al tacto suave, comencé a frotar su pelo y me pareció realmente hermoso.

—Te lo dije, tiene el mejor aroma del mundo y también es encantador —le susurró a su perro.

Abrí mis ojos grandemente y él ocultó su cara en el cuello de Akamaru.

—Gracias —hablé con la voz casi inaudible.

—¿Por qué me agradeces? —Noté un sonrojo tiñendo sus mejillas.

—Por pensar que soy encantador. —Sonreí con sinceridad, pero no pude evitar sentirme un poco avergonzado.

• • •

¿Un castillo olvidado por los hombres?

El viento hacía una melodía al pasar entre las hojas de los grandes robles y algunos pájaros cantaban armoniosamente.

No tenía palabras para describir el paisaje. Solo había un inconveniente, la reja imponente que nos impedía ingresar.

Después de estacionar el carro a un lado de la carretera, Kiba me guió por un camino estrecho que parecía no llevar a ningún lugar.

Mientras caminaba siguiendo a Akamaru y con Kiba detrás de mí, me pregunté si había enloquecido; mira que seguir obediente a un chico del que prácticamente solo sabía su nombre y el de su mascota era algo descabellado. Bien podrían asesinarme, pero también en la vida hay cosas peores que la muerte y podría estar caminando por mi propia voluntad hacia ese destino.

Aun así no tenía miedo, algo me decía que lo que estaba a punto de descubrir era impresionante y mis expectativas junto con mi curiosidad aumentaban a cada paso.

Por eso al llegar a esa enorme construcción abandonada contuve la respiración por unos segundos.

—¡Hey, Neji! —El castaño me llamó—. No pensarás que te traje solo a mirar, ven, por aquí hay una entrada.

—¿Qué? Nos podemos meter en problemas. —Me quedé parado sin mover ni un músculo.

—Vamos, he venido un par de veces antes, el lugar está completamente olvidado, apostaría que muy pocas personas saben de su existencia, hasta podría asegurar que ahora somos tres los únicos que sabemos, tú, Akamaru y yo.

La manera tan confiada en la que hablaba me hacía sentir estúpido por siquiera dudar, por eso sin más quejas volví a seguirle.

Apartó unas ramas secas pegadas junto a la pared, revelando un hueco grande donde pasamos sin necesidad de arrastrarnos, tan solo me agaché un poco para no golpearme la cabeza.

Un inmenso jardín que parecía más bien un bosque. El ambiente tranquilo de la naturaleza sin ningún humano que lo perturbara me hizo maravillarme del lugar.

—Es un lugar increíble, pero... ¿Y si nos ataca una víbora? —hablé mientras caminaba sobre la hierba y esquivaba las piedras.

—En parte por eso traje a Akamaru, puede que pienses que por ser enorme es torpe, pero es todo lo contrario, es muy ágil e inteligente, si huele peligro nos avisará y créeme que nos protegerá —se aclaró la garganta para continuar—, y yo también te protegeré, no te preocupes.

No respondí nada, tan solo seguimos avanzando. El sonido lejano del agua se sumó a la armonía de la naturaleza.

Seguimos caminando, pasamos aquella casa antigua, era muy vieja y estaba descuidada, parecía que la tierra se la tragaría con todas las ramas envolviendo sus muros, aun así,  parecían firmes y la arquitectura era hermosa.

Caminamos un poco más hasta que el camino terminó y nos encontramos una pequeña barda donde si te asomabas podías ver el río a unos diez metros por debajo.

Kiba se trepó y se sentó.

—Ven, siéntate junto a mí. —Me miró expectante.

Obedecí en silencio, la barda era lo suficientemente ancha para que no resultara una locura sentarse, pero si bajabas la guardia no sería imposible caer.

—¿Cómo encontraste este lugar? —le pregunté intrigado.

—Mis padres viven a unos treinta minutos más por la carretera, en un pueblo llamado Konoha. —Llamó a su perro y este se acostó a su lado—. Akamaru vive conmigo en la ciudad y cuando visito a mis padres le llevo conmigo, siempre que pasábamos por aquí ladraba con inquietud, pero nunca le presté mucha atención, un día dejé la ventana abierta y saltó saliendo del automóvil.

—Eso fue peligroso —comenté y él siguió narrando.

—Realmente me asusté, aparqué el auto en la orilla y salí corriendo a perseguirle... Esperaba todo menos encontrarme con este lugar.

Después de soltar un suspiro se giró y sacó de su mochila dos botellas de jugo ofreciéndome una. La tomé y le agradecí.

—¿Vienes a menudo? —Bebí, realmente me encontraba sediento después de tanto caminar.

—No, no mucho, cuando voy de visita a mi pueblo termino escapando con Akamaru a este lugar... Es realmente tranquilo, me hace sentir en paz.

—¿Es como tu escondite secreto? —Levanté una ceja.

—No tanto así, pero no me importaría que se convirtiera en el nuestro. —Me miró de reojo.

—A mí tampoco me importaría. —Observé la hermosa vista que me ofrecía la naturaleza.

—Me alegra que te guste, dudé si preferías salir a un lugar más común. —Se rascó la mejilla sonriendo y aliviado.

—Si fueras común, lo correcto sería que me llevaras a otro lugar, pero no lo eres, Kiba. —Mis ojos conectaron con los suyos.

—Debes pensar que soy un tipo raro. —Bajó la mirada.

—No lo pienso, lo creo. —No pude evitar reír.

—Es que... Tú tienes la culpa.

Después de reír por el comentario el silencio nos invadió y no nos molestamos en buscar palabras para continuar conversando.

El sol comenzó a descender y con ello la temperatura, me froté los brazos, llevaba una playera holgada.

—Toma. —Su voz rompió el trance en el que había entrado.

Me acercó una sudadera negra que tomé sin vacilar.

—Pudiste decirme que trajera un suéter. —Metí mis manos en los bolsillos.

—Quería que usaras el mío. —Me miró travieso.

—Deberías sentir un poco de pena al admitir algo así. —Suspiré con resignación.

El me observó atento y se ruborizó un poco.

—Neji... me gustaría saber más de ti... —habló desviando la mirada y con un tono de melancolía.

—Tú primero, si me resulta interesante, responderé todo lo que me preguntes —le propuse y miré hacia el frente.

—Bien... —Pensó rápidamente—. Cuando tenía ocho años mis padres me regalaron a Akamaru y nunca le he considerado una mascota, él siempre será mi mejor amigo.

—¿Y eso? ¿No confías en las personas? —Lo interrumpí.

—No es eso... es simplemente que Akamaru es importante, lo entiendo y me entiende sin necesidad de palabras.

—Está bien, creo que comprendo. —Lo observé esperando a que continuara.

—Mis padres y mi hermana son veterinarios, hasta los dieciséis años creí que quería dedicarme a lo mismo, pero en este momento ya no estoy tan seguro.

—¿Por qué?

—Me encantan los animales y nada me gustaría más que poder ayudarles cuando están lastimados, pero no me gustaría quedarme el resto de mi vida en esta ciudad.

Asentí en silencio.

Él se sobresaltó, al parecer había recordado algo, giró tomando su mochila y sacó un par de manzanas.

—¿Gustas?

—Claro, gracias.

—Bueno, por el momento trabajo en una paquetería, es agotador, pero la paga es buena, estoy ahorrando dinero para entrar a la universidad... Pero aún no sé si estudiar medicina veterinaria. —Se encogió de hombros.

Le di una mordida a la manzana y me pareció muy dulce.

—No hay mucho que saber sobre mí, no soy un chico complicado, disfruto mucho las tardes con los chicos de baloncesto y ahora con los de ajedrez.

—¿Y en el amor? —Lo cuestioné interesado.

—En la escuela media tuve muchas novias, tantas que ahora no tiene significado alguno... Cuando entré a la superior traté de ponerme serio, pero las chicas ya no confiaban en mí. —Se ruborizó—. Cuando llegué a la ciudad, mi vecina, una chica tímida me comenzó a gustar y salimos un tiempo, pero no funcionó.

Se quedó callado y me miró con la esperanza de que dijera algo.

—Pregunta lo que quieras, yo decidiré si respondo. —Mis labios se curvaron en una sonrisa.

—¿Cómo te describirías? —Se le iluminó el rostro.

Por un momento dudé qué responder.

—Soy una persona realista. —Cerré los ojos para escuchar el agua correr bajo mis pies.

—¿No tienes un sueño o ambición? —me cuestionó sorprendido.

—Los tenía en mi infancia y hubo una época en mi adolescencia en que deseé algo, pero crecí y toda ilusión me pareció irracional.

—¿Cuál era tu sueño? —se arriesgó a preguntar.

Abrí los ojos y lo miré.

—El que tienes ahora... Salir de esta ciudad. —Mi voz sonó ausente de emociones.

Nos quedamos callados, el cielo se pintó de colores anaranjados y rosas, sin duda un hermoso atardecer.

Levantamos la mirada y observamos fascinados.

—¿No te parece que este lugar te hace creer que eres invencible? —Se levantó y extendió sus brazos.

—Eso puede ser peligroso. —Traté de advertirle, pero él me ignoró.

—No es cierto... Te mentí, no es solo el lugar, he venido antes y aun siento que me falta mucho, pero hoy fue diferente. ¿Sabes la razón? —Bajó la mirada en mi dirección.

Me puse de pie, recorrí los dos metros que nos separaban y besé sus labios.

—¿Tanto te gusto? —Lo provoqué.

—No tienes ni idea. —Sumergió sus dedos en mi pelo, tomando fuertemente mi nuca y me acercó a su rostro.

Era tonto besarle, yo no buscaba nada serio y sabía que en este momento no había nadie más serio que él.

Nuestra manera de pensar ni siquiera era opuesta, simplemente era distinta.

Había olvidado hace mucho tiempo el deseo de conocer el mundo, pero sus ojos me mostraban todo un universo que quería explorar.

Kiba me hacía querer seguirle y saltar del camino en el que me encontraba para acompañarle en el suyo. No tenía ni idea si tenía sentido lo que hacía, lo que me esperaba me era desconocido y odiaba andar a ciegas, pero tan solo cerré los ojos y disfruté de la sensación que crecía en mi estómago.


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