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La suerte de los tontos por Ilusion-Gris

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¿Qué se creía? ¿El rey de los imbéciles? Sí, probablemente era eso. Giró la cabeza e ignoró al castaño, pero no pudo evitar volver a buscarlo con la mirada. Le vio alzar las palmas al cielo en un gesto de triunfo y después dar un grito que retumbó en sus oídos. Definitivamente odiaba a Kiba.

Esa mañana se levantó con la idea de comenzar a fortalecer los vínculos que tenía con sus compañeros. No le molestaba que incluso los profesores olvidaran su nombre y tuvieran que fijarse en la lista para recordarlo, ni que los demás se refirieran a él como «chico» por no lograr memorizar algo tan simple como Aburame, pero él ya tenía tiempo pensando que era hora de integrarse a su grupo y ser un estudiante común. Quedaban unos cuantos meses para salir y no perdía nada con dejar un lindo recuerdo en aquella escuela.

Ya no más recesos donde en lugar de ir por el desayuno se pasaba derecho a la biblioteca en busca de libros de entomología, y ni más correr a casa para comprobar que las hormigas del patio trasero no tuvieran problemas. Además él sabía perfectamente que todos los insectos que poseía, porque sí, eran suyos, podían arreglárselas por sí mismos. Entonces sacrificaría el hermoso silencio que le rodeaba por el escándalo de sus compañeros que parecían aún no abandonar la adolescencia. Igual y descubría que valía la pena con tal de que ellos por una vez en sus vidas le trataran con el debido respeto y admiración que se merecía.

Tenía toda la actitud, eso ya era un gran comienzo, pero sabía que no sería tan sencillo como llegar y sentarse en el centro del salón esperando que todo el mundo se girara para dirigirle la palabra y entablar conversaciones sin sentido. No, no funcionaba así.

—Buenos días —habló modulando su voz hasta donde él se imaginó era apropiado.

La joven de cabello rosa respingó sorprendida y observó al chico a su lado con el rostro pálido mientras formulaba en su cabeza un rechazo directo que no sonara tan grosero y no le bajara la autoestima al compañero que sabía estaba en su clase, pero se mantenía siempre retraído en su mundo y ella por supuesto nunca le prestó atención hasta ahora que notaba que el chico la admiraba y se le iba a confesar, pero ella, por supuesto, estaba enamorada de alguien más, y ese rarito incluso debía saberlo.

—Hola, yo...

Shino pasó de largo y repitió la misma operación con todos los compañeros de clase que se le cruzaban por el pasillo. No le desanimaron las diferentes reacciones de los chicos, no le desanimó ni siquiera que ningún otro le devolviera el saludo.

—Buenos días —dijo al abrir la puerta y toparse con la espalda de alguien.

El dueño de aquella espalda se giró y alzó una ceja.

—Hey —respondió y se apartó para permitirle ingresar.

Aquel chico era Kiba Inuzuka que volvió a enfrascarse en la conversación que mantenía segundos antes de ser interrumpido, olvidando por completo la existencia de Shino.

—¿Por qué te habló? —le susurró un chico.

—Ni idea. —Se encogió de hombros—. ¿Tienes esa canción ­que canta una banda con nombre de animal?

—Idiota, es Gorillaz.

—Como sea, pásamela.

—¿Cuál de todas? —Observó por encima de su hombro al chico raro del salón—. Interesante...

—¿Qué es interesante? —Se cruzó de brazos.

—Parece que alguien quiere hacer nuevos amigos.

—Hablas de aquel tipo. —Apuntó con su barbilla a Shino.

—Deberíamos darle una oportunidad. —Se unió a la conversación un chico que les llevaba unos buenos treinta centímetros más de altura.

El castaño amante de los animales soltó una carcajada.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó el más alto.

—No somos una asociación de caridad, si el chico quiere juntarse con nosotros, bien, sino, pues no.

—Parece que no lo entiendes —sus cejas se unieron con disgusto—, no todos son como tú, que a pesar de tener poco tiempo en el colegio, ya el primer día le hablaba a todos.

—No todos están solos por gusto, algunos simplemente ignoran como socializar.

Kiba observó a su par de amigos y dejó salir un suspiro de resignación.

—Como digan.

No entendió muy bien al punto de aquello, pero no era su problema y decidió no darle tanta importancia.

En ese instante el profesor entró provocando que todos se apresuraran a tomar asiento. Se veía apurado y en cuanto estuvo en el centro y con todas las miradas atentas de los alumnos puestas en él, sacó un pañuelo de su bolsillo y se secó el sudor.

—Buenos días, hoy habrá una reunión y no podré estar con ustedes. Quiero que guarden silencio y saquen su libro de geometría, unidad cinco, página ochenta y tres hasta la noventa y cinco. El jefe de grupo será por esta ocasión mi mano derecha y me entregará un reporte de su comportamiento. Cualquier duda con los ejercicios o inconvenientes pueden ir a la biblioteca o hacer uso del pizarrón para resolver los problemas entre todos, solo no hagan mucho escándalo y concéntrense en terminar, si no lo hacen se quedará como tarea y cuando lleguen a casa tendrán trabajo extra, porque les recuerdo que mañana es la entrega del proyecto de ciencias.

Se escucharon algunas exclamaciones de fastidio y después de asegurarse que los alumnos comenzaban a echar un vistazo a todos los ejercicios que harían, que serían suficientes para mantenerlos ocupados por toda la mañana, se marchó confiando en que no harían nada malo. Que equivocado estaba.

—Vámonos de aquí —dijo el más vago del salón en cuanto escuchó los pasos del profesor perderse por el pasillo.

—Vale.

—Genial.

—Como quieran —dijo Kiba mientras le guiñaba el ojo a Sakura que sabía lo miraría con cara de asco—. Los veo detrás del edificio de docencia dos. —Se levantó y le dijo al jefe de grupo que iría al baño.

—¿Deberíamos decirle?

—Yo lo hago —habló el más alto.

Al acercarse al lugar de Shino recibió miradas curiosas por parte de sus compañeros. Con voz muy baja le platicó los planes de saltarse la clase y lo invitó a unírseles.

• • •

Salieron de puntillas y escondiéndose de cualquier otro estudiante que no compartiera su buen sentido de entretenimiento, o de algún profesor que odiara la juventud y las locuras que aquello implicaba.

Sabían de una brecha que probablemente años atrás, o generaciones, había sido abierta para escapes como aquellos y que por suerte aún no era descubierta por soplones o docentes, sino, no estarían tan confiados.

La escuela estaba rodeada por terrenos que nadie se interesaba en comprar y por obvias razones la naturaleza se había encargado de reclamar lo suyo. Los robles altos, los mosquitos, la diversidad de plantas y cualquier otro ser vivo que ahí habitaba, suponía un peligro que si no tenían cuidado podría meterlos en problemas que no resolverían unos cuantos chiquillos de menos de diecisiete años.

—Estamos locos, mañana los veré a todos con sus padres en la dirección. —El chico saltaba por las rocas con una sonrisa en la cara que delataba que le valía totalmente aquello.

—El representante del grupo puede ser un lame botas, pero sabe que no le conviene delatarnos o no le será suficiente la protección de los profesores.

—No lo hará, no es tan amargado como creen —Kiba comentó mientras caminaba relajado.

—¿Tú qué crees? —le preguntaron al que apenas había abierto la boca para aceptar saltarse las clases con ellos.

—No lo sé —contestó sin inmutarse.

—¿Cuál es tu nombre? —El castaño lo analizó como si lo viera por primera vez.

—Aburame, Shino Aburame.

—Shino, tienes que hablar más o no sabremos qué pasa por tu cabeza. —Sus labios se curvaron en un gesto extraño.

Definitivamente lo odiaba. No sabía exactamente cuándo comenzó a sentir aquello. Quizá fue el mismo día en que lo conoció.

—Tomaré tu consejo —contestó ocultando su expresión de desagrado por debajo del cuello del suéter que le llegaba por la nariz y los lentes oscuros que no se quitaba en cuanto ponía un pie fuera de casa o del instituto.

—Genial. —Llevó la mano a su nuca y continuó con aquel aire que Shino asociaba con prepotencia.

No entendía como un chico tan arrogante y pretencioso podía estar rodeado de personas que lo aceptaban. No tenía sentido. Emanaba seguridad en sí mismo, pero él podía asegurar que se trataba de una mera fachada.

—Sakura te odia, antes de irnos me dijo que se alegraba que te marcharas —dijo uno de los amigos del castaño.

—No es la única, deja de intentar salir con cualquier chica del colegio —se burló el más alto.

—Incluso se atrevió a declararse a Temari, realmente tienes agallas para hacer eso.

—¿Valentía o idiotez?

—Idiotez —contestaron varios al unísono.

—Patético —murmuró Shino sin que nadie más lo notara.

Kiba amaba ser el centro de atención y él prefería pasar desapercibido, era su opuesto. Quizá una parte de él quería ser como el castaño o tal vez solo era una pequeña parte la que no lo envidiaba.

La vida para él era como cristal, todo el tiempo observaba como si el exterior fuera una pantalla y él no pudiera hacer más que mirar, sin ser capaz de interactuar ni de pertenecer. Creyó que así estaba bien, que no necesitaba a nadie y nadie lo necesitaba a él. Así era más fácil. No tenía que preocuparse por los demás, no tenía que molestarse y contagiarse de sus problemas. Pero en ocasiones se sentía vacío, sus insectos no lograban llenar aquel hueco.

—¿Qué es eso? —Uno de los chicos alzó la voz y señaló en dirección a un árbol.

—¿Es un panal de avispas? —contestó otro mientras entrecerraba los ojos para distinguir mejor.

—¡Qué asco! —El más vago se tapó la boca.

—¿Quién se atreve a tirar su nido?

—No seas idiota, terminaremos en el hospital, ¿no ves el tamaño de esa cosa?

—No sean miedosos. —El chico alto tomó una pequeña roca del suelo—. Si lanzamos todos a esta distancia una piedra y logramos tumbar el panal, no habrá problema, a menos que sean tan torpes como para tropezarse a mitad de camino mientras corremos.

—Yo traigo un encendedor, podemos hacer una fogata debajo, una vez escuché que el humo las mata.

—Esa es la idea más tonta que he escuchado.

—¿Entonces qué propones, genio?

—Lo de aventarle piedras suena mejor.

Shino apretó los puños y en silencio se agachó. Agarró tierra dispuesto a lanzarla a los ojos de cualquiera que se atreviera a atacar a las avispas.

—¿Es en serio? —La voz de Kiba llamó la atención de todos que ya discutían el nuevo plan—. A nadie le afecta ese nido, ni siquiera está cerca de la escuela ni de alguna casa, esos insectos no le hacen daño a nadie y es mejor dejarlos en paz.

—Deja de ser tan aburrido, pensé que serías mejor que esto, ahora no salgas con una falsa moral sacada del mismo lugar que tu suerte con las chicas.

Todos se rieron, era divertido burlarse de él. Era divertido cuando no se metían con ellos.

—No sabía que esos cinco centímetros de frente los tenías de adorno.

El alto dejó de reír.

—Apártate o no querrás ser el centro de mi puntería.

Curvó el extremo de sus labios y no se movió de lugar. No se quedaría de brazos cruzados viendo como unos estúpidos niños dañaban todo a su paso sin pararse a pensar en algo más que en sí mismos.

—Kiba...

El castaño le miró a los ojos sin parpadear.

Levantó la mano y en la punta de sus dedos sostuvo la piedra.

—No quiero lastimarte.

—No lo hagas, ni a mí, ni al panal de avispas.

—Ese lado tuyo es decepcionante, no digas que no te lo advertí.

La piedra voló en el aire hasta impactar en la cabeza del castaño que solo cerró los ojos. Dejó que la sangre escurriera por su frente.

El chico no lo miró con arrepentimiento, solo se encogió de hombros.

—Vámonos, el idiota defensor de insectos arruinó la diversión.

Se giró y todos lo siguieron.

Cuando los perdió de vista se dejó caer al suelo mientras apretaba la herida.

—¿Estás bien? —Escuchó una voz a su espalda.

Dio un brinco de sorpresa.

—¡Mierda, no me asustes así!

No había notado que estaba allí, como todos, se olvidaron de él.

—Déjame ayudarte.

Se agachó hasta quedar frente al chico y de su mochila sacó un pedazo de papel que le ofreció y el otro tomó.

—¿Qué haces aquí? Debiste marcharte con ellos.

Su rostro se contrajo, quizá el dolor incrementaba a cada segundo.

—Ven, no vivo muy lejos. Tengo allí alcohol para desinfectar y...

—Gracias, pero no es necesario.

• • •

¿Qué se creía? ¿El rey de los imbéciles? Sí, probablemente era eso. Giró la cabeza e ignoró al castaño, pero no pudo evitar volver a buscarlo con la mirada, le vio alzar las palmas al cielo en un gesto de triunfo y después dar un grito que retumbó en sus oídos. Definitivamente amaba a Kiba.

Su risa llegó hasta él, platicaba con los más estudiosos de la clase. Después de aquel día no volvió a hablarles a los que antes eran sus amigos, pero parecía que nunca lo fueron. Kiba encontró otro lugar y realmente se veía feliz ahí.

Sonó la campana y antes de perder de vista al castaño dio unos golpecitos en su hombro, porque sabía que si le hablaba no le escucharía, al menos no con tanto ruido y con su nada imponente presencia.

—¿Me acompañas? —preguntó sin ninguna expresión.

Kiba alzó ambas cejas y asintió con algo de confusión, pero sin detenerse a pedir alguna otra explicación.

Salieron juntos y Shino le guió a la biblioteca, se supone que no es el lugar adecuado para hablar, pero sabía que solo ahí podría encontrar el espacio donde solo sus palabras se pudieran escuchar.

—¿Y bien? —La incertidumbre comenzó a invadirle.

—Hay una sola cosa que me gusta —dijo sin apartar sus ojos de los de Kiba.

—Bien por ti.

—Protegiste lo único que me gusta, no te importó perder a tus amigos y no te importó que te lastimaran.

—No tengo idea de lo que estás hablando, ¿te sientes bien?

—Pensé que no odiaba nada, pero te convertiste en todo eso.

El castaño se frotó la frente y apartó unos mechones que caían descuidadamente por su rostro, aquella conversación le ponía incómodo.

—Kiba, ¿te gustaría salir conmigo? —Su expresión realmente seguía sin reflejar nada.

—¿Te refieres a ser amigos y salir a pasear o algo así? —No creía que se tratara de algo más, o quizá sí, porque el chico frente a él parecía muy raro y por más que trataba no lograba recordar su nombre.

—No, me refiero a una cita, una de verdad. Me gustas.

Su cabeza cayó a un lado y entornó los ojos para así descubrir el engaño. Algo hizo clic en su cabeza y buscó a su alrededor para dar con alguna cámara que los estuviera grabando.

—¿Es broma, cierto? No me enojaré contigo, probablemente los idiotas te obligaron... No tienes que hacer este tipo de cosas para entrar a un grupo social, no a uno de mierda. Cuando encuentres personas que valen la pena verás que nunca te pedirán hacer algo así.

Estiró la mano hasta alcanzar su hombro y le dio un ligero apretón.

—No es broma. —Tomó la muñeca del castaño y se acercó a una distancia que le permitió descubrir un sonrojo en las mejillas de Kiba. Fue como ver el amanecer desde lo alto de una montaña, hermoso.

—Vale... —Rápidamente se alejó y comenzó a reír por los nervios—. Tú...

—Shino —respondió descubriendo que ya no le molestaba que no recordara su nombre, porque intuyó que ya no podría olvidarlo más.

—Shino, no lo malentiendas, pero jamás, jamás de los jamases saldría con un chico. Me gustan las mujeres, me gustan un montón, tanto que nunca me pasaría por la cabeza salir con un hombre, nunca. Ni de broma. Jamás. No lo tomes personal, si fueras chica incluso estoy seguro estaríamos saliendo ahora, pero no eres mi tipo, mi tipo no tiene pene, tampoco tiene testículos. Lo siento, espero encuentres a alguien mejor y suerte...

Metió las manos a sus bolsillos mientras lo observó marcharse. Siempre fue un chico extraño y por primera vez se sintió normal al notar como poco a poco un par de lágrimas brotaron de él cayendo al suelo. Sabía que ese hueco se expandía lentamente y que aquellas ilusiones que se evaporaron dejaron aún más profundo aquel vacío.

Dolió ser rechazado, dolió ni siquiera tener una oportunidad y él se juró que a pesar de todo estaría a su lado, porque incluso así necesitaba una última cosa, necesitaba quedarse junto a él para asegurarse que la chica que Kiba eligiera fuera la adecuada para él. Solo así podría desprenderse del amor que sentía.


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