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La suerte de los tontos por Ilusion-Gris

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Mientras esperaban en la parada de autobús, Shino aprovechó para narrar su relación con Kiba.

—Llegó cuando tenía dieciséis años al pueblo donde vivía, Konoha —su voz adquirió un todo nostálgico y agregó—: Era un chico con mucha energía y lleno de seguridad en sí mismo. Por obvias razones no me agradó.

Neji asintió para no interrumpir el relato.

—Después descubrí su amor por los animales y respeto hacia la naturaleza, esa fue una de las razones por las que comenzó a interesarme. —Prefirió no entrar en detalles y saltó al punto relevante—. Cuando me declaré y me rechazó, me propuse no incomodarlo de nuevo y alejarme de él, pero algo sucedió que transformó mis planes.

Al abrir la puerta del aula, notó la atmósfera enrarecida, intentó no prestarle atención y se dirigió a su pupitre.

Por el rabillo del ojo observó a Kiba, lo encontró muy quieto y en silencio.

No era la primera vez que lo veía en ese estado, perdido en sus pensamientos; pero en esta ocasión no parecía que estuviera reflexionando, más bien, daba la impresión de que su mente estaba en blanco.

La curiosidad le carcomía, pero recordó que debía dejarlo en paz, que su presencia en la vida de Inuzuka no era bienvenida.

Estuvo así todo el día, hasta que el timbre sonó y los estudiantes, en orden, salieron a los pasillos para marcharse a sus hogares o para dirigirse a sus respectivos talleres. En cambio, Kiba se quedó sentado, con una mano bajo la barbilla y mirando el pizarrón.

• • •

Al día siguiente, el chico no se presentó. Los profesores no explicaron su ausencia y nadie preguntó el motivo.

Shino quería acercarse a los compañeros que los últimos días tenían más contacto con Kiba.

Fue hasta el tercer día de su inasistencia a clases que se decidió a investigar.

Se acercó a una de sus compañeras, le tomó a la chica por sorpresa su repentino interés, pero sin motivos para desconfiar le confesó que Kiba no contestaba los mensajes que le enviaban y le dio su dirección cuando se la pidió.

 «¿Podrías decirle que estamos preocupados por él?», le dijo antes de que se marchara.

Pensó que ellos debían hacerlo personalmente, le molestó su indiferencia hacia cualquier situación que atravesara Kiba, aunque no se negó; después de todo, no entendía muy bien lo que implicaba la amistad.

• • •

Observó el papel con la dirección escrita con tinta rosa, había estado dando vueltas en el vecindario sin encontrar la casa de Kiba. Soltó el aire con resignación y se dijo que al día siguiente lo intentaría de nuevo.

Había dado unos cinco pasos cuando escuchó unos cristales quebrarse.

Su instinto de supervivencia le aconsejó que se retirara del lugar, pero tenía una fuerte corazonada.

Intentó buscar la fuente del sonido y metiéndose en un callejón sin salida lo encontró.

Había una botella de vidrio partida a la mitad en el suelo, y un chico tumbado junto a ella.

Reconoció la figura de Kiba; mientras se acercaba al chico, en su cabeza se formularon mil preguntas, pero no hubo necesidad de expulsarlas. Al tenerlo a unos metros y distinguir su expresión entre las sombras, las respuestas llegaron lentamente.

Se pasó uno de sus brazos por los hombros y lo llevó hasta el parque, desconocía en donde vivía y su compañero parecía que no hablaría por más que preguntara. Por eso lo arrastró hasta allí.

Lo sentó en una banca y se quedó frente a él. Permanecieron largo rato en aquella posición hasta que una mujer joven reconoció a Kiba y se acercó a ellos. Disculpándose se lo llevó como antes él lo sostuvo, no le dijo la relación o parentesco que tenían, pero intuyó que era su hermana.

• • •

Veinticuatro horas después, Shino se encontraba, por fin, frente a la puerta del hogar de su compañero. Abrió la misma chica del parque y lo dejó pasar cuando le comentó que le llevaba los apuntes de las clases que había perdido.

«El lunes regresará a la escuela, te agradezco el que hayas venido, lo mejor es que se ponga al corriente», le dijo cuándo lo guiaba a la habitación de su hermano.

Al entrar encontró todo muy ordenado, no esperaba que un chico tan imperativo fuera tan organizado.

Kiba estaba sentado en el suelo, con la espalda contra el colchón y lo miraba con unos ojos hinchados por, supuso, dormir tanto.

—¿Tomaste notas por mí? —cuestionó con voz ronca.

Después de la declaración, se mantuvo observando a Shino, y en todo el tiempo en que lo analizó, nunca lo vio utilizando sus cuadernos para anotar lo que el profesor explicaba.

—No. Puedo enseñarte lo que vimos. —Sin esperar su aprobación comenzó a sacar sus libros.

Kiba lo escrutó antes de acercarse a su escritorio y pedirle que se sentara a su lado.

A grandes rasgos, le enseñó todo lo que se perdió en la semana; como estaban por terminar el curso, les llevó el resto de la tarde.

Cuando el sol se ocultó ya habían terminado y Kiba le ofreció que se quedara a cenar.

Era tarde, sus padres quizá estaban preocupados, pero aceptó.

Inuzuka envuelto en una soledad singular, que no lo había abandonado desde aquel día en la escuela, lo llevó a la mesa donde le sirvió un poco de arroz.

Se escuchaban pasos en el piso de arriba, la madre de Kiba debía estar en su habitación y su hermana había salido porque la llamaron de emergencia en la clínica donde era empleada.

—¿Siempre comes solo? —preguntó de repente.

—No, Akama… —guardó silencio antes de completar su frase.

Quería insistir, pero notó que se ponía pálido y decidió no molestarlo más.

• • •

Su regreso a clases fue un evento que terminó pasando desapercibido. El chico continuó como si nada hubiese ocurrido; hablaba con todos con normalidad y pronto olvidaron la rareza de su carácter antes de su ausencia. Solo Shino percibía la sobreactuación en sus movimientos y la torpe sonrisa que se esmeraba en retener en su rostro.

Cuando llegó la hora de gimnasia, el chico amante de los insectos, después de cumplir con las actividades fue a refrescarse la cara y a beber un poco de agua.

—¿Puedes ir hoy a mi casa?

La voz de Kiba a su espalda lo tomó por sorpresa.

Su expresión no delataba sus intenciones, pero oportunidad como esa, no tendría dos veces. Asintió sin preguntar el motivo de la invitación.

• • •

Dos semanas habían transcurrido y se encontraba de nuevo en la habitación de Kiba.

—¿Tienes una mascota? —preguntó mientras hurgaba en un cajón que tenía debajo de la cama.

Creyó que encontraría revistas de mujeres desnudas, algún film pornográfico u otros objetos con carácter sexual. 

Kiba despegó la vista de la consola.

—Tenía —murmuró.

Se levantó y volvió a meter los juguetes y pelotas en la caja.

Sus charlas siempre eran así de superficiales, mataban el tiempo encerrados en aquellas cuatro paredes, leyendo cómics y, de vez en cuando, jugando con el pequeño aparato electrónico.

• • •

Faltaban dos semanas para que sus días como estudiantes terminaran; hasta ahora, ninguno tenía planes de ir a la universidad, entonces pasaría tiempo antes de que volvieran a un salón de clases.

Shino comenzaba a impacientarse, casi todas las tardes las pasaba junto a Kiba, pero apenas y había logrado conocer más del chico.

Fue uno de aquellos últimos días que llegó a la casa de Inuzuka y se enteró que estaría solo hasta el día siguiente.

—Tomaron unas pequeñas vacaciones de mí —se encogió de hombros al explicarle.

Rompiendo la rutina se instalaron en la sala y miraron televisión.

—¿Puedo quedarme a dormir aquí?

Cuando las palabras salieron de su boca, fue de forma natural, como si hubiera sido algo premeditado por el destino, aunque hasta ese momento la idea ni siquiera pasó por la cabeza del chico.

Kiba continuó con la vista fija en la pantalla. A excepción de sus rostros iluminados por el televisor, lo demás estaba en tinieblas. El sol se había ocultado y en ningún momento se levantaron para encender alguna bombilla.

—Shino —alzó la voz para que lo escuchara de entre el ruido del programa que miraban—, ¿quieres tener sexo conmigo?

El nombrado creyó que se refería a sus sentimientos, como antes se había confesado, pensó que intentaba preguntar si lo que sentía era hasta el punto de lo sexual.

—Sí —respondió sin inmutarse.

—Nunca he estado con un chico —habló como si le debiera una explicación—, y hasta ahora no me interesa estarlo… pero podría hacerlo si tú quieres.

—¿Una relación puramente física? —cuestionó ocultando la decepción que sentía.

—No, una relación no. —Su ceño se frunció al pronunciarlo.

Shino sabía que su comportamiento inusual tenía una razón de ser, y estaría muy mal aprovecharse de él consciente de la situación.

Si en el futuro juzgaban sus acciones como nefastas, se mantendría callado, con la cabeza baja y se tragaría por siempre las palabras que pensaba: «No tendré otra oportunidad».

• • •

Le había pedido que lo acompañara a dar un paseo, lo que creyó sería una visita al parque de la vecindad, se convirtió en un viaje a los límites del pueblo. Llegaron hasta uno de los terrenos hostiles que flanqueaban la carretera.

—¿Crees que un perro doméstico pueda sobrevivir un mes fuera de casa?

Quizá otra persona le hubiera aconsejado a Kiba que regresaran, pero Aburame amaba la naturaleza en su estado más salvaje y seguiría al chico hasta que le pidiera detenerse.

—Puede ser —contestó buscando con la mirada ‘algo’, pero no sabía exactamente qué.

—Akamaru es mi mejor amigo —su voz salió trémula y con notable esfuerzo.

El aficionado a los insectos detuvo sus pasos al comprender una de las respuestas que tanto ansiaba descubrir, cobró sentido parte de su realidad. Todo el tiempo fue un sustituto.

—¿Qué pasó con él?

Temía enterarse de más, quería seguir en aquel dulce sueño.

—Mi madre prometió que podría visitar a mi padre, pero me di cuenta que estaba engañándome.

Como estaba unos metros por delante, Shino casi no lo escuchó y se acercó hasta que su pecho quedó a pocos centímetros de la espalda del otro. Con una de sus manos frotó el brazo de Kiba para infundirle ánimos.

El contacto lo estremeció, pero no se apartó.

—Tomé mis ahorros y a Akamaru, viajé hasta la ciudad donde vivía y de la que siempre me habló. No estaba ahí. Entonces le llamé y le pedí que me dijera dónde podía encontrarlo.

Cuando lo escuchaba hablar, podía reproducir las imágenes con facilidad en su cabeza. Veía a Kiba tomando un taxi que permitía mascotas, luego en una caseta telefónica con Akamaru afuera esperando a que terminara de hablar.

—Su voz cambió, se volvió fría y dijo que no lo buscara. Me colgó.

Se imaginó al chico agachándose hasta quedar a la altura de los ojos de Akamaru, estirando los brazos para acariciar su cabeza y orejas.

—No me di por vencido, llamé a mi madre y le pedí que me dijera dónde vivía, se negó y me exigió que regresara cuanto antes, pero la amenacé jurando que no volvería hasta ver a mi padre.

Podía ver con claridad al perro jalando la correa, asustado al verlo tan enfadado e intentando llamar su atención para distraerlo de sus penas.

—Al final cedió. Viajé dos horas más, aunque ya era muy tarde, supuse que mi padre no tendría problema en dejarme dormir en su casa.

A su mente acudió un Kiba buscando un trasporte que permitiera subir mascotas, el tren no era una opción.

—Vivía en un departamento de un edificio de seis plantas, la persona que se encargaba de cuidar el lugar me dijo que Akamaru no podía ingresar. Me sorprendió, creí que mi padre tendría mascotas. No tuve más remedio y lo até en un poste.

Al estar a su espalda, no veía su rostro, pero intuyó que estaría haciendo la misma expresión de aquel día, mientras lo ataba y le prometía que al día siguiente regresaría por él, pidiéndole que soportara una noche.

—No me abrió mi padre, me abrió una mujer joven, sus ojos me estudiaron con curiosidad y lo llamó antes de que pudiera preguntar algo. No estaba feliz de verme allí.

No dijo más, pero la escena se proyectó una y otra vez en la cabeza de Shino. El disgusto en las facciones del hombre, la nueva esposa intentando mediar entre ambos, procurando ser dulce y después presentándole a su hermanastro, quizá era uno, tal vez dos. No importaba.

—Era obvio que no me quedaría allí sin ser bienvenido, ¿no? —preguntó en un tono amargo.

Lo tomó de los hombros y lo obligó a girarse, Kiba no se opuso.

Contempló entre las sombras los labios apretados que formaban una fina línea.

—Dejé a Akamaru en el poste, me vio salir y me ladró, pero no me detuve por él.

Su padre bajando tras él, furioso por aquel desplante, más cuando su esposa intentó ser amable, gritándole que se detuviera y luego un gruñido a su espalda tomándolo por sorpresa. Akamaru estaba dispuesto a atacarlo si se acercaba.

—Pasé la noche sin problemas frente a un santuario. Al medio día regresé por Akamaru, estaba con la lengua fuera por la sed, pero se alegró al verme de regreso.

El perro agitando la cola, con la correa apretándole de los jalones que daba por querer lamer la cara de Kiba, tan contento porque estuviera de vuelta.  

—Ni siquiera se molestó porque lo dejé olvidado. De camino a casa me sentía mal por mi padre e ignoré a Akamaru.

Sumido en sus fúnebres pensamientos, deprimido, enojado, decepcionado de todo el mundo. Con una mano en su mejilla mientras observa por la ventana y el aire agitándole los cortos cabellos.

—Le pedí al chofer que me bajara aquí, no quería ver a mi madre y hermana.

Pudo ver como a la luz del atardecer Kiba y su mascota se plantaban en el mismo sitio donde se hallaban ahora. 

—Quería sacar todo lo que sentía, me pasó por la mente golpear a Akamaru, pero en cambio me desquité con el suelo.

Se imaginó el polvo que levantó con cada golpe que daba.

—Intentó detenerme, pero no le hice caso. Cuando terminé, se había ido.


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