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La suerte de los tontos por Ilusion-Gris

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Era bueno en combate, sabía un par de movimientos para zafarse de los agresores; dominaba el chino y el coreano, había aprendido de botánica a los catorce años, pero con todo, no era capaz de tocar el timbre de la casa de Kiba.

Bajó la mirada para observar a Akamaru que estaba atento a sus acciones, esperando a que hiciera los honores. «Anda, tú puedes» parecía que decía con aquella expresión tan empática.

—Eres el mejor amigo del mundo, espero algún día aprender de ti —dijo, con sinceridad, al canino que solo movió las orejas en respuesta.

Expulsó el aire con lentitud e intentó sonreír para infundirse ánimos; por puro instinto se arregló el cuello de la camisa azul zafiro que vestía y se sacudió el polvo inexistente de las mangas. «Venga, solo me aseguraré que Akamaru esté en brazos de Kiba y me marcho», pensó para tranquilizarse. El rechazo mutuo todavía estaba fresco en su memoria.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo ahora? En el taxi morías por llegar —le susurró a Akamaru, deseando que se pusiera a ladrar y así ahorrarle el tiempo que estaba perdiendo por la decidía—. Lo sé, no me mires de esa forma —exasperado volvió a suspirar—, quiero asegurarme que ambos se encuentren bien y la única solución implica ahogar esta horrible cobardía.

Cerró los ojos un instante. Estiró la mano para apretar el botón circular que hizo timbrar el interior del departamento. Fue contando los segundos hasta que tuvo a Kiba delante.

Lo primero que hizo el menor al abrir la puerta, fue perderse en los ojos perla de Neji, por el rabillo del ojo vislumbró a Akamaru y antes de ponerse en cuclillas para tomarlo entre sus brazos, lo miró con una expresión de incredulidad. «¿Cómo es posible?», se dibujó en su rostro con lentitud.

• • •

Las primeras palabras que recuerda tragar en su interior, fue en su séptimo cumpleaños. Sus padres le regalaron un volumen completo de ciencias naturales, esperaba un juego de mesa, algún rompecabezas o monopoly; no varios libros pesados y gruesos con imágenes muy realistas que parecían que en cualquier descuido saltarían a la vida. Con una sonrisa fingida dio las gracias por el presente y cuando le preguntaron si era lo que esperaba, asintió sin mirarlos a los ojos.

La segunda ocasión que mintió, fue en el hospital, mientras le enyesaban un brazo, le pidieron que avisara cuando doliera, soportó en silencio sin atreverse a emitir queja alguna, se arrepintió al sentir el sudor frío bajar por su espalda, pero fue incapaz de hablar.

La tercera fue en su último año escolar, comenzó a juntarse con un chico muy lindo, su nombre era Haku, era una persona muy amable para existir en un mundo tan cruel; nunca fue capaz de decirle lo especial que se había vuelto para él. Un día desapareció y no supo más del chico.

Por eso, mientras Kiba abrazaba a su mascota que lo saludaba con efusividad, se prometió no quedarse callado de nuevo.

—Lo lamento, por favor, no te rindas conmigo. —Sabía que era imprudente interrumpir aquel encuentro, que podía esperar hasta que todo se calmara, pero de hacerlo después, quizá perdería el valor.

Con cuidado frotó el pelaje blanco de Akamaru y este, escabulléndose de sus caricias, logró apartarse y meterse al departamento, con el aparente pretexto de ir por sus croquetas.

Kiba se levantó y se acercó a una distancia prudente.

El mayor de ambos aprovechando que tenía su completa atención, expulsó:

—No soy el único que mintió, tampoco soy mejor que tú por ello. Es la primera vez que quiero luchar por algo. Estoy acostumbrado a resignarme y a dar media vuelta hasta encontrar otro camino más sencillo.

Conseguir la aprobación de sus padres, ni siquiera lo intentó. Una relación estable, prefirió aquellas de una noche. Solucionar sus problemas de ansiedad, se rindió e ignoró su propia miseria.

—Neji...

Podía notar que algo en él había cambiado, nunca creyó que realmente deseara ayudarlo. Hasta ese momento tenía la impresión que era el único que hacía algo por mantener a flote su relación, más bien, se había convencido que al ser el que amaba con mayor intensidad, entonces era su responsabilidad hacer que funcionara; pero cuando el castaño lo llamó mentiroso y dudó de lo que sentía, se dio cuenta que estaba agotado, que no podía lograrlo por más que lo intentara. Sus esfuerzos nunca rendían frutos, y Neji se lo estaba recordando; pero ahora era diferente, el chico distante del que se enamoró, ahora parecía tan cerca que no era necesario estirar la mano para alcanzarlo.

—Quiero estar contigo, tomar todo de ti, lo bueno y lo malo. No permitiré que nuestros miedos interfieran. Que sea una fuerza superior la que nos separe, o seas tú pidiéndome que no vuelva.

Su cabeza aún daba vueltas, hace un momento estaba lamentándose por Akamaru y por lo mal que todo resultaba en su vida, ahora todo estaba en su lugar, incluso, en una mejor posición.

Por eso, aprovechando su buena fortuna, recorrió la distancia que los separaba, y que antes no fue capaz de eliminar, para abrazar a Neji.

—Gracias, gracias —susurró cerca de su oído.

No estaba en su naturaleza refugiarse en los demás, pero el cuello de Kiba era el lugar más cómodo con el que se había topado. Se sentía bien, tranquilo y sin la necesidad apremiante de salir huyendo, por eso con fuerza sus brazos lo envolvieron.

—No te dejaré, no lo haré —habló antes de recargar todo su peso en el cuerpo contrario.

El menor no se dio cuenta de lo mucho que necesitaba escuchar eso hasta que las palabras salieron de los labios de Neji.

Cuanto habría deseado que su padre se lo dijera, cuanto habría dado porque la persona que tanto admiraba lo aceptara sin importar nada más. Ahora que el chico que anhelaba se lo prometía, sintió como si fuese libre. Curioso, había encontrado su libertad en la compañía de un hombre.

—Tampoco te dejaré. —Se aseguró de eliminar de una vez por todas cualquier duda en su pareja y aprovechó para recordarse que él nunca se daba por vencido con lo que amaba.

En todo el trayecto solo veía el pavimento y las líneas blancas bajo sus pies, se había echado a correr sin rumbo fijo, para cuando se encontró sin aliento se percató que estaba en un lugar desconocido.

Gracias a la luz de las farolas no estaba caminando entre tinieblas, porque incluso la luna estaba oculta entre las nubes.

Lejos de pensar decentemente, solo era consciente del cansancio de su cuerpo, así que buscó a su alrededor hasta encontrar algún camino con buena pinta que lo llevara a un lugar seguro para descansar y perderse en un mundo onírico.

Vislumbró una vereda sinuosa a su costado y observando con cuidado se dio cuenta que lo llevaría a un santuario; considerando la posibilidad de dormir en la banca de algún parque, le pareció mejor opción ir a un lugar para las personas sagrado, tenía la ventaja de que en ese sitio no sería molestado. En ese momento no le importó si estaba rompiendo reglas o si le estaba faltando el respeto a las creencias ajenas al ir a echarse a los pies de los escalones que llevaban al templo, pero no estaba pensando con claridad.

• • •

Neji estaba en esa etapa de la vida en que se cuestionaba mil cosas, más allá del bien o del mal, de lo que es correcto o incorrecto, estaba en la edad en que las líneas que separaban todos los conceptos, ahora eran difusas y todo estaba revuelto.

Aprovechando que sus padres le dieron permiso de pasar el fin de semana en casa de sus tíos, que sus familiares no estaban al pendiente de él y que su prima se acostaba temprano, tuvo la oportunidad de escabullirse sin problemas al templo más famoso del sitio. Nunca fue un creyente muy ferviente de los espíritus, igual sus padres jamás le inculcaron sobre algún dios en particular, pero quería ir a aquel lugar para dejar una grulla de papel como ofrenda, hacer un rezo y dejar la petición escrita que llevaba preparada, quien sabe, pero igual alguna deidad podía ayudarlo, y en las condiciones en las que se encontraba no podía darse el lujo de ser escéptico.

No temía que las calles estuvieran casi desiertas, sabía que era una ciudad tranquila, pero cuando vio el cuerpo de un tipo en la orilla de los escalones se asustó un poco y meditó si era buena idea ir a esas horas.

«Por la mañana, si salgo, seguro me preguntarán a donde voy. No quiero que se den cuenta que estoy tan desesperado como para hacer esto», pensó y con cuidado de no hacer ruido fue subiendo los peldaños.

—Eres un idiota.

Dio un respingo asustado cuando escuchó susurrar al hombre a su costado. Temeroso giró la cabeza y al observarlo removiéndose en su sitio se percató que el hombre estaba hablando en sueños.

«Es muy pequeño para ser un hombre adulto, su ropa no está desgastada, no es un vagabundo», concluyó.

¿Qué le habrá pasado para venir a los pies de un templo a dormir? Por dentro sentía que no había persona que sufría más que él, pero al menos Neji no estaba en el suelo tiritando del frío, no estaba abrazándose a sí mismo luciendo perdido y abandonado.

Le invadió un sentimiento de culpabilidad por lamentarse por algo que podría ser insignificante a comparación de lo que acosaba al otro chico.

Avanzó olvidando su temor inicial para examinar a la pobre alma que volvía a balbucear entre sueños.

—Tonto, eres tan tonto... Siempre te decepcionan y no puedes aprender...

Con cuidado se arrodilló hasta que su rostro quedó a centímetros del contrario.

—Tranquilo, todo está bien —musitó mientras acariciaba los cabellos cafés del chico.

Lucía atormentado por penas desconocidas para él, su nariz estaba roja y sus mejillas heladas. Sin pensarlo dos veces se quitó de encima el abrigo para cubrir al menor. Asumió que era un par de años menor que él, sus rasgos eran todavía los de un adolescente, aunque supuso que en poco tiempo se volvería muy apuesto y galante.

«¿Es en serio, Neji? ¿El tipo probablemente huyó de casa, ahora duerme en la calle y tú piensas que no está tan mal? Tengo que parar», se regañó a sí mismo.

—Padre... —farfulló con voz lastimera.

Hyuga se sentó a su lado y acomodó la cabeza del chico en su regazo. Le asombró que no se despertara, en realidad, parecía que no quería abrir los ojos nunca más.

Desconocía su nombre, ignoraba su situación, nunca lo había visto en su vida y probablemente jamás se cruzarían sus caminos, sin embargo, sintió el dolor contrario. Era una mezcla de emociones, como un día difícil en el que te acuestas y piensas que no importaría si no despiertas para el mañana, que ya no soportas continuar, que por más promesas que te hagan para el futuro, no tienen importancia, porque lo único que sientes es el ahora, y no vale la pena.

—Me quedaré aquí contigo, no dejaré que te pase nada, sigue durmiendo, me aseguraré que mañana veas el sol salir —dijo con auténtica convicción—. Entiendo... sé lo que estás sintiendo, pero ¿podemos lograrlo? Tú estás conmigo sin desearlo y yo aquí sin esperarlo, seguramente es una especie de señal. No creo en las coincidencias ni en el destino, pero yo estaba buscando ayuda y tú un sitio en el cual pasar la noche, a cambio, yo pude ver que mis problemas son inferiores en el universo de las penas y tú obtuviste compañía. Da igual si es casualidad, si olvido lo que hoy ocurrió, o si el destino nos vuelve a juntar en el futuro. Lo único relevante es que ahora me haces útil y nada malo nos podrá pasar, al menos no empeorará...

El chico, con su abrigo sobre los hombros cubriendo su pecho y la expresión en su rostro más pacífica, no se despertó en ningún momento para descubrir a Neji velando por él.

Cuando el sol emitió los primeros rayos de luz, el de ojos perla apartó la cabeza ajena de sus piernas hasta lograr levantarse y después lo despojó de su abrigo. Lo observó unos minutos y advirtió que estaba a punto de despertar. Se escondió detrás de un árbol, lo vio incorporarse y frotarse los ojos.

La persona que estuvo cuidando por horas se puso de pie y comenzó a descender los peldaños, en ningún momento notó la presencia de Neji, y por dentro eso decepcionó un poco al castaño.

• • •

Vislumbró a Akamaru junto al poste donde lo dejó, y cuando el canino lo reconoció se puso como loco de felicidad. Le asombró que lo olisqueara con desesperación, y en ese instante él mismo se dio cuenta que había un perfume ajeno al suyo en sus ropas.

«¿Qué rayos?», pensó mientras pegaba su nariz a su camisa. No tenía ni la menor idea de cómo llegó a impregnarse de ese olor, pero le gustó, le gustó tanto que en medio de aquel caos esbozó una sonrisa. Una que carecía de significado y fundamento en ese momento. 


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