– Espero que no venga la profe – pensó Genzo mientras miraba la ventana.
Era otro día normal en la secundaria Nankatsu, hacía solo un minuto que se fue la profesora de lengua y literatura, y ahora debía llegar la de filosofía para dictar su clase.
– De pie – indicó el delegado ni bien entró la sensei.
– Genial, mi mano quedará adolorida – pensó, y es que la docente tiene la costumbre de dictar “a la velocidad de la luz” como dicen sus estudiantes –. Parece que otra vez Wakashimazu tendrá que reemplazarme en la portería.
– Genial, llegó el correcaminos – susurró Hyuga, quien estaba sentado al lado de Wakabayashi, este y otros que estaban cerca estallaron en risas.
– ¿Se puede saber qué es tan gracioso? – preguntó molesta pero no sorprendida; todas las clases le tomaban el pelo.
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– Correcaminos – El grupo conformado por Genzo Wakabayashi, Kojiro Hyuga, Hikaru Matsuyama, y Jun Misugi volvió a reír ni bien salieron del curso.
– Hyuga, esta vez si te superaste – comentó el ojiverde entre risas.
– Pero es la verdad, nunca antes había visto a alguien dictar tan rápido.
– De seguro pensó que hoy empieza las vacaciones y quiere dar toda la unidad antes – dijo Matsuyama –. Deberíamos decirle que aún falta algunos días.
– Eso o tenía que perseguir al coyote – dijo Misugi.
– Es al revés – corrigió Hikaru.
Los cuatro amigos se dirigieron afuera, donde los estaban esperando los otros miembros de la banda: Tsubasa Ozora, Taro Misaki, Ryo Ishizaki y Ken Wakashimazu.
– Hola – saludó Misaki.
– ¿Cómo les fue en la clase? – preguntó Ishizaki –. ¿Qué nos traen esta vez?
– Hyuga apodó a la profesora correcaminos – respondió Genzo y automáticamente los ocho rieron –. Por cierto, Wakashimazu, tendrás que reemplazarme en el arco hoy, me duele la mano.
– Después del almuerzo tenemos filosofía – respondió.
– Pero tú resistes más su tortura.
– Deja que te haga un masaje – Tsubasa se le acercó – dame tu mano.
– S-sí – obedeció sonrojado –. Maldición, lo hace muy bien.
– Uuuuuhhhhh, parece que alguien está rojo – comentó Hyuga en tono burlón.
– ¡Cá-cállate! – los demás rieron.
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– Ya estoy en casa – anunció ni bien entró.
– Bienvenido, Ganzo – dijo uno de sus hermanos que salía del comedor.
– Arrrgg, Genji – gruñó –. ¿En dónde están las mucamas?
– Están en la sala con mamá, papá y John mirando la novela – respondió.
– ¿Mamá y papá volvieron? – Preguntó, puesto que sus padres estaban en Inglaterra por trabajo –. ¿No era que volverían para el año nuevo?
– Regresaron esta mañana apenas te fuiste – contestó antes de volver a su cuarto.
Se dirigió hacia la sala y ahí los vio, tal y como dijo su hermano mayor, mirando la novela.
– ¿También John mira esa bazofia? – rodó los ojos –. Hola.
– ¿Ah? Hola, Genzo – saludó su padre.
– ¿Cómo has estado? – preguntó su madre.
– Bien, ya se acerca el receso de invierno– contestó –. ¿Miran ese programa?
– Tu madre me obliga – respondió el señor Wakabayashi –. Han pasado media hora desde que comenzó y la protagonista se escapó de sus secuestradores por vigésima vez en este capítulo.
– Cree que es malo, pero yo no lo veo así – dijo su esposa –. ¿Necesitas algo?
– De hecho sí – se sonrojó –. Me gustaría hacer unas galletas, es para alguien especial.
– Si quieres yo le ayudo, joven Genzo – se ofreció uno de los mayordomos.
– Gracias.
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– ¡Buenos días! – dijo con toda la felicidad del mundo mientras entraba al aula.
– ¿Eh? Wakabayashi, te equivocaste de clase – dijo Ken –. Esta es la clase 1-B.
– ¿Y Tsubasa? – ignoró lo que dijo.
– Allá – señaló hacia una de las esquinas.
– Gracias – se fue corriendo hasta llegar al otro lado del curso –. Buenos días, Tsubasita.
– Wa-Wakabayashi – el mencionado estaba extrañado por ver a su amigo –. ¿Te ocurre algo?
– Ten – le entregó una caja –. Hice galletas de chispas de chocolate, espero que lo disfrutes.
– Gracias – abrió el paquete y su expresión cambió –. ¿Querrás decir migajas?
– ¿Eh? – tomó el envase y se horrorizó al ver que las masitas habían sido todas comidas, solo quedaban los restos y una nota.
Estaban re quemadas, 35/100. Firman: Genichi y Genji.
– Esos miserables – un aura oscura fue rodeándolo –. ¡¡¡ME LAS PAGARÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁNNNNNNNNNNNNNNNNNNNNN!!! – el grito se oyó por toda la escuela.
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– Y Genzo ¿Cómo te fue con Tsubasa? – durante la cena sus hermanos se atrevieron a tocar el tema, para su enojo.
– Pasé un momento súper incómodo por su culpa – los miró molesto –. ¿Qué hice para merecer esto?
– No te sientas mal, hijo – dijo su padre –. A mí también me molestaban cuando trataba de conquistar a tu madre.
– Querido – su esposa rió.
– Si me vuelven a arruinar otro intento juro que formarán parte del arco que está en el patio.
– ¡Genzo Wakabayashi! – su madre levantó la voz en señal de reproche –. No me hagas ir por mi sandalia.
– N-no… Mamá – tembló, no quería recibir otro golpe de los zapatos de su progenitora –. El que inventó los zapatazos era un verdadero sádico.
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– Qué viento el de afuera – se dijo a si mismo mientras entraba a una tienda.
Luego de que las clases finalizaran, Genzo decidió ir a pasear por el centro por si encontraba algo interesante para comprar. Había pensado en comprar algunos regalos para sus amigos por la navidad; sus padres le dieron el permiso para gastar.
– Me pregunto qué podría darle a Tsubasa – decía mientras agarraba un muñeco de felpa –. Tal vez pueda ir a un local de deportes a comprarle una pelota nueva, u otros botines – dejó el peluche de vuelta en el estante –. Ese chico solo piensa en el fútbol, y aun así lo amo.
– Wakabayashi – el mencionado se asustó al oír la voz de Ozora.
– Tsu-Tsubasa – volteó y lo vio detrás al lado suyo –. Qué sorpresa verte.
– Lo mismo digo – dijo alegre –. Parece que a ambos se nos ocurrió hacer compras navideñas – añadió –. ¿Comprarás algo para tu familia? Yo iba a comprar un muñeco para Daichi, ¿Lo recuerdas?
– S-sí – respondió nervioso –. Tu hermanito, había nacido hace unos meses, ¿No?
– ¿Estás bien, Wakabayashi? – preguntó –. Hace mucho que actúas extraño.
– Estoy bien, es solo que no puedo esperar a que comience el receso por las fiestas.
– Ya somos dos – en ese momento Genzo notó que tenía algo en las manos.
– ¿Y eso?
– ¿Ah? – bajó la mirada –. Es una gorra para el frío, me llamó la atención porque tiene el logo de la selección japonesa.
– ¿Puedo verla?
– Claro – se la pasó.
– ¿La vas a comprar? – preguntó mientras se la devolvía.
– Depende si la persona a la que se la quiero dar la usaría – respondió sonrojado –. No quiero que quede de adorno.
– Bueno, yo no creo que la use, después de todo tengo un millón de gorras – cerró los ojos –. Si alguien me regalara esto probablemente se la daría a John o alguno de mis hermanos – Tsubasa azotó el objeto contra el estante –. ¿Estás bien?
– Eres un insensible, Wakabayashi – decepcionado abandonó el lugar.
– ¿Tsubasa? – pronto se dio cuenta de su error, pero ya era demasiado tarde –. Lo he lastimado bien feo – pensó arrepentido.