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88. Conejo Fugitivo (02) por dayanstyle

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—¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Al suelo! —Gritaron las palabras, en una rápida secuencia.


Jay Park se congeló, cuando los hombres con equipo táctico completo, irrumpieron en la decadente casa, donde había ingresado sólo un momento antes. Sus músculos se tensaron dolorosamente, el sonido de su pulso acelerado estaba latiendo en sus oídos, cuando uno de los hombres armados giró sobre sus talones y lo apunto con un rifle, a su cara sorprendida.


—¡Al suelo! Quédate abajo en el puto suelo, ¡ahora! —El hombre avanzó hacia Jay, con la culata de su rifle firmemente entre el hombro y la  unión que conecta con el pecho.


Jay cayó tan rápido, que golpeó la cabeza en una silla de la cocina.
El dolor explotó por encima de su ceja izquierda, maldijo al golpear el suelo de linóleo rayado y sucio. Sacudió la cabeza, tratando de enfocarse, cuando una rodilla presiono su espalda baja. Dolor se disparó a través de sus hombros, cuando sus brazos fueron tirados hacia atrás y luego atados.
Todo lo que necesitaba era un poco de vodka y esto sería como su  vigésimo primer cumpleaños, menos por el rifle en la cara.


Gritos de hombres. Listo. Estar atado. Listo. Tener un dolor de cabeza enorme a la mañana siguiente. Listo. Sí,  la fiesta comenzaba.


En lugar de sentir como si fuera el alma de la fiesta, Jay se llenó de una sensación de horror y de pensamientos confusos. Las cosas se movían a su alrededor, tan rápidamente que todo en su línea de visión se convirtió en nada más que un borrón, convergiendo colores, piernas, brazos y los  gritos, que se mezclaban entre sí, para formar una cacofonía de confusión. El hecho de que no había hecho nada para merecer ser parte de este fiasco, le dio algo de comodidad. Se encontraba allí, simplemente para dar un paseo con su amigo, y luego todo el infierno se había desatado.


—Yo no hice nada. —Jay dijo, mientras observaba a la unidad táctica inclinarse y poner abrazaderas plásticas a los otros hombres, que habían estado en la cocina, cuando había llegado. Ninguno de los hombres que estaban detenidos, parecía confundido. Uno gruñó a uno de los chicos de la unidad táctica, mientras que otro escupió a los miembros del equipo. Myoung Jae se quedó como una roca, firme e inmóvil.


Su mejor amigo le había llamado para dar un paseo. Jay había comenzado a decirle a Myoung Jae que no podía alejarse del trabajo, pero debido a un milagro o a una retorcida pesadilla, teniendo en cuenta el fiasco en que ahora se encontraba, el restaurante en el que trabajaba había cerrado antes de tiempo, debido a una fuga de gas.


—¿Cuál es tu nombre? —Un agente con enormes hombros, que tenía un parecido sorprendente con Chris Hemsworth sólo que en esta versión del actor, de gran atractivo, parecía haber tomado una sobredosis de esteroides. Sus brazos eran tan grandes, que parecía tener problemas para mantenerlos cerca de su cuerpo.


Su cabello rubio oscuro recogido en una cola de caballo, y el brillo en sus ojos azules, le dijo a Jay que este humano amaba derribar a los malos. Probablemente tendría la polla dura como una piedra, por la emoción.
Se dejó caer de cuclillas, el hombre le agarró un puñado de cabello, antes  de tirar de la cabeza de Jay hacia atrás.
—¡Te pregunte por tu puto nombre!


Jay miró a Myoung Jae, quien no se había movido, ni dicho nada. La mirada marrón de Myoung Jae se redujo, como si le advirtiera de no decir una palabra. Al volver la cabeza, Jay miró a otro agente que estaba de pie junto al sofá, sangrando profusamente. Un radio portátil graznó en su mano. Oyó palabras como "redada de cocaína", "tráfico de armas", y "putas".


El tipo no podía estar refiriéndose a él. Sabía que Myoung Jae no era un chico inocente, ¿pero esto? Mierda, mierda, mierda. Drogas, armas y prostitutas, eran lo suficientemente malo por separado. En conjunto, era una pesadilla, de proporciones épicas. Su mente se puso a conectar los puntos, pero con el caos a su alrededor, no podía encontrarle ningún sentido.
Las cosas estaban sucediendo demasiado rápido y su cerebro no podía seguir el ritmo.

 

 
—No voy a preguntarte de nuevo. —El agente que se había inclinado hacia abajo delante de él, le ladró. Este le sacudió la cabeza, con los cabellos  que tenía atrapados en la mano. —Dime tu maldito nombre.


Myoung Jae junto con otros tres hombres, fueron arrastrados fuera de la casa, dejándolo solo para hacer frente a Thor. Prefería tener una barra de pinchos empujados en el culo, que quedarse a solas con el agente, al que probablemente le gustaría lanzar la mierda sobre él.


El mosquitero de la puerta, que no encajaba en el marco, resonaba, cuando entraron los hombres de traje. Uno, con un elegante corte de pelo y zapatos brillantes, se detuvo al lado de ellos.


—Kaluza
El recién llegado inclinó la cabeza, en señal de saludo a Thor y luego miró hacia abajo, a Jay. Sus cejas negras se levantaron una fracción de pulgada, como si no hubiera esperado encontrar allí a Jay.
—¿Quién es éste?        


El recién llegado olía a humano.
—Eso es lo que estoy tratando de averiguar—dijo a Kaluza. El hombre se puso de pie y “accidentalmente”, pateo el hombro de  Jay,  mientras daba unos pasos.  —Esta escoria no quiere hablar.


El hombre del traje se puso en cuclillas frente a él, inclinando la cabeza de Jay a un lado, como si examinara la contusión que sabía que había florecido al golpear su cabeza con la silla. Jay no se sorprendería si tuviera un bulto enorme encima de su ojo.
—¿Estás bien, chico? —El hombre del traje le preguntó.
—No lo mimes, Marek. Es un maldito criminal. Estaba de pie aquí, cuando hicimos la redada.
—Eso lo hace tan culpable como el resto de sus amigos—dijo Kaluza. Marek libero el mentón de Jay.


Todo el tiempo en que Jay había estado en el piso, los agentes iban y venían, traían algunas cajas o bolsas de transporte, de la parte posterior de la casa. Algunos divagaban alrededor, ya sea por estar inseguros de lo que debían hacer o demasiado perezosos para hacerlo.


Tres mujeres medio desnudas, fueron conducidas desde la trastienda, hacia fuera de la casa. ¿Qué demonios había estado ocurriendo aquí?
Otro agente dejó caer un cigarrillo encendido a la cara de Jay y lo aplastó con el tacón de la bota de combate. ¿Se suponía que el  tipo fumara durante una redada? Si no era así, nadie dijo nada al respecto.


—Dame cinco segundos con el punk y voy a hacerlo hablar—dijo el hombre del cigarrillo.
Marek se puso de pie, sosteniendo su mano, con la palma hacia fuera.
—Tranquilo. Disparas primero y preguntas después. Tu trabajo es hacer las detenciones.
Marek señaló a la gente cargando cajas a la salida.
—Tu trabajo consiste en recoger las pruebas.                                       


Se señaló a sí mismo.
—Y mi trabajo consiste en resolver toda la mierda.
—¿Qué, dices que nosotros somos el musculo y tú el cerebro?—Kaluza resopló burlonamente.
—Algo así —dijo Marek. —Por ahora, debes dejar de presionar.


Kaluza hizo una mueca con el labio superior, mientras él y el hombre del cigarrillo salían hechos una furia.
Jay esperaba, como el infierno, que los hombres se olvidaran de él. Ninguno de ellos había mirado en su dirección, desde que Marek empezó  a hablar de Kaluza. No hubo suerte. Marek lo levantó del suelo y luego lo dejó caer en la tambaleante silla.
—Dame tu nombre, chico.
—No soy un niño—dijo Jay, cuando su mirada se precipitó de un  hombre a otro—y es Jae  Beon Park.


Marek apoyó una cadera contra la mesa de la cocina, que estaba llena de platos sucios, una pila de correo sin abrir, un camión de juguete de un niño, y toneladas de botellas de cerveza vacías, cuando él entrelazó sus manos delante de su entrepierna. —¿Eres parte de este equipo?


—¿Equipo? —Jay negó con la cabeza. —Sólo vine a dar,  con  a  mi amigo,  un paseo.


Marek golpeó su puño en la mesa, con la fuerza suficiente para hacer que el contenido saltara e hiciera mucho ruido. Unas botellas vacías cayeron al suelo. Ninguna se rompió.


—¿Lugar equivocado, en el momento inoportuno?
—Exactamente—dijo Jay. Su cuerpo temblaba tanto, que se sacudía en su asiento, mientras se preguntaba si ese puño podría ir hacia él, la próxima vez.—No tengo ni idea de lo que está pasando aquí.


El hombre se frotó su mandíbula, bien afeitada, cuando parecía que la agitación sangraba fuera de él. Su postura era relajada, como si no hubiera abusado de la mesa, unos segundos antes.


Jay, pronto se encontró, dentro de una falsa calma, cuando Marek curvó el labio superior y le preguntó: —¿Así que no tenías idea de que Myoung Jae   Kim es el cabecilla de una de las bandas más notorias de este lado de la ciudad?


¿Cabecilla de una banda? ¿Myoung Jae? Su mejor amigo era un tipo afable, que siempre jugaba a la pelota con los sobrinos y ayudaba a la abuela de  Jay, con las reparaciones necesarias en la casa. Su amigo siempre llevaba una sonrisa tolerante y casi nunca levantaba la voz. Tan grande como era Myoung Jae, el hombre no era más que un oso de peluche.


No podía imaginárselo como cabecilla de una banda.


—No. —Los ojos verdes de Marek decían que no le creían.
—Vas a caer, como un accesorio adicional en todo esto, señor Park.
El hombre hizo un sonido de chapoteo con sus labios y no era exactamente por una frambuesa.
—Soy un hombre justo. Dame algo valioso que me haga reconsiderar tu tiempo en la cárcel.

 

¿Estaba hablando de un soborno? Eso no lo ayudaría en su situación, teniendo en cuenta que estaba en la ruina.


—Pero yo no sabía lo que estaba pasando aquí—dijo Jay. — Lo juro.
—Lo jura—dijo Marek a un agente que caminaba junto a ellos.
—Creo que eso significa que es inocente y puedo dejarlo ir. El agente se rió. —Sí, son todos inocentes.


Marek entrecerró los ojos. —Esta oferta sólo es válida por los próximos cinco segundos. Dime lo que sabes, y voy a hacer un trato.
La mirada de Jay corrió hasta Marek. Si el agente estaba tratando de llegar a un acuerdo, significaba que había más en Myoung Jae, algo mucho más grande que las drogas, prostitutas, e incluso armas de fuego.


—Jae Hee Lee—dijo Marek. Esas dos palabras llenaron de miedo el corazón de Jay.


Jae Hee   Lee.   El   padrino   de   Jay.   Aunque   hizo   lo   posible   para  mantenerse  alejado  de  Jae Hee,  era  difícil,  teniendo  en  cuenta  que  el hombre era el mejor amigo de su padre. Jae Hee estaba conectado a la mafia. Nadie podía probarlo, pero todos lo sabían. ¿Era dueño de una costosa casa, coleccionaba coches de época, tenía sirvientes que limpiaban y cocinaban, hasta que la casa estaba limpia y olía a margaritas frescas todo con un pago de contador? En serio.


Pero Jay sabía cosas. Había crecido en torno al tipo, oído conversaciones, vio cosas, y había encontrado el libro de contabilidad que Jae Hee tenía de Harry Stephan, un pesado conocido de la Costa  Este. Nunca le había dicho a su familia nada de eso, y Jae Hee no tenía idea de que Jay estaba al tanto de algunas de sus malas acciones.


—¿Qué pasa con él?  —Esto era malo. Realmente malo.
—Dame algo para hundir a tu padrino y tendrás un acuerdo. Así que el chico sabía quién era Jay.


¿Habría sido esto una trampa? ¿Los federales habían usado a Myoung Jae con el fin de llegar a él? No estaba seguro de cómo era posible, teniendo en cuenta que había venido aquí en un golpe de suerte. ¿O lo había hecho?

 

 
Ahora que lo pensaba, Myoung Jae había sonado un poco desesperado, cuando le había llamado.


Las cejas de Jay se alzaron hacia el cielo cuando cayó en la cuenta de que su mejor amigo lo había usado. Myoung Jae no lo había fulminado con la mirada para mantener la boca cerrada. El bastardo había sabido lo que iba a suceder.


—Si nos das algo con lo que pueda guardar a tu padrino durante mucho tiempo, podemos ponerte en protección de testigos hasta el juicio
Dijo Marek  y luego se encogió de hombros.


—O bien, puedes hacer más difícil esta redada. Tu elección.


Todo esto, estaba sucediendo demasiado terriblemente rápido. Jay era un maldito cambiaformas conejo. No iba a durar ni un día en la cárcel. Se convertiría en la perra de Bubba, durante la primera hora de estar encerrado.


¿Pero  su  padrino?  Si  Jae Hee  descubría  que  Jay  lo  había  delatado, estaría muerto en cuestión de días, sino en horas. El cambiaformas     león no era un hombre que perdona. Ir a la cárcel y convertirse en juguete sexual de alguien o la rata de su padrino y morir. ¿Había una tercera opción? Al igual que, tal vez, no sé, ¿cortar mis muñecas con una navaja de afeitar sin brillo, oxidado?


—Necesito tiempo para pensar —dijo Jay.
—El reloj corre —Marek respondió golpeando el reloj en su muñeca.
—Va una, van dos veces..
—¡Espera! —Jay trató de levantarse, pero Marek lo empujó por el hombro. Entonces se dejó caer en el asiento y luego se tambaleó en la silla que amenazaba con derrumbarse.


Marek se acercó más, sus labios rozando la oreja de Jay. Con su elevado sentido del olfato, Jay sintió el aroma ligero de alcohol en el aliento del hombre. Había tomado una bebida antes de presentarse aquí.
—Si no quieres que nadie en esta casa conozca tu decisión, susúrralo ahora.

 

 
Cuando se trataba de Myoung Jae, Jae Hee, y estos agentes, Jay estaba en la parte inferior de la jerarquía. Tenía que tomar una decisión que cambiaría su vida, por un hombre que creía que estar borracho en el trabajo era aceptable. Su vida estaba en manos de un agente, que probablemente tenía un frasco escondido en el bolsillo interior de la chaqueta del traje.


No debería tener que tomar una decisión que cambiaría para siempre su vida, en su próximo aliento. Había venido aquí para dar un paseo, y ahora él era el que está fijando un viaje forzado.
—¿Puerta uno o dos?


Jay pasó la lengua por los labios secos, por la decisión rápida que tenía que hacer. Él sabía la respuesta antes de hablar. Por mucho que le gustaría pensar que podía estar con hombres encarcelados, sabía la verdad tan seguro como sabía su nombre. Los hombres encerrados harían su vida un infierno durante muchos años por venir.


Si Jae Hee lo mataba, la muerte sería más rápida. Tal vez no en un abrir y cerrar de ojos y podría sufrir terriblemente, pero el dolor no duraría por años, no como sería ser al estar encarcelado.


Él no tenía ninguna confianza por el programa de protección de testigos o cualquier otro programa financiado por el gobierno que prometía seguridad por delatar a la familia. Su destino ahora estaba sellado. Jay tenía que elegir lo que el destino quería que sufriera.


—Voy a hablar—Jay susurró de modo que sólo Marek le oía.
—Estás haciendo lo correcto—Marek respondió en un tono similar al de Jay. —Ahora sígueme.


Darle la espalda a su familia no era lo correcto, pero no quiso discutir, no cuando Marek tenía todas las cartas y Jay estaba a merced del hombre.
—Bien, haz lo que quieras.


Marek arrebató a Jay de su asiento. Su agarre era tan fuerte que el cuello de la camisa de Jay se había convertido en un nudo corredizo, cortando el aliento que necesitaba para vivir.


—Como podrirse en la cárcel al igual que tus compañeros—Marek añadió Jay mientras empujaba más allá de las miradas curiosas de los otros agentes.


Jay tropezó más allá de la puerta desigual y sobre una pequeña plataforma de madera que servía como punto límite para los que venían a través de la puerta en el lado de la casa. Los tres escalones bajo él  crujieron cuando Jay fue llevado hacia una gran colección de coches de policía con las luces que remolinando, había una camioneta blanca donde vio a Myoung Jae y a los demás sentados en la parte trasera, y un surtido de SUV negro emitidas por el gobierno donde los federales habían llegado.


Incluso había un gran camión negro con las letras A.T.F. estampada en letras amarillas en el lado. Los hombres del equipo táctico se volvieron a ver a Marek mientras depositaba a Jay en la camioneta con su mejor corrección, ex-mejor amigo y sus compinches.


Un cabecilla de una  banda malditamente notoria. Si las manos de Jay     estuvieran libres, metería su cinturón en la boca de Myoung Jae.   

      
—Ya que estás de vuelta aquí con nosotros, supongo que no hiciste de rata con tu padrino—Myoung Jae tenía el descaro de sonar impresionado.
—Es una lástima que no tengas ese tipo de lealtad—Jay dijo mientras estaba sentado en el estante de metal que sirve como un banco. La culpa trató de arrastrarse sobre él. Myoung Jae había sido enfrentado con la misma decisión rápida para salvar su propio culo? Fue por eso por lo que había llamado a Jay?


Los mechones de negros rizos sueltos, cayeron a un lado del hermoso rostro de Myoung Jae mientras estudiaba a Jay. Podrían haber estado bien juntos.


Más de una vez, Jay había intentado ligar con Myoung Jae, pero el tipo le había dicho que no quería arruinar su amistad, que era demasiado malo cuando se trataba de hacer daño a las relaciones para tratar a Jay de esa manera.
 


 
En ese momento, Jay no sólo apreciaba la honestidad de Myoung Jae, pero también admiraba al hombre aún más por poner el bienestar de Jay antes del propio.


Ahora lo único que quería era que Myoung Jae se pudriera en la cárcel por el resto de su vida por haber forzado la situación en la que Jay se encontraba.
Las puertas se cerraron un minuto antes de que la furgoneta se alejara, meciéndose levemente sobre la calle llena de baches, llevándolo a lo que serían los últimos días de su vida.
Jae Hee lo encontraría y haría que Jay pagara. De esto, Jay no tenía ninguna duda.
 
Los frenos chirriaron cuando el sedán negro se detuvo frente a un edificio de apartamentos, de ladrillo, en una ciudad llamada  Dalton Falls. La calle estaba tranquila, era de noche y la luna oculta detrás de un grupo de nubes, dejaba sólo la luz de la única farola para guiarlos desde el coche.
La puerta trasera se abrió, y Jay se deslizó hacia fuera, mirando a su alrededor de la ciudad, donde lo más notable eran los pájaros posados en un cable de teléfono. Lo habían llevado a un aeropuerto privado, en y luego lo trasladaron por todo el país, hasta llegar a Dalton Falls. El largo viaje había sido brutal, y Jay estaba agotado de sentarse en su culo durante tanto tiempo.


Había dos hombres con él, que se quedarían hasta el juicio de Jae Hee Lee. Su padrino había sido detenido por una serie de cargos, todo por cortesía de Jay.
Una vez que había firmado todos los documentos necesarios, lo había sido sacado de la ciudad, y ahora aquí estaba, un soplón de su propia maldita familia. El odio por Marek hervía dentro de él. Aunque Jay nunca hubiera estado cerca de Jae Hee, era solo el principio del asunto. Lo había convertido en un hombre deshonroso, que ahora temía por su vida.

 

 
El agente especial Christopher Marek había fingido su muerte, la fuga y el consiguiente tiroteo donde Jay puso fin a su vida anterior.


Para su familia y los que lo conocían, su cuerpo, supuestamente, estaba en la morgue del condado. Habría un funeral, y ya no existiría Jay Park.


A pesar de que se le permitió mantener su nombre. Ya no tenía el pelo rubio. Se había teñido de negro, haciéndolo parecer como si tuviera neumonía. Su piel ya era demasiado pálida, y el color que había salido directamente de una caja, le hacía parecer enfermo de muerte.


Los tres se trasladaron por el pasillo y entraron en el edificio. La puerta de entrada era pequeña, Jay se sintió agobiado, cuando el agente especial Mike Morrison excavaba dentro del bolsillo de sus pantalones vaqueros,  de un tamaño demasiado pequeño, en busca de las llaves, para pasar por la segunda puerta de entrada. Jay contempló los buzones contra la pared de mármol y vio su nueva identidad en un pequeño trozo de   papel, escondido  detrás  de  una  pequeña  ventana  por  encima  de  un  buzón marcado 1D. El agente especial Morrison y el agente especial Alan Kent   lo escoltaron a su apartamento, revisando el lugar a fondo, antes de relajarse.
—Vamos a estar justo al otro lado del pasillo —, dijo Kent. Jay contempló el apartamento, escasamente decorado.
—Vamos a mantener un ojo en ti y del apartamento, hasta el juicio.
—¿Y, cuándo es eso? —Preguntó Jay.
Los hombros del hombre se levantaron en un encogimiento perezoso.
—No lo sé, pero recuerda el trato. Si le dices a alguien quien realmente eres, cumplirás tu pena junto con Myoung Jae Kim.


Myoung Jae seguía en espera de juicio, pero él había oído hablar a los dos agentes en el avión, y ambos estaban de acuerdo, en que Myoung Jae probablemente le darían unos veinte años. No estaba seguro de sí habían actuado esa conversación, para asustarlo, o si era la verdad.
No importaba. Su táctica había funcionado.

 
Estaba francamente aterrado, ante la posibilidad de pasar veinte años encerrado. Ahora tendría que vivir con su elección o morir por ella, cuando fuera resucitado, de entre los muertos, para poner a su padrino en la cárcel por el resto de su vida....
 
continuara..


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