El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va.
Antoine de Saint-Exupery (1900-1944).
Vicisitud
Por: Eruka
Tú logras que la odie (hacías).
Cuando ves el reloj y me avisas que ter irás, cuando te pones el pantalón y me dices que es hora de volver al mundo de la buena moral, cuando te veo partir sin mirar atrás; haces que quiera matarla.
Porque cuando estás sobre mí, ya estás comenzando a dejarme.
Nunca iba a ser suficientemente bueno para ti hasta que no lo fuera para todos. Desde que nos conocimos (hace más tiempo del que quisiera pero menos del que necesito) siempre fue así, ni siquiera te molestaste jamás en negarlo: tú estabas casado y yo no tendría nunca una vagina ni un unas tetas que te satisficieran del todo; yo nunca iba a poder darte más de lo que tu mujer te daba (familia, hogar, estabilidad, éxito profesional…).
Ella era más hermosa que el niñato famélico de quince años que era yo entonces, más inteligente, más sofisticada y más graciosa que yo, un estudiante antisocial que le regaló su juventud a un amor que desde siempre supo que lo llevaría a la desgracia. Ahora me lo dicen seguido, que soy el más hermoso, el más gracioso, el más inteligente, el más hábil, que soy un hombre de verdad.
Ahora sé que cualquier hombre con tus gustos secretos me vería primero a mí que a ella, que ni siquiera le dedicaría dos miradas a una mujer aburrida y vieja teniéndome a mí al lado. Que antes preferirían meterse a mis pantalones costosos que bajo su falda de muselina. Incluso sé que yo me vería mejor con aquellos vestidos caros y elegantes; que yo sería mejor mujer que ella.
El único que no lo sabe eres tú.
He conseguido mucho más de lo que aquella mujer podría siquiera haber suplicado tener, hombres a mi entera disposición, un nombre que brilla en carteles por todo el mundo, un rostro perfecto que todos desean, una sonrisa que ha sido el ejemplo de la perfección en decenas de anuncios, unos ojos capaces de derretir a cualquiera…
Ella no tiene más que un cuerpo relativamente conservado para sus cuarenta y tres años (¿cómo fuiste a fijarte en una mujer diez años mayor que tú?), un trasero lleno de grasa apenas disimulada, unas miserables arrugas en el mentón y el entrecejo, una boca caída por tantas cirugías inútiles y unas piernas que ya ni siquiera pueden apretarte como lo hago yo.
Pero al principio todo era diferente.
Tú la alababas siempre, enumerabas sus muchas habilidades en el arte del amor, decías que era la única capaz de llevarte al cielo con sus suaves ondulaciones y su ligero apretar, que sus manos suaves y delicadas hacía que tu corazón palpitara como si tuvieras mi edad; luego decías que yo era lo contrario; un mocoso al que le robaste el primer beso, que te dio su virginidad por orgullo y al que enseñaste cómo se amaba.
Ahora yo podría darle lecciones a ella.
Yo podría decirle que deje de berrear lo mucho que está envejeciendo porque a ti te desespera, que deje de ir a desayunar siempre con sus amigas porque tú lo consideras patético, que oculte sus cremas para ocultar la edad porque no quieres recordarlo, que deje de atracarse con comida para luego expulsarla porque cada día te genera más asco, que deje de estar sobre ti todo el tiempo porque te provoca dejarla; le aconsejaría qué y cuáles ejercicios hacer para, al menos, envejecer con dignidad.
Una vez, hacía dos años, me la encontré casualmente en una lujosa tienda de cosméticos, yo observaba con atención los exfoliantes (como si necesitara porquerías de vieja) mientras ella era convencida por una dependienta de que aquel labial color chocolate pasión le quitaba diez años, y no pude evitar la tentación de expresar:
-¿Entonces tiene usted 50? ¡vaya que luce bien conservada para su edad!-la mujer, humillada e indignada, le había dirigido su mejor mirada de superioridad (aquella que antes veía en las revistas y que me hacía sentir tan inferior), antes de contestar:
-Tengo 35, mocoso-Yo, encantado por su reacción, contesté con una mirada copiada y mejorada de la suya:
-Claro, y mi mejor atributo es la vagina-la dependienta, escandalizada y avergonzada, nos había suplicado que calmáramos los ánimos, y ella había exigido una disculpa de aquel joven insolente (¡lo que hubiera pensado de saber que llevaba seis años acostándome con su intachable marido!).
Yo, lanzando un bufido de hastío, me había despedido mientras canturreaba un “lo que usted desee, abuela rana”.
Me había sobrepasado con ella, y así me lo hiciste ver en la siguiente cita, reclamándome el disgusto con el que tu asquerosa mujer se había quedado durante toda una semana, pero la miradita maliciosa detrás del reproche me indicó que no era ni la mitad de lo que a ti mismo te hubiese gustado decirle.
Que estaba vieja, que no era ni la sombra reflejada en una sucia pared de la mujer con la que te casaste.
Yo soy superior en todos los aspectos.
Yo modelo a con mucho mayor éxito de lo que ella en sus días, yo tengo tres veces más contratos en un año que ella en toda su efímera carrera, entre mis piernas he enloquecido a más hombres de los que ella había logrado seducir cuando era atractiva, y que yo te amo mil veces más de lo que ella lo hizo nunca.
Porque ella nunca habría aceptado ser la amante durante 8 años, ella no habría aguantado morirse de ganas por tener lo que una horrible y anodina mujer tenía, ella no habría ni siquiera considerado la idea de dejar todo (principios, valores, familia, amigos y otras cosas nimias) para ser exactamente lo que él necesitaba. Ella habría escurrido esa tarea. No habría pasado ni la primera prueba y se habría olvidado de ti al día siguiente de dejarlo.
En cambio, yo he soportado todo, los olvidos, las vejaciones, las burlas y las comparaciones.
Yo he llegado a la meta: obtener tu amor.
Porque a veces el amor no se trata de conocer a la persona perfecta y casarte con ella, tener hijos y envejecer a su lado; a veces se trata de simplemente amarla y esperar a que también lo haga.
A veces se trata de elegir entre tú y tu amor.
Y otras, decidir entre la vergüenza de ser la esposa tonta que siempre se vuelve más insoportable, o el placer de ser el amante que cada día se vuelve más deseable.
Yo decidí, simplemente, que te amaba.
Incluso si no nunca lo mereciste.