Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Piña-Visco: urdiendo en el tiempo. por Vampire White Du Schiffer

[Reviews - 23]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes de KHR no me pertenecen. Esto será una parodia de todo lo que se me ocurra, y a mi beta-reader, que es quien me lanzó el desafío XD cada capítulo es casi autónomo. Sí, cuenta con patrimonio propio. Okay, éso no. Verán, no es necesario leer el primero. La idea eUe es que están viajando y ya 8D

Notas del capitulo:

dsdsadsadsa, no es mi intención ofender a alguien XD pero tendrá parodias de todo! xD

Jodido problema. En serio que así era. Primero, no quería ir por ese trabajo, pero su pareja era realmente insistente. Les habían dicho que esa casa estaba atiborrada de cosas maravillosas, extrañas, originales, antiguas y, por ende, caras. Segundo, tenía unas perversas ganas de robar el banco de Massachusetts, así que un pequeño hurto en una casa, por rica que fuere, no le despertaba libido alguna.  

Necesitaban el dinero. Este sería el último trabajo, le prometió su amante. Después de eso podrían los dos retirarse a su amada casa en Miami y, talves, tener un par de hijos. Aunque el pasivo no quisiera. Un par de violentadas bastaría…  

−¡Deja de querer violarme! ¡Ya te dije que no me pienso embarazar! –gritó un enfurecido Rokudo Mukuro. Un hombre de cabellos largos, color azul índigo, y furiosos ojos rojo-azul.

−¡Pe-Pero Mukuro-kun~! ¡Yo realmente no quiero ir a esa Mansión~! –canturreó sobre su pareja. Era fastidioso, pensó Mukuro.

−Escucha –se masajeó el entrecejo.

Estaban en su pequeña cueva en Nueva Orleans, la tímida luz bañaba las cortinas y así penetraba hasta donde allí. Como un susurro entre la yedra, la brisa movía las ramas del hermoso árbol frente a la casita.

−He planeado…

Este golpe toda la semana, no sé cómo rayos no quieres hacerme caso, será un buen negocio y, lo prometo, el definitivo –Byakuran Gesso hizo una perfecta imitación del tonito de Mukuro, se burló hasta que recibió un duro codazo en la mollera.

−Sí ya lo sabes no tienes porque arremedarme, estúpido –le dijo, cruzándose de brazos, realmente ofendido y se fue a sentar en un percudido sillón.

El guapo Gesso, que en aquel momento no debía sobrepasar los veinte años, masajeó su nuca, con algo de frustración por no tener a su Mukuro complacido. Tocó uno de los mechones blancos que abundaban en su cabeza, miró el destartalado techo de madera.

−Oye, esa gotera es nueva –dijo taladrando con sus filosos ojos color lavanda. Pero Rokudo no le respondió –¿No me vas a perdonar?

−¿Se supone que deba contestar eso? –bufó y se arrellanó aún más en el sofá. Byakuran llevó la mano izquierda al bolcillo de su pantalón gris y caminó hasta donde estaba el encaprichado peli azul. Se apresuró a tomarle de las mejillas y plantarle un hosco beso en alguna de ellas.

-Un sabiondo como tú no responde con otra pregunta –soltó una risita –, pero qué se le puede hacer –decía al tiempo de encoger sus hombros – definitivamente me tienes loquito por ti, Mukuro-kun~

−¿Entonces? –le miró por el rabillo del ojo –¿Qué se supone que daba interpretar con esa sonrisa?

−Es un menudo problema, ya que detesto meterme a casas de ancianos, pero vale, lo haré –dijo finalmente; Mukuro casi brinca de su lugar para ir a conseguir las cosas finales, empero, Byakuran le jaló, terminando éste en el sillón y con el primero sobre sus piernas – hagamos algo divertido antes de partir, ¿Sí~?

−Ah… -estaba apenas reaccionando –, será cuando terminemos el trabajo –dijo, calmándose, tener así de cerca al delicioso Byakuran le exaltó el corazón. Quién sabe, era esa especie de sensación que no podía controlar a pesar de tener años con él en el negocio.

−Pero, por favor, necesito –le lamió la parte frontal de la oreja – tener energías, ya sabes que estas piernas –agarró los muslos de Mukuro –, ups, quise decir las mías –ronroneó burlescamente – deben resistir…

−Me vale un auténtico cacahuate –alegó en medio de una sonrisa malévola, agarró a Byakuran del mentón y le dedicó un beso fogoso – así que, arréglate –se escapó de las inquisidoras manos y corrió a velocidad de correcaminos.

−Es por eso que te amarraré a la cama esta noche, Mukuro-chan –dijo moviendo el dedo índice en curiosas formas de círculos. Fingiendo que estaba contento.

+ Llegó la hora del gran asalto +

Estaban los dos con ropas dignas de ninjas-ladrones del espacio sideral. Sexys antifaces negros y ropas ajustadas del mismo color. Mukuro siempre ataba sus cabellos lo más cortos que se podía.

Estaban frente a una estrafalaria casa, de altas escalinatas y ramajes salvajes.

−¿Alguien más ve a un ladrón, o sólo yo? –inquirió Byakuran riéndose del gruñido de Mukuro.

Entraron con sumo sigilo. Las rejas estaban abiertas, por sus hábiles manos, bordearon las lentes de las cámaras de seguridad, y se perdieron en el velo nocturno.

Byakuran pintó un piña-visco estuvo aquí y se llevó un zape por parte de su compañero.

−¿Qué? ¿Piensas que debemos seguir en esta vida sin dejar una que otra huella por el mundo?

−Deja tu estúpida filosofía para otro momento –murmuró pesadamente y avanzó delante de Byakuran.

−Humm… siguen igual de redonditas a cuando yo las profané –dijo el peliblanco y le toqueteó las nalgas a Mukuro, que respingó escandalosamente y casi suelta la lámpara que les mostraba el camino.

−¡Byakuran!

−¡¿Qué?!

−¡Quédate quieto! ... ¡No tan quieto, idiota! –renegó viendo cómo Gesso se colocaba al lado de una macabra armadura de soldado.

−Oh, la gente como tú se debe aburrir mucho, Mukuro-kun –murmuró retomando la posición de ladrón profesional.

−Por acá –le dirigió con la mirada, había memorizado el mapa en un solo segundo, gracias a un amigo de nombre desconocido pudieron hacerse del plano completo de la construcción presente. Por ello llegarían sin problemas al sótano, donde había un pesado sistema de seguridad que a Byakuran le encantaría desactivar.

Bajaron y subiendo muchas escaleras.

−Esto me recuerda a una escuela llamada Hardware –mencionó Byakuran a su pareja, en un hueco murmuro, haciendo un cuenco con su mano.

−Se llama Hogwarts –le corrigió, ligeramente fastidiado, pero sabía que de ponerse a discutir más terminaría perdiendo.

−Oh, si, yo estudié un diplomado allí. Mi certificado lo decía claramente: Otorgado por la Universidad de Harvard.

−Deja de hacer x-over con todo lo que diga, por favor –esta vez rogó porque le hiciera caso.

−¡A sus órdenes, jefe!

−Arg, ya cállate.

Al final de ese corredor. No pararon de deleitarse con las múltiples pinturas Picasso y Salvador Dalí en las paredes. Cielos, ese ermitaño que guardaba celosamente algo bajo su casa debería estar realmente loco para no tener semejantes piezas artísticas en bóveda.

−Aquí está –aquí era cuando el peliblanco se ponía serio, sacaba un par de artimañas y se hincaba frente a la puerta, encargándose de abrirla en menos de un parpadeo –. Humm, fue fácil… -se detuvo y miró a Mukuro, rodando los ojos de manera macabra – demasiado.

−Cálmate, ahora viene mi parte.

−Oww, Mukuro-kun, no querrás hacer un trío… ¿O sí? –inquirió interesadísimo y brillándole los ojos y colmillos como si de un lobo hambriento se tratase – ¡Pido morderte primero!

−Silencio –quiso ignorarlo, con su intuición triturándole los tímpanos, se encargó de desmantelar la ola de cientos de rayos rojos que atravesaban el piso y las paredes –. Sabía que ese loco de Verde guardaba aquí algo más importante, kufufufu.

−Espera –se detuvo Byakuran de seguir armando teatro –¿Dijiste Verde? Ese loco…

−Shh –se encargó de destruir lo faltante y pudieron pasar sin activar ninguna alarma.

Se encontraron en una habitación digna de científico. Había varias computadoras, algunas empotradas a la pared, otras, muy por el contrario, al piso. Algo estrambótico. Y en una de las esquinas, había muchas fotografías. Roma en tiempos de Cesar Augusto; el Polo norte con un mundo de pingüinos; Una pequeña cabaña en Auvernia; una imagen de la Virgen Morena perteneciente a México; La pirámide de Tutankamon y junto a ella la pintura en miniatura del Nilo; varias vasijas en una mesita, pertenecientes a Creta. Estas en especial llamaron la atención en el conocedor de las artes, Byakuran.

−Hey, mira esto –tomó una vasija, realmente extasiado, nunca había visto algo tan bien conservado ¡Parecía un sueño! Como si… como si se hubiera tomado apenas de las manos artesanales. Gesso frunció el ceño con extrañeza, a la pieza artesanal le faltaba una oreja.

Mientras, el impetuoso Rokudo movía de lado a lado, sin importarle el destrozo que hacía, varios documentos. Todos ellos con ecuaciones, fechas y símbolos importantes.

−¡¿Dónde está?! –murmuró con desesperación. El maldito de Tsuna Vongola, su contacto en el mundo bajo el mar, perdón, del mundo bajo, le había contado fervientemente que el científico Verde guardaba un importante mapa, uno que le guiaría hacia el preciado e inalcanzable Dorado.

−Creo que te engañaron~ -dijo con sorna, y guardaba una fotografía que le había gustado, otra cosa que también le había asombrado. Una donde estaba Hitler sin bigote. Pero no era producto de un fotomontaje. Él lo sabía bien –. Ahora, tomemos las pinturas, hay bastantes de Dalí allá arriba –ofertó queriéndose ir.

−¡No! –dijo tajante –¡Si ese tonto tiene este sistema de seguridad es por algo!

−Vamos, Mukuro-kun, fue una broma, sí no te apresuras… -y entonces escucharon pasos en la azotea – oh, oh, ya viene Verde-chan ¿Alguna vía alterna para salir?

−Sólo la puerta por donde entramos…

−Ah, con que sólo esa… ¡¿Eh?!

−¡No te quejes! ¡Fue por tu culpa por no ayudarme a descubrir que esto era una farsa!

−¡No me quieras venir con eso!... ya casi llega~

−¡Ya lo sé!

−¡Escondámonos! –dijo iluminado por un foco.

−¡Ah, pero qué buena idea! ¿Dónde? ¿Debajo de su sombrero?

−Pensaba debajo de tu falda.

−¡Yo no traigo ninguna falda!

−Tch, ¿Ves? Todo es tu culpa –concluyó Byakuran –. Además, ¿Verde-chan usa sombrero?

−¡Y eso a mi qué carajos me importa!

La puerta ya se abría…

−¡Ven acá, Mukuro! –le llamó de inmediato, jaló la muñeca del mencionado y se sumieron en una cabina realmente estrecha. Una de metal que los comprimía con fuerza, de seguro aquí se metía a pensar el científico. No era un baño, de eso estaban seguros.

Y el dueño de la casa se paseó, prendió todas las luces necesarias, se extrañó de ver sus cosas tiradas y de no ver la foto de su amigo Hitler.

−Humm, ya sé qué pasó aquí –masculló el enojado científico portador de lentes y sonrisa macabra –“Tendré que darles una lección… a la antigua” –pensó Verde.

Pasó tres minutos haciendo quién sabe qué cosas. Haciendo perder la poca paciencia que tenía Mukuro para esos asuntos. ¿Qué no era lo mejor asesinarle? Ah, pero que había prometido no volver hacerlo. No después de la masacre en la calle 13.

Varias teclas y sonidos curiosos. Al final, Verde ensanchó su sonrisa y se estiró. Fingió retirarse con cautela, guardando todo lo ocupado en un cajón. Sus pasos se alejaban y Byakuran ya podía pensar en estirarse, estar tan juntito de Mukuro le había hecho pensar cosas malévolas… debía conseguirse una cabina de estas. Así pasarían una tarde de lo más sádica y divertida. Un momento. El conejo (Byakuran) pasó su dedo, sin querer, por una borde del metal, y en éste había arena. ¿Cómo había llegado allí? Para sopesar sus cavilaciones alocadas, palpó más abajo y aparte de volver a toquetear a Mukuro, encontró la oreja de una vasija.

−Oh, Mukuro, no me lo vas a creer pero…

Y en eso. Un juego de luces se despidió a todo lo largo y poco ancho de ese lugar. Se vieron en medio de un remolino de colores. Era como una especie túnel mágico que daba vueltas y vueltas. Era algo alucinante.

−¡¿Qué rayos…?!

Y dentro de la cabina escucharon la firme voz de Verde.

Mis queridos pasajeros, les doy la bienvenida a Verde-Travels, cualquier inconformidad deberán informármela a su regreso.

−¿Regreso? ¿De qué hablas, estúpido? –limosnero y con garrote. Mukuro no se iba resignar a verse en aprietos por culpa de un sujeto que no tenía el mapa del Dorado en sus manos.

Ustedes serán mis conejillos de indias –y más vueltas daba, acelerándose los tonos –yo, sinceramente ya aprecié mucho de todo, así que dejaré que se diviertan, buena suerte; disfruten los viajes, Ciao~ -dicho lo cual, fueron absorbidos por ese tragaluz.

+ Pasó el tiempo +

Despertó encima de Byakuran. Le dolía la cabeza, esperen, el cuerpo entero. Era como cuando se subían a una montaña rusa de pésima calidad.

Y el frío le caló los huesos. La maldita nieve se amontonaba silenciosamente. Y Byakuran casi termina en  camuflaje allí, solo por la cabeza, porque sus ropas seguían siendo el arguende de ladrón.

−Bya-Byakuran… -dijo sacudiéndole –. Despierta, creo que vas a querer ver esto…

El conejo se fue levantando. Con las mismas dolencias de su abuela Cayetana que en paz descanse.

−Prr, apaga el aire acondicionado.

−Tonto, no es eso –dijo y le jaló por los cabellos color blancos –, estamos en problemas.

−No, esto no se llama problemas, Mukuro-kun.

−¿Cómo piensas entonces que es esto? –gritó estampando la cara de Byakuran contra la nieve.

−¡Se llama polo Norte!

−¡Brillante, Einstein! ¿Cómo lo supiste, por los pingüinos? ¿Por el frío por el que me estoy muriendo?

−Nop, porque allí lo dice –señaló a un letrero que cantaba con sumo descaro “Bienvenidos sean al Polo Norte”

−Arg, ¡Me congelo! –masculló el cabellos índico, abrazándose a sí mismo.

En ese momento, como proveniente de un cántico celestial.

Jojojojo, feliz navidá. 

−Esto no me puede estar pasando… -dijo Mukuro mirando el cielo.

−Espero que te hayas portado bien este año, Mukuro-kun –comentó Byakuran acercándose a su amorcito y obligándose a levantar para que llegaran a la villa navideña –¡Ahora corre que me vuelvo paleta contigo!

Cuando llegaron a conocer al viejo barrigón…

−¡Que me des el puto trineo! –gritoneó Mukuro.

−Jojo, pero tú no has sido niño bueno, Mukuro Rokudo, mira –le mostraba un largo listado de todas las travesuras hechas en una semana.

−¡Esa lista está alterada!

−Claro que no, jojojo, aquí dice: Rokudo Mukuro. Además te has convertido en un ladrón –enarcó una ceja, el gentil ancianito. Su traje rojo iluminaba la sala entera.

Los recién llegados eran atendidos por un par de duendes de ropas verdes, se les cubrió con mantas y se les regaló chocolate caliente.

−¿Y yo, Claus-kun? –inquirió el inocente y, siempre, calmado Gesso.

−Humm, Byakuran, Byakuran –se puso los lentes y se puso a revisar otra lista muy aparte –¡Aquí estás, jojojo! ¡Muy bien, Byakuran! Siempre tan buen chico, dime ¿Qué deseas esta navidá?

Y en un segundo, como si fuera niño chiquito, se puso en las rodillas del viejo pedófilo, perdón, del altruista señor para decirle:

−Quiero un Mukuro-kun, ese de acción que sale en la tele. Es flexible, y tiene un amplio vocabulario.

−¡Que te calles, estúpido! –le dijo Mukuro –¿Cómo es que tu tienes buena conducta? ¡Eres el diablo en persona!

−Aww, me halagas –se alejó de Santa y fue a explicarle a Rokudo en voz baja –. Sí mi teoría es correcta, estamos alejados en el tiempo del que venimos, así que este Santa debió estar con estas listas cuando tu y yo teníamos cinco años.

−¿Cómo estás tan seguro?

−Porque a los nueve te conocí, y de allí en adelante me dediqué a recorrer el sendero del mal.

−Ajá, y yo…            

−Oye, no es mi culpa que desde que nacieras ya eras ladrón de chupones.

El peli azul miró a Santa de Soslayo. Ese viejito adorable estaba comiendo un par de galletas y leche.

−Entonces –caviló –. Este sujeto nunca me trajo nada porque, según él, me porté mal.

−Sep.

−¿Es por ese ridículo de rojo por el que no pude disfrutar de una buena navidad?

−Err, creo que si.

−¿Por ese adefesio concebido que jamás en mi corta existencia descubrí lo que era la bondad?

−Mukuro, creo que te estás…

−¡Que se pudra! –masculló y sacó su precioso tridente color negro con puntas plateadas.

-¡No, Mukuro! ¡No te atrevas a…!

+ Hora después +

−¡Lo mataste! –el conejo lloraba fingidamente sobre una improvisada tumba.

−Claro que no –bufó –, sólo le hice recapacitar sobre su egoísmo.

−¡¿Tienes idea del día que es hoy?!

−Lo tendría sino me hubieras metido en esa absurda ¿Cómo la llamaste? ¿Máquina del tiempo? Ah, eso.

−¡La culpano la tengo yo! –se levantó y fue al clóset del viejo inconsciente. Si. Seguía vivo. Machacado pero con pulso.

−¿Qué haces? –preguntó, pero poco le importaba, lo único que tenía en mente era agarrar las llaves del convertible, digo, del trineo.

−¡Vas a arreglar esto!

−No te atrevas –se puso a la defensiva cuando vio que Byakuran traía uno de esos enormes trajes rojos para ponérselo –¡No pienso suplir a Santa!

+ A la media noche +

−Yare, Yare, Mukuro-kun, debes cantar~

−No –la estúpida barba le picaba.

Gesso le tuvo que rogar por dos horas.

−Jo…

−Más.

−Jojo.

−¡Con enjundia!

−¡Jojojojo!

−¡Si! ¡Así, Mukuro-kun!

−Jojojo, feliz navidad… ¡Esto es una idiotez!

−Bueno, bueno, entrega el primer regalo.

−No pienso bajar.

−El pobre niño querrá verte~

−Me vale la madre de ese niño lo que quiera.

−Bueno, entonces, lanzalo.

−Je~ -ronroneó divertido. Se acomodó desde el trineo. Se quitó la barba, agarró el carro de juguete hecho en metal brillante, perfiló, y aventó por los cielos.

El juguete se estampó contra el techo, lo rompió y justamente fue a acabar a la cabeza de un niño de cinco años de edad, de cabellos, y ojos, color castaño que había escuchado los cascabeles y campanitas que anunciaban la llegada de santa.

−Ay, no –se lamentó Byakuran –. Creo que se murió, pobre chico, a todo esto, esta casa se me hace familiar.

−Kufufufu~ -se echó a reír Muku-Santa, sacó la kilométrica lista de niños buenos para tachar con suma alegría el nombre de uno que había odiado toda su infancia –. Regalo para Tsunayoshi Vongola, entregado.

−Eres terrible.

−Kufufufu, err, jojojo. Espero que todos los mocosos como él tengan felices fiestas.

Y así, Muku-santa junto con su fiel sirviente el Byakurolfo, recorrieron a la velocidad de la luz todo el planeta, entregando sonrisas y devorando leche con galletas.

Ahora sabían porque Santa Alexander Claus estaba tan gordo.

Fin...Del primer viaje. 


Notas finales:

Hasta la próxima x3Uu


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).