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Lo que nunca te conté por nitta umiko

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Notas del capitulo:

Pido disculpas por la tardanza, pero por motivos personales me ha resultado terriblemente dificil seguir con una par de fics, este entre ellos.

Agradeceros vuestra paciencia y ánimos.

Gracias a:

Tamashiyuki

Macka

Crystal

NicoleMonsterDaaw

Hiroki

por vuestros reviews.

Félix, Ototo... miles de gracias por estar ahí y por vuestro incondicional apoyo. Os amo.

Las horas pasaban desapercibidas a ojos del peliplata, complicándole cada vez la distinción entre la vigilia y el sueño. No tenía consciencia de sí era de noche o de día. No sabía cuánto hacía que no comía. Sólo se limitaba a esperar; esperar a que la vida pasara a cada eterno segundo.

Los golpes en la puerta, sonidos de algún llanto lejano, el ajetreo de los aldeanos o ninjas que pasaran cerca de su casa, su nombre en labios de personas ajenas a él; todo formaba parte de la misma espiral de desconcierto, incapaz de distinguir si era real o sólo se trababa de un sueño más. Uno de los miles que le taladraban la mente cada vez que sus ojos se cerraban, o puede que estuvieran abiertos; le daba completamente igual. Todo le seguía pareciendo irreal; desgarradoramente irreal.

No era su pérdida, sino su ausencia lo que le mataba por dentro. Lo que quemaba su corazón; lo que carcomía su alma.

Había tantas cosas que no le había dicho, tantos gracias por estar ahí, tantos te quiero que no habían salido de sus labios, tantas conversaciones incompletas; tantos años por estar juntos que ahora se desvanecía convertidos en cenizas que desaparecía con el viento.

 

 

“Kakashi, si pudiera hacer algo para que dejaras de sentirte así… ¿Si te dijera que apenas sufrí sería un consuelo para ti?. Han pasado cinco días desde que volviste a Konoha mi amor. Sé que tú no sabes cuánto tiempo hace, pero yo sí, y nuestro hijo también. ¿Cómo hacerte entender que te necesita desde el lugar donde yo estoy?. Necesito que dejes el dolor a un lado, Kakashi. Necesito que veas más allá de las lágrimas. Sé que en el fondo te culpas; te culpas no haber estado aquí a mi lado, por haberte marchado, por no haberte podido ni despedir. Y soy consciente de que también me culpas a mí por abandonarte. Aunque no lo digas en voz alta, aunque no lo reconozcas nunca; siento la rabia que sientes hacía mi por no haberte contado nada y haberte dejado marchar.

Daría lo que fuera por poder sentir el calor de tus mano una vez más, Kakashi. Por poder a sentir el sabor de tus labios. Aquí todo es templado, sin frío ni calor; pero no se está mal, te lo prometo.

Jamás pensé que nuestra historia tuviera este final, Kakashi. Pero mi amor por ti sigue completamente intacto. Es lo único que puedo sentir aquí. Sólo el amor que siento por ti y por nuestro hijo. Ni siquiera puedo sentir dolor por este amor que ya no puede ser posible. Me hace feliz saber que te amo, pero ahora es tu turno de seguir adelante. No puedes amarme en este lugar, tan lejos del mundo físico en el que te he dejado; pero sé que puedes transmitirle una pequeña parte de ese amor a nuestro hijo, ¿verdad, Kakashi?. Dime que puedes hacerlo, dime que no vas a dejarle. Dime que romperás esos documentos en el mismo momento en que te decidas a salir de la cama. Sé que no me sientes, pero sigo aquí, tumbado a tu lado. Sigo velándote cada instante, a los dos, Kakashi. A los dos amores de mi vida y desde aquí puedo asegurar que también de mi muerte. Ahora sé que es cierto que el amor es eterno.”

 

 

La puerta de la habitación del peliplata se abrió de golpe, produciendo en fuerte ruido que apenas atrajo la atención del peliplata; el cual se limitó a mover los ojos en dirección a la entrada de su cuarto.

—Llevo días esperando esos documentos firmados.— La voz de la Hokage retumbó en las paredes de la habitación.

—Cógelos y lárgate de aquí.— La voz de Kakashi sonó hueca y vacía a los oídos de la rubia, al cual se acercó a la mesita de noche viendo cómo el jounin se giraba en la cama hasta darle la espalda. Tsunade abrió la carpeta marrón, viendo la firma del peliplata en todas las hojas. Tomó aire lentamente mientras se sentaba en el borde de la cama. Tenía la ligera esperanza de que esa firma no estuviera impresa cuando le fueran devueltos.

—Así que estás totalmente seguro.— Terció la rubia revisando lentamente cada una de las hojas hasta llegar a la última. Sus dedos se deslizaron sobre el papel rasgado. El peliplata ni siquiera le contestó. —Está bien, si esta es tu decisión no me queda más remedio que aceptarla.— Suspiró poniéndose en pie y acercándose a la puerta.

—Por cierto, necesito que hagas algo más, Kakashi.— Añadió dándose la vuelta en el quicio de la puerta. —Tienes que ir a casa de Iruka a recoger las cosas que tengas allí antes de que sus nuevos propietarios se instalen.— El corazón del peliplata se aceleró, sintiendo una sensación de ardor en su interior.

—No consentiré que nadie entre en esa casa.— Bramó levantándose de la cama. —Si se te ocurre permitir a alguien vivir en casa de Iruka…—

—La casa pertenece a su hijo.— Interrumpió la rubia sin dejarse intimidar pese al enfado que derrochaban los ojos desiguales del joven. —El apartamento de Naruto no es lo suficientemente grande y Junior tiene derecho a heredar esa casa. Naruto se ocupará de los bienes de Iruka como tutor legal hasta que Junior sea mayor de edad.— Kakashi resopló desviando la mirada. Cerró los ojos tragando saliva con dificultad a medida que sus manos se cerraban con fuerza.

—¿Para cuándo piensa Naruto instalarse allí?.— Preguntó en un tono tristemente resignado. 

—De hecho ya debería estar instalado, Kakashi; pero ha tenido consideración y ha esperado hasta que tu pudieras llevarte todo lo que quisieras, tanto tuyo cómo de Iruka.— Contestó la rubia dándole la espalda. —Te agradecería que lo hicieras a la mayor brevedad posible. Ese bebé necesita un buen hogar.— Aquellas palabras que la Hokage había pronunciado antes de desaparecer de su vista le habían golpeado con demasiada violencia. Notó como los ya débiles restos de su alma se rompían un poco más, cortándole desde el interior con el filo de cada uno de esos pedazos. La deleznable sangre derramada de tan iracundas heridas ardía como la lava, arrasando cada vestigio de vana vida a su paso.

No quería hacer caso a la petición de la Hokage, no quería pensar en tener que ir a casa de Iruka y eliminar todo recuerdo que hubiese en ella. Sólo quería volver a tirarse en la cama y ver los días pasar, o si no los veía pasar mejor. Si no era consciente de lo que pasara a su alrededor, del tiempo que transcurriría inexorablemente. Sólo quería que ese tiempo le dejara atrás. Que el mundo alrededor se olvidara de su existencia. Después de todo ya no le quedaba mundo ni tiempo que compartir con el chunnin, no le servía de nada seguir preocupándose por ello.

Un débil ruido proveniente del escritorio de madera que había en la habitación le hizo girarse. El soporte del pequeño marco que había sobre él había cedido, haciendo que la foto se volcara. Se acercó lentamente tomando la foto entre sus manos mientras se dejaba caer en la silla. Su cuerpo se sentía tan ligero y a la vez tan pesado que le costaba mantenerse en pie.

Ahí estaba esa sonrisa tan hermosa que jamás podría volver a ver, aquellos maravillosos labios que no volvería a besar, a rozar, a morder en esos momentos de intimidad entre esas paredes; los que no volverían a suspirar de placer, a resoplar sus enfados, a acariciar su piel. Ese largo cabello castaño se había ido sin que le permitieran acariciarlo una última vez. Jamás volvería a sumergirse en la luz de sus oscuros ojos castaños. No volvería a verlos brillar de emoción y felicidad o verlos convertidos en un mar de lágrimas por las cosas más nimias. Esos ojos no volverían a devolverle su reflejo, llenos de un amor tan grande que siempre le parecía estar reflejándose en el mismo paraíso. Aunque aquellos ojos le miraran alguna vez enojado, siempre que los veía su fuero interno sonreía lleno de emoción. Sus mejillas no volverían a tener ese rubor cuando le regalaba alguna sutil muestra de afecto en público. No podría volver a besar aquella cicatriz que recorría su rostro.

Las gotas comenzaron a caer sobre el rectángulo de cristal que protegía la foto de su chunnin.

—¿Por qué tu, Iruka?.— Apenas pudo pronunciar esas palabras. Había visto la muerte de cerca miles de veces. Había perdido amigos, tanto dentro como fuera del campo de batalla. Había perdido a su madre siendo apenas un niño y su padre se había quitado la vida hacía muchos años; pero ese dolor no era nada comparado al sentimiento que ahora le embargaba y le hacía desquebrajarse cada vez que pensaba que era imposible poder romperse más. —¿Por qué me has abandonado?, ¡¿por qué?!.—

Miles de diminutos cristales cayeron al suelo cuando aquel marco se estampó violentamente contra la pared. La lluvia de cristales acompañó la melodía de sus sollozos sobre el escritorio.

Lloró hasta que su garganta quedó apagada por el dolor. No podía soportarlo más. No podía pensarlo más. No podía vivir más. Llorar no conseguía aliviar su alma, no limpiaba su mirada. Todo seguía estando negro. Sólo había oscuridad. No había un futuro para él. Ya no tenía nada por lo que luchar, y nada que perder. Era imposible sostener el peso de cada uno de los abrumadores instantes sin esperanza, sin fe, sin destino y sin nada en lo que sostenerse.

Sólo quería librarse de ese sentimiento. Arrancarlo de su corazón sin importar cuán fuerte fuera el dolor que sentiría al arrancarlo de su pecho de un solo tirón. No soportaría volver a despertarse en esa irrealidad verdadera con la única certeza de que lo había perdido todo. No quería volver a pensar ese “Iruka ya no está” que no permitía que nada más entrara en su mente.

Sólo la idea de no querer estar él también se abría paso entre las sombras de su pensamiento. Sólo quería desaparecer. Sin importar de qué forma, sin importarle hacerlo de la forma más simple, o de la más cobarde. Sólo desaparecer. ¿Por qué su corazón seguía latiendo y el de su chunnin se había quedado parado si latían al unísono?. ¿Por qué no podía cambiarlo?. ¿Por qué no podía para el suyo para hacer que el de Iruka latiera de nuevo?. Hacer que la sangre volviera a encender sus mejillas. Hacer que ese calor que había desaparecido de su cama volviera a recorrer el cuerpo del chunnin.

Sólo una sonrisa más, sólo un último beso, ¿era tanto pedir?. Sí, era demasiado pedirle a este mundo, a ese Dios que había sido tan cruel de arrebatarle la única razón de su existencia. Sabía que era demasiado pedir porque si le concediera una última sonrisa haría lo que fuera para que no se extinguiera nunca y así poder tenerle a su lado. Era demasiado pedir porque no permitiría que ese último beso muriera nunca. No lo separaría de sus labios jamás. No lo perdería; le daría la vida con su boca hasta el fin de los tiempos.

Todas esas noches lejos de él, pensando a cada momento en como estaría, en cómo le habría ido ese día. En si estaría de buen humor o en cambio se habría levantado triste. Esas noches en las que imaginaba a cada momento que al volver Iruka le recibiría, le sonreiría, le abrazaría, le besaría y se encerrarían en su universo sin tiempo determinado. Había esperado con tantas ganas el momento de volver a Konoha, a Iruka, a seguir construyendo juntos sus vidas que no podía creer que todo se quedara sólo en eso. En la imaginación de una mente desesperada por volver a lo que ahora no eran más que recuerdos que mataban lenta y dolorosamente. Todo había desaparecido de un solo soplido; cómo cuando apagas una vela; pero la cera sigue derretida aún cuando has matado la llama. Y esa cera quema al tacto, incluso cuando no llegas a tocarla. Esa era su cera derretida; cerrar los ojos y verle sólo al él, pensado que así es cómo lo tendría que ver a partir de ahora. En sueños, en recuerdos, en su imaginación. Sus ganas de volver eran tan grandes que en ningún momento se paró a pensar en que habría pasado todo un año, en que las cosas podrían no estar tal y cómo estaban cuando se marchó; en que, por doloroso que fuera, no sabría lo que se encontraría al volver al aferrarse en que todo seguiría igual que siempre, en que sería como si no hubiese parado en tiempo; cómo si toda Konoha se hubiese congelado a la espera de su regreso. Pero estaba seguro de que Iruka estaría allí, tal vez un año más tierno, un año más sabio o un año más tímido, pero después de todo un año más de su Iruka. Sabía que habría crecido, que sería más mayor, pero sólo porque habría cosas que se habría perdido de él. Cosas que habría vivido en ese año sin él, pero aún así las descubriría todas en seguida. Pero este no era el cambio que habría esperado jamás de su chunnin.

 Su orden de “basta” no era escuchada por su mente, que parecía tener voluntad propia sobre la propia voluntad del jounin.

Su cuerpo se sentía cada vez más débil y cansado. Esa misma sensación de estar enfermo y saber que no existía cura alguna, lo que aún quita más las ganas de luchar contra esa enfermedad. Sólo queda resignarse y sucumbir. Da vez sucumbía más. A la desesperación, a la desolación, a las ganas de dejar su cuerpo a la misma temperatura que el de su chunnin. Morir era la mejor sensación que podría sentir en ese momento. Después de todo ya estaba muerto por dentro. Su corazón latía, pero sin ningún fin; sólo el de seguir alargando una existencia hueca y sin sentido.

Hacerlo sería tan sencillo para él. Lo que otros muchos habían intentado y no habían conseguido a él no le llevaría más de un segundo. Sólo un corte en el cuello o en las muñecas; simplemente un kunai en su corazón. Después de todo cada latido se había convertido en un martirio. Si su corazón le hacía daño al palpitar dentro de su pecho, ¿Por qué no devolverle ese daño y así aliviarse ambos?.

 

 

“Ojalá supieras que sé cada una de las cosas que estás pensado, Kakashi. Conozco el dolor que sientes. Yo también imaginé nuestro futuro y esto tampoco entraba en mis planes. Ojalá lo último que hubiese salido de mis labios hubiese sido un te amo. No voy a mentirte, mi amor. Te echo de menos y me gustaría que me oyeras, que me vieras, que me pudieras tocar; pero no si es a costa de tu vida. Por favor, mi amor, suelta ese kunai. Por favor, te lo ruego, no hagas ninguna tontería. Te lo ruego, tienes que vivir. Tienes que vivir no sólo por ti, sino por nosotros. Pensé que el llanto había quedado atrás cuando dejé tu mundo, pero ahora veo que el dolor también llega hasta aquí. Ódiame, cúlpame por haberte dejado; no importa si ese sentimiento es capaz de hacerte seguir adelante. Yo cargaré con la culpa, Kakashi, pero sólo si tú sigues viviendo. ¿Qué recuerdo dejarás a nuestro hijo si te vas así? No te quiero tener aquí conmigo, ¿lo entiendes?. No te quiero a mi lado. No de esta manera. Tú nunca has sido un cobarde, Kakashi. Lo daría todo por poder decirte que tienes que seguir luchando. Si tu mueres me matarás otra vez, Kakashi y no sé donde iré entonces. Yo me conformo con seguir a tu lado desde aquí. Por favor, entiende que no estás sólo, que yo estoy aquí. ¿No puedes sentir mi mano sobre la tuya, Kakashi?. El metal es demasiado frío, ¿es que no notas que ahora está tibio?. No voy a abandonarte, te lo prometo. Seguiré aquí, en este limbo, todo el tiempo que sea necesario. Cierra los ojos y siente, Kakashi. Siente mis brazos alrededor de tu cuerpo. ¡Basta, por favor; para!”.

 

 

De rodillas en el suelo no había nada más para el peliplata. La decisión estaba tomada. Si no era con Iruka no quería seguir en el mundo. Su mirada se desvió un segundo del kunai que tenía en la mano. Aquellos ojos impresos en el papel le miraban. El rostro de Iruka seguía sonriéndole a pesar de los cristales rotos que aún había adheridos a los márgenes del marco.

—Kichiro.— Aquel nombre llegó a su mente cómo si de un relámpago se tratase. Sólo una fracción de segundo. Un instante de sensatez o de calma. O de ambas a la vez. Pero ese nombre salió de sus labios en un susurro. El kunai cayó de su mano mientras se lanzaba a recoger la foto sintiendo cómo su respiración se cortaba.

No se dio cuenta del momento en que había salido de su casa. No recordaba cómo había llegado allí. Sólo sabía que tenía de frente a Naruto, el cual le mirada extrañado desde la entrada de su casa.

—Kakashi-sensei, ¿te encuentras bien?.— Preguntó al verle en la puerta de su casa descalzo, sin asear y con sangre en su mano derecha.

—Kichiro.— Terció el peliplata entrando en la casa del Uzumaki sin siquiera percatarse de que el rubio estaba en medio de la puerta. —No puede llamarse Naruto, ni Junior. Su nombre en Kichiro.— Naruto miró al jounin extrañado. Su preocupación inicial iba en aumento por segundos.

—¿Y por qué Kichiro?.— Inquirió cerrando la puerta y acercándose hasta el peliplata, el cual se movía de un lado a otro del salón notablemente nervioso. —Estoy seguro de que a Iruka le hubiese gustado que se llamara cómo yo.— Añadió con una enorme sonrisa de orgullo en el rostro.

—¡Pero su nombre es Kichiro!.— Rebatió alzando la voz un tanto desesperado. No se había dado cuenta de que había hablado demasiado alto hasta que el llanto del bebé resonó en sus oídos desde la habitación. Naruto entró rápidamente en la habitación, dejando sólo al peliplata. Kakashi respiró profundamente. Una sensación de desazón al no entender por qué se sentía de repente tan eufórico le golpeó al quedarse sólo. Tomó asiento tratando de calmarse a la espera de que el rubio volviera. En cuestión de minutos Naruto salió de nuevo al salón con el pequeño peliplata en brazos.

—Kakashi… creo que tal vez deberías hablar con Obaa-chan…— Sugirió el Uzumaki tomando asiento frente a él.

—¿Para decirla que el nombre es Kichiro?.— Preguntó sarcásticamente extrañado, tratando por todos los medios de centrar su atención en los ojos azules del joven en un inútil intento por desviar su atención del niño que éste mecía en sus brazos con delicadeza.

—No.— Respondió Naruto con un hilo de voz.

—Entonces ¿para qué?.— Inquirió el peliplata sin entender a donde quería ir a parar el Uzumaki.

—Kakashi-sensei, yo… estoy preocupado por ti.— Susurró el rubio bajando la mirada. —A decir verdad, todos lo estamos.— Añadió clavando sus ojos azules en los del jounin. Kakashi tragó saliva duramente. Bajó la vista dándose cuenta por primera vez del rojo oscuro que teñía su mano, el olor a sudor de su cuerpo, su ropa sin cambiar y hasta había olvidado cubrir el sharingan de su ojo. Un silencio demasiado incómodo se adueñó de la habitación. Kakashi tomó aire poniéndose en pie.

—Iré a recoger mis cosas de casa de Iruka. Mañana por la mañana puedes ir a instalarte, Naruto.—

—No hay prisa, Kakashi-sensei.— Respondió el rubio tristemente. —Obaa-chan fue a decírtelo para ver si así conseguía sacarte de casa; pero no tienes por qué ir a hacerlo ahora. Yo no tenía intención de deshacerme de nada de lo que haya en la casa, de hecho no quería instalarme allí, pero esta casa se queda pequeña para los dos.—

—No tienes por qué darme explicaciones Naruto. Por derecho esa casa es del niño, puedes disfrutar de ella cuanto quieras.— Terció el peliplata tratando de tragarse el dolor que le producía pronunciar esas palabras.

—¿Por qué no vas a casa, te adecentas un poco y te vienes a cenar con nosotros, Kakashi-sensei?.— Propuso el rubio poniéndose en pie y siguiendo al jounin hasta la puerta. —Kurenai y yo vamos a ir a cenar al Ichiraku, así m resolverá algunas dudas sobre el cuidado del bebé. Mañana por la mañana podemos ir los dos juntos a casa de Iruka y así te puedo ayudar.— Explicó tratando de que no se notara la desesperación de aquella petición. No quería que su sensei se quedara sólo. Sólo podía pensar que sería algo mucho más doloroso de lo que fue para él que Sasuke abandonara la idea y no quería que su sensei pasara por aquello sólo. Al menos al principio hasta que fuera capaz de asimilar el día a día sobrellevando la ausencia del castaño. Y el aspecto que lucía el peliplata no hacía más que alentar sus sospechas sobre el estado de ánimo del mayor.

—Gracias por la oferta, Naruto; pero prefiero no asistir.—

—Como quieras.— Suspiró el Uzumaki. —De todas formas, te estaré esperando; por si decides cambiar de opinión. Seguro que Kurenai se alegrará de verte si decides venir.— Añadió viendo cómo el peliplata salía de su casa.  

El camino de vuelta a su casa se le hacía más tedioso a cada paso. No entendía por qué, pero pese a querer estar sólo no soportaba la idea de volver a encerrarse en su cuarto.

En el mismo momento es que cruzó el umbral de su casa el mundo volvió a aplastarte inexorablemente. El ruido de su soledad era demasiado fuerte, aunque él fuera el único que lo oyera. En su silencio sólo podía oír la voz de Iruka; su tono cuando se enfadaba, su inocencia en cada una de sus palabras, la risa tonta que se apoderaba de él cuando estaban en la cama; sus conversaciones hasta altas horas de la madrugada, aquellas que sólo llegaban a su fin cuando caían rendidos de sueño en los brazos del otro. Cuando hablaban despreocupadamente de todos los planes que juntos llevarían a cabo a lo largo de todos los años que les quedaban por compartir. Planes en los que también se habían permitido con soñar alguna vez en formar una familia.

La voz de Iruka diciendo que si era un niño le gustaría que llamara Kichiro seguía escuchándose tan nítidamente que pareciera que se lo estuviera diciendo desde la misma cama en la que se lo dijo tiempo atrás. Podía recordarlo tan claramente que le parecía mentira que hubiese pasado más de dos años desde aquella conversación; con Iruka tumbado sobre él, apoyado en su pecho y mirándole a los ojos con aquella tierna, dulce y arrebatadora sonrisa en sus labios. Si adoraba esa sonrisa, ¿cómo era posible que le doliera tanto recordarla?.

Entró en el cuarto de baño, despojándose de la ropa y abriendo el agua. Se sentía demasiado mareado. Se metió en la ducha, dejando que el agua recorriera su cuerpo. No quería hacerlo. No quería borrar recuerdo alguno de su historia con Iruka. No quería arrinconar en la oscuridad de unas cajas lo que durante tanto tiempo fue la única luz de su existencia. Pero si esa luz no iba a volver a irradiar en su alma nunca más ¿qué más daba si lo enterraba en un lugar oscuro, igual de oscuro que el lugar donde descansaba su Iruka?.

Las farolas comenzaban a iluminar las calles cuando salió de su casa con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Poco a poco sus pasos lo iban guiando por aquel camino que tantas veces había recorrido.

—¡Kakashi-sensei! ¡Al final has decidido venir!— La voz de Naruto le sorprendió demasiado. Alzó la vista sintiéndose desorientado. Se encontraba justo delante del Ichiraku.

—Si yo… iba a casa de Iruka.— suspiró sin entender porque se había dirigido allí, en dirección contraria del destino que tenía en mente.

—Pero ya que estas aquí podrías quedarte n rato con nosotros.— Animó el rubio tomando el brazo del jounin y arrastrándole hasta donde se encontraba la Kurenai con un cochecito de bebé a su lado.

—Has elegido un bonito nombre para él, Kakashi.— Terció la morena con una sonrisa demasiado triste.

—Yo no lo elegí.— Respondió el peliplata apartando la mirada de la diminuta personita que dormitaba en el interior de cochecito. Los ojos rojos de la mujer buscaron los azules del Uzumaki, intercambiando una fugaz mirada cargada de frustración por parte de ambos. —Yo… tengo que irme.— Mustió tratando de marcharse.

—¿Vas a casa de Iruka a estas horas?.— Inquirió la mujer con un deje de preocupación impregnado en la voz. El jounin asintió antes de darles la espalda y alejarse de ellos.

—¡Kakashi-sensei, espera!.— Pidió el rubio tomando el manillar del carrito y siguiendo los pasos del mayor. —Tengo que llevar un par de cosas a casa de Iruka. ¿Podrías llevarte a Kichiro contigo y me esperáis allí?. Gracias.— Antes de que el peliplata pudiera responderle el Uzumaki había desaparecido. Kakashi volteó el rostro buscando a la jounin de ojos rojos, la cual tampoco se encontraba ya en el lugar.  

 

Notas finales:

RICARDO R.R.


ENEKO M.A.


SIEMPRE EN NUESTROS CORAZONES


D.E.P.


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