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Desire por Ichigo no Kokoro

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Notas del fanfic:

Disclamer:

Los personajes principales, están inspirados en personas reales (*que obviamente no son de mi pertenencia*), a quienes sin embargo, admiro enormemente. Uno de los motivos que me impulsaron a crear este pequeño one-shot.

La canción Desire, pertenece a Luna Sea. Está contenida en su álbum Style, del año 1996. Si no la han escuchado, deberían hacerlo ahora. es una magnífica canción.

También debo decir, que el pairing de este one-shot tampoco me pertenece realmente. La creación de este fanfic obedece, a las ingentes y acuciantes ganas de metallikita666 por leer el cómo, nuetro querido Yasuhiro Sugihara le destroza el trasero a takashima Kouyou xDDDDDD La idea de esta pareja, le pertenece.

P.D: Los animo a entrar a su cuenta, aquí en AY. Es una de las mejores autoras que he tenido el placer, y el honor, de leer.

Notas del capitulo:

Y ahora...... Hermana querida! Lo Prometido es deuda! primero discúlpame por haber tardado tanto. Pero aquí está :3

 

La Forma en la cual nuestra querida vieja, toma la revancha y deja de ser la destrozada, para ponerse él a destrozar a alguien xD

 

Alguna cabeza debía rodar xD tu entiendes........

 

Y ahora, queridos lectores, espero que lo disfruten.

¿Por qué cayó el tiempo? ¿Por qué se enamoró?

Ah, tan solo me vuelve loco, tanto que da miedo

¿Por qué no puedo actuar como quiero cuándo estoy frente a ti?

Ah, no puedo creer que hayas robado mi corazón.

Sé que no estoy satisfecho con el futuro

Hasta que te conozca por completo.

Deseo.

 

 

- Kouyou, tu teléfono está sonando – le informó el pequeño vocalista de su agrupación al castaño guitarrista.

 

-Gracias Ruki, ya lo cojo – colocó en el suelo la guitarra que segundos antes afinaba con dedicación. Observó de reojo como sus cuatro amigos se sentaban en el amplio sofá del estudio para conversar, luego de una pesada sesión de ensayo.

 

Genial. No le estaban prestando la más mínima atención.

 

Fue hacia sus pertenencias y esculcando un poco entre ellas, encontró su teléfono. Una llamada entrante. Unas iniciales en el identificador de llamadas. “Y.S”. No necesitaba más información para, presuroso, iniciar la conversación.

 

-Te escucho – extraño saludo, normal entre ellos.

 

-Estoy en tu departamento. Ven rápido… por favor – cada terminación nerviosa de Uruha, vibró al son de esa voz, una orden disfrazada de amabilidad.

 

- ¿Justamente ahora? – preguntó en tono sumiso.

 

Por toda respuesta, escuchó una musical risita burlona del otro lado de la línea, antes de que su interlocutor diese por finalizada la conversación, y cortara. Uruha tuvo la certeza de que, el otro tenía la seguridad en que le obedecería a pesar de todo.

 

Y “él”, no estaba errado en sus deducciones…….

 

- ¡Chicos, debo irme! – esas palabras las pronunció en voz alta, mientras rápidamente tomaba sus efectos personales.

 

- ¡Pero no puedes irte! – espetó Kai, cortando abruptamente su conversación con Aoi - ¡Aún no terminamos con el ensayo! –

 

- ¡Lo siento, lo siento, de veras lo siento! ¡Nos vemos mañana! – y así, salió de la sala de ensayos, dejando a sus compañeros con gran estupefacción… y con las bocas abiertas.

 

 

La era ha renacido, la salvaje ciudad ruge.

Ah, quiero protegerte.

 

 

Se deslizaba en su auto por las calles de Tokio… bueno, en teoría debería deslizarse, pero el tráfico no le permitía avanzar. Veía a las personas pasar, aquí y allá, caminando a sus singulares destinos, viviendo sus vidas.

 

Pobres e ignorantes mortales.

 

La mayoría de ellos, meros contenedores vacíos, con una vida insípida.

 

Por el contrario, su vida… ah! Su vida era como un subidón de adrenalina… casi como el más psicodélico y estremecedor viaje que la mejor droga te puede otorgar. Cada día era esperado con ansias, solo para deleitarse en el placer que le traía la noche junto con su manto oscuro y protector.

 

¿Cuán lícitos pueden ser los pecados al amparo de las tinieblas?

Era un hedonista nato.

Todo por su culpa… todo se resumía en “él”.

Y así… era perfecto.

 

Por fin, dejando tras de sí el pesado tráfico de la capital nipona, Uruha arribó a su hogar. Un complejo departamental bastante lujoso. Antes de entrar al edificio, pudo observar como el sol caía lentamente en el cielo… “hermosos tonos lilas”, pensó. Caminó, hasta introducirse en el ascensor, y marcar en el tablero el piso que le correspondía. Por cada piso que pasaba, notaba una ligera pesadez instalarse en su abdomen… claro producto de la excitación, la promesa implícita en la caída del atardecer. Esperado momento, por el cual dejaría todo.

 

Por fin, se abrieron las puertas de aquel amado y necesario artilugio metálico, y caminó hasta la puerta de su departamento. La sabía abierta. Así que, con una gota de sudor corriendo libre por su sien, tomó el pomo y abrió.

 

 

 

Mi pecho está a punto de quebrarse furiosamente, has desgarrado tanto mi corazón.

No tengo miedo de ser herido profundamente,

No importa cuánto esté roto mi corazón, incluso si te haces pedazos,

Permíteme abrazarte intensa y profundamente.

 

 

Su departamento estaría sumido en la más profunda, atemorizante y excitante oscuridad, de no ser por los grandes ventanales que permitían el paso de la mortecina luz solar, cuyos tonos violáceos y rosáceos incidían directamente en su persona, arrancando hermosos destellos de sus ojos color miel. Un gran sillón, de ancho respaldar, se encontraba colocado a contraluz y de espalda a los ventanales, de manera, que por efecto lumínico, la persona sentada en el sillón estaba en oscuridad, y su rostro no podía ser contemplado. Pero Uruha sabía muy bien quién era. A los pocos segundos, su vista se acostumbro a la luz, y pudo ver a la persona. Estaba totalmente recostado en el confortable sillón, mantenía las piernas cruzadas en una elegante pose, y mecía una y otra vez una copa de alcohol, seguramente vino tinto, en su mano. Mientras la otra, se encontraba debajo de su mentón, en una posición informal y descuidada, pero que no dejaba de mostrar gracia y distinción.

 

- Yasuhiro – susurró Uruha, ese nombre en sus labios, era el más dulce de los venenos.

 

El otro sonrió levemente, y lo miró directamente, con decisión.

 

- ¿Intentas hacerme enfadar? – negó frenéticamente ante esas palabras – Entonces, sabes cómo llamarme, pequeño mío.

 

- Sugizo-sama… Sugizo-sama – repitió, y como producto de un embrujo, dio algunos pasos que le acercaran a su divino tormento, pero se detuvo en seco ante una orden del otro.

 

- Detente allí… ¿acaso te he dado permiso para moverte? – Uruha negó con la cabeza, tremendamente apenado de haber reflejado sus ansias con tanto descaro - ¿Así me contestas?... Volveré a preguntarte… ¿Te he dado permiso para moverte? – todo dicho, con un tono frío, calculado y arrogante.

 

- No lo ha dado, Sugizo-sama. Por favor, discúlpeme. – sus ojos se cristalizaron, en el esfuerzo de retener las lágrimas. La preocupación por decepcionar a su ídolo, era abrumadora.

 

¿Desde cuándo? ¿En qué momento su vida dio un vuelco tan grande? El, Takashima Kouyou, Uruha, considerado actualmente como un gran guitarrista en Japón. Con una banda famosa, y una exitosa carrera por delante…

 

¿Desde cuándo se había convertido en un juguete? ¿Un muñeco? Un simple títere, una marioneta cuyos hilos manejaba un hábil titiritero…

 

Sin embargo, el problema… era que a él, le gustaba ser manejado, controlado, manipulado.

 

El, era una marioneta fiel y feliz… siempre y cuándo, Yasuhiro Sugihara fuese la persona que moviese sus hilos.

 

¿Cómo se había convertido en un ser tan dependiente?

 

Una fiesta… Un encuentro fortuito, tal vez el destino…

Unas copas… una invitación…

La admiración… La tentación…

El placer… El éxtasis…

 

 

Deseo

 

 

¿Qué importa como todo había comenzado?

 

En este instante, tenía frente a sí a su ídolo, a su modelo a seguir… al objeto de su deseo… a su amante nocturno. Yasuhiro Sugihara… Sugizo. El guitarrista líder de la legendaria banda Luna Sea. Un prodigio en el violín. Con un enorme talento nato para la música. Delgado, pero bien formado. Con un rostro de facciones afiladas, pero hermosas. Alto, con un suave cabello, ahora castaño rojizo. Vistiendo siempre de manera informal y desenfadada, pero no por ello con menos elegancia.

 

Y allí estaba Sugizo-sama… completamente para él, al igual que cada noche. ¿Acaso no tenía derecho su corazón, a latir con mayor fuerza a causa de la felicidad?

 

- ¡Ah! No te preocupes, pequeño – su voz, sacó a Uruha de la ensoñación en la que se encontraba inmerso y pudo ver como el otro sonreía levemente - ¿Por qué mejor… no empezamos con lo nuestro? ¿No estás de acuerdo? – su mano meciendo la copa de vino, una y otra vez, creaba un hipnótico efecto.

 

- Claro, Sugizo-sama – susurró, con un tono de voz lo suficientemente elevado para que su interlocutor lo escuchara. – Solo dígame, que hacer - ¿Se puede ser más sumiso? ¿Se puede tener menos dignidad? …….. ¿A quién coño le importa la dignidad?

 

- Mmmm – el violinista murmuró, mientras realizaba un tierno gesto pensativo. Luego de unos segundos, su mirada se iluminó con infantil picardía y una lasciva sonrisa, se dejó entrever entre sus labios – Pues, ahora me gustaría saber qué puedes hacer con esos labios tan bonitos, que no han hecho más que provocarme desde el momento en que llegaste

 

Con una sonrisa, y sus mejillas adornadas con un adorable tono rojizo, Uruha se acercó al sillón donde se encontraba su amo. Sí, su amo, ya que aunque el otro no estuviese consciente de ello, había esclavizado tanto su cuerpo… como su corazón. Sus rodillas se asentaron en el suelo, y al elevar su rostro, su mirada se topó con un par de ojos castaños, hermosos, de un tono un poco más oscuro que los suyos. Cautivantes. Abrasadores.

 

- No me mires así, Kou-chan, siento derretirme ante tus ojos color miel - ¿acaso cabía la posibilidad de que, su ídolo sintiese lo mismo que el al caer en sus ojos? ¿Cómo no amar a ese hombre?

 

Bajó su mirada hasta la entrepierna de Sugizo y con sus manos se dedicó a desabrochar el cinturón, bajando luego la cremallera del pantalón mostrando la ropa interior del mayor, obviamente del sempiterno color negro. Una incipiente erección se adivinaba bajo la oscura tela. Así que, para no hacerlo esperar bajó pantalones y bóxers hasta las rodillas, recibiendo para ello un poco de ayuda del otro.

 

Libre al fin de su prisión de tela, el miembro que hacía probar a Uruha cada noche las más dulces mieles del placer, se mostraba ante el erguido y orgulloso. Sus largos dedos comenzaron a acariciarlo con delicadeza. Duro hierro envuelto en terciopelo, o así lo sentía el más joven. Pequeños suspiros empezaron a salir de la garganta ajena, y Uruha decidió hacer una de las cosas que mejor se le daban.

 

Una muy traviesa lengua lamía con afán el pene erecto del mayor. Este, de momento, no atinaba a hacer nada, salvo disfrutar de las maravillosas caricias que le prodigaban. El rosado y húmedo músculo se paseaba a todo lo largo de dicha hombría, partiendo de la base para luego lamer el glande, de manera golosa. Alentado por los graves gemidos de su amante, el castaño decidió ir un poco más rápido. Su húmeda cavidad bucal comenzó a succionar el miembro frente a sí, hacia adelante: llegaba hasta el fondo de su garganta, mientras gemía sobre ella. Hacia atrás: deslizaba y apretaba un poco con sus labios el bálano, procurando más placer. Una y otra vez, hacia adelante y hacia atrás. Creando un ritmo frenético y lúbricos sonidos de succión. Sin perder en ninguna instancia, el contacto visual.

 

- Ahhh … detente… o no podré aguantar – y con una mano en la cabellera ajena, Sugihara tuvo que apartar al otro, quien se vio bastante inconforme por tener que detenerse de su tarea. Empero, no podía verse más sensual: sus labios, de una forma realmente hermosa, se encontraban algo hinchados y enrojecidos por la fricción, un hilo de saliva y líquido preseminal salía por la comisura de su boca… así que el mayor no pudo evitar agacharse y pasar la lengua por su barbilla, recogiendo esa lasciva mezcla hasta llegar a sus labios, uniéndolos en un húmedo y necesitado beso. El primero de la noche. El primero de muchos.

 

- Deshazte de tu ropa. Estorba –  aunque disconforme por haber roto el beso, Uruha se mostró presto a acatar la orden, ya que, su propio pantalón le estaba apretando bastante. Lentamente se desvistió, despojando su cuerpo de aquellas ropas, exponiendo más y más su blanca y suave piel alabastrina. – Hermoso…- logró escuchar cual susurro fantasmal, casi inexistente – Ven, súbete… siéntate sobre mi – escuchó cuando terminó. Para aquel entonces, Yasuhiro se encontraba en igualdad de condiciones que el menor, quien obedeció al instante la orden.

 

El contacto entre ambas pieles desnudas fue electrizante. De manera natural, los brazos de Uruha rodearon el cuello del mayor, mientras este acariciaba con sus manos la suave piel de la espalda del castaño. Sus bocas volvieron a unirse en otro beso, siendo este sin embargo, un poco más tierno que su predecesor. El inicial roce en los labios, dio paso a un apasionado choque de lenguas. Deseando ambos, grabar a fuego en su memoria el sabor del otro. Luego, Sugizo se dirigió al cuello de su joven amante. Observó las marcas, algunas recientes (probablemente, de la noche anterior), las otras un poco más viejas. Pero todas suyas, todas causadas por él. Y sonrió, para luego lamer y morder nuevamente esa blanca columna, y marcarla como suya. Como es debido.

 

- Ahhh… Sugizo-sama – repetía el menor, una y otra vez. Además de sentir la lengua de su amante por su cuello y clavículas, las manos de este vagaban por su torso. Deteniéndose, al encontrar en sus pezones una nueva diversión. Los apretaba y pellizcaba hasta hacerlos endurecer… luego su húmeda lengua se unió a las caricias. Mordisqueaba y lamía un rosado pezón, mientras una de sus manos se entretenía con el otro. – Ahhh… Ahhh… - y los gemidos de Uruha no se hicieron esperar en al momento en que Sugizo comenzó a moverse suavemente, creando una excitante fricción entre sus miembros despiertos. Las manos del mayor cambiaron de lugar, deteniéndose una en la cintura del joven, sosteniéndolo, y la otra, luego de ser ensalivada sugestiva y lujuriosamente por el mismo Sugihara, descendió hasta ambos órganos viriles iniciando una masturbación doble.

 

Gemidos, jadeos, suspiros…. Dulces, y a veces, sucias, palabras empezaron a ser susurradas en el oído del contrario, pequeños trozos de sentimientos convertidos en oraciones, destinados a morir en el siguiente gimoteo. El sudor recorría libremente ambos cuerpos, uniéndose a los otros fluidos. La saliva se resbalaba por las barbillas de ambos, debido a la fiereza del beso que compartían en esos instantes, intentando ahogar los quejidos en la garganta del contrario. El líquido pre seminal empezó a gotear, siendo un indicio de lo inevitable.

 

- Ahmmm, Sugizo sama… me corro – anunció el más joven, sintiendo esos conocidos y amados escalofríos recorrer su columna vertebral, una descarga eléctrica que se concentró en su bajo vientre haciéndolo eyacular en la mano de su amante.

 

El mayor observó con detenimiento la “obra de arte” que se hallaba sobre sus caderas. Esa hermosa y libidinosa criatura que se encontraba jadeante, con su respiración agitada, los labios rojos y brillantes en saliva, con una capa de sudor haciendo brillar levemente su sedosa piel y una sonrisa de satisfacción en esa hermosa boca. Simplemente bello, pensó. Subió su mano, la que estaba bañada en la semilla tibia del castaño, y comenzó a lamerla, dedicándole una mirada de lujuria. No contó con que el castaño, sintiéndose arder por dentro ante la imagen, se uniera a él en su trabajo, lamiendo ambos aquella polución, uniendo sus lenguas en el proceso… Para terminar en un muy húmedo beso.

 

- Que pequeño tan malo. Te has corrido antes que yo – le “regañó” al separase de la boca ajena.

 

- Eso es debido a lo bueno que es usted para este tipo de cosas, Sugizo-sama – explicó el más joven, mostrando una sonrisa algo apenada – Hace que me sienta como un virgen inexperto. – concluyó, sonrojándose furiosamente.

 

Una estruendosa carcajada resonó en esa habitación, proveniente de las cuerdas vocales del mayor.

 

- Entonces, continuemos con esto en la habitación, “ma petit vierge” – dijo burlescamente el otro, provocando un sonrojo aún más pronunciado en su pareja, debido a la vergüenza. – Oh vamos, no te pongas así. Sabes que me encantas, en todas tus formas – brindando al momento  una sonrisa conciliadora. Con más confianza, Uruha tomó la mano de su amante, conduciéndolo a su habitación. Cuatro paredes que, de haber podido hablar, habrían relatado todas las historias que presenciaron. Noches de pasión y de entrega absoluta. Relatos sobre dos personas que, al caer la luz del astro rey y aparecer el plateado y hermoso satélite en lo alto del cielo, daban todo de sí, el uno al otro.

 

Al menos, en esos momentos, todo era real.

 

 

Mi corazón está a punto de quebrarse furiosamente

Has desgarrado tanto mi corazón.

Ni siquiera tengo miedo de ser violentamente acuchillado.

No importa cuánto esté roto mi corazón, incluso si se hace pedazos.

Por favor, bésame tan fuerte que no sea capaz tan siquiera de respirar.

 

 

Recostándose suavemente en la cama, Uruha se colocó contra el cabecero de la misma, apoyando en él su espalda y abriendo sus piernas, permitiendo que, desnudo como estaba, su amante viera todo de sí.

 

- Ahhh, Uru-chan – suspiraba graciosamente el otro – Que posición tan ofrecida… ¿Intentas calentarme más de lo que ya me encuentro? Pues, estás haciendo un muy buen trabajo. – todo esto lo decía mientras subía a la cama, gateando con sensualidad hasta llegar dónde estaba su amante, colocándose de rodillas entre sus piernas abiertas. Al encontrarse sus miradas, no pudieron evitar unir sus labios nuevamente, con ferocidad. Era un acto tan necesario e inconsciente como respirar. Simplemente, necesitaban sentir los labios del contrario sobre los suyos. Una inquieta mano del mayor, se coló entre sus cuerpos, dedicándose a prodigar caricias al miembro del castaño, que empezaba a reaccionar nuevamente. La saliva pasaba de una cavidad a la otra, escurriéndose por sus barbillas.  Sus lenguas, juguetonas, se acariciaban sin descanso entre sí y los gemidos de Uruha morían en la garganta del castaño rojizo. Agitados, se separaron para mirarse a los ojos, con sus orbes entrecerradas por el placer, nublados por la creciente excitación que colonizaba sus cuerpos.

 

- Por favor – susurraba Kouyou, rodeando con sus brazos el cuello de su amante, aferrándose con desesperación – Por favor… Apresúrate… Por favor… te necesito – Suaves movimientos de caderas acompañaban cada palabra que decía el necesitado castaño, movimientos que también seguían el ritmo de la mano que acariciaba suavemente el miembro de menor, la cual no se detuvo en ningún momento.

 

- A tus órdenes, pequeño – susurró Yasuhiro en el oído ajeno, mordiendo dulcemente el lóbulo de su oreja, sabiendo que esta acción causaba estragos en el cuerpo del castaño. Y no se equivocaba. Después de tantas noches de placer compartido sabía los puntos más sensibles, por más recónditos que fuesen estos, que debía tocar, besar, lamer y morder para hacer que el otro se derritiese entre sus brazos. Y así lo quería él, suave, sumiso y entregado. ¿Qué había de malo en alcanzar el éxtasis en esas noches de puro placer carnal?

 

Dos de sus largos dedos fueron a parar a la boca del menor, quien los recibió gustoso entre sus labios. Lamiendo y acariciando suavemente con su cálida lengua las falanges ajenas, quién retiró sus dedos al saberlos perfectamente lubricados. Así, sentado sobre su amante, y con la espalda contra el cabecero, Uruha fue suavemente penetrado por los dedos de Sugizo. Un suave quejido escapó de sus labios, su estrecha cavidad anal acostumbrándose un poco a la intromisión. Con los minutos, el anillo de músculo se relajó al punto que le permitió al otro mover sus dedos. Abriendo y cerrando, ensanchando esas paredes lo más posible. Retorciéndose en su interior, arrancando tímidos gemidos y suspiros de su garganta. Música para sus oídos.

 

- Por favor, por favor, por favor – rogaba Uruha con su agitada voz – No puedo más. Te quiero ahora. Te necesito ahora.

 

- Sí… yo también – confesó el mayor. Su necesitado miembro pedía a gritos ser aprisionado por esas apretadas paredes. – Ponte en cuatro, cariño – dijo en voz ronca al menor, quien obedeció de inmediato la orden, colocando ambas manos y rodillas sobre el colchón… para luego sentir una profunda lamida en su ano, provocando escalofríos en cada terminación nerviosa de su cuerpo. No podía más, así que se dejó caer. Ahora su pecho estaba contra el colchón… los brazos sujetándose lo más posible de las sábanas… y las caderas arqueadas lo más posible.

 

Lentamente, fue penetrado por su amante. Aunque suene cursi de su parte, Yasuhiro tenía el tamaño exacto para hacerlo suspirar… y ¿Por qué no? Para hacerlo gemir como una puta cada vez que hacían el amor. “Esto…. Es el cielo….” Pensaba Sugizo en su enajenada mente, presa del placer. Esa estrecha cavidad anal lo apretaba exquisitamente. Además, de envolverlo en calidez. Ahhh… seguro que era el cielo. Por su parte, Kouyou también estaba siendo víctima de sus sentidos. Se sentía lleno. La fricción creada por las embestidas lograba sacarle agudos gemidos, que no intentaba ocultar pana nada. ¿Por qué tratar de ocultar el desgarrador placer que sentía? ¿Qué importaba el pudor? Sabía que a su amante le fascinaba oírlo… de la misma manera que a él le encantaba oír los roncos y guturales gemidos de Sugizo al entrar y salir de él una y otra vez.

 

El mayor salió de él repentinamente, para violentamente, cambiarlo de posición. Ahora se encontraba acostado sobre la cama, con las piernas abiertas, mostrando su ahora dilatada entrada, que dejaba salir un pequeño hilo de líquido preseminal. Relamiendo sus labios con deseo, volvió a entrar en el menor… esta vez con más fuerzas. Las estocadas se volvieron más brutales: rápidas y profundas. Sabiéndose en el límite, el castaño comenzó a acariciar su propia hombría necesitada. Rápidas sacudidas, para inconscientemente, procurarse aún más placer.

 

- Yo… yo… no puedo… Ahhh… - y en un último gemido, algo más agudo y teatral que los anteriores, Uruha eyaculó en su propia mano y parte de su abdomen.

 

Al verse deliciosamente apretado en esa cavidad, debido a los espasmos que produjo el orgasmo en su amante, Yasuhiro no puedo evitar alcanzar su propio clímax. Sintiendo esa familiar y adorada sensación de una mente en blanco por el placer que recorría su cuerpo entero. Derramando su semilla caliente en el interior de su amado Kou-chan.

 

 

Déjame abrazar intensamente tu pasado y tu dolor.

No me detendré. Nadie puede detenerme.

 

 

Ambos se encontraban recostados, uno al lado del otro en la cama. Tratando de normalizar sus agitadas respiraciones. Ya daban por finalizado su juego. Ahora, eran simplemente dos hombres compartiendo una cama luego de hacer el amor. Cansados. Agitados. Pero satisfechos. Sin pensarlo, ambos se miraron al mismo tiempo, y ofreciéndose una pícara sonrisa, unieron sus bocas en un beso suave y lento. Un poco efímero, separándose al minuto. El menor decidió recostarse en el cálido pecho de su amante. Cerrando los ojos por unos momentos.

 

- Sé que soy algo narcisista – escucho decir al castaño rojizo, con una voz divertida – Pero ni a mí me hace gracia que cada vez que tengo sexo contigo, un poster mío presencie todo– finalizó, riéndose un poco.

 

Uruha abrió sus ojos, divertido, para observar el poster al que se refería su acompañante. El mismo, se encontraba pegado en el techo, sobre su cama. Una foto de Yasuhiro Sugihara en la época en la que aún usaba ligueros.

 

- Me encanta esa foto, me fascinaba cómo se veían tus piernas – ante esta afirmación del menor, Sugizo formó un adorable puchero, que hizo reír a Uruha – Además, tú solo vienes en las noches. No te molesta el resto del día.

 

- Cierto – concedió con una sonrisa, para luego continuar hablando – Si no mal recuerdo, tú también solías usar ligueros. Me gustaría verte usarlos durante todo el día -  a medida que hablaba, su voz sonaba un poco más emocionada - ¿Por qué no pasamos todo un día juntos?

 

Uruha lo miró fijamente con sus ojos abiertos.

 

- ¿De verdad pasarías todo un día junto a mí? – preguntó, con la incredulidad tintando cada una de sus palabras. ¿Acaso sus encuentros no eran solamente nocturnos? Al amparo de la noche, era cuándo Yasuhiro podía darse el lujo de tener una doble vida. Dejaba atrás sus ocupaciones, sus amigos, su hija… para verlo. Uruha sabía muy bien, que la “relación” entre ellos, era completamente clandestina. Secreta. Y así, lo aceptaba. Pero que el mayor quisiese jugar con sus sentimientos, era un acto… un poco cruel.

 

- Por supuesto ¿Por qué no? Sería agradable estar a tu lado todo un día- afirmó sonriendo.

 

Sonrisa que fue secundada por el menor.

 

- Al menos sé que, me quieres lo suficiente, como para mentirme en mi propia cara. – finalizó, con un semblante triste.

 

Con el pesado ambiente que se instaló entre ellos, ya no era cómodo estar así acostados. Sugizo se levantó de la cama, con intenciones de salir de la habitación, rumbo al salón a buscar sus ropas. Pero antes de salir, una voz ahogada llegó a sus oídos.

 

- ¿Volverás mañana en la noche? – preguntó Uruha, con el corazón en vilo.

 

- Solo… si aún lo deseas…-

 

- Sí… vuelve mañana… Por favor…

 

- Bien…

 

Y de esa manera, se despidieron. Al rato, Kouyou pudo escuchar como la puerta principal de su departamento se cerraba. Una lágrima se deslizó tímida por su mejilla. Aunque doliese como el infierno, él sabía que necesitaba del otro. Que se necesitaban, el uno al otro.

 

Y así, llorando, decidió dormirse. Esperando nuevamente, un encuentro nocturno.

 

 

¿Por qué cayó el tiempo? ¿Por qué se enamoró?

Ah, tan solo me vuelvo loco, tanto, que da miedo.

Notas finales:

Y esto fue :3

Gracias por haber laído. Y son totalmente libres de dejar algún comentario o sugerencia.

Gracias por no dormirse en medio de la lectura xD

Ja-ne! =3

Ichigo no Kokoro


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