Y de aquella forma, desde ese juramento que le habían hecho todos al cocinero ya habían pasado dos increíbles y, para algunos, cortos meses. Pero quizás, por más maravillosos que estos hubiesen sido donde la convivencia de todos había mejorado hasta niveles insospechables y cada uno, bajo la tutela de Sanji, había empezado a entrenar con las mismas técnicas que ocupaban en el mundo pirata no se esperarían que, la verdadera amenaza se cernía ya sobre sus cabezas y estaba a punto de estallar…
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Aquel era un día de escuela como cualquier otro, en el que tanto maestros como alumnos se encontraban ansiosos porque el día terminase. Los exámenes finales estaban a punto de terminar, y las vacaciones de verano cada vez estaban un paso más cerca para los anhelantes corazones de aquellos que, por muchas semanas, se habían visto desconectados completamente de la sociedad para poder aprobar el año escolar.
Faltaban ya menos de quince minutos para que el timbre tocara de una vez por todas y la extenuante clase de literatura con Mihawk terminase.
Todos los alumnos anotaban en sus cuadernos lo que más rápido podían las indicaciones del profesor para el último trabajo del año, pero cierto peliverde se encontraba completamente perdido en sus pensamientos.
Suspiro contento, volviendo a retomar sus apuntes con una alegre sonrisa pintando su rostro. No podía creer que ya se había cumplido cuatro meses desde que su hermoso y adorado rubio había vuelto a su vida. Y no solo eso, Sanji le había prometido que pasarían el fin de semana fuera de la cuidad, solo ellos dos. Siempre y cuando, no tuviese ningún deber pendiente para la semana venidera.
Rio un poco, intentado no llamar la atención de ninguno de sus compañeros ni de su profesor al recordar que, hace un par de días cuando se encontraba en el dojo con Mihawk, este le había hablado del trabajo que debería hacer su clase y que, al saber de sus planes con el rubio, le había ayudado a terminarlo antes de tiempo con la condición de que no le dijera a nadie de su cita con el pelirrojo en la mansión cuando ellos estuviesen de viaje.
Entendía de sobra las razones del pelinegro para querer una cita más “privada”, pero sabía que su tutor no le había ayudado con sus trabajos y pruebas solo por esa razón. Además de haberle prometido a Sanji que le ayudaría a subir sus calificaciones a cambio de enseñarle nuevamente gran parte de las técnicas que el solía usar en el otro mundo, Mihawk siempre se había preocupado en ayudar y cuidar a todos los miembros de aquella particular familia, pero por sobre todo, al que había sido su jefe por tanto tiempo.
Y no era el único, todos los que sabían sobre la verdadera identidad de Sanji querían volver a verle feliz, querían verle sonreír con la misma inocencia y felicidad con la que solía hacerlo hace ya muchos años, cuando el mundo que conocían era aquel lleno de libertad y aventuras que solo un pirata podía tener…
Todos sus pensamientos se vieron interrumpidos con una fuerte explosión que sacudió al edificio entero, haciendo gritar a todos de pánico y miedo mientras intentaban escapar de sus salones lo más rápido que podían; mientras que Mihawk rápidamente controlaba a todos sus alumnos, calmándoles y haciéndoles abandonar el salón antes de que pudiese ocurrir una posible segunda explosión.
Intercambiando miradas cómplices, ambos espadachines asintieron en silencio mientras Zoro se separaba sigilosamente del grupo para ir en busca de su novio.
Recorrió rápidamente los pasillos ignorando a los profesores que le llamaban entre gritos que volviera con ellos. No podía creer alguien hubiese atacado una escuela de prestigio como lo era aquella, pero a pesar de todo, tenía una ligera idea de lo que en verdad podría estar pasando si es que aquello que le había contado su rubio hace un par de semanas atrás, era cierto después de todo.
Afirmo con fuerza su katana blanca en su mano derecha, la cual solía llevar a la escuela debido a sus prácticas de kendo luego de que finalizaran las clases. Sanji, y sin saber cómo, se las había arreglado para convencer al director de poder conservarla bajo la promesa de nunca sacarla de su funda mientras estuviese en el instituto. Pero claro, ahora ya no había nadie que le regañaría si rompía esa norma.
Sabia de sobra que el cocinero había planeado cientos de estrategias por cualquier eventualidad, y por eso mismo también sabía que si llegaba a ocurrir algo, el necesitaría de alguna katana para mantenerse seguro ya que, al tan solo llevar un par de meses entrenándose, se manejaba mejor con un arma blanca que a combatiendo a mano descubierta.
Para su horror descubrió que la primera explosión había provenido del ala sur del instituto, donde se encontraba el gimnasio y los salones de economía doméstica y música; comenzando a correr aún más rápido, asustado por el gran número de estudiantes que se encontraban en ese sector en aquellos momentos pero, y por sobre todo, por Akagami y Sanji.
Mordió sus labios con fuerza, esperando que ambos se encontraran bien. Por primera vez en toda su vida sentía miedo, verdadero terror de volver a perder a aquellos que quería…volver a perder a su cocinero, y esta vez a sabiendas que no tendría una segunda oportunidad de recuperarlo.
-¡Oiiii Zoroooooooo!-gritaron unas voces a coro, haciéndole detenerse bruscamente al reconocer de quienes se trataban-
A tan solo unos metros más atrás se encontraban corriendo Luffy, Usopp y Nami; quienes le habían seguido desde que él se había separado del grupo minutos atrás. Los tres chicos se notaban agotados y asustados, mientras que su ropa se había estropeado y tenían alguno que otro rasguño superficial.
Antes de que pudieran alcanzar al peliverde una poderosísima explosión se hizo sentir, arrastrándolos un par de metros por la onda expansiva que esta había provocado. Zoro, al darse cuenta de que un enorme trozo del techo estaba por caer sobre sus amigos desenfundo rápidamente su katana y con una certera estocada, partió aquel trozo de concreto en partes más pequeñas.
Asombrados, vieron como el peliverde volvía a enfundar su katana nuevamente, conservando una postura serena y tranquila que nunca habían visto en él. Inclusive parecía otra persona, con aquella aura rodeándole, pero más que nada, el nulo temor a la muerte y la experiencia reflejado en sus orbes, adornados por una sonrisa socarrona y burlesca.
Ese era el Zoro que conocía, y del que se había enamorado, pensó Sanji, viendo a su amado a la distancia luego de asegurarse de que sus alumnos se encontraran seguros fuera del edificio. Pero ahora no era tiempo de alegrarse al ver que su novio cada vez recuperaba más cualidades de su otro yo.
Frunció el ceño, viendo a la distancia como una tropa de hombres empezaba a rodear el patio donde se encontraban sus alumnos y los demás maestros. Su sospecha era del todo cierta, y la batalla del todo por el todo, al fin daría comienzo.
Tsusuku (o tal vez no xD)