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LO QUE PERDI… LO QUE CONSEGUI… LO QUE ME PERTENECE por Butterflyblue

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Notas del fanfic:

Hola en primer lugar aclaro los personajes de JUNJOU ROMANTICA NO ME PERTENECEN son de su creadora Shungiku_Nakamura.

 

Una vez aclarado este punto les doy la bienvenida a tercer fic de la serie “Secuestrados” esta vez en el escenario Yakuza, como siempre habrá acción, lemon, mpreg, muerte de personajes, drama y mucho romance, esta vez  con Miyagi y Shinobu de protagonistas. A continuación un pequeño glosario de términos que se usaran el transcurso de la historia:

 

Kumicho: Jefe máximo

Bon: título honorario para el hijo del feje del clan

Bōsōzoku: sub-grupo dentro de un gran grupo yakuza.

Oyabun o Kumichō: jefe yakuza, máximo dirigente de un grupo yakuza.

Kobun: subordinados del jefe yakuza

Saiko-komon: consejero honorario. Controlan zonas de una misma ciudad.

So-honbucho: jefe del "cuartel general"

Shingiin: asesor legal

Kaikei: asesor financiero, contable

Wakagashira: primer lugarteniente en un grupo yakuza. Jefe de diversas bandas en una región determinada

Fuku-honbucho: Jefe de diversas bandas en una región determinada menor. A las órdenes del wakagashira.

Shateigashira: Jefe de un grupo yakuza local.

Kyodai o aniki: "hermano mayor". Usado para referirse a un miembro yakuza de mayor edad

Shatei: "hermano menor". Usado para referirse a un miembro yakuza de menor edad

aniki: hermnao mayor utilizado para el trato entre miembros del clan

Tanto:es un arma corta de filo similar a un puñal de uno o de doble filo con una longitud de hoja entre 15 y 30 cm (6-12 pulgadas)....

Notas del capitulo:

Bien no me queda más que agradecer por venir a leer, por sus mensajes y por su apoyo, espero verlas por aquí en toda la historia y espero poder contar con sus mensajes. Les saluda de corazón C.

¿Cómo mirar atrás y no recordar ?...

 

 

            El plato aún estaba humeante cuando se acercó uno de sus hombres. Ni siquiera pudo hundir los cubiertos en la carpa ahumada cuando el mismo hombre le hablo.

 

            — Kumicho, lamento interrumpirlo pero debemos irnos ahora mismo.

            — ¿Que sucede?

            — Su hermano y su tío han muerto.

            — ¿Que dices? —Pregunto el hombre con sorpresa—, ¿cómo...?

            — El auto de su tío cayó al mar desde el paso elevado de la autopista. Los testigos dicen que estaba totalmente envuelto en llamas mientras caía. A su hermano lo acaban de encontrar ahogado en su bañera... Su cocinero y su mayordomo también están muertos. El cocinero tenía un hacha de cocina clavada en la garganta, y el mayordomo tenía el cuello roto.

 

            El hombre soltó los cubiertos sobre el plato, sin poder creer lo que le decía uno de sus guardaespaldas.

 

            — Quizás lo de su tío fuera un accidente, pero es imposible que su hermano se ahogara el mismo día que su cocinero se clavaba un hacha de cocina en la garganta y su mayordomo se rompía el cuello. Me temo que ambos fueron asesinados.

 

            El hombre se levantó de golpe de la silla, provocando que esta cayera hacia atrás.

 

            — Señor por favor, esta no es una situación segura. Deberíamos retirarnos inmediatamente y volver a la casa —dijo, mientras se inclinaba suplicante.

            — Si... Si —dijo el hombre, mientras miraba con nerviosismo todo a su alrededor.

            — Fuyutsuki, paga la cuenta y reúnete con nosotros en la casa —dijo el guardaespaldas mientras miraba a otro de sus colegas—. Aoba, trae inmediatamente el auto a la salida trasera del restaurant —dijo, luego de acercar un radio de comunicación a su cara.

 

            Luego de esto, el guardaespaldas tomo a su protegido por el brazo y se marcharon junto con otros seis guardaespaldas que estaban distribuidos entre una mesa al lado de la de su señor, y la barra del bar. Justamente al levantarse el último de los guardaespaldas en la barra, un barman se acercaba a un cliente elegantemente vestido con un traje negro y corbata roja.

 

            — Disculpe señor pero, el costo de una copa de vino tinto es mucho menor a lo que me dio. Seguramente se equivocó al sacar el dinero de su cartera.

            — No, no me he equivocado. El resto era para ti —dijo el cliente, mientras apuraba lo que quedaba de vino en la copa.

            — Oh, es usted muy generoso señor —dijo el barman mientras hacia una reverencia de agradecimiento.

            — No, no lo soy —dijo el cliente mientras colocaba la copa sobre el mostrador, de manera muy torpe además, ya que colocada incorrectamente le falto el equilibrio y cayó de lado haciéndose añicos sobre el mostrador de la barra.

            — Descuide señor —dijo el barman, mientras el cliente se ponía de pie y sacaba del saco de su traje unos guantes negros de cuero—, yo lo limpio. Gracias por preferirnos, vuelva pronto.

 

            Esto último no lo escucho el cliente, quien luego de ponerse los guantes salió por la puerta principal del restaurante, segundos antes de que saliera Fuyutsuki luego de pagar la cuenta de su señor.

            No bien había arrancado el cliente en su carro negro, cuando salió del estacionamiento del restaurante una camioneta con 2 hombres, en la que se subió Fuyutsuki mientras decía:

 

            (*)— ホームz89;急いで [1]

 

            La camioneta arranco para, al cabo de 20 minutos, detenerse frente a una lujosísima casa. En la entrada de la misma se encontraba el guardaespaldas que le ordeno a Fuyutsuki pagar la cuenta.

 

         — Te tardaste. ¿Algún problema?

            — Ninguno. ¿Aquí?

         — Sin novedades.

            — ¿Dónde me quieres? —pregunto Fuyutsuki.

            — Ve con Aoba y revisa todos los autos de la casa. Asegúrate que todos tengan armamento y municiones.

            — Si, Yuuki san.

 

            Mientras Fuyutsuki iba a cumplir las órdenes de Yuuki, el jefe seguridad, este se dio media vuelta y entro de nuevo en la casa. Cualquier otra persona se sentiría honrada de poder estar dentro de una casa en la que cada rincón estaba cubierto del arte del más costoso y fino, en la que cada habitación estaba decorada con las mejores telas, en las que cada metro cuadrado era un agasajo a los sentidos y a la cultura; para Yuuki sin embargo era un dolor de cabeza.

            Desde que era jefe de seguridad supo que asegurar una casa tan grande no sería tarea sencilla. Contra todo pronóstico, solo le tomo siete semanas asegurar toda la casa. Reemplazo las cercas de madera por cercas  eléctricas modernas, coloco cámaras de seguridad en cada ángulo de la propiedad, reemplazo al personal de seguridad, entreno personalmente a los nuevos guardaespaldas, actualizo el armamento utilizado. Hoy podía sentirse seguro de que su señor no tenía quejas en la seguridad, había convertido una mansión insegura en una fortaleza donde nadie podía entrar sin que no fuera detectado.

            Todos los sistemas de seguridad desembocaban en un cuarto abovedado que era capaz de resistir el asalto de un tanque, era independiente de la casa en términos eléctricos y de comunicaciones, y desde ella se controlaba toda la seguridad: las cámaras, el sistema de comunicaciones interno usado por los guardaespaldas, el sistema de iluminación de emergencia, la electricidad de las cercas, en fin, todo.

 

            Se dirigió Yuuki a este cuarto, al cual solo podía accederse mediante una llave especial de la que nunca se separaba Yuuki. Dentro estaba el mayor orgullo de la seguridad de Yuuki: una computadora que estaba encendida las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, todos los días del año. Su trabajo era verificar constantemente el flujo eléctrico, los sistemas de comunicaciones, búsqueda de toxinas en el aire de la mansión; y sobre todo, el monitoreo y decodificación constante de lo que "veían" las cámaras de seguridad.

 

        Si algo entraba en el campo visual de la cámara, esta computadora descomponía la imagen en sus elementos básicos y si determinaba que era una persona la que estaba en el cuadro, inmediatamente la buscaba en una base de datos gigantesca.

 

            De esta manera, Yuuki podía proteger a su señor de los extraños en su casa, y al mismo tiempo confiar en que el trabajo seria hecho sin falta, sin el miedo de tener que utilizar un simple ser humano, corruptible, agotable, con tendencia al fallo.

            Una vez dentro se sentó frente a los monitores a observar a cada persona dentro de la casa. Al llegar a la cocina no pudo evitar pensar en Ogata, el jefe de seguridad del hermano de su señor. Gordo como ballena, al verlo cualquiera hubiera pensado que era un luchador de sumo y no un asesino con más de 30 años de experiencia en el arte de matar. A pesar de su figura Ogata era en extremo ágil, al punto de acercarse a una persona y matarlo con uno de sus cuchillos sin que nadie se enterase, especialmente la víctima.

 

      Aficionado a la buena comida, había terminado reemplazando al cocinero de su señor, ejerciendo así el doble cargo de cocinero y jefe de seguridad. ¿Quién había podido enterrarle a Ogata uno de sus cuchillos en la garganta?.

 

            Pensaba en esto cuando uno de los monitores emitió un sonido, al levantar el rostro Yuuki, pudo ver como Tomoe estaba frente al cuarto de seguridad, esperando a que le abriera. Se levantó pues y uso la llave especial para abrir el cuarto, solo que al abrirse la puerta automática no era Tomoe quien estaba enfrente esperando, era el silenciador de un arma apuntando a su garganta, que con un débil sonido lo derribo de espaldas.

 

            Agonizando, Yuuki aún tuvo fuerzas para girar la cabeza hacia el monitor donde aún se veía la imagen de Tomoe frente a la puerta. Desconcertado movió los ojos al siguiente monitor donde se vio a él mismo sentado frente a los monitores del cuarto de seguridad. Luego, con sus últimas fuerzas giro la cabeza hacia el hombre elegantemente vestido de negro, mientras en su rostro se pintaba la muerte y al mismo tiempo la pregunta: ¿cómo es posible?.

 

            Lo que le dijo el hombre de la corbata roja no pudo ser oído por Yuuki, quien luchaba por respirar luego de que el hombre se arrodillara junto a él, le montara el pie derecho sobre el pecho y le tapara con las manos la boca y la nariz al mismo tiempo.

            Un minuto peleo por sobrevivir Yuuki, quizás en otras circunstancias habría logrado soltarse de tal mortal agarre, pero con un agujero donde solía estar su manzana de Adán, era sencillamente imposible. O moría desangrado, o moría por asfixia.

            Al dejar de moverse su cuerpo, aun mantuvo su agarre medio minuto más el hombre del traje negro. Luego saco de su espalda un tanto y lo desenfundo, coloco el filo sobre lo que quedaba de la garganta de Yuuki y aplicando todo su peso corporal en el mango, le secciono limpiamente la cabeza. Inmediatamente después le quito el pañuelo del saco y limpio la hoja del tanto mientras salía del cuarto de seguridad, no sin antes detenerse un par de segundos a recoger el casquillo vacío que expulso su Ruger calibre .22.

            Con total calma tiro el pañuelo en el suelo mientras se dirigía al salón con el piano. Al llegar a la puerta se detuvo y enfundo el tanto, guardándolo después en mismo lugar de donde lo había sacado originalmente. Abrió la puerta del salón saco un celular de su bolsillo y marco un número. Mientras esperaba el resultado de la llamada atravesó la sala de música en dirección al piano. Al llegar a él, sacó su arma, apunto al teléfono que había tirado en el suelo, y disparo destrozándolo por completo. Luego se santo en el piano y empezó a tocar "Big my Secret"[2].

 

            — Yuuki, ¿eres tú? — Pregunto una voz desde la escalera—, ¿desde cuándo tocas el piano?.

 

            Al llegar esta persona al umbral de la sala de música se detuvo mientras miraba de punta a punta el salón.

 

            — ¿No deberías preparar el auto para irnos en lugar de tocar el piano?— Pregunto la voz con impaciencia, mientras daba dos pasos dentro del salón de música.

 

            Estos dos pasos los dio exactamente cuarenta y cuatro segundos luego de que el hombre del traje negro empezara a tocar el piano.

 

            — Kijimoto sama, no de un paso más —dijo el hombre, dejando de tocar de repente y levantando su cara.

 

            Mas por la sorpresa que por el miedo se detuvo al momento Kijimoto, quien con voz insegura le pregunto:

 

            — ¿Quién eres?, ¿dónde está Yuuki?.

            — Yuuki está muerto.

            — ¿¡Muerto!? —dijo entre estupefacción y miedo Kijimoto, mientras daba un paso atrás.

            — No lo volveré a repetir Kijimoto sama: no dé un paso más —dijo el hombre del saco negro, mientras tomaba nuevamente su arma de sobre la tapa del piano.

 

            El miedo y la visión de un arma pudieron más que Kijimoto quien se quedó como piedra, más por la advertencia que por el disparo que efectuó el hombre hacia el techo sobre Kijimoto, luego de apuntar con cuidado. Un pestañeo nervioso fue lo único que pudo hacer Kijimoto mientras le caía encima restos del techo.

 

            — ¡Tú lo mataste!.

            — Si, yo lo mate, Kijimoto sama, y también lo matare a usted en unos minutos —dijo el hombre mientras miraba a los ojos a Kijimoto.

            — ¡Tu mataste a mi hermano también! —Dijo Kijimoto, cuya molestia le hizo olvidar la advertencia y avanzo dos pasos al frente—. ¡A su cocinero y a su mayordomo!.

            — Su cocinero era también su jefe de seguridad. Un tipo bastante rápido para su peso debo admitir. Se volteo justo cuando estaba por dispararle a la cabeza y me quito el arma. Quizás si no hubiera llevado consigo esa hacha de cocina me habría matado con mi propia pistola — luego moviendo la cabeza hacia un lado agrego—. El mayordomo fue una baja innecesaria. El pobre diablo regreso de la bodega de licores más rápido de lo que había pensado. Nos encontramos justamente frente a la puerta de la cocina... No me quedo más remedio que romperle el cuello e irme —luego, volviendo a mirar a Kijimoto agrego—. Está de más decir que el blanco era su hermano...

 

            Una vez más Kijimoto avanzo, solo para poder gritarle:

 

            —¡Desgraciado!, ¿cómo pudiste?.

            — Fue mucho más fácil de lo que ha sido matarlo a usted Kijimoto sama, se lo aseguro. Yo sabía que su hermano solía tomar una botella de vino luego de bañarse y que su mayordomo se la dejaba en su habitación luego de buscarla en la bodega. En lo que bajo a buscarla me cole en el baño y antes de hundirle la cabeza en el agua caliente hasta que ya no se moviera, con esta misma pistola sobre su frente, lo hice llamar al buzón de voz de ese teléfono prepagado que está hecho pedazos —dijo, apuntando con el arma a los restos del celular en el suelo.

            — ¿Lo hiciste llamar?.

            — Ciertamente.

            — ¿Para qué?.

            — Para rogarle a su tío que lo visitara para almorzar juntos. ¿De qué otra manera hubiera podido matarlo?. Su tío, Kijimoto sama, era un hombre sumamente desconfiado y su casa, esa si era una fortaleza, no hubiera podido entrar sin matar a todos dentro... Era más fácil hacerlo salir y volar su auto con una bazuka mientras iba por la autopista. De cualquier forma, la llamada que hizo su hermano al buzón de voz, la grabe y la reproduje después de marcarle a su tío desde su teléfono celular, el cual tome antes de irme de su casa. Su tío no noto la diferencia y salió, con su escolta usual, pero salió, que era lo que necesitaba.

 

            Dicho esto, continuo tocando el piano justo donde lo dejo, y volvió a detenerse al minuto y dieciocho segundos de la pieza. Esto motivado a dos razones: primero, que Kijimoto grito llamando a Fuyutsuki; y segundo, que en respuesta a este grito debió el hombre tomar el arma nuevamente de sobre la tapa del piano y dispararle a la rodilla, luego de apuntarle. Hecho esto, se levantó y con calma se acercó a Kijimoto quien se retorcía de dolor en el suelo.

 

            — Usted por otro lado, resulto ser un blanco más difícil. A donde fuera que iba, con usted siempre había dos camionetas blindadas, una delante de su auto y la otra detrás; dentro de ellas cinco hombres fuertemente armados. Además su auto estaba más blindado aun y con usted siempre estaban Yuuki y Tomoe.

 

            Levantando su arma y apuntando a la otra rodilla, procedió a halar del gatillo, volándole así la otra rodilla a Kijimoto quien por toda respuesta empezó a berrear de dolor. Para callar sus gritos el hombre le propino una patada en la mandíbula, tan certera que se la disloco.

 

            — Luego de ver caer el auto de su tío al mar, me fui al restaurante donde tenía pensado almorzar carpa ahumada, y mientras bebía un poco de vino le espere. Tuvo usted mala suerte Kijimoto sama, las malas noticias llegaron  al mismo momento en que le servían la carpa.

            — ¿Abas i? —mascullo como pudo Kijimoto.

            — Si, estaba ahi. Sentado en la barra. Vi cuando llego con sus hombres. Tres de ellos se sentaron en la barra también, cerca de mí. Vi su cara cuando Yuuki se acercó y le dijo que habían muerto su hermano y su tío; es más, fui yo, en mi auto negro, quien los paso solo siete minutos luego de que se marchara del restaurant. Llegue aquí trece minutos antes que usted y sus hombres, ese tiempo lo utilice para matar al resto de sus guardaespaldas, inmovilizar y trasladar al cocinero, al mayordomo, al ama de llaves, y a las 2 chicas del servicio, hasta la casita de la piscina, donde, si todo sale según lo planeado, despertaran mañana para ver los últimos rescoldos de su imperio.

 

            Luego recogió el casquillo y se dirigió nuevamente al piano donde recogió el otro. Sentándose nuevamente en el piano, retomo la pieza donde la había dejado anteriormente.

 

            — Oe... Oe... —intentaba gritar Kijimoto, sin mayor éxito que el de un lastimero sonido más parecido al de un gemido que al de un grito de auxilio.

            — Es inútil Kijimoto, para cuando Tomoe guardo el auto en el garaje yo ya lo estaba esperando. El y los otros cinco guardaespaldas cayeron como moscas. Mientras Yuuki lo subía a usted a su habitación asegurada, yo entraba a la casa por la cocina para matar a los otros cuatro guardaespaldas que quedaron rezagados junto con Fuyutsuki que pagaba su cuenta.

 

            Habiendo terminado la pieza, el hombre se levantó de nuevo, y guardando su arma y sacando una Tablet se aproximó nuevamente a Kijimoto. Se arrodillo junto a él dejando la Tablet a la vista. Luego saco el tanto y le dijo:

 

            — Esto es un monitor cardiaco portátil. Si se fija bien Kijimoto sama, notara que los latidos están muy bajos, cerca de cincuenta latidos por minuto.  Hace unos diez minutos cuando llegaste estaban por los setenta latidos por minuto, lo que significa que Fuyutsuki está irremediablemente muriendo. Es lógico, tomando en cuenta que cuando Yuuki lo mando a encontrarse con Tomoe lo intercepte, lo deje inconsciente, lo amarre y amordace, y luego le hice dos pequeños cortes para que se desangrara lentamente. Antes de dejarlo en alguna parte de esta casa, le coloque un monitor cardiaco portátil y lo que ve ahora es como muere uno de sus guardaespaldas... — dijo el hombre mientras miraba a los ojos a Kijimoto.

 

            — ...mo ... mo —dijo Kijimoto, entrecortadamente.

            — ¿Cómo?, es justo. Yuuki era un gran asesino, no lo dudo. Cuando decidiste robar el territorio que no te pertenecía hiciste bien en ponerlo como tu jefe de seguridad, sin él no habrías durado ni una semana; y si, tenía mucha razón: un guardaespaldas puede ser sobornado, puede quedarse dormido luego de mirar monitores de seguridad seis horas seguidas, puede cometer un error y terminar matando a su señor... Pero, ¿confiar toda la seguridad a una computadora que puede ser intervenida por radio frecuencia?. Si el ego de Yuuki no hubiera interferido en su juicio, se habría dado cuenta que lo que veía por los monitores era la grabación de ayer... Entonces no habría abierto la puerta, yo no le habría disparado en la garganta, no le habría asfixiado hasta morir y ciertamente no le habría decapitado con este tanto —dijo el hombre levantado y desenfundando el tanto a la vista de Kijimoto—. ¿Reconoces este tanto, verdad Kijimoto?.

 

            Los ojos de terror de Kijimoto fueron más elocuentes que cualquier palabra que haya podido decir, de no haber estado incapacitado para hablar.

 

            — Ah, sí lo reconoces. Bien. Ahora mírame Kijimoto. No te quedan más que unos pocos segundos de vida. El monitor cardiaco que le coloque a Fuyutsuki está conectado no solo a esa Tablet a tu lado, además está conectado a unos receptores de radio frecuencia. Cuando el corazón de Tomoe deje de latir la frecuencia dejara de ser enviada a los receptores y entonces toda la mansión volara por los aires gracias a los explosivos que deje regados por la mansión.

 

            Luego de decir esto, el hombre tomo el tanto y rasgo la camisa de Kijimoto mientras decía:

 

            — Pero no te preocupes Kijimoto, tu no vas a morir así —dijo el hombre mientras ponía la punta del tanto sobre el pecho de Kijimoto—. No, tú no mereces morir así —le dijo mientras sus ojos se volvían más fríos que el acero sobre su piel, y más amarga su voz que el vino pasado—. Tu tuviste poder Kijimoto —dijo mientras le hundía el tanto en el pecho un par de centímetros—, tu tuviste dinero —le escupió mientras hundía el tanto otro par de centímetros—, tu tuviste muchísimo respeto —dijo, mientras Kijimoto sentía su sangre caliente recorrer su torso al introducir el hombre un par de centímetros más el tanto —. ¡Mírame a los ojos Kijimoto!, ¡mira a Miyagi Yö la mano negra del clan Osagawa!, ¡mira al hombre que mató a los tres últimos hombres del imperio Kijimoto!, ¡mira al hombre que hoy hace justicia y se cobra la vida de aquellos que tú asesinaste a sangre fría!.

 

            Luego, sacando el tanto y levantándolo por encima de su cabeza le grito una última vez:

 

            — ¡Mírame y muere, maldito! — mientras de un solo golpe le hundía el tanto en el corazón hasta la empuñadura.

 

            En ese instante sonaron unos pitidos en la Tablet y al mirar el hombre, noto como los latidos habían bajado hasta los treinta latidos por minuto. Limpio el tanto y se levantó entonces el hombre. Lo enfundo y salió por la puerta al final de la sala de música.

 

            Cuando cruzaba por la reja que marcaba el fin de la propiedad, la mansión entera estallaba, elevando al cielo una inmensa bola de fuego y escombros.

 

 

             La silenciosa noche se llevó el fulgor de las llamaradas, la oscuridad cómplice cubrió las huellas. No quedo sino la quietud y las sombras que gritaban en el interior de su alma.

 

            — Está todo listo Kumicho.

 

             —Bien Miyagi regresa a casa.

 

 

 

             La fiesta estaba en su pleno auge, las copas de champán iban y venían, la suave música inundaba el enorme salón, los invitados reían y comentaban la lujosa decoración. Miyagi miraba todo impávido desde un rincón. Solo unos minutos le había tomado cambiarse de ropa después de llegar, ahora ocupaba su lugar como jefe máximo de seguridad.  Apenas si podía escuchar las voces de aquellos que cada cinco minutos hablaban a través del comunicador que había en su oído.

 

              — Todo asegurado señor, el perímetro está bajo control.

 

             Pero nada estaba bajo control, los gritos en su alma no dejaban de ensordecer sus oídos, y no era a causa del indolente y asqueroso ser que acababa de asesinar, no, su alma gritaba por la perdida. Frente a él podía ver como un joven le robaba al amor de su vida.

 

             Veía como sus largos y rubios cabellos se movían con gracia, la copa de champan bailaba en su hermosa mano. Miraba con nostalgia su perfecta y dulce sonrisa. Y sintiéndose impotente solo podía ver como ese hombre que le robaba lo que era suyo, disfrutaba de aquellas sonrisas que un día fueron para él.  Lo que más le dolía era que en la mirada del joven había amor, un amor inocente, real. Sonrió con ironía, lo compadecía, sería otra víctima más de los antojos y la amargura de su caprichoso Bon.

 

            Minutos más tarde Miyagi rendía cuenta de su trabajo de esa noche.

 

             — Miyagi ese fue el último del clan Kijimoto, ese hombre no podrá hacer más de sus atrocidades y nuestro territorio no será amenazado de nuevo gracias a ti...—

 

            — Es mi trabajo Kumicho... De cualquier forma ya preparé las cosas para mi salida de la mansión, estoy muy agradecido con usted por todo y me alegra haber podido servirle como lo hizo mi padre todos estos años...—  Miyagi tiro el cigarro que fumaba despreocupadamente.

 

            — Miyagi yo...— El hombre le interrumpió con un dejo de pesar en su voz.

 

            — Me temo que no podre cumplir mi promesa de dejarte abandonar la organización.

 

             Miyagi lo miro perplejo, pero trató de no perder la compostura.

 

              — Osagawa sama perdón por cuestionarlo, pero, eso no fue lo que acordamos, le he servido por casi veinte años, Usted no tuvo inconvenientes cuando le pedí que me dejara marchar, ¿Qué lo hizo cambiar de opinión?.

 

              La voz del que amaba lo saco de su cada vez más creciente ira. — Yo Miyagi… Yo soy el causante de que tus alas sean cortadas.

 

              — Sora, por favor hijo, déjame hablar con Miyagi.

 

              El joven se sentó despreocupadamente en un mueble diciéndole a su padre con sarcasmo   — ¿Por qué?... Si van a hablar de mi yo debo estar aquí... ¿No crees papi?.

 

             Miyagi lo miro con ansiedad, sin entender nada.

 

             — Miyagi,  Sora va a casarse eso ya lo sabes… Pero hemos recibido muchas amenazas, así que es por eso que te necesito con mi hijo… Akira muy pronto sucederá a su padre será el líder de un poderoso clan y la unión de nuestros clanes con este matrimonio ha traído miedo y descontento en las otras familias.

 

            El anciano líder del poderoso Clan Osagawa lo miro con amabilidad, Miyagi había nacido dentro de aquella organización, su padre había sido el principal protector del Clan, el gran Kyosuke Yö era ágil, silencioso, certero, inmisericorde e invencible, solo la muerte había podio doblegar al orgulloso guerrero, y sus hijos habían de seguir sus pasos.

 

           Miyagi se perdió unos segundos en sus recuerdos, le debía tanto a aquel hombre que siempre lo trato como a un hijo, y tenía que cumplir la promesa que le hiciera a su padre en su lecho de muerte.  

 

           — ¿Miyagi?...— esta vez fue Sora quien trato de  llamar su atención.

 

            Miyagi no cambio su postura, se tragó su decepción y su rabia, asintió sin dejar de mirar a su Amo. — Lo que Usted ordene Kumicho, iré a acomodar mis cosas de nuevo y esperare órdenes.

 

             — Las órdenes las daré Yo…— replico Sora con molestia al verse ignorado, mas Miyagi no se amilano ante su tono arrogante, dio la vuelta y se marchó, escuchando apenas cuando el viejo Osagawa  reprendía a su hijo.

 

              — Basta Sora… ya tienes lo que querías.

 

              Miyagi sonrió con ironía, él no era ni de lejos lo que Sora Osagawa quería, solo era un capricho más, que quien sabe dónde lo llevaría.

 

               De pie en su habitación, miraba la oscuridad de la noche desde el enorme ventanal. En su mano un celular con un número marcado. Una llamada que no deseaba hacer.

 

                — Lo siento no podré ir a casa.

 

                 Al otro lado de la línea hubo un incómodo silencio.

 

                 —… ¿Tiene algo que ver Sora en esto?.

 

                 Miyagi suspiró. Su hermano lo conocía muy bien.

                  — Nowaki yo… Tengo que hacerlo, se lo debo a nuestro Padre el…

 

                   Nowaki interrumpió las palabras de su hermano.

 

                   — Cuando decidas que has tenido suficiente aquí estaré… Solo trata de regresar vivo… No deseo el dolor de tener que enterrarte al lado de nuestro padre.

 

                  Nowaki colgó la llamada, no había más que decir, al momento sintió unos delicados brazos que lo rodeaban.

 

                  — ¿No va a venir verdad?.

 

                   Beso los suaves labios de su esposo, con tristeza acaricio  su pequeño vientre.

 

                   — No… Él no vendrá… Vamos a recoger la cena y luego a la cama, tú y mi princesa deben descansar.

 

                  Hiroki lo siguió aferrado a su mano, sabía que le dolía aunque se hiciera el fuerte. Miyagi era su hermano su única familia y mientras él había decidido alejarse del legado de su padre, parecía que Miyagi seguiría los pasos de este e incluso acabaría igual.

 

                  Miyagi coloco el celular en la cama, sabía que su hermano reaccionaria mal, él era el único que sabía sobre su tormentoso amor, muchas veces le había pedido alejarse de aquella vida, pero nunca pudo ni cuando Nowaki se marchó para poder ser feliz. Las suplicas de su hermano no valieron de nada y ahora que pensaba que finalmente seria libre…

 

                  — ¿Estas molesto?...— unos finos dedos recorrieron su pecho. Estilizados brazos rodeaban su torso, un cálido aliento recorría su espalda. El dueño de aquella pregunta recostó su cabeza de la amplia espalda esperando una respuesta.

 

                   Miyagi suspiró, tomo una de las manos con fuerza y la halo, en unos segundos el precioso cuerpo de su eterno amor flotaba sobre las blancas sabanas de su cama. Los enormes ojos azules lo miraban con deseo, había una suave sonrisa en aquellos tentadores labios, el dorado cabello se esparció por toda la almohada. Una fina bata de seda blanca cubría la estilizada figura. La fina tela no dejaba nada a la imaginación, Miyagi podía apreciar cada una de las sinuosas curvas de aquel cuerpo.

 

                     — ¿Te gusta lo que ves?— pregunto Sora acariciado descaradamente el contorno de su pene, duro y apenas contenido por la pequeña pieza de tela que lo cubría.

 

                     — Pensé que ya no ibas a colarte en mi cuarto como un gato.

 

Escupió Miyagi con frialdad mientras lo miraba tratando de contener su deseo. Pero Sora sabía que él lo deseaba, y estaba decidido a hacerlo caer.

 

                       Abrió sus piernas con un suave y sensual movimiento, sus dedos gráciles, apartaron el fino encaje de su ropa interior descubriendo el palpitante miembro que rogaba por ser atendido. — Dime que no quieres esto…— susurro entre jadeos mientras se masturbaba ante la mirada atónita de Miyagi.

 

                  Cristalinas gotas de presemen mancharon los delicados dedos, Sora los llevo a su boca lamiéndolos con avidez. — Ven Miyagi… sabes que quieres probar…—

 

                   No había más que hacer, Miyagi estaba perdido en su amor, en su deseo, en su pasión.

 

                   — ¿Por qué me haces esto?...— susurro en su oído, mientras lentamente lo despojaba de la fina bata. Sora sonrió. — Porque eres mío.

 

                 Ya no pudo decir nada más, los labios de Miyagi acallaron  los suyos en un beso castigador, demandante, un beso en donde había dolor y amor.

 

                  Entonces el deseo se hizo cargo, la piel, el ardor que quemaba el interior de sus cuerpos, la lujuria que los llenaba y consumía. No había límites para el placer y sus cuerpos se reclamaban.

 

                 Las manos de Miyagi buscaban impregnarse de aquel hipnotizante aroma que desprendía la sedosa piel, recorrían cada rincón del sudoroso cuerpo de su amante. Sus dedos poseyeron triunfantes el adorado aguajero que tanto amaban profanar. Estimulado por los intensos gemidos que escapaban de los exquisitos labios de Sora, Miyagi lo penetro con saña, su miembro se enterró hasta el final, los gemidos se volvieron gritos, mientras su cadera se movía en un desenfrenado vaivén.

 

                 Ni las uñas que se clavaron en su espalda dejando hilos rojos de sangre, ni los dientes que se enterraron en su hombro acallado los lujuriosos gritos de placer. Nada lo detuvo de poseer aquel cuerpo con inusitada violencia, dejando en el las huellas de su frustración, de su pena. Sora acabo primero gritando su nombre y aferrándose a las sabanas, él, poco después estremeciéndose por completo y esparciendo su semilla en el interior aterciopelado y caliente de su amor.

 

              Unos minutos después la cama se movía, el frio de la noche recorrió su espalda. Como muchas otras noches su amante se marchaba, pero esta vez quedaba una pregunta en el aire.

 

              — Sora… ¿Por qué no me dejas marchar?.

 

                 Sora coloco la bata sobre su cuerpo, se dio la vuelta solo para mirar que Miyagi le daba la espalda en aquella enorme cama que guardaba sus más íntimos secretos, las marcas de sus uñas cruzaban la gran espalda. Sonrió.

 

                   — Ya te dije que eres mío Miyagi.

 

                   —¿Entonces él que es?...— pregunto Miyagi con desdén.

 

 

                    Sora se detuvo en el umbral de la puerta, ¿Qué era Akira Umehara para él?. — Él… Él es… Es lo que debe ser.

 

                  No dijo más,  marchándose silenciosamente.

 

 

“En la oscuridad de la noche un asesino con alma pierde la fe y un Ángel caído pierde el alma”

 


 

Notas finales:

* hōmu, kyūide. Literalmente: Casa, a prisa.

[2] Compuesta por Michael Nyman como parte de la banda sonora de la pelicula "The Piano".


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