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Filosofía Al Vuelo por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del fanfic:

¡¡¡Hola amantes del yaoi!!!

Agradezco de todo corazón que lean esto ( *///* )

Como ya notaron en el resumen, es un MadaZetsu. Y por favor tomen nota: Es mi primer FF de ellos, así que estoy que me muerdo las uñas de nerviosismo.

Ambientado en un Universo Alterno (Kishimoto es demasiado para mi). ( :/ )

Es una historia paralela a "Vital" y se puede leer por separado, aunque están invitados a leer si gustan ( :D )

Soy una novata de por sí y una novata con esta pareja ( TT__TT ) Ruego paciencia y comprensión ( >.< )

Tienen todo el derecho a hacerme ver mis errores y nadie les agradecerá tanto como yo sus críticas ( ^^ ).

Y lo de siempre... Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Masashi Kishimoto. Todo es hecho sin fines de lucro, no recibo ninguna remuneración por ello. Hecho únicamente por y para fans.

Notas del capitulo:

 >>:<< >> El día 16 de Enero es el Día Internacional del FugaMina << >>:<<

¡Apóyanos!


Este FF es para arianne namizake. Ella es una total dulzura conmigo, me hizo esta petición y ya que se encontraba entre mis posibilidades de acción, me di el gusto de complacerla.

Espero que en algún lugar del mundo, pixi-ice esté orgullosa de mi ( -w- )

¿Advertencias? Uso de lenguaje soez. 

Perdonen todos los errores de ortografía, redacción, narrativa y semántica que encuentren. Me esfuerzo revisando los detalles, pero siempre se me escapa algo o mucho.

Perdonen también mis incoherencias.

Sin entretenerlos más tiempo...

¡Disfruten!

 

Filosofía Al Vuelo

 

 

A muchísimas personas les encanta corregir. Enseñar, mandar, determinar el pensamiento de segundos o terceros prójimos. Él no. Él no tiene el tiempo para eso. ¿Cambiar el mundo? Por favor. Es más fácil conquistarlo. Por lo menos era lo más sencillo para las personas con un carisma e inteligencia como la suya.

Hubo un día, hubo un tiempo en el que dedicó su ímpetu interior a estudiar las zonas más profundas de la conciencia. Tiempos en los que tenía golpes existenciales de magnitudes inconcebibles, descubriendo de poco en poco que vivimos en el aura de los contrastes. Todo necesita de todo para permanecer en la luz. Armonía universal.

¿Ahora? Eso no era nada más que basura filosófica de quinta categoría.

Alguien como él, siendo apenas un joven que abandonaba el jardín de la infancia, descubrió la otra cara de la moneda. Descubrió el amplio, opulento y decadente lado del mundo casi destruido con el tiempo. En ésas estaba cuando un pensamiento intensamente oscuro se posó en su mente, convirtiéndose en una sombra voladora que rondaría por su cabeza durante muchos años.

Los miradores pedregosos y todas las prisiones naturales aparecieron desvelados ante sus ojos. El hierro más oxidado, el bejuco más ensortijado, el mar más insondable, el trajín rutinario… Todo constituía la vida; ese ir y venir, que de tan sabido y conocido ya ni siquiera despertaba sensaciones propias.

Al final de aquel día, el Sol que quedó a la vista con la aurora ya no era el mismo que del atardecer. Y no lo sería nunca.

No comentó con nadie aquel parpadeo desconocido y a la vez entrañable. Aunque su excepción fue Izuna. Siempre había sido Izuna. Probablemente lo seguiría siendo. Por su hermano, él era capaz de muchas cosas.

¿Ahora? Cree que a Dios le encanta hacerle romper sus promesas, sus juramentos, sus “nunca”, sus “siempre”. Se regocija con demostrarle que el tiempo tiene un límite. Y ese límite no perdona.

No extraña su pasado. Los años que decidió dejar atrás no son precisamente buenos tiempos, no es algo que desee revivir. No todo fue malo, porque si hay algo que extraña genuinamente es su autoridad y su poder conferido con el esfuerzo que, vale la pena mencionar, se esfumó a la velocidad de la luz y con la delicadeza de un terremoto. La vida con sus vueltas caprichosas lo había obligado a cambiarse a sí mismo.

Entonces llegó Fugaku.

Ahí  es cuando entiende que él es más que un mero producto de las circunstancias. Él es libre de luchar por moldear dichas circunstancias para hacer de su vida lo que realmente quiere. Se lo ha enseñado el niño que había hecho jugar en sus rodillas y que ahora es casi un hombre.

Increíble, y no por ello menos cierto. Aunque era más difícil hacerlo que decirlo.

—Te estás haciendo viejo, Madara —expresa con un destello de sarcasmo—. Mírate, estás desvariando.

Los rieles de su tren de pensamiento son entramados, claro que sí. Son rápidos, puede ser.

¿Ahora? Madara está cansado, se truena los dedos porque los siente rígidos. Vuelve a tener hambre, hoy apenas es lunes y ha llegado a casa a las nueve de la noche, hace diez minutos según el reloj. Lo primero que ha hecho ha sido buscar el sofá. Siente un peso caer a su lado y ve como Izuna enciende el televisor que no cumple ni siquiera un lustro de vida útil porque lo consiguieron cuando el morocho sacó su segundo empleo.

—¿Ya comiste? —le pregunta Izuna rompiendo el silencio.

—Sí, tranquilo —refuta Madara mirando el piso de la sala que solo está iluminado por la luz de la pantalla del aparato.

—Vamos, un cereal con leche no requiere de mucho y es malo que te acuestes con el estómago vacío.

—Pero…

—Madara —su hermano le llama con fuerza, obligándole a callar y a seguirlo, diciéndole que no tiene fuerzas para ponerse a pelear.

El dúo guarda silencio al llegar a la cocina, porque su niño hace poco que se fue a la cama y no quieren molestarlo… aunque no quieren admitir que haya sido hace mucho que dejó de ser un niño.

El azabache toma el cereal de la alacena y saca la leche recién empezada del refrigerador. Madara pierde la vista en la superficie de la mesa y esas paredes son los primeros y últimos testigos de su desvelo.

Piensa en que ya pasaron muchos años desde que Fugaku llegaba corriendo a abrazarlo cuando asomaba por la puerta y le preguntaba como casi todas las noches si traía algo para él.

Era ahí cuando a Madara e Izuna les tocaba mirarse fugazmente, antes de responderle que cuando le pagaran la quincena le compraría una cajita de cereal y un litro de leche. Procuraba con rigor guardar el dinero necesario para cumplir su promesa, siendo eso -el cereal con leche- lo más suntuoso que podían ofrecerle.

—Me estoy haciendo viejo —dice, y no como un comentario al aire, sino como una realidad que pesa sobre sus hombros.

—No seas ridículo, tu edad todavía comienza con el número tres.

—Lo haces sonar peor de lo que es.

—Lo siento, intentaba ayudar. ¿En qué piensas? —Izuna se refiere al comentario por el que empezó todo.

—Hemos visto mucho mundo, ¿no lo crees?

—Tal vez, pero a mí no me metas en el mismo saco que tú. Yo soy joven…

—Y aun queda mucho mundo por ver. Lo sé, pero es que…

—Estás poseído por el más cruel de los humores negros, entiendo —Madara sonríe en agradecimiento y agradece que Izuna sea tan inteligente como para comprender las razones de su melancolía—. Tienes que parar.

No le objeta porque tiene razón y ambos lo saben, pero el morocho también sabe que mañana será el día que le toque a Izuna caminar en las nocturnas calles solitarias. El azabache chasquea la lengua porque está leyendo cada uno de sus pensamientos.

Un tortuoso olor a pan recién horneado devuelve al presente a los dos hermanos y el menor de ellos, con un sonrisa altiva en el rostro, se levanta a sacarlo del horno para ponerlo en la mesa. Es una obra maestra y Madara la honra con un silbido de admiración. Entre risas y bocados apresurados saborean el postre lo mejor que pueden, porque el olor es escandaloso y quieren ser egoístas, solo por esta vez.

Terminan la cena. Beben agua porque no quieren hacer café.

—Necesito distraerme —dice Madara mientras lava los platos y procura que el otro permanezca sentado—. Lo más pronto posible.

—Mañana Fugaku va a pasar la noche en casa de Minato, podemos salir.

—¿Ah sí? —el morocho enarca una ceja que conserva el aire aristócrata—. ¿Cuándo te dijo?

—Hoy cuando vino, dijo que esperaría a que llegaras para avisarte pero terminó rindiéndose al ver que anochecía y no apareciste. Me encomendó la labor de preguntarte en su nombre.

—¿Y cómo está tan seguro de que obtendrá mi permiso?

—Madara, tú adoras a Minato.

—¿Y eso qué? Si le rompe el corazón…

—Le rompemos las piernas. Pero ése no es el meollo de la cuestión: tú eres físicamente incapaz de decirle no a tu Ku-chan~.

—Eso es chantaje, ¿desde cuándo creen que me pueden manipular así? —escucha como Izuna se ríe y responde:

—¿Le habrías dicho que no?

Madara prefiere guardar silencio un rato.

—¿Metiste un condón en su mochila? —una parte de lo que dice es broma y otra parte es en serio—. Sabes que no van a estudiar ni un cuerno ¿verdad?

—Quizás estudien ciencias y anatomía —contesta Izuna igual que su hermano, ya que en su boca hay una sonrisa pero en sus ojos brilla la preocupación—. Metí varios, de hecho.

—¿Compraste para nosotros?

—Necesitas distraerte.

—¿Acaso hay mejor forma que esa? —Izuna le lanza una mirada durísima, que por no recibirla de frente, termina resbalando por su espalda.

—Compórtate.

—¿Ni siquiera pensaste hacerlo? Eres malvado Izu-chan, no me has presentado a tu novia (estoy empezando a creer que es imaginaria) ni me has recomendado con ninguna de sus amigas, te lo aseguro.

—¿Y cuál sería el punto? No vamos a casarnos con ellas.

—Te estás reservando la diversión, en cualquier caso. Además, estoy tratando de dejar las viejas costumbres y me contengo por no investigarla por mi cuenta… ¿Qué hay de malo en querer conocer a la pareja de mi queridísimo hermanito menor?

Izuna le regala su mejor mirada de exasperación.

—Sécate las manos —ordena el azabache cuando nota que ha terminado—. Pues, que no es mi pareja y que no conozco demasiado a sus amigas.

—Nunca es tarde para conocerlas.

—¿Cómo sabes que les gustarás?

—Mi querido Izuna... Todas desean un Uchiha.

—Hay otras maneras igual de buenas para botar el estrés.

—No digo que no, pero creo que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me emborraché de verdad. Así que si te arriesgas a que lo vuelva a hacer, serás tú quien me cuide cuando me toque sufrir la gran resaca y recuerda el desorden que hago cuando estoy en embriagado hasta la médula y…

—¡Bien, compré para nosotros! ¿Eso es lo que querías oír? —Madara quiere esbozar una sonrisa victoriosa pero la oculta para no molestar a Izuna—. Será como quieras. Saldremos mañana, espera a que salga del trabajo.

—¿Te veo en el centro?

—Perfecto —el Uchiha mediano hace un gesto de redención mientras se levanta de su silla y junto a su hermano se dirigen al piso de arriba—. Quiero ir a dormir. Ponte el pijama, que no dormirás con esa ropa puesta. No dejes la ventana abierta, creo que la vecina anda husmeando y sabes que le gustas. Lávate los dientes y no olvides apagar la luz del baño ¿me oíste?

—Sí, mamá —el morocho a duras penas logra esquivar el coscorrón que iba directo a su cabeza—. ¿No me das mi beso de buenas noches?

—Vete a la mierda, Madara.

El Uchiha mayor deja oír una risa seca que resuena con las paredes solamente porque le encanta cabrear al otro. Deseándose buenas noches, cada uno se recluye en la privacidad de su habitación. Mañana en la mañana, Izuna al levantarse descubrirá que su queridísimo hermano mayor olvidó apagar las luces. Otra vez.

 

 

El día transcurre exactamente como todos los demás. Madara no se sorprende, está pensando en cuanto le abonarían si hiciera unas horas extras, está pensando en cuál sería la expresión de sus jefes si les pidiera un aumento. Poco después se da cuenta que no le interesa porque nunca ha visto la cara de sus jefes y repara en que tampoco le interesa conocerlas. Hace una semana que intentó conocer sus rostros y los parámetros de discusión que utilizaban en sus reuniones. Los burócratas desgraciados siempre las celebran a puertas cerradas cuando le ven asomar. Saben lo que les conviene…

Es cómico, se dice. Es extraño, piensa sin quererlo. Llamar “jefe” a una persona que no es él mismo.

Ha pasado más tiempo del que quiere contar y aún no se ha acostumbrado a ello.

El día termina exactamente como todos los demás, con la pequeña diferencia de que ahora es un poco más temprano que ayer y que ahora su destino no es su hogar. Como todavía faltan algunas horas para encontrarse con su hermano, decide buscar un bocadillo de afuera para improvisar su cena. Prefiere la comida casera pero en este momento no tiene otra opción, así que sale en su búsqueda.

Llegado el momento, más rápido de lo que imagina, se encuentra con Izuna y juntos se marchan. Madara tiene la intención de preguntar adónde van porque nunca le ha gustado andar a ciegas, y sin embargo, guarda silencio y se deja guiar. Ambos están pensando que ésta es la primera vez en años que salen solos. Los dos. Sin preocupaciones ni remordimientos. Ambos lo piensan pero ninguno lo dice, tal parece que no quieren romper el encanto en el aire.

 

Apartado del centro de la ciudad, aparece un pub de talante modesto con las luces de neón puestas en la entrada mostrando un nombre que el morocho ni siquiera se molesta en leer. No obstante, hay un grupo de mujeres en la entrada y una de ellas corre a abrazar al otro Uchiha.

Madara es un celoso de primera. No puede evitar que su subconsciente piense que la tipa se aferra al brazo de Izuna como si fuera una garrapata. Le molesta que algo irrumpa en el espacio personal de Izuna. No sabe si es sano o no albergar esa celotipia, pero le importa un comino. Lo único que quiere es que la chica deje de mirarlo con esos ojos de borrego degollado.

Minato podía vanagloriarse de ser un caso especial, porque de haberse tratado de otra y otro, ni muerto dejaría a su Ku-chan así no más.

Cuando habla, Madara descubre que la señorita no le transmite ninguna mala vibra. Es amable, cortés e incluso le ofrece la mano. Maldición. Rápidamente los introduce a la fiesta que se lleva a cabo dentro del local y los pone en ambiente. La música hace temblar las paredes, el disk jockey se mira perdido en la tarima que se ha convertido en todo su universo y la pista de baile se encuentra abarrotada. Algunas de las amigas de la chica se separan de ellos. Por el contrario, la chica presenta a Madara a sus conocidos y es una sorpresa ver como lo saludan y tanto hombres como mujeres lo reciben con camaradería.

Entre ese grupo de gente, en primera instancia, gente común y corriente… hay alguien que llama su atención.

Y se puede contar con los dedos de una sola mano la gente que alguna vez ha llamado la atención de Madara.

Después de largos minutos de buena charla, bromas y ese buen humor que Madara es capaz de crear en las masas, cautivándolas con ridícula sencillez para luego manipularlas, decide apartarse de sus nuevos conocidos, excusándose al decir que quiere probar el licor de la barra del bar que se vislumbra en la esquina opuesta.

Es la oportunidad perfecta para que ese alguien interesante le siga.

Efectivamente, su plan tiene éxito. Al instante de haber pedido su primer trago, se sienta a su lado el llamativo individuo.

Es llamativo en más de un sentido. Este chico -que aparenta unos diez y muchos o veinte y pocos- se ha pintado el pelo de verde, viste con ropas oscuras holgadas (signo claro de que quiere pasar desapercibido, infructuosamente) y Madara juraría que es maquillaje el que le hace ver el rostro dividido en dos; un lado muy oscuro y el otro muy blanco. Tiene los ojos de un peculiar tono de amarillo y cuando sonríe, nota que los dientes son muy afilados.

—Me llamo Zetsu —le dice el chico, tratando de entablar una conversación. Su voz es curiosamente confianzuda—. ¿Qué haces aquí?

—¿A qué te refieres?

—Conozco a todo el mundo aquí, de punta a punta, desde centro de la ciudad y sus alrededores. Y es la primera vez que te veo, no eres alguien que se deja ver con frecuencia.

—Eso indica que no estás tan informado como crees —comenta Madara como quien no quiere la cosa, convencido a cada segundo que pasa que el chico es definitivamente muy interesante.

—Hmp. Es cierto. No eres alguien fácil de olvidar, te recordaría si te hubiera visto antes —de un movimiento imprevisto, Zetsu acerca peligrosamente su rostro al de Madara, pretendiendo estudiarlo mejor.

El Uchiha endurece la mirada porque le ha asustado un poco (solo un poco) la aproximación, así que con ella le ordena que retroceda de inmediato. Zetsu casi se encoge en el diminuto banco en el que está sentado. Los ojos del morocho, tal es su negrura, que asemejan el más terrorífico de los abismos.

Malo. No han conversado ni cinco minutos y ya lo atemorizó.

—¿A eso te dedicas o es un pasatiempo? —es un intento de reanudar la charla—. ¿Investigar a las personas?

—Soy un policía.

Lo está jodiendo. Tenía que estarlo jodiendo. Ese niño no podía ser…

—¿Puedo ver tu placa? —el chico ríe y Madara no vislumbra el por qué. De los confines del bolsillo de su enorme suéter saca una placa y su identificación.

—¿Ahora me crees?

No le dice, pero le da el beneficio de la duda.

—Algo me dice que no estás haciendo bien tu trabajo.

—No, es solo que tu hermano no habla mucho sobre ti.

No le sorprende.

—¿Es así?

—Es bastante reservado, es de imaginar que no hable sobre su familia. ¿Y tú…?

Mientras habla, Zetsu tiene una mirada curiosa y tiene apoyadas las manos en el asiento de la silla, con la cabeza ladeada y con una pequeña sonrisa. Parece inocente. Ingenuo. Un poco indefenso. No da la impresión de ser la ley encarnada. Le gusta. Hay una figura delicada debajo de tantas capas de ropa y Madara quiere descubrirlo.

Aunque…

No es recomendable quedarse cerca de él mucho tiempo. Aún no le ha preguntado su nombre, pero en cuanto lo haga, Madara sabe que este niño curioso no se resistirá a investigarlo. Y no es que Madara tenga miedo de que averigüe todo su pasado, claro que no. Eso es algo que ha dejado muy bien enterrado y nadie lo encontrará por más profundo que escarbe. Lo que le da miedo es que empiece a molestar a su familia, que halle información que les resulte estorbosa y que les obligue a mudarse si nuevos rumores se esparcen.

La policía podía llegar a tener algo relevante de él o de Izuna y Madara no quiere correr el riesgo.

Tal parece que no puede darse el lujo de tener un nuevo amigo.

Con ademán casi irreverente se levanta del bar, paga su bebida y se larga sin mirar atrás. Sale por una puerta trasera que da a un callejón sucio. Se abriga un tanto el cuello con la chaqueta que lleva puesta y empieza a andar.

Repara en que posiblemente Zetsu se sienta un tanto ofendido al ser dejado con la palabra en la boca de una forma tan grosera, pero en este preciso instante no se siente con los ánimos de regresar y disculparse. Le acude un ligero sentimiento de culpa. Golpea una lata maltrecha que mira por allí, enojado porque el destino parece no estar de su lado.

Ojalá no se le ocurra buscar a Izuna.

¿Dónde se ha metido? Mira los altos edificios con el entrecejo fruncido y no identifica la calle que ha tomado.

Se oyen pasos detrás de él, por lo que no voltea y sigue caminando como si no lo hubiera notado. Después de una cuadra de recorrido se da cuenta que el número de pasos ha aumentado. ¿Cuatro o cinco personas? No está seguro y todo este jueguito ya empezó a incomodarlo. Se detiene frente a un mesón que podría ser el símbolo del deterioro, agradece que los dueños seguramente ya estén dormidos y descansados. Eso es bueno, porque no le gusta tener público.

Latas viejas, madera picada y pintura curtida son los olores que mana el sitio.

Se da la vuelta por fin y encara a cinco pobres diablos con la barba sin afeitar, malolientes y con una sonrisa estúpida que es lo que más crispa los nervios del Uchiha.

—No traigo dinero para ustedes —les dice con voz suave y firme.

—No, pero traes un bonito reloj —le replica el que está justo frente a él y que trae un bate en la mano—. Tu ropa no se mira nada mal y sé que llevas una billetera escondida en alguna parte.

—Lárguense —dice Madara como una recomendación y una amenaza.

—No queremos y no eres tú quien nos va a obligar a irnos.

Se le acercan ininterrumpidamente con gestos depredadores.

—Ustedes lo pidieron.

Con ágiles movimientos, Madara ha desarmado al dueño del bate, le ha noqueado y ha utilizado la nueva adquisición para defenderse de los otros agresores.

Le ha roto el brazo a uno y parece que le ha desencajado la mandíbula a otro. Un cuarto se acerca hasta él por la espalda con una navaja y ya no puede esquivar completamente el ataque, por lo que su brazo derecho resulta herido.

Al final lo derriba y mira que ya solo queda uno en pie. Para su mala suerte, este quinto ladrón trae una pistola.

—¡No te muevas! —resuena una voz en los muros de aquel callejón. Tanto el Uchiha como el ladrón vuelven a ver de quién se trata y Madara reconoce a Zetsu que también trae en sus manos una linterna y una pistola.

Me siguió, piensa con cierto alivio y regocijo.

Aprovechando la distracción, Madara tumba al maleante y lanza la pistola lejos de él. Zetsu se acerca y con movimiento muy bien entrenado, esposa al malhechor.

—¿Estuviste ahí todo el tiempo? —resopla el morocho con fingida molestia confiando en que el chico le seguirá la corriente. Por el contrario, Zetsu le devuelve una mirada calculadora y le habla con una voz extrañamente ronca:

—Te estaba probando.

—¿Probando el qué si se puede saber? —el cambio es bizarro. ¡El chico envejeció en cuestión de minutos!

—Si eres el tipo de persona que creo que eres.

—¿Y eso sería…?

Madara no puede terminar su pregunta porque observa por el rabillo de su ojo que uno de los ladrones ha recobrado la conciencia, y a pesar de estar desorientado y tambaleante, toma el arma abandonada y aprieta el gatillo en su dirección.

Un disparo aislado se deja oír en mitad de la noche.

 

 

Ahora está mareado. Sentado en la camilla de una habitación de hospital, Madara está mareado por los cambios de humor del policía que se ha tomado la responsabilidad de llevarlo hasta allí.

Primero, Zetsu se presentó como un niño curioso y juguetón. Luego le muestra una personalidad más adulta, más seria y más… ¿oscura? Todo el trayecto desde el pub hasta el hospital le estuvo interrogando con dureza y desconfianza. Le faltó poco para arrinconarlo contra la puerta del auto y ponerle la linterna en la cara.

Y en este momento, está sentado a su lado con la mirada en el suelo, nervioso y algo apenado por su anterior comportamiento, alegando que el Uchiha es un herido y que no debió haberlo tratado así.

—… después de todo, tú recibiste la bala por mi —concluye su última oración.

—Solo me pasó rozando, no hagas tanto drama —Madara trata de reírse, pero descubre que no puede. Le duelen los músculos del abdomen, exactamente donde acaban de aplicarle sutura.

Es una suerte que la bala no haya impactado contra uno de sus órganos. Aún no pierde los reflejos.

—¡Pero pudo haber sido mucho peor! —exclama Zetsu fuera de sus casillas y tomando entre las suyas una de las manos del Uchiha.

—Pero no lo fue, así que tómelo con calma, señor. No es recomendable alterar al herido —recomienda una doctora con una sonrisa en guardia, que ha ingresado al cuarto y se dispone a revisar al morocho una vez más.

—¿Ves cómo tengo razón? Quédate quieto y hazle caso a la doctora.

Zetsu saca la lengua y Madara le ignora impasible, hasta que suelta un grito cuando siente que clavan una aguja en su brazo. Ahí es cuando el peliverde no puede reprimir una risita traviesa y comenta:

—Eres todo un niño grande.

—Por supuesto que no… ¡Ay! —vuelve a exclamar Madara de repente y mira a la médico con resentimiento que levanta sus brazos y revisa el vendaje—. ¡Avise antes de hacer eso!

—No le haga caso —dice Zetsu con un gesto despectivo de la mano.

—Eres un bastardo sin corazón.

—Señor, por favor quédese quieto —ruega la doctora mirando al Uchiha—. Solo tengo que reemplazar esta venda y luego estará listo, no habrá necesidad de tenerlo en observación.

—¿En serio? —Madara suena tan feliz que no se da cuenta de que la emoción ha invadido su rostro, haciendo que los otros dos sonrían divertidos—. ¿No miente, verdad? ¿Va a dejarme salir de aquí?

—No veo por qué no. A menos que se agite —la médico le lanza una mirada congelante— o tenga una mala reacción a la anestesia.

—Eso quiere decir que te calmes y dejes de quejarte por cinco minutos —aporta Zetsu a las indicaciones de la doctora.

—Me dispararon.

—Y es culpa mía y tuya, no del hospital. Además… —su mirada se ensombrece de repente— Pudo haber sido el corazón, los ojos, el hígado…

Zetsu todavía no suelta su mano y a pesar de que la doctora ya ha notado el detalle, no ha hecho ningún comentario. Trata de mantener la concentración en su trabajo y trata de no sonreír.

Madara aprieta la mano del otro y por primera vez le sonríe con natural arrogancia. Las mejillas de Zetsu se tiñen de carmín.

—Doctora, ¿voy a conseguir días de incapacidad por esto? —la aludida lo escruta un momento y mira las intenciones del inquisidor que le sonríe de forma encantadora.

—Unos cuatro días —contesta luego de terminar de poner la última fila de venda. Toma una tablilla de información por llenar que hay a la mesita de al lado—. Sin hacer esfuerzos, descansando y dejando que sane.

—Muchas gracias, doctora —dice Madara con triunfo. La profesional toma una pequeña libreta y escribe una prescripción médica que deja en manos del Uchiha.

—Ahí está. Sin trabajo por cuatro días.

No obstante, por la buena salud y complexión física del paciente, la doctora quiere decir que no los necesita.

—¿Qué dice de escribir cinco?

—Cuatro es más que suficiente. Recuerde no moverse mucho.

—¿Algo más, doctora?

—Evite el alcohol porque podría reaccionar negativamente con los medicamentos. Evite conducir y… le recomendaría que se fuera a la cama temprano.

—¿Oíste, amigo? Tem-para-no~ —Zetsu se burla de él hasta decir ya no. Lo está disfrutando y no lo va a soportar.

—Espere un segundo —Madara está listo para apelar en su condición—. ¿Qué pasa si tengo una reacción y estoy solo en mi casa y entro en shock y me da una convulsión? Yo no debería de quedarme solo, ¿no le parece? Y nadie puede cuidarme, uno de mis parientes estudia y el otro trabaja todo el día. ¿Qué sugiere, doctora?

Zetsu se da cuenta de que la dama presente está cayendo en los métodos persuasivos de su morocho compañero, porque ella lo mira pensativamente y luego mira a Zetsu.

—Señor, me temo que está en lo correcto y me sentiría menos culpable si queda al cuidado de alguien responsable…

—¡Es un hombre adulto! Se puede cuidar solo —el peliverde no lo puede creer.

—Solo será un tiempo, se lo aseguro —la doctora le mira con súplica y el chico tiene ganas de ahorcar a Madara.

—Entiendo, no se preocupe. Yo me haré cargo —Madara deja escapar una mirada victoriosa dedicada especialmente a Zetsu, que esconde a tiempo para que la médico no lo notara.

—Eso es todo. Solo rellene esta plantilla para terminar el papeleo. Puede irse luego de diez minutos.

—Gracias, doctora~. Usted es genial —ronronea el Uchiha mientras estrecha la mano de la dama.

—Usted también. Cuídese.

La médico y el Uchiha comparten una mirada cómplice y luego ella se retira, seguramente para cumplir con sus obligaciones.

El policía toma la planilla y decide empezar a llenar los datos del otro.

—¿Nombre? —y los ojos amarillos del chico lucen expectantes, porque en todo el transcurso de la noche, él no sabe cómo se llama nuestro misterioso protagonista.

—Madara Uchiha —y la estupefacción en la cara de Zetsu es justo lo que el morocho espera—. Antes de que pienses en hacerme algo, recuerda que soy un hombre herido y fui puesto en tus manos…

—Cállate —le interrumpe el otro, que intenta por todos los medios ordenar medianamente sus pensamientos—. No te preocupes por eso, yo… no haré nada.

Madara alza poderosamente una ceja, pero ese algo en Zetsu que no se deja amedrentar ha vuelto. Y eso a Madara le encanta.

—¿Por qué la desinteresada gentileza? ¿Quieres hacer de buen samaritano?

—Salvaste mi vida.

—¿Compasión, entonces?

—Estoy en deuda contigo. Puede que no seas tan malo como tu nombre aparenta.

Madara suelta una carcajada amarga que estremece el corazón del chico.

—No olvides que yo le pertenezco a ese nombre.

—¿Prefieres que te encierre?

—Quiero estar seguro de que no cometerás ninguna tontería de la que luego podrías arrepentirte.

—No lo haría, no soy estúpido. Además, mientras no hagas nada malo no tengo razón para encarcelarte. Necesitaría pruebas actuales.

—¿Cómo puedo confiar en ti?

—No puedes.

El Uchiha resopla porque siente un piquetazo de dolor y porque todo está tomando un rumbo que no sabe si puede manejar. Tal vez si puede, pero ya está cansado de lidiar con tantas cosas.

—Entonces, ya que estás tan dispuesto a cooperar conmigo, hagamos de esto un verdadero agradecimiento.

—¿Un verdadero…? ¡Mph!

Zetsu mira con espantosa cercanía los ojos negros del Uchiha que lo tomado por el cuello de la camisa y le ha estampado un beso en los labios. No evita que sus párpados se cierren y comienza a responder a la caricia, que paulatinamente, va tornándose más profunda y más deliciosa.

Sus piernas tiemblan, su corazón se acelera y siente arder su rostro cuando Madara lame sensualmente su labio inferior.

Un estruendo se oye en el pasillo y un grito furioso rompe el silencio. Es una voz que Madara conoce muy bien. Otras voces se agregan al jaleo y se le suman sonido de forcejeos.

Madara termina el beso con un último piquito y un guiño ingenioso, haciendo que Zetsu caiga sentado a su lado en la cama, acalorado y débil.

Exactamente ahí, la puerta es azotada por un Izuna que viene empujando a muchas enfermeras que cuelgan de sus brazos y que intentan vanamente detenerlo. Finalmente un doctor las llama y dejan al azabache en libertad, que corre a revisar a su hermano.

—¡¿Qué demonios te pasó?! ¡Esto te pasa por quedarte solo y salir de mi vista! ¡Solo mírate!

—Izuna…

—¡¿Qué estabas haciendo?! ¡¿Te metiste en una pelea, no es cierto?! ¡Y después quieres regañar a Fugaku!

—Izu-chan~…

—¡“Izu-chan” y un cuerno! ¡No estoy de humor para tus bromas! ¡Debería estrangularte por preocuparme así! —y sin previo aviso y sin el permiso de nadie y sin importarle la presencia de terceros, Izuna abraza fuertemente a su hermano mayor.

—Estoy bien —le dice Madara al oído con voz susurrante, tratando de consolarlo.

—Más te vale, porque si hubieras muerto, te resucito y te vuelvo a matar por andar haciendo estupideces.

Zetsu está a punto de romper en carcajadas, pero se contiene porque el recién llegado puede llegar a molerlo a golpes.

—Me quieres demasiado como para matarme, Izu-chan —dice el Uchiha mayor mientras alborota el cabello de su hermano y posa un beso en su frente, como cuando eran niños—. Y para no pecar de descortesía… Izuna, te presento a tu cuñado: Zetsu.

—¡¿Tú qué?! —estallan los otros dos, que se miran desconcertados.

—¿Me estás diciendo que…? ¿Él y tu acaso…? ¿Y qué es mi…? —las palabras salen a borbotones de la boca del Uchiha mediano, que alterna sus ojos entre su hermano y el policía y da varios pasos atrás.

—¡No es lo que está pensando! —Zetsu quiere arreglar el malentendido, pero toda explicación resulta inútil.

Izuna acaba de azotar el suelo. Completamente desmayado.

Zetsu mira reprobador al que yace tranquilamente en la cama.

—¿Qué? —Madara encoge los hombros, defendiéndose descaradamente—. No es mi culpa que sea tan fácil de impresionar.

Al verlo sonreír, Zetsu solo puede pensar que se acaba de meter en un buen lío.

 

Más tarde descubrirá que ese lío es lo mejor que le pudo haber pasado y descubrirá que su problema de bipolaridad no es tan malo como se ve. Descubrirá que existe alguien que está tan loco como él mismo y que no le importará todos sus desordenes mentales para poder amarlo, aunque para ello necesite mucha paciencia y muchos años.

Madara encontrará esa emoción en la vida que creía que se había extinguido hace mucho tiempo. Encontrará una nueva motivación que le hará recuperar su fe en la humanidad y en el sentido de la existencia. Y la encontrará en la sencillez de una caricia, en la sutilidad de una mirada y en el trabajo que pondrá en construir un lazo con la persona menos esperada.

Esa es la característica principal de un filósofo: el poder para nunca dejar de sorprenderse.

Justo cuando cree que lo ha visto todo, encuentra un nuevo impulso que mueve su vida.

El amor es una de las fuerzas más intrínsecas que mueven este mundo y le sorprende.

Creyó que su alma solo era capaz de albergar el odio más atroz y ahora ve su error.

Pero, a fin de cuentas, él es otro mortal queriendo merecer la felicidad.

Con problemas, dificultades y tropiezos, es verdad, no lo niega.

Y también con risas, libertad, fraternidad y cariño.

Creando un nuevo espacio en su corazón.

Resguardando a Izuna y Fugaku.

Apreciando a Minato.

Amando.

A Zetsu.

 


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Notas finales:

Bueno... Quiero aclarar que me tomó mucho trabajo plasmar la relación entre Madara e Izuna. Esos hombres son un misterio, pero me fascinan y espero haber hecho un buen trabajo

¡Muchísimas gracias por su lectura!

Espero que todos lo hayan disfrutado, muy sinceramente. Esencialmente, que les haya hecho pasar un buen rato y como mínimo que no les aburriera.

Cualquier error que quieran hacerme notar, así como sugerencias, críticas y correcciones serán bien recibidas.

¿Comentarios? ¡Soy todo ojos! ( XD )

No importa si pasan diez años desde que publique este FF. Si dejan rr, tengan por seguro de que yo los contestaré... ( >w< ).

Se despide su no tan humilde servidora...

ItaDei_SasuNaru fan.

Cuídense mucho.

¡Hasta luego!


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