[Prólogo]
He sido capturado por los vampiros, ¿Cuál es mi destino? Ciudad Zwielicht. Aun en mi pesar, algo bueno surge, los weres están a salvo y, con ellos, Randolph. ¿Qué es lo que pasará al cruzar el muro? Aun me lo pregunto, pero sé que mi destino está sellado; moriré. No hay otro más que la muerte, porque, ¿Qué sería peor que morir?
[Jason Snyder]
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Realeza Vampírica:
RAELIGH – LONGWORTH – KNIGHTLEY –
ANNESTEY - BIRDWHISTLE
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[Capítulo 0 - Prisión de Hielo.]
[8 meses atrás —Cerca del Himalaya — Complejo Ingber (Acceso Restringido)]
Solo había tomado menos de 15 minutos para que toda la instalación fuera aniquilada. No había ningún sobreviviente, salvo él, pero él no formaba parte de los miembros del equipo que estaban designados a estar aquí.
Miró las pantallas dentro de la Sala de Vigilancia y vio que la prisión yacía en el suelo, partida a la mitad, mientras fragmentos de estacas ensangrentadas estaban dispersas por todas partes. Algunas habían sido “reutilizadas” y ahora estaban dentro de los cuerpos de los Fledermaus que estaban de guardia, los que no habían sido brutalmente despedazados por interponerse en el camino del prisionero.
Comenzó a caminar, viendo toda la masacre a su alrededor. Las paredes estaban manchadas con sangre y por todas partes había miembros ensangrentados y extraviados. Había grandes marcas de garras y parecía que habían golpeado las paredes con un marro, dejando grandes fisuras que iban desde formas circulares hasta cuartear toda la superficie, amenazando con ceder en cualquier momento.
El lugar estaba en completo silencio.
La brisa helada del exterior se colaba dentro del largo pasillo y la nieve había comenzado a amontonarse en la entrada. El único sonido era el de sus suelas con cada paso que daba, chapoteando sobre la gran cantidad de sangre bajo sus pies.
Casi podía escuchar el eco de los gritos y el sonido de las armas—aun olía a pólvora—. Había pequeñas estelas de munición en las paredes, evidencia de un fuerte enfrentamiento. Una mancha enorme de sangre en la pared como si hubiera estallado un globo lleno de pintura.
Pasó su mano sobre una de las paredes, acariciando aquella mancha ensangrentada con forma de mano que se deslizaba hasta casi todo el suelo, donde yacía su creador—o lo que quedaba de él—.
Había sido una masacre. Nunca lo vieron venir. Aunque, igual si hubieran sabido, muy poco habrían podido hacer.
Se detuvo en el marco del largo pasillo que daba hacia la única salida del complejo, viendo aquella delicada figura a mitad de la nieve. Su belleza le arrebató el aliento, teniendo que parpadear varias veces para asegurarse de que aquella visión era real y no un producto de su imaginación. Tragó en seco al darse cuenta que había un pequeño rastro de pisadas carmesí que llevaban directo a ella, exponiendo a la hermosa mujer como la culpable de la masacre del complejo Ingber.
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Estaba nevando, al igual que aquella vez.
¿Deja vú?
Sonrió para sí misma, dejando salir las lágrimas que al deslizarse por sus mejillas removían los rastros de sangre en su barbilla, tiñéndose de un tenue rosa apagado.
Era libre.
Aspiró profundamente, más como un acto de libertad que por necesidad, ya que ella no requería del aire.
Pero su tranquilidad fue interrumpida por una mirada curiosa, un intruso grosero que no sabía que no debía molestarla.
— Mi señora. —se presentó el extraño delante de ella, haciendo una reverencia.
Evelyn se giró y saltó, rápidamente, derribando al dueño de aquella voz. Sus largas uñas se extendieron, apuntando a la garganta, quedando solo a escasos milímetros de tocar su piel.
Pero cuando Evelyn lo reconoció, en lugar de apartarse y disculparse, gritó, tomándolo del cuello con más fuerza, levantándolo del suelo. Era algo que no parecía creíble, que una mujer tan pequeña tuviera semejante fuerza para levantar el cuerpo de un hombre que la superaba en estatura y masa corporal.
Sus ojos lo observaban cuidadosamente, examinándolo. Parecía que la chica fuera a perder la cabeza en cualquier momento. Sus ojos rojos carmesí iban desde su mentón hasta las puntas de su cabello y su entrecejo se fruncía cada vez más con cada segundo, desaprobando lo que veía.
Sin embargo, en lugar de arrancarle la cabeza, los ojos de Evelyn se humedecieron y, apretando su agarre, clavando con más fuerzas sus uñas a través de su ropa, gritó de rabia, como un animal herido.
El sonido de la voz de Evelyn fue más que suficiente para indicarle a Mark que se habían equivocado al intentar esta táctica. Incluso él lo había pensado, pero Ben siempre tenía sus propios planes y a él solo le quedaba acatarlos, aunque eso implicara que le hicieran pedazos por su imprudencia.
Podía sentirlo, en todo su cuerpo, como la adrenalina se había disparado. Sentía que no podía mentirle a esta mujer. Ya que, si lo hacía, lo mataría.
— Mi señora, yo solo… —se aventuró, pero ella clavó aún más sus uñas, sofocando su voz por los alaridos de dolor.
La mirada en el rostro de Evelyn se había tornado fría.
— No sé lo que pretendes lograr con todo esto, impostor, pero sí deseas seguir con esto, te mataré. —Mark tragó en seco al sentir la honestidad en esas palabras. Incluso aunque se podría decir que ellos compartían la misma sangre la sensación que le causaba era perturbadora. Quería gritar y vomitar al mismo tiempo. —Hay muy pocas cosas que puedo tolerar, y mancillar el recuerdo de mi querido amigo y más leal sirviente no es una de ellas. —ella lo acercó un poco más hacia su rostro, teniendo las ganas de llorar y suplicar perdón, algo muy raro en él. ¿Así que esto era el poder de la Realeza? —Así que te preguntaré; ¿qué es lo que pretendes al usar su rostro?
La mirada de Evelyn era tan intensa, era como si pudiera ver a través de su alma—algo que sonaba gracioso considerando su naturaleza—. Sus ojos rojos ahora brillaban y le producían toda clase de malestar que jamás había experimentado. Tragó en seco, sintiendo los temblores en sus manos.
Antes de que pudiera decir algo, Evelyn puntualizó, alargando su uña del dedo pulgar sobre la suave piel de su cuello.
— Si me mientes, te destruiré.
Evelyn no había dicho matar, sino destruir.
¿Acaso había algo peor que morir? Ciertamente, él no quería descubrirlo. Además, estaba esa extraña sensación de no querer mentirle a esta persona delante de él.
— ¡Soy un aliado, mi Señora! —gritó Mark, esperando que sus palabras sonaran lo suficientemente honestas como para que Evelyn no lo destruyera ahí mismo.
— Tú no eres leal a mí, así que deja de llamarme así. —advirtió Evelyn y Mark se sintió avergonzado. ¿Por qué? Ese era el misterio.
Ella lo miró, estudiándolo nuevamente, tratando de descubrir si lo que decía era verdad o era mentira.
— Ahora lo soy. Mi última orden fue que yo obedecería a usted; Evelyn Raleigh. —confesó después de tanto tiempo, recordando la promesa que había hecho hacía mucho tiempo. Él no podía fallar en cumplir con su promesa.
Evelyn esbozó una media sonrisa, riendo suavemente, lo que le provocó a Mark una enorme, y misteriosa, alegría.
— ¿Incluso si eso significa matar a tu antiguo amo, Mark? —el poder oír su nombre siendo pronunciado por ella le dio una gran satisfacción, casi se sentía halagado por semejante honor, que él creía no merecer. Incluso haciéndolo olvidar el hecho de cómo diablos había conseguido su nombre si él no se lo había dicho en ningún momento—si bien recordaba—.
— Si es lo que desea, lo haré. —admitió con toda la sinceridad que podía. No quería seguir repitiendo todo lo que Ben le había dicho. Él tenía una voz propia y la iba a usar, al menos delante de ella.
— ¿Me estás diciendo que no sentirías nada al matarlo?
— Lo haría, pero hice una promesa.
— Una promesa, ¿eh? Me gustaría saber a quién le hiciste esa promesa, Mark. —presionó Evelyn, liberando un poco su agarre alrededor de su cuello y colocándolo en el suelo para que la mirara fijamente, pero a Mark se le hizo una descortesía, y avergonzado, bajó la mirada.
— A la persona que me dio mi libertad, mi Señora. —admitió, agachando la cabeza.
No fue sino hasta que sintió el frio tacto de Evelyn sobre sus cabellos que se atrevió a levantar la mirada, aun inseguro de si era algo que debía hacer.
— ¿Y me darías tu propia libertad? ¿Por qué, Mark? ¿Por una promesa? Eso suena difícil de creer. —dijo Evelyn, y por primera vez le mostró un poco de compasión, quitándose aquella mascara de frialdad. —¿Qué ganarías tú con todo esto? A mi parecer, no es algo muy justo. Puedes hacer lo que quieras, ir a donde quieras, ser lo que quieras, ¡y aquí estás! Pidiéndome ser mi sirviente. ¿Por qué?
Como si hubiera tocado el interior del corazón de Mark, apretó los labios, esbozando una media sonrisa, hundiéndose de hombros.
— Porque le prometí, a la persona que me salvó, que haría lo que yo quisiera sin arrepentirme. Y es hora de regresar ese favor.
— ¿Y pretendes utilizarme para conseguirlo? —la ceja de Evelyn se arqueó, escéptica.
— ¡No! Preten… ¡Quiero! Quiero que usted me utilice para conseguirlo.
Las cejas de Evelyn se juntaron, en una señal de confusión.
— La persona que me salvó, la persona a la cual yo amo con todo mi ser, me lo dijo; “Si todo parece perdido, búscala y ella te ayudará. Sé que lo hará." —la honestidad y la seguridad con la que Mark decía aquellas palabras realmente hacían sentir a Evelyn que él lo creía con todo su ser.
Creer en un par de palabras, eso podría resultar en una trampa o en algo peor; una desilusión. Ella sabía mucho de ello, el poder que tenían las palabras de alguien cercano. El peligro que conllevaba creerlas y no dudar.
De repente, sin poder ocultarlo, el rostro de Mark comenzó a cambiar, agitándose como si fuera agua hirviendo o si tuviera gusanos debajo de la piel. La estatura cambió, quedando casi a la misma que Evelyn, el cabello se recortó, oscureciéndose por completo, quedando casi en un estilo militar e incluso el color de sus ojos se tornaron de un verde césped.
Evelyn abrió la boca para decir algo, pero no pudo decir nada, solo se cubrió la boca con ambas manos, perpleja por lo que estaba viendo. No sabía si se trataba de alguna clase de broma, pero no podía negar los hechos; era él.
Evelyn alargó su mano, descubriendo su boca, hasta alcanzar la mejilla de “Mark”, quien solo se limitó a cerrar los ojos ante el suave contacto y—en un acto de sumisión y respeto— se hincó, haciendo una pequeña reverencia. Una que dejaba muy en claro su convicción y su lealtad, a pesar de la renuencia de Evelyn de poder confiar en alguien tan fácilmente.
Finalmente, después de examinar el rostro que había adoptado Mark decidió que bien podría darle el beneficio de la duda. No tenía que confiar en él, pero sí que lo utilizaría. Y si él se rebelaba en su contra, lo asesinaría.
— Mi vida le pertenece. Puede hacer lo que usted quiera conmigo. Yo le obedeceré fielmente y sin dudarlo. —dijo Mark, casi como si pudiera saber lo que pasaba en la cabeza de Evelyn.
Sonrió y se inclinó, tomándolo de la barbilla. Sus ojos se encontraron por vez primera, al menos a la misma altura, sin que Mark tuviera que desviar la mirada, como no merecedor de aquel privilegio.
— Ese es un rostro muy interesante el que tienes ahí, Mark. Me parece que es momento de que hablemos un poco más. Mi deseo es volver a conquistar este mundo, pero necesito información. ¿Me dirás todo lo que necesito saber?
— ¡Por supuesto!
— Entonces, vamos. Hay un largo camino que recorrer hasta la siguiente instalación. —dijo, sonriendo, divertida, pero el color carmesí en sus ojos le indicaba que su emoción provenía de otros pensamientos. Y la siguiente frase se lo confirmó. —Y los niños tienen hambre. Mucha hambre.
Un leve gruñido se escuchó detrás de ellos y, al girarse, Mark se dio cuenta que los guardias que habían estado custodiando a Evelyn Raleigh ahora se encontraban de pie, detrás de ellos. Sus ojos estaban vacíos, pero podía sentir la sed de sangre.
La maldición de los traidores. El estado más primitivo y deplorable para cualquier vampiro, ya que no eras consciente de tus acciones, eras solo una marioneta, una mascota que obedecía ciegamente a su amo—Evelyn Raleigh, en este caso—. Era un castigo por haber traicionado a tu amo, en el cual te privaban de tu libertad y estabas condenado a la sed de la sangre.