Mientras el agua recorre su cuerpo, limpiándolo, relajando sus músculos, recarga su frente contra el mosaico de color hueso y se queda mirando el agua que va cayendo y se pierde en la coladera. Pequeñas líneas rojizas que se deslizan por su cuerpo y en un segundo dejan su piel, eliminando cualquier evidencia.
No puede evitarlo, al bajar más su mirada, se encuentra con su pene totalmente duro. Se muerde el labio, entrecerrando los ojos y baja su mano para atenderlo. Su mano fría y el agua caliente, mezclando el aroma de la sangre, es un completo afrodisiaco para su mástil.
Los recuerdos comienzan a pasar a través de su cabeza, como pequeñas imágenes. El cuarto oscuro, los murmullos, las miradas y las manos acariciándole. Su cuerpo se enciende inmediatamente y se deja llevar por la nebulosa del recuerdo.
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Un pequeño tintineo. Mientras el cuerpo del chico, a mitad de la habitación, completamente desnudo se balancea, con los brazos al aire, sus muñecas apresada por unas correas negras que lo mantienen cautivo. Manteniéndose en pie con las puntas de sus dedos, puesto que si no lo hace, las correas se apretaran más fuerte y el dolor será insoportable.
Su cuello esta entumecido por mantenerse con la mirada gacha. Sus hombros duelen aún más, los siente rígidos, y los músculos de sus brazos pareces como si los estiraran fuertemente.
Su boca, completamente seca, intenta decir palabra alguna con la intención de que alguien escuche sus palabras y venga en su rescate, pero sabe que es inútil. Esta tan mareado. Cansado. Todo su cuerpo se siente como si fuera hecha de plomo.
Escucha risas. Alrededor. Por todos lados, aunque no sabe bien de qué dirección provienen exactamente.
Traga en seco, sintiendo un escalofrió recorrer todo su cuerpo, su piel poniéndose de gallina ante el frio de la desnudez.
Ojos curiosos salen de entre las sombras, esbozando sonrisas, murmurando algunas cosas, o simplemente lamiéndose los labios con cierto morbo, saboreándose.
La piel del chico es tan pálida a la luz de la única iluminación de la habitación, tanto que deja al descubierto el rubor sobre sus mejillas y los pezones rosados en su pecho, erectos ante el frio. Un cuerpo esbelto, no hay ningún centímetro de gordura o alguna marca (cicatriz). Su pecho lampiño, pero su vientre con un poco de vello, un pequeño camino que va desde su ombligo hasta su sexo. Flácido, sin circuncidar, un bonito saco cubierto por vello púbico, donde el testículo derecho se inclina más sobre un costado que el otro.
El chico es una joya. Normalmente no encuentran de esa clase de bellezas. Tan puro, ¿Cómo no sentir la tentación de querer ensuciarlo? Corromper aquella piel inmaculada con sus manos, escuchar los sonidos que saldrán de su boca una vez comiencen, sus expresiones y las reacciones de su cuerpo cuando lo hayan desflorado. Si tan solo mirarlo ya ha creado reacciones varias, el solo imaginarse poner sus manos casi les hace llegar al orgasmo.
Los hombres alrededor de la habitación comienzan a mostrarse, saliendo de las sombras, todos desnudos. Sin ninguna prenda que les ate, se sienten liberados, regresando al principio de su naturaleza. Hay de todas las edades, razas y tamaños. Algunos se llevan algunos años, pero abunda más los adultos de edad avanzada, con sus cabezas casi desnudas por la falta de cabello y sus kilos de más, aun así, eso no evita que se empalmen y sus miembros apunten hacia arriba por tal pequeño que se exhibe frente a sus ojos.
Los que les siguen rondan entre los 35-40, hombres casados, o solteros, que se muerden los labios, saboreándose impacientes, después de pasar toda la semana en la oficina, con los niños y la esposa en casa y después de pagar las deudas, es normal querer tomarse un poco de tiempo para ellos mismos. Y atender aquella parte tan importante entre sus piernas, puesto que la esposa siempre le niega el sexo ahora que tiene el anillo en el dedo. Hombres despechados y con necesidades.
Hay otros más jóvenes, seguramente nuevos iniciados que están aquí para aprender de los mayores, y que pronto tomaran la batuta en su lugar. Jóvenes emocionados, incapaces de ver que están entrando a un nuevo mundo en el que pronto ellos tendrán la oportunidad de ser quienes sometan. Ellos son los más divertidos, puesto que no saben qué hacer, siempre necesitan la ayuda de algún mayor que les indique cómo, sin embargo aprender tiene sus desventajas, el profesor se cobra su salario con el cuerpo del estudiante y así es como todo termina en el joven siendo tomado por los mayores, dándole una cálida bienvenida en los brazos de todos hasta que todos lo hayan probado.
Aquí, ahora mismo, no hay diferencias. Todos son iguales, todos desean lo mismo y planean compartirlo. No importa quién sea primero o quién siga, sino disfrutar. Las caricias sobre sus miembros, pasando sus manos sobre sus pechos, buscando estimularse aún más no tardan en comenzar a hacerse presentes. Leves gruñidos y el sonido de sus manos trabajando la carne de sus ejes.
El ánimo del lugar va en ascenso mientras ven como uno de los hombres se acerca al chico, tomándole de la barbilla y obligándole a levantar el rostro. El hombre es rubio, con unos hermosos ojos verdes con pequeños rastros de café, algunas arrugas en su rostro, pero de cuerpo bonito, el chico apenas le queda por el hombro.
Ven como tiembla, apretando los labios. Esperan que comience a llorar. El hombre sonríe y se acerca, juntando sus bocas. El chico se resiste, pero lentamente va cediendo. Abriendo su boca ante la del otro hombre, acariciando sus lenguas. Sus ojos se entusiasman al ver el efecto de aquel beso en el chico, evidenciado entre sus piernas. No está 100% erecto, solo un poco, pero no pueden resistirse a comenzar a tocarse.
Las manos toman los ejes, envolviendo sus dedos sobre sus miembros, haciendo un movimiento lento, solo para estimularse. Algunos hombres mayores no resisten la tentación y toman a los jóvenes y los besan, reclamándolos en ese momento, dando por iniciadas las clases extras.
Prestando manos a otros como buenos samaritanos. Las bocas curiosas que no quieren quedarse atrás y dejarle todo el trabajo a la mano, quieren probar el sabor de otras. El roce de los cuerpos, hombro con hombro, o incluso el pecho contra el pecho de los jóvenes, mientras los dedos de las manos estimulan sus pezones, descubriendo nuevas sensaciones.
Eso sí, sin apartar la mirada del show principal. Las manos que viajan por le cuerpo, y la lengua que se burla de sus labios y los obliga a abrirse, sometiéndose ante los mayores.
El rubio baja la mano, comenzó a acariciare suavemente con las yemas de sus dedos la punta de su glande, el chico se estremece, tensándose, provocando el tintineo de las caderas y que se cuelgue a si mismo por el temblor que recorre su cuerpo. Intenta retroceder, pero el rubio no se lo permite, envuelve su brazo alrededor de su cintura y lo atrae, metiendo su pierna entre las suyas, comenzando un proceso en el que frota su muslo contra el saco y el eje del chico.
Los leves gruñidos y la forma en que su cuerpo se retuerce. Los mayores no se quedan atrás y comienzan a jugar con los menores, instruyéndoles, comenzando a enseñarles a sus jóvenes cuerpos los placeres que se pueden obtener entre los brazos de otro hombre.
Besos, caricias y suspiros se mezclan en la habitación, mientras el pequeño es rodeado por los cuerpos sin rostro y le miran fijamente, deleitándose con sus reacciones inocentes.
El hombre le toma de los cabellos de la parte trasera y lo obliga a levantar el rostro hacia arriba, el chico gime ante la brusca acción, torciendo le gesto, pero el hombre no se detiene ahí. Junta sus bocas, presionando sus labios suavemente, en un principio, para después usar su lengua y separar los labios, abriéndose paso como cual ladrón se logra introducir en su cavidad bucal y sus lenguas se tocan, en un torpe intento en el cual el chico no sabe cómo usar su lengua.
El mayor le indica, forzándole a que solo se limite a seguirle. El chico no hace nada, solo se deja hacer, tratando de imitar los movimientos que hace con su lengua. Le coge el ritmo rápidamente, aunque sigue sin ser perfecto. La humedad de la lengua y la respiración caliente, además de las caricias que no pueden evitar que él se caliente. Su cuerpo se estremece, sintiendo la erección entre sus piernas crecer y saltar con cada escalofrió que recorre su espina.
El hombre se separa, dejando un pequeño hilo de saliva, que escurre por la comisura de sus labios, deslizándose por su barbilla. Traga, relamiéndose los labios, saboreando al mayor en su boca. Es extraño, pero no malo. No le desagrada.
La curva de su espalda, mientras su trasero se alza y su eje da pequeños brincos por los escalofríos, empujando suavemente sus caderas hacia adelante, frotándose contra el aire. El hombre alarga su mano y atrapa la cabeza de su miembro, provocando que el chico tiemble sobre la punta de sus pies, mordiéndose el labio.
- Es momento de educarte, chico. Te vamos a coger tan duro que te arrepentirás de haber entrado aquí – dice, dándole un suave beso en la mejilla, seguido de pasar su lengua por esta, borrando la pequeña lágrima del muchacho. – Guárdalas para el final, ¿sí? – aconseja, riendo suavemente.
La única luz comienza a parpadear, y antes de que alguien haga algo más, todo queda en oscuridad.
No sin antes ser pasada desapercibida aquella siniestra media sonrisa en el rostro del chico. Musitando unas palabras en silencio. Todos son devorados por la oscuridad.
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Se relame los labios, sintiendo el escalofrió recorrer su columna y en un segundo, al recordar la mirada suplicante de aquel chico, muy parecido a él, antes de atravesarle la mano sobre el pecho y arrancarle el corazón, le hace llegar al orgasmo y se viene. Manchando el azulejo con su semen, que se desliza y cae por la coladera, mezclándose con los pocos restos de sangre y agua.
Increíble que una matanza lo ponga duro, que le excite de semejante manera. Recordar la forma en que los cortaba, desgarrando sus gargantas y rompiendo sus cráneos, mientras la sangre escurre por todas partes, le cubre a él, las paredes y tiñe los cuerpos sin vida de sus víctimas. Es una imagen mental deliciosa.
- Mi señor, su ropa esta lista. – escucha la voz a través de la puerta.
Abre los ojos, sintiéndose un poco cansado. Suspira, molesto y se aparta de la pared. Cierra la llave y endereza el cuerpo, quedándose así unos minutos, dubitativo. Tratando de relacionar todo. Su cerebro tarda algunos segundos en reconectarse con la realidad.
Finalmente logra volver en sí cuando vuelve a escuchar un fuerte golpeteo sobre la puerta. Es insistente, pero le espabila.
Vuelve a suspirar y tras pasar sus manos sobre su cabello mojado, peinándolo hacia atrás, se dirige a la puerta, molesto.
- Te escuche la primera vez, ¿sí? – abre la puerta y sin una pizca de recato sale fuera de la habitación, recibiendo la toalla por parte de su sirviente, quien se limita a bajar la mirada y extenderle la prenda.
No la toma. Se gira y continúa, ahora hacia donde están las ventanas que se abren de par en par, dejando el aire entrar, lo que provoca que las cortinas se agiten suavemente por la brisa nocturna.
No lo ve, pero sabe que su sirviente le mira fijamente. Cada paso que da, puede sentir sus ojos detrás de su espalda, fijos en su cuerpo.
No le molesta, aunque tampoco le agrada demasiado.
Sale, recibiendo un helado saludo por parte del mundo exterior. La piel se le eriza tanto, que cuando pasa su mano sobre sus antebrazos parece como si estuviera tocando la piel de un reptil. Ante tal pensamiento siente repulsión y se desenvuelve y continúa.
Su cuerpo, en su total desnudez, brilla ante la tenue luz sobre su pálida piel. No tiene ninguna deformidad, ni cicatrices. Tampoco algo de sobrepeso y su forma es perfecta, demasiado. Casi parece como si fuera de mármol. Le da un aire fantasmagórico.
Ante los ojos de cualquier otra persona seria como la encarnación de alguna clase de ser celestial, pero ante los ojos de su sirviente sabe que está muy lejos de ser alguien celestial. Tal vez divino, pero no santo. Él, mejor que nadie, conoce su siniestra y oscura procedencia.
Después de todo, sus manos no están limpias, pero, ¿Quién si?
Pasa las manos sobre su cabello, agitándolo. Su cabello ha vuelto a la normalidad. Esta seco y suave, como siempre. Tan blanco como la nieve, parecería que tiene canas de no ser por su hermoso y joven rostro. Aunque en parte hacer una broma sobre su edad no estaría mal. Lo agita suavemente, levantando el mentón, mirando por encima de la baranda, aquellas pequeñas luces bajo su edificio.
Aspira profundamente, sintiendo algo en al aire. No puede describirlo, pero se le hace conocido. Como si le trajese un viejo recuerdo, pero no logra relacionarlo. Por alguna razón la noche no se siente normal. Hay algo diferente. El aire se siente pesado, tenso y hay una extraña ansiedad, casi sanguinaria.
- Pescara un resfriado. – la voz de su sirviente detrás le hace girarse por el hombro. Sonríe, arqueando la ceja.
- Oh, ¿ahora eres comediante?
- Lo intento. ¿Qué tal lo hago?
- Mal. Mejor continúa sirviéndome. – sigue sin moverse, ambos. Pero mantienen el mismo monologo.
- ¿Sucede algo? – un pequeño temblor en la voz de su sirviente, muestra de su preocupación. Sonríe, nuevamente y se gira hacia el paisaje nocturno de la ciudad.
- La noche. Esta diferente.
- ¿A qué se refiere?
- Digamos que tal parece que el juego está por comenzar.
- ¿Un cazador?
- No cualquiera. Este es especial.
- ¿Un viejo enemigo? ¿Tal vez un amante despechado? – pregunta, inquieto e insistente, pero sabe cómo manejar esas situaciones.
- ¿Eso te pondría celoso, Antonie? – en tono de burla, tonteando con el chico.
- … No.
- Nada convincente. – se mueve, finalmente, y se encamina hacia su sirviente, tomando su rostro entre sus manos. Lo acerca para juntar sus bocas, pero antes de tocarse se detiene y deja salir un suave suspiro sobre sus labios. – Nada de amor. Él es más bien un cliente insatisfecho.
- ¿S-Solo eso? – nuevamente otro temblor, mientras sus labios se aprietan, tratando de acallar sus palabras. Sonríe y se acerca, haciéndole retroceder.
- Bueno, mi pasado siempre tiende a cobrármelas tarde. Solo se tomó un poco de tiempo.
- ¿Debería preocuparme por usted, mi señor?
- No. Por el momento. Lo dejare que haga su movimiento, después será mi turno. Es un juego, nuestro juego.
- ¿No hay nada que yo pueda hacer? – hay suplica y sabe que no puede negarse. Le dará esa satisfacción.
- Permanece a mi lado, ¿sí? Quiero que seas testigo de todo. – sus miradas se encuentran y el otro no sabe que decir, más que lo usual.
- Como usted ordene, mi señor.
- Buen chico – se acerca y le da un beso, el cual pasa de ser un simple roce de labios, a una voracidad feroz. Tomándole del mentón, obligándole a seguir su ritmo, llevándolo contra la pared, mientras sus labios lo poseen y sus respiraciones se mezclan.
El contacto frio y caliente de ambos cuerpos mientras se presionan. Antonie envuelve sus brazos alrededor de su cuello, siendo levantado del suelo rápidamente, sus piernas son tomadas por los fuertes brazos y este las envuelve alrededor de su cintura, sintiendo la urgencia de Antonie entre sus piernas, comienza a llevarlo directo a su cama.
El Cazador está en la ciudad. En su ciudad. Y aunque le haya dicho a Antonie que no debe preocuparse, no puede negar que las cosas se pondrán algo rudas.
Y se ve un futuro derramamiento de sangre.
El juego ha comenzado. Y como lo prometido es deuda, solo uno quedara con vida después de su encuentro.
La pregunta pende en el aire, ¿Quién sobrevivirá?