- Capítulo 1.
24/7
Kevin finalmente terminó de contar, arreglando pequeños grupos de monedas junto a la caja registradora y se hizo a un lado cuando Eva se acercó, dejándole espacio para ingresar dentro del pequeño cuadro. Aun así no fue suficiente y ambos cuerpos se frotaron, sintiendo como sus pechos se presionaban, demasiado cerca, pero por lo que jamás se quejaría.
Eva finalmente ingresó en el cubículo y se inclinó, comenzando a contar las monedas. Kevin suspiró, tratando de mantener ese recuerdo de los pechos de Eva en su mente por mucho más tiempo. Percibió el tenue perfume de Eva y aspiró profundamente, memorizando la fragancia.
— Ok, parece estar completo. —dijo Eva, obviamente sin terminar de contar el resto de pilas de monedas, trayéndolo a la realidad del momento y avergonzándole su comportamiento inapropiado.
Tosió, tragando saliva para aclararse la garganta, y esbozó una media sonrisa, aunque lejos de darle un aspecto relajado, era todo lo contrario, hacía que sus granos y marcas de acné resaltaran.
— ¿Estás segura? Podría haber contado mal o algo por el estilo. —respondió Kevin, tratando de prolongar un poco más su plática con Eva y su pequeña intimidad dentro de la caja registradora. Eran muy pocas las veces que podían estar así de cerca—solos—.
Ella creía que él era lindo, pero nada más. No había atracción, solo un compañerismo de lo más natural entre dos empleados de tienda.
No quería darle esperanzas, pero a veces era imposible cuando uno mismo se formaba una idea en su cabeza y ella no podía negar que tenía sus ventajas el tener la amistad de Kevin.
— Segura. Confío en ti. Eres un buen chico, Kev. —ella sonrió y él le correspondió, feliz de escuchar su apodo—puesto por ella—, salir de sus bellos labios pintados de color rojo oscuro. —Por cierto, gracias por cubrirme el martes. —dándole un pequeño guiño, que le hizo temblar las piernas y saltar su corazón.
— N-No fue nada. —se rascó la nuca, sintiendo el rubor subir por sus mejillas cuando ella colocó su mano sobre su chaleco, arreglando su feo gafete. Cuando estuvo más o menos decente ella lo dejó y le dedicó una de sus típicas y dulces sonrisas, aquellas que lo tenían siempre embobado.
— Te lo compensaré. Lo prometo. —declaró, firmemente.
Quería seguir ahí, pero sabía que era imposible. Tenía clases a primera hora y si llegaba otra vez tarde su padre no le dejaría ir con sus amigos el fin de semana al río.
— Bueno, voy por mis cosas y me iré. —retrocedió un poco, sin parecer grosero, pero digno de todo cobarde.
— Oh, claro. Descansa.
Eva asintió y se acercó a la caja registradora para continuar con su conteo de monedas y revisar si se había hecho toda la papelería durante el día.
Kevin la miró mientras salía del área del mostrador, contemplándola un momento más en silencio, y se dirigía a la parte trasera, aquella donde solo empleados podían entrar.
Se detuvo frente a su gaveta, aun con los dedos sobre los botones que cerraban el chaleco y bajó la mirada, avergonzado y miserable.
Se sentía patético por no poder pedirle a Eva que saliera con él, pero sabía el por qué no podía hacerlo. Y no era necesariamente porque ella nunca voltearía a verlo por voluntad propia, a menos que fuera algo de vida o muerte, o debido a su falta de atractivo. No, era otra cosa. Muy a su pesar, Eva era mayor que él por dos años, lo cual no era una gran diferencia, de no ser porque en esos dos años de diferencia había una enormidad, o más bien una pequeña.
Madre soltera.
Esa era la etiqueta de Eva Lodge. En un pueblo pequeño como Blackwood es normal saber esa clase de cosas. No hay secretos. Y si los tienes, seguramente todos los demás ya los sepan. Ese es el problema con los pueblos pequeños, todos se conocen, todos hablan, y todos critican. No importa si son verdaderos o falsos, una vez que alguien lo sabe, todos lo saben.
Su tía y abuela no paraban de hablar de lo terrible que debía ser el ser madre soltera y peor aún no saber quién era el padre de la criatura.
Mujeres sin vida social que lo único que pueden hacer todos los días es hablar de los vecinos y sentarse en el pórtico a observar quién pasa, qué hace y con quién anda.
Su frente se arrugó, molesto.
Su padre no era mejor. Un ebrio de primera, machista y retrogrado que cada que tenía oportunidad no la desaprovechaba y se mofaba de la “pobre chica de ciudad que había sido lo suficientemente estúpida como para quedar preñada y abandonada a su suerte”—según sus propias palabras—.
Le enfermaba tener que tragarse la rabia, pero no podía hacer otra cosa. Contradecir a su padre era una estupidez. Terminaría en el suelo con el labio roto—sino es que peor—, y su padre seguiría hablando mal de Eva, o de cualquier mujer.
Se quitó el chaleco y lo metió dentro de su mochila, sin el mínimo cuidado. Tenía que lavarlo de todos modos y los libros de la escuela ¿Qué bien tendría cuidarlos si al final se volverían basura? No tenía cabeza para la escuela y tener los libros en buen estado no lo convertirían en el mejor de la clase.
Se arregló el cabello, mirándose en el pequeño espejo en su gaveta y la cerró, echándose la mochila al hombro.
— Kevin, saca la basura. —se giró hacia la voz grave que provenía desde el umbral, donde estaba Malcolm, su encargado. Éste estaba pegado al umbral con los brazos cruzados, sin verlo, pero muy atento a alguien en la caja registradora con una mirada indecente y hambrienta.
Traía el chaleco abierto, con una asquerosa mancha de cátsup en la parte izquierda y, por el leve aroma, era obvio que había olvidado lavarlo—desde hacía dos semanas—. Las ventajas de ser encargado de tienda y ser hijo del dueño de la única gasolinera que aún no había cerrado.
Agradecía que no estuviera presente durante su turno. Eso gracias a su excelente trabajo y a ganarse la confianza suficiente del jefe como para estar solo sin tener que depender de Malcolm Fisher. Que aunque estuviera presente o no, sería lo mismo.
— ¿Yo? Pero si mi… —trató de replicar, pero Malcolm le cortó de inmediato.
— Hazlo. —declaró, girándose hacia él. —Aun no has salido. —señaló hacia el viejo reloj que colgaba de la pared donde estaban los cigarros exhibidos. Aún faltaban dos minutos, pero él creía poder firmar su salida desde hacía ratos puesto que había llegado 15 minutos antes. Era lo justo, ¿no?
— Eso es…
Malcolm desvió la mirada, rodando los ojos y aspirando profundamente por sus grandes fosas nasales, tosiendo gravemente la flema en su interior y volviéndola a tragar.
— Tu evaluación este mes no fue satisfactoria, Kevin. ¿Quieres que le diga a tu padre sobre ello? —dijo, levantando ambas cejas.
Tragó en seco y solo pudo reprimir lo que realmente quería decir. El recuerdo, además de las emociones, que evocaba el que pronunciaran a su padre no era algo agradable. Le hacía sentir escalofríos.
— Eso creí. Cuando termines con eso puedes irte.
Sin esperar a su respuesta, Malcolm ya había dejado la habitación, dejándolo solo.
Caminó hacia la puerta, siguiendo a Malcolm, pero se detuvo en el marco de ésta al ver lo que sucedía del otro lado y se ocultó detrás de la pared contigua.
Apretó los labios, sintiendo la bilis y el asco arremolinarse en el interior de su estómago. Trepando por su garganta, tratando de salir y convertirse en algo más que una sensación desagradable.
Volvió a mirar por el filo de la puerta y vio a Malcolm acercarse a Eva por detrás, enredando sus brazos alrededor de su cintura. Atrayéndola contra su cuerpo mientras le plantaba un beso en la parte trasera de la nuca, haciendo movimientos contra la cadera de Eva, demasiado explícitos y que no dejaban demasiado a la imaginación tras su significado. Eva se removía entre sus brazos, jugueteando con la barbilla de Malcolm, pasando su dedo índice sobre su incipiente barba.
Si, la vida no era justa. Él quería creer que Eva era diferente, no como las demás chicas, pero no era así.
Oh, triste y cruel realidad.
**************
Malcolm no podía alejar sus manos del cuerpo de Eva, aunque tampoco estaba haciendo mucho esfuerzo para evitarlo. La deseaba, pero no en un sentido romántico, era algo mas por lo que representaba Eva para todos los que conocía; lo prohibido.
No podía negar el atractivo de Eva, pero bien sabía que era más la sensación de que todos supieran que él, Malcolm, de todos en el pueblo había podido llevarla a su cama. Podía hacerlo, forzarla a ceder a él, pero no quería eso. No, él quería que Eva fuera hacia él, que ella misma decidiera entregarse.
Eso de cortejar no era su fuerte. Mucho menos hacérselas de romántico llevándola a cenar o a dar un largo paseo. No, lo de él consistía más en, o ir a un motel a las afueras del pueblo o coger con ella en la parte trasera de su coche, y nada más. Tal vez una cerveza o un cigarro compartido, pero nada más. No besos o acurrucarse juntos o prometerse amor eterno—tal vez solo si así lograba hacer que cayera—.
Pero con Eva tenía que hacer un esfuerzo inmenso por no chantajearla con quitarle el trabajo sino se acostaba con él. Se sentía tentado—en múltiples ocasiones—, pero se había controlado de hacerlo.
Tenía a Eva en la palma de su mano, una palabra suya y Eva estaría chupándosela en la bodega trasera de la tienda, o incluso ahí, debajo de la caja registradora. Pero al mismo tiempo temía perder semejante oportunidad. No iba a jugar su mejor carta en el primer movimiento, ¿verdad? Tenía que esperar.
— ¿Entonces…? ¿Pensaste en lo que te dije la última vez? —dijo, deslizando su mano alrededor de la cintura de Eva, atrayéndola hacia él, demandando la atención que le estaba entregando a el fondo de la caja.
Estaban tan cerca que podía respirar el aroma de su champú. ¿O sería alguna clase de perfume de mujer? No lo sabía, él solo usaba desodorante y talco. Pero ella olía muy, MUY bien.
Eva se sonrojó, desviando la mirada, un tanto incomoda, pero no se apartó.
— Sí, lo pensé.
— ¿Y?
— No lo sé, Malcolm. Me parece una idea genial el ir un fin de semana a la playa y quedarnos unos días en la casa de tu primo, pero…
— ¿Pero…?
— Lizzie.
— ¿Qué hay con ella? ¿No te deja? —bromeó, pero Eva no rió por su broma, solo torció la boca.
— No es eso. Solo que no puedo dejarla sola.
— ¿Por qué no? Los niños se quedan solos todo el tiempo. La sobreproteges. —se arrepintió al ver como las cejas de Eva se fruncían.
— Sabes a lo que me refiero. —dijo, separándose un poco de él. —Recién nos mudamos. Todo es tan nuevo para ella y quiero que se sienta cómoda en casa y ayudarla a adaptarse rápidamente. —Eva suspiró, rascándose el brazo. —Solo nos tenemos a nosotras dos.
— Lo sé. Pero solo será un fin de semana. Además, necesitas salir de vez en cuando, vivir un poco. Recuerda, antes de madre, eres una joven muy hermosa que merece divertirse también. —levantó las cejas, haciéndole señas. Eva sonrió.
— Eres un…
— Oh, vamos.
Eva le miró por unos segundos, arqueando una ceja, como meditándolo. Dejó salir un suspiro.
— Ok. Conseguiré una niñera.
— ¡ESO ES! —gritó, aplaudiendo y tomando su rostro entre sus manos, dándole un beso en la boca. Ella le correspondió, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello.
El sonido de la campañilla de la puerta les advirtió que había llegado un cliente, así que se separaron de inmediato.
Malcolm podía ser el hijo del dueño, pero igual eso no evitaría que los clientes—que conformaban a los habitantes de Blackwood—esparcieran rumores por todas partes del indecente comportamiento de la empleada y el encargado.
Eva apretó los labios y volvió a su tarea de contar el dinero en la caja registradora, aunque esa tarea había quedado hecha desde hacía 5 minutos. Bajó la mirada, sonrojada, pero Malcolm podía ver bien que sonreía.
Rió, rodando los ojos y se colocó sobre la barra, observando a Eva “contar”. Le echó un vistazo al cliente, que se movía por los pasillos, observando, cubierto por una chamarra gruesa y que se ocultaba bajo la capucha de ésta.
Arqueó una ceja. Estaba empapado, pero afuera no estaba lloviendo, lo que le provocó cierto desconcierto. No fue sino hasta que vio las pisadas de lodo que iba dejando que Malcolm se molestó.
— ¡Oiga, señor! —le llamó, pero el hombre no se giró hacia él, en su lugar se mantenía frente a uno de los refrigeradores, donde se encontraban los productos lácteos como si estuviera hipnotizado. —¿Podría, por favor, limpiarse los zapatos? Esta ensuciando todo mi local.
Al ver la falta de interés del hombre, Malcolm salió fuera de la pequeña sección de la caja y caminó hacia el hombre, tomando su bate, en caso de que fuera necesario, ya que le había tocado, en algunas ocasiones, que uno que otro vago se metiera a la tienda e intentara robar algo para comer.
Chasqueó la lengua, molesto. El lugar no era un maldito refugio para indigentes y él no tenía por qué hacerse cargo de patanes holgazanes.
Malcolm se detuvo a un metro del hombre, quien seguía viendo su reflejo en el vidrio del refrigerador. No se había movido ni un centímetro y se había mantenido en la misma posición. Por la forma en que las ropas se le pegaban al cuerpo podía decir que el hombre estaba en un muy mal estado de salud. Parecía un espantapájaros.
— ¡Hey, tú! —volvió a llamarlo, golpeando suavemente su hombro con el dedo, aferrando el bate en caso de que tuviera que utilizarlo si resultaba ser alguien violento—alguien bajo los efectos de drogas o alcoholizado—.
El hombre, finalmente, pareció percatarse de que le llamaban. Sus hombros se movieron, rígidos, casi podía jurar haber escuchado un fuerte crujido cuando hizo el movimiento
Las luces parpadearon y Malcolm levantó la mirada hacia las lámparas que una a una parpadeaban de forma extraña, encendiendo y apagando como solía suceder a causa del viejo generador cuando había una tormenta.
Se giró hacia Eva, pero ella le indicó que tampoco sabía lo que sucedía realmente. Por un segundo pensó que se trataba del inútil de Kevin, pero descartó ese pensamiento al darse cuenta de lo estúpido que sería aquello.
Un gruñido, similar al de un perro enojado, llamó su atención y se giró hacia el hombre. Eva también, desde el otro lado de la caja registradora, observaba atentamente lo que sucedía del otro lado con Malcolm y el extraño.
Sin embargo, ninguno de los dos se percataba de las sombras del exterior que comenzaban a tomar forma, deslizándose en el pequeño estacionamiento, saliendo de entre la oscuridad del bosque, y que se multiplicaban con cada parpadear de las lámparas. Vestidos con ropas oscuras, juntándose frente a los cristales de la tienda, eclipsando el exterior.
**********
Empujó la puerta con el pie, sin importarle el ruido o que se jodiera por su “mal manejo de las instalaciones”. Arrastró la bolsa, notando como la gravilla debajo de sus pies roía la bolsa y dejaba salir un poco de algo líquido que habían arrojado a la basura. No le importó. La tomó con ambas manos y después la lanzó dentro del contenedor, azotando la puerta.
Su mano se había ensuciado con un poco de porquería de la bolsa. Arrugó la nariz y después se la limpió con la chaqueta, no le importaba si se ensuciaba o si le llamaban la atención mañana por venir con la mancha.
No, en realidad ya no le importaba nada. Estaba cansado.
¿Por qué? ¿Por qué tenía que aguantar semejante trato? ¡Él no se lo merecía!
Pateó el suelo, empujando la gravilla, levantando un poco de polvo. Volvió a hacerlo, una y otra vez, hasta que toda su frustración pareció calmarse, momentáneamente.
Su vida apestaba. No podía esperar a cumplir la mayoría de edad y largarse de ese pueblo de mierda. La ciudad esperaba por él, y él estaba impaciente por conocerla.
¿A quién engañaba? ¿Irse? ¡Ja! Eso jamás pasaría. Era una especie de regla en ese pueblo, no importaba lo talentoso o inteligente que uno pudiera ser, su destino siempre sería el mismo; pudrirse en ese pueblo.
Él no quería formar parte de la gran cantidad de personas que habían renunciado a sus sueños y se habían quedado estancados, en un pueblo olvidado y ahora solo vivían vidas miserables, porque esto no podía considerarse “vivir”.
Sonrió al imaginar semejante cosa; escapar lejos. Si pudiera incluso se cambiaría el nombre, con tal que jamás lo encontraran—si es que lo llegaban a buscar— y borrar todo rastro de haber pertenecido a Blackwood y a la familia Sanders. No quería volver a tener lazos con su padre, un ebrio perdedor bueno para nada que solo podía gritar y destruir todo a su paso. Él no quería ser como él.
Negó suavemente al darse cuenta de lo loco y estúpido que sonaba aquello, aunque no podía negar que la idea era atractiva y muy difícil de resistir. Para alguien que no tenía nada que perder, eso era un sueño maravilloso. Lamentablemente, no tenia, ni los recursos, ni las agallas para llevarlo a cabo.
Chasqueó la lengua, enojado consigo mismo al darse cuenta de su cobardía y su falta de ambición. ¿Esto era todo lo que quería? ¿Tener miedo todo el tiempo y vivir bajo la sombra de alguien más, no solo su padre?
Deseaba ser más fuerte. Tener más valor. Pero sabía que solo deseándolo no lo conseguiría. Tendría que hacerlo él solo. De lo contrario solo sería un número más.
Una pequeña gota cayó sobre su frente y se estremeció al sentir el frío deslizándose.
Sacudió la cabeza y se pasó la mano sobre la cara, limpiándose la humedad.
Rápidamente a esa misma gota, más gotas se le unieron y, en cuestión de segundos, se convirtió en una fuerte llovizna. La noche, tranquila—y aburrida—, comenzaba a convertirse en una tormenta que presagiaba malos días.
La cortina de lluvia cubrió todo a su paso y Kevin corrió hacia la puerta trasera, cubriéndose bajo el pequeño techo.
— Genial, lo que faltaba. —dijo, gruñendo molesto, colocando sus brazos entrelazados sobre su pecho, buscando evitar perder su calor corporal.
La temperatura comenzaba a bajar rápidamente, un hecho de ello era que su aliento ahora era visible y podía sentir los escalofríos del frio recorrerle los brazos, provocando que su vello se erizara. Aspiró profundamente el aroma de la lluvia y la tierra húmeda.
Estaba seguro que ese pensamiento en su cabeza, que le decía que en ningún otro lugar encontraría semejante placer como el de deleitarse con el aroma de la lluvia sobre la tierra, fue desechado de inmediato. No importaba que tan bueno fuera, preferiría morir antes que permanecer en este desdichado pueblo.
El ruido de los botes de basura que estaban junto al contenedor le advirtió de la presencia de alguien más.
Lo vio removerse entre los botes, peleando contra las bolsas de basura que le restringían el movimiento. Aunque sus movimientos ya eran limitados por sí mismo, haciéndolo ver más como una tortuga sobre su caparazón que un humano normal.
Estuvo tentado a dejarlo pasar, darse la vuelta e ir adentro de la tienda. Pero su sentido de la moralidad le dijo que eso no era correcto.
Salió, fuera de su refugio de la lluvia, y socorrió al desconocido en apuros.
— A ver, déjeme ayudarle. —lo cogió de la chamarra, sucia y pegajosa, y lo jaló fuera de la basura, pero cuando creía que tenía la situación controlada su cuerpo amenazó con irse hacia adelante, con todo y el cuerpo del desconocido.
Afortunadamente, Kevin lo soltó, de lo contrario los habría llevado a ambos hacia el desastre, pero eso no lo salvó de caer de espaldas.
Kevin cayó sobre su trasero, gruñendo por el dolor de la grava clavándose en su trasero y en sus manos. Miró sus manos, sintiendo el ardor de la sangre brotando. No era mucha, unos pequeños rasguños, pero seguía doliendo.
Arrugó la nariz, torciendo el gesto, apretando la mano en un puño, maldiciendo.
Aun así no dejó de ir en auxilio del hombre, quien, nuevamente, estaba dentro de la basura y, ahora, peleaba por no ser ahogado por la basura y la lluvia que lo empapaba.
Pero justo cuando se ponía de pie, arrastrándose hacia él, algo lo golpeó fuertemente en la cabeza.
********
Un fuerte rugido lo despertó.
Kevin saltó, sorprendido por el estruendo. Intentó levantarse, pero volvió al suelo al sentir un dolor agudo al costado izquierdo.
Gruñó, llevando su mano hacia donde sentía el dolor y, casi deja salir un grito de terror al ver la sangre que manchaba sus dedos. Ahogó un quejido al sentir el ardor y se dobló, pegando la frente contra la grava—ahora mojada y fría—.
Dolía.
Volvió a llevar su mano hacia la herida, palpando el área, en un intento por ver el tamaño de la herida y si, aún, se seguía desangrando.
Para su sorpresa, todo lo que pudo sentir fue una pequeña protuberancia. Alguien le había golpeado, y, como cualquier persona, el área se había inflamado.
Palpó varias veces, asegurándose de que no dejara ningún pedazo de su piel sin revisar, pero no encontró nada inusual. Sí, tenía dolor en las costillas y en los brazos, además del constante retumbar en los oídos por el golpe en la cabeza, pero no había ninguna herida.
Algo lo tomó de la muñeca y Kevin volvió a saltar—esta vez sí gritó—.
Un anciano andrajoso se arrastraba hacia él, gruñendo quien sabe qué. Kevin, sorprendido y, presa del pánico, lo empujó, tratando de quitárselo de encima. Pero el hombre no cedía fácilmente, ya que se aferraba a su pierna con fuerza y desesperación.
Kevin le dio con la planta del zapato, directo a la cara, pero ni así el hombre lo soltaba. Volvió a repetirlo, hasta que, finalmente, lo liberó y Kevin aprovechó esa oportunidad para escapar, poniéndose de pie y corriendo hacia puerta de la tienda.
Entrando, tan rápido como lo hizo, se aseguró de cerrar la puerta, colocando el seguro.
Respiró con dificultad, pegándose a la superficie de la puerta. Su mano derecha aun sobre la zona donde tenía dolor, que se había intensificado por el gran esfuerzo físico que había hecho.
No se había dado cuenta sino hasta ahora que estaba empapado. Todo. Es decir, ¿En qué momento había comenzado a temblar? ¿Cuánto tiempo había estado bajo la lluvia? ¿Qué carajos había pasado?
Como si leyeran sus pensamientos, se escuchó un pequeño crujido, seguido de pisadas, pesadas y torpes. Sus ojos buscaron algo en el lugar, hasta que el parpadeó de un trueno iluminó una figura en el marco que conectaba el acceso de los clientes/tienda a la bodega.
Tardó unos segundos en reconocer a Malcolm al otro lado de la puerta, en especial porque cuando no abría la boca era difícil reconocerlo.
Iba a decir algo, pero algo le pareció extraño. Su postura chueca, como si el peso en su brazo derecho le ganara a su cuerpo y se inclinara ligeramente hacia la derecha, y su falta de respuesta, algo fuera de lo normal en el comportamiento de Malcolm.
El brazo derecho, que había estado colgando perezosamente cayó al suelo, desprendiéndose del tronco y, como si fuera alguna clase de orden, Malcolm “gruñó” a Kevin, un grito ahogado, casi chillón.
Kevin abrió la boca, pero no se movió, se aferró a la pared, viendo como Malcolm corría hacia él, gruñendo como un animal salvaje.
Tomó una de las viejas escobas que usaban para barrer el estacionamiento trasero y la sacudió hacia todos lados, tratando de alejar a Malcolm de él. Le dio unos fuertes golpes con el palo, pero no desistió.
Una botella se estrelló contra la cabeza de Malcolm, provocando que pequeños vidrios salieran volando y que Kevin levantara la mirada hacia Eva, quien, en un movimiento, empujó la pila de cajas sobre Malcolm.
Malcolm gruñó por el dolor de ser aplastado.
— ¡Kevin! ¡AHORA, VEN! —gritó Eva desde el otro lado y, Kevin, sin saber cómo o porqué, obedeció, incrédulo de lo que estaba pasando ahí frente a él.
Corrió hacia Eva y, apoyándose en ella, atravesó el desastre bajo el cual Malcolm estaba preso, peleando por liberarse.
Eva lo tomó de la mano y comenzó a jalarlo, al darse cuenta de lo lento que estaba Kevin—quien ni se percataba de ello—.
Pararon, solo unos segundos en los que Eva lo soltó y un tintineo se escuchó, Kevin con los ojos aun fijos en la figura de Malcolm que se agitaba violentamente, empujando cosas por aquí y por allá, quitándoselas de encima.
Una botella se estrelló contra el techo, dejando impregnado de cerveza y espuma el techo. Eva maldijo, nuevamente.
Otro gruñido—pero esta vez no era de Malcolm—resonó, seguido por aullidos y jadeos que le provocaron escalofríos. Era casi como si pudiera sentir la respiración, agitada y caliente, de la bestia contra su cuello. Kevin tragó en seco, retrocediendo al ver las sombras acercándose, eran muchas.
Dos figuras delgadas aparecieron, ayudando a Malcolm a salir y, como si les llamara, se giraron hacia ellos. Ojos rojos brillaron en la oscuridad, titilando como lucecitas intermitentes, viéndolos fijamente.
No estaba seguro, pero, solo por un segundo, habría jurado haber visto unos dientes blancos relucir entre las sombras.
Retrocedió y ellos lo notaron, inclinándose suavemente en respuesta. Inhalaron profundamente, dejando salir un jadeo obsceno.
El seguro de la puerta cedió y Eva abrió la puerta, jalando a Kevin dentro, alejándolos de los desconocidos. Lo último que Kevin había podido ver eran esos ojos rojos acercándose lentamente, antes de oír la puerta cerrándose fuertemente y el golpe seco de algo contra ésta.
— ¡¿Dónde carajos te habías metido, Kevin?! —Kevin se giró hacia la voz de Eva, dándose cuenta, después de un largo rato, de su presencia.
Sus ojos fueron hacia alrededor, pero solo podía ver luz blanca y sentía muchos escalofríos, el frio colándose por debajo de sus ropas húmedas.
Estaban en el refrigerador.
Cajas apiladas de productos perecederos y que necesitaban estar a una temperatura fría. Vio las paredes cubierta por una fina capa de hielo y un cuadrado que era el ventilador que mantenía frías todas las cosas dentro. No había ventanas o alguna otra puerta, era un cuarto sellado herméticamente que no dejaba salir la temperatura.
Miró a Eva, quien estaba hecha un desastre y que evitaba pegarse demasiado a las paredes del refrigerador. Sus ojos estaban rojos e hinchados, pero solo por la humedad de haber estado llorando, estaba seguro.
— Y-Yo… —parpadeó varias veces. No sabía cómo responder a eso. No estaba preparado, al menos no después de todo lo que había pasado.
Eva le miraba fijamente, nerviosa. Dejó salir un largo suspiro—un grave error—y pasó sus manos sobre sus largos cabellos, peinándolos hacia atrás. Apretó los labios, conteniéndose y después se giró hacia otro lado, evitando la mirada de Kevin.
— No importa ya.
— Eva, ¿Q-Qué está pasando? —preguntó después de que encontró su propia voz. Sonaba extraña y podía jurar que no era debido al aire helado. Tragó en seco y se giró hacia la puerta, donde aún se escuchaban golpes y gritos, señalándola. —¿E-Ese de allá afuera era…?
Eva sorbió sus mocos, limpiándose con el dorso de la mano el pequeño rastro y asintió, sin que tuviera que terminar su pregunta.
— Lo era. Pero ya no más. —la seriedad de su rostro le provocó escalofríos. Era la primera vez que la veía de esa forma, tan centrada y al mismo tiempo tan adulta, recordándose la verdadera edad de Eva.
— ¿A qué te refieres? ¡Su brazo…!
— Esa cosa ya no es Malcolm, Kevin. Es… —se mordió el labio inferior, controlándose de quebrarse. Aspiró profundamente, llenando sus pulmones con el aire helado del congelador y gimió. —¡Dios! Ni siquiera sé qué cosa es. —dijo, pasándose la mano por la frente y sonrió. —Pero no es Malcolm. De eso estoy segura.
— Entonces, ¿qué es?
— ¡No lo sé! Diablos, Kevin, no tuve tiempo de preguntarle. —gruñó, frustrada. —Así que, ¿Por qué no sales y le preguntas si tanto quieres? —Eva finalmente estalló, molesta por la actitud de Kevin. No tenía por qué darle más explicaciones, solo tenía que saber que esa cosa era peligrosa y que salir del refrigerador era peligroso.
Suspiró, molesta, arrepintiéndose porque el frío se le había metido hasta los pulmones
— Lo siento, Kevin. No era mi intención…
Pero antes de poder disculparse el sonido del ventilador aumentó, crujiendo fuertemente y escupiendo un poco de restos congelados que aún quedaban en él.
Eva se apartó, pero aun así el líquido le cayó en el cabello y en los brazos, derritiéndose y provocándole escalofríos.
— Tenemos que salir de aquí, Eva. —dijo Kevin, castañeando los dientes. Él, a diferencia de Eva, estaba completamente empapado y las ropas comenzaban a endurecerse por el frio de la habitación y sentía su cuerpo más helado, ya casi no le quedaba nada de calor.
Se había salvado de lo que fuera aquella cosa, pero meterse en el congelador no había sido la idea más brillante. Estaban atrapados y ahora los querían dejar morir congelados.
La chica se giró hacia él, mirándolo como si hubiera perdido la cabeza. De ninguna manera se iba a arriesgar saliendo con esa cosa afuera. ¡Nunca!
Kevin se frotó las manos, pero la fricción no provocaba nada de calor y su aliento comenzaba a desvanecerse, entremezclándose con el aire gélido del congelador. No paraba de temblar cada vez que el ventilador escupía una nueva ola helada dentro, golpeando ambos cuerpos de los chicos. En otra clase de situación habría aprovechado para hacer un movimiento con Eva, pero tenía demasiado frio y no sabía qué hacer.
— No podemos hacer eso, Kevin. Esa cosa… —Eva señaló hacia donde estaba la enorme puerta que los separaba y los mantenía protegidos, y que al mismo tiempo los tenía encerrados. Apretó la mano, sintiendo sus dedos fríos. Sus labios ardían y tenían un fuerte picor en los ojos debido a que su maquillaje, húmedo, se le había corrido y se había metido en sus ojos. —Si sales, estás solo. No puedo arriesgarme. —declaró, haciéndose a un lado, indicándole que no lo detendría si esa era su decisión.
— Entonces, moriremos aquí, Eva.
Las palabras de Kevin hicieron mella en Eva, quien apretó los labios, sintiendo el ardor de su piel abriéndose por la resequedad y miró hacia la puerta, nuevamente. Eso era lo que ellos querían. Que salieran y así poder atraparlos.
Negó, fuertemente, agitando sus cabellos.
¿Qué debería hacer? ¿Salir y huir, arriesgándose a que la atraparan y le hiciera quién sabe qué cosas? ¿O quedarse dentro del refrigerador—seguros—, esperar y rezar a Dios por ayuda?
Otro crujido, provocando que el ventilador saltara, golpeando el techo del pequeño cuarto. Ya no era una brisa lo que estaban recibiendo, era un ventarrón.
Eva sabía que era imposible sobrevivir así. Ellos los estaban forzando a salir de su refugio, convirtiéndolo en su propia tumba si se quedaban ahí más tiempo.
Aun así ella no se podía dar el lujo de ser temeraria. No podía. Tenía responsabilidades. No podía simplemente arriesgar su vida. No cuando había alguien esperando por ella en casa.
— Lo siento, Kevin. Yo… —las lágrimas amenazaban con salir, pero se las limpió. Enjuagándose los ojos. Sus ojos ya ardían lo suficiente como para maltratarlos aún más.
Unos brazos se envolvieron alrededor de su cuerpo, atrayéndola contra un pecho firme y suave, aunque helado y húmedo.
Levantó la mirada hacia Kevin, quien la miraba fijamente.
Él siempre había sido tan dulce con ella. Nunca había hecho caso de los chismes que circulaban por el pueblo, ni había hecho mención de ellos—como algunos otros habían hecho—. Él siempre había estado ahí, incluso ahora él estaba aquí.
Lamentaba nunca haberle dado una oportunidad al chico, pero ella sabía que darle esperanzas era algo malo. Era un buen chico, y se convertiría en un buen hombre. Ella no podía mancillar ese futuro. Él no se lo merecía.
Aun así, dentro del viejo refrigerador de la tienda, Eva no pudo evitar corresponder el abrazo del joven.
Tan inocente. Ojala no fueras tan dulce. Pensó para sí misma, estremeciéndose de frío por la casaca mojada que se le pegaba y las manos, que aunque intentaban consolarla, le helaban la espalda.
Kevin tenía razón; no podían quedarse ahí. No sabían si alguien vendría a ayudarlos o siquiera si esas cosas se irían.
Se separó de Kevin, empujándolo suavemente, no queriendo parecer grosera—aunque tampoco prolongando más ese abrazo incómodo y helado—.
— ¿Cuál es tu plan? ¿Qué deberíamos hacer?
— La moto de Malcolm—dijo Kevin, recordando aquella vieja y destartalada máquina que Malcolm conducía—después de haber destrozado dos autos su padre se había negado a comprarle un tercero y tenía que moverse en ella—. Normalmente la tenía oculta en la parte trasera de la tienda, cubierta con una lona negra junto a los envases, así nadie le prestaría atención o intentarían robarla—aunque tampoco lo haría si estuviera al descubierto—. Había pensado sugerir que usaran su bicicleta, pero, ¿Cómo podría ser una bicicleta más rápida que una persona? Eva solo lo miraría como si fuera un idiota y arrojaría su trasero fuera del congelador. —Guarda las llaves en su chaqueta de cuero, en el bolsillo de adentro.
— Ok. Bien. Eso… —los ojos de Eva adquirieron un mayor brillo, dándose cuenta que tal vez no todo estaba perdido. Pero ahora tendrían que volver a salir. Era una apuesta de todo o nada. —Podemos hacerlo. —Tenemos que poder, se repitió a si misma mentalmente, tratando de ocultar su temor. Tenía que ser fuerte y concentrarse.
— Escucha, Eva, no importa lo que me pase, tienes que correr. ¿Entendido? —el agarre de Kevin sobre sus brazos le provocó escalofríos, pero no era duro o agresivo, medía su fuerza con ella. Ella quería negarse, diciendo que lo esperaría, sin importa cualquier cosa, pero sabía que se estaría mintiendo a sí misma y a Kevin, solo para quedar bien.
— Entendido. —respondió y Kevin sonrió, confundiéndola un poco.
Para cuando Eva entendió el significado de esa sonrisa en el rostro de Kevin, ya era demasiado tarde. Él se lanzaba fuera del congelador, jalando la palanca y corriendo hacia la parte de la tienda, gritando y haciendo mucho ruido.
Eva cerró la puerta, tratando de ocultarse al escuchar el sonido de pasos corriendo, acercándose.
Esperó.
Esperó.
Esperó.
Oyendo en todo momento el sonido de vidrios, gritos, gruñidos, pasos y demás ruidos extraños procedentes al otro lado de la puerta.
Se cubrió la boca, sin poder evitar llorar. No podía creerlo. Kevin se había sacrificado por ella. Agradeció en silencio por su sacrificio, sintiéndose culpable.
— Oh, por Dios. Kevin, no. No, no, no. —decía mientras se hundía, deslizándose contra la pared. Apretó la mano, mordiéndose el labio, aguantándose las ganas de gritar y maldecir, ya que si lo hacía en voz alta la descubrirían.
Cuando, finalmente, hubo silencio y no escuchó ningún ruido, abrió la puerta, con mucho cuidado, tratando de no hacer ningún ruido cuando ésta crujiera al abrirse.
Miró hacia todos lados, cerciorándose de que no había nadie alrededor. Lo único que encontró fue restos de cajas aplastadas, manchas de sangre por todas partes y cristales rotos, además de la parpadeante luz que provenía de la parte principal de la tienda.
Salió, deslizándose con cuidado de no tocar algún cristal, a gatas. Sentía algo pegajoso en las palmas y en las rodillas, pero no le prestó atención, porque de hacerlo podría no gustarle la respuesta que encontraría si descubría de qué se trataba.
El calor afuera del congelador era bueno. Pero eso no evitaba que le escurriera la nariz, moqueando. No sorbía sus mocos, porque de hacerlo alertaría de que había salido del congelador y no quería ser atrapada.
Finalmente, llegó a donde estaban los casilleros. Se puso de pie, sin dejar de vigilar a los lados, hasta que abrió la oxidada puerta del que tenía el nombre “MALCOLM Jr.”.
Los mocos le provocaban ardor en los agrietados labios y aun no dejaba de temblar, a pesar del calor de la bodega, sintiendo sus dientes castañear, nerviosos.
Metió la mano dentro de la chaqueta, hurgando entre el bolsillo izquierdo. Se sobresaltó al sentir algo crujir entre sus dedos—un viejo condón— pero lo dejó ahí dentro. Probó suerte en el otro bolsillo, y las encontró, justo como había dicho Kevin.
Agradeció internamente y los apretó contra su pecho. Volvió a agacharse, quedando en cuclillas. Ahora solo tenía que salir de la tienda, coger la moto, encenderla y huir.
Parecía fácil.
Pero la salida de emergencia estaba obstruida por varias cajas que habían colapsado y bloqueaban el camino. Incluso aunque las quitara, moverlas provocaría mucho ruido y atraería a esas cosas. No podía desperdiciar el sacrificio del buen Kevin.
Reprimió las ansias de llorar, tragando fuerte. No tenía tiempo para eso. Cuando huyera y consiguiera ayuda, se aseguraría de agradecer correctamente a Kevin, si es que los dos salían vivos de esta—aunque sus esperanzas no eran altas—.
Gateó nuevamente, deslizándose por el suelo pegajoso. Un vidrio se le clavó en la palma, pero lo ignoró, mordiéndose el labio para no gritar por el dolor y continuó.
Estaba tan cerca.
Solo un poco más.
— E-Eva… —el sonido de su nombre siendo pronunciado la hizo girarse hacia un costado, encontrándose con un Kevin muy mal herido. Estaba tirado en el suelo, pegado a la pared como un viejo muñeco olvidado sobre un charco de sangre, la cual le escurría de todas partes. Había un enorme agujero en su pecho y tenía la mitad del rostro cubierto de sangre, goteando desde la punta de sus cabellos. Él levantó la mirada hacia ella, alargando su mano. —Ayuda… —tosió, ahogándose con su propia sangre, escupiendo una mancha de sangre oscura, gruñendo de dolor.
Eva iba a socorrerlo, pero se detuvo, retrocediendo. Si lo ayudaba, así como se encontraba, de seguro los atraparían a ambos. No podía hacer eso. Ella tenía que vivir.
Retrocedió, disculpándose en silencio con Kevin por ser tan cobarde, por no ser más fuerte y quedarse con él para ayudarlo.
Salió hacia la sección de la tienda, levantándose, aunque estuvo a poco de perder el equilibrio cuando piso sangre fresca en el piso. Se agarró de una de las góndolas y fue hacia la entrada, suspirando aliviada.
Pero su felicidad se esfumó rápidamente cuando vio las figuras encapuchadas al otro lado del cristal que separaba las bombas de combustible en el exterior de la tienda. Eran muchos y todos estaban mirando hacia ella. Debajo de las capuchas se podían apreciar esos destellos rojizos, titilantes como los ojos de un demonio.
Apretó las llaves fuertemente, sintiéndose atrapada.
¡El refrigerador! ¡Sí! Si podía regresar al refrigerador, estaba segura de que estaría a salvo. Solo tenía que…
Sus pensamientos fueron cortados de inmediato cuando algo la tomó de los cabellos hacia atrás, jalándola.
Eva luchó con todas sus fuerzas, arañando la mano que la sujetaba fuertemente, pero sus cabellos estaban enredados entre los dedos de éste y no parecía tener ninguna intención liberarla.
Pataleó, gritando y pidiendo ayuda, pero sabía que nadie vendría a ayudarla. Las lágrimas escurrían por su rostro, al igual que los mocos de su nariz, deformándolo, mientras el dolor de su cabeza se extendía por todo su cuerpo.
Con un movimiento brusco, como si fuera un costal o una bolsa de basura, la meció hacia adelante y después la empujó hacia atrás, arrojándola dentro de la bodega. Su cuerpo cayó contra una de las cajas, clavándose los vidrios de las botellas en su espalda.
Gimió, llorando con más fuerza. Pero cuando intentó levantarse la puerta de la bodega se cerró de golpe, dejándola en la completa oscuridad.
Se hizo un ovillo, sintiéndose tan herida, tan pequeña y tan vulnerable.
Eva se estremecía, sin saber qué hacer.
Un leve gruñido llamó su atención, indicándole que no estaba sola en la bodega.
Se levantó del suelo, sentándose sobre su trasero y mirando hacia todas partes, pero poco podía ver con nada de iluminación que no fuera la luz que se colaba por debajo de la puerta, proyectando pequeñas sombras que se movían de un lado a otro.
Tomó un pedazo de cristal de una de las botellas rotas—media botella rota—, apretándolo contra su mano para defenderse, lastimándose a sí misma. No importaba, no iba a morir ahí.
Otro gruñido, grave y prolongado. Un crujido y después el sonido de pasos acercándose lentamente, aunque parecía más que estaban arrastrando los pies contra el viejo mármol de imitación.
Levantó el fragmento frente a ella, protegiéndose.
Dos líneas oscuras eclipsaron la luz de la puerta y se dio cuenta que sí, no estaba sola.
Gruñó, bajo, casi como un sonido gutural. Eva apretaba con fuerza el vidrio, sintiéndolo cortar la piel de su palma, clavándose, mientras su sangre escurría por todo su antebrazo hasta el codo. No podía dejar de temblar de miedo. Su labio se deformaba en una pequeña curva, temblando nerviosa.
Eva abrió los ojos, viendo la figura delante de ella que se inclinaba, de su boca escurría un pequeño hilo de sangre, manchando el piso, dándose cuenta. Los ojos le picaban por las lágrimas. No podía ser verdad, ¿o sí?
— ¿Kevin? —pronunció su nombre y la bestia volvió a gruñir, dejando salir un sonido sibilante.
Se arrojó sobre Eva, quien se defendió, clavando el vidrio en el cuerpo de Kevin, pero éste fue hacia la garganta de Eva, desgarrándosela. Su mandíbula se cerró alrededor de la suave piel de Eva, provocando que ésta gritara y chillara de dolor, y, en un movimiento, le arrancó un gran pedazo de carne.
Un chorro de sangre salió de la herida, salpicando el techo, a Kevin, hacia todas partes, manchando todo con su sangre.
Volvió a morderla, con fuerza y voracidad, mientras el agarre de Eva iba perdiendo fuerza.
Del otro lado, en la tienda, los demás escuchaban los gritos ahogados y el sonido de su nuevo hermano mientras devoraba a su presa.