En el año 1943, el francés Patrick Chevalier, a sus trece años de edad, es transferido a Corea del Sur, específicamente a su capital, Seúl, con la finalidad de recibir educación en una de las instituciones más privilegiadas de dicha nación.
Desde un principio, su estadía en el país oriental no fue muy buena, su adolescencia se vio marcada por la burla y los maltratos que sus compañeros y vecinos le propinaban a diaro. El hecho de no ser igual a los demás, de no ser surcoreano, era suficiente para los residentes de su vecindario y para las personas que conformaban su colegio, para llevarlo incluso a la conclusión de que su vida ahí no tenía sentido alguno.
Cansado de las miradas sobre su persona, de las palabras hirientes, en sí, de la discriminación racial a la que se veía sometido, con el pasar de los años fue desarrollando un odio enorme hacia las personas que lo rodeaban. El ser humano es cruel, tanto así que puede llegar a crear un monstruo.
Seis años después, en el año 1949, Patrick se había convertido en un ser consumido por el odio, sumergido en la maldad, por lo que, presa de la ira y de la rabia, llevó a cabo decenas de crímenes atroces en los cuales sus víctimas eran únicamente los habitantes coreanos de la ciudad en la que vivía.
Chevalier era astuto, inteligente, toda una mente maestra. Sus planes y estrategias eran tan impecables que para el cuerpo policíaco, era una tarea difícil dar con su identidad, y por ende, con su paradero. Pero nadie en esta vida es perfecto, y gracias a un error en su último homicidio que se llevó a cabo el 17 de agosto de 1956, su identidad fue descubierta.
Perseguido por la policía, el francés decide suicidarse dentro de su propia casa, una mansión que le fue heredada de su madrastra antes de que esta muriera, una mujer de nacionalidad coreana quien se llevó a Patrick a vivir con ella luego del fallecimiento de su esposo, el padre del joven muchacho.
Desde ese entonces, la mansión Chevalier se ha considerado como un lugar histórico, una casa turística que ha ganado popularidad en el último siglo. Con el pasar de los años, se comenzó a usar como una zona de hospedaje, una especie de hotel, tan perfecto que, literalmente, a sus huéspedes les era imposible escapar, siempre terminaban regresando al mismo lugar.
Un hotel que una vez fue el hogar de un asesino serial, suena interesante ¿No? Pues los servicios ofrecidos a sus residentes no son específicamente placenteros, el fantasma de Patrick Chevalier ronda día y noche por la mansión y se encarga de darles múltiples dosis de tortura diaria a sus inquilinos, quienes por más que intenten escapar, no pueden hacerlo. Sus cuerpos son torturados, sufren cortes, heridas profundas, perforaciones, desgarres, derrames, amputaciones, entre otras cosas, pero luego de que todo pasa, vuelven a la normalidad... y al día siguiente, la historia se repite.