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El pastelito por AndromedaShunL

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Notas del fanfic:

Un one-shot que se me ocurrió mirando un fanart de Shun, ¡espero que les guste! Igual es un poco largo y se les hace pesado, pero tenía que escribir algo! D:

Notas del capitulo:

Los personajes pertenecen al gran Masami Kurumada

    Era una fresca mañana de otoño en la Mansión Kido. El sol brillaba, pero las nubes intentaban reducir la luminosidad de sus rayos amenazando con llovizna. Sin embargo, se creaba un hermoso espectáculo como si el cielo estuviese bañado de oro. Los árboles de hoja caduca comenzaban a perder sus ojas y el jardín se había teñido de marrón y rojo cobrizo.
    

    Shun estaba en su habitación recién levantado, con el cabello revuelto y los ojos semicerrados por el sueño. Se desperezó dando unos buenos estirones e hizo la cama. El reloj marcaba las ocho de la mañana del viernes. Se había levantado temprano porque tenía una jornada muy ajetreada durante todo el día.
    

    Se miró al espejo y se observó de arriba a abajo, evaluándose. Luego, esbozó una de sus mejores sonrisas y se sonrojó, pensando que era un tonto. Un tonto muy enamorado. Aquel era un día muy especial para él y no quería que nada ni nadie se lo estropeara.
    

    Salió de la habitación tarareando una canción y se dirigió hasta la cocina para desayunar. Se sirvió unos cereales y se los acabó como un rayo. Aparte de contento estaba bastante nervioso.
    

    Oyó los pasos de alguien que bostezaba mientras bajaba por las escaleras y vio a Hyoga asomarse por la puerta y entrar para desayunar también. Se sonrieron de lado a lado y Shun corrió hacia él y se abalanzó sobre sus brazos, dejando la taza y la cuchara en el fregadero.

—¡Hyoga! —Exclamó sin dejar de apresarlo.

—Buenos días, cielo —le saludó—. ¿Qué tal dormiste?

—Muy bien. He soñado contigo, como casi todas las noches —se separó un poco de él y lo cogió de las manos, tambaleándolas de lado a lado mientras le miraba con amor a los ojos.

—¿Qué te parece? Un año ya...

—Sí... —se sonrojó.

—Y los muchos que quedan, ¿verdad? —le sonrió.

—Espero que infinitos.
    

    Hyoga se inclinó y lo besó suavemente en los labios para luego mirarlo de nuevo a los ojos y ponerse rojo también.
    

    Ese día hacían un año juntos. Se habían enamorado mucho tiempo antes, pero las continuas peleas y batallas no les habían dejado ni una pizca de tregua para darse cuenta de ello. Pero ahora, por fin, después de todo por lo que habían pasado ellos y los demás, podían vivir una vida tranquila y alejada de las preocupaciones del pasado.

—Recuerda —le dijo Hyoga—: a las ocho en el restaurante Ristrel, ¿de acuerdo? —Shun asintió sin dejar de sonreír—. No llegues tarde, ¿eh? —le volvió a besar más apasionadamente.
    

    Después de aquello Shun subió a su habitación para coger una toalla y ducharse. Cuando acabó, volvió y rebuscó por su armario un bonito conjunto especial para ese día. Como no sabía muy bien qué ponerse, sacó una camiseta blanca, una camisa negra para poner encima y unos pantalones blancos semiajustados. De calzado se decidió por unos zapatos negros normales. No es que fuese perfecto pero no se le ocurría nada más.
    

    Se asomó al espejo y se peinó el enmarañado cabello mañanero mientras cantaba y daba pequeños pasos de baile sobre la alfombra.
    

    Terminó por fin de arreglarse y volvió a mirar el reloj: ya eran las nueve y se apresuró y se puso la chaqueta para salir a tiempo de la mansión.
    

    Por todas las calles se veía gente yendo y viniendo de cualquier parte con cara de estresados o de llegar tarde a algún sitio, aunque la mayoría iban cargados de bolsas y entraban y salían de las tiendas como locos.
    

    Shun tenía claro a dónde quería ir.
    

    Hacía ya alguna semana que le daba vueltas a la cabeza pensando en qué podría regalarle a Hyoga por el aniversario, pero nunca encontraba nada en las tiendas con lo que dijese que sería el regalo perfecto. Hasta hacía tres días.
    

    Caminaba por una de las calles de la ciudad una mañana en busca de algo para Hyoga, habiendo perdido ya las esperanzas cuando se paró en frente de una confitería y sus ojos quedaron prendados de todos los dulces que había en el escaparate: de chocolate, de fresas, de hojaldre, de crema, de nata, de limón...
    

    Se acercó más al cristal y se colocó el pelo tras las orejas para ver mejor aquel paraíso tan maravilloso, y sus ojos se posaron directamente en un pastelito que había en una de las repisas: era de chocolate con trozos de fresa por dentro y nata alrededor, con forma circular que cabía perfectamente en la mano. Tenía una pinta deliciosa y Shun no había podido evitar relamerse los labios.
    

    Definitivamente, ya tenía regalo de aniversario para su príncipe.
    

    Recordó todo esto mientras perdía la vista por las calles de la ciudad y sonreía tontamente sin darse cuenta. Aceleró un poco el paso para no tardar mucho en llegar. La confitería estaba bastante lejos y aún le quedaba mucho para llegar. Le hubiera venido muy bien coger un autobús, pero quería hacer el camino por su propia cuenta y tener tiempo para perder la mente entre sus pensamientos.
    

    Pasó un larguísimo rato hasta que llegó a su destino. Se asomó al escaparate con el corazón latiéndole con fuerza y su alma se resquebrajó cuando comprobó que el pastelito de chocolate ya no estaba allí. Entonces los músculos empezaron a temblarle sin remedio. ¿Qué iba a hacer ahora? Eso era lo único que tenía en mente para regalarle, y ya no estaba allí.
    

    Intentó tranquilizarse, pensando que igual lo habían retirado del escaparate pero dentro lo seguían teniendo.

—Sí, seguro que es eso —se dijo en voz baja—. Ay, Shun, eres un catastrófico —sonrió con nerviosismo y entró en la confitería.
    

    Había una cola grande de gente que pedía pasteles y tartas en envoltorio que parecía que iban a tardar una eternidad. Shun miró el reloj de nuevo y ya eran casi las diez y media. Aún tenía que esperar toda aquella cola, comprar el pastelito e ir a comer con Ikki al apartamento que había alquilado para sí solo. No le gustaba permanecer mucho tiempo en la mansión. Seguía siendo un lobo solitario después de todo, pero al menos podía verlo todos los días y no pasar las noches en vela preguntándose dónde y cómo estaría.

—Disculpa, hijo —le dijo una anciana que acababa de entrar en la tienda—, ¿podrías dejarme pasar delante? Es que me están esperando fuera.

—Sí, esto... claro —contestó y la dejó pasar para momentos después arrepentirse de aquel gesto.
    

    Después de unos quince minutos de pie desesperándose por cada segundo que pasaba le tocó, por fin, el turno a él.

—Buenos días —saludó con educación.

—Buenos sean. ¿En qué puedo ayudarte? —Le preguntó la mujer de detrás del mostrador.

—Pues... me preguntaba... bueno, es que hace unos días había en el escaparate un pastelito con fresas y nata... y quería saber si seguís teniéndolo —dijo poniéndose más y más nervioso con cada palabra que pronunciaba.

—¿Un pastelito de chocolate con fresas y nata? —Repitió—. Lo siento mucho, pero se nos han acabado esta misma mañana.
    

    Shun enmudeció allí mismo, aunque en el fondo se esperaba una respuesta como aquella. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué le iba a comprar a Hyoga? Le entraron ganas de llorar al ver todas sus ilusiones esparcidas por el suelo de la confietería. Al menos era una desilusión muy dulce.

—¿Y no tendréis alguno parecido? —Preguntó con desesperación.

—¡Eh! ¡Si no vas a pedir vete de una vez que hay gente esperando! —Exclamó un hombre por detrás de él.

—Lo siento, no nos quedan así ya.

—Vale... no importa —dijo con resignación.
    

    Se dio media vuelta para irse, conteniendo la rabia y la tristeza al mismo tiempo. Si tan solo hubiera madrugado un poco más...
    

    Cerró la puerta tras de sí y miró al cielo cubierto parcialmente de nubes. El sol ya no las hacía relucir y en vez de ser una bonita visión se asemejaba a un triste día gris.
    

    Pensó que lo mejor sería ir con su hermano e intentar hacerle un pastelito con sus propias manos, pero él no tenía precisamente unas dotes culinarias destacables, así que suspiró y cerró los ojos por un momento, intentando buscar alguna alternativa.
    

    Empezó a caminar  por la calle cuando oyó a alguien gritando desde la puerta de la confitería. Se giró y vio a la mujer del mostrador corriendo hacia él con un paquetito en la mano.

—¡Espera, espera! —Le pidió.

—¿Qué ocurre? —Preguntó aturdido.

—Toma, es el último que queda. Acabo de encontrarlo debajo del mostrador —le tendió el paquetito con una sonrisa.
    

    A Shun se le iluminaron los ojos como si fuesen estrellas y no pudo contener una amplia sonrisa y un muchas gracias. Le perguntó por el precio y le pagó allí mismo la cantidad justa de dinero. Luego, la mujer volvió a la tienda y Shun se quedó allí unos segundos sin poder creerse la suerte que acababa de tener.
    

    Sonrió en mitad de la calle y la gente lo miró con caras raras. ¿Pero qué más daba? ¡Por fin tenía entre sus manos el regalo de Hyoga! No podría esperar para dárselo, pero no le quedaba más remedio. Deseaba con todas sus fuerzas que ya fuesen las ocho para estar con él cenando en el restaurante.
    

    Siguió caminando por la calle feliz, con el pastelito como si fuese su tesoro más preciado, en dirección a la casa de Ikki. O eso creía, pues no sabía muy bien cómo orientarse para llegar.
    

    Se encontró entonces con una calle por la que nunca había pasado y perdió por completo el rumbo. Para colmo, estaba abarrotada de gente que cruzaba por los pasos de peatones y que obstruían el paso en los semáforos, los cuales pensó que tardaban menos en ponerse en rojo para las personas que para los coches.
    

    Preguntó a varias personas cómo llegar a la calle donde vivía Ikki, pero las indicaciones que le daban eran bastante difusas y tuvo que ir adivinando qué camino seguir.
    

    Después de una hora y cansado ya de tanto caminar, llegó a una plaza la cual sí conocía y se sentó en uno de los bancos para recuperar el aliento. Hacía un poco de frío pero la caminata hizo que apenas lo notase hasta que paró.
    

    Cogió el paquete con el pastelito y lo miró durante un minuto sonriendo nuevamente como un tonto. La cajita era muy bonita, con un lazo azul y todo, y se aseguró a sí mismo que a Hyoga le iba a encantar cuando se lo diera.
    

    Llegó por fin al apartamento de su hermano cuando eran ya las doce y media pasadas y llamó al timbre. Poco después Ikki le abrió el portal y Shun subió hasta la casa.

—¡Hermano! —Exclamó el menor y se abalanzó a sus brazos.

—Hola, hermanito —le correspondió—. ¿Qué tal estás?

—¡Genial! ¡Mira! —Le pidió, y le enseñó el paquetito en el que estaba el pastel.

—¿Y eso? ¿Es para mí? —Bromeó.

—No, tonto. Ya sabes... —dijo sonrojándose.

—Sí... No sabe la suerte que tiene ese gallo.

—Es un cisne, Ikki —le puso morritos de falso enfado.

—Lo que sea. Bueno, ¿y qué es?

—Es un pastelito de chocolate con fresas y nata —contestó orgulloso.

—Uau, me va a dar envidia y todo... —rio—. ¿Te apetece comer ya? Tengo una pizza haciéndose en el horno.

—Ay, ¡sí! Me muero de hambre...

—Espera un poco en el salón y te llamaré cuando esté lista.
    

    Shun asintió y se fue a sentar en el sofá, dejando el pastelito en la mesa del salón con sumo cuidado. Al cabo de unos cinco minutos Ikki apareció allí con la pizza. La dejó sobre la mesa y fue a la cocina para llevar los cubiertos a Shun, pues prefería cortarla que comerla con las manos.
    

    Acabaron de comer e Ikki le ofreció chocolate a Shun, el cual lo rechazó sin saber muy bien por qué. Era un adicto al chocolate, pero solo cuando nadie más le veía comerlo. Era incapaz de soportar la tentación de bajar las escaleras de la mansión una y otra vez cuando había chocolate en los armarios.
    

    Se quedaron un buen rato charlando en el sofá y Shun sintió que el sueño lo iba consumiendo poco a poco. Cuando reinó el silencio entre ellos se le cerraron los ojos sin darse cuenta y se fue inclinando cada vez más hasta que su hermano le dejó todo el sofá para echarse una siesta. Fue entonces a la habitación a buscarle una manta y taparlo para que no cogiera frío. Se inclinó sobre él y le dio un beso en la frente deseándole dulces sueños. Luego, se fue a fregar el plato y los cubiertos y a leer un libro en la mesa.
    

    No soñó nada que no hubiera soñado antes: esos ojos azules como el cielo que lo miraban, tiernos, siempre que lo necesitaba. Nunca sabría decir cuánto amaba a Hyoga, pero prefería pasar cinco últimos minutos a su lado que una vida entera sin él.
    

    Al despertar se sintió muy confundido y miró a su alrededor mientras se desperezaba. Tenía la sensación de que había dormido toda una noche. Se levantó del sofá despacio dando un bostezo y estirando los brazos, y miró al reloj de pared que tenía Ikki colgado en el salón.

—¡¡Ya son las seis!! —Exclamó completamente alterado—. ¡Ikki! ¿Ikki? —Lo llamó.

—¿Qué ocurre? ¿Ya despertaste? —Le preguntó asomándose por al puerta.

—¿Por qué no me despertaste? ¡Voy a llegar tarde! —Dijo con pánico.

—Relájate, hermanito. ¿A qué hora quedaste?

—¡A las ocho!

—¿Dónde?

—En el Ristrel. ¡Le prometí a Hyoga que llegaría a tiempo!

—No te preocupes, aún te quedan dos horas.

—Ya, pero...

—Shun —se acercó a él y le posó las manos en los hombros, sonriéndole—, pásalo muy bien, ¿vale? Y... enhorabuena por el año —le felicitó.

—Gracias, hermano —le dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Ahora vete e imagina que ese... cisne no tiene una cara tan fea.
    

    Shun rio por el comentario. Sabía lo mucho que le había costado a Ikki asimilar que él y Hyoga estaban juntos, y lo comprendía, pero a la larga lo había conseguido llevar bastante bien.

—No seas tonto —le dijo—. Hasta luego —se despidió y salió de la  casa.
    

    Bajó las escaleras a toda prisa sintiendo que se le olvidaba algo muy importante, pero no sabía el qué. Y cuando ya estaba doblando la esquina recordó de repente el qué era:

—¡El pastelito! —Exclamó en mitad de la calle y dio la vuelta corriendo para recogerlo.
    

    Tuvo suerte y se encontró con Ikki en el portal, que había salido tras él para dárselo.

—¡Qué cabeza tienes! —Bromeó el mayor y le tendió el regalo.
    

    Se volvieron a despedir por segunda vez y Shun se puso nervioso por momentos. ¿Conseguiría llegar a tiempo? Lo cierto es que tenía sus dudas, pero al mirar el pastelito otra vez se armó de fuerzas y empezó a caminar a paso ligero por la calle.
    

    Pensó que todo estaba en orden hasta que llegó a un cruce que estaba todo vallado por el que se supone que tenía que pasar, pero no encontró otra alternativa. Estaban haciendo obras y la carretera estaba patas arriba, además de que el ruido de los taladros le desagradaba demasiado.

—Oh, no, ese era el único camino que me sabía... —murmuró.
    

    Volteó para mirar a los lados y buscar otra solución al problema, y se aventuró por una calle más estrecha que le parecía que podría conducirle al lugar.
    

    Un rato después de vagar sin saber por dónde, pequeñas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre su cabello y su ropa. No le dio mucha importancia pensando en que se pasaría pronto, pero más bien todo lo contrario. Empezó chispeando y acabó lloviendo goterones y, como era de esperar, no tenía paraguas para refugiarse.
    

    Encontró una esquina de una calle que tenía un pequeño techo en el que se hallaban varias personas con el mismo problema que él. miró el reloj y abrió los ojos como platos al ver que tan sólo le quedaba una hora para llegar al restaurante. Sintió que desfallecía allí mismo y que las piernas le fallaban. No podía quedarse atechado si quería llegar a tiempo, pero si salía a la intemperie se le mojaría el paquete con el pastelito dentro.
    

    Al final, se decantó por la segunda opción. Se quitó la chaqueta y notó el frío penetrándole la piel, pero era eso o quedarse sin regalo. Lo envolvió en la prenda y lo abrazó cuidadosamente. Salió de allí debajo y echó a correr mientras la lluvia y el frío lo empapaban.
    

    Apenas había pasado un cuarto de hora cuando al cruzar una de las calles resbaló por culpa del suelo húmedo y calló de morros contra el suelo. ¿Es que acaso todo lo malo le iba a pasar ese día? Se levantó como si nada deseando que nadie lo hubiera visto, pero eso era más imposible que no mojarse bajo tal chaparrón.
    

    Volvió a atecharse durante unos segundos para comprobar el estado del pastelito, o al menos del envoltorio, y vio que estaba un poco abollado. Suspiró y comenzó a correr de nuevo bajo la lluvia, esta vez con más cuidado de no resbalarse.
    

    Hizo unas cuantas pausas para descansar, pero le parecía que el tiempo cada vez pasaba más rápido y le quedaba menos para llegar a la cita.
    

    Volvió a correr mirando el reloj cada poco. Ya solo le quedaba media hora para presentarse allí y lo cierto era que no tenía ni idea de cuánto tiempo contaba para llegar. Y como estaba muy cansado, decidió dejar de correr y pasar a caminar, esperando que la suerte hiciera encontrarse el restaurante a la vuelta de la esquina.
    

    Cuando solo faltaban cinco minutos aún no había llegado, pero ya estaba en una calle más o menos cercana y relajó el paso mientras veía cómo las nubes se iban disipando en el cielo para entrever algún espacio azul en él.
    

    Al llegar, leyó el letrero más de tres veces para asegurarse de que estaba en el lugar correcto. Sintió una infinita alegría al ver que había llegado con un margen de un minuto. Entró en el restaurante y el acomodador lo llevó a la mesa que había reservado Hyoga, pero él aún no había llegado.
    

    Se sentó y quedó admirado por al candelabro con velas que había sobre la mesa recubierta por un mantel rojo oscuro precioso, los platos y vasos ya colocados con sus respectivos cubiertos y las servilletas en los platos con forma de grulla. Aunque eso último más que fascinarle le provocó una sonrisa burlona.
    

    Esperó durante unos minutos a que apareciese Hyoga con las manos temblándole sobre la chaqueta que aún sujetaba inquieto. Habían pasado unas horas pero ya le echaba de menos.
    

    Después de aquel día tan ajetreado y extraño se permitió el lujo de poder pensar en él, en sus ojos, en su pelo, en sus labios... en cómo se había enamorado de él, en el primer beso que compartieron y en la primera noche que pasaron juntos. Se sonrojó por completo bajando la cabeza sin darse cuenta, mirando hacia el suelo.
    

    Cuando la volvió a alzar, su corazón empezó a latirle a mil por hora al encontrarse con la mirada de Hyoga que lo observaba sonriendo de pie junto a él.

—Te eché de menos —le dijo a Shun, inlinándose para besarle.

—Y yo a ti —dijo—, mucho —sonrió.
    

    Hablaron de lo mucho que se querían, de todos los momentos que vivieron juntos y todas las experiencias que habían compartido mientras cenaban sentados en aquella mesa de dos iluminados por la luz de las velas. Recordaron, también, cuando eran pequeños, y discutieron en broma lo tonto que era el uno y el otro.
    

    Al final, salieron de allí cogidos de la mano y completamente satisfechos. Se quedaron en la puerta mirándose a los ojos y se besaron apasionadamente cuando ya la noche se cernía sobre ellos y la ténue luz de la Luna se filtraba por donde le permitían las nubes.

—Shun, prométeme que nunca te separarás de mí —le pidió.

—Te lo prometo, Hyoga. Por cierto, tengo un regalo para ti —le sonrió divertido.

—¿Un regalo? No tenías por qué, tonto.

—¡Claro que sí! Eres el mejor y te quiero tanto... aunque... seguramente se habrá estropeado un poco —dijo mientras sacaba el paquetito de dentro de la chaqueta bajo la atenta mirada de Hyoga—. Toma —se lo tendió.

—¿Qué es?

—Ábrelo y lo sabras —contestó sonrojándose.
    

    Hyoga le sonrió y lo empezó a abrir con cuidado, dejando al descubierto un pastelito de chocolate con fresas y nata. Lo miró con los ojos brillándole de la ilusión y luego miró a Shun con una sonrisa enorme de gratitud.

—Vaya, antes tenía mucho mejor aspecto —dijo el menor.

—Shun... es un regalo perfecto —le dijo—. Lo compartiremos, ¿vale?

—Oh, no, no, no, es para ti. Además, yo ya comí bastante ahí dentro.
    

    Hyoga se acercó a él y lo rodeó con el brazo que le quedaba libre para besarlo tiernamente y susurrarle al oído:

—Feliz aniversario, mi amor.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer!! Espero que les haya gustado y comenten si lo desean!!! :D


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