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"G&N - 20.12.2013" por MrsKuroUsagi

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Notas del fanfic:

Bueno, como siempre aquí estoy yo luciendome con mis títulos y resúmenes malos, aunque esta vez mi amiga me ayudo con el nombre y está decente ahora :D

En los géneros le puse Drama, aunque no estoy muy segura de que este fic abarque esa categoría, pero el pasado del uke es un poquitín drámatico, así que...

Sí, sí, estoy subiendolo de nuevo porque hubo un error en el sistema

Sa-chan: ¡Es mentira, no le crean nada a Saru, esta idiota borró el oneshot por equivocación!

No le hagan caso a mi alterego y pasen a leer~

Sa-chan: Te estás olvidando de otra cosa...

¿De qué? ._.

Sa-chan: ¿Cómo que de qué?¿Quién te ayudo a escribir esta cosa?

AHHHH, cierto~ agradecimientos a mi amiga Sasha<3 por darme la idea de la gran parte del fic :3 te amo<33

Ahora sí, lean :)

Gabriel podía ver los enormes ojos azules reflejados en la vitrina de aquella tienda, adornada con luces navideñas acordes a la época. El enorme pino detrás de la vitrina acaparaba toda la atención y la mirada azulina de Ignacio. Ambas manos de este último se posaban en el vidrio, apoyándose delicadamente sobre este para observar mejor el árbol de navidad, ya decorado para su venta. Gabriel suspiró, metiéndose las manos en los bolsillos del gran abrigo marrón que traía, debido a las fechas de invierno en la ciudad.

-Ignacio- musitó, sacando al más pequeño de su encanto

-Lo siento- murmuró sonrojado por saberse atrapado de esa manera por el rubio -¿A dónde vamos, de todos modos?- pregunto una vez que volvieron a caminar por las calles heladas y llenas de gente

Gabriel no dio respuesta, solo le ofreció su mano al chico, acompañada de una sonrisa. Ignacio aceptó la mano del oji ámbar con un pequeño rubor en las mejillas. Luego de un año de ser pareja, el más alto había logrado hacer que, así y todo el orgullo de Ignacio, este le tomara de la mano, o le abrazara sin preguntar. Detalles que hacían bastante felices a ambos, aunque uno de ellos no lo quisiera aceptar del todo.
Caminaron unas cuantas cuadras, para luego llegar a una feria de atracciones, cerca de un puente que abrazaba la carretera bajo suyo. El azulino se tragó su pregunta apenas llegaron al lugar. Era obvio que Gabriel le llevaría a un lugar tan significativo para ambos en su primer año de aniversario. No era que haya olvidado esas cosas, para nada, no podría olvidar algo como eso, solo no se le pasó por la mente que vendrían allí. Subieron hasta el puente y caminaron hasta la mitad de este en silencio, aún con las manos tomadas.

-Te amo- soltó Gabriel de repente, provocando que el chico más bajo le mirara con esos enormes ojos azules. El más alto le devolvió la mirada, sonriendo levemente -Un "yo también" me es suficiente, Ignacio

-¿Ah? ¡Oh! ehm- tartamudeo el pequeño, como si hubiera estado hipnotizado por un momento por los ojos ámbar de su novio -Yo ta... yo te amo más- respondió sonriendo

-Eso no es cierto, yo soy el que te ama más- musitó el rubio, enarcando una ceja

-¿Quieres ese tipo de peleas? Porque sabes que ganaré, yo te amo más

Se miraron desafiantes por un momento, hasta que Gabriel tomo la cintura del más pequeño por debajo de la ropa, comenzado a hacer cosquillas en la piel blanca de su novio. De inmediato se comenzaron a oír las carcajadas del más bajo, diciendo al aire y sin aliento maldiciones y cosas como "Ya basta", "Suéltame, idiota". El oji ámbar no se detuvo hasta que el chiquillo estuvo en el piso, a su total merced. La poca gente que pasaba por el puente se le quedó mirando raro, algunas sonreían a causa de la escena y otras solo los ignoraban. Pero a ninguno de los dos chicos les importaba realmente.

-Entonces, ¿quién es el que ama más al otro?- amenazó el rubio, aún con las manos sobre la piel de Ignacio, quien respiraba agitadamente, pero aún no se rendía

-¡Yo!- exclamó entre risas, volviendo a recibir una ronda de cosquillas por parte de Gabriel.

Y la escena se volvía a repetir. No era como si ninguno fuera a aceptar la derrota en una pelea de ese tipo, mucho menos el orgulloso del azulino. Además, el cuerpo de Gabriel era bastante más fuerte que el del chico de pelo negro, así que físicamente, Ignacio no tenía oportunidad. Finalmente, y como siempre, ambos decidieron quedar en un empate, sellándolo con un beso tierno. El más alto se sentó junto a su chico en el suelo, contemplando los autos pasar por la carretera debajo del puente. De las rejas de este último colgaban bastantes candados de diferentes colores, y con siglas de un montón de gente.

-Supongo que sabes porque te he traído aquí- confirmó el rubio, mientras se quitaba el gorro de lana que antes había estado cubriendo sus cabellos dorados ligeramente ondulados

Sin responder, el azulino busco con sus manos entre la reja delgada del puente, dando con un pequeño candado oxidado que colgaba de allí. Sus siglas ponían "G & N", por "Gabo y Nacho", los apodos de ambos chicos. En números se marcaba la fecha de hace ya un año, 20 de Diciembre. Se le quedó mirando, recordando todo lo ocurrido aquel día, para luego voltear su vista hacia el chico al lado suyo. Aquel chico que de a poco se había ocupado de arreglar su corazón, de darle nuevas esperanzas. De volver a hacerlo vivir.

-Yo realmente te amo mucho, Gabriel- susurró sin siquiera darse cuenta, pero de todos modos, eso era lo que en verdad sentía.

El rubio se sorprendió ligeramente. Aunque no era demasiado arrogante, sabía lo mucho que Ignacio le quería, pero no esperaba que todo eso saliera de sus labios. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia el chico azulino, tomó su barbilla con cuidado y besó sus labios de peluche. Se separaron solo por falta de aire, pero sus rostros seguían cerca del otro, incluso rozando ambas narices. Gabriel apartó un mechón de pelo del flequillo de color negro que caía sobre la frente de Ignacio, colocándolo detrás de su oreja y luego brindándole una sonrisa cálida. Se dedicó a contemplar su rostro, y entonces entro en cuanta de que seguía siendo tan hermoso como la primera vez que lo vio hace ya varios años atrás. Se abrazaron en silencio, viendo los autos salir y entrar a la ciudad en busca de pasar una navidad en un lugar cómodo como el hogar, o en los brazos de su amante. En silencio se acurrucaron juntos. En silencio recordaron.

****

Suspiró nervioso, poniéndose las manos en los bolsillos de la chaqueta color rojo oscuro. Se apoyó en el muro a las afueras del centro comercial más grande de la ciudad, esperando por su amigo de ojos azules. Si las cosas salían mal, se arrepentiría por siempre de ello. Ignacio era bastante orgulloso y testarudo en sus cosas, así que sería difícil volver a intentar algo como eso. Es más, ahora mismo lo estaba llevando a la feria de atracciones sin que él lo supiera. Pero es que esa era la única manera.
Aunque el peli negro no lo aceptara, Gabriel sabía perfectamente sobre ese terror que guardaba por los circos, las ferias de atracciones y cosas de ese tipo, y con justa razón. Todo nació hace ya varios años, cuando ambos niños de conocieron. Entonces apenas tenían 6 años los dos. Ignacio había sido vendido por su familia -de la cual no tenía recuerdos en absoluto- a un circo ambulante en una corta edad. El azulino no sabía realmente cuál era la razón que su familia debía de haber tenido para hacerlo, pero la verdad era que en ningún momento le importó. Lo que pensaba mientras estaba en aquel circo era solamente huir de allí. Intentó hacerlo unas cuantas veces, pero las consecuencias de verse descubierto habían sido terribles, hasta los días de hoy su orgullo solamente había revelado la mitad de estas, únicamente a Gabriel.
Fuera como fuera, cuando el circo llegó hasta la ciudad en donde vivía un pequeño de grandes ojos ámbar y pelo rubio, Ignacio ya había dejado ir las esperanzas de poder vivir libremente. Ya ni le importaba lo que le pudiera pasar. La fe se le había esfumado completamente. Aun así, en sus ojos azules seguía intacto el deseo de vivir, y eso Gabriel pudo notarlo.
Con ayuda, armando un escándalo enorme y peleas entre la gente, el rubio logró sacar al pequeño Ignacio de aquel terrible lugar. Ninguno de los dos recuerda demasiado bien cómo fue que Gabriel entró y salió de la mano con Ignacio, de la carpa del circo, pero lo que sí quedó grabado en oro en la mente del peli negro fueron las palabras que murmuró el pequeño Gabriel cuando todo el alboroto pasó, los dueños del circo estaban siendo llevados presos, y ambos estaban de la mano, sentados en el auto de los padres del rubio. "Todo está bien. Nada volverá a pasarte si estás conmigo".
Lo demás pasó rápido. Ignacio fue adoptado por una buena familia, una a la cuál podía llamar a un padre, una madre y dos hermanos. Claramente las cosas no le fueron del todo fáciles. Tenía pesadillas en las noches, no hablaba de lo que había pasado en el circo, a menos una que otra palabra que había soltado al psicólogo, y lloraba de repente en el día. Pero, poco a poco, con ayuda de Gabriel, logró salir del hoyo, volviendo a sonreír.
Pero al chico rubio aún le quedaba una misión, como él decía. Una adolescencia sin ferias de atracciones no era una adolescencia del todo, así que su objetivo esa navidad era hacer que su amigo -en ese entonces- perdiera el miedo a esas atracciones. A un circo no podría llevarlo, eso le quedaba claro, el psicólogo le había prohibido rotundamente acercar al niño a "una de esas cosas". Pero las ferias, aunque tuvieran casi el mismo ambiente que los circos, eran algo de lo que Ignacio no debería privarse. Entonces se había propuesto a, por lo menos, intentar ahuyentar ese miedo.
Desde lejos vio al chico de ojos azules llegar. Intentó en vano controlar los latidos desesperados que daba su corazón al ver la silueta delgada del más bajo. Desde hace tiempo que había aceptado ese amor que le profesaba a Ignacio, pero obviamente no iba a decirlo. No iba a arriesgarse a perder una amistad con aquel chico, mucho menos cuando sabía cuánto se necesitaban el uno al otro.
Por su parte, Ignacio localizó con la mirada al ambarino y no pudo evitar sonrojarse ante su saludo, guiñando un ojo. Por ningún motivo iba él a aceptar que quería a ese chico más que como a un amigo, pero muy en el fondo de su corazón, entendía y aceptaba ese amor prohibido y de seguro no correspondido.

-Siempre llegas tarde, realmente me cansa esperarte- habló el rubio, riendo ligeramente

-No ha sido mi culpa, aún seguía discutiendo con papá para que me dejara venir

Hablando de trivialidades comenzaron a recorrer las calles. La "misión" de Gabriel se disfrazaba de una típica salida entre amigos, así que por ahora las cosas iban bien. Incluso seguían estándolo cuando tomaron el camino hacia el parque donde se ponía aquella feria de atracciones, que se quedaba todas las vacaciones, incluidas las fechas de navidad.
El más bajo no notó nada extraño solo hasta ver las brillantes luces que provenían de los juegos en cuestión. No reaccionó solo hasta que estuvieron a la entrada de la feria de atracciones, razón por la cual Gabriel estaba bastante extrañado. El rubio suspiró y paró, para darse la vuelta y dar una mirada a su amigo, pero al hacerlo su corazón se partió en dos. Vio al más bajo con los ojos cristalizados, temblando del miedo. Era como tener una visión o un recuerdo del Ignacio de hace varios años atrás. Antes de que cayera cualquier lágrima de sus ojos azules, el pelinegro intentó secar sus ojos con la manga del polerón ancho que traía puesto. El oji ámbar tomo la mano de Ignacio, cruzaron la calle y lo hizo sentarse en una banca que estaba instalada allí para esperar el autobús. El chico de pelo negro respiraba entre cortadamente, y aunque no quisiera aceptarlo, los horribles recuerdos vinieron a su mente al estar cerca de ese tipo de entretenciones. Tenía miedo. Fue entonces cuando Gabriel supo que había sido un grave error traer a su amigo a ese lugar. Se arrodilló para quedar a la altura del azulino que estaba sentado.

-Lo siento, Ignacio, no debí traerte, no sin decirte- comenzó a decir, tartamudeando -Yo solo quería, ya sabes, bueno, yo quería intentar espantarte el miedo por las ferias- se sinceró, captando la atención de su amigo

El más bajo no respondió. Intentaba prohibir a las lágrimas salir, haciendo que sus temblorosas manos limpiaran sus ojos, pero no estaba sirviendo del todo. Aun así, las palabras de Gabriel las estaba escuchando atentamente. Él tenía razón. No tenía que tenerle miedo a las ferias de atracciones, no realmente. Todos en la escuela comentaban que eran fascinantes, incluso su amigo había dicho alguna vez lo bien que la había pasado yendo a ese lugar. Pero es que enserio ese ambiente le traía malos recuerdos, recuerdos a los cuales le temía. ¿Podría romper esa barrera?¿Aunque fuera con ayuda de Gabriel?

-Volvamos a casa, Ignacio, lo siento- se disculpó el mayor en estatura, parándose y tomando la mano del peli negro, haciendo que se parara

-No- musitó el azulino -Quiero intentarlo- el rubio se quedó atónito.

-¿Qué?

-Quiero intentar dejar el pasado completamente atrás. Quiero entrar

-¿Enserio?

Ignacio asintió, mostrándole a su amigo una sonrisa, mientras secaba sus mejillas húmedas por el reciente llanto. El más alto le respondió con otra sonrisa sincera. Suponía que una de las cosas que le habían hecho enamorarse de aquel chico era su valentía. Entraron juntos y caminaron para cruzar la feria y llegar hasta el puesto de tickets para los juegos. El azulino miró con cautela cada una de las atracciones. El hecho de jamás haber entrado allí le hacía un completo ignorante sobre todos esos juegos, así que solo se limitó a identificar cuáles serían los menos "trágicos", por así decirlo. También había demasiada gente, y con eso Ignacio reconoció otro obstáculo en todo aquello. Jamás había podido congeniar muy bien con las personas, le costaba bastante relacionarse con cualquier ser humano. Además, tanta gente a su alrededor llegaba incluso a marearlo algunas veces. Hizo una mueca de disgusto al pensar en lo peor. Podría perderse si no permanecía al lado de su amigo más alto y eso era lo último que quería. Camino un poco más rápido, alcanzando el paso de Gabriel y, mientras se sonrojaba ligeramente, tomó el borde de las mangas del abrigo de su amigo. El más alto miró su mano, para luego elevar un poco la vista y ver a Ignacio aferrado a él, mirando hacia algún punto vacío en el lugar, tratando de ocultar su sonrojo. Sonrió para sí, sin atreverse a tomar su mano. Sintió sus mejillas calientes. Sacudió ligeramente la cabeza para quitar esos pensamientos que se adentraban en su mente. La prioridad esa noche era ayudar a su amigo y punto. Al llegar al almacén de tickets, Gabriel compró algunos, no demasiados, calculando el hecho de que tal vez Ignacio desarrolle otro miedo, esta vez por los juegos más brutos.

-¿A cuál quieres subirte primero?- pregunto el más alto, luego de tener los tickets en mano

-La decisión es tuya, yo no conozco estas cosas- dijo el azulino, aún aferrado al abrigo de su amigo, comenzando a volver en sí luego del llanto a las afueras de la feria

El ambarino frunció los labios, mientras pensaba. Llegó a la conclusión de que los carritos chocadores eran la mejor opción para empezar, aunque se estaba muriendo de ganas por subir a la montaña rusa. Debía controlarse en aquel campo minado.
Al comienzo la cara asustadiza del pequeño le llevó a pensar que la idea no habría sido demasiado buena, pero cuando ellos fueron los que chocaron a otras personas, el chico soltó una risa ligera que dio paso a muchas otras. El siguiente juego también fue a elección del más alto, y fue probablemente el que más disfruto Ignacio, ya que los meses que pasaron y siguieron yendo a la feria de atracciones, era el primer juego que él insistía en montar. Luego de unos minutos, y de adquirir más tickets para las atracciones, el azulino estaba perdido en su mundo con Gabriel. Sonreía ampliamente, corría hacia la siguiente atracción, le pedía al más alto que le comprara alguna golosina, entre otras cosas que haría cualquier niño pequeño en su primera visita a la feria de atracciones. Ninguno de los chicos pensó que Ignacio disfrutaría tanto de todos esos juegos. Pero el rubio estaba más que feliz de que, además de que esa fobia había desaparecido, que a su mejor amigo le fascinaran esas atracciones tanto como él.

-Ignacio, ¿no crees que has comido demasiados dulces? Apostaría a que tu hiperactividad es provocada por toda esa azúcar- rio el oji ámbar, mientras veía al más bajo comerse una manzana de caramelo, y pensó lo lindo que se veía con las mejillas dulcemente manchadas

-Da igual,- rio el chico -Lo importante es que me ha gustado la feria ¿Cómo ha sido posible que me he perdido todo esto durante 10 años?

-Tiene caramelo en las mejillas- sonrió, viendo al chico inútilmente tratar de limpiarse la cara -Aún sale- rio mientras su amigo volvía a intentarlo -Como sea, aún nos quedan juegos, ¿vamos?

La casa embrujada fue la siguiente, pero no fue para nada la escena normal de una pareja dentro de esos túneles. Los dos chicos se mataban de la risa con las criaturas inidentificables que aparecían "misteriosamente y tenebrosamente" de los rincones oscuros de la casa. Todos los gritos de miedo arrancados por esa obra de miedo de la feria fueron reemplazados por las carcajadas de dos idiotas amigos. Se podría decir que fue un desperdicio de dinero entrar allí, pero ambos llegaron internamente a la conclusión de que jamás se habían reído o habían hecho tantas bromas en todo el año. Luego de salir de aquella "terrorífica" casa embrujada, la siguiente y última parada era la enorme montaña rusa. Pero cerca de la cola para dicha atracción había un puesto de tiro al blanca con peluches de premio. Gabriel no le dio mucha importancia, ya que no era fanático de las cosas suaves y abrazábles, pero se enterneció al ver a su amigo mirando atentamente a un peluche de un mono color rosa. Al comienzo no entendió qué era lo que miraba Ignacio, ya que aquel mono rosado era probablemente la cosa más fea que había visto en su vida. Sus ojos eran botones de diferente color, y de su estómago hinchado se desprendían hilos de la mala costura y uno que otro pedazo blanco del relleno. Pero entonces recordó la manía del azulino por las cosas extrañas y que a nadie le gustaban. Sabía que el chico no le diría por ninguna razón coherente el hecho de que deseaba a ese pequeño trozo de felpa, así que suspiró y caminó hasta el puesto de tiro al blanco. Por su parte, Ignacio solo le limitó a seguir al más alto, luego de percatarse de que no estaba a su lado, preguntándose qué haría Gabriel en aquel puesto.
Le bastaron dos intentos para acertar directo en el blanco con las flechas que le dieron.

-Quiero ese mono rosado, ese horrible del fondo- habló el rubio al señor que atendía el puesto, captando la atención de su amigo. Una vez recibido el premio, se alejaron del lugar, y Gabriel le entregó aquel mono detestable a la visión de cualquier persona normal -Sé que no ibas a decir que lo querías, pero te vi mirándolo, así que toma- murmuró el ambarino, sintiendo las mejillas arder, al igual que Ignacio

-Eres un idiota- balbuceo el más bajo, tomando al mono de felpa en sus brazos

-¡Por lo menos dame las gracias!- exclamó el chico, ladeando la cabeza y fingiendo indignación

-Como agradecimiento lo bautizaré como Gabriel- rio el pelinegro, sonrojado

-Oh, vamos, no llames como a mí a esa cosa tan fea

-¡No es feo!- defendió al mono el más bajo, golpeando ligeramente el brazo de su amigo, mientras caminaban hasta la cola para la montaña rusa -Al menos déjame llamarlo Gabo, ¿vale?

-Vale- rio el chico, sin poder negarse a nada que Ignacio le decía

Finalmente la fila se acabó y ellos subieron a la montaña rusa, dejando a "Gabo" en custodia del chico que atendía la entrada a aquella atracción. El viaje comenzó lento, el traqueteo de las vías del carrito donde iban montados opacaba la música que se esparcía por toda la feria. Las cosas iban bien para el corazón de Ignacio hasta que comenzaron a subir. Subir. Subir. Subir hasta llegar a la cima.

-Está muy alto- soltó de la nada, con aquella típica expresión de miedo que Gabriel conocía bien

-No te alteres, sé que es muy alto, pero una vez empieza lo disfrutarás. Solo grita tanto como quieras, ¿vale?- intentó calmarlo el ambarino

Un milisegundo antes de que el carrito bajara inesperadamente, Ignacio tomó la mano de su amigo. Lo hizo sin pensar, por impulso. Fuera quien fuera la persona que estuviera a su lado lo hubiera hecho, porque no estaba en sí en ese momento de pánico. Pero Gabriel si estaba en sí. Solamente atinó a sostener su mano con fuerza. El viaje fue reducido a un feliz Ignacio, mientras que el chico de ojos ámbar trataba de seguir sus propios consejos para el pánico. Las montañas rusas eran una de las cosas que más amaba en el mundo, pero el hecho de que el azulino tomara su mano lo había sacado completamente de su casilla. Cerró los ojos y grito mientras apretaba la mano del pelinegro en la suya.

-Debiste decirme que no te gustaban las montañas- susurró Ignacio abrazando al mono rosa, mientras veía a su amigo vomitar todo lo que había comido hace unas horas

-Me gustan mucho- respondió débilmente el más alto -Realmente no sé qué me pasó ahora- mintió, recuperando su postura erguida -Agh, qué asco, mi boca se siente rara ahora

-Compra algo dulce y de sabor fuerte, una pastilla, un dulce, tal vez un jugo- le aconsejó Ignacio, y así lo hicieron antes de salir de la feria.

Caminaron hasta lo alto del puente, para refrescarse un poco, mientras el más alto traía en las manos los abrigos de ambos y se echaba a la boca varios caramelos y juego de una botella para tratar de sacar ese horrible sabor de su boca. Hacía frío por el horario de verano y los cielos estaban oscuros, pero debido a la agitación de las atracciones, ambos tenían calor. Al llegar a la mitad del puente, Ignacio apoyó los brazos en los pasamanos del puente, viendo en la carretera los autos que entraban y salían de la ciudad. Gabriel se dedicó a contemplar el perfil hermoso y delicado de su amigo, completamente extasiado de lo que él creía una belleza única, y aunque le apretara el pecho por lo poseer esa belleza, se dijo que estar a su lado era el mejor regalo que Dios, o la vida, o lo que sea podría haberle dado. Amaba tanto a ese pequeño de ojos azules.
Ignacio ahora elevó la vista hacia las estrellas del cielo, pensando en todo lo que había pasado en el día. No recordó nada desagradable mientras estuvo en la feria, es más, ya estaba pensando en cuando sería un buen día para volver a venir. Pero lo que ocupaba sus pensamientos totalmente era el chico parada a su lado. Se había enamorado de él por lo mismo que había hecho ese día. Por ayudarlo a volver a vivir. Pensó que ese había sido el último paso para dejar atrás el pasado y, tal cual el primer paso, lo había dado con Gabriel. Realmente lo amaba.

-No entiendo por qué haces estas cosas- dijo de repente Ignacio

-¿Qué cosas?

-Esto. Preocuparte por mí- respondió el azulino sin mirar la cara del otro -"Yo quería intentar espantar tu miedo" ¿Qué es eso?- rio ligeramente -¿Por qué haces estas cosas?

-Pues porque quiero verte feliz- respondió ahora el rubio, como si fuera lo más natural de la vida

-Tampoco entiendo eso- sonrió Ignacio

-Es que yo te amo, Ignacio- soltó el rubio de repente, y el pelinegro lo miro de inmediato, entonces Gabriel cayó en cuenta de lo que había dicho -Wow, wow, WOW. No se suponía que diría eso en voz alta- rio nervioso -Olvídalo, ¿okey? No quise decir eso, solo haz como que no oíste nada, solo- tragó saliva mientras sentía las manos temblar. Apoyó su ante brazo en el pasa manos del puente, y hundió la cara en él -Olvídalo- murmuró desde su "escondite", muerto de vergüenza. "Lo arruiné, lo arruiné" se repitió mentalmente una y otra vez, creyendo que lo mejor en esos momentos sería echar a correr lejos, pero no tenía fuerzas para hacerlo

El viento sopló tenuemente, acariciando el cabello dorado de Gabriel y las mejillas rojas de Ignacio, mientras unas pocas personas pasaron a su lado. ¿Cómo pretendía Gabriel que él se olvidaría de aquellos? Aquellas tres simples palabras que con tantas ansias esperó que su amigo le dedicara, ¿cómo se suponía que debía olvidarlas?

-¿Estas bromeando?- dijo con voz temblorosa mientras negaba con su cabeza ligeramente. Gabriel elevó la mirada, haciendo que sus miradas de encontraran -Lo que dijiste, de que me amabas, ¿es una broma?- musitó con un hilo de voz. El ambarino suspiró, y pasó una mano por su cabello rubio

-No- aceptó luego de un largo silencio -Te amo en serio, no sé desde cuándo ni cómo, pero te amo y mucho- confesó por completo su amor, creyendo ya arruinada su amistad

-Yo también te amo- dijo el azulino, esta vez elevando su voz para cerciorarse de que Gabriel lo estaba escuchando -Y yo sí se desde cuándo, yo te amo desde aquel día en que me sacaste de ese horrible circo, desde que me devolviste la vida- el rubio tenía la boca levemente abierta por la impresión. ¿Estaba escuchando bien? Al ver las tímidas lágrimas que se asomaban por los ojos azules, por instinto abrazó a Ignacio, quien se aferró a él con desesperación

-Supongo que no es lo tuyo hablar de lo que sientes- bromeó sutilmente Gabriel, mientras sentía los pequeños sollozos de su amigo en sus brazos y le acariciaba el cabello con ternura

-Idiota- lo insultó el más bajo, antes de continuar con su confesión -Todo este tiempo, todos estos años de amistad solo me han servido para caer por ti cada vez más profundo. Te amo mucho, porque me has ayudado, porque me siento bien estando contigo, porque me devolviste la vida... y también porque eres guapo- esto último salió a rastras de sus labios, pero aun así Gabriel lo escuchó, provocando un pequeño sonrojo -¿Cómo pretendes que me olvide de lo que dijiste? ¡No voy a olvidarlo!- el más alto deshizo el abrazo, y tomó la cara del chico de pelo negro en sus manos

-¿Tú realmente hablas enserio? Porque si es verdad, soy la persona más feliz del mundo. Entiendes eso, ¿verdad?

-¿Cómo podría estar bromeando, tonto? Claro que es verdad- rio el chico ligeramente, mientras Gabriel secaba sus lágrimas

Se miraron por unos segundos, encontrando la felicidad en los ojos de cada uno. Luego sus miradas fueron a parar a los labios del otro. De a poco se fueron acercando, pero el mágico momento fue interrumpido.

-¡Espera!- exclamó el rubio, separándose violentamente del azulino

-¿Te han dicho que eres pésimo en momentos románticos?

-¡No lo soy! Oye, ¿enserio piensas besar a alguien que vomitó hace poco?- dijo el ambarino, mientras checaba su aliento

-Qué asco, Gabriel- se quejó el más bajo ante ese acto de mal gusto

-Estoy tratando de hacer que tu primer beso no sea desagradable, ¿vale?

-¡¿Qué te hace pensar que este es mi primer beso?!- exclamó indignado el chico de ojos azules, con las mejillas rojas

-Eres un antisocial que le gustan los libros, la música de los 70's y los monos de peluche color rosa, ¿eso responde a tu pregunta?- rio el más alto, recibiendo un buen golpe en el brazo.

****

El flashback de hace un año se desvaneció en el momento en que el rubio tomó la barbilla de su novio y le plantó un beso en los labios. El pelinegro respondió con entusiasmo, sintiendo como la lengua de Gabriel entraba en su boca sin permiso.

-No puedo creer que enserio besaras a un tipo que había vomitado hace unos momentos- rio el más alto, luego de romper el beso

-Habías ingerido cinco pastillas de menta y estabas bebiendo juego de fresas, no era la gran cosa- se defendió el azulino, parándose del piso e invitando al rubio a hacer lo mismo

-Era de frutillas, y no tenía buen sabor- dijo Gabriel una vez parado, para luego rodear a Ignacio por la cintura y atraerlo a sí

-Da igual el sabor, fue un beso hermoso de todos modos- musitó el chico, apoyando su cabeza en el pecho del más alto -Aun así, todo lo que te dije ese día es verdad, Gabriel- hizo una pausa antes de volver a hablar -Tú salvaste mi vida, y te estoy eternamente agradecido por eso, pero por sobre todas esas cosas, te amo porque eres tú

-Yo también te amo mucho, Ignacio- respondió el rubio en un suspiró -Te amo como nunca creí amar a alguien

A los momentos después, ambos sintieron pequeñas gotas de nieve en sus cuerpos, haciendo que se separaran para ver los puntos blancos que caían del cielo. Nada pudo haber hecho que esa víspera de navidad fuera una de las mejores para ambos chicos.

****

 

 

El azulino se agachó al ver un pequeño candado colgar de las rejas del puente. Era del típico color y no tenía escrito nada encima, lo que llamó su curiosidad.

-¿Por qué hay un candado aquí?- preguntó a Gabriel, quien se puso en cuclillas a su lado

-La gente suele ponerlo para "sellar su amor"- explicó tomando el candado para verlo más detenidamente- usualmente le graban o le escriben las iniciales de los nombres de la pareja

-¿Por qué este no tiene escrito nada?

-No sé- se encogió de hombros el más alto, antes de soltar el pequeño candado -Tal vez es un amor no correspondido, quiero decir, no puedes hacer que alguien te jure amor, pero sí puedes tú jurar amor eterno

-Eso suena poéticamente triste- musitó el azulino, haciendo un puchero

-La verdad es que yo lo hubiera hecho- rio el rubio, para luego mirar a Ignacio -Pero ahora puedo ponerle nombre al candado

EL azulino le sonrió, asintiendo. Gabriel tomó de su mochila el pequeño candado color azul que siempre estaba en el cierre de él compartimiento más grande del bolso. Sacó de este último un plumón de color negro. Grabó en el candado las iniciales de ambos y la fecha de aquel día, "20 de Diciembre", para luego cerrar el candado en una de las rejas del puente. Ambos se pararon y arrojaron lejos la llave, la cual se perdió en algún lugar del parque cerca de la carretera, sellando así simbólicamente un amor que duraría hasta la muerte.

Notas finales:

Bueno, como siempre, los review son todos bienvenidos a mi :3 Espero que la ortografía, redacción y demás esté todo bien, si no, me dicen 

Con esto me despido,hasta luego~

Sa-chan: Oye, idiota, te olvidas del saludo de fin de año

¡Oh, cierto! Aquí voy *cof cof*

 

¡FELIZ NAVIDAD Y AÑO NUEVO A TOOOODOS LOS QUE ME LEEN! Espero que pasen unas buenas fiestas de fin de año con toneladas de yaoi, comida y pegasos~ hasta luego :)


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