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Garland - Beastman Omegaverse Tomo 1 y 2 (Traducción finalizada) por yuniwalker

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En el momento en que escuchó a Diego, se sintió tan aliviado que incluso Jill giró la cabeza y se volvió hacia su voz.

"¡Diego…!"

Un mayordomo de la familia Reinhardt también estaba parado junto a la puerta. Allí, podía verse perfectamente que Albert estaba montado sobre Jill y que el pobre jovencito bajo sus piernas estaba intentando escupir un medicamento. 

"¡Fuera! Esta es mi mansión". 

"¿¡Qué demonios estás haciendo!?"

Diego pareció enojado. Miró a Jill y miró a Albert casi al mismo tiempo:

"Lo amarraste con cadenas y le quítaste el collar... No parece tener marcas de mordiscos, pero ¿Qué es la botella que tienes en tu mano?"

"¡No te importa!"

Era Albert quien estaba perdiendo la compostura muy rápidamente. Se acostó contra su cuerpo y colocó su mano sobre el pecho de Jill, que apenas y podía moverse. Luego lo abrazó, diciéndole que no iba a dárselo jamás y que se fuera. 

"Jill es mío. Es completamente mío."

Las garras de Albert todavía estaban fuera, probablemente debido a su intensa ira. Estaba sujetándo su cuerpo como un gato gigantesco hasta ocasionar un enorme dolor. Pero soportando, Jill miró fijamente a Diego y habló:

"Estoy bien. No me ha hecho nada".

"¡Cállate! ¡Cállate, Jill!"

Cubrió el rostro de Jill con las manos, esperando a toda costa evitar que lo mirara incluso si eso ocasionaba que sus sienes se lastimaran gracias a sus uñas. Jill se tragó un grito, y aunque no podía verlo, podía sentir exactamente la manera en la que Diego se movía delante de él. 

"Entiendo, entiendo... No seas violento con Jill ¿De acuerdo? Tu ira es inevitable, pero si hay alguien a quien culpar, es solo a mi. Es conmigo."

Jill se sintió sorprendido por la súplica. No era porque no le importara Jill que no mostraba una apariencia de enojo sino que, aparentemente estaba intentando tener cuidado de no estimular a Albert.

"Sé que siempre has apoyado el corazón de Jill. Aprecias a Jill, lo amas. No quieres lastimarlo..."

"¿Qué sabes de lo que siento o no?"

Albert abrazó a Jill para que no lo viera. Pero con las manos finalmente fuera de su rostro, Jill miró a Diego mientras intentaba respirar un poco más lento para no asfixiarse.

"Conozco lo que sientes porque yo también lo amo."

"No me hagas reír. Tú no lo amas. Solo... Solo estás allí, utilizando tu poder y tomándolo por la fuerza."

"...Es verdad, lo tomé por la fuerza".

"¿Lo estás confesando?" El brazo de Albert temblaba demasiado mientras todavía sujetaba a Jill. "¿¡Admites que Jill me pertenece!?"

Era como si estuviera asustado. Incluso podía oír el sonido de su corazón haciendo eco en el cuarto. Sabía que Albert lo amaba. No, pensó que lo entendía. Pero la verdad era que no iba a poder comprenderlo jamás. ¿Hasta qué punto lo deseaba Albert? ¿Hasta que punto se había vuelto loco por él? ¿Que significaba Jill? ¿Qué pensaba?

"Pero yo solo puedo hablar por mi Pregúntale a Jill sobre lo que siente su corazón".

"¿El corazón de Jill?"

"Si te preocupas por Jill, entonces también te preocupas por su corazón. Míralo, Albert. Tú no eres este animal. Solo quieres que la felicidad de Jill sea duradera. Lo conoces lo suficiente como para saber lo mucho que sufrió y para no querer que se repita".

Jill miró a Diego y sintió que se le oprimía el pecho.

"Yo también soy un Alfa, y al principio vi a Jill solo como un mero Omega. Pensé que era lo correcto para él tener a mis crías y utilizarlo solo para mi propia conveniencia, como una herramienta. Pero mientras pasaba tiempo con él, me di cuenta de que esa idea estaba mal. Ya sea omega, beta o alfa, cada uno tiene sus propios sentimientos, voluntades, anhelos y sueños."

"Diego..."

Un temblor nació desde lo más profundo de su pecho hasta contagiar también al resto de su cuerpo. La voz tranquila y resuelta de Diego pareció transmitir sus pensamientos a la perfección. Era una voz que podía entender, era una amabilidad que lo acurrucaba y que le hacía querer tomar su mano. Dándole una leve sonrisa a Jill, Diego se volvió hacia Albert. 

"¿Qué quiere Jill, Albert? Desata la cadena y deja que él te lo diga".  

"Hmm". Albert se rió brevemente. "Está bien, dejemos que Jill elija. Soy... Su mejor amigo. Lo conozco desde que éramos niños así que, definitivamente me elegirá a mí".

Quitó la cadena de sus manos y le ayudó a sentarse al ver que seguía estando completamente rígido. Pero contrario a lo que evidentemente esperaba que pasara, Jill se levantó de la cama, movió las piernas con desesperación, incluso aunque estaban actuando torpes, y corrió de inmediato hasta perderse en el pecho de Diego. Cuando agarró el brazo del lobo, con sus pequeñas manitas temblorosas, Albert grito detrás de él:

"¡Jill!"

"Albert..." Era difícil ver el rostro de Albert al estar llorando tanto. "Lo siento. Ah. Realmente lo siento. Déjame ir con Diego, por favor."

"¿¡Por qué!?" Albert rugió, justo como un felino listo para atacar. "Si tanto querías ser libre, entonces te hubieras quedado conmigo ¡Maldición! No ibas a tener que hacer nada. Podía darte pájaros, podía darte barcos, podía hacer lo que quisieras que hiciera por ti. Podía darte todo. Iba a hacer que te sintieras libre. Iba a hacer que tuvieras a mi hijo. ¡Íbamos a ser una familia!"

"Albert..."

Estaba triste. Estaba muy triste porque sabía a la perfección que de verdad siempre intentó hacerle bien a Jill. Cuando lo conoció por primera vez, el corazón de Jill y el corazón de Albert estaban increíblemente cerca el uno del otro. Latiendo como si nunca hubieran sido dos, igual a si hubiesen nacido al mismo tiempo. Eran las personas más cercana del mundo y se apreciaban igual a si no tuvieran a nadie. Es más, seguía pensando que era el amigo más importante de todos. Pero no podía comparar esto a lo que sentía estando con Diego.

"Me alegro de haber conocido a Albert, pero no quiero tener pájaros. No quiero seguir estando en un lugar en el que no quiero estar". Jill lo miró, acurrucándose suavemente contra Diego. "La razón por la que quería un pájaro dragón, fue peor siempre deseé ser uno. Siempre quise volar a un lugar distante y ver el mundo con mis propios ojos. Sabía que no podía hacerlo, pero siempre fue mi sueño aún así".

Con la mano todavía en el brazo de Diego, Jill se volvió hacia Albert. 

"Cuando dije eso frente a los otros Omega de mi familia, me dijeron que era estúpido y me regañaron por actuar como un niño. No quería ofender a mi madre así que dejé de hablar de eso y renuncié a todos esos planes. Pero igual me asfixiaba cuando estaba en silencio. Quería gritarlo. Y fue entonces cuando Albert me dijo que fuera con él y me prometió darme más cosas de las que merecía. Te amo, ya te lo dije. Es solo que en este tiempo lejos de casa descubrí de inmediato que esto no es lo que quería para mí".

"¿Entonces qué?" Albert gimió "¡Si quieres algo más de lo que yo puedo darte, entonces solo dime lo que es y yo lo haré!"

"Diego me escuchó de una manera diferente".

La temperatura corporal de Diego se transmitió desde su brazo hasta su piel. Animado por ello, Jill sonrió a Albert.

"Él me escuchó y me dijo que podía entenderme. Estaba tan perdido como yo, así que juntos encontramos un lugar en el que nos sintiéramos más cómodos. Con Diego es como si mis sentimientos se hicieran tan grandes que siento que... Está bien ser yo. Y siento que no necesito el perdón de nadie o hacer nada para encajar. Yo quería que entendieras esto. Quería decírselo tanto a Diego como a Albert. Lo agradecido que estoy con él y lo feliz que soy ahora."

"..."

"Hizo que mi corazón fuera libre. No importa dónde esté o lo que haga. Y yo... Eligiría a Diego sin importar nada más. Fue algo que solamente pasó."

"Ah..."

Albert de repente perdió la expresión.  La profundidad de la tristeza se transmitió perfectamente desde su rostro y en cada uno de sus movimientos. Era una tristeza que casi desgarró el pecho de Jill con solo mirarlo.

"Lo siento, no pude decirte nunca. Lo siento tanto, Albert."

Le había dolió verlo así porque fue su culpa. ¡Fue culpable de haberlo dejado de lado por tanto tiempo! Diego dijo, "Estoy preparado para aceptar su enojo", pero eso no era algo que le correspondiera. Ya que había sido su culpa, sintió que tenía que asumir la responsabilidad por si mismo. No importaba lo doloroso que fuera o lo destrozado que esto lo dejara.

"Decidí ser de Diego y de nadie más. Es verdad que podría pasarme toda la vida en el harén, con muchos más y sin poder enlazarme con él. Pero igual quiero estar a su lado. Cambié."

Albert era su familia y su amigo cercano. Como su hermano. Y no conocía la verdadera voz del corazón de Jill. 

"Sé que quizá nunca puedas perdonarme pero, igual quiero que te rindas..."

"¿Qué me rinda...?"

Los ojos de Albert ardían en lágrimas. Su cabello estaba erizado y su cuerpo pareció más grande que de costumbre. Era lo mismo con ese signo de ira en su frente.

"No, no te entiendo Jill. No entiendo nada de tus sentimientos y no entiendo por qué ese desgraciado es mejor que yo. Sigo sin entender en qué fallé. No, ustedes son los que deberían rendirse ¡Tú eres él que nunca supo nada de mi!"

Una bestia negra, rugiendo y con unos colmillos enormes, se acercó hacia los dos. Sus largos brazos se balanceaban hacia arriba y sus puños parecieron ir directo hacia él. Sus garras se extendieron bruscamente desde sus dedos así que Jill pareció quedarse sin aliento por un minuto bastante corto. Después de todo, había sido él quien hizo de Albert, un simpático, amable y compasivo hombre, alguien tan enojado como un monstruo. Y si eso es lo que quería hacer, entonces estaba de acuerdo. Si deseaba golpearlo no lo iba a detener porque era lo que se merecía. Miró sus garras, sin pestañear y sin apartarse. Pero mientras lo esperaba, descubrió que el mundo se volvía extrañamente lento y extraño. 

El impacto de un golpe hizo eco en la habitación.

Fue Diego, quien saltó frente a él hasta ocasionar que las largas garras de Albert se clavaran en su cara. La sangre roja manchó su pelo y las líneas corrieron en diagonal sobre sus ojos. 

"Di... ¡Diego!"

Su cabeza se puso blanca. Jill finalmente se dio cuenta de que el lobo había ido a parar al suelo en un fuerte impulso. Para protegerlo de las garras de Albert, Diego empujó a Jill para atrás. En cambio, le hirió horriblemente la cara. 

"¡Diego!"

Jill se tambaleó y se acercó a él, cubriendo el rostro de Diego con ambas manos. Tenía una voz desesperada y un montón de lágrimas que caían de sus ojos sin parar. La sangre caliente resbaló en dirección al suelo y los dedos de Jill se tiñeron de un rojo brillante en un momento. 

"¡Diego! ¡Albert, detente! ¡Detente!"

Jill gritó, gimiendo y mirando a Albert, cuyos ojos estaban tan rojos como los suyos. 

"¡No le hagas daño a Diego! Si quieres lastimar a alguien, hazlo conmigo ¡Yo soy quien te lastimó así que lo merezco! Pero por favor... Por favor, no le hagas nada a él."

Albert, que estaba volviendo a levantar las garras, se quedó pasmado ante la voz afligida de Jill. El joven estaba llorando, pidiéndole que lo golpeara a él mientras sus ojos de color oscuro se clavaban completamente en su cara.

"¡Albert!"

"Está bien, Jill".

Diego abrazó a Jill firmemente entre sus brazos y miró a Albert, ocupando solo su ojo izquierdo. 

"Si prometes no lastimarlo, puedes pegarme todo lo que quieras. Eres el importante amigo de la infancia de Jill después de todo. Y si no puedes perdonar lo que he hecho... Entonces estoy listo para enfrentarlo."

Albert se estremeció, luego miró su mano. La sangre seguía goteando de las largas y afiladas puntas de sus uñas. 

"Yo..." Sus ojos, mezclados con ansiedad y desesperación, miraron a Jill y volvieron a fijarse en sus dedos. "¿Traté de atacar a Jill con mis garras?"

Su voz era débil y su pelo erizado había comenzado a volver a la normalidad gradualmente. Sus ojos ensangrentados recuperaron la razón y luego, solo se entrecerraron con tristeza.

"Ah... Te amo. Te amo más que a nadie en todo el reino. Quería estar contigo para siempre. De verdad quería..."

Su voz estaba tan llena de tristeza que pareció como si su corazón se aplastara.

"Yo había decidido que no te lastimaría... Pensé que, nunca iba a poder perdonarme si..."

"Nunca he sido lastimado por Albert. Jamás." Fue doloroso. Un dolor ardiente que estaba saliendo en forma de llanto. Sin embargo, debió haber sido menos doloroso que el dolor de Diego, que estaba herido, y el de Albert, que pareció estar en shock. "Sigues siendo mi mejor amigo... Sigues siendo importante para mí así que... Así que..."

Colocó su mano ensangrentada alrededor del cuerpo de Diego y se acurrucó con él. Se apoyó en sus brazos para seguir llorando y Albert, que estaba aún de pie, los miró sin decir nada y bajó los ojos como si estuviera tratando de identificar una ilusión lejana. Después de eso, lentamente se dio la vuelta y se alejó.

"Lo siento tanto..."

El mayordomo, que intentaba esconderse detrás de la puerta, persiguió apresuradamente a Albert. Cuando vio esto, sus rodillas colapsaron tan repentinamente que pareció como si fuera un desmayo.

"¿¡Jill!?"

Diego se arrodilló para mirarlo a la cara. 

"¿¡Estás bien!? Dijiste que no te hizo nada, pero..."

"No me hizo nada... Solo fue demasiado para mí. Ah... Solo necesito un momento."

"¿En serio?"

Jill tocó la cara de Diego. 

"Diego... Yo no importo, tienes que ir al médico ahora mismo. Lo siento, de verdad... Lo siento tanto..."

La herida en su cara pareció ser tan profunda que todavía sangraba. Ni siquiera podía abrir bien el ojo. Con las manos temblorosas como nunca antes, Jill se quitó la parte de arriba de su ropa y se la puso en la herida para intentar contenerla un poco. 

"Lo siento".

"Ya no te disculpes."

Diego abrazó la parte superior del cuerpo desnudo de Jill, como para ocultarlo. 

"Estaba preparado para aceptar cualquier cosa con tal de estar con Jill. Más bien... Si yo fuera Albert, seguramente ya estaría muerto ahora."

"Es un caos... Todo es un maldito caos."

Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Ahora sabía que solía ser solo un niño ingenuo. Ni siquiera podía pensar profundamente en los sentimientos de Albert hacía él porque solo estaba pensando en si mismo y en lo sofocado que estaba. Fue arrogante y al final, no solo lastimó a Albert, sino que lastimó profundamente a Diego. Era algo que no se podía borrar. Una mancha inolvidable, aunque Diego no lo culpara y Albert lo perdonara algún día.


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