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Garland - Beastman Omegaverse Tomo 1 y 2 (Traducción finalizada) por yuniwalker

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Le colocaron un vaso de agua en la boca.


"Jill, bebe un poco."


Pero Jill apretó los labios y sacudió la cabeza hacía todas direcciones. Albert levantó y bajó las orejas como si estuviera en apuros. 


"Tienes que beber algo. No has tomado nada desde ayer".


"..."


Pero volvió a mover la cabeza. Sus brazos, encadenados a la parte superior de la cama, estaban completamente entumecidos y él estaba tan confundido que hasta pensó que la droga todavía seguía haciendo efecto dentro de él. Permanecía acostado boca arriba, en la misma posición del primer día, así que tanto su espalda como sus caderas estaban tensas y adoloridas y aunque era evidente que se estaba muriendo de sed, no quería rendirse y aceptar cualquier cosa que viniera de sus manos. 


"Jill, por favor. No le puse nada. Es solo agua así que, bébela por favor."


Albert le mostró el agua, la agitó para que viera que no tenía sedimentos y luego volvió a empujar el vaso contra su boca. Trató de inclinarlo y forzarlo a tragar, pero cuando Jill no pudo dar señal alguna de querer abrir la boca, el lobo pareció ponerse completamente furioso con él.


"¡No puedes quedarte así, maldita sea! ¡Te estoy diciendo que no tiene nada!"


"..."


"¡Jill!"


Gritó, sacudió a Jill y le lleva el dedo a los labios para tratar de abrirlos a la fuerza. Cuando sacudió la cabeza por tercera vez, el agua del vaso se derramó por su cara, le mojó la nariz, la barbilla, la almohada e incluso hizo un desastre con el cuello de su ropa. Y después de verle desperdiciar toda el agua y escuchar la manera en la que se ponía a llorar, Albert gruñó de nuevo: 


"¿Por qué, Jill? ¿Por qué no me escuchas? Te estoy pidiendo que bebas agua. Lo hago porque no quiero que te enfermes ¿De acuerdo?"


"..."


"Jill, amor".


Albert acarició lentamente la cara de Jill. 


"¿Puedes hablarme? Por favor. Por favor, háblame. ¿Me dices algo?"


Era como si estuviera tratando de ganarse su confianza lentamente. Se arrodilló a un lado de la cama y tomó las mejillas de Jill utilizando todos los dedos. 


"Por favor. Lamento haber tomado en serio lo que dijo Toneria. Sé que Jill no es ese tipo de persona así que, si dices que no querías ir, si dices que te llevaron a la fuerza y que te viste obligado, lo creeré. Lo creeré todo. Lo sé... Pido disculpas por como me porté ayer ¿Sí? Discúlpame. Discúlpame."


Albert repitió lo mismo de la primera vez. En realidad, había dicho esto tantas veces desde ayer que pensó que ahora estaba roto. Su larga cola comenzó a balancearse de un lado a otro, reflejando su corazón acelerado y oscilante. 


"Jill eres todo para mí. Absolutamente todo. No pude evitar enamorarme de ti desde el primer momento en que te vi y estoy seguro de que los lobos de la familia Siegfried sintieron lo mismo. No es culpa de Jill. Lo sé. Es solo mía por no protegerte en ese momento".


"Albert..."


"Jill... He sido tuyo desde que era un niño. Te he amado desde mucho antes de que pudiera darme cuenta de eso así que... Solo necesito una palabra. Solo quiero que me digas que me amas, cariño y... Y entonces, si dices eso, podremos volver a como éramos antes. Ser mejores a como éramos antes."


Albert enterró su nariz en el cuello de Jill. Su pelo le hizo cosquillas.


"Amo como hueles, Jill."


"… No estoy en celo."


Jill trató de hacer una voz calmada, pero solo terminó con la piel de gallina en todas direcciones. A pesar de estar encadenado, Albert no había intentado forzarlo más desde que lo besó cuando lo acostó sobre su cama. Y eso fue una tremenda suerte si se consideraba lo loco que parecía justo ahora. 


"Por favor, Albert. Por favor desata esto... Quiero disculparme como es debido ¿Está bien?"


"¿Disculparte? No. Seguro quieres hacer algo para intentar irte de aquí ¿No es así? ¿Quieres engañarme de nuevo?"


Albert de repente levantó la cara con enojo si que Jill no tuvo más remedio que negarlo de nuevo, sintiendo pena por el juego que tenía que jugar con alguien que antes había sentido infinitamente cercano.


"No. Tú sabes que no. Siempre he querido que Albert esté conmigo, siempre he querido compartirlo todo. Eres importante para mí y también te amo. Pero nunca he logrado decir mis sentimientos correctamente y por eso ocasioné que pasara esto ahora. Perdón, perdóname por eso. Perdón".


"Está bien, Jill".


Albert pareció tan aliviado que hasta terminó por acariciar el cabello de Jill. 


"Lo sabía. Sabía que me amabas también. Sabía..."


"Te amo. Sigues siendo una persona insustituible e importante para mí."


Pero aunque estaba diciendo eso, era triste que los colores con los que lo veía ahora fueran diferentes. Albert, a quien le decía que era importante, no notó la diferencia y lo besó en la frente. 


"Me alegro Jill. También te amo. Te amo más que a mi mismo. Más que a nada".


"Pero Albert..." Jill lo miró fijamente a los ojos, con un sentimiento de tristeza que pareció hasta un tanto abrumador. "Aunque he estado vivo gracias a ti y aunque siempre pensé que no podía rendirme mientras estuviera aquí contigo... Aunque quise retribuirte tanto como pude... No puedo hacerlo más. Te amo. Pero no estoy enamorado de ti".


"... ¿De qué estás hablando, Jill?"


"Estoy seguro de que no podría enamorarme de ti jamás. Siempre he creído que puedo ser feliz con Albert e intenté pensar que eso era suficiente para mí. Pero… No estoy enamorado. Nunca pude. En realidad, he llegado a amar a otro hombre. Quería venir a verte para decirte que me enamoré de Diego Siegfried."


"..."


"Siempre te voy a amar... Pero no de la forma que quieres."


De hecho, justo ahora estaba recordando fácilmente la cara de Diego en su cabeza. Ese rostro que lo miraba, colocándose a la misma altura que la suya, y la manera en la que lo observaba con esos hermosos ojos de colores suaves. 


"Solo soy suyo."


"¿Cómo...? No... Jill. No ¿¡Estás diciendo que te gusta alguien más!? ¿¡Cómo puedes decir qué estás enamorado de otro hombre aunque estoy justo aquí!?"


Albert, con una expresión distorsionada, agarró los hombros de Jill para hacer que lo viera.


"¿Por qué Jill lo amaría? No eres ese tipo de hombre. ¡No lo entiendo! No eres de esa clase de persona que se deslumbra por el dinero y el poder de otra familia entonces... ¿Por qué? ¿¡Por qué lo amas!?"


"No pude evitarlo, Albert."


"¡Siempre se puede evitar algo así!" Grito Albert. "Es que no... ¡La familia Siegfried no puede cuidar bien de Jill! Seguramente lo estás malentendiendo porque te trataron de manera especial pero, créeme ¡Jill se arrepentirá pronto si sigue con esto! No lo sabes ahora, es algo nuevo para ti pero cuando te des cuenta, vas a pasarla muy mal. El hombre va a dejarte en el harén con todos los otros Omegas. Van a olvidarse de ti."


"Lo amo. Lo amo como nunca creí amar a nadie en mi vida. Tanto que si él hace eso, no me va a importar." Continuó Jill, frunciendo el ceño ante la fuerza de sus dedos golpeando su hombros. "Me gusta tanto que podría soportarlo."


"¡No es para ti!" Gritó. Albert luego puso la mano en su mejilla. "Jill es hermoso, feliz y tiene una risa preciosa que le sienta bien en todo momento. Yo... Yo puedo cuidar de ti. Yo puedo hacerte más feliz que nadie. Más feliz que él". 


Y agarrando su barbilla, Albert lo besó con fuerza justo en la boca. 


"Umm... Espe..."


Una lengua larga y áspera chocó contra su dentición y entró por completo dentro de su boca. Atrapó la lengua de Jill, que se escapó y se encogió, se entrelazó con su carne y lo hizo temblar como si fuera una ramita en un bosque.


(No... Albert no puede estar haciendo esto.)


El siempre amable y paciente Albert, estaba tratando de tomarlo. Lo que era peor, sus manos se estaban arrastrando sobre el cuerpo indefenso de Jill para meterse dentro de su ropa.


"Por favor..."


Jill se retorció con fuerza cuando las yemas de sus dedos, acariciando su pecho, parecieron a punto de tocar sus pezones. 


"Detente, por favor. Por favor, Albert".


"Quédate quieto, Jill". Habló como si no pudiera soportarlo. "He sido paciente durante mucho tiempo. Pensé que podría esperar hasta casarme contigo pero, debí haber hecho esto desde la primera vez ¿No es verdad? Debí mostrarte que... Que yo te pertenezco completamente y que tú también eres mío".


"Albert..."


Albert le mostró sus colmillos.


"Te morderé, y entonces podemos olvidar que todo esto pasó en primer lugar."


"No estoy en celo, no puedes…"


"Si podemos. Podemos, amor."


Sacó un frasco que tenía un líquido un tanto espeso y transparente en el interior. Y sosteniéndolo frente a Jill, Albert finalmente puso sus manos en su cuello. 


"Es un inductor."


Los grandes dedos de Albert lo bloquearon por completo y apretaron las vías respiratorias de Jill hasta que se quejó. Incluso si trataba de resistirse, sus brazos estaban restringidos por encima de su cabeza y ni siquiera podía mantener la boca cerrada cuando intentaba tan desesperadamente respirar. Y mirando a Jill, que no pareció tener más remedio que gemir, Albert arrugó la frente. 


"¿Entiendes esto, amor? Tuve esta botella todo el tiempo ¡Pero no lo usé! No la utilicé contigo porque no quería lastimarte." No estaba derramando lágrimas, pero era una voz completamente temblorosa. "Podría haberte tomado desde el principio. Podría haberte hecho el amor por días y enlazarte conmigo. Pero no pude. No podía hacerte esto porque..."


"Albert..."


El hombre rechinó los dientes y mordió el tapón de la botella. Lo escupió, e inmediatamente después puso el frasco en la boca de Jill.


"Umm... ¡Um!"


Jill trató desesperadamente de negar con la cabeza, pero Albert le abrió la boca con tanta fuerza que hasta lo lastimó.


"Si no lo bebes, voy a obligarte a hacerlo". El rostro de Albert se acercó al suyo, justo como si quisiera besarlo. "Ya no tengo que resistirme ¿No es verdad? Ya no tenemos que aguantarlo más tiempo..."


"Hmm..."


Pero en el momento en que lo tocó, el exterior de la habitación se volvió increíblemente ruidoso.


Había una voz muy enojada en el corredor.


"Por favor, señor. No puede pasar. ¡Señor!"


¿Era el sirviente? Se escucharon unos pasos desesperados y luego, la puerta de la habitación se abrió tan fuerte que hasta terminó por golpear contra la pared. 


"¡Jill!"


Y apareció Diego.


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