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Corrupción: La Tierra por Lizzy_TF

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Notas del fanfic:

Esta historia está basada en muchos videojuegos que me gustan entre ellos Dragon's Age, Dragon's Dogma, Darksiders, Diablo, Elden Ring, etc. Sin embargo, todos los conceptos y personajes son de mi autoría total. Justo como lo marqué en la historia pasada, todas están relacionadas entre ellas, como una saga, a la que he nombrado: Apocalipsis: Nefilinos (solamente las 2 primeras partes) y Apocalipsis: Corrupción (la primera y esta, junto con una tercera que se subirá después). Les dejo en orden los fics para los que deseen leerla desde el comienzo:

Parte 1: El Camino al Cielo

Parte 2: El trono abandonado

Parte 3: Corrupción, el Cielo

Esta es la 4ta parte de la historia.

¡Espero que la disfruten!

II


LA TIERRA


 


 


“Huellas y memorias. Tristeza y frustración. Egoísmo y engaño.


Redención y odio. Dolor y aceptación. Esperanza y amor.


Y sigo intentando.”


 


 


 


 


1


Despertar


 


 


La lluvia caía a chorros y acrecentaba la extrañeza en el ambiente. Junto a una ventana se hallaba una niña pequeña de cabello castaño y largo, de ojos de un tono claro como la miel, con un peluche de osito afelpado en los brazos. Estaba sentada sobre la cama, con el rostro asustado y la mirada puesta en la oscuridad del exterior.


De vez en cuando, los truenos le hacían dar pequeños brincos y comenzaba rezos que su madre le enseñó para calmar los nervios. Creía que, en cualquier momento, el pueblo sería atacado y que los monstruos regresarían para asesinarlos a todos.


—¿Xenia? —Una voz masculina sonó desde el lado contrario.


La niña volteó y vio a su padre ponerse de pie. El hombre se acercó y se sentó junto a ella. Le acarició la cabeza y dejó que sollozara y se aferrara de él.


—¿Qué pasa, cariño? ¿No puedes dormir? —insistió el papá.


Negó y escondió el rostro en su pecho. El calor de su padre era una forma de encontrar seguridad en los días tormentosos y traumatizantes, pues estos eran característicos en el poblado donde vivía.


La mayoría de las veces, cuando llovía, los monstruos aparecían desde los bosques o los vestigios de la ciudad del oeste. Rompían las puertas con sus garras afiladas y mataban a los humanos con sus colmillos y babas ácidas. Por fortuna, el pueblo llevaba sin ser atacado casi dos años, pero nadie podía fiarse de la paz que gozaban en esos momentos.


—Tranquila, mi niña, no pasará nada. Papi está aquí —él arrulló y besó la cabeza de la chica un par de veces.


Xenia cerró los ojos y sonrió tiernamente. Soltó un respiro profundo y agradeció a dios por darle la oportunidad de disfrutar ese instante. Comenzó a sentirse pesada y se quedó dormida. Después, el sonido de un trueno la despertó de inmediato y miró los alrededores. Su padre ya no estaba a su lado, ni tampoco estaba en la cama que había usado para dormir. De hecho, no se encontraba en la casa que su familia habitó por mucho tiempo.


Se puso de pie y observó los edificios destrozados en los alrededores. Casi todos estaban invadidos por las plantas y árboles, pero algunos tenían aperturas lo suficientemente grandes para ser usados como escondites. La chica se acercó al sendero cercano a un lago y sintió la llovizna suave sobre su piel. Dio unos pasos más, pero se detuvo al escuchar los lamentos de un niño. Se acercó al árbol donde se encontraba un jovencito con la cabeza escondida entre los brazos y piernas, y se inclinó a su lado.


—¿Estás bien? —dijo, con una voz más aguda de lo que había esperado.


El niño levantó el rostro lloroso y la miró con un dolor profundo. Negó y mostró las rodillas heridas, así como los brazos arañados por algún animal.


Xenia reaccionó aprisa, lo ayudó a ponerse de pie y se percató de que eran casi de la misma estatura. Lo condujo hacia la entrada del pueblo, por las callejas empedradas, y llegaron a su casa. Lo dejó pasar y lo sentó junto a la mesita de la cocina. Buscó los ungüentos y las medicinas que tenía de reserva. Se sentó frente a él y le curó las heridas. Luego, puso unas vendas en las piernas del chico y le ofreció galletitas que tenía en los tazones de la cocina.


El niño aceptó la comida y detuvo el llanto. La observó más tranquilo y sonrió de una forma melancólica.


—¿Estás bien? —insistió ella.


Él asintió y comió un poco más. Xenia sirvió agua en unos vasos y se quedó en silencio. Lo conocía, ya que era el único sobreviviente de una de las familias más afectadas durante el último ataque de los monstruos, cuando hubo una tormenta continua y potente. A diferencia suya, él perdió a sus padres y no tenía hermanos. Por su cuenta, ella todavía tenía a su madre, aunque estaba enferma.


—Gracias, Xenia —dijo el chico.


—¿Qué hacías en los bosques? —preguntó inquieta.


—Estaba cazando liebres. No tengo otra opción. No soy muy bueno para cultivar vegetales, ni tampoco frutas. Apenas he conseguido que crezcan un poco, pero no saben ricos como los que vende el señor de los mercados.


—Entiendo. Yo tengo un árbol de manzanas y uno de mandarinas. Si quieres, puedes llevarte unas cuantas —ofreció y le regaló una sonrisa radiante.


El pequeño asintió y también sonrió dulcemente.


—La próxima vez, debes ser más cuidadoso, ¿vale? Si tienes algún accidente, no dudes en decirme. Puedo curarte.


—No tengo dinero para pagarte —compuso él, al borrar la sonrisa de su rostro, y volvió a la mueca de tristeza.


—No te preocupes. No te cobraré nada. Te llamas Martín, ¿verdad? Te he visto hablando con otros niños en la calle.


—Sí, ese es mi nombre.


—¿Qué te parece si la próxima vez voy a cazar contigo? Así, puedo ayudarte y evitar accidentes.


—¿Enserio irías conmigo? —inquirió, con los ojos abiertos de par en par.


—Sí. Tengo que recolectar plantas porque estoy comenzando a ofrecer las medicinas que mi mamá vendía antes.


—Es cierto, tu papá y tu hermano murieron el mismo día que mis papás —recordó decaído.


—Sí… —la chica detuvo la frase y evitó su mirada—, pero tengo a mi mamá.


Martín volteó hacia una cortina que cubría la zona donde se hallaban las camas. Se inclinó un poco para ver por una pequeña apertura y encontró a una mujer dormida y cobijada.


—Qué suerte tienes —musitó con cierto enojo y envidia.


Después de comer un poco más, y de divertirse un rato juntos, Martín se despidió y dijo que se verían mañana en los bosques. Ella contestó que sí y cerró la puerta. Lavó los platos, preparó plantas medicinales con ayuda de las libretas y los libros de su mamá y se puso la pijama para dormir. Movió la cortina y observó a su madre, quien apenas podía beber agua como un reflejo. Ya no murmuraba, como lo hizo después del ataque. Xenia se sintió hundida en la amargura y comenzó a llorar en silencio. Se inclinó y tocó la mano de la mujer.


—Mami, despierta —imploró, con el corazón apretujado.


Siguió las súplicas y rezó un poco. Era una manera de reconfortarse a sí misma, con la creencia de que podía salvarla y curarla. Continuó la oración hasta quedarse dormida.


Abrió los ojos y encontró los bosques cercanos al poblado. Se incorporó, buscó en los costados y vio la canasta que solía usar para recolectar plantas. Limpió sus ropas un poco aterradas y tomó el canasto. Avanzó unos pasos, pero escuchó su nombre detrás y dio un brinco del susto.


—¡Deja de hacer eso, Martín! —recriminó, al reconocer la voz de su amigo, y giró—. ¿Ya terminaste de revisar las trampas?


—Sí. Todo listo —contestó el chico juguetón y sonriente. Mostró unas liebres muertas y sujetadas en su cinturón.


Ya no era un niño, sino un adolescente. Era más alto que ella, de tez más oscura, de ojos marrones y cabello estilizado a los costados. Era atlético, por el entrenamiento que hacía para mejorar sus habilidades como cazador. Además, su rostro era muy guapo y siempre mostraba una sonrisa de galán.


—¿Terminaste de recolectar? —preguntó él.


—Sí. Tengo lo necesario. Volvamos al poblado —respondió la chica y comenzó el paso hacia el norte.


Caminaron y hablaron de cosas usuales. Los precios en los mercados aumentaban cada vez más, así que la vida se complicaba día con día. Asimismo, el Líder del pueblo todavía no informaba nada sobre las municiones extras que la milicia civil tenía. Si sufrían otro ataque, probablemente todos morirían.


Cuando entraron a la aldea, saludaron a unos mercantes y siguieron hasta la casa de Xenia. Entraron y se relajaron un poco. Prepararon alimentos y comieron juntos. Por unas horas, sus conversaciones se centraron en la caza y la recolección de plantas, hasta que la chica se excusó, puesto que debía revisar si tenía suficientes bolsas de suero para su madre.


Martín prestó atención a sus acciones y se cruzó de brazos. Luego observó a la mujer en la cama y mostró una mueca entre la seriedad y la envidia.


—Tengo suficientes para la próxima semana —indicó Xenia y se sentó de vuelta a un lado de él—. ¿Quieres quedarte a cenar?


—No. Será mejor que me vaya.


—¿Por qué? ¿Prefieres comer solo?


—No es eso. Quizá quieras pasar tiempo con tu madre.


La mirada de Xenia denotó un pesar tan profundo que Martín se sintió como un idiota. Se mostró arrepentido por la forma en que se expresó, así que buscó su mano y ella aceptó el gesto.


—Mi madre nunca despertará, Martín. Es un cuerpo sin alma —reveló la chica, a punto de romper en el llanto—. Ya no puede comer ni beber agua como antes. Dejó de murmurar muchos años atrás y cada vez más parece un cadáver.


—No lo sabía. ¿Por qué no me habías contado?


—Porque no quiero que te preocupes por tonterías como esas.


—¿Tonterías? ¡Por dios, Xenia, no es una tontería! —insistió dramático y le apretó la mano—. Tu madre es muy importante para ti. Lo sé.


—¿Y qué debo hacer? Parece que está muerta —su voz se quebró y comenzó a sollozar.


El chico la abrazó y dejó que se desahogara. Comprendió que había cometido un error. Su amiga no era dichosa de tener a su madre con vida, sino que era todo lo contrario. Ella sufría de una manera sin igual, tal vez más que él cuando experimentó la muerte de sus padres.


—Perdón, Xenia. No sé qué decirte —expresó, con el corazón apachurrado, palpitante y una sensación de desasosiego enorme.


Xenia lloriqueó un tanto más y cerró los ojos. Era horrible hablar sobre algo que creía que debía esconder. Normalmente, la gente decía que su madre se recuperaría y que todo estaría bien. Pero nada estaba bien. Su madre se había ido; así lo sentía. Y ella la retenía por el miedo a quedarse en total soledad. No sabía qué hacer. No sabía qué ocurriría después de su partida. Creía que jamás  encontraría una mejor vida.


Se tranquilizo y abrió los ojos, pero ahora encontró un sitio totalmente oscurecido. Además, Martín ya no estaba a su lado. Dio unos pasos al frente y sintió mucho frío.


—¡Xenia! —escuchó su nombre como un eco.


—¿Martín? —dudó insegura.


Otra vez la llamaron, pero no era la voz de un hombre, sino de una mujer.


—¿Mamá? —susurró y sintió el corazón acelerado entre el miedo y el nerviosismo.


Se percató de que había algo en su pantalón y que emitía calor, así que buscó en los bolsillos y encontró un talismán bellísimo. Tenía una esmeralda con marcas de daño debido a una hendidura, pero resplandecía de una manera inusual. Desprendía una calidez benévola y capaz de transmitirle paz.


—Mamá —susurró, con lágrimas en los ojos.


Casi podía jurar que era la misma sensación que cuando estuvo con su madre. Sonrió y llevó el amuleto hasta su pecho.


No sabía cómo explicarlo, pero se sentía feliz. Sabía que su mamá estaba muerta, que por fin había encontrado el descanso después de tanto sufrimiento. La mujer ya no era un cuerpo moribundo, incapaz de comunicarse mientras sufría sin que nadie más lo notara. Había sido como si no pudiera perecer, pero como si lo hubiera deseado. Como una prisionera de algo mucho más profano y cruel que la misma vida y la muerte. Había quedado entre ambas y sin ser ella. Y Xenia sabía que era así porque alguien más le ayudó a comprenderlo.


—Pero… ¿quién? —musitó, sin poder recordar el nombre de la persona que llegaba como un recuerdo vago y cargado de muchas emociones.


Volvió a llorar y cerró los ojos. Sintió que comenzó a caer por un pozo y no pudo evitarlo.


 


 


***


 


 


El agua de la tormenta caía con fuerza. Chocaba con el pavimento y los derrumbes de los edificios ladeados. De vez en cuando, el viento soplaba con furia y los truenos retumbaban. Xenia abrió los ojos y sintió un dolor punzante en la cabeza. Se incorporó y encontró a Martín junto a ella. El chico parecía dormido y abrazado de su ballesta de aspecto intrincado. Ella le tocó el hombro y lo movió un poco.


—Martín, despierta —pidió con una voz rasposa por falta de agua.


El chico soltó un quejido pesado y se levantó. Miró los costados y encontró un panorama distinto al que había esperado. Guardó la ballesta en la funda de su espalda y acortó la distancia con su amiga.


—¿Cómo llegamos aquí? —preguntó.


—Ni siquiera sé dónde estamos. ¿En qué momento abandonamos el pueblo? —dijo confundida.


No hubo respuesta. Él la observó muy inquieto, y ella le regresó la mirada. Xenia se sintió más que extraña, así que dio un paso atrás.


—¿Qué? ¿Por qué me ves así? —dudó.


—¿De qué carajos estás hablando? —respondió Martín y movió las manos con dramatismo.


—¿Tú a qué te refieres?


—Salimos del pueblo hace tiempo, Xenia. El último ataque ocurrió en la madrugada, antes de que Lillie nos salvara de Mortábiss —explicó y soltó un respiro pesado, como si estuviera molesto.


La cara de Xenia denotó un desconcierto tan grande que el chico supo que algo andaba muy mal.


—¿No te acuerdas? —continuó Martín.


—¿Quién carajos es Lillie? —demandó ella casi a la defensiva.


—La Nefilino que nos salvó la vida más de un par de veces. ¿De verdad has olvidado todo por completo?


—¿Qué estás diciendo? ¿Nefilino? —insistió Xenia y creyó que su amigo mentía o alucinaba.


La palabra Nefilino sonaba tan extraña, pues no era un vocablo usual en él, que parecía que estaba inventándolo. Además, ¿qué o quién era Mortábiss? Xenia ni siquiera podía pronunciar ese nombre correctamente. Hizo un intento por comprender algunas imágenes que llegaban como estrellas fugaces a su cabeza, pero el dolor la envolvió de inmediato. Los sonidos de la tormenta se mezclaron con voces variadas que pronunciaban frases sin coherencia, así que se cubrió los oídos con las manos. ¿Qué pasaba? ¿Por qué era tan doloroso?


—¿Xenia? ¿Qué ocurre? —Martín inquirió asustado y le tocó el brazo.


—¡No! ¡Basta! —gritó y lo empujó hacia atrás.


Dicho esto, se echó a correr hacia la carretera que seguía el cauce de un río nuevo y potente. Martín la siguió a toda marcha y analizó para comprender la situación. La chica cruzó un par vial antiguo y saltó hacia uno de los edificios que todavía estaban en pie. Llegó a una sala con escritorios arrumbados en las esquinas y sillas de oficina rotas por doquier. Respiró hondo para tranquilizarse, pero estaba aturdida. Su cuerpo comenzó a perder fuerzas, así que se tambaleó y chocó contra unos muebles viejos, antes de llegar a unas escaleras. Se quedó tendida en el suelo y se tocó la cabeza por el malestar.


El chico entró por la parte baja y subió prontamente.


—¡Xenia! —gritó.


Ella no respondió.


Martín continuó el paso acelerado, hasta que llegó al piso donde estaba su amiga. Sin embargo, se detuvo en seco al encontrar a un sujeto encapuchado muy cerca de ella. El extraño había salido detrás de los escombros contrarios y lucía interesado en la escena.


—¡No la toques! —gritó Martín y preparó la ballesta.


De un montículo de escombro, dos encapuchados más aparecieron y apuntaron con pistolas tipo escopetas y metralletas.


—¡No te atrevas! —dijeron molestos.


El tercer hombre se inclinó junto a Xenia y estuvo a punto de tocarle el hombro. La observó atento, ya que ella sollozaba un poco.


La pobre muchacha sentía su cuerpo arder y como si la energía la abandonara. ¿Por qué era tan difícil recordar lo sucedido? ¿Por qué no estaba con su madre en la aldea donde vivían? Sin embargo, sabía que su mamá estaba muerta, y aquello la atormentaba de una manera sin igual. ¿Cómo?, se esforzó por comprender, pero el dolor se incrustó más. Parecía que su cráneo era aplastado con una prensa gigante.


—¡Duele mucho! ¡Basta! —vociferó al borde de la locura.


—¿Qué carajos están haciendo aquí? —preguntó Martín sin bajar el arma.


—Esa debería ser nuestra pregunta —contrapuso el hombre cercano a la chica—. ¿Qué rayos le pasa a tu amiga?


—No lo sé. Aléjate de ella —contestó y apretó más la empuñadura delantera de la ballesta.


—Están en nuestro territorio, muchacho. Aparecieron de forma extraña como si algo los hubiera lanzado fuera de las rocas cercanas al río —explicó y giró para encararlo, pero no se alejó de Xenia—. Hemos estado patrullando la zona, desde que los ángeles dejaron de custodiar la vieja catedral del Terror.


Los ojos de Martín se abrieron demasiado. Estaba seguro que esos sujetos pertenecían a los “Templarios”, extraños ocultistas que veneraban a un ídolo antiguo y misterioso. No obstante, si mencionaban a los Terrores, significaba que sus memorias no estaban totalmente afectadas. ¿Por qué su amiga no podía recordar qué había ocurrido?


—La primera vez que nos encontramos, ustedes estaban hablando de La Llave del Cielo, ¿o me equivoco? Nuestro líder, Viktor Rizzo, creyó que eran simples niños religiosos y fanáticos, pero veo que no. Sus sospechas eran correctas.


Xenia no aguantó el martirio, así que cerró los ojos y gimió inconsolable. Su respiración estaba alterada y de su frente salía sudor. Su cuerpo estaba empapado por la lluvia y no paraba de temblar. Martín lo notó y se sintió desesperado. Tenía que ayudarla.


—Si quieres evitar que los asesinemos aquí mismo, muchacho, tendrás que darnos información —siguió el hombre.


—Necesito llevarla a un lugar seguro. Necesita atención médica —contestó Martín.


El hombre miró a la chica, quien parecía a punto de desfallecer. Luego, sonrió y regresó el interés al joven.


—Es verdad. Tu amiga parece enferma —dijo y se inclinó para tocarle el brazo—. Hagamos un trato. Contestarás todas mis preguntas y podrás llevártela.


—Puedo matarlos aquí mismo —respondió y disparó hacia los otros que usaban los escombros como escudo.


La flecha de plasma explotó al contacto con la piedra y los dos encapuchados saltaron fuera del escondite. Dispararon en contra de él y lo obligaron a buscar refugio detrás de un pilar de contención del edificio. Intentó disparar otra vez, pero vio que el tercer enemigo amenazaba a Xenia con una daga en el cuello.


—Otra mierda de esas y ella muerte —habló el enemigo.


Martín bajó el arma, la guardó en la amarra que portaba en la espalda y levantó las manos. Los otros encapuchados acortaron la distancia, sin dejar de apuntarle, y lo aprisionaron con los brazos atrás. Le quitaron la ballesta y patearon su estómago para llevarlo hasta la posición del tercero.


—¿Cómo carajos lograron escapar de nuestra base? —indagó el captor de la chica, con un rostro levemente molesto—. Son un par de críos estúpidos. Habla, muchacho.


—¿Hablar? ¿Qué chingados quieres saber? —respondió Martín altanero.


—¿Cómo escaparon de nuestra base?


—Con ayuda de alguien más —reveló y lo miró de frente.


—No es suficiente para salvarla —agregó el enemigo y estuvo a punto de lastimar a Xenia.


—¡No! ¡Detente! —imploró el chico y se mostró más sumiso—. ¿Qué te parece si hacemos un trato? Ustedes estaban buscando La Llave del Cielo, ¿no? Te la puedo entregar, a cambio de que nos dejes ir —compuso lo más neutral que pudo—. Suéltala y libérame.


—¿La Llave? ¿La tienes? ¿Cómo? —cuestionó con un rostro turbado.


—Eso no importa. La quieres, ¿verdad? —insistió.


—Sí. La necesitamos —aseguró incauto y soltó a la muchacha. Aguardó unos segundos, luego les indicó a sus compañeros que soltaran al chico.


Cuando Martín quedó libre, movió las manos lentamente, pues no dejaron de apuntarle con las pistolas, y sacó de su bolsillo un objeto pequeño. Parecía extraño que la llave siguiera allí, pues Lillie se la entregó antes de que la negrura se tragara todo en la Ciudadela Blanca.


—Impresionante —opinó uno de los encapuchados como si estuviera frente a algo maravilloso. Se acercó y se la arrebató para admirarla.


Parecía un llavín ordinario, excepto por la forma curvada en la parte final que lo hacía lucir como un báculo. En todo su cuerpo estaba gravada una frase, así que el hombre leyó en voz alta y sonrió dichoso.


Divus Paradisus —repitió más que satisfecho—. Es la verdadera.


Martín se percató de que los tres bajaron la guardia, así que aprovechó el momento y los embistió. Les arrebató su ballesta, se acercó a Xenia y la cargó en su espalda. Corrió hacia las escaleras y bajó lo más rápido que pudo. Escuchó los pasos de los otros y sus gritos desesperados, pero no se detuvo. Salió del edificio y siguió por la carretera vieja. Conocía el camino hacia unos jardines hermosos que pertenecían a un aliado.


Sin embargo, por su mente pasó la posibilidad de que ese amigo tampoco recordara nada, pero no tenía otra opción.


Los encapuchados dispararon, pero la tormenta hacía más difícil apuntar correctamente. Gracias a la adrenalina en el cuerpo de Martín, sus músculos fueron capaces de responder ante la situación de alerta. Se movilizó con rapidez y evitó los disparos, aunque una de las balas rozó su pierna derecha y lo hizo detenerse por unos segundos. Reinició el andar, sin importar el dolor, y tomó unos túneles externos que se usaron para las alcantarillas, hasta que llegó frente a una puerta de piedra redonda.


Su respiración estaba muy agitada y su mente buscaba una forma de abrirla.


—¿Martín? —Xenia susurró. Estaba al borde del delirio, debido al dolor punzante en su cabeza que ahora también le apachurraba el pecho.


—Tranquila, estaremos bien —dijo cálidamente.


Bajó a la chica y la recargó sobre una roca. Buscó algún mecanismo para abrir la puerta, pero no estaba seguro de cómo lograrlo. La última vez, Lillie había usado su guante y su poder para girarla y moverla. Él carecía de esa fuerza sobrehumana, así que debía encontrar otra alternativa.


Para su fortuna, existía un mecanismo escondido en el extremo derecho. Era una polea rústica conectada con una palanca superior. Tomó la cuerda y comenzó a jalarla con toda su energía. Logró moverla un poco y la puerta giró levemente. Regresó junto a Xenia y la llevó en su espalda. Se acercó a la pequeña apertura en la puerta, ya que era suficiente para que pasaran, y se adentró al jardín.


No obstante, los encapuchados los encontraron y los siguieron.


—¡Mátenlos! —gritó uno de ellos.


Martín corrió hasta la fuente principal que tenía una estatua de un martillo gigante y tropezó. Gateó y cubrió a Xenia con su propio cuerpo. Recibió un balazo en el hombro y gimió de dolor. Creía que los asesinarían, pero no ocurrió.


—¡Es un gigante! —los enemigos exclamaron asustados.


El chico miró inquieto y vio que un hombre de más de 6 metros de alto, con un cuerpo robusto y sumamente musculoso, estaba a unos metros de ellos y frente a los enemigos.


—¿Qué carajos están haciendo en mis jardines? —dijo el titán con un acento duro.


Uno de los hombres levantó la pistola y le disparó, pero el gigante se molestó. Se les acercó e intentó agarrarlos con las manos.


—¡Usen las granadas! —compuso otro encapuchado y buscó los armamentos—. ¡Es muy peligroso!


—Es de mala educación pelear en la propiedad de otra persona. Y yo que creí que los ángeles eran los sinvergüenzas —contestó y golpeó a uno. Lo hizo volar unos metros por los cielos y estamparse contra la puerta—. ¡Fuera de mi propiedad! —vociferó y pateó a otro.


Los encapuchados lograron escabullirse y decidieron retirarse. No tenían suficientes municiones para matarlo, así que se ayudaron entre ellos y salieron despavoridos por la puerta entreabierta. El titán se acercó a esta y la cerró por completo. Giró y caminó lentamente hacia los chicos.


—Ossu —Martín lo llamó y se incorporó con problemas. Se tocó el hombro dañado y evitó gimotear por el malestar—, necesito tu ayuda.


El hombre abrió los ojos muchísimo y se quedó helado.


—¿Cómo sabes mi nombre, muchacho? —inquirió.


—Si te lo digo, ¿podrías ayudarnos? Xenia está mal y no sé qué es lo que le pasa —expuso desesperado, con los ojos llenos de lágrimas. Se sentía confundido y aturdido. No podía asegurar qué ocurría, pero deseaba salvar a su amiga.


El gigante se acercó más y tomó a la chica con una gentileza especial. Parecía una característica en su persona. Entonces, la observó preocupado y asintió. Condujo a Martín hacia la puerta cercana a los árboles del jardín y lo dejó pasar. Se apresuró y llevó a la muchacha a uno de los baños de las habitaciones extras que tenía en su casa. Le indicó a Martín que aguardara en la sala, pero él se negó.


—¿Qué le ocurre? —preguntó el chico angustiado.


—Debemos bajar su temperatura —explicó afable y sonrió cálidamente—. Está hirviendo.


Martín asintió e intentó ayudarle, pero el titán lo impidió.


—Estás muy mal herido, muchacho. Deja que yo me encargue —ordenó como un padre diligente y retiró los ropajes de la chica. Abrió los grifos del agua de la bañera y metió a la joven.


Por su cuenta, Martín se quedó parado en la entrada, sin poder calmar su respiración. Vio al gigante salir y regresar casi de inmediato con un botiquín de primeros auxilios. A pesar de las manos gruesas de Ossu, fue capaz de preparar paños con agua fresca, vendas, medicinas extras y una inyección.


—Ven, voy a curar tu herida. Siéntate aquí —indicó el hombre y movió un banquillo que estaba cerca del lavamanos.


Obedeció y levantó los brazos con delicadeza. Por unos instantes, sintió que algo frío pinchó su espalda, hasta que no percibió sensaciones. Se quedó quieto, pero se sintió nervioso. No sabía de qué manera Ossu retiraba la bala y lo curaba, pero contuvo los lamentos lo más que pudo. Al terminar la extracción, el gigante le pidió levantar los brazos y lo vendó.


—Estarás bien —confirmó el titán.


Martín se giró y vio que Ossu puso paños en la frente de Xenia. Se quedaron allí unos momentos más, hasta que el gigante sacó a la chica del agua y secó su cuerpo con unas toallas. Salieron del baño y Ossu puso a Xenia sobre la cama. Le acarició la cabeza suavemente y prestó interés en él.


—También necesitas descansar —dijo y le regaló una sonrisa dulce—. Puedes dormir en la otra habitación.


Martín sonrió con debilidad, sintiéndose reconfortado. Por lo menos, Ossu actuaba de la misma manera que cuando los conoció. Parecía que su amabilidad y gentileza no estaban afectadas por la falta de memoria.


—Más tarde revisaré la temperatura de tu amiga —habló y lo condujo fuera de la habitación. No obstante, se detuvo antes de abrir la puerta del otro cuarto—. Sólo dime una cosa. ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó.


—Porque eres nuestro amigo —respondió honestamente.


—¿Amigo? Sí, he ayudado a algunos humanos, pero la mayoría me teme —corroboró con un tono triste—. No tengo amigos.


—Nosotros somos tus amigos —insistió, sintiendo una melancolía profunda. Era desgarrador escucharlo expresarse así, pero estaba agradecido por su ayuda—. Sabía que no nos abandonarías, Ossu. Lo sé porque deseas proteger a los humanos de los demonios y ángeles. Nos contaste que te arrepientes mucho de lo que pasó aquí en la Tierra, sobre el Apocalipsis. Por eso, vine a buscarte. Antes de conocerte, los Templarios nos capturaron allá en la vieja capital, cuando mataron al líder de los religiosos más influyentes de la nación.


—¿De qué carajos estás hablando? —inquirió atento y sorprendido.


—Nos conocimos después de la batalla contra Nybath —reveló seguro—. Nos curaste y nos alimentaste —sintió a las lágrimas salir y se permitió externar la pena que lo atormentaba en ese instante. Se sentía solo y no porque lo estuviera físicamente, sino porque parecía que nadie recordaba lo que él sí. ¿Por qué?—. Tú fuiste el que nos explicó que Lillie es un Nefilino. Se lo contaste a Xenia.


Ossu soltó un respiro profundo, pero no dijo nada. Abrió la puerta y esperó a que se moviera, pero el chico no lo hizo.


—No me crees, ¿cierto? —dijo Martín y se limpió el rostro.


—No es que no te crea. Es que hay mucha confusión en mi cabeza, muchacho.


Es igual que con Xenia. ¿Qué está pasando?, pensó levemente alterado.


—Sé que ocurrió el Apocalipsis hace muchos años, casi mil en el conteo de tu mundo, pero no he mantenido amistad recientemente con humanos. Eso pasó hace mucho tiempo. No fue una relación larga. Los protegí, cuando comprendí que mi hermano hizo algo muy malo.


—Sí. Se lo contaste a Xenia. —Martín señaló la puerta de la habitación contraria—. Si no fuera por ti, estaríamos muertos desde hace mucho.


—Lo siento, pero no puedo confirmar nada de eso. Es… —tocó su cabeza, como en señal de malestar—, es extraño.


—Está bien. Te agradezco que nos hayas ayudado esta vez.


—Pueden descansar aquí. Casi nadie se atreve a entrar a mi jardín, y la temporada de lluvia ha iniciado —soltó una risita bonachona—. Eso hace más difícil el traslado en las carreteras.


—Gracias —dijo otra vez.


Ossu se dirigió a la sala y él entró a la habitación. Se acercó a la cama y se recostó bocabajo. Comenzó a sollozar y se recriminó por demostrar algo que consideraba debilidad. Podía recordarlo todo. Desde el día en que Lillie los protegió de los demonios, cuando les contó la verdad y los salvó de los Templarios, hasta aquella vez que enfrentaron a los Terrores. Especialmente cuando abrieron sus corazones y buscaron La Llave del Cielo.


—¿Por qué Xenia y Ossu no tienen memoria de eso? ¿Acaso tiene que ver con la negrura que nos atacó?


Durante varias horas, continuó un monólogo lleno de dudas incesantes, hasta que su energía se agotó y se quedó dormido.


Después de un tiempo largo, abrió los ojos y escuchó que la lluvia todavía continuaba. Salió de la cama, pero soltó un quejido por el dolor en su hombro. Respiró hondo y se tomó una pastilla que estaba sobre el buró de la cama junto a un vaso de agua. Probablemente Ossu la dejó para contrarrestar la molestia. Buscó su playera, pero no la encontró. Había ropas nuevas, así que se vistió con ellas. Se puso la camisa de botones y acomodó sus botas. Agarró la ballesta, que no estaba en la misma posición que la dejó, pero no le dio mucha importancia, y salió de la habitación.


Caminó por el pasillo que conectaba con la sala de muebles agrandados y creyó que encontraría a Ossu. Aunque todo estaba en penumbra, parecía un sitio acogedor. Se sentía como en casa, ya que era una de las memorias más importantes desde que abandonó el pueblo. Ese lugar era lo más parecido a un hogar.


Soltó un respiro profundo y se acercó a la puerta principal. También era redonda, pero tenía una apertura pequeña que simulaba una entrada ordinaria de tamaño común para los humanos. La abrió y salió al jardín. Vio a Ossu parado frente a la fuente con el martillo, así que se le acercó.


El lugar era grande y verde. Tenía lumbreras exteriores que eran suficientes para divisar los caminos de arbustos enanos, rosales y otras plantas como margaritas. Los árboles tenían el follaje frondoso y había pasto y otras plantas bonitas a sus alrededores. En la parte superior, había una protección creada por rejas llenas de lianas de una planta que se arraigaba a ellas y a las paredes. Aunque la lluvia caía con insistencia, gracias al techo de plantas, en el jardín entraba con menos fuerza.


Martín se acercó a Ossu y aguardó a su lado.


—¿No puedes dormir? —preguntó el gigante.


—No. Si no comprendo qué rayos está pasando, no podré ayudar a Xenia. Y tú también sientes dolor.


—¿Dolor? —repitió Ossu y lo miró.


—Cuando intentan recordar. ¿Por qué? ¿Acaso es el poder de Corrupción?


—¿Corrupción? ¿Qué es eso?


Martín abrió los ojos de par en par. Era increíble escucharlo decir que no sabía sobre ese concepto. Así como Lillie, en el pasado, Ossu les reveló información respecto a ella. ¿Por qué la desconocía ahora? Era una señal muy importante.


—¿Lo ves? —insistió el chico y miró hacia la puerta frontal—. Tengo que buscar una respuesta.


—Estás herido.


—Estoy bien. Xenia es quien está muy mal. Y tú podrías terminar como ella, si no hago algo… —soltó un respiro pesado y recordó el rostro de otro individuo. Inició un análisis profundo y se convenció de que debía intentar ayudar a sus amigos, así que dijo—: Hay otro sujeto que podría darme más pistas.


—¿Quién?


—Vozzach —reveló con leve nerviosismo.


—Es un demonio. No debes fiarte de ellos. La mayoría son mentirosos y dirán lo que quieres escuchar para obtener algo a cambio.


—Sé que es un demonio, pero también es un mercante. Puedo ofrecerle algo de mucho valor —explicó y levantó la ballesta.


Ossu resopló profundamente y llamó su atención. Quizás estaba decepcionado. Entonces, negó y se cruzó de brazos.


—¿En qué momento forjé un arma así? ¿Y por qué la tienes tú? —preguntó confundido.


—Porque no estoy mintiendo. Porque eres nuestro amigo. Y porque eres así, amable y cálido, Ossu —lo llamó como si fuera alguien muy importante en su corazón.


El gigante bajó la guardia y sonrió con melancolía. Se acercó a la otra puerta y la abrió. Martín lo siguió y se despidió con un ademán.


—No tardes mucho, por favor. Ni siquiera sé cuál es tu nombre, pero no voy a mentirte sobre lo que se siente estar junto a ti y a tu amiga. De alguna manera me preocupan mucho, como si fueran más que desconocidos, justo como lo mencionas.


—Sé que no recuerdas mi nombre. Yo soy Martín y mi amiga es Xenia. Somos tus amigos humanos —contestó y se adentró hacia el túnel que iba por el subterráneo—. Cuídala, ¿sí?


—Está bien. Lo haré. Llévate esto —le ofreció una lámpara pequeña y cuadrada que sacó del bolsillo enorme de su atuendo.


Martín la aceptó y le regaló una sonrisa de agradecimiento. Siguió el camino correcto y escuchó que la puerta se cerró detrás. Tenía una teoría sobre por qué otros sufrían dolores de cabeza intensos cada que indagaban en un pasado reciente. Probablemente era Corrupción quien los alteraba y los dañaba. Si era así, ¿por qué a mí no? Esa seguía siendo la incógnita más inusual.


Cruzó los túneles marcados con un símbolo que indicaban el camino hacia lo que fue el territorio de Nybath, la Señora del Conocimiento. Por unos minutos, su mente vagó en ese Terror, quien habitó en una catedral antigua. Recordó el enfrentamiento y la conversación que tuvo con Xenia. Sonrió, pues le parecía que ella tenía mucha valentía, lo que él no. Por muchos años, se vio a sí mismo como un niño abandonado y desdichado. Creyó que jamás volvería a sonreír y que nunca experimentaría una vida plena. Sin embargo, gracias a su mejor amiga comenzó a creer algo distinto. Disfrutó de muchos momentos agradables y descubrió que la vida podía seguir, a pesar de que sus padres ya no estaban vivos. Luego, cuando conoció a Lillie, quien se hizo pasar por Liam, comprendió algo totalmente nuevo. Por mucho tiempo, se ilusionó con una vida tranquila en compañía de Xenia. Idealizó una familia y una relación perfecta con ella, pero ahora sabía que jamás sería posible. Xenia no sentía lo mismo por él. Y estaba bien. Aunque dolía, sabía que eran sentimientos propios y que ella no estaba obligada a responderlos. Por eso, aceptó su amistad y le bastaba con ello.


Cuando llegó a la salida indicada, subió unas escaleras de emergencia y salió por un cráter enorme. Escaló con ayuda de los escombros y se quedó parado frente al edificio destrozado que alguna vez fue la catedral de Nybath.


Corrupción no puede cambiar el panorama físico por completo. ¿Será un buen indicio?, se preguntó.


Avanzó hacia el noreste y buscó el círculo de convocación que representaba al Mercante de los Malditos. No se equivocó, pues vio un dibujo en el suelo que resplandeció ante su presencia.


—¡Saludos, huma…! —el demonio detuvo sus frases, mientras aparecía del suelo, como si saliera de algún líquido, puesto que su cuerpo traspasaba el pavimento gracias al círculo mágico.


Tenía los cuernos vendados, la piel chupada hasta los huesos, los ojos resplandecientes de un color verde, las manos huesudas y adornadas por anillos hermosos. No tenía labios, por lo que sus dientes lo hacían lucir horrendo y espeluznante. Además, sus piernas y pies no se veían debido a la falda larga y negra que lo cubrían. En su torso traía un poncho hecho de joyas de oro, que hacía juego con el cinturón donde mantenía libros, pócimas y un maletín con más artilugios de alto valor.


—Me recuerdas —sonrió Martín, al reconocer su rostro serio.


—¿Qué carajos estás haciendo aquí?


—Es un alivio verte, Vozzach. Es un alivio saber que me recuerdas —insistió el chico, con lágrimas en los ojos y una mueca de felicidad.


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