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Single Lady por YukaKyo

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Notas del capitulo:

Single Lady

 

 

 

Debes de saber que, Fullmetal Alchemist O El Alquimista De Acero  es © de Hiromu Arakawa, Square Enix, MBS, ANX, Bones.

 

Y que yo soy YukaKyo la creadora de este escrito y el © es de mi Propia Autoría.

 

Con la pareja Roy x Ed. 

 

También que quiero que recuerden la  LIE (Ley de Intercambios Equivalentes) Un capitulo por los reviews que me den.

 

Mi beta es fayirenoongaku 

 

Dedico este fic a : Elen-sess, donde quiera que estés linda, esto es únicamente para ti.

 

Y como ultimo, que este fic es una adaptación de La Nueva Alianza de Midhiel,. Y por si no les queda claro con lo anterior. La autora me dio su AUTORIZACION para hacerlo, de no ser así este fic no se hubiese hecho nunca.  

 

Single Lady

Single Lady

 

Debes de saber que,  Fullmetal Alchemist, El alquimista de Acero o Hagane no Renkinjutsushi (鋼の錬金術師) o también Hagaren (ハガレン),  es © de Hiromu Arakawa, Square Enix, MBS, ANX, Bones.

Y que yo soy YukaKyo la autora de este escrito y el © es mi Propia Autoría. Y este fic es Exclusivo para Amor Yaoi

Con la pareja Roy x Ed.  Oh, si y por si no se habían dado cuenta en el sumary, pues habrá, male pregnancy, ash!

También que No pretendo obtener nada a cambio, solamente unos pocos comentarios gentiles y otros mas no tanto, de los lectores que me sigan. Así que… Oh gran Vaca de los calzones blancos! No tengo nada en contra tuya! Y mucho menos espero retribución alguna de la  LIE (Ley de Intercambios Equivalentes)

Y como ultimo, que este fic esta basado en la historia La Nueva Alianza de la autora Midhiel, y es su adaptación.

 

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“Únicamente para ti… con todo mi desprecio”

 

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2- La Despedida

 

Estaba apunto de oscurecer, aun así los rojizos rayos del sol mortuorio se negaban a morir del todo, coloreando de intenso carmesí todo lo que tocaban. El taciturno camposanto en el que se encontraba no era la excepción a aquello e incluso lo tocaban a él, quien en silencio y con los ojos cerrados, murmuraba en la soledad de su mente una hermosa plegaria. Más fue interrumpido cuando las fuertes pisadas que conocía mas que bien, terminaron a una prudente distancia de él.

 

Abrió los ojos y tras girar levemente el rostro, logró enfocarlo a través de sus gafas. El viento fuerte le volaba la larga trenza rubia y remolineaba tras su espalda el sobretodo rojo que se había vuelto su prenda incambiable a solo unos días antes de que estallara la guerra.

 

El gesto molesto en su rostro se suavizo cuando sus ojos dorados dejaron de observarlo para desviar su vista a un lado, concentrándose ahora en recorrer un par de lapidas frente a ellos. Dolido frunció el entrecejo y le dio la impresión de haberlo escuchado murmurar una disculpa antes de volver su vista a él nuevamente colérico.

 

— Quieres decirme ¿Qué mierda es esto? — grito arrojándole un papel fino, arrugado y roto de algunas partes. No necesito leerlo para saber lo que contenía en su interior. El mismo príncipe lo gritaba a los cuatro vientos con tan solo mirarle a la cara.

 

El rey Hohenheim de la Luz sonrió por lo bajo ante su hijo el príncipe Edward. Había reaccionado como justo creyó que lo haría, aunque aun odiaba cuando era tan majadero cada vez que hablaba. No hablaba con la etiqueta correspondiente para el príncipe que era.

 

— La resolución de las naciones Aliadas — soltó tranquilo, aun sujetando el papel en sus manos observando el sello de cera roto y gastado en el mismo.

 

— Eso ya lo se, pero quiero que me lo expliques — demando Edward, metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón. Era una mala combinación encabronarse como estaba y aplaudir sus manos para practicar su alquimia

 

— ¿Por qué yo? — escupió resentido mirando a su padre. El mayor de los rubios se detuvo buscando en su cabeza las palabras adecuadas

 

— Has de saber que, la alianza entre las naciones es frágil y en cualquier momento puede romperse. Cualquiera de ellas entraría en guerra para conquistar a las mas débiles, pero si se detienen es por el reino de Amestris que, aunque este aun en ruinas. Renace con fuerza y sí su ejército es fuerte y es capaz de convocar a más naciones para unírseles y gobernarnos a todos — el rubio menor asintió y espero un poco a que el rey que ahora le daba la espalda continuara con aquello.

 

— Por ello, decidimos unirnos para limitar a Amestris. Ese papel roído, es una copia exacta al edicto que se le enviara al rey. En él esta estipulado que la paz entre las naciones continuara indefinidamente, solo cuando el máximo representante del reino de Amestris, despose y engendre un heredero. Es algo simple pero que, tiene la suficiente fuerza para al menos, mantener a raya a su rey y sus posibles deseos de conquista—

 

— De los demás príncipes y princesas, eres entre todos el candidato mas adecuado— Edward frunció el entrecejo al escuchar aquello — La mayoría son débiles y fáciles de manipular. Tú en cambio no te dejaras acallar por los mandatos del Rey Mustang—

 

No iba a dejarse manipular ni acallar por el rey Mustang, pero si por su padre y las demás naciones.

 

¿Acaso estaba de idiota?

 

Nadie iba a decirle que hacer, respecto a su futuro, ni con quien debía de casarse.

 

— Además de todos los príncipes eres el único que puede darle hijos —

 

Ah… también eso.

 

¡Pues estaban más que pendejos!

 

— Crees que lo aceptare así nada más— estalló el príncipe — Estas bien jodido viejo—

 

— Es uno de tus deberes como príncipe — le recordó.

 

— ¡Ni madres!  No lo haré — gruño

 

— ¿Eso quiere decir que estas dispuesto a sacrificar mas vidas inocentes? — pregunto Hohenheim de la Luz, levantando sus brazos abarcando con ello el extenso cementerio que, albergaba a todas las tumbas de aquellos que, habían terminado muertos por aquella guerra.

 

Edward parpadeo entonces, en algún punto de la noche se había quedado dormido y se despertó cuando los primeros rayos de sol, apenas y sugirieron todas las formas ocultas en la oscuridad. El exacto color rojizo de la mañana le había robado la concentración absoluta de lo que hacia y le llevo a revivir una vez mas aquellos recuerdos.

 

Apretó los dientes molesto, incluso en aquellos momentos no podía quitarse de la mente la incomodidad que había sentido al ver con sus ojos una a una de las lapidas que en aquel cementerio había.

 

La noche anterior Edward para nada había dormido. Tan solo se había quedado recostado en la cama mirando hacia el techo pulcramente blanco. Se había obligado a no pensar nada, mas no fue así a los primeros rayos de la mañana. Ese día, Ling y su séquito marcharían una vez más a Rizenbul para traer a Rey y sus más allegados cortesanos, lo mismo pasaría para las demás naciones que quisieran presenciar la boda real entre Amestris y sus naciones.

 

Suspiró, levantándose de la cama. Despacio y sin ganas caminó por la habitación y termino sentado frente al peinador y cerró los ojos con resignación mientras cepillaba su larga cabellera rubia frente al espejo.

 

Después del desayuno, tenia el día completamente ocupado, pensó Ed con sorna, anudando el listón rojizo en la punta de su larga trenza rubia. Tendría el último ensayo de lo que seria su boda, los últimos ajustes de su ajuar y pasaría el resto del día, recorriendo el castillo.

 

Ya había tenido suficiente de quedarse encerrado y no hacer nada.

 

Cuando hubo terminado de arreglarse, se acerco a la ventana que daba a los grandes balcones, la barandilla adornada con plantas trepadoras delimitaba el vació que mostraba y mas allá de los muros que protegían al castillo, la inmensa Cuidad Central.

 

Una cuidad en crecimiento y bulliciosa que era retocada y adornada con múltiples flores olorosas de color blanco. Preparándose para la marcha que darían por la cuidad los reyes cuando se desposasen. Aquel era ahora su nuevo hogar y por dios que iba a conocerlo de pies a cabeza, como conocía a Rizenbul. Seguro.

 

Uno de esos silenciosos sirvientes le llamo atravesando su habitación llegando hasta el balcón, el desayuno estaba mas que servido. Ed asintió y por ultimo tomo su túnica roja del pequeño diván en que la tenía tendida.

 

Ese seria el último desayuno que tendría con Ling.

 

Mas tarde comenzaría con lo que faltaba.

 

† “•” †

 

— Le pido que acepte las disculpas príncipe Edward, el rey tuvo asuntos importantes que atender esta mañana y…—

 

— General de Brigada, guarde sus disculpas que de memoria me las sé — le interrumpió el príncipe y Maes tuvo que ver como el joven Yao movía la cabeza negativamente — En verdad no son necesarias —

 

— Aun así alteza — Volvió a insistir Maes, rebuscando nuevas palabras en su cabeza.

 

— Por favor General déjelo y permítame unos minutos para despedirme de mi amigo —

 

—  En verdad que ese hombre no te merece – suspiró, decepcionado cuando les hubo dejado solos. Ed solo bajo la mirada sereno.

 

— Deberías de dejar todo esto y volver conmigo a Rizenbul o mí reino, cualquier lugar a donde quieras ir — Ed negó suavemente a las palabras del pelinegro.

 

— En pocos días me casaré con él —

 

— ¿Aun después de todo lo harás? Ya has visto que le eres indiferente y que no le interesas —  exclamó Ling acercándose al rubio— Cuando se casen estoy seguro que nada de esto cambiara —

 

— Pero Ling, entiende que no hago nada de esto por el rey. Tengo motivos mucho mas fuertes y por los cuales, la indeferencia del bastardo no me hará ceder — El Príncipe lo miró con la determinación impresa en el rostro — Hay demasiadas cosas que me unen ahora a Amestris y a su rey —

 

— Ed —

 

— Píensalo Ling, si me niego o se niega, otra guerra se desatara y creéme que no quiero que algo así suceda. Al menos no por mi causa —

 

— No soportaras una vida así — trato de hacerle entrar en razón el azabache — Todo esto te hará mas daño Ed — murmuro dolido Ling y con voz suave y calmada continuo 

 

— Déjalo Ed y vuelve conmigo, aun mi propuesta sigue en pie— apenas susurro sujetando una de las manos del rubio levantándola hacia su rostro, para depositar un beso tibio en los nudillos desnudos de Ed.

 

— Ya no puedo aceptarte Ling—  Edward sintió los latidos tenues de su corazón dolido — Ahora le pertenezco al reino de Amestris —

 

El pelinegro lo acepto muy a su pesar.

 

— En unas horas partiremos de nuevo a Rizenbul. Llevare a tu gente de nuevo a tu reino y le comunicaré a tu padre de la boda para que venga junto con las demás naciones — musito mirándolo fijamente

 

— Esta bien —acepto Ed sonriendo levemente— Entonces ¿Nos veremos en unos días más? —

 

— No — siseo serio Ling, aun sin soltar la mano del chico — No quiero estar presente el día de tu boda —

 

— Ling…— el rubio aparto sus ojos coloreando levemente sus mejillas de rosa. — Yo… entiendo—

 

— No Ed… no lo haces — le explico el pelinegro dolido — Si lo hicieras, me escogerías a mí y no a Mustang —

 

Ed se quedo callado y no se resistió cuando su mano y cuerpo fueron atraídas por el pelinegro que lo estrecho en sus brazos. Lo vio inclinarse hacia él y solamente pudo cerrar los ojos esperando que sus labios lo tocaran. Fue lento, suave y dolido, el beso que le pelinegro le deposito en la mejilla, casi muy cerca de la comisura de sus labios.

 

Ling Yao lo soltó de pronto y en ningún momento volvió a mirarlo mientras se acercaba a la puerta, para irse de su vida. El rubio solo pudo cerrar los ojos y derramar una pequeña lagrima cuando la puerta rebotó cerrándose dejándolo solo en un completo silencio.

 

† “•” †

 

Roy suspiró realmente cansado y se relajo en el sillón. Se masajeó un poco las sienes, mientras despeinaba su cabellera pulcramente peinada hacia atrás, revolviendo sus mechones dejándolos desordenados muy a su gusto, aun era temprano y seguramente aun el príncipe debía de estar disfrutando su desayuno. Con determinación se levanto de la silla y se acerco a la puerta para dirigirse al comedor real. Había optado por acompañar al príncipe, aunque fuera en aquel desayuno.

 

Después de todo, era obligación suya, hacer un poco más llevadera la estancia del príncipe en su castillo y un poco más soportable la idea de tenerlo ahí. Si dios se apiadaba de él, compartiría la mesa a lo mucho con Maes y tal vez ese joven Yao.

 

Roy caminaba lo más veloz que podía. Giro levemente por uno de los pasillos dirigiéndose al comedor. Se había topado con Maes algunos minutos atrás y si este no se equivocaba, tal vez el príncipe Edward aun estuviera ahí, despidiéndose de sus gentes. Se detuvo en la enorme puerta blanca que protegía el salón y le pareció extraño que no se escuchara el bullicio de varias personas conversando dentro.

 

Levanto una de sus manos para tocar la puerta mas de detuvo en el acto. El era el rey de Amestris y más aun de ese castillo. No tenía porque tocar la puerta para entrar en cualquier habitación de ese lugar que le pertenecía.

 

La puerta se abrió con un leve empujón y entonces el paso que apenas y había dado, lo dejo una vez más detenido bajo el umbral de la puerta. Ahí solo había dos personas. El príncipe Edward y el príncipe Ling uno cerca de otro. Roy iba a decir algo, mas solo se quedo con los labios abiertos.

 

— No quiero estar presente el día de tu boda — escucho aquello de los labios del mayor de ellos. Los ojos oscuros dolidos ensañándose en los dorados del chico. Fue un breve momento pero pudo ver como los ojos de Edward se humedecían en resignación.

 

— Ling… yo entiendo — apenas y lo tartamudeo el rubio mordiéndose los labios rosados y sin poderlo soportar mas aparto sus ojos coloreando levemente sus mejillas de rosa.

 

— No, no entiendes — el agarre de los dedos sobre la mano del rubio se volvió mas intenso al igual que el tono del pelinegro — Si lo hicieras, me escogerías a mí y no a Mustang —

 

Una sonrisa socarrona se dibujo en los labios del rey, jubiloso por aquello. El pequeño príncipe rubio lo había escogido a él por sobre todas las cosas. Al menos en eso aquel príncipe pelinegro no podía ocupar su lugar.

 

Pasaron varios segundos incómodos y decidió que era momento de interrumpir la despedida, mas volvió a quedarse en su sitio cuando vio aquello. El rubio, había sido jalado hacia el pelinegro. Justo de la misma manera en que él alguna vez había atraído hacia su cuerpo a Riza. Conocía el movimiento y conocía su fin. No tardo nada en presentarse el cuerpo inclinado del pelinegro, sobre el pequeño rubio y entonces, no supo más. Seguramente habían terminado besándose.

 

Dio vuelta a sus pasos y la puerta se cerro tras de él.

 

Ese Yao estaba en las mismas que él. Estaba enamorado del príncipe Edward.  Con un poco de suerte y tal vez pudiera convencer al rubio de seguirse viendo. Algo que, no había logrado él con Riza y si así era, haría todo lo posible para que la rubia aceptara seguir con él. Después de todo, dudaba que la rubia viera con malos ojos el volver, si Edward hacia lo mismo con el pelinegro Yao.

 

† “•” †

 

Medio día ya, las horas habían pasado demasiado rápido. Se le había partido al corazón ver marcharse a toda su gente. Pero el dolor aumentó cuando el pelinegro, su mas querido amigo, en ninguna ocasión se volvió para mirarle desde que salio del comedor. Se había mordido la lengua varias veces y había hecho todo el esfuerzo del mundo por no correr a su lado para largarse.

 

No había sido cobarde nunca y esta no seria la primera vez para aquello.

 

Una mano calida se había posado sobre su hombro consolándole y se había encontrado con un rostro extraño. Un sirviente más que tal vez, se había conmovido al verlo reprimir las lágrimas y soltar algunos lastimosos quejidos, mas no hubo palabra alguna de aliento.

 

En completo silencio les siguió hacia las habitaciones del sastre y ahí había perdido las horas, entre hilos, sedas y rasitos. Se había hecho varios cambios de ropa y se había dejado hacer, bajo los mandatos del modisto que lanzaba ordenes a diestra y siniestra cambiándolo. Había que sacar toda la belleza del príncipe y acentuarla con las telas correctas.

 

Lo que seguía era el último ensayo en la Catedral Central y esta vez tendría que hacerlo solo, pues Lin no estaría ahí, tomando el lugar del rey.

 

Una carroza blanca lo esperaba a la entrada del castillo y fue en la misma transportado por las empedradas calles de central. Odió el hecho de que las ventanas estuvieran cubiertas a muerte por telas oscuras, impidiéndole admirar la belleza de la central, pero fue olvidado todo aquello cuando la puerta se abrió y dejo ante sus ojos la sobria construcción de la catedral.

 

La hermosa cantera rosa brillaba clara, casi blanca con la luz solar y las hermosas contexturas a mano, que recorrían los muros de la misma, se detallaban con un nuevo relieve cada vez que pasaba sus ojos por los mismos lugares, de casualidad.

 

Su nariz fue asaltada entonces con la dulce fragancia de las orquídeas frescas, colgantes de los adornos que recién ponían, blancas y llamativas con sus enormes pétalos sencillos y las esponjillas añadiéndole color y cuerpo a los racimos de hermosos lazos de seda y oro.

 

Estar finalmente ensayando en la catedral, era sencillamente lo mas ideal y perfecto, a ensayar en los salones de ceremonias del castillo. Aunque al mismo tiempo, el estar en la catedral, le otorgaba un poco más de realismo y a la vez una excesiva carga emocional que el rubio, apenas y podía controlar.

 

Eso sin contar que el rey no estaba ahí, ya que si hubiese asistido, estaba seguro, habría repetido muchísimas veces mas los pasos para la ceremonia real.

 

Temblando levemente, repitió sus votos despacio para que las frases no se le olvidaran. El cardenal no estaba frente a él escuchando, pero el joven monaguillo lograba ponerlo mas nervioso, cuando se le escapaba una pequeña risilla cada vez que tartamudeaba las frases o terminaba diciendo algo sin sentido.

 

Ed se mordió la lengua, seguramente el rey lo odiaría, si en la ceremonia verdadera tartamudeaba aunque fuese un poco.

 

— Alteza , hemos concluido el ensayo —

 

Edward suspiro aliviado y con gentileza y dulzura correspondió a los saludos y las despedidas de la comitiva de la catedral y encamino en silencio una vez más su regreso al castillo. Y una vez ahí, se despidió de la servidumbre y con toda la autoridad que le había sido conferida, pidió que le dejasen solo.

 

Daría una caminata por los pasillos y las habitaciones del castillo. Algo para lo que, no necesitaba todo un ejército de sirvientes que le acompañan. Sabía de sobra que por ningún motivo, visitaría las oficinas reales o cualquier otra estancia donde el rey estuviera.

 

Ahora era él a quien no le daba la gana de ver al rey.

 

Los corredores eran largos y en la mayoría de estos las habitaciones se encontraban vacías. Polvo y muebles viejos se amontonaban en las esquinas, otros más estaban pulcramente limpios, aunque vacíos y otros mas como el último que había abierto, tan solo mostraban una laca blanca cubriendo las paredes.

 

Parecía como si el ala norte del fortín nunca hubiese sido utilizada.

 

En cambio el ala oeste era la más rica de todas. La mayoría de las habitaciones mostraba una decoración austera y digna del rey y sus vasallos. Un cuarto de armas, el salón de descanso y otra área recreativa. Mas al final del pasillo, un enorme salón de música se encontraba. Podía escuchar la gente armonizando sus voces, instrumentos musicales acompañándoles en una sincronía totalmente hermosa.

 

No entro al recinto y solo se entretuvo por algunos segundos escuchando un poco de aquella pieza armoniosa que las voces y los instrumentos de viento creaban.

 

Giro en un pequeño corredor, que lo llevo a otro desprovisto de puertas. El andar se le había hecho interminable hasta que al fin, una puerta enorme de madera vieja y descuidada, se dibujo a sus ojos. Como picaporte, una vieja cabeza de león ya desgastada e irreconocible se erguía. Edward empujo con fuerza, demasiada, mas de la que hubiese sido necesaria para abrir. Pero que le había parecido la correcta con las dimensiones de la puerta y lo que a sus ojos pesaba.

 

Trastabillo un poco, pero evito el caerse echando una de sus piernas al frente.

 

Una cegadora luz le pego de frente a los ojos y no pudo mas que cerrarlos por mero impulso. Fue abriéndolos poco a poco hasta adaptarse a la luz y entonces que noto de donde provenía toda la luz que lo había cegado. Unos vitrales inmensos, junto con las ventanas infinitas, proveían de resplandeciente sol la estancia completa. Evitando que, algún rincón quedara en oscuras sombras.

 

Los ojos de Edward se abrieron extasiados al notar los innumerables estantes que aunque viejos, lograban sostener en sus maderos, numerosos y gruesos libros de multicolores pastas. Libros, cientos de ellos. Tardaría semanas en tan solo recorrer los estantes para leer en los lomos los títulos de los libros que contenían.

 

Definitivamente en aquel lugar, jamás se aburriría.

 

— ¡Hay no! — escucho de pronto y su cabeza se giro con rapidez hacia donde había escuchado la voz femenina preocupada. En unos estantes alejados a el a su izquierda, si no se equivocaba.

 

Escucho un crujido y luego, una tabla cayendo junto con numerosos golpes, seguidos de libros cayendo. Edward apuro el paso y se detuvo cuando un grueso volumen de estudios químicos se deslizo hasta la punta de sus oscuras botas.

 

— ¡Esto cada vez es peor! ¡Así nunca terminare con lo encomendado! —

 

Levanto los ojos de la obra y entonces vio los libros desperdigados y a la pobre muchacha que apenas y podía sostenerse en pie mientras cargaba una pila enorme de mas volúmenes con ojos llorosos. El rubio se agacho para recoger el texto y con el en la mano se acerco a la joven.

 

— Hola — saludo, siendo ignorado por algunos segundos por la muchacha de cabellos cortos y castaño crespo que aun seguía lamentándose. Por un breve momento lo vio y se apresuro a colocar en el suelo todos los libros que llevaba.

 

— ¡Ah! Hola y disculpa todo el desorden — la joven entonces se acomodo los armazones redondos de gruesos lentes que se resbalaban por el tabique nasal. Con un ligero sonrojo noto como el recién llegado dejaba de verla para mirar los libros tirados en el suelo.

 

— ¿Puedo ayudarte? — pregunto, mas no espero respuesta, pues inmediatamente se había arrodillado para acomodar las obras en largas finas que subían del suelo.

 

— Si no te causa mucha molestia — se obligo a decir la castaña arrodillándose también al suelo, levantando textos como el rubio.

 

Después de algunos minutos, varias filas de libros y palmadas suaves sobre las ropas para retirarles el polvo, los dos jóvenes habían terminado. Sentados sobre una pileta de libros hablaban de nada y un poco a la vez, hasta que el joven de dorada mirada volvió a levantarse admirando el inmenso cuarto.

 

— Es inmensa esta biblioteca —

 

— Si que lo es, aunque por ahora es engañosa — soltó Shezka suspirando aun sentada en su torre de libros.

 

— ¿Engañosa?— pregunto Edward, notando por primera vez el atuendo de la joven. Era el traje azul clásico de la milicia de Amestris, aunque el femenino y la chica no llevaba estrella alguna o franja sobre el mismo. Tal vez y se tratara de alguna empleada de oficina del ejercito.

 

— Sí, tan solo las primeras filas de estantes están llenas de libros, las demás esta vacías o llenas de polvo. Durante la guerra, todo el acerbo cultural del castillo, de esta biblioteca para ser más exacto, fue saqueado o reducido a cenizas —

 

— Es una verdadera lastima — reconoció Ed dolido, importantes conocimientos perdidos para siempre.

 

— Aunque ahora yo me encargare de volverla a revivir, es la encomienda que se me ha mandado — señalo orgullosa la castaña — Puedo viajar por toda Amestris y las demás ciudades lejanas para traer los mas interesantes libros y llenar la biblioteca —

 

— Y todos los primeros estantes aquí llenos, es el esfuerzo de dos semanas de intensas búsquedas —

 

— Increíble — señalo Edward, por lo menos había mil libros ya en aquella biblioteca. Shezka suspiro decepcionada una vez más y el rubio lo noto enseguida.

 

— ¿Qué sucede Shezka? —

 

— Casi nada, los libros llegan más y más cada día, pero, los viejos libreros al parecer no están dispuestos a tenerlos sobre ellos. ¡Se rompen! Su madera es vieja y necesita reparaciones —

 

— ¡Eso puede arreglarse! —

 

— Lo sé, pero queda tan poco tiempo y con los preparativos de la boda real, no hay un solo ayudante que pueda venir y reparar las maderas. ¡Fallare a esta encomienda sin remedio alguno! —

 

— ¡Oh vamos claro que no fallaras! — trato de calmarla Edward, dándole ánimos.

 

— ¡Claro que fallare! ¡No hay forma de repararlos rápidamente! — volvió a soltar la chica, abriendo su boca y que de la misma un fantasmilla de su persona saliera.

 

— ¡Claro que la hay! — soltó el rubio decidido acercándose al estante, con una de sus manos toco la superficie y con sus ojos dorados, calculo todo el daño y la reparación necesaria que se utilizaría.

 

Por el método tradicional harían falta maderos nuevos y clavos, muchos de ellos.

 

Pero por su método…

 

Sus rosados labios dibujaron una sonrisa burlona de autosuficiencia, por su método solo bastaba…

 

Un aplauso

 

— ¿De que forma Edward? — pregunto Shezka levantándose y dirigiéndose al rubio consternada. Lo vio levantar ambas manos y posicionarlas a la altura de sus pequeños hombros cubiertos con la capa roja. 

 

— ¡De esta! — termino aplaudiendo para luego posar ambas palmas sobre los maderos. El fulgor blanco de incontables rayos plateados recorrieron la madera y reverberaron cada fibra transformando cada pequeña hebra.

 

— ¡Alquimia! — dijo la castaña reconociendo aquello, con ojos brillantes, poco le falto para saltar de gusto y abalanzarse sobre el rubio en un cariñoso abrazo — ¡Eres alquimista! —

 

— Ajá —

 

El rubio nunca se había jactado de sus habilidades, mas concentrado estaba en inspeccionar que la reparación fuese exitosa, que en los elogios que la castaña podría brindarle. La madera brillaba como nueva y lacada. Se inclino a tomar varios libros y después de llenar el estante y que este resistiera el peso, fue entonces que quedo satisfecho con su trabajo.

 

— ¡Estoy salvada! Con esto se podrá terminar a tiempo—

 

— Muchas gracias Edward — musito la castaña, mirando con verdadero agradecimiento al rubio.

 

— ¡De nada! — soltó Ed, con un ligero rosa en las mejillas. Y curioso noto como la joven se acomodaba las gafas y después tronaba cada uno de sus dedos y arremangaba las mangas del saco azul militar.

 

— Bien, entonces tú reparas los estantes y yo selecciono y acomodo cada libro y enciclopedia —

 

— ¡Dalo por hecho! — soltó Ed, preparándose también para trabajar en ello.

 

Finalmente había encontrado algo de provecho para gastar su tiempo y de paso, olvidarse en aquella biblioteca del inminente destino incierto que le esperaba en el castillo.

 

Y era mejor así.

 

¡Mucho mejor!

† “•” †

 

TBC…

N de Y: Ala, aquí el segundo capitulo, un poquitín más largo. Nos vemos aquí en unos diítas mas! Byeeee.

 

Si te gusto… no solo lo insinúes. Dímelo! =)

 

 

 

 

 


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