Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Fango por Cafe Amargo

[Reviews - 35]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Días ocupados, no podría agregar más. Pasen un buen día y que el capítulo sea de su agrado.

Capítulo Siete

Tsunade se instaló frente a la ventana, corriendo delicadamente las cortinas con los dedos y las cejas fruncidas. Naruto estaba tardándose demasiado en regresar y ni siquiera se había tomado la molestia en llamarla, para así asegurarle que todo estaba bien.

-Deja de preocuparte. No es la primera vez que hace eso -Jiraiya se hundió más en el sofá, acomodándose el cojín tras la espalda. Tsunade giró sobre sus tobillos, mirándolo con reproche.

-¿Y? Eso no hará que me preocupe menos cada vez que pase.

-Deja de quejarte. Tú tienes la culpa de que haya salido de casa.

Tsunade cruzó los brazos, girándose de nuevo hacia la ventana; evitando a toda costa esa conversación. Jiraiya suspiró, alargando la mano derecha hasta la mesa frente a él y sujetó firmemente el control remoto. Cuando presionó el botón rojo de encendido, la pantalla se iluminó, mostrando lo que parecía una película de ciencia ficción. La rubia pegó la frente a la ventana, moviendo sus ojos a los lados, deseando que Naruto apareciera por una de las esquinas en ese momento.

Jiraiya puso los ojos en blanco, cambiando rápidamente los canales sin prestarle real interés a alguno de ellos. Sabía que la preocupación de Tsunade era algo natural, dado que ese niño era lo único, junto a él y Shizune, que le quedaba en la vida. Ella le había mencionado hace mucho tiempo, cuando aún eran solamente amigos, que su hermano pequeño Nawaki y hasta ese entonces, el amor de su vida, Dan, murieron cruelmente en medio de una estúpida lucha entre pandilleros. Ella jamás quiso dar detalles y el nunca se los pidió.

Por esa razón no le sorprendía verla ahí; pegada a la ventana con los brazos cruzados, esperando que Naruto apareciera con su sonrisa iluminando la casa como lo haría un sol en miniatura.

Después de unos segundos en el que sólo se escuchó el leve parloteo de la televisión, repentinamente el teléfono comenzó a timbrar con insistencia.

Tsunade no se despegó de la ventana, así que Jiraiya, tras un resoplido lleno de fastidio, gateó entre los cojines del sofá y tomó el teléfono inalámbrico de la mesa de luz, al otro lado del sillón.

-¿Quién es?

-Y dices que soy un grosero irrespetuoso y no sé que más... ¡Deberías escucharte antes de criticarme, viejo!

-Ah, Naruto -sopló Jiraiya, entonando el nombre del rubio más fuerte a propósito para que Tsunade lo escuchara. Funcionó. Al instante la mujer estaba a su lado, tratando de quitarle el teléfono de las manos-. Deja tus bromitas para después. ¿Dónde estás?

-Aquí, en la casa de Sasuke. Hablé para avisarles que me voy a quedar acá hasta más tarde. La mamá de Sasuke está preparando una comida deliciosa y me invitó. Ya me harté de comer las sobras como siempre allá con ustedes dos -Jiraiya escuchó vagamente la risa liviana de Mikoto e inevitablemente se sonrojó de vergüenza.

-¡No seas mentiroso, enano! ¡Nosotros no comemos sobras!

-Ya, ya. No es como si la mamá de Sasuke fuera a criticarlos o algo así. Pues yo nada más hablé para eso, los veo más tarde -le comunicó el rubio, rascándose la parte inferior de la espalda como un simio. Mikoto volvió a reír mientras veía los bizcochos frente a ella, imaginándose las caras de los familiares de ese muchachito al otro lado de la línea.

-¿Y quién te ha dado permiso, niño malcriado? -ahora escuchó la voz furiosa de Tsunade y el resoplido rendido de su padrino. Al parecer había logrado arrebatarle el teléfono. Suspiró, preparándose para el sermón que vendría a continuación-. ¡Nos tenías preocupados!

-No me pasará nada. Obligaré a Sasuke que me acompañe a casa después de comer. Tampoco es para tanto.

-¿Qué no es para tanto? Eres un niño testarudo. Ya llevas más de tres horas perdido y apenas te has dignado a hablarnos -Tsunade suspiró, recargándose en el sofá con gesto cansado-. Deja de hacer tus numeritos y regrésate a casa ya.

-No puedo -Naruto bajó la voz, esperando que Mikoto no lo escuchara-. Sasuke necesita mi ayuda. Regresaré más tarde, te lo prometo.

-Naruto, te he dich-

-No seas así -insistió con voz grave-. Regresaré en un par de horas a casa, ya se los dije.

-Apenas eres un niño y se supone que tienes que obedecerme. Eres un caso perdido -le comentó agotada, soltándole un suspiro al final.

-Neh, entonces... ¿eso es un sí?

-No esperaré más, Naruto, te lo advierto. Dejaré de comprarte sopas instantáneas como vuelvas a desobedecerme y estoy hablando y amenazándote en serio.

-Sí, sí, sí. Lo que digas -respondió con fastidio, cansado de tantos chantajes-. Ya nada más falta que me pongas un collar al cuello y me pongas uno de esos localizadores de personas.

-¡Naruto!

-Lo sé, me pasé -reconoció, metiendo el dedo índice en el canalillo del oído lastimado. Tsunade había chillado su nombre bastante fuerte. Bufando, se colocó el teléfono en la otra oreja, retomando el habla con un tono lleno de fastidio e indignación-. Pero eso está de más. Te prometí que lo iba a ser, ¿no? ¡Confía en mí!

Tsunade se escurrió en el asiento, con una mueca a medio camino de la rabia y la comprensión. ¿Cuántas veces le había dicho ya lo mismo? Estafada tantas veces como para que fuera capaz de dudar en su palabra, se contestó. Suspiró, frotándose el puente de la nariz, mientras Jiraiya le arrebataba cuidadosamente el teléfono de las manos.

-Estamos hablando en serio. Te queremos aquí a las seis en punto -la voz de Jiraiya sonó inusualmente seria. El rubio volvió a contestarle que dejara de amenazarlo y que sí estaría con ellos antes de la hora de la cena.

-Bien.

-Y ni se les ocurra hacer cosas pervertidas -agregó Naruto, curveando una sonrisa entre juguetona y maliciosa al otro lado de la línea, tratando de quitarle hierro al asunto-;...regresaré pronto.

Y dicho eso colgó, encajando cuidadosamente el teléfono negro contra la base pegada en la pared. A varias casas de ahí, un Jiraiya colorado suspiró con resignación, pasándole el aparato a su esposa para que lo depositara en su sitio. Una vez que Tsunade cumplió, giró sobre sí misma, mirando al hombre con firmeza. Después de un pequeño silencio, y bastante interesada en el bochorno carmesí que teñía el rostro del otro, preguntó en tono malicioso, sabiendo de antemano lo que había sucedido:

-¿Qué más te dijo?

Jiraiya se hizo el desentendido, cogiendo una vieja revista del suelo y clavando sus ojos entre los cuadros de colores. Tsunade se carcajeó con burla.

-Eres un pervertido y aún así te comportas como un mojigato cuando Naruto te dice algo sobre el tema. Eres un quisquilloso.

El hombre frunció el ceño, disponiéndose a ignorarla y leer uno de los artículos amarillistas que estaban en sus manos. Cuando hundió la mirada en una fotografía de una mujer bastante hermosa, la depravada sonrisa se estiró sobre su boca. La rubia apoyó su espalda en el respaldo mullido del sofá, estirando los brazos por arriba de la cabeza en un intento por relajarse.

Alzando la cabeza hasta reposar la nuca al filo del sillón, se preguntaba qué era lo que estaría haciendo ese niño con Sasuke. Quizá había sido algo imprudente dejarse llevar por su inquietud y soltarle así nada más lo que pensaba de su relación amistosa con él, pero no se arrepentía en lo más mínimo. Así dejaba de lado las hipocresías. Ese niño no le caía bien y lo soportaba solamente porque Naruto era bastante feliz con él.

...pero no permitiría jamás que ese Sasuke le arrebatara la contagiosa alegría a su ahijado. Conocía a Naruto y la tristeza que lo perseguiría si alguna vez pasara por esa situación tan vergonzosa. Por muy egoísta y estúpido que sonara, aún le parecía una abominación que, siendo prácticamente ya unos adolescentes, la gente murmurara cosas romanticonas sobre ellos dos.

No era que le importara mucho lo que dijeran los demás. Ignoraba cada comentario despectivo que hacían sobre su mal hábito alcohólico y de su extraña pasión hacia las apuestas. Pero lo había notado. Y eran muy diferentes los chismes a las verdades. Cuando vio como los ojos negros de Sasuke cambiaban del invierno a la primavera cada vez que veía el rostro sonriente de Naruto entre la multitud, se atragantó con su saliva. Estaba segurísima que dentro de algunos años más, el moreno podría llegar a enamorarse de él sin darse cuenta.

Y eso los dañaría colosalmente. Naruto sufriría por la pérdida de una amistad tan valiosa, y Sasuke se amargaría aún más porque ese alguien que lo hacía sonreír no correspondería jamás a sus sentimientos. Porque Naruto ya estaba enamorado de una niña.

Aquello era más que suficiente para que Sasuke se pusiera un alto, o ella misma se encargaría de exigírselo. No dejaría que nada más lastimara a Naruto. Ya había sufrido bastante desde la muerte de su padre y la extraña desaparición de su madre.

Suspiró una vez más, levantándose un poco del sofá, y recargándose en el hombro de su esposo, mientras éste continuaba leyendo la revista. No tenía nada que hacer hasta que Naruto regresara a casa y los chantajeara a cenar varios paquetes de ramen instantáneo.

Ojalá las manecillas del reloj avanzaran tan rápido como lo hacían cuando jugaba cartas. Ya quería que Naruto atravesara la puerta con su sonrisa de oreja a oreja y su chillido desesperante.

xXx

El silencio era lo suficientemente palpable como para escuchar levemente la plática de Naruto y Mikoto desde la cocina. Itachi y Sasuke estaban sentados en la cama, juntos, sin abrir la boca desde que Naruto salió de la habitación. El más grande aún traía la vieja fotografía entre manos, imaginando a un pequeño niño de seis años abriendo cajones, indagando entre cosméticos y perfumes, en la búsqueda de un preciado tesoro. Y eso lo envolvió de ternura, deseando haber estado ahí en el momento en que había sucedido.

Sasuke se revolvió incómodo en su lugar, aún debatiéndose si salir de la habitación o encaminarse a una conversación. Ambas eran bastante complicadas. Cuando echó un vistazo por el rabillo del ojo a su hermano, pensó que quizás él también estaba en la misma situación; lidiándose entre irse o quedarse igual que él. Y por eso le sorprendió verlo contemplando la fotografía con una sonrisa. El sentimiento de iniciar una pequeña conversación creció. Deseaba fervientemente saciar su apetito de dudas, pero aún no estaba lo suficientemente preparado para restablecer la confianza que alguna vez le tuvo. Aunque, según había entendido en la historia de Itachi y en la intervención del idiota de Naruto, su hermano no tenía la culpa de nada y él lo había acusado injustamente por seis años; la cicatriz se había abierto y cerrado de una manera tan rápida y extraña que seguía tan aturdido como al principio. Pero ahora él se había convertido en un villano sordomudo que nada más le gustaba quejarse del mundo.

Mientras Sasuke reflexionaba, Itachi ahogaba con evidente eficacia una risilla, provocando que la sonrisa que tenía se intensificara. Era patético que después de todo lo que había pasado entre ellos dos, ninguno fuera lo suficiente fuerte para iniciar lo que sería una reconciliación. Quizá podría comenzar el paso, pero ya no tenía nada que decir. Era el turno de Sasuke para hablar.

Cinco minutos pasaron y seguían en silencio. Itachi jugueteaba con los pulgares sin prisa, denotando que la paciencia era una de sus virtudes. Su rostro no demostraba alguna inquietud, pero sí una concentración rítmica hacia sus dedos, mismos que se movían con agilidad entre sus manos.

Sasuke soltó un leve quejido, sintiendo de pronto los párpados pesados. El silencio comenzaba a aburrirlo y el cuerpo cálido de su hermano parecía llamarle para que se recargara contra él, cobijándose en su calor como alguna vez lo hizo cuando era más pequeño. Esperaba que Itachi tomara el habla una vez más, pero no volvió a abrir la boca. Era obvio que esperaba algo de su parte, pero no sabía que decirle. Una plática ligera le parecía absurda y no se creía capaz de contar algunas anécdotas de su pasado. Sería incómodo y doloroso en partes iguales, además que sobraba.

Y no tenía cabeza en ese momento para algo que no involucrara una almohada o una sábana estirada en la cama. Necesitaba descansar de ese día; recuperar las horas de sueño que tenía perdidas.

Itachi se giró levemente cuando sintió un pequeño peso en su hombro. La cabeza de Sasuke se repuso al instante, maldiciéndose así mismo por cometer una estupidez de ese tamaño. Itachi comprendió entonces que Sasuke estaba bastante cansado. Alzando las manos hasta rodear los hombros de su hermano, lo acercó lentamente hacia su pecho.

Sasuke se tensó inmediatamente, separándose de él; con la intención de que Itachi no lo tomara para mal. Aún estaba aturdido y aunque no lo admitiera, avergonzado con sí mismo para dar el borrón y cuenta nueva. No se lo merecía. Aún no.

Itachi hizo señas de comprenderlo, levantándose de la cama y dirigiéndose hasta la puerta. Sasuke, aún en la misma posición, contempló cada uno de sus movimientos, agradeciéndole internamente que fuera tan comprensivo. Susurró por lo bajo un agradecimiento que no sabría con certeza si Itachi habría detectado y, recostándose sin esperar respuesta, se dio la vuelta hasta darle la espalda.

Itachi le respondió con un de nada, abriendo y cerrando la puerta suavemente. Cuando caminó por el pasillo alfombrado, saboreó como un gran peso desaparecía. Y se sintió bastante ligero, como si de pronto la gravedad hubiera desaparecido y se encontrara flotando en el aire. Su cabello negro y largo se balanceaba al compás de sus pasos y entre las hebras de su flequillo, escondida y brillante, la sonrisa creció, extendiéndose más de lo que creía podían estirarse sus labios.

Ahora todo estaba bien. El muro del odio estaba extinguiéndose por fin.

xXx

Después de sacarse el delantal, Mikoto observó con una sonrisa conciliadora a Naruto; mismo que estaba recargado en la pared, mirando disimuladamente hacia las escaleras. Sabía con certeza que Itachi estaba conversando en la habitación con su hijo más joven y que se trataba de un tema delicado. No por nada había escuchado tantos gritos de la planta alta, haciendo ecos en la cocina solitaria en donde estaba. Además, a Naruto parecían bailarle los ojos cuando oía un ruido del segundo piso. Parecía esperar un grito o un escandaloso golpeteo para subir por las escaleras e interferir como todo buen réferi de peleas. Pero la calma era una señal muy conciliadora.

Algo en ese pensamiento la llenó de un goce inexplicable. Su intuición maternal le decía que la tempestad poco a poco estaba disolviéndose y eso fue algo que logró hacerla suspirar de alivio. Observó como Naruto se encaminó hacia la sala, aburrido, y, como si se tratara de su propia casa, tomaba el control remoto mientras se tumbaba descuidadamente en el extenso sofá aperlado.

Volvió su vista al delantal blanco que traía entre manos. Definitivamente Sasuke y él eran muy diferentes. Cuando visitaban a un familiar lejano, Sasuke difícilmente abandonaba el sillón en donde se había sentado desde un principio.

-¿Quieres café? -Mikoto se encaminó al estante, mientras doblaba el delantal y lo metía en uno de los cajones.

-No, gracias. Así estoy bien -respondió, buscando algo interesante en la televisión. Se detuvo en un comercial, donde promocionaban los precios de un colorido restaurante japonés. Y casi le gruñó el estómago en protesta cuando el ingenioso camarógrafo enfocó un platillo de barbacoa coreana. Ahora ya no podía esperar para la hora de la comida-. Err... pero uno de esos panecillos que tiene en la mesa no me sentarían para nada mal.

Mikoto se recogió el cabello con la liga que cautelosamente se había atorado en su muñeca y mientras maniobraba el cabello entre la cinta elástica, respondió al adolescente que se lo llevaría en unos segundos.

Más conforme, Naruto se hundió en el sofá al tiempo que apagaba la televisión, presionando con el dedo índice el único botón rojo del control remoto. Giró la cara y estiró un poco el cuello, clavando sus ojos azules en el elegante barandal de madera que rodeaba las escaleras, esperando encontrarse con un par de piernas enfundadas en pantalones negros. Al no ver nada, y después de inflar sus mejillas en un gesto aburrido, deslizó su espalda hasta que ella quedó donde antes había estado su trasero. Si Itachi no hubiera subido a la habitación de Sasuke, aún se encontraría en la cama, durmiendo frente a la espalda del bastardo. Los dos juntos.

Casi dio un brinco cuando comprobó que deseaba estar recostado con Sasuke en ese momento y que por poco maldecía que Itachi se armara de valor para hablar con él en ese instante. Levantó su mano, encogiéndola en un puño y estampándola fuertemente contra su otro brazo. Era un completo imbécil por pensar esas tonterías. Que Sasuke y su hermano se contentaran era muchísimo más importante que una tonta y pequeña siesta junto al amargado de su mejor amigo.

-...te traje solamente dos panes y algo de leche. Después se te quitará el hambre para la comida.

Naruto se estremeció al escuchar la voz de una Mikoto sonriente, que ya tenía entre manos un vaso con leche y dos esponjosos bizcochos salpicados de chocolate, debajo de un plato de porcelana. Todo cuanto tenía que ver con Sasuke en su mente se borró al instante. Acomodándose en el sofá y concentrándose únicamente en el cálido y delicioso vapor que desprendían los panes, recordó que aún tenía hambre. La mujer rió entre dientes por la mueca bobalicona y graciosa que ahora se coloreaba en el rostro del rubio. Le pasó cuidadosamente el vaso de vidrio hasta que Naruto lo tomó en su mano y después le colocó el plato arriba de los muslos.

Mikoto rió una vez más y se alejó por el pasillo, diciéndole a Naruto que estaría en su alcoba viendo la televisión hasta que Fugaku llegara a casa. El rubio cabeceó, no siendo consciente que Mikoto ya había desaparecido del salón y que el gesto brillaba de inutilidad. Estaba mucho más ocupado en atragantarse con los cuernos del pan y en ahogarse con la espuma blanca de la leche.

xXx

El frío había aumentado considerablemente, así que Orochimaru encendió cuidadosamente el calentón de gas natural que estaba frente a él. Kabuto, unos pasos más atrás, pareció extrañarse demasiado. Era curioso que Orochimaru se tomara la molestia de encender ese calentón, siendo que casi siempre le exigía con la mirada dorada que lo hiciera antes que cualquier otra cosa.

No despegó sus ojos de la figura larga y fuerte de su dirigente, preguntándose porque hacía cosas que los demás considerarían atroces y despreciables. Las llamas del calentón se encendieron, pero Orochimaru no se alejó ni un milímetro, completamente embelesado en las danzas azules y rojas que se vivían detrás de los radiantes.

Kabuto pareció comprender que el hombre quería privacidad, así que optó por meterse en una de las recámaras a sintetizar el plan por billonésima vez. Orochimaru siguió inmóvil, importándole menos que la ética que Kabuto se hubiera despedido con el silencioso golpe de la puerta contra el marco de metal.

Analizaba su próxima fechoría. Sasuke no era ni por asomo un adolescente común de trece años. Contaba con inteligencia, perspicacia y fuerza. Era plenamente consciente de que si encontraba algo sospechoso en ese viaje, haría todo lo posible por excusarse y alejarse de sus garras.

Apretó la boca. Definitivamente no lo dejaría salirse con la suya. Y mucho menos ahora que estaba tan cerca de su pecaminosa victoria. Llevaba pensándolo desde que salió de esa cabaña con la compañía de su asistente. Si quería que todo saliera a la perfección y sin algún giro inesperado de Sasuke, tendría que adormecerlo y encerrarlo en un sitio alejado de las puertas y las ventanillas del transporte. Al principio pensaba llevárselo a la desconocida aldea del Sonido como si ese fuera el lugar del campamento, pero si Sasuke lograba escaparse, sabría perfectamente hacia donde escabullirse. Después decidió que lo mejor sería dormirlo y hacer el transcurso del viaje lo más normal posible, sin que nadie se enterara de su paradero y ni que llevaba a un menor de edad escondido.

Y luego apareció Kabuto y su brillantísima idea, dándole solución al problema. La parte de Sasuke y su familia estaba más que asegurada. El médico forense que había contratado Kabuto se prestó muy fácilmente después de llenarle los bolsillos de billetes verdes recién salidos del banco, además que era un conocido suyo. Incluso había hecho ya una prueba de ADN con uno de los cabellos que tomó de la chaqueta de Sasuke, cuando tocaba afanosamente el piano. Era una ventaja que Sasuke en su modo pianista se olvidara completamente del mundo.

Acarició el contorno de su rostro con los dedos, estirando los labios tétricamente cuando sintió su piel caliente. Se parecía al tacto suave y cálido de la tierna piel de ese cuello, aquella que aún vivía cantarinamente en su boca, gimiendo Sasuke por todos lados. Recostándose en el suelo alfombrado de un púrpura intenso y con la larga lengua afuera, comenzó a arrastrarse como una serpiente; aún con esa sonrisa diabólica en los labios y sus ojos dorados resplandecientes de gozo.

No podía evitarlo. El simple hecho de imaginárselo era maravillosamente excitante. Tener al pequeño y serio Sasuke entre sus manos, aplastándolo cruelmente bajo los suelos y paredes, sacándole lágrimas de humillación y dolor a esos ojos que parecían no conocer otro oficio que no fuera el vacío y la indiferencia.

De doblegar al orgulloso e irascible Uchiha Sasuke hasta el punto de amarrarle cuerdas a sus extremidades y manipularlo a su deliberado antojo. Eso era precisamente lo que más placer le causaba. Más que una noche entera frotándolo contra su cuerpo. Quería escuchar los gritos histéricos y alterados convertirse en gemidos dóciles y quebradizos.

Una larga serpiente violácea, con peculiares franjas oscuras horizontales en su piel, emergió de pronto de abajo de uno de los pocos sillones oscuros, deslizándose elegantemente hasta Orochimaru. Sus pequeños y penetrantes ojos verdes no lo intimidaron en lo absoluto, ya estaba acostumbrado al carácter pesado y violento que la serpiente destilaba con altanería cada vez que siseaba.

Se levantó de los suelos y se encaminó por el pasillo, en dirección a la cocina. Manda tenía hambre y él tenía ratones gordos y vivos en el refrigerador, casi agonizando del frío.

xXx

Flotaba. Sentía como si navegara en un inmenso mar de algodón, más esponjoso y extenso de lo que creía eran las nubes en los cielos. Sus ojos semiabiertos contemplaban con tranquilidad la planicie verde y virgen a varios kilómetros por debajo de su cuerpo.

Y de pronto cayó a un abismo. Sasuke tembló ligeramente en su cama, con los párpados fuertemente apretados. Su sueño tranquilo cambió a flashes de sus pesadillas, pasando tan rápido que creía que vomitaría. Las imágenes pararon de golpe, maximizándose a un nítido video que no le parecía familiar en lo absoluto. En él, la imagen borrosa del rostro de Itachi, manchado de sangre y moretones, le sonreía con una extraña mezcla de alegría y agonía. Parecía orgulloso, pero también triste; como si se tratara de una despedida en la que jamás podrían encontrarse de nuevo. Y luego las sombras lo cubrieron todo.

Después de eso, sus párpados se abrieron perezosamente; encontrándose con las conocidas paredes de su habitación. Volvió a cerrar los ojos, pasándose las manos tibias hasta posarlas por arriba de la piel que los cubría.

Pensaba que la pesadilla estaba muy fuera de lugar, siendo que hace algunos minutos se había reconciliado con su hermano en silencio. Aún le tenía envidia, y no dudaba que incrementaría cuando su padre llegara a casa, preguntándole cómo se sentía en ella.

Sentándose cuidadosamente donde antes había tomado una siesta, buscó con los ojos cansados el reloj que colgaba de una de las paredes, despertándose completamente tras comprobar que no había dormido unos minutos, si no que casi sobrepasaba la hora. Eso fue más que suficiente para avivar su cuerpo hasta estar totalmente erguido en el suelo. Aún tenía puesto los zapatos, así que el frío de la alfombra no fue capaz de estremecerle el cuerpo.

Después de echarse una mirada rápida al espejo y comprobar que su aspecto estaba en orden, salió de su habitación cerrando la puerta tras sus espaldas, delicadamente, sin la intención de accionar el pestillo de emergencia.

Cuando miró por casualidad un conocido tazón encima de la alfombra rodeada de migajas de galleta, un involuntario suspiro salió de su boca. Se agachó hasta alcanzarlo con sus manos y se levantó muy suavemente, contemplándolo con un peculiar humor negro. La pequeña galleta de almendras, mordida, resaltaba como coronilla entre las demás. Esa había sido la última golosina que comió Naruto antes de entrar a su habitación, salvándole, literalmente, de una tontería que le causaría muchas más penas y remordimientos.

La cogió entre sus dedos y la hundió en su boca, saboreándola. No le gustaban los dulces y mucho menos aquellas empalagosas galletas azucaradas que tanto se empecinaba a comprar su madre; pero no dejaría huellas de que algo había pasado por ahí, aunque la marca más profunda, y que no borraría por nada, era la nueva relación que probablemente compartiría con su hermano de ahora en adelante. Después se recriminaría por su actitud tan infantil, tan estúpida y sin sentido.

Giró sobre sus talones, encontrándose al final del pasillo la elegante figura de Itachi, esperándolo para bajar juntos por las escaleras. Caminó mecánicamente hacia allá, sintiéndose cada vez más ligero conforme se acercaba a su destino. Parecía que el fango que lo estancaba se limpiaba lentamente con las aguas puras de manantial que desprendían Naruto e Itachi con su solo recuerdo.

Y eso, saboreó, era más reconfortante que los exámenes perfectos que sacaba semanalmente en la secundaria.

xXx

Un automóvil negro y elegante se estacionó frente la casa Uchiha. Los botones de seguridad se desactivaron en un modesto tip, y de la puerta del conductor salió un hombre empotrado en un traje aristocrático oscuro, de camisa ligeramente plateada. Una figura que a pesar del frío que hacía, no temblaba congelada y mantenía su porte impenetrable.

Uchiha Fugaku al fin había llegado a casa.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).