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Ofrenda por la paz por MerrickLioncourt

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No necesitaba el fuego para darle calor o luz, lo había encendido por mera formalidad, para que el chico viera algo conocido y normal y no se asustara en caso de abrir los ojos. Llevaba algunas horas observando sus facciones, tan parecidas a las de ella. Lo tenía pegado a su pecho y cubría su rostro con una capa. Suspiró. Volvió la vista al oscuro manto de la noche.

 

- Está conmigo, está a salvo. – Una a una las estrellas comenzaron a brillar, mientras las nubes que cubrían la luna se disipaban de a poco. El hermoso ser veía al chico en sus brazos, acariciaba su rostro y cabellos. Los ojos permanecían cerrados, de vez en cuando se fruncían en un gesto de dolor o de miedo, pero una caricia bastaba para ahuyentar las pesadillas.

 

Aquel recorrió cada uno de los miembros del muchacho, había conseguido parar las hemorragias, pero necesitaría ayuda para disolver el veneno que mantenía las heridas abiertas. Al revisar los brazos encontró las dos pulseras. Una con el circulo y el triangulo decorando el broche, la otra con una sola gema. Besó la mano antes de devolverla al cobijo de la manta. Cuando soltó la muñeca un zafiro brillaba en lugar del triangulo. El ángel sonrió. Shun volvía a revolverse entre sueños, esta vez gritaba y comenzaba a mover sus puños. Su protector le aprisionó más contra su cuerpo mientras susurraba palabras de consuelo. Tomó al chico y camino a las ruinas de una Abadía. La noche se oscureció por un momento.

 

- ¡También es mi derecho! – Gritó a la quietud de la noche, las estrellas volvían a brillar. Dejó al joven protegido bajo el altar, suspiró, no quería dejarlo solo, pero el chico necesitaba alimento. Una figura pequeña aparecía delante de él.

 

- Señor, Azrael. Miguel pide que informe de la situación. – La pequeña criatura tenía cara de espanto.

 

- Ahora no. - Contestó el ángel caminando al bosque.

 

- Dice que vendrá por el chico si usted no reporta. – Azrael suspiró.

 

- Dile que estaré con él, el tiempo que sea necesario. – Azrael volvió a continuar su camino.

 

- ¿Él? ¿Se refiere al chico, Señor?

 

- Miguel entenderá. – El arcángel siguió su camino, mientras que el serafín rodaba los ojos y desaparecía en un destello.

 

Volvió media hora después, otro arcángel le esperaba en la periferia de la Abadía. Azrael siguió de frente sin detenerse a charlar con su colega.

 

- ¡Lo encontraste! – El otro asintió. – Lo puedes traer a casa si quieres. – Azrael se detuvo por un instante.

 

- Esa no será mi decisión. – Siguieron caminando hasta llegar al altar. Shun tenía fiebre y las heridas volvían a sangrar.

 

- Necesita atención. – Observaba el recién llegado. Mientras el ángel de la muerte se arrodillaba junto al chico, dejando en el piso unas ramitas con hojas y frutas recién cortadas.

 

- Lo sé, Gabriel. – Respondió el mayor de los ángeles, mientras arrancaba algunas hojas a las ramitas. El recién llegado veía a su hermano con tristeza. – No lo puedo llevar a casa, tengo que atenderlo aquí. – Azrael mascaba una hojita verde para luego aplicarla sobre las heridas abiertas.

 

- Puede venir, no tiene que quedarse, si lo dejas así…  – El ángel de la muerte bajó la mirada. – Lo siento, yo… Si te quedas aquí, estarán protegidos, ellos no podrán encontrarlos, pero…

 

- Ya no digas más. – El arcángel suspiró. – ¿Seguirá siendo su decisión? – El otro sonrió y asintió. Azrael asintió y tomó al chico en brazos, ambos seres desaparecieron sin dejar rastro de su presencia en la tierra, incluso los restos de la fogata habían desaparecido.

 

Nix, había escuchado las palabras de aquél ser y sabía que Shun estaba ahora fuera de su alcance. Lo supo desde el momento en que el Arcangel entro a la abadía. Ni siquiera sabía si Shun seguía en la tierra o lo habían llevado a ese otro reino, al que ellos, los dioses terrenales tenían prohibido ir. Sólo una cosa la tenía tranquila, Azrael protegería a Shun arriesgando todo, incluso sus privilegios.

 

Hipnos meditaba en una sala de lectura, estaba confundido, por un breve instante pudo sentir la presencia de Shun. Las conexiones que había creado usando la sangre de Jabu habían sido débiles, demasiado, parecía que el lazo que lo unía a Shun era más débil, parecía que fueran primos segundos y no medios hermanos. Y luego, por un breve momento, sintió la presencia del chico, una presencia cansada, asustada y herida. Todo desapareció. El dios meditaba sobre todo eso cuando a su cámara entro el dios del inframundo.

 

- ¿Lo sentiste? – Hipnos asintió. - ¿Qué significa eso? – El dios levantó los hombros, estaba por compartir sus pensamientos con Hades cuando otro dios entró a la habitación.

 

- Señor Hipnos – Saludo Hermes con una reverencia – Mensaje de su madre – El mensajero extendió un pergamino al dios del sueño. Hipnos se levantó y tomó el mensaje de entre las manos de Hermes.

 

- Gracias, Hermes. – El dios del sueño leyó el mensaje, y meditó antes de hablar en voz alta. – Shun está bajo la protección de poderes más antiguos que los nuestros.- Hades suspiró, los libreros a su alrededor vibraron y algunos libros cayeron al suelo.

 

- ¿Cómo fue? ¿Por qué Nix lo sabe? – Hipnos bajó la mirada.

 

- Madre no dice. – Hades desapareció dejando una estela de furia tras de él. – Hipnos suspiro, el mensajero carraspeó para hacerse notar. – Lo siento, Hermes. – El dios se dirigió a una mesa de escritura y comenzó a redactar una carta, una vez que terminó, entregó el pergamino a Hermes.

 

- Dado que nuestro joven amigo está ahora en los brazos protectores de un ángel, ¿no sería buen momento para develar algunos secretos? – Hipnos negó levemente.

 

- Se supone que no lees la correspondencia – Soltó el dios del sueño eterno, Hermes rió.

 

- Nix no era la única buscando a Shun. – Hipnos sonrió.

 

- Ve y dile a Hefestos que Shun está bien, no digas nada de lo que sabes, quién quiera que esté detrás del secuestro de Shun, no debe saber que aquel está bien. – Hermes asintió y desapareció dejando al otro dios solo. Ahora era tiempo de prepararse, seguramente tendrían la visita de alguien no muy grato.

 

Nunca, desde que sus hijos nacieran, les había visto así. Aquellos que eran los encargados de infundir miedo en las cruentas batallas, ahora reflejaban miedo en sus ojos. Cubrían sus cuerpos con grandes gabardinas, algo inusual en ellos. La prenda cubría sus brazos y el cuello del abrigo les llegaba a la barbilla. Se abrazaban el uno al otro, Fobos murmuraba palabras de consuelo, era el menos afectado. Deimos temblaba en los brazos de su hermano, este, además del abrigo, portaba un vendaje que cubría parte de su rostro. Ares veía confundido a su amante. La diosa por su parte, estaba desconcertada y furiosa. Era claro que Hades no los había descubierto, o ya habría reclamado la sangre de los dioses menores. Sin embargo alguien más los había herido y liberado a su presa. Esto último era lo que más le preocupaba, si el chico seguía vivo… No quería ni pensar en las posibilidades.

 

- Ven – La voz del dios de la guerra resonó en el recinto. Deimos se encogió más en los brazos de Fobos, mientras que esté, esquivó la mirada de su padre. – Fobos, acércate – Al escuchar su nombre, el dios no tuvo más remedio que atender el llamado, se acercó lentamente, temblaba al caminar. Ares se adelantó al encuentro de su hijo y con sumo cuidado abrió la gabardina, descubriendo aquello que ocultaban sus hijos. - ¿Dónde está Eros? – Deimos ahogó un grito. Ahora Ares se acercó a él, repitiendo el mismo procedimiento que con Fobos. La misma marca se dibujaba en el cuello y parte del pecho de sus dos hijos. – Deimos, ¿Dónde está Eros? – El menor de los gemelos volvió la vista a su padre y luego vio hacia un rincón que permanecía a oscuras. Eros se escondía, usaba sus poderes para pasar desapercibido ante los ojos de los dioses. Ares se acercó a aquel rincón, el aire vibró un poco cuando cruzó el campo de fuerza que generaba el hijo de Hefestos. Eros estaba hecho un ovillo, a diferencia de sus hermanos estaba desnudo. El dios se acercó y apartó el cabello que cubría el rostro y cuello del joven, distinguió la misma marca que en los otros dos. El cuerpo del menor estaba cubierto de pequeños rasguños y moretones. Ares suspiró. – Esta treta nos costará más de lo que pensaste, mujer. – Por primera vez Afrodita tembló – Da gracias a que no estabas en esa cueva, o tendrías igual destino que tus hijos. – Ares volvió a suspirar – Llévalos con Apolo, que los cure lo mejor que pueda. Afrodita asintió, instó a sus hijos a ponerse en pie, cubrió a Eros con una capa de lana y salieron rumbo al templo de Apolo. Ares se sumió en pensamientos, y ahora, ¿qué haría? Podía defender a sus hijos de Hades, pero de ese poder que los había marcado, no, nadie podía. ¿Quién era realmente ese chiquillo? El dios se encaminó a visitar a las únicas personas que podrían dar respuesta a sus preguntas, ahora que ellas quisieran, era otra cosa.

 

Perséfone había abandonado el inframundo al mismo tiempo que Shun escapaba a los Campos Elíseos. Había encontrado refugio en el templo de su madre en el Olimpo y ahora se encontraba en un jardín, recogiendo flores y tarareando una canción. Una figura se dirigía hacia ella, el hombre caminaba tambaleante y le costaba trabajo respirar. La diosa seguía tejiendo una corona de flores mientras sonreía, una sonrisa sombría, para decorar una corona fúnebre. Dejó su tarea al sentir la presencia del otro, volvió la vista a aquel que llegaba, al verlo, se levantó y corrió al encuentro de aquel joven.

 

- ¡Madre! – Decía aquel al tiempo que se derrumbaba en brazos de la diosa.

 

- ¡Baco! – La diosa cubrió al dios del vino con su capa, el joven dios quedó inconsciente en los brazos de la diosa de la primavera. Perséfone revisó a su hijo y vio una marca, grabada a fuego, que cruzaba su cuello y parte del pecho. Sin pensarlo dos veces, llamó a gritos a Deméter, mientras prodigaba de besos y caricias al que yacía en sus brazos.

 

Shun recuperaba la consciencia, mantenía los ojos cerrados, sentía una paz infinita, todo el peso que había en su corazón había desaparecido, nada existía. Escuchaba susurros, una voz que proyectaba ternura y cuidados, quien quiera que fuera, relataba una historia, creía que conocía la historia de algún lado, hablaba de un diluvió y cómo los animales y el hombre se salvaron. El sonido de aquella voz era hipnotizarte y le invitaba a soñar. Volvió a quedarse dormido.

 

Despertó, la misma voz ahora cantaba. Le gustaba el sonido de esa voz, quería conocer a la persona que le cantaba. Lentamente abrió los ojos, estaba en lo que parecía un castillo. Las ventanas permanecían cerradas con las cortinas abiertas, dejando pasar la luz de la mañana. Luz de día, sabía que hacía mucho que no veía una luz como esa. Sin embargo no le lastimaba. Prestó atención a la habitación. Era grande, pero más pequeña que la habitación que el recordaba cómo suya, a diferencia de aquella, está, estaba pintada en colores claros, arena y azul. El piso era de madera pulida, aunque parecía hecho con madera de una sola pieza, lo cual era prácticamente imposible. Se dio vuelta en la cama que ocupaba, la voz dejó de cantar. Se incorporó lentamente, unas manos suaves le ayudaron a sentarse sobre la cama.

 

- ¡Buenos días! – Shun volteó a ver a la persona, no sabía bien si era una chica o un chico – Puedes llamarme Aniel. – La joven sonrió. - ¿Tienes hambre? – Shun parpadeó, no se le había ocurrido pensar en comida, lo único que se le vino a la mente fue negar con un movimiento de cabeza. – Está bien. ¿Quieres darte un baño? – Shun asintió. La chica volvió a sonreír. – Espera aquí, llamaré a alguien para que te acompañe. – La chica salió por una puerta que se encontraba junto a la cama.

 

Una vez sólo, Shun se levantó, al hacerlo un dolor intensó se apoderó de él, sentía que sus entrañas eran desgarradas, un vago recuerdo cruzó su mente, tan rápido que no identificó a que hacía referencia, solo escuchó una risa sádica mientras su dolor se volvía más intenso. Alguien le sujetaba por los hombros, mientras le hablaba, era una voz diferente a la anterior y a la que escuchaba en sus recuerdos, era un poco más grave y reflejaba mucha calidez.

 

- Ya pasa, tranquilo. Respira. – Shun siguió su consejo, respirar adecuadamente, realmente ayudaba. - ¿Puedes levantarte? – Shun asintió, pero ¿Por qué no podía hablar? Intento emitir sonidos pero no podía, volteó a ver al otro y con señas le hizo saber lo que ocurría. El chico recién llegado suspiró – Has pasado por mucho, necesitas descansar. – Shun bajó la mirada entristecido. – Ven, mi nombre es Janiel. – Shun se extrañó al escuchar el nombre – Ella es mi hermana, Aniel. – La joven sacaba de un closet empotrado algunas prendas para vestir.

 

- El agua se enfría. – Dijo antes de dejar la ropa sobre la cama y salir de la habitación.

 

- Tiene razón. Ven, te ayudaré. – El chico ayudó a Shun a levantarse y le condujó a través de la puerta. Cruzaron el pasillo y llegaron a otra puerta, detrás de esta se encontraba un gran baño con varias tinas y regaderas. Shun no entendía muy bien. – Ven, entra en esta, te hará bien el baño. – El joven le ayudo a retirar sus prendas y entrar a la tina. – Iré por tus cosas, no tardo.- Shun volvió a asentir. Estaba confundido, recordaba muy poco, no sabía cómo había llegado hasta ahí.

 

Recorrió el lugar con la vista, había cuatro tinas ¿en el piso, su distribución asemejaba una flor. Al centro de las tinas, se encontraba un círculo pequeño y poco profundo en el cual había un sahumerio y alrededor de este, platitos con hojas secas, frutos e incienso. Entre una y otra tina, había pequeños recipientes que contenían pétalos de flores y hojas aromáticas. Al observar el agua de las tinajas, se dio cuenta que la temperatura variaba de una a otra, en la tina en la cual se encontraba, el agua era tibia y reconfortante.

 

En el otro extremo del cuarto, había una hilera de regaderas, contó 5. Un pequeño muro dividía cada uno de los cubículos y sobre de este, había bandejas que el joven asumía, eran para los implementos de limpieza. El piso era de dos tipos, por un lado, estaba cubierto por una piedra lisa, similar al mármol verde, sin serlo. El interior de las pozas y el piso de las regaderas, era de otro tipo, una piedra verde y porosa.

 

Estaba pasando sus dedos por la piedra que bordeaba la tina en la que se encontraba cuando el chico que le acompañará se dirigió a él.

 

- Cantera, es muy buena para construcciones y esculturas, y excelente para piscinas y tinas. – Dijo al tiempo que colgaba ropa y una toalla en un perchero. – Te haré compañía mientras te aseas. No es recomendable que estés solo. – Shun le dedicó una mirada inquisitiva – Tu cuerpo está muy dañado, ya está mejorando. Por lo menos ya no sangran. – Dijo al tiempo que señalaba unas pequeñas líneas rojas que cruzaban las muñecas y los bíceps del muchacho. El ex-caballero de Andrómeda, miró con extrañeza esas marcas y luego al chico frente a él. – Las respuestas vendrán pronto.  – Shun volvió a ver  las marcas y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

 

De pronto comenzaba a sentirse vulnerable, débil. Sentía que no podía protegerse y que le harían daño.  Se levantó y trato de salir de la tina, el dolor que antes sintiera volvió a hacerse presente, lo identificaba ahora entre sus piernas. Trastabillo y cayó de rodillas en el borde de la tinaja. El chico trató de acercarse para ayudarlo, pero Shun le empujó. Shun se aupó y salió de la tina, sentía la garganta seca, quería gritar, mas los sonidos no atravesaban su garganta. El dolor se volvió más persistente, llevó una mano al lugar donde provenía aquella sensación. El chico volvió a acercarse, una vez más fue embestido por Shun, esta vez le sujetó por las ropas que portaba y lo arrojó a la tinaja. Shun respiró profundamente antes de levantarse y dar un par de pasos, el dolor le debilitaba, sentía que estaba en peligro inminente, tenía que salir de ahí. Forzó sus piernas a dar otro paso, resbaló en el piso y cayó, levantó la vista y vio la puerta de aquel lugar abierta, aunque fuera a rastras tenía que salir de ahí. Comenzó a arrastrarse a la salida, el chico le veía desde la tinaja, se había levantado pero ya no intentaba ir hacia él, solo lo observaba. Shun ya casi llegaba a la puerta, su corazón latía con fuerza, saldría de aquel lugar, se alejaría del peligro. Ya casi estaba ahí cuando una figura apareció. El corazón de Shun se encogió y por primera vez el sonido salió de su garganta, un grito desgarrador, que provoco que el joven que se encontraba en la tinaja cubriera sus oídos.

 

El recién llegado se acercó lentamente a Shun, iba vestido con ropa suelta de algodón en color blanco y llevaba una manta en sus manos. Shun seguía gritando y respirando por la boca. El otro, al terminar de acercarse, se arrodilló frente al jovencito y le cubrió con la manta, lentamente lo acercó a su pecho.

 

- Ya pasó, ya estoy aquí. – Decía mientras abrazaba a Shun y lo acomodaba en su regazo. – Nadie te hará daño. No te tocaran. – Shun comenzó a jalar aire por la boca y el llanto se apoderó de él.

 

No entendía, del miedo, pasaba a una ira incontenible, quería destrozarlo todo, quería herir a alguien, pero el abrazo de su protector le impedía moverse. Una vez más, gritó. El sonido era diferente al anterior, este estaba cargado de furia, cuando se le acabó el aire y dejó de gritar, respiro profundo, dejando entrar el olor que despedía la persona que ahora le alojaba en su pecho. Musgo y sándalo. Tímidamente tocó el pecho de aquel, no sintió latido, pero podía escuchar un zumbido. Levantó la vista buscando el rostro de su protector.

 

No era el rostro que esperaba ver, aunque en su mente no lo entendía, su corazón le decía que no era la persona a la que quería ver, pero no sintió miedo, solo decepción. Ese rostro, lo había visto antes, era tan parecido a él, los ojos de un verde muy tenue, casi blanco le miraban con cariño y preocupación. Shun se acomodó mejor y escondió su rostro en el pecho de aquel que le abrazaba. Las lágrimas comenzaron a correr libres por sus mejillas, mientras aquél, acariciaba su cabello y tarareaba una canción. El otro joven salió de la tinaja y del lugar, iba visiblemente contrariado y con algo de miedo.

 

Al terminar la canción, aquel ser se dirigió a Shun.

 

- Ahora que estoy aquí, ¿quieres terminar de bañarte? – Shun asintió, sin despegarse del abrazo protector. - ¿Sabes quién soy? – Shun levantó levemente la mirada, una palabra vagaba por su mente, aunque sabía su significado no entendía porque la evocaba al ver a aquella persona. - ¿Quién soy? – Sin emitir sonido, movió lentamente los labios, “Papá”. El ser sonrió con amargura. – Aquí no puedes llamarme así. Llámame Azrael. – Shun se replegó más en los brazos del arcángel mientras aquel suspiraba, tratando de calmar sus propias emociones. – Te hará daño si seguimos aquí, ven, tienes que asearte. – Shun renegó un poco en su refugió, pero no le ayudo mucho, Azrael lo puso en pie con mucha facilidad, para luego cargarlo en brazos y dirigirse a la tinaja en la que antes había estado.

 

El arcángel entró al agua sin desvestirse y acomodó a Shun en la pileta, para luego sentarse en el borde de la poza. Con un poco de pena, el chico comenzó a asearse, ninguno de los dos hablo mientras permanecieron ahí. Cuando Shun terminó de lavarse, Azrael le ayudó a ponerse en pie y salir de la tinaja. Le cubrió con la toalla y lo llevó a un banco que Shun no había visto, pues estaba de espaldas a él. Ahí, Azrael le ayudó a secarse y vestirse. Antes de terminar de colocarle una playera de manga larga, Aniel entró empujando una silla de ruedas. Shun volteó a ver al arcángel buscando una explicación.

 

- No puedo quedarme mucho tiempo contigo. Aniel y Janiel te acompañaran mientas estés aquí. – Los ojos de Shun comenzaron a llenarse de miedo – No temas, nadie te hará daño. – Besó la frente de Shun antes de ayudarlo a sentarse en la silla de ruedas – Rafael vendrá a verte. Escúchalo bien y sigue sus instrucciones. – Shun quiso despedirse más apropiadamente, pero una vez más las palabras no salían de su garganta. Azrael sonrió y acaricio las mejillas del chico. – Algún día me lo dirás. – Sin decir más salió del lugar dejando a Shun al cuidado de Janiel y Aniel.

 

Azrael caminó por el pasillo y cruzó una arcada para llegar a un jardín. Cruzó este lugar y llegó a una edificación aún más grande que la que acababa de dejar atrás. La construcción no tenía puertas, pero apenas el arcángel se acercó a ella,  aquel desapareció sin dejar rastros tras de él. Reapareció en una habitación pequeña, con solo lo suficiente para que un ángel habitara en ella, un sofá de lectura, un arpa y un escritorio eran los únicos muebles del lugar. Azrael abrió el closet y sacó una toalla y su vestimenta de trabajo, botas estilo militar, un pantalón de gabardina gruesa, un suéter de cuello alto y guantes de piel todo en negro. Una vez que hubo cambiado sus ropas, caminó a la ventana del cuarto y volvió a desaparecer.

 

Cuando apareció en aquel lugar, estaba solo, recorrió con la mirada el antro en el que se encontraba, a través del aire podía escuchar las gotas de agua cayendo rítmicamente en el estanque. Un camino recorría las piedras que bordeaban el cuerpo de agua. Se podía oler el musgo que crecía en las orillas del estanque. Azrael levantó una mano y al momento una antorcha comenzó a arder en el otro extremo de la oquedad, le siguieron 5 luminarias más, que al arder juntas, proporcionaban luz a aquel lugar. Estaba en una cueva con un estanque interior. La piscina no era muy profunda y en ella habitaban algunos peces koi y crecían lotos. Esos, eran los únicos seres vivos en aquel lugar.

 

Azrael caminó por el sendero hasta cruzar el estanque, ahí se abría una hendidura en las paredes de la caverna, visible sólo cuando se acercaba uno a ella. Atravesó el umbral y llego a otra caverna, aún más amplia que la que había dejado atrás. El techo del lugar que se encontraba ahora, era muy alto y parecía más un sitio en demolición que un lugar que fuera habitable.

 

El arcángel siguió caminando hasta cruzar aquel lugar y llegar a la pared opuesta a la entrada. Ahí, perfectamente camuflado, se encontraba un armario tallado en la piedra. Abrió con cuidado las puertas del mueble, dentro se encontraba una armadura ligera y algunas cosas útiles para su trabajo.

 

Saco la armadura, la cual estaba hecha con cuero resistente y remaches de metal. El arcángel se calzó los protectores de los antebrazos, la pechera y tomó el protector de cuello, regresó el resto de las piezas al armario. Tomó además una capa y cubrió su cuerpo con ella. La capa cubría su torso hasta la cintura y  llegaba hasta sus talones por la parte de atrás. Estaba repasando las armas que llevaría para su viaje cuando una presencia se hizo sentir en aquél lugar.

 

Sin pensarlo mucho, el ángel de la muerte atacó al recién llegado, lanzando una daga. El otro, sin ningún problema esquivo el proyectil para luego contraatacar con una descarga eléctrica. Azrael desapareció antes de que el ataque llegara a él, reapareció flotando en el aire, poco antes de que una punta de lanza pasara rozando el hombro del otro sujeto.

 

- Ellos lo mancillaron – Susurró el recién llegado a Azrael que descendía para proporcionarle un golpe. Azrael gritó, el otro desapareció, sin embargo el arcángel no detuvo su golpe y terminó golpeando el suelo de la caverna.

 

Las paredes temblaron. Azrael se levantó y un aire de furia le rodeaba, las piedras sueltas a su alrededor comenzaron a ser arrojadas por todas partes, y cráteres de golpes aparecieron en el piso y las paredes de la cueva. Por un momento, grandes lenguas de fuego cubrieron al arcángel. Las llamas de las antorchas que iluminaban el estanque ardieron con más fuerza, mientras el fuego que rodeaba al ángel se arremolinaba, el brillo de las llamas aumento, hasta convertirse en una luz cegadora. De la nada, Azrael cayó inconsciente y al instante, las llamas que rodeaban su cuerpo desaparecieron, y las antorchas regresaron a su estado normal.

 

Cuando despertó, el visitante al que había agredido estaba leyendo tranquilamente en un rincón de la caverna. Le dolía la cabeza, trato de sobar la parte afectada, al moverse, llamó la atención de su acompañante.

 

- Lamento eso. – Dijo mientras se acercaba al que estaba recostado en el piso. – Te estabas privando. – Azrael volteó a verlo con furia contenida.

 

- Es mi asunto el cómo manejo mis problemas. – El otro sonrió, una sonrisa cautivante que adornaba el rostro más perfecto jamás creado, un rostro que era la envidia de Afrodita.

 

- Estuviste a punto de desaparecer este lugar, me parece que no estás manejando tus problemas muy bien que digamos. – Azrael bufó fastidiado. – Debo reconocer que contuviste muy bien tus emociones frente al chico. – El arcángel de la muerte movió la cabeza mostrando inconformidad.

 

- ¿A qué has venido? – Preguntó fastidiado.

 

- Alguien de mi corte visitará a tu pequeño. Tiene dudas y Padre desea que sean respondidas. – Con esas palabras captó la atención de Azrael. – También hay otro asunto. – El ser comenzó a pasearse por aquel lugar. Para cualquiera, era un deleite observar a ese sujeto, era magnifico en todos los aspectos. – Tiene que ver con la profanación de uno de los sagrarios. – Se detuvo, esperaba que la catarsis previa y el golpe recibido hubieran debilitado a Azrael, pero con un arcángel nunca se sabía – Resulta que no se les puede castigar…

 

- ¡Estas demente! – Azrael se levantó de golpe, sintiendo un leve mareo, del que se repuso rápido. – Usaron el altar como sitio de perversión, derramaron sangre divina, ¡mi sangre! ¡Y me dices que no tendrán castigo! – Los ojos de Azrael comenzaron a cambiar a un color rojo sangre, el otro estaba atento a las reacciones que se producirían. Pequeñas llamas aparecieron a los costados del arcángel, su acompañante se preparaba para actuar. Pero no tuvo que hacerlo, Azrael se desvaneció, el otro lo detuvo antes de que cayera al suelo por completo.

 

-  Ya les castigaste, la venganza es algo que no podemos permitirnos. – Susurraba el ser perfecto mientras acariciaba el cabello del ángel. Azrael comenzó a llorar mientras el otro le consolaba. – Usa tus energías en sanar a tu niño, es muy frágil, te necesitará. – Paso saliva antes de continuar – Y también a ella.

 

La torre se alzaba en una de las partes más oscuras del inframundo, no era tétrica, simplemente oscura. Sus habitantes amaban la tranquilidad de aquel lugar, el silencio de la noche les protegía y les susurraba eventos del futuro. Un sirviente esperaba en la puerta de la torreta, Ares se acercaba a aquel lugar, su paso era apresurado, necesitaba consejo desesperadamente.

 

- Vengo a ver a las moiras. – Declaró al llegar a la altura del sirviente. El chico se inclinó en una reverencia, dio la espalda al dios y comenzó a caminar hacia el interior de la torre.

 

Ares le siguió, no le gustaba aquel sitio, le daba escalofríos y sentía que observaban hasta el centro mismo de su alma. Por el momento, ese era el único lugar en el que encontraría respuestas. Caminaron por un largo pasillo imperceptible desde afuera pues la torre estaba construida junto a una pared de roca y aquel corredor se adentraba en la montaña junto a la torre. Al llegar al final del corredor, el chico tomó una antorcha y se la dio al dios. Ares pensó que a partir de ahí iría en solitario, pero se equivocó. El joven camino frente a él mientras descendían unas escaleras. Ahí no había luz, la oscuridad era más intensa. Ares entendía, el chico veía en la oscuridad, el no. Descendieron un buen tiempo, siempre en silencio, la falta de palabras comenzaba a poner más nervioso al dios. Antes de que comenzara a hablar, el chico se acercó a él, le arrebató la antorcha y a continuación, señaló una puerta de madera frente a ellos. Ares, no muy convencido, cruzó la puerta.

 

La sala en la que entró, era redonda, con cuatro puertas en cada uno de los puntos cardinales. Al centro de la habitación, había una mesa hecha con un espejo. En ese momento reflejaba sólo oscuridad. Ares se acercó a observar los reflejos de la superficie, pero no vio algo en él. Comenzaba a desesperarse, era realmente urgente que aquellas tres se presentaran. Tomó aire, y antes de que el sonido se produjera, la puerta del oeste se abrió y una joven de no más de 15 años apareció por ella.

 

- Su Excelencia, Ares. Un placer. – Sonrió e hizo una reverencia para saludar al dios de la guerra.

 

Ares no sabiendo que más hacer, regresó la reverencia. Iba a realizar una pregunta, pero la sonrisa imperturbable y el rostro calmo de la jovencita lo hicieron desistir. A penas comenzaba a recuperarse de la impresión de ver a la chiquilla cuando la puerta del Este se movió, para dejar pasar a una joven,  ya mayor, con algunas arrugas que se marcaban en su rostro.

 

- ¡Bienvenido, hijo de Zeus! – Saludo la recién llegada. A diferencia de la otra, está, tenía un gesto sereno y adusto. No reflejaba emociones y simplemente observaba a su invitado. Una vez más Ares reverenció a la mujer, más por protocolo aprendido que porque fuera consciente de sus acciones.

 

En un momento de lucidez, Ares iba a formular una pregunta cuando la puerta del Norte se abrió, dando paso a una mujer madura, con el cabello cano pero igual de hermosa que las otras dos.

 

- ¡Señor, Ares! – La mujer se acercó al dios y le hizo una reverencia - ¡Bienvenido a nuestros dominios! – Ares estaba completamente descolocado, sólo atinó a regresar el saludo, apenas con una leve inclinación de cabeza.

 

- ¿Qué podemos hacer por usted? – Pregunto la más joven de las tres.

 

- Queridas Cloto, Alecta y Morta – Inició el dios de la guerra. Las tres mujeres pusieron atención a las palabras lambisconas del dios. – Últimamente han ocurrido ciertos eventos en el Inframundo. – Alecta y Morta intercambiaron miradas discretas. – Estos hechos han dividido a la familia del Olimpo, y aún más, el día de hoy, mis hijos fueron heridos por un poder antiguo – Morta estiró la espalda en un reflejo casi felino, la mención de los poderes antiguos la puso en guardia. – El causante de tantos infortunios es un joven Oráculo, sin embargo, tantos hechos lamentables a su alrededor han ocurrido, que me pregunto ¿es realmente este chico un humano? – Alecta dejó salir el aire despació, Morta la miraba fijamente. Los ojos de Morta no reflejaban emoción alguna mas Cloto tenía una mirada nerviosa, asustada.

 

- ¿Cuál es el nombre de este joven? – Preguntó Cloto controlando su nerviosismo. Ares volvió la vista hacia más joven, algo que no había hecho desde que llegara.

 

- Shun Kido – Dijo el dios dibujando una sonrisa de suficiencia. Cloto abrió los ojos denotando sorpresa. Morta no cambió su semblante y apenas una sombra de pesar cruzó el rostro de Alecta, solo fue por un segundo, pero basto para que el dios lo notará. – ¡Lo conocen! – Exclamó el dios, eso si no se lo esperaba.

 

- Conocemos a todos los humanos que han de cruzar los dominios de Hades. – Se adelantó a responder Morta. Ares se intrigó aún más con las palabras, pero lo que siguió incrementó la aprehensión que ya sentía desde temprano. – Además, el manto de Nix le protege, siempre ha sido así. – Ares dejó salir el aire de golpe. Eso era exasperante, comenzaba a temer que el chico estuviera vivo.

 

- Ese joven, estaba con mis hijos durante el ataque. – Alecta estiró el cuello y puso especial atención a las palabras de su primo. - ¿Sigue vivo? – La Moira no lo dudó un instante y contestó.

 

- La muerte de ese joven será la perdición de tus hijos. Reza por que esté vivo, pues es mejor para los que lo dañaron que no haya muerto. – Ares pasó saliva.

 

- ¿Quién es él? ¿Qué poder le protege? -  Preguntó el dios al punto de la exasperación.

 

Cloto sonrió y con una mirada picara se dio la media vuelta y salió por la misma puerta por la que entró. Morta simplemente se dio la vuelta y salió de la habitación. Ares volvió la vista a Alecta, quién continuaba en el saloncillo.

 

- ¿Qué harás cuando sepas a quien hirieron tu mujer y tus hijos? – Preguntó la diosa.

 

- ¿Cómo sabes eso? – Alecta sonrió.

 

- El manto de la noche todo lo cubre. – Ares estaba boquiabierto, Nix sabía dónde estaba el chico. – Responde,  Ares. – El dios se despabiló y selecciono las palabras antes de contestar.

 

- Tengo derecho a saber, para defender a mis hijos lo mejor que pueda. – Alecta volvió a sonreír.

 

- No has pensado que, tal vez,  ¿el mismo derecho tenía ese joven? – Ares no supo que contestar, la Moira se volvió y salió del salón dejando solo al dios de la guerra.

 

La puerta por la que había entrado se abrió. El mismo joven que lo había recibido y acompañado, lo esperaba con una antorcha encendida. Ares salió del recinto, ahora estaba más confundido, aunque sabía un par de cosas que eran igual de inquietantes que no saber nada.

 

En el mirador de la torre una figura hacía guardia. Había visto llegar al dios de la guerra y sabía que tendría que esperar para ver a aquella a la que añoraba. Ares salía por la puerta principal de la torre. La audiencia había concluido. La esbelta figura de una mujer apareció por una trampilla. Ella terminó de subir y se acercó a la baranda para observar cómo el dios de la guerra subía a su carro.

 

- ¿Dónde está? – Preguntó Alecta al que la observaba.

 

- En un lugar seguro – Fue la simple respuesta de Azrael.

 

- ¿No confías en mí? – Preguntó la Moira encarando al arcángel. Los ojos verde profundo de la diosa brillaban con emoción contenida.

 

- Tiene tus ojos. – Mencionó el ángel mientras se acercaba a ella. Lentamente acarició la mejilla de la Moira. Alecta bajó la mirada al sentir el roce en su rostro. - ¿Sigues enojada? – Alecta negó y abrazó a Azrael.

 

- Siempre lo traes a mí, no has venido con él. – Alecta pasó saliva y se separó un poco del ángel. – Eso quiere decir dos cosas. – La Moira comenzó a llorar, Azrael tomó su rostro y limpió las lágrimas con las yemas de sus dedos.

 

- El no decide aún. – Alecta sonrió tímidamente. – Está mal herido, física y emocionalmente. – Alecta se alejó del ángel, estaba visiblemente molesta. – No recuerda lo que ocurrió, ha decidido olvidarlo – Adelantó ante la mirada de reproche de la otra. – Tampoco habla. – Azrael se sumió en los recuerdos. Aunque para el mundo mortal y para los dioses, habían pasado horas incluso menos de un día desde los eventos en la cueva, para él, en el sitio a donde llevó a Shun ya había pasado bastante tiempo. Para ellos, el tiempo no era una medida, el tiempo no era un flujo constante y en una sola dirección. El podía viajar a otras épocas, presente, pasado y futuro eran igual para Azrael y sus hermanos.

 

Tardaron mucho tiempo en lograr que las heridas dejaran de sangrar, y aún mucho más tiempo en hacerlo reaccionar. Shun no se movía, no reaccionaba a ningún estímulo que no fueran las caricias y mimos de Azrael. Recordó la primera vez que el jovencito abrió los ojos. Los hermosos ojos verde-azules estaban ensombrecidos. Sus parpados estaban abiertos, pero sus ojos no captaban las imágenes a su alrededor, cómo si el chico no quisiera ver.

 

- ¿Podré verlo? – La pregunta sacó a Azrael de sus ensoñaciones.

 

- Eres su madre. – Alecta sonrió. – Ya arreglaré algo. – Un carruaje más se acercaba. – Hoy están muy solicitadas – Mencionó Azrael sonriendo y dedicando una mirada de deseo a la Moira frente a él. Se acercó a ella y tomó sus labios en un beso apasionado.

 

- No debemos – Dijo Alecta separándose apenas del ángel. Azrael sonrió, pero su mirada se tornó sombría al percibir la energía del carruaje que se acercaba.

 

- Debo irme. – Se despidió besando nuevamente a la Moira. Alecta solo atinó a sonreír mientras veía como aquel ser saltaba al vació para luego alejarse de aquel lugar usando sus alas.

 

Entonces ella también reaccionó, quién llegaba no tenía por qué estar ahí y ella no se presentaría. No respondería las preguntas de alguien tan malévolo cómo Perséfone. Alecta tenía otros planes, bajó del mirador y salió de aquella torre usando un pasaje que daba a las montañas. Tenía que ir con Hefestos y planear la forma de traer la ruina sobre los que dañaron a su niño.

Notas finales:

Les debo las notas, en cuanto pueda actualizo, ya que son muy extensas.


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