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Ofrenda por la paz por MerrickLioncourt

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achada, caminaban en silencio por el pasillo que iba a la puerta principal, pero caminaban alejándose de aquella puerta con vitrales. El pasillo por el que andaban era amplio y tenía al menos una docena de puertas del lado derecho. El camino se les antojaba por demás largo y tedioso. Shun sentía un poco de temor, sin proponérselo se había metido en problemas. Con un poco de molestia volvió la mirada a la joven que caminaba junto a él, estaba más pálida que de costumbre, se notaba que también estaba contrariada y algo asustada.

 

 

 

- ¿Anath? – Susurró Shun a la chica. La joven asintió. El caballero se llevó una mano al pecho. – Shun – La chica sonrió y lo miro significativamente. Caminaron un par de minutos más antes de que Shun preguntara – Consideran el todo ¿cierto?

 

 

 

- ¡Silencio! – Rafael se había dado la vuelta y los veía con severidad. Ambos se mordieron los labios y no volvieron a pronunciar palabra hasta que entraron a una oficina al final del pasillo. A Shun le pareció que estaban dentro de la montaña, habían caminado por lo menos 20 metros. La oficina ocupaba una gran habitación y era decorada por un ventanal, por el que se veía el atardecer. Rafael los había hecho entrar primero y escucharon una voz severa al cruzar el umbral. El joven oráculo paseaba sus ojos por aquella estancia viendo los grandes libreros, dos escritorios acomodados de forma que uno miraba a la chimenea en la pared de la derecha y el otro daba la espalda al ventanal pero quedaba perpendicular al primer escritorio. El escritorio que veía a la chimenea estaba cubierto por carpetas y papeles con señaladores, una pluma fuente descansaba a un lado de un bloque de notas. La silla de ese escritorio se encontraba vacía. El joven volvió la vista a su derecha y vio los libreros junto a la puerta llenos de libros, había incluso algunos libros acomodados en el piso. Junto a la chimenea también había libreros y enfrente de esta había un piano de cola. Le llamó la atención el equipo de sonido acomodado entre todos los libros, no se parecía a los reproductores de música que había visto en las tiendas hacía no mucho y tampoco se parecía a los reproductores de música que le habían regalado antes de llegar a aquél lugar. Por cierto ¿Quién le había hecho esos regalos?

 

 

 

- ¿Qué hiciste, peque? – Shun  seguía perdido paseando la vista por aquel lugar y por eso le extrañó el apelativo, ¿le hablaban a él? Se dio la vuelta para ver al ángel que había visto en la mañana sentado en el escritorio frente al ventanal con unos papeles en la mano y portando un par de lentes de montura dorada.

 

 

 

- ¿Yo? Nada, yo soy inocente.  – Escuchó a la chica que contestaba fingiendo una cara de inocencia que no consideraba que los otros le fueran a creer. El ángel se quitó los lentes que cubrían sus ojos azules y suspiró.

 

 

 

- Entonces no te importara pedirle al joven junto a ti que limpie el desorden en el jardín. – La voz de Rafael se dejó escuchar en el estudio, Shun saltó indignado mientras que Anath se mordía el labio y el ángel en el escritorio mal contenía una risa, la silla tras el escritorio giró lentamente dejando ver a un ángel idéntico al  que estaba sentado sobre el escritorio, pero aquél proyectaba más belleza de la que Shun creía posible. Se notaba que el que acababa de ver era mayor, más sabio y poseía más conocimientos que el chico que intentaba no reír.

 

 

 

- ¡Ay, no! – Dijo el mayor levantándose del sillón y llevando una mano a sus sienes. Suspiro antes de hablar – Quítense la ropa, los tres. – Shun se pusó blanco cómo un papel. Desnudarse, enfrente de ellos. Rafael se acercó a un armario y sacó tres mudas de ropa de algodón y le entregó una a Shun quien la veía algo aprehensivo. – Hay un privado tras esa puerta. – El mayor le señalo una puerta a su izquierda y Shun ni tardo ni perezoso se dirigió ahí para cambiarse de ropa.

 

 

 

Cuándo salió ya lo otros dos se habían cambiado y la ropa estaba en un cubo grande. Además los cuatro estaban hablando relativamente civilizados considerando lo que había ocurrido. Shun colocó su ropa en el cubo con el resto de las prendas y se acercó a Rafael.

 

 

 

- Lo siento, no fue mi intensión. – Dijo bajando la mirada, estaba en realidad apenado y ahora que la adrenalina había bajado se estaba dando cuenta del gran, pero gran error que había cometido. Rafael posó una de sus manos en su hombro y le sonrió.

 

 

 

- No te preocupes, no me voy a enfermar, pero si tendrás que limpiar el desastre que causaste. – Shun asintió, no podía estar más de acuerdo con eso. – Además ella es la mala influencia, debería limpiar sola, pero bueno, no fue mi decisión. – Shun sonrió, y la joven le hizo un gesto con la lengua al arcángel de la sanación.

 

 

 

- ¿Ya me puedo retirar? – Preguntó Shun a los demás. El ángel que consideraba el mayor se dirigió a él.

 

 

 

- En un momento más. – La sonrisa de aquél le pareció tan hermosa, tan cálida y tan sincera que sintió que todo iba a estar bien. La puerta se abrió a sus espaldas y giró levemente para ver, por primera (y esperaba última) vez en su vida a un molesto Azrael, quién sin decir palabra lo sujeto por el brazo y lo sacó del despacho para llevarlo a su cuarto.

 

 

 

- No me tiene que ayudar, limpiaré todo yo sola. – Los otros tres sonrieron ante las palabras de la joven.

 

 

 

- Lo que Azrael le diga no está en nuestro poder, el castigo sigue en pie. – La chica suspiró antes de sonreír.

 

 

 

- Igual ha valido la pena. – Miguel sonrió abiertamente mientras que Rafael asentía y pensaba en lo mucho que se había recuperado aquel muchacho desde que la pequeña interviniera. Luciel simplemente dejo caer la cabeza hacía atrás un poco contrariado.

 

 

 

- Se supone que le darías respuestas, no que lo convertirías en tu cómplice de travesuras. – Miguel rio ante las palabras de Luciel.

 

 

 

- A mí me dijeron que le diera respuestas, nunca especificaron el formato en que debían ser entregadas. – La joven se encogió de hombros y abriendo aún más sus ya expresivos ojos, Rafael suspiró antes de salir del despacho dejando a Miguel desternillándose de la risa y a Luciel ocultando entre sus manos un “Hija de su padre”.

 

 

 

Shun ya no sabía cuánto tiempo llevaba parado en medio del cuarto escuchando a su padre, nunca lo habían regañado así ¿o sí? El discurso ya se había extendido por un buen rato, le estaba reprendiendo por entrar al jardín del Edén. Eso le molestó, en primera lo habían invitado a entrar ahí y en segunda no sabía que ese era EL jardín. También le recriminó su falta de sentido común y de restricción para dejarse llevar por la irresponsabilidad de juguetear entre las plantas, flores y árboles del jardín causando graves daños que tardarían en ser reparados, sin tomar en cuenta que el jardín de Rafael se había inundado, por eso el arcángel había intervenido, no había cosa que Rafael apreciara más en el universo que su bien cuidada colección de plantas medicinales. En eso, debía de reconocer había algo de razón, pero tenía derecho a divertirse, ¿no? Pensó en su madre y en lo que diría al respecto, por su mente cruzó la imagen de la diosa suspirando, negando levemente y ocultando una sonrisa. Si, había hecho mal, una travesura en medio de su inocencia, él no sabía en dónde se había metido y había pasado la segunda mejor tarde desde que estaba en ese lugar. Además ¿por qué le seguía gritando? Shun ya se había disculpado y ya no era un chiquillo ¿en dónde había estado ese personaje que se decía su padre cuándo lo había necesitado? Si tanto le podía que no tuviera cuidado en dónde se metía ¿por qué no se lo había explicado antes?

 

 

 

- ¿Me estas escuchando? – Azrael se había detenido justo en frente de Shun y había notado la ausencia del muchacho. Aunque habló con autoridad, no le había gritado en ningún momento, aunque Shun sentía que estaba siendo injusto con él, empezó a sentir una ira que no sabía de dónde provenía, pero se dejó llevar por ese sentimiento.

 

 

 

- No tengo nada que escuchar de ti. – Dejo salir la frase con un leve siseo, para no gritar. – Si tanto te interesaba en dónde me metía ¿Por qué no has estado más al pendiente? ¿No me podías decir dónde estaba o qué hay más allá de este piso dónde me tienes recluido? – Azrael se sorprendió por las preguntas que subían de tono en cada palabra, definitivamente había reproche en las palabras, pero también ira, y esa ira no era de Shun. – Si ese lugar es tan importante. – El sarcasmo fue evidente para el mayor. - ¿No debería haber un dragón custodiando la puerta o algo así? – Azrael suspiró, sí había un dragón custodiando la puerta, que en ese momento dormía plácidamente en una cesta después de llenarse la panza con manzanas y de hecho por eso estaba tan nervioso al saber en dónde se fue a meter Shun, el ángel comenzó a negar. – Si tanto te importó, ¿dónde estabas cuándo… ? - Shun se interrumpió, Azrael vio cómo los ojos del muchacho pasaban de la ira al más puro terror. No tenía que preguntar, no era el momento para que recuperara esos recuerdos aún, así que lo atrapó en un abrazó protector y lo envolvió con sus alas.

 

 

 

- Si estaba, Shun. Si estuve, por eso estás conmigo, porque te encontré, algo tarde lo reconozco, pero te saqué de ahí, vi lo que planeaban hacerte y tú también lo viste. No lo hicieron mi niño, no llegaron a tanto. – Shun comenzó a desesperarse y a sujetarse de la camisa del ángel. – Estás a salvo, nada te va a pasar.

 

 

 

- ¡Mamá! – El suspiro dejo sus labios sin que se diera cuenta. Sin pensarlo, Azrael desapareció de la habitación con Shun en brazos y aparecieron en la torre entre los dos reinos. En ese momento estaba vacía, solos en el centro de la habitación estaban ellos dos, pasó un instante antes de que Láquesis apareciera en las escaleras y se abalanzara sobre los dos que estaban en la estancia. – Mamá. – Shun la llamó y Láquesis acarició su frente y sus cabellos, había escuchado el llamado apenas dejo sus labios, por eso estaba en la torre, sabía que Azrael lo llevaría ahí si la estaba llamando.

 

 

 

- Todo está bien mi niño, no pasa nada. – Shun suspiro más tranquilo y las imágenes que se revolvían confusas en su mente comenzaban a desaparecer. La imagen de sus padres abrazándolo llenaba su mente y sus recuerdos. Láquesis tomó la mano de su hijo y beso los dedos. Volvió a cantarle la canción de cuna. Permanecieron juntos los tres, hasta que Shun se tranquilió. - ¿Qué ocurrió? – Preguntó la Moira en un susurro.

 

 

 

- Recordó cosas para las que aún no está preparado. – Láquesis suspiró.

 

 

 

- ¿Puedo? – Azrael suspiró, veía a la diosa con aprehensión, pero también entendía lo que iba a ocurrir. Eso tenía que pasar, estuviera o no listo, si los recuerdos aún estaban ahí los podían ver. El ángel asintió y Láquesis extendió su mano hasta tocar la frente de Shun. La diosa sintió todo, la desesperación, el miedo, la tristeza y escuchó lo que quería escuchar. Los nombres de los cuatro culpables, pero supo algo que no esperaba, hubo un quinto perpetrador. Láquesis controlo sus emociones y le infundió paz a su pequeño para que dejara ir ese recuerdo al rincón en su mente que debería estar hasta que estuviera listo para aceptarlo.

 

 

 

Esa noche Shun tuvo pesadillas, pero Azrael se encargó de proveerle consuelo. Un ligero toque del ángel y el muchacho recordaba lo que había vivido recientemente y algunos otros recuerdos de la infancia y de vidas pasadas. Entre todos esos recuerdos, había uno que no había visto antes y era un par de bellos ojos azules casi plateados, el caballero sintió melancolía al recordar aquellos ojos. Los extrañaba, pero no sabía la razón o a quién pertenecían.

 

 

 

Llegaron puntuales a la cita en el Jardín del Edén. Rafael ya los esperaba con herramientas varias a su disposición, al parecer no había nadie más en aquel lugar. Al acercarse, Shun pudo ver a un dragón blanco rondando los árboles de manzanas. No era un dragón muy grande, le recordaba a los dragones que usaban en los festivales japoneses y no medía más de dos metros y medio de largo. Aunque su aspecto se le antojo tierno, sabía que era mejor no meterse en problemas si aquel guardián vigilaba el jardín.

 

 

 

Sin esperar muchas instrucciones, tomó una de las escobas y comenzó a barrer la tierra que quedó esparcida por las losetas una vez que el agua se evaporó. Estaba concentrado trabajando, pero al igual que él día anterior los recuerdos lo asaltaron entre más empeño ponía a su tarea. Lo primero que vio en su mente fueron los ojos azules con los que había soñado. La profundidad de esa mirada lo abrumaba y entre más pensaba en aquellos ojos, más imágenes y recuerdos acudían a su mente. Cada pieza comenzaba a encajar lentamente, hasta que llego el punto en que se quedó quieto, y distraídamente pasó los dedos de su mano izquierda sobre sus labios.

 

 

 

- ¿Shun? – El muchacho volvió levemente los ojos a la joven que había llamado su atención apretando su hombro levemente. - ¿Estas bien? – El muchacho asintió a la pregunta y poco a poco fue sonriendo, era una sonrisa tonta, cómo si se acabara de acordar de alguna maldad que había hecho y que nadie más sabía. La chica sonrió y continuó con su trabajo al tiempo que tarareaba una canción.  

 

 

 

Por un rato más siguió con su tarea barriendo y acomodando las macetas caídas. Estaba recogiendo una gran maceta con un rosal cuando pincho el dedo con una de las espinas. Por instinto, el chico solto la maceta y llevó la parte afectada a sus labios. Shun succionaba y lamía levemente la herida cuando notó que era observado. Atrás de los árboles se encontraba un joven delgado y algo bajo que le observaba con gesto adusto. Llevaba un uniforme militar sencillo en colores oscuros y el cabello ondulado caía tras su espalda recogido en una coleta. Lentamente se acercó a la joven que estaba en la jardinera contraria acomodando algunas plantitas que se habían salido de su sitio.

 

 

 

- ¿Quién es el de la cara de pocos amigos?  - Anath volteó a ver al que le señalaba Shun y sonrió.

 

 

 

- Es Aminadab, es parte… - La chica se mordió el labio. – Es parte de la corte de Azrael. - Dijo encogiendo los hombros cómo si aquello no tuviera mucha importancia. – Supongo que Azrael no quiere que te vuelvas a meter en problemas. – Dijo inflando los cachetes y volviendo a recoger la tierra que había hecho montón en el piso. Shun volteó a ver al ángel, aquel simplemente inclinó levemente la cabeza. Sin más, el caballero regresó a su tarea de acomodar las plantas que se habían estropeado.

 

 

 

Tardaron todo el día limpiando, y eso que Rafael no los dejo entrar al lugar en el que mantenía las plantas medicinales. Al final Shun estaba exhausto y lo único que deseaba con todo su ser era una mullida cama y un cobertor calientito. Llegaron al salón del tercer piso Shun iba a ir a cambiarse pero Anath lo detuvo.

 

 

 

- ¿Me acompañas un rato? – Shun encogió los hombros y se sentaron en una mesa del salón. En la mesa de al lado se sentó el ángel que se había convertido en la sombra del caballero. Shun simplemente suspiró.

 

 

 

- Azrael me dijo que había un dragón custodiando la puerta del jardín. – Anath rio ante el comentario. - ¿Es cierto? ¿Es el que estaba en la mañana entre los manzanos?

 

 

 

-  Si muy cierto y sí era ese. – Shun se asustó solo un poco. – Si quieres luego lo vemos de cerca, es un amor, pero se toma muy en serio su trabajo. – Shun entendía muy poco de lo que la joven le decía, pero conforme pasaba el tiempo se daba cuenta que la chica tenía mucha razón en algunas cosas y también se dio cuenta que mucho de lo le había dicho de alguna forma contestaban preguntas que tenía o había tenido. Para empezar, había recuperado la capacidad de hablar, y eso ya era bastante. Luego, le había enseñado parte de sus habilidades angelicales. Shun seguía pensando en todo eso, hasta que un ser pequeño que parecía un niño pero sin alas se acercó a ellos para ver que necesitaban. Anath pidió te para los dos y una bandeja de fruta. Estuvieron en silencio un rato hasta que Shun se atrevió a realizar otra pregunta directa.

 

 

 

- Tu… ¿Has conocido alguna vez a Hades? – La joven abrió los ojos con sorpresa.

 

 

 

- No en persona, no. – Shun asintió decepcionado. – No tengo permitido cruzar a ese reino, podría no hay nada que me lo impida pero según las simulaciones sería algo catastrófico. – Shun sonrío nervioso. - ¿Por qué la pregunta? – Shun sonrió.

 

 

 

- Hoy, mientras trabajábamos en el jardín recordé algo de Hades. – Anath se enderezó levemente y sonrió al chico para animarlo a continuar. – Creo que es alguien bueno. – Shun se sonrojó algo más quería decir pero se sentía cohibido.

 

 

 

- Shun ¿te gusta Hades?. – El joven la vio con sorpresa y asintió levemente, la otra simplemente sonrió – ¿Por qué crees que es bueno? – El caballero no lo sabía a ciencia cierta, sólo sabía que esa afirmación era verdad.

 

 

 

- Creo que es alguien pacifico, que no entiende a los humanos porque no ha convivido con ellos, peor que es justo en sus decisiones. – El chico jugueteo con una cucharilla mientras decía todo aquello.

 

 

 

- Intentó destruir la tierra en más de una ocasión ¿sabías eso? – Shun frunció el ceño, si lo sabía.

 

 

 

- ¿No crees que los humanos merezcan esos castigos? – La chica chasqueó la lengua.

 

 

 

-  No, no lo creo. – La mirada resuelta le indico que no mentía.

 

 

 

- ¿Crees que Hades esté equivocado? – La chica sonrió ampliamente antes de contesar.

 

 

 

- Creo que Hades tiene mucho que aprender. ¿Qué tanto puede saber de los humanos si ha pasado 2500 años viviendo en una olla? – Shun ahogó una risa con sus manos. – No creo que se equivoque, tal vez esté un poco pasado de moda, pero equivocado no está. – Shun mostró una sonrisa ante aquellas palabras.

 

 

 

- ¿Habría objeción si me gusta Hades? – La joven sonrió.

 

 

 

- Una de las partes bellas de ser ángel, es que no tenemos un género definido. Tenemos energía. Hay ángeles con energía femenina, yo por ejemplo. – Shun la veía intrigado. – Gabriel también es un ángel de energía femenina, el propio Luciel. Es decir, no los vas a ver cómo mujeres, créeme que se te caería la baba si llegas a ver a Luciel cómo mujer, pero tampoco ves a Miguel o a Rafael cómo la epítome del género masculino. – Shun escuchaba pero seguía sin comprender. – A lo que voy es qué aquí no hay sólo negro o blanco, no hay bien o mal. Son las consecuencias de tu decisión las qué deciden si algo fue bueno o no. Nadie aquí te va a juzgar porque nadie aquí tiene la verdad absoluta. – Anath arrugó la nariz. – Bueno si hay alguien, pero es el menos interesado en juzgar tu vida. – Shun suspiró.

 

 

 

- ¿Es eso un no? – Preguntó cada vez más seguro. La chica encogió los hombros.

 

 

 

- ES otra forma de decirlo. – Contesto Anath también en un susurro.

 

 

 

- ¿Y por qué no me dices eso en lugar de la metáfora rebuscada que hiciste? – Anath levantó la vista y se quedó pensando un momento antes de encoger los hombros.

 

 

 

- Por qué no es divertido. – Dijo mientras tomaba un trocito de manzana del plato que llevaba el serafín hasta la mesa. – No es la manzana. – Shun abrió los ojos con sorpresa y suspiro. Justo se estaba preguntando por qué Anath comía del fruto prohibido.

 

 

 

- Entonces ¿puedo ir a ver a Hades? – Anath mordió suavemente un cuadrito de mango mientras analizaba la pregunta y suspiro.

 

 

 

- Pide y te será dado. – Shun suspiró y se sirvió un poco del té que habían llevado, era la cosa más deliciosa que había probado.

 

 

 

- ¿Y a quién le tengo que pedir? – Anath sonrió.

 

 

 

- ¿Tu a quién crees? – Shun suspiró, estaba pensando en Azrael, después de todo el ángel era su padre.

 

 

 

- ¿Qué pasa ahora? – Anath levantó una ceja, era una pregunta muy vaga.

 

 

 

- Depende. – Shun entrecerró los ojos y tomó un corte de alguna fruta que nunca antes había visto. – Tal vez si fueras especifico. – La chica sacudió los hombros antes de servirse te en una enorme taza.

 

 

 

- Pues… ¿soy un semidios o un gigante? – Anath sonrió antes de llevarse la taza a los labios.

 

 

 

- ¡Ah! – Dijo después de beber un poco del líquido. – Eres… - Suspiró y Shun la veía con impaciencia. – Un caso único. – Shun suspiró exasperado. – Desde su punto de vista eres un semidios, pero tus poderes pudieran sobre pasar a estos, principalmente porque eres nieto de un primordial, es decir estás casi al mismo nivel que los titanes. – Anath hizo una seña juntando dos de sus dedos pero dejándolos levemente separados. – Casi. – Shun sonrió. – Y no eres un gigante, eso es obvio. – Shun rio por lo bajo, en la mesa de al lado Aminadab, quién solo los observaba, escuchaba atentamente mientras veía con gran interés el sol ocultarse en el horizonte. – Pero sí has heredado poderes de los ángeles. – Shun sonrío y recordó que podía volar y podía manipular el agua. La sonrisa duro unos instantes suspiró antes de hablar.

 

 

 

- Entonces ¿a dónde pertenezco? – Anath bajó la taza que casi estaba en sus labios.

 

 

 

- Esa, querido sobrino, es una pregunta que tú debes contestar. – Shun se quedó un poco pasmado pensando en lo que le acababa de decir la joven, su mente estaba tratando de procesar cierta información que había recibido pero que aún no notaba su importancia o tal vez le estaba dando demasiada importancia. Aminadab sonrió mientras veía a Anath alejarse por la terraza fue hasta entonces que Shun consiente de que la chica se había levantado y le había dejado solo, suspiró, al parecer en ese lugar las respuestas directas y concretas no eran su estilo.

 

 

 

Unos minutos después Aminadab se levantó y desapareció por el pasillo hacía el interior de la fortaleza, pensó que por fin había desistido en su interés por seguirlo hasta que sintió una mano posarse sobre su hombro.

 

 

 

- ¿Cansado? – Shun sonrío.

 

 

 

- Algo. – Se quedó pensativo un rato antes de preguntar lo que estaba en su mente. - ¿Qué soy? – Su mente tenía prioridades por sí misma y al parecer algo era más importante que otra cosa. Azrael suspiró.

 

 

 

- Mi hijo. – El ángel se sentó en la silla junto al joven. Shun se sorprendió, Azrael no había dicho esas palabras en aquel lugar, es más le había pedido que no lo llamara padre mientras estuvieran ahí.

 

 

 

- Pero… - Azrael suspiró.

 

 

 

- En algún momento a alguien le dio por llamarte hibrido. Los he escuchado nombrarte adivino, oráculo, santo, caballero, aberración, monstruo…  - Azrael apretó los labios con fuerza. – No busques algo que te defina hacia los demás, entiende primero cómo te identificas a ti mismo. Cuál es tu razón de ser, y luego busca lo que te defina hacia los demás. – Shun suspiró, nunca había pasado por algo así, siempre supo que era un caballero de Athena, luego que era un oráculo que había vivido desde tiempos mitologícos, pero esto era diferente, no encajaba con nada de lo que conocía. No era un ángel, no tenía alas ¿era un semi-dios?

 

 

 

- Anath dice que debo decidir a dónde pertenezco. – Azrael sonrió.

 

 

 

- Si, esa es tú decisión y te dirán lo que tengas que saber antes de que tomes la decisión adecuada. – Shun suspiró y se levantó para ir a su cuarto.

 

 

 

Azrael lo acompaño y estuvo con él toda la noche, aunque no tuvo pesadillas, se sentía tan bien viéndolo dormir y escuchar su respiración pausada. Ahora entendía a los humanos y su fascinación por ver dormir a los hijos, había algo hipnotizante y tranquilizador en ese acto.

 

 

 

Los días que siguieron Shun se la pasó en un estado de duerme vela, había sido demasiado para el los tres días seguidos de trabajo constante. Anath lo visitó en su habitación y jugaron ajedrez un rato, a la chica no le hizo gracia que un medio dormido Shun le ganara tres encuentros seguidos. Platicaban un poco pero nada más. Rafael le había llevado una pequeña plantita de la que ahora cuidaba todos los días limpiando las hojas y rociándola con agua. Lo que más le sorprendió fue recibir una nota firmada por el mismo Luciel en la cual le agradecía por haber cortado las Lily con tanto cuidado, al parecer eran su flor favorita y pocos sabían arreglar las flores para el arcángel.

 

 

 

Aún después de que se recuperó del ajetreo, Anath no volvió a hacerle bromas pesadas, se la pasaban jugando basquetbol o caminaban junto al rio hasta el lago. Shun no volvió a hacer preguntas y en cambio las conversaciones se centraban en los poderes que Shun había descubierto que tenía.

 

 

 

- ¿Listo? – preguntó la joven, Shun asintió, estaba lo más listo que podría estar. – Libera tu mente y concéntrate en lo que te voy a mostrar. – Shun volvió a asentir. Anath levantó la tapa de la caja y le mostró a Shun un conejito que olisqueaba con algo de temor la orilla de la caja. Los ojos de Shun se fijaron en los del animalito y pudo ver todo lo que había vivido hasta el momento en que Anath lo había atrapado. El bichito no sentía temor, de hecho se sentía bastante cómodo y no quería que lo liberaran, eso le causaba algo de ansiedad al conejito, no quería volver al bosque, porque había animales que lo perseguían y ya habían matado a su hermanita a quién extrañaba mucho. Shun seguía escuchando al conejo, casi se sentía un conejo el mismo, hasta que sintió una mano jalarlo y llevarlo a la realidad.

 

 

 

- No dejes que te atrape, es fácil olvidar quién eres cuando estas dudando de ti mismo. – Shun la miro fastidiado.

 

 

 

- ¡Pero es que no sé quién debo ser! – La joven suspiró.

 

 

 

- He aquí un par de cosas que ya debes saber, pero que es importante que nunca olvides. – La chica suspiró. – Tú eres hijo de Alecta, una de las Moira, la hilandera, la que mide la longitud del hilo y lo teje después de la muerte. Tú padre es Azrael, el ángel de la muerte, aquel que trae las almas a los terrenos del creador, uno de los doce generales celestiales. Tu casta no es cualquier casta, los dioses del Olimpo te deben reverencia y serían tontos en no tenerte miedo. Te nombras Shun, pero ese no es tu nombre, y ningún nombre tendrá significado si no se lo das tú. – Shun bajó la mirada, estaba algo avergonzado, sabía quién era Alecta o Láquesis, pero no sabía que su padre fuera un general y alguien de tan alto rango. – Ahora dime ¿Quién eres? – La joven había tomado por la barbilla a Shun y lo veía directo a los ojos.

 

 

 

La mente de Shun se conectó con la de la chica y vio muchas escenas de batallas ganadas y perdidas, vio la muerte de un hombre en una  cruz y sintió el dolor de la joven ante aquel acto. Vio a la misma joven y a otro chico jugando en praderas eternamente verdes y coloridas y luego vio a la misma joven herida gravemente, su vida estaba en peligro, pero la chica que veía era diferente a la que estaba frente a él, sus ojos eran distintos, estaba viendo a la Anath del futuro, vio sus alas desplegarse y como una de ellas era arrancada de su espalda y yacía en el piso, Shun sollozó, quería que eso parara, pero no podía detenerlo. De repente se vio en medio de un campo de batalla, el suelo bajo sus pies se congelo y sintió el ataque del polvo de diamantes pasar a centímetros de él, se dio la vuelta y vio a un guerrero con el símbolo de Artemisa en el pecho, blandía una lanza, de un salto atravesó a Shun, pero ese no era su objetivo, Shun volteó y vio a aquel guerrero atravesar el pecho de Hyoga, el caballero del Cisne escupía sangre, pero sin amilanarse se acercó al guerrero de la luna clavando más la lanza en su pecho, las piernas de Hyoga convulsionaban y en un último esfuerzo el Cisne tomó la cabeza de aquel guerrero y la congelo con sus manos. Shun gritó mientras veía la sangre de su hermano correr por la larga lanza, llamaba a gritos al guerrero herido, pero sabía que nada podía hacer, Hyoga cayó al piso quedando de rodillas, sus ojos se apagaron y su cuerpo sin fuerzas cayó sobre su costado derecho. Antes de perder la vida, el cisne en el casco de Hyoga desapareció, les informaba a los caballeros en el santuario de un ataque inminente. Shun volvió los ojos y vio decenas de guerreros con la luna en el pecho que se disponían a atacar el santuario, al frente de todos ellos, tres sujetos con armaduras de guerreros sagrados los lideraban. Shun volteó hacia el santuario y grito con todas sus fuerzas llamando a Saorí, pero no podía más, sintió una mano sobre su pecho y un calor muy especial inundándolo. Abrió los ojos lentamente, para encontrarse con unos ojos azules cómo el cielo mismo, esos ojos no estaban asustados, lo veían con paz infinita eso calmó a Shun quien había sujetado a quién lo sostenía por las mangas de la camisa, el otro le sonrío con ternura y Shun simplemente se soltó llorando, no sabía porque pero sentía un gran alivio, al mismo tiempo que sentía miedo de haber visto lo que estaba ocurriendo en la tierra.

 

 

 

- Lo que viste aún no pasa, es uno de los muchos futuros posibles. – Shun pestañeó un poco antes de intentar incorporarse. – Con calma. – Shun asintió, aún estaban en el paraje junto al rio y Anath sostenía al conejito entre sus brazos, el bichito se había quedado dormido con el calor corporal de la joven.

 

 

 

- ¿Se puede evitar? – Miguel encogió los hombros.

 

 

 

- Podrías, si sabes que fue lo que llevó a ese desenlace. – Shun suspiró, se sentía cansado y volvió una mirada aprehensiva a Anath. – Ella no vio lo que tú viste. – Miguel se adelantó a contestar la pregunta aún no hecha. Shun iba a preguntar algo más pero vió en el firmamento una figura que planeaba sobre ellos. – Ah… aquí viene Azrael. – Dijo levantándose y dando espacio al arcángel que se arrodillo junto a su hijo y lo abrazo fuertemente. Shun no se contuvo y dejó salir las lágrimas, sabía que no era cierto, sabía que era una visión, pero se sintió tan real. Había visto la sangre de Hyoga, el vio los ojos del Cisne apagarse y lo vio hacer un último esfuerzo para avisar a sus demás hermanos. Azrael suspiró al escuchar a Shun mencionar el nombre, ese nombre si estaba en su lista, sin fecha de llegada, el ángel suspiró y desapareció del lugar dejando solos a Miguel y a Anath. El primero veía con aprehensión a la chica.

 

 

 

- ¿Tengo monitos en la cara? – Miguel rio bajo y abrazó a su hermana para desaparecer de aquel lugar llevándose consigo al conejo.

 

 

 

Shun se negaba a ver a Anath, no podía verla a los ojos y ocultarle lo que había visto. Azrael le había hecho el pedido, Miguel había visto lo mismo que él, eso era suficiente pero no podía decir nada a la joven. Habían pasado tres días cuando la vio en la terraza, ella le sonrío y haciéndole una mueca se lanzó al cauce del rio.

 

 

 

- ¡Redrojo! – Escuchó que le gritaba mientras caía, Shun suspiro y salto tras ella. Por primera vez en esos días se sentía libre, no golpeo la superficie del agua, se impulsó hacia adelante siguiendo el cauce del rio hasta llegar al lago, se zambulló en las aguas cuál flecha para luego flotar a la superficie y quedarse ahí mirando al cielo. Sintió algo golpear su hombro pero ni se molestó en mirar. – Es cómo volar, pero sin estrellarte. – Shun rio y así se quedaron un buen rato, dejándose llevar por la corriente del agua cada uno perdido en sus propios pensamientos.

 

 

 

Era de noche y ambos estaban en la gran terraza aún con las mismas ropas que ya se habían secado con la brisa del atardecer. El salón detrás de ellos estaba casi lleno, a Shun le llamó la atención, nunca lo había visto así.

 

 

 

- ¿Siempre es así? – Anath sonrió.

 

 

 

- Regularmente. – Shun la miro inquisitiva. – Podemos pasar inadvertidos si queremos o debemos. – Shun asintió – Además había restricciones por ti. – Shun suspiró.

 

 

 

- Pero no soy nadie importante. – Anath rio.

 

 

 

- Créeme que lo eres. Eres parte de la familia y si había que estar lejos de los pisos superiores y recluidos en las barracas, todos iban a seguir la indicación al pie de la letra. – Shun rodó los ojos. – Además nadie fuera de los 12 provocaría a Azrael. – Shun se detuvo a pensar, eso sonaba más razonable. – Shun. – El caballero volvió los ojos a la chica. – No nos veremos por un tiempo, debo ir a una parte y puede que tarde en regresar. – Shun asintió, pensó que la chica se iba para darle su espacio. – Ha sido un gran placer conocerte, te digo esto porque no sé si aún estés aquí cuando vuelva, deseo que así sea, pero si no lo es, si tu decisión no está con nosotros, quiero que sepas que siempre puedes contar conmigo. – Shun iba a decir algo, pero la chica se acercó a su oído y murmuró una palaba para que solo él la escuchará. A Shun se le antojo un momento íntimo y la palabra que le dijo le pareció el secreto que mejor debía guardar en el universo. – No lo repitas, nunca en voz alta. Si me necesitas piensa en lo que te acabo de decir y si puedo estaré ahí. Si no aparezco… bueno… es porque no puedo llegar a tí por razones ajenas a mi voluntad. – Shun se entristeció por eso. – Hey, Azrael ¿atrapaste muchos pitufos hoy? – Shun había sonreído al escuchar el nombre pero se sorprendió por la pregunta y su mente trataba de procesar un pedacito de información muy importante que le estaban dando pero que no podía procesar.

 

 

 

- Ja… ja… ja… - Shun rio ante la respuesta de su padre. – Te buscan allá adentro. – Anath sonrió y se volteó para abrazar y besar en la frente al caballero de Andrómeda. Azrael suspiró. – Te acabas de ganar un guardaespaldas de lujo. – Shun se extrañó por las palabras pero no era en lo que estaba pensando.

 

 

 

- ¿Estará bien? – Azrael lo volteó a ver y dirigió luego la mirada al salón.

 

 

 

- Es más fuerte de lo que aparenta y a veces su sentido del humor la salva. – Shun sonrió. – Volverá, siempre vuelve. – El arcángel lo empujó levemente.

 

 

 

- Siento que debería estar en otro lugar, que me estoy perdiendo de algo muy importante. – Azrael sonrió.

 

 

 

- No apresures las cosas, lo que pasará, pasará. – Shun dejó salir el aire de golpe y vió a Anath cruzar la puerta del salón, probablemente iría a los pisos inferiores.

 

 

 

- Ya la extraño. – Azrael sonrío y acercó al muchacho a su pecho. Shun escuchó el zumbido tan característico y que le daba una inmensa paz, pero también lo hacía extrañar a Hades. No le había pedido a su padre permiso para ver al dios, y no sentía que ese fuera el momento, así que se acomodó mejor para escuchar ese zumbido que lo hacía sentirse protegido y amado cómo hace mucho no se sentía.

Notas finales:

1. Redrojo. Sonido que hacen los bebés, por tanto, un bebé de brazos.

 

¡Gracias por los reviews! Espero que les este gustando, diganme si está muy rebuscado o si a algo no le entienden.


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