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Cosas de adolescentes por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Como siempre y por mi mala costumbre de dejarlo todo a medio hacer, pedir disculpas a todos aquellos que estén siguiendo este fic por actualizar después de meses sin aparecer con él por aquí XD. Espero que disfruten este capítulo, y no se preocupen demasiado ya que me muero de ganas de escribir el siguiente, jaja. Un beso :3

     No le apetecía nada dormir. Sólo pensaba en su hermanita y en cómo estaría en ese momento, si conseguiría dormir esa noche. La había llamado hacía apenas una hora y habían ido a verla también por la tarde. Estaba mucho mejor que el día anterior, pero aún así no podía dejar de preocuparse por ella.

 

     Llamaron a la puerta de su habitación mientras miraba por la ventana y entró su madre con un zumo de manzana.

 

Toma, cariño, te sentará bien.

 

Muchas gracias, madre —lo cogió sonriendo.

 

Échate ya a dormir que debes de estar muy cansado.

 

Lo estoy, pero no tengo sueño.

 

Seguro que nada más te tapes te quedarás sopa —se acercó más a él y le dio un beso en la mejilla—. Hasta mañana.

 

     Quiso hacer caso a su madre y echarse a dormir, pero algo le impidió separarse de la ventana. El cielo estaba despejado y había media luna. Las estrellas de alrededor formaban las constelaciones que se podían ver desde el cielo de invierno, pero no supo reconocer ninguna de ellas.

 

     Por fin, después de media hora dándole vueltas la cabeza, consiguió conciliar el sueño.

 

 

 

 

 

     Las tres primeras horas de clase pasaron como nubes sin viento sobre ellos. No hubo nadie que no hubiera bostezado por lo menos quince veces, y es que las clases de lengua con ese profesor se convertían en un perfecto jardín con hamaca en la que dormir.

 

¿No crees que han sido las tres primeras horas más horribles del mundo? —Preguntó Milo a Aioria, quien se había quedado dormido encima de la mesa—. Ya veo que sí —rio y con la agenda del moreno le dio un sonoro golpe en la cabeza.

 

¡¡¡Ah!!! ¡¿Pero qué haces?!

 

¡Recordarte que estás vivo! —estalló en carcajadas.

 

Pobre Aioria, déjalo, ya tiene bastante con aguantarse a sí mismo para que vayas tú a molestarle —dijo Camus, rodeando a Milo por la cintura y haciendo que se girara para besarle.

 

Bueno, ya empezamos... — dijo Aioria desviando la mirada.

 

Oye, Mu —Lo llamó Milo—, ¿sabes algo de Shura?

 

¿Eh? Ah, sí, no iba a venir a clase hoy. Tengo que llevarle los deberes a casa.

 

¿Qué le pasa? —Preguntó Camus.

 

Me parece que tenía una revisión de equipo o algo así.

 

Ah —asintieron.

 

Bueno, ¿bajamos? —Propuso Aioria.

 

     Dijeron que sí casi al unísono y bajaron las escaleras hasta la cafetería. En la mesa de siempre los esperaban Afrodita y Saga. Este último parecía estar haciendo los deberes de inglés mientras Afrodita lo ayudaba.

 

Hola chicos —los saludó Saga y los demás correspondieron al saludo.

 

¿Y Shura? —Preguntó Afrodita.

 

No viene a clase —se encogió de hombros Milo, y de pronto pareció advertir de algo muy importante—. ¡¡¡Oh sí!!! —Exclamó dando un grito.

 

Cariño, aquí no —dijo Camus.

 

Cállate. ¡Que no tengo que comprarle nada! ¡Me siento libre! —Exclamó de nuevo.

 

¿Qué se ha tomado? —Preguntó Saga burlón.

 

Será el colacao —rio Aioria.

 

Mañana es el cumpleaños de Shura —recordó Afrodita—. ¿Tenéis pensado regalarle algo?

 

Pues... yo aún no lo he pensado —dijo Camus.

 

Me dijo que lo celebraría este sábado —Comentó Mu.

 

¡Entonces no hay ningún problema! —Exclamó Aioria—. Podemos quedar todos el viernes para comprarle algo, o el sábado un poco antes de quedar con él.

 

Ups, yo el viernes no puedo quedar —dijo Camus—, va a venir mi abuela a casa y me pidió mi madre que reservase ese día.

 

Entonces el sábado por la mañana —dijo Afrodita.

 

¡De eso nada! No pienso levantarme temprano un sábado —Protestó Aioria.

 

¿Entonces qué?

 

Antes de quedar con él. Si somos rápidos no creo que vaya a suponer ningún problema.

 

Está bien.

 

Por mí no hay problema —dijo Camus.

 

¿Y vosotros? —Preguntó Saga a Mu y a Milo.

 

Ningún problema —contestaron ambos.

 

Vale, ¿y a qué hora quedaríamos? —Preguntó Afrodita.

 

¿A las cinco?

 

Yo creo que primero deberíamos preguntarle a Shura a qué hora quiere celebrar su cumple para saber a qué hora nos iría mejor a nosotros —Dijo Camus.

 

Sí, tienes razón. Mu, ¿te encargas tú de preguntarle? —Dijo Afrodita evitando una sonrisa.

 

Sí, claro —respondió éste.

 

Bueno, ahora dejadme acabar los deberes, anda —protestó Saga amistosamente.

 

     Camus paseó su mirada por toda la cafetería, no queriendo reconocer a quién estaba buscando. Encontró a Shaka sentado en la mesa en la que solía sentarse con Kanon, en una esquina bajo una ventana. Parecía estar más animado pero a la vez le dio la impresión de que tenía los ojos cansados. Se preguntó qué tal estaría y le entraron unas ganas terribles de ir y preguntarle.

 

     La campana sonó un rato después y todos subieron a sus respectivas clases. Las últimas tres horas fueron más amenas, y pronto se vieron en la calle para irse de vuelta a casa.

 

¿Entonces el viernes no vienes a dormir a mi casa? —Le preguntó Milo poniendo morritos.

 

Sí, sí iré, no te preocupes —le dijo Camus guiñándole un ojo—. Pero hasta que no se vaya mi abuela no podré estar contigo, lo siento, bicho.

 

No pasa nada, ya te picaré cuando pueda—se relamió un labio.

 

Vaya picarón —estallaron ambos a carcajadas.

 

¡Pero mirad quién está aquí! —Exclamó Aioria corriendo hacia el chico que acababa de llegar en moto. Saga fue con él.

 

     Afrodita se puso tenso de repente, y giró la cara pensando que Camus lo estaría mirando, pero lo encontró besando apasionadamente a Milo. Tuvo la necesidad de hablar con alguien y el único que quedaba era Mu.

 

¿Qué tal, Mu? —Le preguntó.

 

Bien, supongo. Aunque tengo que hacer un doble viaje para llevarle los deberes a Shura.

 

No te olvides preguntarle la hora.

 

Ajá.

 

     Afrodita volvió a girarse hacia Camus y vio que ya se habían despegado los dos, pero detrás de ellos vio también a Shaka que salía del instituto junto a Kanon, y Camus volvió la vista hacia el rubio y perdía la mirada en él. Milo lo llamó preguntándole qué pasaba y ya estaba girándose para comprobarlo cuando Afrodita llegó de improviso y les dio tema de conversación a los dos.

 

Mu dice que le va a preguntar a Shura sobre la hora en cuanto le deje los deberes —dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

 

Me parece bien —dijo Milo.

 

     Camus miró al polaco y se dio cuenta de lo que había estado a punto de pasar. Le agradeció eternamente con la mirada y Afrodita suspiró y giró la cabeza como muestra de decepción.

 

Creo que tengo que hablar contigo —le dijo al francés al oído.

 

Y yo contigo —le sonrió Camus señalando con la barbilla a Angelo.

 

     Afrodita se separó de él y le dio la espalda molesto.

 

¿Qué le has dicho? —Preguntó Milo.

 

Nada que le guste —rio—. ¿Nos vamos?

 

Está bien.

 

     Se despidieron todos de todos y se fueron a casa. Mu iba por la calle pensando en cómo presentarse en casa de Shura, ¿y si lo pillaba después de una ducha como le había pasado a él? Al recordar aquéllo se puso completamente rojo. Ya había llegado al portal y llamó al timbre, obteniendo un ''¿Sí?'' como respuesta por parte de Shura.

 

Soy yo, Mu —contestó.

 

     Le abrió la puerta y subió por el ascensor hasta su casa, encontrándose la puerta abierta. Shura lo recibió del otro lado apenas pasó un segundo y Mu comprobó, sin pretenderlo, que llevaba toda la ropa puesta.

 

Te he traído los deberes —se llevó una mano a la mochila para abrir la cremallera.

 

Espera, pasa, que si no se te caerá todo por aquí —lo invitó.

 

     Entraron hasta la habitación del español que estaba un poco hecha un desastre. Mu se sentó en la cama y Shura cogió la silla de su escritorio para sentarse en frente de él.

 

No hay nada de matemáticas, pero sí de inglés y de Historia.

 

¿Y de química?

 

Hoy no había química, Shura —sonrió.

 

Anda, es verdad —sonrió a su vez llevándose una mano a la cabeza.

 

     Mu se lo quedó mirando sin apartar la vista de sus ojos negros. Le encantaban tan oscuros, como pozos profundos de los que no quería salir. Se sintió estúpido pensando aquéllo y estuvo a punto de retirar la mirada cuando comprobó que Shura también tenía su vista clavada en sus ojos. Se sonrojó sin poder evitarlo, recordando lo que había pasado el otro día en el parque.

 

     El moreno fue acercando su rostro hasta Mu casi sin darse cuenta, y cuando estaban a punto de rozarse la silla le jugó una mala pasada y se cayó hacia adelante. Mu se alarmó sin saber qué hacer.

 

¿Estás bien? —Le preguntó.

 

Sí, sí... sólo ha sido un golpe... —se llevó una mano al hombro con el que había golpeado el suelo.

 

     Mu sonrió sin poder evitarlo y Shura se rio con él.

 

Entonces no hay nada de química.

 

Nada de nada.

 

Menos mal —sonrió de nuevo.

 

Por cierto, Shura.

 

Dime.

 

¿A qué hora quieres celebrar tu cumpleaños el sábado? Me dijeron que te lo preguntase.

 

Pues no lo sé... Tengo un entrenamiento después de comer. ¿A las ocho os viene bien a todos?

 

Yo creo que sí.

 

Bueno, si no que llamen.

 

¿Qué tal la revisión?

 

Bien, bueno... sólo me pincharon el brazo, parecía un drogadicto —rio.

 

¿Para qué?

 

Para sacarme sangre. Creo que es lo que más odio de todo el mundo... —se quedó en silencio un rato y a Mu le pareció que se ponía pálido—. Verás, me dan pánico las agujas y los pinchazos y todo eso...

 

Oh. Pero es normal, a todo el mundo nos asusta.

 

A algunos más que a otros... Pero bueno, eso ya pasó, así que no me preocupa hasta que vuelva a tener una aguja al lado de mi brazo.

 

Debería irme ya a casa, se preocuparán si llego tan tarde a comer.

 

Sí, es verdad. Muchas gracias por traerme los deberes —le sonrió.

 

De nada, Shura.

 

     Salió de su casa sin más, con Shura despidiéndose de él desde la puerta con un brazo y se fue a su hogar. Estaba muerto de hambre.

 

 

 

 

 

     La comida no le había desagradado pero no era precisamente su plato favorito. Casi todas las semanas tenía pollo con patatas por lo menos tres veces y ya se estaba empezando a cansar de ello. Se lavó los dientes y se fue a su habitación. Encendió el ordenador y puso música. No le apetecía conectarse al msn y dentro de poco llegaría Camus a darle clase, cosa que tampoco le apetecía demasiado (la clase, por supuesto). Se cansó de mirar hacia la pantalla y se tumbó en la cama a pensar.

 

     Su mente se dirigió de inmediato hacia Camus, y recordó su primer beso con él. Había sido el mismo día que le pidió salir, una noche de sábado, después de una fiesta en una discoteca. Había bebido mucho, y el francés también, y aprovechando la ocasión y la poca vergüenza que le quedaba de aquel día se declaró, obteniendo como respuesta un apasionado beso de Camus. Sonrió sin poder evitarlo, pero unos segundos después se vio a sí mismo recordando algo que no le agradaba y que tenía que ver con otro asunto que lo desgastaba. Se levantó de la cama y fue hasta uno de sus cajones. Lo abrió y sacó de él una cajita en la que había un anillo de plata en el cual se veía inscrito ''Siempre...''. Perdió la mirada en esa joya y casi no se dio cuenta de que llamaban al timbre. La guardó donde estaba con sumo cuidado y fue a abrir.

 

Soy yo, Milo.

 

     Esperó a que subiese y cuando Camus entró en su casa corrió y saltó sobre él para abrazarlo.

 

¿Y este énfasis? —Preguntó el francés sorprendido.

 

Nada, es que te echaba de menos —contestó sin dejar de abrazarlo.

 

Si hace apenas hora y media que nos vimos —dijo fundiéndose con él y cerrando los ojos para disfrutar de su contacto.

 

No me apetece estudiar hoy, sólo estar contigo.

 

Estás cariñosón hoy, ¿eh? —rio—. Pero hay que hacer los deberes y estudiar Historia, que seguro que aún no has empezado y el examen es el viernes —se separó de él suavemente y le sonrió.

 

Está bien...

 

     Fueron hasta su habitación y Milo despejó la mesa y puso los libros sobre ella.

 

¿Por cuál empezamos? —Preguntó.

 

Matemáticas, que sé que te encanta.

 

Uff, sí, no sabes cuánto —suspiró.

 

A ver, la profe nos dijo que hiciéramos tres ejercicios, no creo que te vayas a herniar.

 

Con el sueño que tengo...

 

Haber dormido más. Mira, éste es fácil, hazlo.

 

     Milo le echó un vistazo a lo que le señalaba, luego lo miró a los ojos suplicante.

 

No tengo ni idea —sonrió.

 

¿En serio? —Suspiró—. Está bien, empezaremos desde el principio.

 

     Cuando acabaron todas las tareas de ese día Camus casi lo obligó a ponerse a estudiar Historia, preguntándole cada apartado después de dejarle unos minutos para aprendérselo y preguntándole después el tema entero por orden.

 

Perfecto, sólo te queda otro tema más para el examen y ya te sabes este... ¿ves qué bien sienta cuando se estudian las cosas?

 

Preferiría estudiarte a ti más a fondo, eres mi asignatura preferida —le dijo llevándose un dedo a los labios.

 

Te dejo estudiarme cuando apruebes el examen —le dijo en el mismo tono—. Mañana te ayudaré con el segundo tema y el jueves con que lo repases todo te bastará para sacar buena nota.

 

¿Y si se me olvida?

 

Te castigo —le dijo con voz severa, pero riéndose casi inmediatamente.

 

Eso me gustaría verlo —ronroneó.

 

Tú aprueba y la recompensa será mayor.

 

Entonces no me quedará más remedio que aprobar...

 

Así me gusta —le guiñó un ojo.

 

     Milo se acercó a él estirando el cuerpo y apoyó sus manos sobre las piernas de Camus, haciendo que este se tensase. Le besó los labios con una sonrisa maléfica y bajó por su cuello, haciendo que el francés terminase por estremecerse por completo. Milo fue bajando por sus hombros y tirando de su camisa cuando Camus lo apartó de él despacio y lo miró con una sonrisa pícara.

 

Cuando apruebes.

 

 

 

 

 

     Intentó concentrarse todo lo que pudo en hacer los deberes pero el bolígrafo le temblaba entre las manos. Dos veces ya que había estado tan cerca de besar a Shura... y es que lo estaba deseando. Se despejó la cara del cabello lila que le cubría con la mano y suspiró de nuevo, otra vez entre las cientas de veces en ese día. Su hermano Shion picó tres veces a su puerta y le dejó pasar.

 

Te quedas solo, que he quedado con Dohko. ¿Estás bien? —Preguntó mirando su expresión.

 

Sí, sí, estoy bien. Estoy estudiando.

 

Vale, pues nos vemos luego hermanito.

 

Hasta luego —se despidió.

 

     Cuando oyó la puerta que se cerraba se levantó casi por instinto y fue hasta su cama donde había dejado a Chuletita. Lo tomó entre sus brazos y cerró los ojos fuertemente. Se sentía como un niño pequeño, pero le daba igual. No podía continuar haciendo los deberes y se preguntó si Shura los habría hecho ya.

 

     Se quedó dormido sin darse cuenta y cuando llegaron sus padres a casa se lo encontraron allí, abrazado al peluche con una sonrisa en los labios y todos los libros tirados por la mesa, con los bolígrafos sin tapar y un tenue rayo de sol filtrándose por la ventana.

 

 

 

 

 

 

 

     Acababa de volver del hospital de ver a su hermanita. La veía mucho mejor de lo que esperaba. Shie había sonreído nada más ver a sus padres y a Shaka aparecer por la puerta de la habitación, y había insistido en levantarse para abrazarlos a todos, pero ellos no se lo permitieron. En vez de eso, se acercaron a ella para concederle el abrazo que deseaba la pequeña.

 

     Ahora Shaka había entrado en su habitación con el objetivo de terminar los deberes que había empezado justo después de comer. Se sentó en la mesa y perdió la mirada entre las paredes y las estanterías llenas de libros. Hacía días que no podía concentrarse. Pensaba en su hermana, en los consejos de Kanon y en Camus. Este último le tenía la cabeza hecha un lío. No sabía cómo tomarse todo lo que había pasado con él y lo que había pasado el sábado, lo cual no podía dejar de revivir en su mente. Suspiró sin poder evitarlo, escuchando desde allí cómo sus padres preparaban la cena. Él se había ofrecido, pero le dijeron que mejor acabase los deberes. Y no podía, era imposible entender en ese estado lo que las hojas querían decirle. Así, cerró el libro sintiéndose estúpido y buscando una explicación para no continuar. Abrió la ventana y se asomó, pero la cerró casi al instante por el frío que entraba desde el exterior.

 

     Se quedó unos segundos mirando a través del cristal cuando se dio la vuelta y fue hasta su armario. Lo abrió y buscó entre la parte alta una caja de madera de color claro. Se sentó encima de su cama y la abrió. Tenía muchas cosas dentro, como colgantes y cartas. Lo apartó todo hasta encontrar una cajita roja. La abrió y sacó de ella un anillo de plata inscrito con la palabra ''...contigo''. Lo miró sin saber muy bien por qué se lo estaba poniendo en el dedo corazón de la mano izquierda. Hacía un tiempo lo había llevado todos los días, pero ahora ese recuerdo quería borrarlo de sí. Lo volvió a guardar con sumo cuidado y dejó la caja de madera donde estaba.

 

     Sus padres lo llamaron poco después de que cerrase el armario para ir a cenar, y luego de echar otro vistazo por la ventana salió de su cuarto hacia el salón.

 

 

 

 

 

 

 

     Sonó el despertador y lo primero que pensó Shura es que tenía que levantarse para desayunar e ir a clase. Tenía el presentimiento de que se le había olvidado algo muy importante. Salió de su habitación frotándose los ojos y bostezando como un lobo, y comprobó que sus padres trabajaban ese día por la mañana, por lo que estaba solo en casa.

 

     Fue hasta el baño para lavarse la cara y despejar el sueño y luego a servirse un café con tres galletas. Otro día que apenas desayunaba.

 

     Cuando terminó de comer, se fue a duchar y luego a su cuarto para vestirse con una camiseta azul, una camisa de cuadros negros y azules marinos por encima, unos vaqueros... Se peinó y lavó los dientes, cogió su mochila y salió de casa con el tiempo justo para llegar al instituto.

 

     Las puertas ya habían abierto pero había un cúmulo de alumnos que apenas dejaban pasar al resto que subía hacia las clases. Ni siquiera se apartaban cuando pasaban los profesores. Se preguntó si él de más pequeño era igual que aquellos chavales, y sonrió al advertir que sí. Subió las escaleras dando un último bostezo y nada más traspasar la puerta lo rodearon Camus, Milo, Aioria y Mu y empezaron a cantarle el cumpleaños feliz. ¡Claro! ¡Era eso lo que se le había olvidado! Se sintió muy tonto de repente y como era de esperar se puso rojo como un tomate sin saber qué cara poner ante aquel gesto.

 

     Cuando acabaron con la canción le siguieron los aplausos no solo de ellos, sino también del resto de la clase que también se habían incorporado al cántico.

 

¿En serio era necesario? —Preguntó agachando la cabeza.

 

¡Pues claro! Te nos haces viejo, eh —sonrió Aioria.

 

Venga, Shura, que no se cumplen años todos los días —le dio Camus una palmadita en el hombro.

 

Qué vergüenza —dijo el español ladeando la cabeza de un lado a otro aún rojo—. Ya ni me acordaba de que era mi cumple.

 

Pues aquí estuvimos para recordártelo, jaja —rio Milo—. Ya te la volveremos a cantar con Dita y Saga en el comedor.

 

Sí, sí, ríete, pero hoy quiero ración doble de comida —estalló Shura de la risa.

 

¡¿Qué?!

 

Eso te pasa por bocazas —le espetó Camus.

 

     Milo lo tomó por los hombros y lo besó.

 

Pues cállame así —le contraatacó.

 

Por mí encantado, jaja —rio el francés.

 

Ejem, ejem, ¿me dejan pasar para comenzar con la clase de química? —Preguntó el profesor que acababa de llegar.

 

     Todos se sentaron cuando éste dejó las cosas sobre la mesa del tutor, y antes de que lo hiciera Shura, Mu se acercó a él.

 

Felicidades, Shura.

 

Muchas gracias —dijo con una amplia sonrisa y ambos se sentaron.

 

     Como siempre, las primeras horas son las más dolorosas a no ser que te guste atender. Pasaron lentas, pues, mientras los más despiertos aún daban ligeros bostezos. Cuando terminaron, todos se fueron a la mesa donde estaba Shura, quien no tenía un aspecto de persona despierta y en condiciones de trabajar.

 

Bueno, como es tu cumpleaños mi regalo es no quejarme en comprar lo que me mandes —dijo Milo.

 

¡Eso no es un regalo! —Protestó.

 

O lo tomas o lo dejas —sonrió triunfante.

 

Sabes que eres tú el que sales perdiendo si no me compras la comida... —chantajeó con una sonrisa malvada.

 

     Milo no contestó y Shura se rio sintiéndose el ganador de aquella batalla.

 

Bueno, bajemos —dijo Aioria mientras sacaba de su mochila un paquete de patatitas.

 

¿La vas a dejar aquí? —le preguntó Mu al griego.

 

¿El qué? ¿La mochila?

 

Sí.

 

Eso pensaba.

 

Pues deja de pensarlo porque la siguiente hora es en el tercer piso.

 

Oh... —dijo dando un golpe al aire, fastidiado.

 

     Cuando llegaron a la cafetería Saga estaba de pie apoyado sobre la mesa y Afrodita mirando en su agenda. Saga corrió hacia Shura cuando lo vio aparecer y le dio un fuerte abrazo y posteriormente le tiró de las orejas tantos años como cumplía.

 

¡Y una de regalo! —Exclamó tirando más fuerte.

 

¡¡Au!! —Se quejó el español llevándose las manos a las orejas doloridas—. Odio que me tiren de las orejas.

 

¿No echabas de menos tu tierra? ¡Pues ahí tienes un pellizco de ella! —rio.

 

     Shura lo fulminó con la mirada pero terminó por reírse con él.

 

     Se sentaron alrededor de la mesa y Milo propuso cantar el cumpeaños feliz otra vez con con Afrodita y Saga, y así hicieron, en contra de lo que quería Shura. Empezaron a cantar y a dar palmas otra vez, descoordinados, y pronto se sumaron otras mesas y cantaron con ellos sin saber de quién era el cumpleaños. Shura, por su parte, se echó sobre la mesa y escondió el rostro en la mochila.

 

¡¡¡Y que cumplas muchos máaaaas!!! —Corearon todos.

 

Quiero desaparecer —dijo sin alzar la cabeza.

 

¡Exagerado! —Exclamó Saga.

 

Bueno, ¿y qué quiere el señorito que le compre hoy de comida? —Preguntó Milo.

 

Oh, es verdad, casi se me olvida. Bah, hoy con un zumo de piña me conformo.

 

¿Un zumo de piña? ¿Desde cuándo te has vuelto sano? —Preguntó Aioria.

 

No he dicho que sea sano, sólo que me apetece —rio.

 

Ahora te lo traigo, viejo.

 

     Volvió un minuto más tarde con el zumo entre las manos y se lo dio. Estaban hablando sobre el examen de Historia. Afrodita y Saga lo habían tenido a segunda hora y les decían las preguntas que les había entrado a ellos.

 

¿Creéis que nos lo cambiará? —Preguntó Mu preocupado.

 

Con lo vago que es no lo creo. En eso se parece a Aioria —se burló Saga.

 

¡¡Eh!!

 

Me pone nervioso ese examen —comentó Shura.

 

¿Y tú cómo lo llevas, Milo? —Le preguntó Saga, interrumpiendo a éste que sonreía a Camus desde una distancia apenas de milímetros con sus labios.

 

Milo lo lleva genial, aprobará con muy buena nota —contestó el francés en su lugar.

 

¿En serio? —Exclamó Aioria y Camus asintió orgulloso.

 

Si no lo hace le castigaré.

 

Detectado dato sobrante —murmuró Afrodita, recibiendo un ligero codazo de Camus.

 

     La campana sonó un poco después y todos se fueron a sus respectivas clases, no sin antes felicitar a Shura personalmente cada uno de ellos.

 

¿Y cómo vas a celebrar tu cumpleaños? —Le preguntó Camus mientras subían las escaleras.

 

Una fiesta normal, supongo. No tengo mucha imaginación —rio.

 

Bueno, entonces lo pasaremos bien, como siempre.

 

Eso seguro, ¿por quién me tomas? ¡Soy el hacedor de fiestas!

 

Bueno, bueno, no te dediques tantas rosas, jaja —dijo Milo que se puso al lado del moreno.

 

     Entraron en clase y dejaron la conversación para empezar a dormirse por milésima vez en el mismo día, para no perder las costumbres.

 

 

 

 

 

 

 

     El profesor de filosofía no había ido ese día a clase, por lo que pasaron la hora en la biblioteca con algunos de los compañeros que habían decidido bajar también.

 

Se te nota un poco atormentado —dijo Kanon mientras pasaba la página del libro de Historia.

 

Es cansancio —se defendió Shaka.

 

Sí, claro, será eso.

 

Llevo noches sin dormir bien.

 

Échate una siesta esta tarde.

 

No me gustan las siestas, además, tengo muchas cosas que hacer como para perder el tiempo —contestó algo borde.

 

Está bien, está bien. Pues intenta acostarte antes, igual consigues relajarte y dormir mejor.

 

Ya lo he intentado, Kanon.

 

Pues ponte música suave antes de echarte.

 

Contaré ovejitas si te hace ilusión —dijo sarcástico.

 

Sólo intento ayudarte —suspiró.

 

No puedes ayudarme en esto, pero gracias, supongo.

 

¿Tiene que ver con Camus?

 

     Esa pregunta dejó a Shaka helado. Sintió que el corazón le latía con más fuerza al escuchar su nombre de los labios de otra persona. Lo miró alzando levemente la cabeza, de forma fija, y entreabrió los labios para protestar, pero no salió ningún sonido de su boca.

 

Lo sabía —cantó victoria Kanon.

 

     Shaka quiso decir algo, pero no se le ocurrió el qué. Bajó otra vez la cabeza hacia el libro que tenía entre las manos y el griego comprobó con satisfacción que había dado en el clavo cuando vio cómo las mejillas del rubio se encendían.

Notas finales:

Espero de corazón que les haya gustado y comenten si lo ven oportuno :P


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