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Cosas de adolescentes por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Hooooooombre! Y por fin aquí está el capítulo 13 de Cosas de Adolescentes. Después de tanto tiempo dejándolo aparcado... ¡me decidí al fin a terminarlo! Espero que les guste y que no me haya quedado muy raro, ya que lo había empezado y lo retomé hace unos días, así que seguramente me olvidase de lo que realmente iba a escribir... jaja.

Por fin el día había llegado. Mu se levantó de la cama a eso de las nueve, sin poder conciliar más el sueño. La idea del cumpleaños de Shura le tenía casi más nervioso que al propio español.

 

     Sin apenas darse cuenta cogió su móvil y puso la canción Smile de Avril Lavigne y se puso a cantar y a saltar por toda la habitación. Definitivamente el cumpleaños le estaba dando ataques de hiperactividad.

 

     Antes de que terminase la canción y él se recuperase del ataque, Shion abrió la puerta del cuarto y se quedó parado bajo el marco contemplando la escena sin saber qué decir. Mu, por otro lado, tardó unos segundos en darse cuenta de que no estaba solo.

 

Ehm, yo... —empezó Shion—, ya me iba... —y cerró la puerta dejándolo solo de nuevo.

 

     Mu se quedó mirando como un pasmarote con la cara toda roja cuando pensó que lo mejor sería afrontar la vergüenza e ir a desayunar, expuesto a todas las posibles bromas que pudiera recibir de parte de su hermano.

 

 

 

 

 

     Camus empezaba a impacientarse. Se supone que tenían que haber mirado las notas del examen el día anterior, pero Milo, como siempre, jugó sus ases en la manga.

 

     Se había levantado temprano por un sueño que había tenido y no pudo dormir de nuevo por más que lo intentó. Y lo peor de todo es que Milo seguía durmiendo y parecía que no se iba a despertar hasta dentro de diez semanas.

 

     Sin poder resistirse más, se agachó sobre la cama donde dormía el griego y le susurró al oído:

 

Miiiiloooo, despieeeertaaaa.

 

     El moreno se revolvió un poco entre las sábanas y arrugó la nariz. Parecía sentir que había algo molestándole y levantó la mano, dándole una bofetada a Camus y girándose para seguir durmiendo.

 

¡Si serás...! —Exclamó el francés, pero contuvo las ganas de gritarle—. Pues ahí te quedas. Yo me voy a desayunar.

 

     Salió de la habitación y empezó a revolver por los armarios buscando cereales, pero sólo encontró galletas. Entonces decidió que se haría un café y las mojaría en él. No es que le gustase demasiado, pero no había mucho más.

 

     Él, al igual que Mu, estaba deseando que llegasen las ocho para celebrar el cumpleaños de Shura. Puede que fuera una fiesta normal, pero después de todo lo que había pasado no le venía nada mal escaparse de la rutina y las preocupaciones aunque fuese ahogando su alma en alcohol.

 

 

 

 

 

     Después de haberse pasado toda la mañana viendo la televisión y leyendo, por fin vio a Milo salir de la habitación dando un poderoso bostezo y estirando todo el cuerpo como si le fuese la vida en ello. Camus se giró para verlo hasta que se desperezó por completo.

 

No te lo vas a creer —dijo Milo—, pero hoy he tenido un sueño muy extraño, como si alguien intentase matarme y yo le daba una buena en toda la cara.

 

     El francés se llevó la mano a donde lo había golpeado y lo fulminó con la mirada, pero lo único que pasó es que Milo se sentó a su lado sin enterarse de la indirecta que le había lanzado.

 

¿Qué tal has dormido tú?

 

Digamos que llevo toda la noche esperando para ver la nota del examen de Historia.

 

¡Vaya! Se me había olvidado por completo...

 

Ya... bueno, es igual. ¿Lo miramos ahora? ¡No puedo esperar más!

 

Bueno, lo cierto es que... no me apetece mucho, la verdad —dijo componiendo una expresión sombría.

 

Oh, ¡vamos! Sabes tan bien como yo que has aprobado.

 

Si tú lo dices...

 

Venga —le sonrió—. Y si no, que no va a ocurrir, todavía te queda el siguiente —le guiñó un ojo.

 

     Milo sonrió ante las palabras de Camus y le fue imposible negarse ante su petición, por lo que salieron del salón cogidos de la mano para mirar las notas de una vez por todas, con el francés notando cómo le temblaba el cuerpo al griego.

 

 

 

 

 

     Aún después de comer su hermano seguía recordándole el bailecito de por la mañana, y así continuó hasta que Shion salió de casa para reunirse con Dohko y sus demás amigos. Mu suspiró cuando cerró la puerta y el ambiente quedó por fin en paz.

 

Mu, hijo, ordena tu cuarto antes de irte, ¿vale? —le recordó su madre.

 

Sí, mamá.

 

Y no te quedes mirando las moscas. O más bien bailando... —se rio y volvió a lo que estaba haciendo.

 

Estaba motivado, ¡eso es todo! —Se quejó. Al parecer aún no le iban a dejar tranquilo.

 

     Se fue a su habitación y se preguntó qué tendría que ordenar, pues todo estaba, al menos a sus ojos, perfectamente colocado y en su lugar. Se tumbó en la cama a pensar sin ganas de hacer nada. Toda la energía parecía habérsele esfumado en un pestañeo. Lo único que quería en ese momento era dormir, o más bien, dormir al lado de Shura.

 

     Suspiró. Sabía perfectamente que eso no era posible, y menos en ese momento, pero se preguntó qué estaría haciendo el moreno en ese mismo instante. ¿Estaría pensando en él como pensaba él en Shura?

 

¡Qué tontería! —Exclamó en voz baja, suspirando otra vez.

 

     Sin saber porqué, le entraron ganas de llorar. Se sentía como un niño pequeño al que no le quisieron comprar un juguete que había deseado desde hacía mucho tiempo. En definitiva, se sentía un completo tonto. ¿Por qué se ponía así por un tema tan estúpido? Si después de todo en apenas unas horas lo volvería a ver.

 

     Volvió a sonreír pensando en eso y se levantó de la cama y cogió el reloj para mirar la hora. Las cinco y cuarto. Se dirigió a su armario y sacó la ropa que se iba a poner para ir al cumpleaños: unos jeans, una camiseta, una camisa, vans... lo que solía ponerse él y sus amigos siempre. Pensó que ninguno de ellos tenía mucha imaginación, exceptuando a Afrodita. Empezó a pensar qué sería lo que llevaría el polaco, pero le había visto con tantos conjuntos diferentes que era imposible adivinarlo o hacerse una idea más o menos exacta.

 

     Estaba a punto de salir de la habitación para ducharse cuando sonó su móvil y se apresuró a responder. Era Saga. Supuso que llamaría para establecer o avisarle de la hora a la que habían quedado para comprarle el regalo a Shura.

 

¿Sí?

 

¡Hola, Mu! ¿Sabes ya a qué hora se sale?

 

No, aún no me lo han dicho.

 

Pues a las siete quedamos en mi portal, que está más cerca del centro, ¿te parece bien?

 

Sí, sí. Allí estaré.

 

No tardes, ¿eh? —rio.

 

Tranquilo, no soy como tú —rio también.

 

Touché... Bueno, pues nos vemos a las siete. Hasta luego.

 

Chao.

 

     Dejó el móvil sobre la mesita y se quedó unos segundos mirándolo mientras recordaba el camino que tenía que seguir para llegar hasta la casa de Saga. Por suerte no estaba muy lejos de la suya y no se perdería, pues sólo había estado allí un par de veces.

 

     Salió de la habitación, por fin, y se fue a duchar. Le llevó un buen rato desenmarañar el pelo, y pensó entonces que no sería muy mala idea hacerle caso a su padre y cortárselo, pero descartó por completo esa idea al mirarse al espejo y verlo tan bonito. El esfuerzo merecía la pena, y mucho.

 

Luego no me creen cuando les digo que tengo el brazo fuerte por peinarme... —dijo sonriendo y enrojeciendo un poco.

 

     Se echó crema en la cara y se acomodó el pelo por detrás de la espalda. Se lavó los dientes y se puso la toalla en la cintura para salir del baño. Ya en su habitación, empezó a vestirse y a hacer la cama para que su madre no se enfadase con él. De nuevo, se volvió a preguntar qué quería su madre que ordenara exactamente, pues seguía viendo su cuarto perfectamente recogido.

 

     Estaba a punto de salir de casa cuando volvió a su cuarto a por un pañuelo para el cuello, pues parecía que hacía bastante frío afuera. Después, volvió al baño y decidió atarse el pelo en una cola elevada. Nunca lo había hecho y creyó que le sentaba bastante bien, aunque no se reconocía mucho. Sólo dejó un poco de su flequillo cayendo por la frente.

 

     Por fin, salió de casa bien abrigado y se dirigió hacia la casa de Saga. Le llevó aproximadamente unos diez minutos llegar, y cuando lo hizo, vio que Afrodita ya había llegado. Alzó la mirada y se reprochó por no haber cogido un paraguas.

 

Hola Dita —saludó.

 

Hola, ¿qué tal?

 

Bien, ¿y tú? —Lo miró de arriba abajo y se dijo para sí que desde luego nunca acertaría sobre el conjunto que llevaría Afrodita un día u otro.

 

     En esa ocasión, se había vestido con unos vaqueros ajustados, unas converse negras, una camiseta negra, una sudadera que hacía juego con sus ojos azules y una chaqueta que llevaba desabrochada.

 

¿No tienes frío en el cuello? —Le preguntó Mu al ver que lo tenía descubierto, con un único colgante en el que ponía Piscis.

 

Tampoco hace tanto frío —se encogió de hombros.

 

Igual luego sí.

 

El luego no me importa mucho. Mira, allí están los dos tórtolos —dijo señalando con el mentón a Camus y a Milo, que venían corriendo y empujándose para ver quién llegaba antes.

 

     Camus se estaba quedando atrás en la carrera, por lo que agarró a Milo de la camisa y tiró de él hacia atrás, haciendo que éste resbalase y cayese al suelo. El francés lo miró sin pararse y le sacó la lengua mientras el otro le gritaba que eso era hacer trampas.

 

     Se paró frente a Afrodita y Mu, jadeante, intentando recomponer el aliento.

 

Ho... hola —consiguió decir.

 

¿Qué hacéis? —Preguntó Afrodita.

 

Él trampas —dijo Milo muy indignado cuando se reunió con ellos.

 

Deja de quejarte, bicho. Además, no son trampas, es saber usar esto —se señaló la cabeza con un dedo, sonriendo malicioso.

 

Sí, ya... tramposo... —masculló.

 

¿Y cuánto va a tardar en bajar éste? —Preguntó sin hacer caso a su novio.

 

Parecéis gemelos —les dijo Afrodita—. Mira que no me suelo fijar en lo que lleváis, pero es que hoy vais igual.

 

¿Que no te fijas? —Preguntó Camus riendo.

 

Igual tiene algo que ver que le haya dejado mi ropa —dijo Milo.

 

Sí, se nota... —dijo Camus, y el griego le dio un golpe en el brazo—. ¡Au!

 

¡No haberte olvidado la tuya!

 

Bueno, ya. ¿Cuándo va a bajar Saga? Pasan diez minutos de la hora —dijo Afrodita mirando su reloj.

 

Ya sabes cómo es —contestó Milo.

 

Seguramente se esté tocando digo... duchando —añadió Camus.

 

Sí, será eso...

 

Bueno Mu, y tú, ¿qué me cuentas? —Le preguntó el francés.

 

Pues... nada interesante.

 

¿Seguro? —Se acercó a él para hablarle al oído—. ¿Qué tal con Shura?

 

     Mu se puso rojo casi de inemdiato y fulminó a Camus con la mirada. Éste le sonrío y se apartó un poco de él.

 

Te queda bien el pelo así —le dijo.

 

Gracias...

 

Bueno, ¿es que este no piensa bajar nunca? —Protestó Milo.

 

Pero si tú apenas acabas de llegar —le reprochó Afrodita.

 

Ya, pero si yo llego tarde ya debería haber bajado...

 

¿Por qué gritáis tanto? —Preguntó alguien desde una ventana.

 

¡Saga! ¡Baja de una vez maldito bastardo! —Le obligó Milo.

 

¡Callad! Mi hermano se está echando una siesta. Como lo despertéis seré yo quien tenga que aguantarlo después.

 

¡Pues baja ya! ¡Llevamos media hora esperando!

 

¡Pero si son y cinco! En fin, ahora bajo. Dadme un minuto.

 

     Esperaron algo más de cinco minutos cuando por fin Saga salió del portal. Después de reprocharle su tardanza, comenzaron a discutir sobre qué regalarle a Shura, y como no se ponían de acuerdo, decidieron ir al centro a ver qué encontraban.

 

     Recorrieron los dos primeros pisos entrando a varias tiendas que no les convencieron. En el tercer piso era casi todo restaurantes y tiendas de comidas o dulces.

 

Deberíamos comprarle una tarta, ¿no? —Preguntó Afrodita.

 

¡Cierto! —Exclamó Camus—, pero, ¿de qué?

 

Le encanta el chocolate —dijo Mu.

 

Mirad —señaló Milo—. Esta es perfecta —se trataba de una tarta redonda y delgada de tres chocolates con una capa de chocolate blanco por encima—. Además, tengo una idea —sonrió maliciosamente.

 

Miedo me das, tú teniendo una idea —dijo Camus poniendo cara de susto.

 

¿Entonces le llevamos esta? —Preguntó Saga impacientándose.

 

Sí, va.

 

Id a la caja, yo tengo que comprar mi idea.

 

No sabía que te pagaban por pensar —se burló Afrodita.

 

Como lo hace tan de vez en cuando, se lo consideran un trabajo —rio Camus.

 

     Salieron del centro comercial sin haber comprado más que la tarta y un bote de chocolate negro que había cogido Milo para su plan. Le habían preguntado por ello, aunque la risa tonta que se le escapó al griego dejaba bastante claro cuáles eran sus intenciones.

 

Como hagas eso no pienso comer ni un sólo trozo de tarta —protestó Afrodita.

 

Vas a ser el primero que la prueba y lo sabes —rio Milo.

 

     Afrodita se puso rojo y le giró la cara, sin saber qué contestar. Desde luego ese comentario ni se lo esperaba ni le había gustado demasiado.

 

Vamos, Dita, si sabes que en el fondo el bicho tiene razón —continuó Saga.

 

Algún día me vengaré —juró el polaco.

 

     Siguieron caminando sin rumbo sin haberle comprado nada todavía a Shura. Apenas les quedaba tiempo para presentarse en el pub y aún tenían las manos vacías a excepción de la tarta.

 

Bueno, con este frío al menos no se nos derretirá de aquí a que demos con algo —comentó Camus.

 

Ahora que lo pienso... —dijo Saga—, ¿no tenéis la sensación de que nos hemos olvidado de algo?

 

Pues ahora que lo dices —dijo Afrodita—, sí que la tengo, sí.

 

 

 

 

 

 

 

    Sintió que algo le zarandeaba y fue abriendo poco a poco los ojos. La luz que se filtraba por la ventana le hizo cerrarlos casi de inmediato antes de adaptarse y ver a Aioros que lo llamaba desesperado.

 

¿Pero qué pasa? —Se quejó Aioria.

 

¿No se supone que habías quedado, zoquete? —Le preguntó suspirando.

 

¿Que... dado?

 

Síii, el cumpleaños de Shura, ya sabes... ¡llevas repitiéndolo toda la semana!

 

El cumpleaños de Shura... ¡El cumpleaños de Shura! ¡Mierda, mierda, mierda!

 

     Se levantó de la cama de un salto y comenzó a correr por toda la casa cogiendo y dejando cosas, abriendo el armario de su habitación y sacando ropa como un loco, preguntándole a su hermano dónde había dejado la chaqueta, etc.

 

Menos mal que me tienes a mí, que si no... —dijo Aioros antes de que su hermano saliese de casa.

 

 

 

     Habían entrado en una tienda de juguetes sin tener muchas esperanzas de encontrar algo ya a esas horas. Miraron por los estantes y sólo encontraban muñecos de niños y cosas de esas, y más de una vez pensaron en regalarle un bebé para hacerle una broma, pero eran demasiado caros para eso.

 

     Al final, se decidieron y le compraron un peluche de una cabra de unos treinta centímetros. Era blanca con la cabeza negra y a Milo le pareció que era una decisión bastante acertada. Después pasaron por una sección de complementos y Mu, después de pensarlo unos momentos, le cogió en secreto un colgante del que pendía una pequeña espada bañada en plata. Sabía lo mucho que le gustaban las espadas a Shura, por lo que no pudo resistir la tentación.

 

Nos falta el toque final —dijo Milo cuando salieron de la tienda—, y creo que lo estoy viendo ahora mismo —rio maliciosamente mirando al frente.

 

     Afrodita siguió su mirada y se encontró con un sex shop en la otra acera. Movió la cabeza de un lado a otro casi suplicante.

 

Oh, no, no, no, no. De eso nada. Yo no pienso entrar ahí.

 

Oh, vamos, ¿qué es lo peor que podría pasar? —Preguntó Saga sonriente.

 

Creo que con esto tenemos suficiente... —dijo Mu.

 

¡Pues a mí me parece una buena idea! —Exclamó Milo—. ¿A que sí, Aioria? —Se dio la vuelta para encontrarse con la aprobación del moreno pero no lo encontró por ninguna parte—. Chicos... creo que ya sé qué se nos olvidaba.

 

O más bien quién —le ayudó Camus.

 

Mierda... —dijo Saga—. Ahora mismo lo llamo. Id entrando y ya os sigo.

 

     El primero en entrar fue Milo seguido de Camus. Después los siguieron Mu y Afrodita, quien no quería ni levantar la mirada. Pasaron por los estantes sin poder contener la risa mientras miraban cada uno de los productos.

 

Mirad esto, mirad esto —les dijo Camus, sosteniendo en la mano un juego de cartas erótico—. Propongo comprarlo.

 

Jajajaja, yo también —le siguió Milo—. ¿Qué decís?

 

Esto... —dudó Mu.

 

¡Estáis enfermos! —Exclamó Afrodita.

 

Dices eso ahora pero seguro que en la cama eres el más experto —le guiñó un ojo el griego.

 

      Saga entró en la tienda y se les unió al tiempo que guardaba el móvil en el bolsillo del pantalón.

 

Dijo que ya nos veremos allí.

 

Vale. Mira, Saga, ¿qué te parece esto? —Camus le enseñó el juego de cartas.

 

Oh, Dios, ¡es perfecto! Nos lo llevamos —exclamó arrebatándoselo de las manos.

 

Mira esto, Saga. Creo que también nos lo llevamos, ¿no? —Milo estalló en carcajadas.

 

Dios, no —rio Afrodita y bajó la mirada al suelo.

 

Jajajaja, me parece perfectísimo —contestó el peliazul.

 

Quiero vérselo puesto ¡ya! Bueno, yo no precisamente... —dijo Camus con una media sonrisa mirando de reojo a Mu, que estaba más rojo que todas las veces anteriores juntas.

 

      Lo que sujetaba Milo entre las manos era un tanga rojo de hilo empaquetado junto a una diadema con cuernos y cola de diablo, y una banda que ponía ''Soy tu diablesa'' a lo largo. Milo, Saga y Camus se miraron cómplices mientras Afrodita perdía la mirada entre las baldosas del suelo y Mu miraba a todas partes intentando no imaginarse a Shura vestido sólo con eso.

 

Pues ya está, nos llevamos el juego y esto, jajaja —sentenció Milo.

 

¿Podéis pagar ya y salimos de aquí de una vez? —Suplicó Afrodita.

 

No te preocupes hombre, ya te compraremos algo de esto a ti también —se rio Saga.

 

Hacedlo y no os hablaré en meses —le amenazó.

 

     Milo y Camus fueron al mostrador a pagar. Mientras tanto, Afrodita ya había salido de la tienda y Saga y Mu paseaban por los pasillos curioseando hasta que se les acercó una mujer de unos cincuenta años.

 

Buenas tardes muchachos. ¿Queréis que os ayude en algo?

 

Oh, no, no, gracias, solo... —empezó Saga, pero la mujer no le dejó terminar la frase.

 

Mirad, tenéis aquí este producto. Muchos de los jóvenes de hoy en día lo usan, y creo que para unos jovencitos como vosotros sería una buena forma para empezar con los preliminares —había cogido de un estante una caja con dibujos de huevos pintados de varios colores.

 

     Mu miró a Saga como preguntándole qué demonios era eso y cómo pretendía ser usado, pero este sonreía rojo a la señora, pensando algo que responderle.

 

Es magnífico, os lo aseguro. A mi hijo y a su novio les encantó cuando se lo regalé por su cumpleaños. Al parecer lo usan mucho, y su manejo es sencillo.

 

Verá, es que nosotros no... —quiso decirle Saga, pero ella le volvió a interrumpir.

 

Si no tenéis mucha experiencia en ello, os puedo explicar cómo funciona —abrió la caja con cuidado con intención de sacar uno de los huevos, pero Mu se le adelantó.

 

Lo que quería decir mi amigo es que ni estamos buscando... eso... ni estamos saliendo, así que si nos disculpa, ya tenemos que irnos —y tiró de Saga sacándolo de la tienda.

 

     Cuando hubieron salido de allí, Saga lo miró sorprendido.

 

¿Quién eres tú y qué has hecho con mi buen amigo? —Le preguntó sin cambiar de expresión.

 

No aguantaba más allí... —se volvió a sonrojar—. Tenía que decir algo...

 

¿Qué pasó? —Quiso saber Afrodita.

 

Nada —se apresuró a contestar Mu, y Saga se limitó a callar.

 

     Los otros dos salieron medio minuto después con la bolsa de los regalos. Los habían guardado todos en una misma bolsa excepto la tarta, que la llevaría Mu.

 

Yo creo que ya lo tenemos todo, ¿no? —Preguntó Camus—. Ya haremos las cuentas allí.

 

Y son laaaaas... —dijo Milo mirando el reloj de su móvil— las ocho menos cinco —dijo preocupado.

 

Saga, tú te acuerdas de dónde estaba La madriguera, ¿no? —Le preguntó Afrodita.

 

Yo también me acuerdo —dijo el francés—, más o menos.

 

¿Creéis que habrá llegado ya? —Preguntó Mu.

 

¿Shura? ¿Llegar a la hora? —Saga estalló en carcajadas, seguido de Milo.

 

Aún así démonos prisa —les apuró Camus.

 

     Llegaron al pub unos siete minutos más tarde de las ocho, pero no se encontraron a Shura por ninguna parte. Sin embargo, Aioria estaba sentado en una de las mesas, la misma en la que se habían colocado la otra vez. Al parecer, había cogido más sillas de las demás mesas para que cupieran todos.

 

Hooola Aioria —le saludó Saga chocándole la mano, y los demás le imitaron.

 

Llegáis tarde eh —les reprochó cuando ya se hubieron sentado.

 

Tú ni siquiera llegaste —le espetó Camus.

 

¡Pero seguro que no me echásteis de menos!

 

Esto... —quiso replicar el francés.

 

¡No digas tonterías! —Exclamó Saga.

 

Es verdad. ¿Cómo íbais a olvidaros de mí? —Rio.

 

     Nadie dijo nada más al respecto. Afrodita se acomodó en la silla y abrió la boca para preguntarles:

 

Por cierto, ¿qué sacásteis en el examen de Historia?

 

Un ridículo siete —contestó Saga, apoyándose en el respaldo a la vez que daba un suspiro—. El profe no debió entender lo que le quería contar, porque si no, no me lo explico. ¿Tú?

 

Nueve —dijo sin más.

 

¿Aioria?

 

Creo que mejor voy a pedir ya... —se levantó de la silla sin contestar.

 

Afrodita se acercó al oído de Saga y le susurró algo que nadie más oyó.

 

Oh... bueno, era de esperar. Supongo que Camus sacaría un diez, Mu otro diez, tú otro diez y Milo... ¿un cuatro? —Preguntó riéndose.

 

Un cinco y medio —le contestó el peliazul, acuchillándolo con la mirada.

 

Y yo un nueve y medio. Me faltó poner varias cosas en la última pregunta —dijo Camus—. Pero fue por falta de tiempo.

 

Se pasó bastante con la segunda pregunta. Dijo que no pondría nada de ese apartado —se quejó Afrodita—. Y más quisiera el diez, me quedé en el nueve.

 

¿Y tú, Mu?

 

Un siete y medio... no pude estudiar mucho... —se excusó.

 

Hala, hala, pero ¿qué me dices? —Se sorprendió Saga.

 

     Mu asintió con la cabeza sin dar más explicaciones. Lo cierto es que los últimos días que había tenido para estudiar se los había pasado en gran parte pensando en Shura y no había sido capaz de concentrarse al cien por cien. Pero tampoco era una mala nota, así que no le dio mucha importancia.

 

¿Y qué habrá sacado el cuempleañero?

 

Sacaría otro seis... No sé cómo lo hace pero es el que menos estudia y siempre aprueba... —dijo Milo, cruzándose de brazos.

 

Bueno, yo creo que tú estudias menos eh —le dijo Camus, dándole un beso en la mejilla inmediatamente después—. Y Aioria. Que no se nos olvide Aioria —rio.

 

Si Aioria abriese los libros alguna vez os aseguro que sería el que más sobresalientes tendría de todos —comentó Afrodita.

 

Bueno, bueno, tampoco nos pasemos, jaja —se rio Saga.

 

Primero tendría que aprender a estudiar —dijo Camus.

 

Una vez que supiera —añadió el sueco.

 

Bueno, dejemos ya de hablar de esto, que estamos de fiesta —se quejó Milo, dando un golpe en la mesa con el puño.

 

Está bien, está bien —Asintió Saga, levantando las manos.

 

     Aioria los llamó desde la barra para que alguien fuera a ayudarle a llevar los vasos hasta la mesa. Mu se ofreció a ello, pero hizo falta que Saga también se levantara. Cuando todo estuvo sobre la mesa, hicieron cuentas de la bebida y de lo que le tocaba pagar a cada uno por los regalos. Después, aguardaron a que Shura llegara, pero este no daba señales de vida.

 

Creo que debería llamarle —dijo Saga.

 

Ya llegará. ¿No tenía entrenamiento? Igual acabaron más tarde.

 

     En ese momento sonó el teléfono de Milo y este lo atendió.

 

Es Shura —susurró—. ¿Hola? Sí, ya estamos. Vale. No, aún no. Vale pero date prisa, que estamos impacientes. Por cierto, ¿qué sacaste en Historia? ¡Lo sabía! Maldito seas, ¿cómo lo haces? Bueno, hasta luego. ¡No tardes! —colgó.

 

¿Qué dijo? —Preguntó Camus.

 

Que en seguida viene, que el entrenador le hizo quedarse para hablar con él.

 

Pero ¿está llegando ya? —Quiso saber Aioria.

 

Sí, ya está llegando. ¡Y sabía que sacaría un seis!

 

Podrías hacer de adivino también en los exámenes —se burló Afrodita, pero sin abandonar su expresión seria.

 

     Milo lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada. Ojalá fuese adivino en los exámenes, pensaba, y en general, para saber lo que pensaba su amigo y dejarle mal a él también.

 

Oye Mu —lo llamó Camus—, ¿por qué no sales a esperar a Shura? Así nos avisas desde afuera para prepararnos y cantarle el Cumpleaños feliz —le sonrió y le guiñó un ojo—. De paso le retienes un rato para preparar los regalos.

 

¿Y por qué yo? —Replicó, aunque sabía perfectamente el porqué.

 

Veeenga, ¿qué te importa? —Le insistió—. Sal y nos avisas —le dio un ligero empujón que le hizo levantar de la mesa.

 

     Cogió su chaqueta y salió del pub a esperar a Shura. Lo vio aparecer unos minutos después desde el final de la calle, la cual ya se estaba llenando de gente que entraba y salía de los bares de los alrededores.

 

Hola —le saludó cuando se paró a su lado.

 

Hola Mu, ¿qué haces aquí fuera?

 

Esperarte, supongo —rio.

 

Ah. ¿Entramos? Hace frío —se dispuso a entrar, pero Mu lo retuvo del brazo.

 

¡Espera! Es decir, bueno... esto...

 

¿Qué? —Lo miró perplejo.

 

Bueno, esto... —alzó una mano por detrás de la espalda e intentó hacer señales para que le vieran y se preparasen, pero no tenía nada claro que le estuvieran viendo—. Es que... bueno, te compré una cosa por el cumpleaños... y... quería dártelo ahora... —dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

 

¿En serio? No tenías porqué hacerlo —le sonrió—. No era necesario, de verdad —insistió.

 

Ya está comprado, y a mí sí me lo parecía —se excusó, poniéndose rojo.

 

Tonterías —dijo Shura, poniéndose rojo también.

 

Bueno —empezó Mu, sacando del bolsillo de su chaqueta el regalo—. Aquí está. Es pequeño, pero es bonito, espero —se lo tendió.

 

     Shura cogió una pequeña bolsita de papel de regalo de colores con un lazo azul. La abrió con cuidado y sacó de ella el colgante de la espada que le había comprado Mu ese mismo día. Abrió la boca para decir algo mientras lo contemplaba, pero no salieron palabras completas de su boca, sino exclamaciones ahogadas. Por fin fue capaz de hablar:

 

Uau, me encanta. Es genial, de verdad. Muchísimas gracias —bajó la vista para mirarlo con una sonrisa de oreja a oreja, a lo que Mu se sonrojó todavía más.

 

Me alegra que te guste —dijo—. Sabía que te encantaban las espadas.

 

Sabes bien. Gracias, en serio. ¿Me ayudas a ponerlo?

 

Claro.

 

     El español se dio la vuelta y le dio el colgante a Mu, quien lo pasó por su cuello y lo cerró por detrás. Shura lo colocó un poco y lo alzó con la mano para verlo puesto.

 

¿Me queda bien? —Le preguntó.

 

Te queda perfecto —contestó con entusiasmo.

 

Gracias otra vez.

 

No hay porqué darlas. Bueno... ¿entramos?

 

¡Sí! Sí, sí, claro.

 

     Entraron en La madriguera el uno muy al lado del otro, y apenas Shura los vio sentados a la mesa como estos empezaron a canturrarle el cumpleaños feliz otra vez. El primero en abrir la boca fue Aioria, cómo no, seguido de todos los demás.

 

     Mu se sentó en su sitio al lado de Camus y se unió al coro, mientras varias mesas de los alrededores se habían dado la vuelta y cantaban también con ellos. Si ya se había muerto de la vergüenza en el instituto, allí se estaba muriendo por completo.

 

¡Yujuuuuuuu! —Gritó Milo cuando acabaron la canción.

 

¡Que viva el viejo! ¡Olé, olé! —Le acompañó Saga.

 

Os odio... creo... —dijo Shura al tiempo que se sentaba en la silla que quedaba libre.

 

Pues nos vas a odiar todavía más —dijo Camus—, porque te hemos comprado varios regalitos y esperamos que los uses bien —sonrió de oreja a oreja.

 

Por favor, decidme que no es nada porno —suplicó, con expresión preocupada.

 

Nooooooo... claro que no, hombre —dijo Aioria.

 

Aquí tienes —Saga le tendió la bolsa con los regalos y la tarta por otro lado, dejándolo todo sobre el espacio que quedaba en la mesa.

 

Oh dios, decidme que no es de chocolate.

 

Quieres que sea de chocolate —le dijo Milo.

 

Esta noche moriré de placer —bromeó.

 

Pues con lo que hay en la bolsa, no te diría yo que no jajajaja —se rio Camus.

 

Miedo me da. Mucho. No quiero ni verlo.

 

Venga, no seas gallina y échale un ojo.

 

     Shura cogió la bolsa con los regalos y lo primero que palpó fue un bulto blando envuelto en papel de regalo de colorines. Lo sacó lo primero y miró a todos sus amigos, que lo observaban entre espectantes y divertidos. Empezó a desenvolver el objeto y sacó de dentro un peluche de una cabra. Se sonrojó por completo y bajó la mirada a la mesa, luego la volvió a subir para preguntar:

 

¿Esto es una indirecta? —Todos rieron, por lo que no le hizo falta ninguna respuesta más clara que aquella.

 

¿No te gusta? —Le preguntó Afrodita.

 

¡Claro que me gusta! —Replicó—, pero sois unos cabrones —rio.

 

Si te casas con el peluche lo serás tú —se burló Saga, estallando en carcajadas y seguido por los demás.

 

Ja, ja, ja, muy gracioso.

 

¡Anda! ¡Deja de quejarte y sigue desenvolviendo!

 

     Lo siguiente que tactó fue una bolsa roja con unos labios rosas en medio. Se asustó por lo que pudiera haber ahí dentro, y los volvió a mirar con desconfianza y cara de enfadado, pero ellos ni le hicieron caso. Estaban deseosos de que lo abriera de una vez, y así hizo después de fulminarlos de nuevo.

 

Dime que no... —murmuró al abrir la bolsa.

 

Oh, sí —sonrió Milo.

 

     Lo primero que sacó de ella fue el juego de cartas erótico que le habían comprado, seguido del tanga rojo, la cola y los cuernos de diablo. Segundos después, Aioria se levantó y le pasó la cinta roja por los hombros hasta dejarla bien colocada.

 

Eres la diablesa más sexy del barrio —dijo Camus, y las risas le siguieron.

 

     Shura estaba rojísimo, casi más que los regalos, y se le habían escapado todas las palabras de la boca. No sabía si reírse, si llorar o si matarlos a todos allí mismo.

 

¿Tanto te ha gustado que no sabes qué decir? —Preguntó Saga.

 

¿Tengo que llevar esto toda la noche? —Quiso saber, leyendo lo que ponía la cinta que le había puesto Aioria—. ''Soy tu diablesa''...

 

¡Por supuesto! Encima que nos preocupamos por tu apariencia. Queremos que te veas divina esta noche —se mofó Milo.

 

¿Sabes lo que haré esta noche? Estrangularte.

 

     Mu se rio con el comentario del español, tratando de esconder su risa entre las manos, pero no le sirvió de mucho. Shura se volvió a sonrojar, pero no dijo nada. Simplemente miró una y otra vez los regalos llevándose una mano a la frente.

 

Al menos la tarta me servirá de algo —dijo.

 

¡Cierto! ¿Cómo la comemos? —Exclamó Milo preocupado.

 

Pues... ¿ninguno tiene un cuchillo? —Preguntó Camus.

 

Claro, vamos a traer un cuchillo, ¡qué gran idea! —Dijo Afrodita, irónico.

 

Bueno, pero uno de plástico al menos...

 

Pues nada, habrá que comer como cuando éramos niños —dijo Arioria abriendo la caja de la tarta y cortando un cacho con las manos para luego llevárselo a la boca.

 

     Todos lo miraron como preguntándose qué demonios hacía, pero Saga se le unió y cogió otro trozo para él, seguido de Milo y de Shura. Mu fue el siguiente. Afrodita los miraba con cara de asco y Camus no sabía si alargar el brazo o esperar a que apareciera un plato y una cucharilla por arte de magia.

 

¡Eeeeeh! ¡Esperad un momento! ¡No sigáis! —Exclamó Milo, apartando de un manotazo la mano de Saga, que se lanzaba a coger otro cacho de tarta—. Se me olvidaba que le iba a ñadir el toque final... —rebuscó por debajo de las chaquetas que habían dejado a un lado y sacó el bote de chocolate negro que había comprado en el centro comercial—. Ahora sí —lo abrió, lo agitó, y empezó a dibujar sobre la tarta un pene que apuntaba directamente hacia Shura—. Bueno Shura, este es el regalo de mí para ti —empezó a reírse y casi se cayó de la silla.

 

Mira que a mí se me da mal dibujar, pero es que a ti... —dijo Shura, y no se cortó en coger más tarta con el nuevo chocolate.

 

Por mí acabadla ya, no pienso ni probarla —se quejó Afrodita, que los miraba con los ojos muy abiertos.

 

Pues... —suspiró Camus—, espero que tengáis las manos limpias —dijo, y se apuntó también para engullir la tarta.

 

 

 

 

 

 

 

    El cielo ya casi estaba completamente oscurecido y empezaban a asomarse las primeras estrellas por detrás de las nubes aún cuando no eran ni las nueve. Algunas de las calles por las que habían pasado estaban abarrotadas de gente. Otras, por el contrario, estaban prácticamente vacías. Cada paso que daban parecía que la lluvia les acechaba aún más. Por suerte, ambos se habían acordado de llevar un paraguas.

 

¿Y dónde me quieres llevar esta vez? —Preguntó Shaka.

 

Pues ahora mismo no sabría decirte... podemos pasear hasta que empiece a llover, así despejas algo —contestó Kanon.

 

¿Ese es tu plan?

 

Exacto. Ya pensaré algo.

 

Mira, está bien que me quieras sacar de casa, pero no quiero salir para coger un resfriado.

 

No digas tonetrías, si tampoco hace tanto frío. Además, ya te dije que hoy te llevaba de fiesta. Pues bien, lo haré, pero no dije a qué hora —le guiñó un ojo.

 

Como tú digas, pero espero que no sea hasta muy tarde, porque estoy bastante cansado.

 

Sí, sí, por supuesto —mintió—. Es normal, sacar un diez conlleva cierta responsabilidad —rio.

 

Era un insulto de examen. Demasiado fácil, casi no me hizo falta ni estudiar —contestó refiriéndose al examen de Historia.

 

Claro, claro, por eso yo no tengo un diez.

 

No todos tenemos las mismas capacidades... —dijo Shaka primero, y riendo después—. Es broma, pero reconoce que era fácil.

 

Lo reconozco, lo reconozco. ¿Qué te parece si nos paramos aquí un rato? —Habían llegado hasta una plaza rodeada de árboles y jardines, con una fuente en medio y algunos bancos alrededor.

 

Como quieras —contestó.

 

     Kanon caminó hasta un banco y se sentó en él, mirando fijamente al agua que caía de la fuente. De pronto, su expresión se había vuelto muy seria. Shaka se sentó a su lado.

 

Oye Shaka.

 

Dime.

 

¿Tanto te gusta Camus? —Le preguntó, girando la cabeza para mirarle a los ojos.

 

     Shaka no respondió al instante, sino que le devolvió la mirada, pensativo.

 

Pues... no lo sé —respondió por fin—. Últimamente no hago más que pensar en él y en mi hermana. Y, bueno, en estudiar, como siempre. Pero... no sé, es extraño. Me gusta, no hay duda, pero a la vez... tendría que pasar más tiempo con él para estar seguro de ello.

 

Comprendo.

 

¿Por qué lo preguntas?

 

Soy tu amigo y quiero ayudarte, nada más. Si te soy sincero, Camus parece bastante cómodo con Milo, y tampoco os conocéis tanto como para... bueno, ya me entiendes. Que él está con Milo, primero tendrías que deshacerte de él.

 

Ya me deshice de él una vez.

 

Pero no es lo mismo. Esa vez sólo dependía de ti, ahora depende de ti y de Camus.

 

Tienes razón... Ya te dije que no sé... no sé lo que quiero. Bueno, ¡sí lo sé! Quiero dejar de preocuparme por tonterías. Si surge, pues surgirá. Y si no, pues qué se le va a hacer.

 

¿Te estás resignando? —Le preguntó, sorprendido—. Tú, Shaka, ¿resignándose al destino?

 

No seas tonto. Sólo que no tengo muchas ganas de luchar, eso es todo. Al menos no ahora. Quizás en una hora cambie de opinión, pero sólo quizás —se quedó callado unos momentos y Kanon interrumpió su silencio:

 

No sé cómo decirte esto... —empezó, y Shaka lo miró esperando a que siguiese hablando—. Igual deberías mirar un poco más cerca de ti. Quiero decir, yo si fuera tú me olvidaría un poco de Camus y me centraría en cosas más cercanas a mí.

 

¿Por qué? —Quiso saber—. No hay mucho cerca de mí —Kanon lo miró a los ojos, pero con la cabeza algo gacha—. No es que conozca a mucha gente precisamente, y tampoco estoy interesado en nadie más, al menos no ahora. Lo único que ronda mi cabeza en estos momentos es Camus, mi hermana y mis notas, y de lo primero no estoy muy seguro de ello. Puede que hagas bien en sacarme de fiesta, así podría conocer a gente nueva, pero tampoco me gusta hacer eso. Es como una contradicción.

 

Como tú digas, yo sólo te doy mi opinión.

 

     De pronto, Shaka sintió que una tristeza se apoderaba de Kanon, pero esta se desvaneció cuando el griego se levantó súbitamente del banco y le tendió una mano para ayudarle a levantarse.

 

Continuemos caminando, ¡que es bueno para los músculos!

 

 

Notas finales:

Muchas gracias por leer, espero que les haya gustado tanto como los otros!!!! Intentaré subir la segunda parte pronto... aunque claro, siempre digo lo mismo, jaja.

Gracias de nuevo, y por esperar también! :3


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