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Cosas de adolescentes por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Por fin el capítulo número 14 de Cosas de adolescentes! La cosa se pone demasiado interesante hasta para mí... Ya cuando acabe los exámenes seguiré con ella (unos días apenas, jijiji). ¡Espero que la disfruten y gracias por su paciencia!

La música de La madriguera parecía sonar más alta por cada sorbo que tomaban. El único que estaba como nuevo era Afrodita, que sólo había pedido una coca-cola. Por su parte, el que peor aspecto presentaba era Milo, seguido muy de cerca por Aioria. Saga aún podía hablar sin trabarse, mientras que Shura ya empezaba a notar los efectos del alcohol en su cuerpo al intentar rellenar su vasito y habérselo tirado por encima a Aioria. Camus iba siguiendo sus pasos poco a poco y Mu intentaba controlarse dando pequeños sorbos de cada vez, siendo reprimido por los demás que le llenaban el vaso hasta arriba.

 —¡Pero que ya lo he bebido! —Se quejó mientras Milo le echaba más y más.

 —¡Ni la mitad era! —Apenas se le entendía al hablar.

 —Cielo —lo llamó Camus—, no es por alarmarte, pero estás peor que Aioria y ya es decir —se rio.

 —Creo que deberías quitarle la bebida —le sugirió Afrodita—, piensa que luego le tienes que llevar a casa...

 —Al menos vamos a la misma —se encogió de hombros.

 —Lo digo porque no creo que para entonces seas capaz de llevarlo en brazos —Camus ya no le prestaba atención—. No sé ni por qué me molesto... —masculló.

 —¡Yo deseo...! —Exclamó Saga haciéndose oir—. ¡Yo deseo que Aioria lama la mesa!

 —Dios mío, qué asco —dijo Shura riéndose.

   Aioria se lo quedó mirando como procesando la orden y, tras ello, agachó la cabeza sobre la mesa y le dio un lametón.

 —¡Chúpate esa! —Gritó.

 —¡Me toca! —Exclamó Shura—. Yo deseo que Mu... —el chico se tensó al oir su nombre—. Yo deseo que Mu se beba todos los vasos de la mesa.

 —¡Me niego! ¡Es mucho!

 —O lo haces o bebes igual. O me devuelves el deseo, lo hago, y bebes el doble —le sonrió de oreja a oreja.

 —Prefiero no hacerlo y beber menos —lo fulminó.

 —Pues te queda sólo una vida. ¡Y te toca! —Le dijo Milo.

 —Pues, no sé... Yo deseo... que Milo esté callado durante un turno entero.

 —¡Eh! —Protestó.

 —Shhh —dijo Camus—, ya has oído. Y como no puedes hablar, pierdes la palabra. Así que yo deseo que Mu se pase un turno entero sentado sobre Shura.

 —Ohhh, sí, vamos, vamos —le apoyó Saga.

 —Oh, no —se negó y bebió de su vaso.

 —¡¿Cómo que no?! —Exclamó Camus.

 —Pues que no.

 —¿Gastas tu última vida? —Le preguntó Aioria—. Eso significa que las próximas las tendrás que hacer sí o sí.

   Mu abrió mucho los ojos y lo meditó unos instantes. Con un poco de suerte se olvidaban de él, así que mantuvo su posición.

 —Eres muy valiente, o muy tonto —dijo Saga.

 —Me inclino más por la segunda —dijo Camus—. Te toca, Dita.

 —¿Es necesario que juegue?

 —Sí.

 —Ummm... deseo saltar mi turno.

 —Pues yo deseo que Dita vaya a la mesa de allí —señaló Saga— y le diga a la rubia que está enamorado de ella.

 —Te la devuelvo —le contestó, sonriendo maliciosamente.

    Saga lo miró con los ojos muy abiertos e intentando decir algo, sin éxito.

 —Uhhh —dijeron Shura y Aioria.

 —Venga Saga, vete y dile lo que sientes —rio Camus.

 —¡Mmmm, mmm, mmmmmm! —Dijo Milo.

 —Está bien... —cedió, y se levantó despacio de la silla.

   Todos lo miraban espectantes mientras se dirigía a la mesa del fondo y ninguno pudo contener la risa cuando lo vieron arrodillándose delante de la chica, cogiéndola de la mano y diciéndole que la amaba. La cara de ella era un completo cuadro.

 

 

   Repartieron las cartas rápidamente de nuevo para echar otra partida al culo. Cuando los cuatro tuvieron ya todas las cartas, se miraron de reojo.

 —Recordad que el culo beberá todo lo que esté sobre la mesa —dijo Aldebarán.

 —¿A quién le doy mis mejores cartas? —Preguntó Dohko.

 —A mí —dijo Aioros.

 —¿Por qué siempre ganas tú?

 —¡Si el resto las gané yo! —Exclamó Aldebarán.

 —Dejad de quejaros y empezad de una vez, que esta la gano yo —les riñó Shion.

 —Toma esta —dijo Dohko echando un siete de bastos.

 —Shion, te salto —rio Aldebarán con un siete de copas.

 —¡No! —Exclamó este, dejando caer los brazos sobre la mesa, con fastidio.

 —Pues yo salto a Dohko —dijo Aioros, echando otro siete.

 —Pues tomad —Aldebarán lanzó un diez al montón de cartas.

 —Paso —dijo Shion.

 —Yo echo otro diez —dijo Aioros.

 —Pues yo también paso —dijo dohko.

 —¡Pues aquí os va un doce! —Exclamó Aldebarán—. ¿Alguien echa? —Todos callaron—. Pues me lo llevo todo con el as de espadas —sentenció, victorioso.

 —Que lo disfrutes —masculló Aioros.

 —Y os salgo con un tres.

   Tras quince minutos más de partida y una aplastante victoria del brasileño, Shion tuvo que beber todo el alcohol que había en uno de los vasos.

 —¿Os apetece echar otra? —Sonrió Aldebarán.

 —¡No! —Exclamaron Shion y Dohko al mismo tiempo.

 —Vale, vale. ¿Entonces qué queréis hacer?

 —Descanso, por favor —pidió Shion.

 —Qué débiles os veo —dijo Aioros.

 —Nos hacemos mayores —se excusó—. Voy a salir a tomar un poco el aire.

 —Te acompaño —dijo Dohko, ayudando a su amigo que ya comenzaba a tambalearse.

   Cuando estuvieron fuera del bar, Shion apoyó la espalda sobre la pared y dio varios suspiros.

 —¿Estás bien? —Le preguntó el moreno.

 —Sí, sí, pero parece que ya no aguanto la bebida como antes.

 —Ni que fueras un anciano.

 —Casi, casi —sonrió.

 —Seguro que tu hermano aguanta más que tú.

 —¿Mu? Lo dudo pero demasiado.

 —¿Seguro? ¡Mírate ahora! —Se burló—. No puedes con el alma.

 —¡Anda ya! No es para tanto.

 —Demuéstralo —le pidió.

    Shion se separó de la pared y se balanceó hacia adelante, cayendo, pero Dohko se apresuró a ponerse delante y éste cayó sobre él, casi tirándolo al suelo. El moreno lo abrazó y se quedaron un rato así. Cuando Shion se dio cuenta de la situación, se sonrojó y se apartó de su amigo, pero este le sujetó para que no se cayese.

 —¿Te apetece que demos un paseo para que se nos pase? —Sugirió Dohko, que también se encontraba bastante mareado.

 —Vamos.

 

 

    Camus se recostó sobre la silla. La conversación que había iniciado Afrodita con Saga sobre las clases había dejado el juego en pausa y él empezaba a aburrirse. Milo, por otro lado, miraba al infinito tirado sobre la silla como si no supiese ni en dónde se encontraba. Mu hablaba con Shura animadamente sobre los libros de inglés que se estaban leyendo para clase y Aioria había ido a la barra a pagar otra ronda.

 —Milo, cielo, ¿te apetece salir un rato a tomar el fresco? —Le preguntó.

 —Uff, no sé. Se me ha subido mucho —contestó llevándose una mano a la frente.

 —Ya veo ya. Yo aún puedo moverme, así que creo que saldré un rato fuera.

 —No, espera. Quédate un rato conmigo y ya te acompaño —le pidió y se arrimó a él para abrazarle.

 —Está bien —le devolvió el abrazo.

 —¡Que voy! —Gritó Aioria desde la barra, pidiendo a Saga que le fuese a ayudar.

 —¿En serio habéis pedido más? —Preguntó Afrodita, preocupado—. Menos mal que yo no me tengo que hacer cargo de ninguno de vosotros.

 —Siempre te libras de eso —le dijo Camus—. Mira yo con qué tendré que cargar —le señaló a Milo que se había recostado sobre su regazo—. Espero que no beba más o si no tendré que cargar con él sobre la espalda, aunque ya tengo que agarrarle para que no se caiga... —miró a Afrodita temiendo que no le estuviera prestando atención y lo descubrió sonrojado y mirando nervioso hacia la puerta.

    Camus miró en la dirección de sus ojos y se encontró con la mirada de Angelo, que acababa de entrar y se dirigía hacia la barra sonriente. Cuando vio a Aioria casi fue corriendo hacia él para saludarle.

 —Hombre, ¿pero a quién tenemos aquí? —Preguntó Aioria.

 —Aquí estoy dándo una vuelta —se encogió de hombros.

 —¿Un italiano perdido en las profundidades de una madriguera?

 —Ya no sabes ni lo que dices, amigo. ¿Todo eso es para ti? —Le preguntó señalando a las vasos llenos de alcohol casi hasta arriba.

 —Qué va, estoy con los demás allí —señaló con la cabeza.

    Al ver a Shura y a Saga fue hasta la mesa para saludarles y Afrodita estuvo a punto de esconderse bajo la mesa para que no lo viera, pero se contuvo.

 —¿Qué le pasa a Milo?

 —Bebió y bebió y bebió y yo voy por el mismo camino —rio Shura.

 —Celebrando tu cumple, ¿no?

 —Por supuesto.

 —No está mal. Yo voy pa' el fondo, que me están esperando unos colegas. Pasadlo bien —les dio unas palmadas en la espalda a Shura y Saga y luego a Aioria cuando pasó por su lado.

 —Dita, ya se fue —le avisó Camus, sonriendo.

 —Ya lo sé —contestó este, molesto.

 —¿Cómo es que no le saludas tú también?

 —¿Yo? No tengo nada que ver con él.

 —Por algo habrá que empezar, ¿no?

 —¿Empezar qué? —Quiso saber, pero Camus no le contestó.

 —¿Soy yo o cada día va más negro? —Preguntó Saga.

 —Me imagino cómo sería con una camiseta rosa —rio Shura.

 —Pues yo no —dijo Mu.

 —Seguro que Dita le dejaría una —dijo Saga.

 —¿Yo qué?

 —Que podrías dejarle algo de ropa colorida a Death Mask, a ver cómo le queda.

 —No le quedaría bien.

 —¿Por qué?

 —No tiene cara de que le quede bien —se encogió de hombros.

 —Y tú no tienes cara de que te quede bien el negro y todo te queda bien —dijo Camus—. ¡Eh! Tendríais que presentarle a Dita, sería un contraste muy interesante.

 —No hace falta —se quejó el sueco.

 —Como queráis —dijo Shura—. Solo es un poco bruto, pero no creo que te muerda—rio.

    Afrodita se puso rojo otra vez y Camus no pudo evitar reírse además de darle un codazo. Éste lo fulminó con la mirada, pero no dijo ni una palabra.

 —Creo que voy a salir a tomar el aire. Espero que no esté lloviendo —le anunció—. Cuida de Milo, ¿vale?

 —Te prometo que lo vigilaré. Cuidarlo ya es algo más complicado.

 —Bueno, tampoco creo que se vaya a mover de aquí —rio—. Milo, déjame levantarme, que voy a salir.

 —Voy contigo —dijo, pero no se levantó, así que Camus salió solo del pub.

    Fue tambaleándose hasta la puerta y tropezó con varias de las sillas que había a los lados y también con alguna que otra persona hasta salir del establecimiento. Se apoyó contra la pared del edificio de al lado y miró hacia el cielo con la esperanza de ver alguna estrella, pero este estaba completamente cubierto de nubes. Sacó su móvil del bolsillo del pantalón y miró la hora: la una y cuarto. Le pareció que era demasiado temprano y pensó que igual tenía el reloj parado, pero no le dio demasiada importancia.

 —¿Camus? —Le preguntó una voz que le hizo alzar la cabeza del móvil.

    Shaka primero lo miró de arriba abajo y luego directamente a los ojos. Kanon estaba a su lado y parecía alegrarse de verle allí.

 —Hola Camus —le saludó el griego—. ¿Cómo tú por aquí?

 —Están el resto dentro. Celebramos el cumpleaños de Shura —contestó.

 —¿Y qué haces fuera si el cumpleaños está dentro? —Preguntó Shaka.

    El corazón de Camus se había acelerado nada más escuchar su voz y su cabeza le daba vueltas al mismo tiempo. Tenía el aspecto de alguien que fuera a caerse al suelo en cualquier momento.

 —Voy dentro al baño —dijo Kanon, y entró en el pub dejándolos solos.

 —Pues me apetecía tomar un poco el aire, que estoy bastante mareado —respondió mientras le temblaban los labios al hablar.

 —¿Tanto bebiste? —Le perguntó sonriendo.

 —Bastante más que eso, pero no es nada que no pueda soportar. Milo ni siquiera puede levantarse.

    Al oir su nombre, el rubio se estremeció y Camus notó cierta ira en su mirada, pero no se atrevió a preguntarle.

 —¿Estáis todos dentro?

 —Sí —se limitó a reponder.

 —Entonces creo que me iré ya a casa, no quiero molestaros.

 —¿Por qué iba a ser una molestia?

 —Hay ciertas personas a las que no les agrada verme, y a mí no me agrada verles a ellos. Así que me voy y ningún problema —se dio la vuelta para cumplir sus palabras, pero Camus lo retuvo del brazo.

 —¿Vas a irte sin avisar a Kanon? —Shaka le volvió a mirar a los ojos.

 —Esperaré por él —se resignó.

 —¿Y qué hacéis vosotros por aquí?

 —Me volvió a convencer para salir.

 —¿Y cómo está tu hermana? —Recordó.

 —Está mucho mejor que antes. Dentro de poco podrá volver a casa.

 —Vaya, me alegro mucho —sonrió, y bajó la mirada hacia el suelo.

 —Gracias —se sonrojó Shaka a su vez y desvió la vista hacia la pared.

 —¿Y qué tal tú? Las clases y eso —preguntó después de un silencio que le pareció eterno.

 —Yo bien también. Un poco... confuso a veces.

 —¿Confuso por qué? —Quiso saber el francés.

 —Nada importante. Es que últimamente pienso demasiado.

 —¿Y en qué piensas?

    A Shaka le hubiera gustado decir que pensaba en él durante la mayor parte del día, pero sus palabras se ahogaron en su boca.

 —En lo que quiero —contestó.

 —Yo también estoy así últimamente —le confesó Camus.

 —¿Y eso?

 —Bueno, tengo mis dudas de lo que quiero y lo que no. Eso es todo. Cuánto tarda Kanon, ¿no?

 —Eso parece. Creo que iré a buscarle.

 —Te acompaño.

 —No creo que sea una buena idea que nos vean juntos.

 —Tienes razón... aunque de todas formas ya he tomado bastante el fresco —insistió.

     Camus se separó de la pared y estuvo a punto de caer, pero Shaka lo sujetó con los brazos y le ayudó a mantener el equilibrio.

 —Lo siento —se disculpó el francés.

 —No pasa nada. Te llevaré a la mesa.

 —Gracias.

     Shaka lo llevó con cuidado hasta la puerta y le hizo pasar primero. Todos se giraron para verlos entrar, incluso Milo, que los observaba con los ojos entreabiertos sin prestarles mucha atención. Cuando Afrodita se dio cuenta de lo que ocurría, se levantó rápidaente de la silla para ir en busca de Camus. Lo cogió de la mano y Shaka lo soltó.

 —Yo le llevaré —le dijo secamente sin siquiera mirar al rubio.

 —Como quieras —le contestó, con rabia en sus palabras, y fue a buscar a Kanon al baño.

    Cuando entró, se lo encontró hablando con Angelo y ambos se giraron.

 —¿Hoy estáis todos aquí o qué? —Preguntó el italiano entre risas.

 —Ya ves —le contestó el griego.

 —Venid conmigo, ya que estamos os invito a alguna copa —les animó.

 —No tengo muchas ganas de quedarme... —empezó Shaka.

 —Vamos, que os invito yo. Por una noche no habrá peligro —rio y se fue hacia una mesa que quedaba libre cerca de la entrada y demasiado cercana, al parecer de Shaka, de la mesa de los demás.

 —Venga, Shaka, hemos salido a divertirnos. Para una vez, salgamos a lo grande, ¿no te parece?

 —No lo tengo muy claro. Además, ya estuvimos bebiendo en el otro bar.

 —Pero ese solo era de calentamiento —insistió—. No te preocupes, no dejaré que Milo se acerce a ti, aunque creo que no lo conseguiría. Ve con Death Mask, yo voy a saludar a mi hermano.

    Shaka lo miró suplicante, pero Kanon le devolvía la mirada con una sonrisa y no pudo decirle que no. Pensó que sería efecto del alcohol que le hacía perder sus facultades de convicción, pero no le quiso dar más vueltas.

 —Está bien... —se dejó vencer —. Allí te espero.

 

 

   Kanon se aproximó a la mesa y apoyó una mano sobre el hombro de su hermano Saga, sobresaltándolo. Éste le miró de reojo y luego le saludó, seguido por los demás.

 —¡Felicidades, Shura! —Exclamó, y el español le dio las gracias entre risas—. Aunque ya llego unas horas tardes, pero más vale tarde que nunca. ¿Qué tal os va?

 —Pues aquí estamos —contestó Aioria.

 —Bueno, él no sé si está o no, yo al menos aún me encuentro —contestó Saga.

 —Ya veo ya, no hace falta que me lo jures, pero tú tampoco pareces muy allá —se rio.

 —¡Que no estoy tan mal! —Protestó Aioria.

 —Calla y bebe —le dijo Camus al tiempo que le llevaba un vasito a la boca.

 —¿Y aún os queda todo esto? —Preguntó Kanon alarmado al ver todo el alcohol que tenían sobre la mesa.

 —Ya ves —se encogió Shura de hombros.

 —Saga, como tenga que llevarte a casa, vas apañado, porque no pienso hacerlo —le advirtió.

 —No será necesario.

 —Eso espero. Yo voy a beber ahora un rato, pero poco, que no me apetece demasiado. Bueno, lo que Death Mask esté dispuesto a pagarnos —rio.

 —¡¿Os invita?! —Preguntó Aioria a voces—. ¡Y a mí me vio y apenas me saluda!

 —Eso es que no tienes mucha capacidad de convicción —se burló Afrodita.

 —Bueno, vuelvo a la mesa —se despidió de ellos y estuvo a punto de echar a andar cuando Milo lo llamó desde la silla.

 —¿Ese es Shaka? —Preguntó con semblante desinteresado.

 —Sí, es él —asintió Kanon.

    Milo bajó y subió la cabeza, satisfecho, y no dijo nada más. Entonces, Kanon se fue con sus amigos.

    Afrodita se acercó a Camus para susurrarle algo al oído:

 —Esto no puede acabar bien —le dijo.

 —¿Por qué no?

 —Milo os vio entrar juntos y pegaditos por la puerta, y no tiene cara de que le haya gustado mucho.

     Camus giró la cabeza para mirar a su novio, que seguía con expresión ausente.

 —Saldré un rato con él —le dijo al sueco, quien asintió no muy convencido—. Cielo, vamos afuera un poco, ¿te parece? —Le preguntó con una sonrisa.

 —Toma —Afrodita le dio un vaso de agua y Camus le preguntó con la mirada—. Dáselo, a ver si se le pasa, que está realmente mal.

 —Gracias —cogió el vaso con una mano y entre los dos ayudaron a levantarse a Milo.

     Salieron cuidadosamente del pub pasando al lado de la mesa de Angelo, Kanon y Shaka. El rubio les dedicó una mirada a ambos y Camus le sonrió, pero Shaka no le devolvió la sonrisa.

     Cuando estuvieron ya fuera, el francés apoyó a Milo sobre la pared y este cayó al suelo, sentándose y llevándose las manos a la cabeza. Camus se sentó a su lado, preocupado, y le pasó un brazo por los hombros, atrayéndolo hacia él para abrazarle.

 —¿Estás bien, amor? —Le preguntó al oído.

 —No —se limitó a responder.

 —¿Quieres ir a casa?

 —No.

 —Está bien —suspiró, y se quedó un rato abrazándole hasta que Milo habló de nuevo.

 —Shaka te hará daño —le dijo de súbito, y Camus le clavó una mirada interrogante —te hará daño cuando te vayas con él. Yo jamás te lo haría —insistió, y volvió a hundir el rostro entre las manos, comenzando a sollozar.

 —Eh, no llores tontorrón. No me voy a ir con Shaka y no te voy a dejar solo —intentó calmarle.

 —Ya, claro. Eso dices ahora.

 —¿Y por qué me iba a hacer daño? —Quiso saber tras un momento de silencio.

 —Porque es una mala persona. Te lo hará, te hará creer que es tu culpa y te hundirá.

 —¿Qué te pasó a ti con él? —Le preguntó sin pensar.

     Milo no le respondió, seguía sollozando acurrucado sobre sí mismo. Se acercó más a Camus para sentir mejor su abrazo reconfortante, pero no le calmaba en absoluto. Entonces, trató de levantarse y fue hasta la puerta del pub. Camus se levantó segundos después, pero el griego ya había entrado.

     Milo fue directo hacia la mesa donde estaban sentados Angelo, Kanon y Shaka, y el primero le saludó con una sonrisa, pero el griego no le prestó la menor atención. Shaka le miraba directamente a los ojos, impasible, pero con la ira reflejada en ellos. Tras un momento que pareció eterno, Milo abanzó hacia el indio y se abalanzó sobre él, dándole un fuerte pero torpe puñetazo en la mejilla derecha, que hizo que el rubio cayera al suelo.

 —¡¡EH!! —Exclamó Kanon levantándose rápidamente para socorrer a Shaka, que se había llevado una mano a la mejilla dolorida y miraba, con temor, que le había hecho sangrar.

     Milo fue de nuevo contra el rubio, pero Camus lo retuvo del brazo y Angelo se acercó a él para intentar calmarle mientras todos los demás se levantaban de la otra mesa e iban a ayudar. El griego, envuelto en ira y con los ojos desprendiendo lágrimas, se deshizo de Camus y le empujó hacia una mesa sin saber lo que hacía.

 —¡Él te hará daño! —Le gritó— ¡Él no te quiere! —Y se giró de nuevo hacia Shaka, al que ya habían ayudado a levantarse.

 —Milo, ¡Milo! —Exclamó Shura alejándolo de la mesa—. Tranquilízate, Milo, estás demasiado borracho.

     Todos las personas cercanas al suceso habían dejado de hacer lo que les atañía y miraban la escena entre divertidos y molestos.

 —¡Soy consciente de lo que hago! ¡¡Suéltame!! —Le gritó.

     Afrodita ayudó a Camus a levantarse del suelo y le preguntaba si se había hecho daño. Aioria ayudaba a Shura a retener a Milo y Saga se aproximó a su hermano para ver el resultado del puñetazo del griego en la cara de Shaka, quien aún estaba conmocionado y mareado tras caerse al suelo y miraba a Milo con temor e ira.

 —Milo deja de hacer estupideces —le dijo Angelo acercándose a él.

 —¡Estás ciego! —Le gritó a Camus sin hacer caso de nadie—. ¡Soltadme! —Les volvió a gritar.

 —¡¿Pero qué te pasa?! —Le preguntó el francés, desesperado—. Vámonos a casa y hablamos allí más tranquilamente —le pidió, suplicante.

 —¡¡No!!

 —Milo, tranquilízate —le suplicó Mu.

 —¿Acaso quieres arruinarme el cumpleaños?

     Kanon se llevó a Shaka al baño y Angelo fue a la barra a pedir hielo para su herida. Solo cuando el rubio desapareció de la vista de Milo, este se empezó a relajar y se dejó caer sobre una silla.

 —¿Estás mejor? —Le preguntó Camus, preocupado.

 —Me voy a casa —anunció, y se levantó torpemente.

     Camus fue tras él y Afrodita le siguió, temiendo que aquello aún no hubiera acabado. El pub volvió a quedar en relativa calma, con la música electrónica volviendo a atraer la atención de los clientes curiosos.

 

 

     Camus llamaba desesperadamente a su novio para que le esperara, pero este iba por delante y no parecía hacerle el mínimo caso.

 —Milo, espera. Todavía te vas a caer —le advirtió Afrodita, quien se adelantó para cogerle del brazo y hacerlo parar un momento.

     Ambos se dieron cuenta, entonces, de que el griego seguía llorando a plena lágrima.

 —Milo, por favor, no llores —le pidió Camus, rompiéndosele el corazón al verlo así.

 —Déjame...

 —Vámonos a casa y descansemos, nos vendrá bien a los dos —le dijo con una sonrisa tomándolo de la mano.

     Milo se apartó de él suavemente y le miró a los ojos, tembloroso.

 —Déjame. Me voy a mi casa. Solo.

 —No digas tonterías —insistió Camus con una sonrisa triste.

 —Adiós —se despidió de ellos y empezó a caminar por la calle.

     Camus se lo quedó mirando a punto de llorar y se dispuso a seguirle, pero Afrodita le paró con un un brazo.

 —Déjale, necesita recapacitar —le dijo— Vuelve dentro, yo le acompañaré a casa y ya volveré después. Os llamaré por si os movéis —le sonrió para intentar que Camus no se sintiera tan mal.

 —Pero...

 —Tranquilo, se le pasará. Ha bebido demasiado. Me encargaré también de que se acueste.

 —Tengo mis cosas en su casa...

 —Te las traeré.

     Camus le miró con lágrimas en los ojos y asintió despacio. Afrodita le dio un beso en la frente y se alejó de él yendo tras Milo. El francés vio cómo le cogía del brazo y le hacía ir en línea recta en vez de en zigzag. Cuando giraron en una esquina y los perdió de vista, volvió a entrar en el pub.

     Todos le vieron entrar y Mu fue en su busca. Camus vio que Shaka ya había regresado a la mesa y tenía una bolsa con hielo en la mejilla en la que Milo le había golpeado. Se acercó a la mesa y Mu retrocedió, dejándolo solo de nuevo.

 —Shaka —lo llamó, y el rubio se giró para mirarle—. ¿Te encuentras bien? —Le preguntó preocupado—. Lo siento mucho.

 —No es tu culpa —le tranquilizó forzando una sonrisa dolorida.

 —Te pegó por mí, así que algo de culpa tendré —Shaka se encogió de hombros.

 —Estaba muy borracho —dijo Angelo.

 —Pues poco más y le deja también sin ojo —replicó Kanon.

     Camus cada vez se sentía más culpable.

 —Terminamos esto y te acompaño a casa —dijo Kanon, y Shaka asintió conforme.

 —¿Estás bien? —Le preguntó ahora el rubio.

 —Sí —contestó Camus, meditándolo unos instantes.

 —¿Podemos salir fuera a hablar?

     Al francés se le aceleró el corazón y asintió levemente con la cabeza. Después, salieron de nuevo a la calle bajo la mirada interrogante de todos sus amigos y el gesto de fastidio de Kanon.

 —¿Se fue? —Le preguntó entonces Shaka.

 —Sí. Yo tenía que haber ido con él, se supone que me había invitado a pasar el fin de semana en su casa... —no supo por qué le había dicho aquello, pero el rubio no pareció ofenderse.

     Hubo un silencio incómodo que les hizo meditar a los dos. Luego, Shaka habló:

 —Verás, el curso pasado y durante el verano estuve saliendo con Milo —le confesó.

     Camus le miró con los ojos muy abiertos e intentó decirle algo, sorprendido por sus palabras, pero ninguna salió de sus labios.

 —Lo sé, no pegamos nada, pero surgió y así fue —continuó—. Pero él era... muy diferente a lo que yo había imaginado —se encogió de hombros, abatido—. Nos gustaban cosas muy distintas, aunque eso no me hubiera importado. Empezó a dejarme de lado mucho tiempo, aunque yo no le daba toda la importancia que debería. No quería meterme en sus asuntos, ¿sabes? Entonces comenzó a tratarme con frialdad con el paso de los meses y a alejarse de mí completamente, y eso me dolió —hizo una pausa, dubitativo. Camus le escuchaba con atención, incrédulo—. Empezó a odiarme cuando quise hacer lo mismo que él: no preocuparme tanto y congelarme poco a poco. Eso le sentó fatal, pero yo estaba triste y confuso. Y un día, poco después de comenzar el curso, me dejó sin darme explicaciones. Supongo que le molestaba que hiciera lo mismo que él, pero así le demostraba todo el daño que me estaba haciendo —suspiró.

 —No tenía ni idea —murmuró Camus tras meditar sus palabras—. Lo... lo siento mucho Shaka. Nunca... pensé que Milo podría hacer eso.

 —Yo tampoco lo pensaba. Y mucho menos que sería capaz de pegarme —miró a la bolsa con hielo que tenía en la mano—. Creí que ya estaba todo olvidado —cerró los ojos comido por la trsiteza y dejó caer la espalda sobre la pared.

     Camus no encontraba las palabras que necesitaba en ese momento, así que se apoyó a su lado, mirando al cielo que empezaba a despejarse.

 —Al menos esta noche no hay lluvia —dijo Shaka.

 —Debe de ser lo único bueno de ella.

 —Seguro que te lo pasaste bien antes de que yo apareciera.

 —Era entretenida la fiesta —asintió.

 —Todo es culpa mía —ladeó la cabeza con gesto de fastidio y se llevó de nuevo la bolsa a la mejilla, que se le empezaba a hinchar.

 —¡No! No digas tonterías —le miró seriamente.

 —Sí que lo es, no me la intentes quitar. Allá a donde voy traigo conmigo el caos —se separó de la pared y comenzó a caminar por la calle.

 —¿A dónde vas?

 —Me voy a mi casa.

 —¿Y Kanon?

 —Ya le enviaré un mensaje. No me apetece volver a entrar.

     Camus dudó unos segundos y luego, sin saber porqué, le siguió, situándose a su lado.

 —No es culpa tuya —insistió tras caminar un rato.

 —Como tú digas —parecía que una nube descargaba tristeza sobre él.

     Siguieron caminando en silencio. Ninguno se atrevía a decir nada aún habiendo andado varias calles. Entonces, Shaka se paró en frente de un banco, lo miró durante unos segundos y se sentó en él, respirando profundamente. Camus lo imitó.

     Cuando el francés se sentó a su lado, Shaka dejó caer la cabeza sobre el pecho de éste y cerró los ojos. Camus, dudoso, le pasó un brazo por los hombros y lo atrajo más hacia sí.

     Se quedaron en esa posición unos largos minutos hasta que Shaka se volvió a mover para acomodarse entre sus brazos. Luego, se enderezó y ambos se miraron a los ojos. Camus quiso hablar, pero no le salieron las palabras de la boca. Sentía que el rubio se acercaba más y más a él y temía lo inevitable, pero su cuerpo no le respondía y no pudo, o no quiso, apartarse. Cuando se dio cuenta, los labios de Shaka besaban los suyos lentamente y con cariño.

 

     El beso se prolongó, pero cuando se separaron el uno del otro, les supo a poco. Entonces el rubio volvió a echarse sobre su boca, esta vez con más pasión y ganas acumuladas, y Camus respondía a todos sus besos de la misma manera, pero sintiendo como si cien puñales se clavasen al mismo tiempo en su corazón.

 

 

 

Notas finales:

Espero que les haya gustado y comenten sus opiniones :D. La inspiración hizo que estos días me alejara un poco del estudio para escribir... espero que haya merecido la pena :3.

Muchas gracias por leer ^^


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