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Cosas de adolescentes por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

¡Por fin! Subido el capítulo 15 de Cosas de Adolescentes... sí que me tomo mi tiempo... ¡qué desastre soy! En fin, espero que los disfruten, pues se están sucediendo bastantes cosas últimamente entre estos adolescentes descontrolados... :D

La música en La Madriguera seguía sonando sin descanso, canción tras canción, y la bebida aún seguía casi al completo sobre la mesa. Las cosas se habían calmado: Milo se había ido a casa acompañado por Afrodia y Shaka había salido de allí para hablar con Camus, o eso pretendían. El único que estaba nervioso era Kanon, que no dejaba de frotarse las manos por debajo de su mesa, inquieto, mientras Angelo le contaba cosas para distraerle.

 

Yo deseo... que Saga le de un pico a Mu —dijo Aioria al tiempo que bebía de su vaso.

 

     El ambiente se había caldeado bastante entre ellos, pero para Mu no estaba yendo la cosa por donde él hubiera querido. Aún así, él y el griego se levantaron y se besaron sin interés, obedeciendo el deseo de Aioria.

 

Pues yo deseo que Aioria se líe con Saga —dijo Shura mientras se reía.

 

Eh, eh, eh, eso ya es otra cosa —replicó Aioria.

 

Tú me hiciste liarme con él —se defendió el español—, y lo hice —puntualizó.

 

Da igual, no es lo mismo.

 

Sí que lo es —dijo Mu.

 

     Aioria miró de reojo a Saga que les observaba a todos entre enfadado y divertido. Entonces, volvió la cabeza hacia el griego y se encogió de hombros. Pocos segundos después, ambos cedieron y comenzaron a liarse.

 

Haríais una estupendísima pareja —les dijo Shura cuando se hubieron separado.

 

Cállate —Aioria le fulminó con la mirada, pero eso solo hizo que el español agrandara su carcajada.

 

Me parece que estamos llevando esto un poco lejos, ¿no os parece? —Preguntó Saga, aunque sin darle toda la importancia que le hubiera gustado ofrecer.

 

Yo creo que no —se rio Shura—. Es más, cuando vuelvan los demás podríamos jugar con el juego de cartas que me regalásteis...

 

     Mu le miró a los ojos y se puso tan rojo como un tomate. No sabía exactamente qué habría escrito en esas cartas, pero tenía la sensación de que no había ni una sola con el mínimo de castidad. Aún así, había bebido tanto que poco le importaba a esas alturas.

 

No sé si los demás querrán jugar, eh —dijo Aioria—. Además, somos todos hombres... yo al menos, no me hace mucha gracia.

 

Pues pedazo de beso que me has dado, bribón —Saga le guiñó un ojo y luego empezó a reirse sin control.

 

Eso es un sí, entonces —sentenció Shura—. ¿Y si mientras esperamos jugamos a un juego de cartas normal para relajar el ambiente?

 

Por mí perfecto —dijo Mu.

 

 

 

    Llegaron al portal de Milo tras un largo camino y unas cuantas caídas del griego. Afrodita le sujetaba como bien podía y unas cuantas veces estuvo a punto de caer con él, pero milagrosamente fue capaz de mantener el equilibio.

 

Y esta es una de las razones por las que no bebo —le dijo cuando lo apoyó contra la pared del edificio—. El camino se ha hecho eterno, ya verás para volver... ¿dónde tienes las llaves?

 

En el bolsillo... —contestó a duras penas.

 

Dámelas, te llevaré hasta tu habitación.

 

¿Dónde está Camus? —Le preguntó de improviso, sorprendiendo al sueco.

 

En el pub, ¿no te acuerdas?

 

¿No viene a dormir?

 

Milo...

 

¿Por qué?

 

Tú le dijiste que no viniera —no sabía qué responderle para no herirle en aquella situación.

 

¿Yo le dije eso? —Afrodita asintió con la cabeza, desviando la mirada—. ¿Puedes decirle que venga? No deseo nada más que pedirle perdón.

 

     Afrodita le miró con lástima. No podía regresar al pub y pedirle a Camus que fuera a casa con Milo así como así. Lo más probable es que si eso ocurriera se desatase el desastre.

 

Por favor —le rogó.

 

Milo... igual Camus ya se ha ido a su casa, también había bebido mucho.

 

Pero si no está, ¿le pedirías que viniera? Sus cosas aún están en mi casa, y yo le hecho mucho de menos... —unas lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, y Afrodita se acercó a él para abrazarle.

 

     Después de eso, al sueco se le ablandó el corazón y por un momento olvidó todo lo que Milo había hecho esa noche. Ver a su amigo en aquella situación le generaba una profunda tristeza, y por millonésima vez se reprochó a sí mismo por querer ser el mediador de todos los conflictos internos entre sus amigos.

 

Está bien, si quieres le llamo y le digo que venga.

 

Sí por favor. Gracias Dita, eres el mejor amigo que tendré nunca —dijo eso y comenzó a llorar con más fuerza.

 

Oh, vamos, no digas eso, pareces estúpido —le dio unas palmadas en la espalda y luego se volvió a separar de él, sacó su móvil del bolsillo y se dispuso a llamar a Camus.

 

 

 

Tras unos instantes mirándose intensamente a los ojos, volvieron a juntar sus labios en otro de los muchos apasionados besos que se habían dado en ese banco. La bebida había borrado los sentidos lógicos de Camus y solo era capaz de pensar en el momento, en lo bien que besaba Shaka y en lo mucho que le gustaba. Se habían entregado el uno al otro y aislado allí sentados, como si nada más existiera y sin importarles lo que acontecía a su alrededor.

 

     Cuando se separaron, los dos tenían las mejillas encendidas y ardiendo, aunque la noche era fría y comenzaba a lloviznar. Camus quería besarle otra vez, pero Shaka hacía varios besos que le había dicho que se iba a casa, y sabía que aquel había sido el último.

 

Creo... que después de esto voy a dormir como nunca —dijo el rubio.

 

Yo no —Camus desvió la mirada, sintiéndose irremediablemente culpable de súbito.

 

Pues deberías. No siempre se viven noches como esta —se llevó una mano a la mejilla que le había golpeado Milo—. O al menos en parte —sonrió, y Camus sonrió también—. Me voy a casa. ¿Podrías decirle a Kanon que me fui?

 

Por supuesto.

 

Hasta el lunes —se despidió.

 

Hasta el lunes.

 

     Cuando Shaka se hubo alejado por la calle, Camus se levantó del banco sin saber en qué pensar. Realmente le había gustado estar con él, y mucho, pero amaba a Milo, y estaba completamente seguro de ello.

 

Aunque... —susurró.

 

     Milo se había comportado como un auténtico idiota esa noche. Se había atrevido a pegar a Shaka sin ningún motivo y encima le había dejado fuera de casa. Al menos Afrodita volvería con sus cosas.

 

     Entró en La madriguera y se acercó a Kanon para decirle que Shaka se había ido. El griego lo miró, serio y, parecía, algo triste, y sin decir palabra asintió con la cabeza débilmente para después seguir conversando con Angelo. Era evidente que sabía lo que habían estado haciendo ahí fuera.

 

    Se sentó al lado de Mu y de Aioria en la mesa y vio que estaban concentrados jugando a las cartas, aunque era obvio que ninguno tenía la menor idea de lo que estaba haciendo. Hasta se podría decir que ni siquiera estaban jugando a algo en concreto.

 

¡Tengo la partida ganada! —Exclamó Aioria.

 

Eso ya lo veremos —le retó Saga.

 

¡Camus! —dijo Shura—, te has perdido cómo estos dos se liaban.

 

¡¿Qué?!

 

Y también cómo se liaba Shura con Saga —le completó Mu, sonriente.

 

Bueno, pero eso era algo que no hacía falta decir... —dijo el español.

 

¿Por qué siempre me pierdo lo bueno? —Preguntó Camus con fastidio.

 

     Entonces, empezó a sonar el móvil del francés y al ver que era Afrodita lo atendió con rapidez.

 

¿Sí? —Contestó.

 

Hola, Camus. No sé cómo decírtelo pero Milo ha cambiado de opinión.

 

¿Cómo que ha cambiado de opinión?

 

Sí. Quiere que vengas con él. Dice que te echa de menos.

 

¿En serio? ¿Pero no estaba enfadado? —Afrodita no supo qué responder—. Bueno, yo... —de pronto se acordó de todo lo que acababa de pasar con Shaka y no le pareció lo más conveniente ir a casa con Milo. Ahora sí que se sentía culpable —. Vale, estaré allí en un rato —dijo por fin, y no supo el porqué.

 

Vale, gracias —colgó.

 

¿Quién era? —Le preguntó Shura, que acababa de perder a las cartas.

 

Afrodita.

 

¿Y? —Inquirió Saga.

 

Pfff... Milo no quería que fuera con él y ahora sí —suspiró.

 

¿Y vas a ir? —Preguntó Mu, preocupado—. Parecía enfadado no, lo siguiente.

 

Lo sé, lo sé, pero tampoco puedo dejarle plantado.

 

Él te dejó plantado a ti —dijo Saga.

 

Está borracho, ya se le pasará —insistió Camus.

 

¿Entonces te vas? —Preguntó Shura.

 

Sí.

 

Vaya... la fiesta no será lo mismo sin vosotros...

 

Afrodita volverá, no os preocupéis —echó una pequeña mirada hacia donde estaba Angelo y sonrió sin poder evitarlo—. Pasadlo bien, chicos —se despidió y cogió sus cosas para marcharse.

 

 

 

Afrodita había querido marcharse de allí para volver a La madriguera ya que Camus se encargaría de mantener con vida a Milo, pero el griego le había pedido que se quedase con él esperando en el portal al francés, y así había hecho.

 

     Estuvo esperando un buen rato mientras aguantaba los sinsentidos que le decía Milo. No dejaba de decir que amaba a Camus más que a su vida y que le apetecía morir después de todo lo que había hecho esa noche ahora que empezaba a recordar, y Afrodita estuvo a punto de darle unas cuantas bofetadas para calmarle, pero consiguió contenerse.

 

     Cuando Camus llegó vio a Milo apoyado sobre la pared del portal con los ojos llorosos y rojos y se le partió el corazón en miles de pedazos.

 

Menos mal que ya estás aquí, poco más y se nos tira a la carretera —le dijo Afrodita.

 

Gracias por cuidar de él mientras tanto.

 

Camus —lo llamó Milo secándose las lágrimas con el dorso del abrigo—. Perdóname Camus —y comenzó a llorar de nuevo.

 

¡Milo! ¡Deja ya de llorar! —se echó sobre él para abrazarlo—. Venga, tontorrón, que ya estoy aquí —intento hacer que se calmase—. Si estás llorando sin motivo.

 

Pensé que estabas muy enfadado.

 

Lo que estoy es casi tan borracho como tú, no sé ni cómo he llegado.

 

Bueno, yo me vuelvo allí —dijo Afrodita. Camus asintió—. Hasta la vista —se despidió y los dejó solos.

 

Subamos, ¿vale? —Dijo Camus, y Milo abrió la puerta del portal.

 

     Entraron en la casa abrazados y tambaleándose. Camus le había dado un beso en el ascensor y había conseguido hacerle reír por fin, aunque el griego no dejaba de pedirle perdón por haberle gritado. El francés abrió la puerta de la habitación de Milo y le hizo sentarse sobre la cama. Inmediatamente el griego se echó sobre ella a lo largo, sin importarle las cosas que había encima. Camus se sentó en el borde, a su lado, y comenzó a acariciarle el pelo.

 

¿Quieres que te haga algo? ¿Un colacao?

 

Sí por favor —le pidió con los ojos cerrados y hundiéndose en la almohada.

 

     Camus se levantó y fue hasta la cocina sujetándose en las paredes para no caerse. Empezaba a preguntarse si poner ahora el microondas sería una buena idea.

 

     Volvió a la habitación con dos tazas, una para él y otra para Milo, humeantes y hasta arriba. Hizo que el griego se sentase y le tendió la taza. Ambos empezaron a sorber y a relajarse. Estuvieron en silencio casi media hora aún habiendo terminado el colacao hacía rato. Entonces, Milo habló por fin:

 

Cami, lo siento... me descontrolé.

 

No es conmigo con quien tendrías que disculparte —suspiró—. Pero dejémoslo ya. No tiene mayor importancia... —aunque él sabía perfectamente que sí la tenía.

 

No pienso decirle nada a ese —gruñó, malhumorado.

 

¡No seas así! Le hiciste daño... seguramente —puntualizó.

 

Bien merecido. Pero da igual, no volverá a pasar.

 

Más te vale —se inclinó sobre él, dubitativo, y después le dio un beso en la mejilla.

 

    Camus sabía que lo que había hecho esa noche estaba mucho peor que lo que había hecho Milo, y tenía ganas de contárselo, de explicarse, pero las palabras ni siquiera alcanzaban su boca ni se preparaban para ascender a ella. Sentía que iba a tener un secreto muy pesado en su corazón por un tiempo.

 

Gracias por venir —le dijo Milo, sacándolo de su ensimismamiento.

 

¿Gracias? ¿Acaso creías que me iba a ir a mi casa sin mis cosas? —Rio, y Milo sonrió con él.

 

Eres un tonto —ladeó la cabeza.

 

Mira quién fue a hablar.

 

     Camus desvió la mirada hacia el suelo, pensativo, pero entonces Milo tendió una mano hacia su barbilla y le hizo mirarle a los ojos. Se acercó tranquilamente a sus labios y los besó con ternura. Después, se situó más a su lado y lo abrazó con fuerza, hundiéndose sobre su pecho, y Camus lo abrazó a su vez.

 

Je t'aime —le susurró Milo sin levantar la mirada.

 

Tu es ma vie —le respondió.

 

 

 

Cuando empezó a llover, Shion se atechó bajo un portal bastante grande y Dohko fue con él. Desde que habían dicho de ir a dar un paseo no habían vuelto a ver a sus amigos, aunque tampoco les importaba demasiado. Cada uno gozaba de la compañía del otro, y ya casi se les había pasado el efecto del alcohol. Por ello, en ese momento decidieron que tenían que ir a algún bar a remediarlo.

 

     Entraron en el primero que había en esa calle, bastante concurrido. Ya habían estado allí alguna vez más con los otros. Se llamaba Beer Time, aunque también vendían más bebidas.

 

Creo que pediré una hidromiel. De las fuertes —dijo Dohko.

 

Yo también. Hace mucho que no la saboreo.

 

     Pidieron y fueron a sentarse en una mesa del fondo, al lado de una ventana por la que caían miles de gotas de lluvia, alejados de la multitud que se concentraban más por la zona de la puerta.

 

Está riquísima —dijo Shion.

 

Ya te digo. Deberíamos venir aquí más a menudo.

 

Estoy de acuerdo. Por cierto, ¿qué tal el examen?

 

No muchos aprobaron, aunque yo tuve la suerte de ser uno de los pocos que llegó al cinco —se encogió de hombros.

 

Buff, bueno, algo es algo.

 

 

 

Hacía rato que habían salido de La madriguera para ir a una discoteca a bailar. La idea había sido de Saga y Shura le dijo que sí radiantemente. Además, habían invitado a Angelo y a Kanon a ir con ellos. Angelo aceptó de buena gana, pero Kanon parecía bastante molesto y acabó yéndose a casa.

 

¿Qué le pasa a tu hermano? —Le había preguntado Shura.

 

Ni idea. Ya le hablaré en casa. ¿Nos vamos?

 

     La discoteca que habían elegido se llamaba Rolling. En ella se sucedían canciones de todo tipo, desde electrónicas hasta de pareja. En ese momento estaban con una del primer tipo, y Aioria fue el primero en entrar seguido por Angelo. Se pusieron a bailar, o más bien a moverse sin coordinación aparente el uno en frente del otro entre el resto de adolescentes que había allí.

 

Espero que lo próximo que suene sea bueno —le dijo Saga a Afrodita, pero este parecía no escucharle.

 

     El sueco tenía la mirada clavada en Angelo mientras éste bailaba. Cuando supo que iba a venir con ellos había estado a punto de marcharse a su casa con Mu, que parecía no tener cara de querer quedarse, pero Shura había convencido al otro con poco esfuerzo y una cosa llevó a la otra.

 

     Cuando terminó la canción, empezó a sonar una más discotequera y todos los que estaban allí dieron un grito de júbilo.

 

¡A bailar! —Exclamó Shura a la vez que se unía a Angelo y Aioria. Poco después, Saga fue con ellos también.

 

¿Bailamos, Dita? —Le preguntó Mu, y el sueco asintió no muy convencido.

 

     Fueron hacia donde estaban los otros, que habían formado una especie de círculo para bailar entre ellos. Cuando les vieron llegar les hicieron un hueco y continuaron bailando, unos moviéndose más que otros. Aioria, por ejemplo, estuvo a punto de caer varias veces, pero se agarró de la ropa de Shura, así que en vez de caer solo, cayeron los dos, pero intentando disimular se marcaron unos pasos en el suelo bastante patéticos que hizo reír a todos.

 

    Pasaban el tiempo, medido en canciones, y ya estaban todos bastante exhaustos. En realidad, no tenían ni idea de cuánto tiempo llevaban allí, pero la gente empezaba a marchar de la discoteca y las canciones iban sucediéndose, cada vez más lentas.

 

Voy al baño —dijo Saga.

 

     Afrodita, Mu y Shura se habían sentado en unos bancos pegados a la pared y cada uno había pedido una cerveza mientras Aioria, Saga y Angelo seguían en la pista, en la que apenas quedaban unas quince personas más. Mu tenía las mejillas rojas, ya que sentía que el español estaba sentado bastante cerca de él, aunque en realidad eso no le molestaba en absoluto. Por otro lado, Afrodita no dejaba de mirar a Angelo de los pies a la cabeza, como si no existiera nada más en el mundo que él.

 

     Empezó, entonces, a sonar una canción de amor lenta y bailable. Shura alzó la cabeza y escuchó detenidamente, como pretendiendo hacer algo pero sin atreverse. En ese momento Saga regresó del baño y salió de la discoteca diciendo que iba a hacer una llamada.

 

Mu... —le llamó Shura en voz baja, sin atreverse a mirarle a los ojos.

 

¿Sí?

 

¿Te apetece bailar ésta? —Le preguntó, mirándole por fin.

 

Yo... —empezó Mu, rojo como un tomate, pero Afrodita le dio un codazo antes de que rechazase la oferta—. ¡Ay! ¡Sí! Digo, claro, ¿por qué no?

 

Perfecto —sonrió el español al mismo tiempo que le tendía una mano para llevarle a la pista.

 

    Se alejaron del banco y comenzaron a bailar, primero manteniendo la distancia y luego pegados el uno al otro como novios. El sueco los miraba, complacido, pero entonces Angelo se sentó a su lado poniéndole la piel de gallina.

 

Dios, ¡estoy agotado! Menos mal que pusieron esta, así puedo sentarme de una vez —dijo.

 

Parece que Aioria disfruta —comentó Afrodita intentando que no le temblase la voz.

 

     Ambos miraron hacia la pista en pos del griego y lo descubrieron bailando la canción de amor con él mismo, con una mano en la barriga y otra en el aire, como si fuera un príncipe, pero dando pases torpes y tropezando consigo mismo. Angelo empezó a reírse a carcajadas, contagiándole la risa a Afrodita, sin poder evitarlo.

 

¡Qué desastre! —Exclamó el italiano—. ¿Te parece que le enseñemos a bailar como es debido? —Le preguntó de súbito, provocando que el corazón del sueco latiese a gran velocidad.

 

No creo ser el más indicado para dar clases de baile... —se excusó.

 

Afrodita, ¿verdad? —Afrodita asintió—. ¿Te importa que te llame Dita?

 

No... —su corazón bombeaba sangre como poseído por la velocidad de la luz.

 

Pues con esa cara no tienes pinta de bailar mal —sonrió—. Vamos a darle una lección —se levantó y Afrodita tras él, titubeante.

 

 

 

Cuando Saga regresó a la discoteca se sorprendió por lo que estaba viendo: Shura y Mu bailaban abrazados en una esquina, Angelo y Afrodita en otra y Aioria bebía cerveza apoyado sobre la barra, observando al resto. Se acercó hasta el griego y pidió él otra cerveza.

 

¿Quiénes crees que acabarán en la misma cama? —Le preguntó Aioria tras dar un sorbo.

 

Quién sabe, quizás tú y DeathMask —se burló y comenzó a reírse por lo bajo.

 

Yo voto por Shura y Mu —dijo sin hacer caso a su comentario.

 

Dudo que Mu quisiera, y Shura es demasiado caballeroso a veces...

 

Mu es un salido como todos nosotros. ¡Quizás el que más! —Exclamó.

 

Pues muy bien lo oculta entonces... —le miró con reproche, aunque poco después empezó a reírse—. ¿Sabes? Igual sí que tienes razón después de todo.

 

¡Yo siempre la tengo! Lo que pasa es que pasáis de mí —le fulminó con la mirada.

 

Bueeeeeeno... pues yo creo que Dita y DeathMask —dijo cambiando de tema.

 

 

 

Sus mejillas aún le ardían aunque ya llevaban varias canciones bailando juntos, tanto lentas como moviditas, tanto cogidos como separados, pero siempre volvían a pegarse el uno con el otro. Terminó por pensar que su rojez era cosa de la bebida, pues Shura también estaba bastante colorado.

 

     El español bailaba muy bien. En realidad, nunca le había visto bailar como aquella noche con él. Siempre que iban de discoteca éste se movía como haciendo el tonto con Aioria o Milo, pero esta vez era diferente: se movía con agilidad, como si quisiese impresionarle. Y ¡oh! si esa era su intención, lo estaba consiguiendo.

 

Bailas muy bien —le dijo en un arrebato.

 

Gracias —se sonrojó Shura, y continuaron bailando la canción lentamente—. Tú también bailas genial.

 

     Cuando ya se acercaba el final de la melodía, ambos se pararon suavemente y se miraron a los ojos. Los de Shura brillaban sobre el negro profundo, mientras que los de Mu parecían querer decirle algo, pero no se atrevía. Entonces, empezaron a acercarse el uno al otro, y ambos cerraron los ojos, dejándose llevar. Pero antes de que pudieran besarse, una camarera pasó por su lado, tropezó, y cayó sobre ellos, separándoles.

 

¡Ay! —Exclamó la chica, dolorida—. ¡Lo siento mucho! ¿Os he manchado? —Preguntó mirando la bandeja que llevaba. Suspiró complacida al ver que no se había derramado nada. Se disculpó otra vez y se fue a servir.

 

Qué susto me ha dado —dijo Shura. Miró a Mu de nuevo y se sonrojó por completo—. Creo... que voy a pedir otra cerveza...

 

Vale —dijo Mu, rojo también.

 

 

 

Desde la barra, sentados, Aioria y Saga seguían hablando mientras cotilleaban a sus amigos.

 

¡Já! ¡Te lo dije! —Exclamó Saga.

 

     Desde allí se veía cómo Afrodita y Angelo se hallaban absortos en un beso bastante pasional y no se separaban ni unos milímetros. Además, daban vueltas sobre ellos mismos como siguiendo el ritmo de la canción.

 

Que se líen no quiere decir que se acuesten —protestó Aioria.

 

Al menos se están liando, no como los otros dos —rio.

 

     Mu se acercó a ellos y se sentó al lado de Saga para ver de qué estaban hablando, pero nada más llegar ambos se callaron.

 

¿Qué os contáis? —Les preguntó.

 

Estábamos comentando el morreo que se están dando esos dos —dijo Aioria señalando a Afrodita y Angelo con el mentón.

 

Mu miró en la dirección y ahogó una exclamación de sorpresa cuando los vio.

 

Oh, Dios —dijo.

 

Llevan así un buen rato —dijo Saga—. Bailan, se besan. Bailan, se besan. Está claro quién tenía razón y quién no...

 

Menos mal que no apostamos...

 

¿Eh? —Preguntó Mu, confuso.

 

Nada, nada —se apresuró a decir Saga.

 

 

 

Pasó una hora más y Mu, Aioria, Shura y Saga se pusieron de acuerdo en que echaban muchísimo de menos a sus respectivas camas. Se acercaron a los otros dos, interrumpiéndoles, y les dijeron que se iban, pero ellos aún no querían marchar, así que se quedaron allí cuando los cuatro salieron por la puerta de la discoteca.

 

Lo que te decía, amigo mío —se rio Saga otra vez.

 

Aún no está todo dicho... —persistió Aioria.

 

No seas cabezota.

 

¿De qué habláis? —Preguntó Shura, intranquilo.

 

Cosas de hombres —respondió Aioria, quien se llevó un puñetazo de reproche en el hombro por parte del español.

 

De hombres dice... hasta Milo es más hombre que él...

 

     Siguieron caminando por las calles húmedas hasta que Saga se despidió de ellos y giró en dirección a su casa. El siguiente en marchar fue Aioria.

 

     Llegaron al portal de Shura después de un rato y se quedaron allí parados sin saber qué decir.

 

Ha sido una noche muy interesante —comentó Shura.

 

Demasiado diría yo. ¿Qué crees que hará Dita?

 

Prefiero no imaginármelo... —Mu se echó a reír—. ¡Vaya mal pensado que eres! —Exclamó el español, riéndose también.

 

¡No lo soy! —Se quejó.

 

Ya claro... mucho más que Aioria, seguro.

 

Eso tú —le inculpó.

 

¡Qué va!

 

     Mu se acercó a él y le dio con el puño en el hombro, y entonces Shura lo abrazó antes de que se separase de nuevo. Quedaron así durante unos segundos muy largos y después Shura lo soltó. Mu estaba tan rojo que parecía que le habían tirado tomates a la cara tras una mala actuación, y su corazón rugía como un león bajo su ropa.

 

Buenas noches, Mu —le dijo Shura, sonriente, y sacó las llaves para entrar en el portal. Mu le devolvió la sorisa.

 

Buenas noches, Shura —y se alejó por la calle para regresar a casa y dormir por fin.

 

     Desde luego, esa noche daría mucho que hablar en las tediosas clases de Historia y Matemáticas.

Notas finales:

Muchas gracias por leer! Espero que lo hayan disfrutado, y como siempre, no prometo actualizar pronto aunque sí que me gustaría hacerlo... jajaja.

Cuidáos :3


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